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San Isidro labrador de Madrid/Acto II

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Acto I
San Isidro labrador de Madrid
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

 

Salen JUAN DE VARGAS, ESTEBAN y LORENZO labradores.


   

Juan de Vargas: ¿Eso pasa de mi hacienda?

 
 

Esteban: Esto es lo menos que pasa.

 
 

Juan de Vargas: ¡Buen labrador tengo en casa,

a buen dueño se encomienda!
 
 

Lorenzo: A las diez, a trabajar.

 
 

Esteban: A las diez y a mediodía.

 
 

Juan de Vargas: ¿Medrará la hacienda mía?

 
 

Esteban: Ha dado Isidro en holgar.

Y no ha sido mala traza
la que en rezar ha tenido,
pues con ser santo fingido
andarse holgando disfraza.
¿Quién le mete a un labrador
más que en servir?
 
 

Juan de Vargas: Y dices bien.

 
 
      

Lorenzo: Todos murmuran también

que se pierde tu labor.
Los mozos que arando están
desa parte del molino,
como es el campo vecino,
y antes que amanezca van,
espántanse de mirar



 

con la pereza que baja,

pues cuando Isidro trabaja
ya vuelven de trabajar.
Échale de tu servicio,
que a mí me dijo Tadeo
que tiene de entrar deseo
en tu casa al mismo oficio.
Es mozo fuerte y robusto,
gran madrugador, fïel,
y que no tendrás con él,
en todo el año, un disgusto.
Lo que es vendimia y ganado,
entiéndelo por estremo.
 
 

Juan de Vargas: Id en buen hora, que temo,

según estoy enojado,
que he de hacer un desatino.
 
 

Esteban: A que la verdad te diga

tu perdición nos obliga,
y el ser tu deudo y vecino
don Juan Ramírez.
 
 

Juan de Vargas: Adiós,

a vuestra labor os id.
 
 

Lorenzo: Mil mozos hay en Madrid,

y aquí tenéis a los dos.
 
 

(Vanse ESTEBAN y LORENZO.)


   

Juan de Vargas: ¿Este es Isidro, de quien

mil alabanzas decían
cuantos me hablaban y vían?
¿Este es el hombre de bien?
¿Este es el humilde y santo?
Su casilla pobre es esta.
¡Hola!, ¿no hay quien dé respuesta?,
¿qué mucho, si duerme tanto?

   

(Sale MARÍA con una rueca y uso.)


   

María: ¿Quién llama?

 
 

Juan de Vargas: Yo soy.

 
 

María: ¿Quién es?

 
 

Juan de Vargas: ¿No me conoces, María?

 
 

María: ¡Vós, mi señor!

 
 

Juan de Vargas: ¿No es de día?

 
 

María: Mi señora doña Inés

debe de estar indispuesta;
¿queréis que yo pase allá?
 
 

Juan de Vargas: ¿Dónde tu marido está?

 
 

María: La pobre comida apresta,

que al campo se quiere ir.
 
 

Juan de Vargas: ¿A estas horas no se ha ido?

 
 

María: Antes de fuera ha venido,

que siempre suele salir
antes del alba.



   

Juan de Vargas: ¿A qué?

 
 

María: A misa

de prima, aquí a San Andrés.
 
 

Juan de Vargas: Llámale acá.

 
 

María: Voy.

 
 

Juan de Vargas: No es

malo el achaque y risa.
 
 

María: Isidro aquí está, señor.

 
 

(Sale ISIDRO.)


   

Isidro: ¿Señor me viene a buscar?

 
 

María: Algo te querrá mandar.

 
 

Juan de Vargas: (Aparte.)

 
¡Qué ciego estoy de furor!
 
 

Isidro: Señor mío, ¿vós a mí,

vós mi humilde umbral pisáis?
¿Qué es, señor, lo que mandáis?
 
 

Juan de Vargas: No sé qué he mirado en ti




que me mueve a algún respeto;

dime, villano, ¿es razón
que con tanta perdición
trates mi hacienda en efeto?
¿Desto ha servido el casarte
con una honrada mujer,
ponerte casa y poner
tanto cuidado en honrarte?
Si yo no me confïara
de ti, porque noble soy,
no hubiera visto lo que hoy
todos me han dicho en la cara.
A las diez al campo vas,
y elevados los sentidos,
dejas los bueyes perdidos;
loco presumo que estás.
¿De cuándo acá tú solías,
Isidro, ser haragán?
¿Qué es lo que tienes, bausán?
¿En qué se te van los días?
Tú eres religioso, ¿no?,
pues que estás siempre en el templo,
¿cómo no tomas ejemplo
de otros vecinos?
 
 

Isidro: Si yo

fui tan malo y perezoso,
que vuestra hacienda no aumento,
y a lo que decís atento,
soy a su renta dañoso.
Lo que della habéis perdido
de mi soldada cobrad,
que no quisiera, en verdad,
haberos tanto ofendido.
 

Juan de Vargas: (Aparte.)

 
El enojo me ha quitado
la risa y respuesta honesta,
porque una humilde respuesta
templa el corazón airado.
Hoy iré al campo, y veré
por mis ojos si es verdad,
¡Notable simplicidad!


(Vase JUAN.)


   

Isidro: María, señor, se fue.

 
 

María: A la fee, Isidro, que alguno

te ha puesto mal con señor;
que no sé que en su labor
trabaje mejor ninguno.
Ten paciencia si has tenido
culpa, y el descuido enmienda.
 
 

Isidro: Yo he visto aumentar su hacienda,

aunque descuidado he sido.
Como me ven acudir
a la iglesia cada día,
habrán pensado, María,
que me descuido en servir.
¡Dios bueno, y qué mal pensó
quien eso entiende que daña!
 
 

María: De paciencia te acompaña;

a nuesa ama hablaré yo
y quitarale el enojo,
que ambos son como unos reyes.
 
 

Isidro: Échame hacia acá esos bueyes.

 
 

María: ¡Rita ca, rita ca, Rojo!

 
 

Isidro: Verá adónde va el Bragado,

¿está la alforjuela ahí?
 
 

María: Aquí está.

 
 

Isidro: ¿Lleva pan?



María: Sí;

toma primero un bocado.
 
 

Isidro: Hasta que rece, María,

no me he de desayunar.
 
 

María: Acá podré yo rezar

por ti, que es bien largo el día.
 
 

Isidro: ¡Y cómo, si entiendo bien,

María, el alma que tienes!
A Dios le debo mil bienes,
y tú lo sabes también.
Por haberme acompañado
de tu virtud, decir puedo
que es tan grande.
 
 

María: Tengo miedo

que vuelva señor airado.
Vete, Isidro, que si en Dios
nos metemos, ni tú irás
a arar, ni yo hilaré más.
 
 

Isidro: ¿Dónde, Señor, como en vós?

A la noche, como vuelva
me acuerda que he de contarte
de cierto sermón gran parte.
 
 

María: ¿Quieres que Juan se resuelva

a echarte de casa, di?
 
 

Isidro: Templad su enojo, mi Dios,

porque cuando trato en vós
nunca me acuerdo de mí.
 
 

(Vanse, y sale JUAN.)



Juan de Vargas: ¡Que no haya Isidro venido,

después de haberle avisado!
¡Que primero haya llegado,
habiéndome detenido!
¿Hay semejante maldad?
¿Qué estoy buscando? ¿Qué emprendo?
¿Qué más testigos pretendo
para saber que es verdad?
Allí están en sus aradas
los mozos de mis vecinos;
quiero en aquestos molinos,
aunque hay dos ruedas paradas,
saber, pues no ha de faltar
gente, qué mozo es el mío;
por aquí se pasa el río,
desde aquí puedo llamar.
 
 
 

(BARTOLO dentro, cantando al son de la rueda.)


   

Bartolo: " Más precio yo a Peribáñez,

con la su capa pardilla,
que no a vós, Comendador,
con la vuesa guarnecida."
 
 

Juan de Vargas: ¡Ha del molino! ¡Hola, gente!

No da lugar el ruïdo,
el río viene crecido.
¡Hola!, ¿no escucháis, pariente?
 
 

Bartolo: "Río verde, río verde,

más negro vas que la tinta
de sangre de los cristianos,
que no de la morería."
 
 

Juan de Vargas: ¡Qué costumbre tan villana!

Aunque escuche no hablará.
¡Ha del molino, ha de allá!
¿Qué digo, hermano?¡ Ah, hermana.!


Bartolo: " Retraída está la infanta,

bien así como solía,
porque el Rey no la casaba,
ni tal cuidado tenía.
¡Qué tiranía!"
 
 

Juan de Vargas: ¿Qué tiranía mayor

que oír y no responder?
 
 
 (Salen BARTOLO, y CONSTANZA huyendo dél.)

   

Bartolo: Si te quiero por mujer,

¿en qué te ofende mi amor?
 
 

Constanza: Hazte allá digo, Bartolo;

mira que Elvira me riñe.
 
 

Bartolo: Haz que la boda se aliñe,

pues eso te quiero solo.
 
 

Constanza: Habla tú a mi padre allá.

 
 

Bartolo: Digo que yo le hablaré.

 
 

Constanza: Hágase allá, que le enharinaré.

 
 

Bartolo: Harto el corazón lo está.

A fee, que si fuera pez,
que le pudieran freír.
 
 

Constanza: Bartolo, déjame ir.

 
 

Bartolo: Mía has de ser esta vez.



Constanza: Haz tú que de la tribuna

nos arrojen una fiesta.
 
 

Bartolo: Anda Teresa molesta,

que, como ves, me importuna.
Yo la desengañaré
y me casaré contigo;
dame un abrazo.
 
 

Constanza: ¿Qué, amigo?

Hágase allá, que le enharinaré.
 
 

Bartolo: ¡Pardiez, Constanza!, si dura

ese tu crüel desvío,
que me arroje en este río
y tenga en él sepultura.
 
 

Constanza: Los «quiries» ahorrarás.

 
 

Bartolo: Rogarte, Constanza mía;

esta mi loca porfía
pienso que te ensancha más;
por fuerza te abrazaré.
 
 

Constanza: ¿Ah,sí?¡Tome!

 
 

Bartolo: ¿Esto me ofreces?

 
 

Constanza: ¿No le dije treinta veces,

hágase allá que le enharinaré?
 
 
 (Debajo del devantal lleve un puñado de harina,
  y tírele, y vase.)

   

Bartolo: Bueno, ¡por Dios!, me ha dejado.

En la carta que escribía
con mi llanto a su porfía,
polvos de nieve me ha echado.
Mucho la crüel se atreve,
mas si es la tinta de fuego,
bien es que Constanza luego
le echase polvos de nieve.

Juan de Vargas: Tarda Isidro todavía.

¡Válame Dios! ¿Qué será?
¡Hola, labrador!
 
 

Bartolo: ¿Quién va?

 
 

Juan de Vargas: ¿No me veis?

 
 

Bartolo: Veros querría.

 
 

Juan de Vargas: ¿Es Bartolillo?

 
 

Bartolo: Yo soy,

son, que vengo trasquilado.
 
 

Juan de Vargas: ¿Cómo? ¿Quién te ha enharinado?

 
 

Bartolo: Constanza; al diablo la doy.

 
 

Juan de Vargas: ¿Qué haces aquí?

 
 

Bartolo: No lo sé,

yo muelo mi trigo aquí,
Constanza me muele a mí.


Juan de Vargas: ¿Aún no os casáis?

 
 

Bartolo: No.

 
 

Juan de Vargas: ¿Por qué

 
 

Bartolo: Hable a don Juan, ¡por su vida!,

pues es su primo, señor.
 
 

Juan de Vargas: Yo le contaré tu amor.

 
 

Bartolo: (Aparte.)

 
¡Pardiez! Como se lo pida,
que por mi amo no quede,
porque ya se lo he contado.
 
 

Juan de Vargas: ¿Has visto aquel mi crïado?

 
 

Bartolo: ¿A Isidro?

 
 

Juan de Vargas: Sí.

 
 

Bartolo: ¿Pues no puede

hallarle?
 
 

Juan de Vargas: No.

 
 

Bartolo: En San Andrés

estará.
 
 

Juan de Vargas: Ya es mediodía





Bartolo: O acaso en Santa María,

porque muy devoto es
de aquella imagen devota
que llaman del Almudena.
 
 

Juan de Vargas: Mi labranza me da pena.

 
 

Bartolo: ¿Eso no más le alborota?

Calle, que es Isidro un santo;
Dios por él su hacienda aumenta.
Él basta a crecer su renta.
 
 

Juan de Vargas: Nadie me ha dicho otro tanto;

antes vengo aquí con queja
de su vida perezosa.
 
 

Bartolo: Pues quien le ha dicho otra cosa

miente desde oreja a oreja.
Vuelva a tomar su caballo,
pase el río, y él verá
si su tierra arada está.
 
 

Juan de Vargas: Yo voy.

 
 

Bartolo: Pues calla.

 
 

Juan de Vargas: Ya callo.

 
 

Bartolo: Que de los siervos de Dios

nadie debe pensar mal.
 
 

Juan de Vargas: Ninguno me ha dicho tal;

adiós.



Bartolo: Dios vaya con vós.

 
 
 (Vanse, y sale ISIDRO con tres ÁNGELES.)

   

Isidro: ¿A un humilde labrador,

ángeles, tantas mercedes?
 
 

Angel 1.º: Isidro, todo esto puedes.

 
 

Isidro: Soy vuestro esclavo, Señor.

¡Ay, huéspedes celestiales,
quién fuera como Abrahán!
Dadme esos pies, que hoy están
con mi humilde tierra iguales,
porque diga desde el suelo,
pues el favor me provoca,
que pude poner la boca
en los umbrales del cielo.
Campos de Madrid dichosos,
con los ojos en los pies
os pienso pisar después
que os pisan pies tan hermosos.
Para dar mil flores rojas
los tiernos céspedes bullen,
y a los lirios se escabullen
de la prisión de las hojas.
Las aves con voz süave
cantan por estos linderos,
viendo en Madrid compañeros
del Ave que trujo el Ave.
Y por cuanto a ver alcanzo,
Manzanares la corriente
detiene, alzando la frente
que ciñen juncia y mastranzo.
Las cítaras del molino
ya son cítaras süaves,
que cantan canciones graves
a vuestro hacedor divino.
Saltan los peces del yelo
del agua a la verde mata;


como relieves de plata

brillan desde el torno al suelo.
Los prados se están bordando,
los sotos reverdeciendo,
las aguas se están riyendo
y yo de placer llorando.
 
 

Ángel 2.º: Isidro, a los pequeñitos

revela Dios sus grandezas,
y a las humildes simplezas
sus tesoros infinitos.
Mucho tu simple oración
y tu sabia caridad
agradan su Majestad.
 
 

Isidro: Tiene buena condición.

Él me valga, si no estoy
fuera de mí, de pensar
cómo le puede agradar
esta bajeza que soy.
Cuando se pierde algún rey
andando a caza, acontece
que un labrador se le ofrece,
y duerme entre el heno y buey.
Dios anda a caza de mí,
y como de amor perdido,
posa en mi alma y sentido,
¡qué pobre casa le di!
Yo creo que os hablo mal;
ángeles sois; soy grosero,
no sé letras, leer quiero
ese libro celestial.
Ángeles, leed mi cartilla,
tres sois, tres letras diré,
Christus es Dios, ya lo sé,
¡aunque es tan gran maravilla!
A, seréis vós, y vós B,
vós C, ¡qué tres letras bellas!,
tres personas miro en ellas,
pero un solo Dios, la Fe.
A, será el Padre increado,
B, el Hijo, que fue el Cordero,
pues dijo B en el madero,
llamando a su Padre amado.
Que bien sé que en el Jordán,
como Cordero divino,
nos le enseñó cuando vino
a la tierra el pastor Juan.




La C, celestial ardor,

el espíritu será,
que la C es círculo, ya
se vee, que es círculo amor.
 
 

Ángel 3.º: Isidro, tu dueño viene,

eso puedes contemplar,
y iremos los tres a arar
por el enojo que tiene.
Bueyes blancos hay allí,
con que presto acabaremos.
 
 

Isidro: ¿Cómo arar?

 
 

Ángel 2.º: Arar tenemos,

que Dios nos lo manda así.
 
 

Isidro: ¿Pues quién le ha de replicar?

 
 

Ángel 1.º: Ya vamos, aquí te queda.

 
 

Isidro: ¿Quién hay, gran Señor, que pueda

vuestras grandezas loar?
 
 
(Vanse los tres, y sale JUAN.)

   

Juan de Vargas: Más lleno de confusión

que de enojo, llego a ver
la causa que puede haber
para igual trasformación.
Los prados están floridos,
y de los pimpollos rotos
a los olmos de los sotos
salen sus verdes vestidos.
Las secas parras se huelgan,
y por los estremos sumos,
con las hebras de los grumos,
como por junco se cuelgan.


Manzanares, que era un yelo

sobre este blanco arenal,
como espejo de cristal
está retratando al cielo.
Como los campos se esmaltan,
los traviesos cabritillos
retozan en los tomillos,
y de peña en peña saltan.
¡Ay, Dios! Isidro está allí,
y de rodillas, ¿qué es esto?
¡De luz divina compuesto
un labrador! ¡Ay de mí!
Mas, ¡cielos! ¿qué es lo que miro?
 

(Descúbrense dos puertas de yerba en alto, se vean detrás los ÁNGELES con sus aguijadas, y los bueyes, como que están arando.)

   
¿Qué mancebos son aquellos
que están arando tan bellos,
que de su luz me retiro?
¡Qué blancos los bueyes son!
El toro que el Sol pasea,
¿cómo es posible que sea
de tan rara perfección?
Ángeles son, ¿qué lo dudo?
Este hombre es santo, que es santo,
santísimo, y todo cuanto
me han dicho, fingirlo pudo
la envidia de su virtud:
¿qué haré, que temblando estoy?
Campos, para bien os doy
desta gloria y beatitud.
Dádmele también a mí
de que dueño vuestro sea,
pero ya el alma desea
que nos troquemos así.
Vosotros seréis mis dueños,
yo vuestro campo seré,
pisadme si os pisa el pie
de un santo, ni son pequeños
los favores que me hacéis,
que si posible me fuera,
campos, cercaros hiciera
del alma misma que veis.

(Cierren.)
   
Los Ángeles han traspuesto
aquel cerro con su arado.
¡Ay, campo de hoy más sagrado,
floreced, dad trigo presto!
¿Qué cosecha de favores
esperarán vuestros prados,
siendo de ángeles labrados?
¡Qué divinos labradores!
Ireme a echar a los pies
de Isidro, mas si le digo
lo que vi, a turbarme obligo
su quietud, porque después
andará con más recato.
Disimular es mejor:
¿qué hay buen Isidro?
 
 

Isidro: ¡Señor!

 
 

Juan de Vargas: Por entretenerme un rato

quise bajar de la villa
al campo.
 
 

Isidro: Es buen ejercicio,

y de quien vós sois oficio.
 
 

Juan de Vargas: Apacible es esta orilla.

 
 

Isidro: Tiene un divino pintor

que por momentos la esmalta.
 
 

Juan de Vargas: Solo ser mayo le falta,

porque no le falta flor.
Mucho has arado, bien puedes
desde mañana sembrar;
vete, Isidro, a descansar.
 

Isidro: (Aparte.)

 
Siempre tú me haces mercedes;
tierra soy; tú me levantas.
 
 

Juan de Vargas: (Aparte.)

 
¡Dichosos campos, que estáis
en parte donde besáis
deste labrador las plantas!
 
 
(Vanse, y salen ESTEBAN y LORENZO.)

   

Esteban: Esta vez le echa de casa;

no dudes que salga della.
 
 

Lorenzo: ¿Cómo ha de quedar en ella

si sabe Juan lo que pasa?
 
 

Esteban: Si lo que pasa supiera

de su casa no le echara,
porque nuestra envidia hallara,
y su virtud conociera.
 
 

Lorenzo: Hoy pienso que le ha reñido

y se quiere despedir;
pues más le pienso decir,
según me abrasa el sentido
una furia desigual
que la noche como el día,
me incita, mueve y porfía
a que procure su mal.
 
 

Esteban: Pues tanto te has descubierto,

no es bien que te encubra nada;
yo tengo el alma abrasada,
que esté dormido o despierto.
Si dormido sueño en él;
si despierto, aunque no quiera,
estoy pensando en que muera.

(Salen BENITO, PASCUAL y BARTOLO.)

   

Benito Preciado: (Aparte.)

 
Tú puedes hablar con él.
 
 

Bartolo: Mejor lo que es casamientos

tratan terceras personas;
háblale tú, pues abonas
mis honrados pensamientos.
 
 

Benito Preciado: Pascual, Bartolo me obliga

a tratar con vós un caso.
 
 

Pascual de Valdemoro: Llegaos acá, y hablad paso.

 
 

Benito Preciado: Y perdonad que os lo diga.

 
 

Esteban: (Estos deben de tratar

de Isidro.)
 
 

Lorenzo: (Pues está atento.)

 
 

Esteban: (Apenas lo que hablan siento.)

 
 

Lorenzo: (Yo los siento murmurar;

mira, que está allí Bartolo.)
 
 

Benito Preciado: Esto que os digo querría.

 

Pascual de Valdemoro: Días ha que lo sabía.

 
 

Benito Preciado: Anda el pobre triste y solo,

sin trabajar, ni acudir
a casa de su señor.
 
 

Esteban: (Aparte.)

 
¿Que no acude a su labor,
a los dos oigo decir?
 
 

Benito Preciado: Remedialdo, pues podéis;

que si a su señor habláis,
yo seguro que veáis
la merced que dél tenéis.
 
 

Lorenzo: (Que lo diga a su señor

de Isidro, dice Benito
a Pascual)
 
 

Esteban: (Huelgo infinito,

ninguno le tiene amor.)
 
 

Benito Preciado: Ni tiene seso, ni sabe

si está en sí o en otro alguno.
 
 

Lorenzo: (Que está sin seso ninguno

dice)
 
 

Esteban: (A fee, que no se alabe

Isidro del buen tercero.)
 
 

Benito Preciado: Hoy se ha querido matar.

 
 

Lorenzo: (¿Y a qué tiene que aguardar?)

 
 

Benito Preciado: ¡Mira qué dolor tan fiero!



Esteban: (Que se mataba decía,

sin duda Isidro está loco.)
 
 

Pascual de Valdemoro: Él tiene seso bien poco.

 
 

Benito Preciado: Hablalde por vida mía.

 
 

Lorenzo: (Llega agora.)

 
 

Esteban: A hablarlos voy;

todo lo que habéis tratado
los dos hemos escuchado,
testigo, parientes, soy.
Y Lorenzo, si comienzo
su parte, dirá también
que a fee que lo sabe bien.
 
 

Pascual de Valdemoro: ¿Pues qué ha de decir Lorenzo?

 
 

Esteban: Que Isidro no acude a cosa

de lo que Juan le confía;
que va al campo a mediodía,
que pasa una vida ociosa
a sombra de hacerse santo,
y, como decís los dos,
que está sin seso.
 
 

Pascual de Valdemoro: ¡Por Dios,

que de los vuestros me espanto!
¿Acaso habeislos perdido?
¿Qué decís?
 
 

Benito Preciado: ¿Hay cosa igual?

¿Que decís de Isidro mal?
     

Pascual de Valdemoro: ¡Borrachos! ¿Tenéis sentido?

¡De Isidro mal! ¿Pues por qué?
¡Ojalá que Dios me hiciera
como él!
 

Benito Preciado: Y a mí a Dios pluguiera:

¿qué es como él? Ni aun el pie
no merezco descalzar
a Isidro.
 
 

Pascual de Valdemoro: Ni yo tampoco.

 
 

Esteban: Llamábanle agora loco,

y quieren disimular.
 
 

Pascual de Valdemoro: Esteban, si habéis bebido

anda con Dios, y callad.
 
 

Esteban: ¡Hablad bien!

 
 

Pascual de Valdemoro: Y vós hablad

como quien tiene sentido.
Que como hoy amaneció
nevada toda la villa,
el beber no es maravilla.
 
 

Esteban: ¡Mentís!

 
 

Pascual de Valdemoro: ¡Más vale que yo!

¡Las viñas digan verdad!
 
 

Bartolo: (Alguno destos pretende

a Costanza, y me defiende
gozarla. ¡Oh, celos, llegad!)
Si de vosotros alguno
dice, que tiene esperanza,
o que le ha dado Costanza,
mi esposa, favor ninguno,
y con su padre, Pascual,
trata de ser pretendiente,
digo que miente.

 

Esteban: ¿Quién miente?

 
 

Bartolo: ¡El que pretendiere tal!

 
 

Esteban: ¡Ni yo pretendo a Costanza,

ni más de la marca bebo,
ni hablo lo que no debo!
 
 

Pascual de Valdemoro: Pues, ¡alto!, poned la lanza

y dadme un encuentro a mí.
¡La tema de los borrachos!
¡Mal de Isidro! ¿No hay muchachos?
 
 

Lorenzo: Si Dios nos castiga así,

vamos, Esteban, y calla.
 
 

Esteban: Vamos, que Dios nos castiga.

 
 

Benito Preciado: A lo que lo nuevo obliga.

 
 
(Vanse.)

   

Pascual de Valdemoro: Darnos quiso la batalla,

Bartolo; ya sé que estás
de Costanza enquillotrado;
no vivas emberrinchado
ni acucies tus penas más.
Que como ella diga sí
yo no pienso decir no.
 
 

Bartolo: Boca que tan bien habló

merece quedarse así.
Plega Dios que se te torne
de bronce y de piedra aquí,
porque siempre diga sí
aunque el mundo lo soborne.
Vamos a hablar a Costanza,
porque mañana, que es fiesta,
nos publiquen.


 

Pascual de Valdemoro: Su respuesta

será fin de tu esperanza.
 
 

Bartolo: Pues como no salgan vanas,

si sois mi suegro, os prometo
dar, como una perla, un nieto
que se os cuelgue de las canas.
 
 
(Vanse, y sale la ENVIDIA en hábito de labrador.)

   

Envidia: Mañana, la más helada

que vio el invierno erizado,
pues parece que bordada
la fría tierra ha quedado
toda de plata escarchada.
Pues del infierno, en que llueve
fuego, que al alma se atreve,
me desvío y desarraigo,
templad el fuego que traigo
con vuestros copos de nieve.
Mas mejor le templaréis
si a Isidro, que ha madrugado,
pereza alguna ponéis;
que se entra aqueste pecado
más fácil donde queréis.
Pero ¿de qué me ha servido?,
ya de la iglesia ha salido
de oír misa y de rezar,
¿que el yelo puede abrasar
amor de Dios encendido?
¡Ah, villano simple y llano!
Los sabios que el mundo precia
te envidian, pues, tan en vano,
todos los que tuvo Grecia
y vio el aplauso romano,
supieron libros y ciencias.
Servir a Dios es saber,
mas ¿dónde hallaré paciencias
para sufrir, para ver
tus notables diligencias?
Por falta de harina y pan
le envía al molino Juan;
rezando viene al molino;
¡yelo y nieve del camino,
qué poco estorbo le dan!
¡Qué alma tan encendida!
 


 (Sale ISIDRO.)

Isidro: Tierra de nieve vestida,

dad muchas gracias a Dios,
que David quiere que vós
siempre estéis agradecida.
La nieve, el granizo, el yelo
a su Dios dice que alabe,
mas ¿cómo encogéis el vuelo,
quitando el sustento al ave
a quien alimenta el cielo?
Un árbol he visto allí
lleno de palomas blancas;
¡tierra, no hay sustento en ti!
¿Dónde están tus manos francas?
¿Hay hambre? Dicen que sí.
¡Oh, qué lastima! ¿Qué haré?
Con la nieve no han comido;
un costal desataré.
 
 
(Véase un árbol con algún algodón encima,
que parezca nevado, y unas palomas en él.)

   

Envidia: (Aparte.)

 
Al jumentillo encogido
pide que el trigo le dé.
Ya sale con el costal;
¿quién vio caridad igual?
A las aves da a comer.
 
 

Isidro: Costal, hoy es menester

ser a6 mi pecho leal.
Abrid, pues a los dos toca,
la boca, y luego, en sacando
el trigo, cerrad la boca,
que la limosna callando
mucho a los cielos provoca.
vós sois muy hombre de bien,
y harto mejor lo dais vós
que yo os lo pido, ahora bien,
a comer aves de Dios,
que Dios os lo da también.
¡Bajad, bajad a este lado,
que no habéis de perecer,
ya la nieve os he quitado!
Ellas bajan a comer
con arrullo regalado.
¡Oh, cómo le hacen fiesta!
Ya me muerden los zapatos,
que su placer manifiesta.
 
 

Envidia: ¡Hola, tú, ejemplo de ingratos!

¿Qué perdición es aquesta?
Así agradeces a Juan
lo que le cuesta ese pan.



Isidro: ¿Y cómo no sabéis vós

que Dios nos lo da a los dos,
que estas a su cuenta están?
¿El Profeta no nos cuenta
que hasta los cuervos sustenta?,
pues mejor es la paloma,
cuya blanca imagen toma
quien nuestro amor alimenta.
Pues si el Espíritu Santo
así bajó en el Jordán
y al Colegio sacrosanto,
¿por qué no merecen pan
aves que Dios quiere tanto?
Las rentas de los prelados
así las han de comer
los pobres desamparados;
¿qué sabéis vós si he de ser
el prelado destos prados?
Este costal es la renta,
las aves, a quien se vierte,
son los pobres que sustenta;
coman, pues, porque en la muerte
podamos dar buena cuenta.
 
 
(Vase ISIDRO.)

   

Envidia: Siempre he de quedar vencido

desta villana simpleza;
¡basta!, que siempre he salido
las manos en la cabeza,
aunque de sus pies herido.
¡Oh, soberana humildad!
 
 
(Sale el DEMONIO.)

   

Demonio: ¿Qué haces, Envidia fiera,

en aquesta soledad?
 
 

Envidia: Si en el infierno la hubiera,

viviera en su escuridad.
Mátame aqueste villano
que a las aves da a comer
con caritativa mano.


Demonio: ¿Qué mucho, si vee crecer,

tanto el harina de un grano?
Vesle allí, que muele el trigo
y que el harina se vierte.
 
 

Envidia: Si tiene a Dios por amigo,

no es mucho.
 
 

Demonio: ¿Que no hubo muerte

para mí?
 
 

Envidia: No era castigo.

Más es que vivas y veas
que un labrador sube al cielo,
y que tú un arcángel seas,
que por ensalzar tu vuelo
bebes las aguas leteas.
 
 

Demonio: Pesar de mi mal gobierno;

mas viva mi nombre eterno.
 
 

Envidia: Ícaros fuimos los dos,

que el rayo del sol de Dios
arrojó al mar del infierno.
Que un Domingo, al fin Guzmán,
que un Ilefonso Mendoza
estén, Luzbel, donde están;
que una Engracia, en Zaragoza,
y un Teodoro, Capitán,
parece que está en razón:
¡pero un villano grosero!
 
 

Demonio: ¡Oye, que hacer oración

es ido, estorbarle quiero
y darle enojo y pasión!
Tiene este campo una ermita
que llaman la Madalena;
ya del molino la grita,
le cansa y le da gran pena.
 
 

Envidia: La soledad solicita.

Mientras muele, en ella está;
el pollino deja acá;
haré que un lobo le coma.
 
 

Demonio: Ya por esta cuesta asoma,

y le despedaza ya.
Esos muchachos incita
para que dándole grita
le quiten de la oración


(Tres o cuatro MUCHACHOS , villanos.)

   

Muchacho 1.º: ¡Qué notable compasión!

 
 

Muchacho 3.º: ¿Dónde está Isidro?

 
 

Muchacho 2.º: En la ermita.

 
 

Muchacho 1.º: ¡Isidro, Isidro el jumento

te come un lobo!
 
 

Muchacho 2.º: Di dónde.

 
 

Muchacho 1.º: Está a la oración atento;

ni se mueve ni responde.
 
 

Demonio: Dios le revela mi intento.

 
 

Muchacho 1.º: ¡Mira, que junto al escobo

ha hecho su presa y robo,
y te le come y destruye!
 
 

Muchacho 2.º: ¡Ya viene a vosotros!

 
 

Muchacho 3.º: ¡Huye!

 
 

Muchacho 1.º: ¡Guarda el lobo!

 
 

Muchacho 2.º: ¡Guarda el lobo!

 
 

Envidia: No se ha querido mover

hasta acabar la oración.
 
     

Demonio: El jumento quiere ver.

 
 

Envidia: Ya le hecha la bendición.



Demonio: ¡Y él se comienza a mover!

 
 

Envidia: ¡Después de despedazado

se mueve! ¡Ay!
 
 

Demonio: ¿De qué te espantas?

 
 

Envidia: Que le haya resucitado

con aquellas manos santas;
labrador por Dios labrado.
 
 

Demonio: Volverse a la villa quiere,

que su mujer ha parido.
 
 

Envidia: ¿Ya qué puede haber que espere,

si el hijo recién nacido
la misma virtud adquiere?
¡Estraña cosa, Luzbel!
Santo es Isidro, y María,
santa y bendita como él,
pues esta planta qué había
de dar, sino un simple Abel.
Cristo, cuando acá vivía,
con Josef y con María,
eran Trinidad del suelo
figurando la del cielo,
pues que solo un Dios había.
Y aunque es la comparación
de aquellas tres tan distintas,
temo alguna confusión.
 
 

Demonio: Mal tu retórica pintas,

tres, que tan distintas son.
La comparación no es
de retórico, pues ves
que viene de más a menos.
 
 


Envidia: Por ser estos tres tan buenos,

tiemblo el número de tres.
 
 

Demonio: Ven conmigo, que ya a mí

me toca intentar su estrago:
¿no me ayudarás?
 
 

Envidia: Yo sí,

tu hija soy; poco pago
cuando me abrase por ti.

(Vanse, y salen TERESA y CONSTANZA.)

   

Teresa: Agora la vengo a ver

porque lo he sabido agora;
¿es el muchacho el que llora?
 
 

Constanza: El mismo debe de ser.

 
 

Teresa: Dios le bendiga y le haga

como sus padres.
 
 

Constanza: Y aun menos,

mas quien los hizo tan buenos
les dará ese bien por paga.
Que es don del cielo tener
el buen padre buenos hijos.
 
 

Teresa: ¡Qué famosos regocijos

en el Bautismo ha de haber!
¿Está Bartolillo acá?
 
 

Constanza: Haciendo está las torrijas.

 
 

Teresa: ¿Qué hay de boda? No te aflijas.

 
 

Constanza: No sé, tratándose va.

 

(Sale BARTOLO con un plato de torrijas;
y dos pastorcillos, PEROTE y TOMÁS.)

Perote: Digo que ese plato es mío.

 
 

Bartolo: Digo que quedos se estén.

 
 

Tomás: ¿Yo no tuve la sartén?

 
 

Bartolo: ¡Desvíen!

 
 

Perote: Ya me desvío.


Bartolo: Creo que el diablo ha trazado

que los dos vengáis tras mí.
 
 

Tomás: ¿Por el aceite no fui?

 
 

Bartolo: Y trujo un cuarto sisado.

 
 

Perote: ¿Y yo de en cas de mi tía,

no truje los huevos?
 
 

Bartolo: ¿Tú?

 
 

Perote: Yo, pues.

 
 

Bartolo: ¿Qué dices, Jesú?

 
 

Tomás: ¡Quedo, que es esa la mía!

 
 

Perote: ¡Jesú! Con admiración,

y la torrija se zampa.
¡Detente!
 
 

Bartolo: ¡Ya eché la trampa;

esta fue sin redención!
 
 

Tomás: Una ha dejado no más.

 
 

Bartolo: Esta será, ¿para quién?

Llamaré a Isidro.


Perote: Ahora bien,

pártola entre mí y Tomás,
porque si a llamarle vamos
no saldremos cuando esté.
 
 

Bartolo: ¿Dónde?

 
 

Perote: En tu arca de Noé.

 
 

Bartolo: Pues este concierto hagamos:

diga cada uno un süeño,
y el que mejor sueño diga
que la meta en la barriga.
 
 

Tomás: ¿Cierto?

 
 

Bartolo: La palabra empeño.

 
 

Perote: Alza el dedo.

 
 

Bartolo: ¿Para qué?

Que os cogerán la torrija.
 
 

Perote: Digo pues.

 
 

Tomás: ¿Cuál la enclavija?

 
 

Perote: Que aquesta noche soñé

que era obispo de püerco,
y que mis crïados eran
chicharrones.
 
 

Tomás: Ya me alteran.



Perote: Mas que poniéndome cerco,

Ali turrón de Alicante,
me trastornó en Valdemoro,
donde con sangre de toro
dormí como un elefante.
 
 

Bartolo: No vale nada.

 
 

Tomás: Yo digo.

 
 

Bartolo: ¿Qué soñaste?

 
 

Tomás: Yo soñé

que era nuez, y que me entré
en las entrañas de un higo.
Pidiome un amigo el pie,
yo dije, en tiempo de higos
ya sabéis que no hay amigos,
y en higa me transformé.
 
 

Bartolo: Póntela y no morirás

de ojo.
 
 

Perote: Diga Bartolo.

 
 

Bartolo: Ahora bien, yo falto solo.

 
 

Perote: Ya dijimos yo y Tomás.

 
 

Bartolo: Yo soñaba que tenía

una torrija en un plato,
y que cierto garabato
pescarme la pretendía.
Mas como le vi llegar,
dije: «por vida del Conde,
que os coja y la meta adonde
no me la pueden sacar».
 


 

Perote: ¿Cómesela?

 
 

Tomás: ¿No lo ves?

 
 

Teresa: Costanza, Isidro ha venido.

 
 

Constanza: ¿Sabéis lo que os ha nacido?

 
 
(Sale ISIDRO.)

   

Isidro: Gracias a Dios, suyo es.

Ya se las he dado allá;
a ver la parida voy.
 
 

Constanza: Vamos contigo.

 
 
(Vase ISIDRO, CONSTANZA y TERESA.)

   

Bartolo: No estoy,

Pedro, para burlas ya.
 
 

Perote: Eres un ruin.

 
 

Bartolo: Yo lo creo.

 
 

Tomás: ¿No tienes la flauta ahí?

 
 

Perote: Pues no.

 
 

Tomás: ¡Qué taña le di,

pues que se precia de Orfeo!
Y bailaremos los dos,
ya que el plato se ha comido.
 
 

Bartolo: ¿Flauta? ¿Adónde la has habido?

 
 

Perote: ¡Muy lindo es eso, por Dios!

En la feria la compré.


Bartolo: ¿En cuál?

 
 

Perote: En la de Alcalá.

 
 

Bartolo: ¿Tiene puntos?

 
 

Perote: Toda está

llena de sol, fa, mi, re.
 
 

Bartolo: Muéstrala, a ver.

 
 

Perote: ¡Malos años,

que se quedará con ella!
 
 

Bartolo: No haré a la fee más de bella.

 
 

Perote: ¡Jure!

 
 

Bartolo: ¡Juro!

 
 

Perote: ¿Son engaños?

 
 

Bartolo: No son, a la fee.

 
 

Perote: ¿Qué jura?

 
 

Bartolo: A la burra de Balán.

 
 

Perote: Pues allá se lo dirán,

que a fee que está en la Escritura.
 
 

Tomás: Haz, por tu vida, un villano.



Bartolo: Pues pasaos allí los dos;

si ella tañe bien, ¡por Dios
que nunca vuelva a su mano!
 
 

Perote: Repiquetea muy bien

que hemos de zapatear.
 
 

Bartolo: Ya la comienzo a tocar.

 
 

(Sopla, y hínchese toda la cara de humo.)

   

Tomás: ¿Qué es esto, es cara o sartén?

 
 

Bartolo: ¡Vive Dios, que me han burlado;

yo debo de estar muy feo!
 
 

Perote: ¡Bartolo, tañe el guineo,

que a fee que estás bien tiznado!