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San Isidro labrador de Madrid/Acto III

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San Isidro labrador de Madrid
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Sale JUAN DE VARGAS.


   

Juan de Vargas: Fértiles márgenes verdes

del humilde Manzanares;
viento que en ecos dispares
por estas peñas te pierdes.
Campos bajos, abundantes
del trigo por la labor
de tan rico labrador,
que hace los granos diamantes,
pues a veros he venido
en la más ardiente furia,
templad con agua la injuria
de que me siento ofendido.
¿Es posible que no haya
un arroyuelo, una fuente
que con su cristal corriente
a darle socorro vaya
al seco, agotado río,
que espira en la tibia arena
ya de secas ovas llena,
verdes hijas del estío?
¿Es posible que no tengan
aquestas cuevas sombrías
algunas alcobas frías
adonde sus ninfas vengan?
Yo perezco, mas allí
mi buen Isidro ha bajado
ya suspenso el corvo arado;
agua o vino tendrá aquí.
Revolviendo las coyundas
está en la frente a los bueyes;
¡dichoso tú, que en las leyes
de Dios tus intentos fundas!
¡Oh, santísimo varón,
que ya con milagros tales
das a tu patria señales
de tu insigne perfección!
¡Isidro, Isidro!

(Sale ISIDRO con su aguijada.)


   

Isidro: ¿Quién llama?

 
 

Juan de Vargas: ¿No me ves?

 
 

Isidro: ¡Oh, mi señor!

¿Adónde con tal calor,
por donde sombra ni rama
defensa os pueden hacer?
 
 

Juan de Vargas: A ver la labranza vengo,

mas muero de sed que tengo:
¿quiéresme dar de beber?
 
 

Isidro: Ojalá yo lo tuviera,

pero ¿allí no hay una fuente?
 
 

Juan de Vargas: ¿Adónde? Pues su corriente

aún no bendice si quiera
a los campos destas plantas.
¿Son burlas, Isidro amigo?
 
 

Isidro: Si burlo, venid conmigo.

 
 

Juan de Vargas: Con lo que dices me espantas,

y la sed que tengo creces.
 
 

Isidro: Entre estas peñas había

agua, cuando Dios quería.
 
 

(Hace con el aguijada una fuente.)
Juan de Vargas: Un nuevo Moisén pareces.

¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
¿Es su vara tu aguijada,
que una seca peña helada,
te ha obedecido tan presto?
Con las manos, de Dios llenas,
has hecho aquesta sangría,
porque solo Dios podía
hallar el agua en sus venas.
Dos fuentes, Isidro, has hecho
en tan notable ocasión,
pues lo es esta y lo es mi pecho,
y entrambas en piedra son.
A la sed que me dio enojos
sale el agua desta peña,
y el tierno pecho te enseña
otra también en mis ojos.
¡Alabo a Dios!
 
 

Isidro: ¡Justo es,

bebed, Jüan, mi señor!
 
 

Juan de Vargas: Bebo, aunque mayor calor

le espera al alma después.
 
 

Isidro: David dijo que Dios puso

los ríos en el desierto,
y que por la sed abierto,
paso a las aguas compuso.
Bebed, señor, y advertid
que la fe todo lo abona.
 
 

Juan de Vargas: ¡Oh, qué divina Helicona

hoy te da el cielo, Madrid!
Esta sí que es Hipocrene.
¡Ingenios, bebed, llegad,
escribid la santidad
que su cristal dulce tiene!
Porque espero que ha de hacer
milagros, tan milagrosa
corriente.

(Sale la ENVIDIA y el DEMONIO acechando.)


Envidia: El alma envidiosa

siento nuevamente arder.
¿Qué te parece de aquesto?
 
 

Demonio: Envidia, vuélvome loco

cuanto más este oro toco,
mas su valor manifiesto.
¡Que este villano se atreva
a la fe del gran Moisén,
y que una peña también
a su aguijada se mueva!
¿Qué es lo que Dios hace aquí?
¿Forma otro segundo Adán
de tierra y nada?
 
 

Envidia: ¿Hoy te dan

estas lanzadas a ti?
 
 

Demonio: Sí, mas con una aguijada.

 
 

Envidia: Que no quiere Dios, es cierto,

como eres ya moro muerto,
darte Luzbel gran lanzada.
 
 

Isidro: A la villa voy, señor.

 
 

Juan de Vargas: Juntos podemos volver,

que también tengo que hacer.
 
 

Isidro: ¡Divina fuente de amor,

esta que habéis hecho aquí;
os ruego que dure y sea
salud de Madrid!

(Vanse ISIDRO y JUAN.)


Demonio: ¡Que crea

este que ha de ser así!
¿No ves que a Dios ha pedido
que permanezca esta fuente?
Yo enturbiaré su corriente.
 
 

Envidia: ¡Tente, no seas atrevido!

Que si estatuas suele haber
en las fuentes, quizá Dios,
atándonos a los dos,
nos querrá en ella poner.
 
 

Demonio: ¿Dios atarme a mí?

 
 

Envidia: ¿No sabes

que te ató por la mejilla
Leviatán?
 
 

Demonio: ¿Qué maravilla

que abra a las aguas süaves
camino, Isidro, en las peñas,
si cuando limosna da
crece el pan?
 
 

Envidia: Si deso ya

tanto sentimiento enseñas,
siente el ver que un peregrino
llegó después de comer,
y comió bien sin haber
en su casa pan y vino.
Como él entre a su despensa,
nunca le falta qué dar.
 
 

Demonio: ¿Cómo le podré engañar?
Envidia: Una estratagema piensa

de las que tu hacer solías
a los del Egipto ya.
 
 

Demonio: Escucha, Envidia, él está

sin su mujer estos días,
porque desde que tuvieron
el hijo que Juan y Inés
bañaron en San Andrés,
nunca más juntos vivieron.
María se fue a una ermita
que de su nombre se llama,
de esa parte de Jarama,
y en ella contenta habita.
Decirte su santidad
es moverte a más invidia
de la que aquí te fastidia;
ni su casta soledad.
Llamemos a la Mentira;
que diga que mil pastores
andan con ella de amores,
y moverémosle a ira;
que viéndose sin honor
tomará alguna impaciencia,
y tras aquesta licencia
podrá dar en otro error.
¿Qué me dices?
 
 

Envidia: Que camines

y que lo pongas por obra;
¿celos no es principio?, sobra;
discordia serán los fines.
 
 

Demonio: ¡Villano, viven los cielos

que no habéis, si hay fuerza en mí,
de subir donde caí,
que hoy tropezaréis en celos!
 

(Vanse, y salen RUBIO y MORATA, pobres.)


   

Rubio: ¿No me diréis de qué modo

se junta esta gente aquí?
 
 

Morata: ¿No veyes que es Cabildo?

 
 

Rubio: ¡Ah!, sí,

y ,¿come el Cabildo todo?
 
 

Morata: Los de aquesta cofradía

se juntan un día en el año.
 
 

Rubio: ¿Comen a fee?

 
 

Morata: No es engaño,

y sabed que es hoy el día
que para más hermandad
comen todos a una mesa.
 
 

Rubio: Que no lo supe me pesa,

Antonio, porque en verdad
que no perdiera tal día:
¿dan mucho?
 
 

Morata: Las sobras dan

de la carne, vino y pan.
 
 

Rubio: ¡Qué bendita cofradía!

Pésame de haber traído
la más pequeña talega.
 
 

(Sale un SOLDADO con una pata gorda.)


   

Soldado: ¡Señora pierna, ya llega

tarde, porque habrán comido!
Duelos la dé Dios, amén,
si no bastan los que tiene,
porque tan despacio viene,

pues ella come también.

Mal la podré sustentar
sino me sustenta a mí.
 
 

Morata: Pierna gorda viene aquí

 
 

Rubio: Pues ¿cuándo suele faltar?

 
 

Morata: Más ducados le ha valido

que si la tuviera sana;
yo pienso que toda es lana,
y que aquel bulto es fingido.
 
 

(Salen SILVESTRA y MARI SECA, pobres.)


   

Mari Seca: A fee, Silvestra, que está

la puerta bien guarnecida.
 
 

Silvestra: ¿Si habrán dado la comida?

 
 

Morata: Todos estamos acá.

¡Oh, Silvestra! ¡Oh, Mari Seca!
 
    

Silvestra: ¿Hemos venido a buen hora?

 
 

Rubio: Cerrado tienen agora,

mas quien madruga, no peca.
 
 

Morata: Yo pienso que está cerrado

porque nadie pueda entrar.
 
 

Ciego: ¿Pues no podremos llamar?

 
 

Morata: Será el llamar excusado.
Ciego: ¿Hay gente?

 
 

Morata: Bueno, aquí está

lo más de la pobrería.
 
 

Ciego: ¿Está Rubio?

 
 

Morata: ¡Pues podía

faltar!
 
 

Ciego: ¿Hay hembras acá?

 
 

Morata: Mari Seca y la Silvestra.

 
 

Ciego: Linda cecina; ¿y quién más?

 
 

Morata: Pierna gorda.

 
 

Ciego: No dirás

que está aquí la infamia nuestra.
 
 

Morata: Si tocáis la chinfonía

quizá os abrirán a vós.
 
 

(Sale ISIDRO con capa y sombrero.)


   

Isidro: Como es la fiesta de Dios

cuelgan su tapicería.
¡Qué ricos, qué hermosos paños!
¡Qué bien pintadas historias,
que muestran en sus memorias
los humanos desengaños!
¡Qué estatuas de honra del suelo!
Mas por nuestra confusión,

estos los Césares son

de la portada del cielo.
Hijos, ¿qué es esto?
 
 

Morata: ¡Oh, amparo

nuestro!
 
 

Rubio: ¡Oh, mi padre querido!

 
 

Soldado: ¡Oh, Isidro! Seas bienvenido.

 
 

Isidro: ¿Queréis comer?

 
 

Morata: ¿No está claro?

 
 

Silvestra: ¿Sois vós de la cofradía?

 
 

Isidro: Cofrade, mis hijos, soy.

 
 

Mari Seca: Muy tarde vais.

 
 

Isidro: Tarde voy.

 
 

Ciego: ¿No llamáis?

 
 

Isidro: Llamar querría.

¡Abra, señor mayordomo!
 
 

Mari Seca: ¡Padre, metednos allá!

 
 

Isidro: Ninguno se quedará

hoy sin comer, si yo como.
 
 

Rubio: Pues él lo dice, yo os juro

que nadie con hambre quede.

(Dentro un MAYORDOMO.)


   

Mayordomo: ¿Quién es? ¿Quién va?

 
 

Isidro: Quien püede.

 
 

Mayordomo: ¿Quién puede?

 
 

Isidro: Yo os lo aseguro.

 
 

Mayordomo: Diga el nombre.

 
 

Isidro: ¿El nombre? Dios.

¡Mirad si Dios puede entrar!
 

(Sale.)


   

Mayordomo: ¿Es hora para llamar?

 
 

Isidro: ¿Es muy tarde?

 
 

Mayordomo: Son las dos.

 
 

Isidro: Quedeme en la iglesia un poco.

 
 

Mayordomo: Sois vós grande rezador.

 
 

Isidro: Hijos, entrad.
Mayordomo: Lindo humor.

 
 

Isidro: Entrad conmigo.

 
 

Mayordomo: Estáis loco,

todos habemos comido;
tu ración se te ha guardado;
para tanto convidado
muy tarde, Isidro, has venido.
Entra tú, comerás solo,
que no hay más que para ti.
 
 

Isidro: Convídase Dios aquí,

Príncipe de polo a polo.
¿Cómo le puede faltar?
¡Entrad, hijos, que Dios mismo
lo ha de dar!
 
 

Mayordomo: ¡Qué barbarismo,

la prisa que da de entrar!
Entrad, la mesa está puesta,
mas con solo un panecillo
y una porción del novillo
que ayer se corrió en la fiesta.
Vino habrá una vez o dos;
fruta, sola una camuesa.
 
 

(Sale la MENTIRA, ENVIDIA y DEMONIO.)


   

Demonio: Ha entrado a hacer franca mesa,

puesta la esperanza en Dios.
 
 

Envidia: ¿Y qué te parece a ti?

 
 

Demonio: Que los dará de comer.

 
 

Mentira: ¿Que tiene tanto poder?

Demonio: Dásele Dios contra mí,

apártate aquí, Mentira,
que hoy has de ser mi reparo.
 
 

(Sale un COFRADE.)


   

Cofrade: ¿Quién de otro milagro raro

no se confunde y admira?
 
 

Mayordomo: ¿Qué ha sido?

 
 

Cofrade: Que Isidro entró

donde su ración estaba;
que apenas pan le quedaba,
y la bendición echó
sobre los viles relieves,
y de suerte hay carne y pan,
que los pobres comerán,
y habrá seis cestas que lleves.
 
 

Mayordomo: ¡Válgame el cielo!

 
 

Cofrade: Esto pasa.

 
 

Mayordomo: Voylo a ver.

 
 

Cofrade: Con ellos come.

 
 

Demonio: Harame que el cielo tome

con el furor que me abrasa.
 
 

Mentira: Mal podrás tomar el cielo

después que se te cayó
de las manos

Demonio: ¿No?, pues yo

tomaré, Mentira, el suelo;
y como viento en la mar
juntaré estrellas y arenas.
 
 

Envidia: ¿Cuándo cesarán mis penas?

¿Quédame más que envidiar?
Mirad cual está sentado
entre sus pobres comiendo,
y ellos bebiendo y riyendo
de mi congoja y cuidado.
La simia de Dios, Luzbel,
le quiere imitar aquí,
que en otro desierto vi,
como el maná de Israel,
sobrar pan de cinco panes,
siendo cinco mil personas.
 
 

Demonio: Si hoy tu frente no coronas,

honra de mis capitanes,
adalid de mis fronteras,
caudillo de mis asaltos,
y sobre muros tan altos
no trepas con mis banderas,
no digas que eres nacida,
Mentira, de mis entrañas.
 
 

Mentira: Tú verás hoy mis hazañas.

 
 

Envidia: Ya se acaba la comida;

los pobres quedan sentados,
Isidro sale a rezar.
 
 

Demonio: Querrale a Dios gracias dar

por todos los convidados.
No es labrador como Adán,
no le dan pan con sudor,
este sí que es labrador,
que come de balde el pan.
¿Pues cómo, Dios no decía
que en el sudor de su cara
le comería?

Envidia: Repara

en que para envidia mía,
después que Dios se da en pan,
anda el pan como de balde.
 
 

Demonio: Tiene el hombre el padre alcalde;

¡coman, revienten!
 
 

Envidia: Sí harán.

 
 

(Sale ISIDRO.)


   

Isidro: Antes que al pobre yo despida, pida,

Dios mío, harina a su molino, lino,
a su mesa real, divino vino,
aquella vid, que da bebida, vida.
   Donde la fe que en mí resida es ida,
todo el sustento que convino, vino,
y aunque de gloria desatino, atino,
que un serafín ni aun la comida mida.
No tanto bien en su balanza, lanza,
mi error, ni doy al viento humano, mano,
que no es la humana confianza, fianza.
   Que puede haber en un gusano, sano,
dichoso yo si está mudanza, danza
al son del cielo mi villano, llano.
 
 

(Mientras ha dicho este soneto se habrán quitado la MENTIRA,
el DEMONIO y la ENVIDIA tres ropas, que traerán quedándose de villanos.)


   

Demonio: En efeto, es el Cabildo.

 
 

Mentira: Luego ¿no lo veis, compadre?
Envidia: ¿Y cómo cualquier cofrade...?

 
 

Mentira: Y os diré cómo.

 
 

Envidia: Decildo.

 
 

Mentira: Después os lo contaré,

que a Juan de Vargas querría
hablar, que se pasa el día,
y hay tres leguas, a la fee
de aquí a Jarama.
 
 

Demonio: ¿Que hoy

os podéis volver allá?
 
 

Mentira: Pues no.

 
 

Envidia: ¿Y qué tenéis acá?

 
 

Mentira: ¿No os digo que a hablarle voy?

 
 

Demonio: ¿Sobre qué?

 
 

Mentira: Sobre que están

con escándalo notable
los del lugar; porque hable
a un crïado suyo Juan;
pienso que Isidro se llama.
 
 

Isidro: A mí dicen.

 
 

Mentira: Porque habita

su mujer en una ermita
que está orilla de Jarama,
que por Juan se la dïeron;
¡nunca la dieran!

Demonio: ¿Por qué?

 
 

Mentira: Porque si a ser santa fue,

tales sus costumbres fueron
que no fue Tays ramera
más loca, pues no hay pastor
con quien no trate de amor
en toda aquella ribera.
 
 

Isidro: ¡Válame Dios!

 
 

Envidia: Bien haréis

en que la saquen de allí.
 
 

Isidro: ¡Que mi mujer vive así!

 
 

Demonio: Yo pienso que le hallaréis

en la puerta de la Vega,
haciendo mal a un caballo.
 
 

Mentira: Adiós, que voy a buscallo.

 
 

Isidro: Piadoso llanto me ciega.

¡Ay, María!, tú de quien
yo aprendía honestidad.
¡Ay, cómo la soledad
no les viene a todos bien!
¡Tú, cuyas santas costumbres
en la noche de mi error
daban mayor resplandor
que al cielo sus altas lumbres!
¡Tú, María, honesta y buena,
de cuya boca no oí
palabra que para mí
no fuese limpia azucena!
¡Tú, deshonesta; tú, ya
tan pública pecadora!
¡Tú! ¡Llorad, ojos, agora
vuestra luz perdida está!
¿La mitad del alma mía
deshonesta? ¡Ojos, llorad,
que perdida la mitad,
peligro correr podría!

¡Ay, Señor!, que mis pecados

habrán sido la ocasión,
mas regalos vuestros son,
que es día de convidados.
Pero podrá ser que note,
del mundo algún bachiller,
que me diste de comer
para cobrar el escote.
Pues, Señor, hagamos cuenta,
que si venís a cobrar,
que mucho os debe agradar
la moneda de una afrenta.
Yo la pongo, Señor bueno,
a cuenta de muchas vuestras,
pues por tantas culpas nuestras
os vistes de afrentas lleno.
Tomalda, Rey soberano,
si es moneda de valor,
mas no se os caiga, Señor,
que tenéis rota la mano.
 
 

(Vanse, y sale MARÍA.)


   

María: Emperatriz del cielo,

a quien bendicen todas las naciones.
Madre nuestra, y consuelo
de todas las humanas aflicciones.
Estrella tramontana,
guía mi noche al sol de tu mañana.
Hermosa Virgen bella,
pues en el mar de la flaqueza humana
eres divina estrella
que alumbra de la noche a la mañana;
y el nombre de María,
repartámoslo así: yo mar, tú guía.
Sin ti nadie llegara;
tú eres el arco que la paz concierta,
que si tu sí faltara
no se viviera en esperanza cierta,
ni se poblara el cielo,
ni viéramos a Dios hombre en el suelo

(Sale un ÁNGEL.)


   

Ángel: María, la envidia fiera

del demonio, que os persigue
para que a tu esposo obligue,
que en vanos celos le altera,
por Madrid ha echado fama
que en deshonestos amores
tratas y hablas los pastores
de la orilla de Jarama.
Él viene a reñirte ya
de esotra parte del río.
 
 

María: Señor, ¿el esposo mío,

conmigo enojado está?
 
 

Ángel: La mentira de quien digo

le ha engañado deste modo,
mas Dios sabrá hacer, que todo
pare en su afrenta y castigo.
Casta y santa eres, María,
pasa el río, habla con él.
 
 

(Vase, y sale ISIDRO.)


   

Isidro: ¡Qué pensamiento crüel,

vencer mi humildad porfía!
Tenedme de vuestra mano,
soberano autor del cielo,
que por la parte del suelo
soy un grosero villano.
El alma, que es celestial,
resiste; el cuerpo no quiere.
 
 

María: No será justo que espere;

y con un enojo igual...

Isidro: Hela allí de la otra parte,

pero ¿cómo pasaré?
 
 

María: Sin duda Isidro me vee;

quejas al aire reparte.
 
 

Isidro: La barca está más arriba,

no tomé la senda bien.
 
 

María: Manto, sed barca también,

pues navega fe tan viva.
 
 

Isidro: ¡Ay mi Dios, el manto ha echado,

y sobre él los pies ha puesto!
 
 

María: Naveguemos, pecho honesto,

al puerto que os ha culpado.
 
 

(Pase el río por su invención, y al llegar de la otra parte
ISIDRO la reciba en sus brazos.)


   

Isidro: ¡María!

 
 

María: ¡Isidro!

 
 

Isidro: Estos brazos

te esperan.
 
 

María: El puerto son

desta mi navegación.

(Sale la ENVIDIA, el DEMONIO y la MENTIRA.)


   

Envidia: Dándose están mil abrazos.

 
 

Demonio: Si María pasa el río

sobre su manto de pies,
¿qué mucho, si a Isidro ves
libre del intento mío? 500
¿Qué es esto, cielos airados?
¿De qué sirvió darle celos?
¡Basta, que en celos y en cielos
siempre somos desdichados!
 
 

Mentira: ¡Notable es la santidad

desta divina mujer!
 
 

Demonio: Es María, ¿qué ha de ser

sino mar con tempestad,
sino martirio crüel
del alma abrasada mía?
Porque el nombre de María
es mar que me anego en él
sobre el agua.
 
 

Envidia: No te espantes,

si otra más alta María
iba a su lado por guía
con mil divinos diamantes,
con mil soberanas luces.
 
 

Demonio: Deslumbrome el resplandor;

no creas tanto favor,
que a mayor mal me conduces.
¿A su lado?
 
 

Envidia: Y de su mano

sospecho que la llevó.
 
 

Demonio: Si ella la mano le dio,

ganó el cielo por la mano,
pero llevando la vara
del más divino Moisés,

¿qué milagro que a sus pies

el río se transformara
en asiento de cristal,
pues a los de quien la guía
hace, para afrenta mía,
la Luna trono inmortal?
 
 

Mentira: ¿Qué quieres de Isidro aquí?

¿Ya qué te queda que intentes?
 
 

Isidro: En fin, María, ¿te sientes

buena?
 
 

María: No lo estoy sin ti,

pero pues tu gusto es,
esta soledad me agrada.
 
 

Demonio: ¿No le ha dicho nada?

 
 

Envidia: Nada.

 
 

Demonio: Vio el desengaño en sus pies.

 
 

Envidia: ¿Qué hacemos los tres aquí,

Tántalos de aqueste río?
 
 

María: ¿Vate bien, Isidro mío?

 
 

Isidro: Bien, aunque enfermo sin ti,

que muy sin regalo estoy.
 
 

María: Dios sabe si te sirviera.

 
 

Isidro: ¿Quiérente en esta ribera?

 
 

María: Bien quista, mi Isidro, soy.

Sus pastoras y pastores
vienen a esta ermita santa
muchas veces.

Mentira: ¿No te espanta

aquel estilo de amores?
 
    

Demonio: Pierdo, Mentira, el juicio.

 
 

Isidro: Mira que no hablen cosas

que a sus almas sean dañosas,
ya que tienes este oficio.
Asea8 mucho el altar,
sal al campo las mañanas,
y de las flores tempranas
le puedes todo adornar.
 
 

María: ¿Cómo están mis dos señoras?

 
 

Isidro: ¿La de Atocha y Almudena

dirás?
 
 

María: Dios me haga büena,

no hablé desas dos auroras;
de doña Inés te decía,
y su hija.
 
 

Isidro: Salud tienen;

las que yo digo a dar vienen
la salud que yo querría.
 
 

María: La de Atocha, ¿cómo está?

 
 

Isidro: En su ermita con su hijo,

¡santo Dios, qué regocijo
el tratar della me da!
Haciendo está cada día
mil maravillas, a honor
suyo, aquel divino autor,
mas pobre está todavía.

María: Algún día querrá Dios

que su humilde casa aumente.
 
 

Demonio: ¡Qué conversación!

 
 

Envidia: Detente.

 
 

Demonio: ¡Que se vayan estos dos

por esta inocencia al cielo,
donde mi sabiduría
no estuvo una hora del día
en que vine, Envidia, al suelo!
 
 

María: La Virgen del Almudena,

¿cómo está?
 
 

Isidro: ¡Pardiez, María!

Morena como solía,
pero siempre está muy buena.
Mucho ampara a los soldados
que contra los moros van.
No me dio licencia Juan,
y aquí estoy con mil cuidados.
María, dame licencia.
 
 

María: Isidro, Dios te acompañe.

 
 

Isidro: No te espantes que me bañe

llanto el rostro con tu ausencia.
Ruégale que me haga tal
como él querría que fuese.
 
 

María: Y tú, para que me hiciese

a tus costumbres igual,
por mí ruega.
 
 

Isidro: ¡Ay, si los dos

nos viésemos en el cielo!
 
 

María: Yo lo espero.
Isidro: Es justo celo.

 
 

María: Isidro, adiós.

 
 

Isidro: María, adiós.

 
 

(Vanse los dos.)


   

Demonio: ¡Rabia en mí, que me consuma!

 
 

Envidia: ¿Qué te parece?

 
 

Demonio: No sé.

 
 

Mentira: ¿Hay tal amor?

 
 

Envidia: ¿Hay tal fe?

 
 

Demonio: ¿Qué ciencia, Envidia, qué pluma,

cómo no saber leer,
creer bien y obrar mejor?
 
 

(Suena ruido.)


   

Mentira: ¿De qué es aqueste rumor?

 
 

Envidia: Pastores deben de ser,

que como el agosto han hecho,
a la ermita de María
traen una Cruz.


Demonio: ¿No había

harto veneno en mi pecho?
 
 

Mentira: Huyamos.

 
 

Envidia: ¿Dónde vas?

 
 

Demonio: Voy

al infierno.
 
 

Envidia: Bien harás.

 
 

Demonio: Isidro, no quiero más

contigo; rendido estoy.
 
 

(Vanse, y salen BARTOLO, CONSTANZA, TERESA, LORENZO, ESTEBAN,
y otros pastores con su Cruz de espigas, y instrumentos; canten así.)


   

Músicos: Vuela caballito, vuela,

darte yo cebada nueva.
 
 

Músico 1.º: Hicieron su agosto.

 
 

Músico 2.º: Por aquestas vegas.

 
 

Músico 1.º: Donde se juntan.

 
    

Músico 2.º: Y casados quedan.

 
 

Músico 1.º: Manzanares verde.


Músico 2.º: Y Jarama bella.

 
 

Músico 1.º: Los pastores suyos.

 
 

Músico 2.º: Después de la siega.

 
 

Músico 1.º: Y de espigas rojas.

 
 

Músico 2.º: Una Cruz compuesta.

 
 

Músico 1.º: Vienen a la ermita.

 
 

Músico 2.º: Quieren ofrecella.

Vuela caballito, vuela,
darte yo cebada nueva.
 
 

Músico 1.º: A Santa María.

 
 

Músico 2.º: Rosa y Madre bella.

 
 

Músico 1.º: A su hijo hermoso.

 
 

Músico 2.º: Lirios y azucenas.

 
 

Músico 1.º: A San Juan Bautista.

 
 

Músico 2.º: Olorosas yerbas.

 
 

Músico 1.º: A San Pedro Apóstol.

 
 

Músico 2.º: Mastranzo y verbena.

 
 

Músico 1.º: A San Roque hermoso.



Músico 2.º: Trigo de las eras.

 
 

Músico 1.º: A San Sebastián.

 
 

Músico 2.º: Trébol y mosquetas.

 
 

Músico 1.º: Al gran San Cristóbal.

 
 

Músico 2.º: Pinos de la sierra.

Vuela caballito, vuela,
darte yo cebada nueva.
 
 
 
 

(Del río, que está hecho,
se levanten MANZANARES
con barba y cabellera,
y JARAMA con unos cabellos rojos
de cáñamo hasta los pies,
en forma de mujer.)

   

Manzanares: ¡Pastores!

 
 

Jarama: ¡Hola, pastoras!

 
 

Bartolo: Cielos, ¿qué es esto?

 
 

Constanza: ¡Ay, Teresa!

¿Qué es lo que sale del río?
¿Qué fantasmas son aquestas?
 
 

Manzanares: No os turbéis; oíd pastores.

 
 

Jarama: Oíd, ¡oh montes!, oíd, selvas,

a vuestro río Jarama,
que hoy habla en voz de profeta.
 
 

Manzanares: A Manzanares oíd,

verdes prados, alamedas
que mis cristales cercáis;
sabréis maravillas nuevas
del Labrador de Madrid.

 

Constanza: ¡Ay, Bartolo, que estoy muerta:

los ríos hablan!
 
 

Bartolo: Pues no.

 
 

Constanza: Eso contaba mi abuela

que fue en tiempo de Lisopo,
¿mas agora?
 
 

Bartolo: Calla necia,

¿nunca has oído decir
que las aguas tienen lenguas?
 
 

Constanza: Dice que hablaban estonces,

como personas, las bestias.
 
 

Bartolo: Y agora también, Constanza,

que hombres hay que hablan como ellas.
 
 

Manzanares: Madrid, fundación de griegos,

cerca de ciento y noventa
años primero que Roma.
Llamada Ursaria y Urserie,
Mantua y Madrid por los moros,
que fue escuela de sus ciencias.
Madrid, a donde nacieron
dos Papas que de la Iglesia
fueron luz, sin otros muchos
nobles por armas y letras;
sabe que eres tan dichosa,
que el cielo envidia tus prendas,
porque habiéndotelas dado
te las quita y se las lleva;
ya quiere llevarte a Isidro,
ya sin Isidro te deja.
Pero el cuerpo soberano
quiere que entre tanto tengas,
que vuelva a juntarse el alma,
y en Dios cuerpo y alma reinan.
Por él quiere que los muertos
resuciten, y que tengan


los ciegos ojos, los mancos

manos, los tullidos piernas.
Saldrán los fieros demonios
de los cuerpos que atormentan;
vendrán libres los cautivos
de Argel, Túnez y Biserta.
Lloverá por él de suerte,
que habrá un moro que prometa,
si llueve, hacerse cristiano;
no lo hará por más que llueva;
mas morirá el mismo día
que no cumpla la promesa;
mas ¿para qué os cuento yo
sus maravillas inmensas,
habiendo de verse tantas
cuando trasladado sea?
 
 

Jarama: Pastores, porque los tiempos,

aunque en vuestras vidas vuelan,
no pueden mostrarse aquí
con las distancias que llegan.
Isidro fue a mejor vida,
que por escusar las tiernas
lágrimas y dar lugar
a que otras cosas se vean,
no era justo que os halléis
a su muerte; mas tenelda
por vida, que muerte en Dios
ya sabéis que es vida eterna;
no se puede aquí mostrar
su muerte; corred apriesa,
que veréis cosas estrañas
que os edifiquen y muevan,
que algunas de las notables
bien es que se vean y entiendan,
porque tengáis más noticia
de sus divinas grandezas;
que después de sepultado
tendrá tantas excelencias,
que en las Navas de Tolosa
el Rey Alfonso le vea
en figura de pastor,
causa que vitoria tenga.
Por donde Fernando el Santo
su imagen de plata ofrezca
a Madrid, y ponga en mármol
Toledo en su santa iglesia.

Manzanares: Id, pastores de Jarama,

a ver su cuerpo en la tierra,
cuerpo cuya carne santa
quieren los cielos que vean
los siglos del gran Felipe,
que después de tantas guerras
será Rey solo de España,
para que en sus tiempos sea
canonizado, y conozca
Roma, entre probanzas ciertas
de sus divinos milagros,
que su carne dura entera
cerca de quinientos años,
y que aunque el agua se seca
de mi río y fuentes claras,
la de la suya se muestra
dando salud en su ermita,
cuya fábrica pequeña,
la Emperatriz Isabel,
del Tercer Felipe abuela
y mujer de Carlos Quinto,
hará edificar de piedra,
que después otros devotos,
aunque con menores fuerzas,
harán de más edificio
y con las almas quisieran.
 
 

Lorenzo: Id presto, amigos pastores.

 
 

Bartolo: Costanza, Lorenzo, Esteban,

¿qué hacemos que no cortamos
flores y olorosas yerbas
que ofrezcamos a su cama?
 
 

Lorenzo: De haber hablado me pesa

mal de Isidro, con envidia.
 
 

Esteban: Yo iré, y con lágrimas tiernas

pediré perdón al Santo.
 
 

Lorenzo: Camina.



Constanza: Vamos, Teresa.

 
 

(Vanse.)

   

(Salen ENVIDIA y DEMONIO.)

   

Envidia: Deja de atormentarme, ¿qué me quieres?

Otra vez a Madrid andar me mandas.
¡Pesado eres, Luzbel, pesado eres!
 
 

Demonio: Y tan pesado, que de las barandas

y corredores del supremo cielo,
por querer junto a Dios llevarme en andas,
caí, con ser espíritu, y al suelo
de las estrellas la tercera parte
traje conmigo en tan pesado vuelo.
 
 

Envidia: ¿Agora cómo puedo yo ayudarte?

Ya Isidro es muerto.
 
 

Demonio: Pasa cuarenta años.

 
 

Envidia: ¿Tan presto?

 
 

Demonio: Sí, que quiero yo enseñarte;

si se han pasado seis mil por nuestros daños,
pasen cuarenta.
 
 

Envidia: Pasen, pues, cuarenta;

mas mira, que son vanos tus engaños.
¿No adviertes cómo a Isidro no contenta
la sepultura, y se aparece a un hombre?
¿No ves cómo Madrid mudarle intenta?


¿No ves que al lado, porque más te asombre,

del altar santo del primer Cristiano,
que como sabes, tuvo Andrés por nombre,
trasladaron el cuerpo soberano
y le tienen agora descubierto?
 
 

Demonio: Corre este tafetán.

 
 

Envidia: Tiembla la mano.

 
 
(Corre una cortina, véase el santo
en una cama sobre el altar, y estén
los pies hacia la gente y la cabeza alta,
de manera que le puedan ver.)

   

Demonio: ¿Que este es Isidro?

 
 

Envidia: Sí.

 
 

Demonio: ¿Que esté en el puerto

del cielo, hecho por áncora un arado?
 
 

Envidia: ¡Rabio de envidia, mi tormento es cierto!

El estar desta suerte levantado,
es en la edad del siglo en que le han puesto,
como haberle Madrid canonizado.
 
 

Demonio: ¿Lámpara tiene?

 
 

Envidia: Sí.

 
 

Demonio: Mátala presto.

 
 

Envidia: ¿Qué importa? Cada sábado del cielo

un ángel baja, y de otra luz compuesto,
la enciende en muestra de su santo celo.


Demonio: ¿Baja?

 
 

Envidia: ¿Pues no lo ves? ¡Qué envidia fiera!

 
 

Demonio: ¡Con ser füego, me convierto en yelo!

 
 
(Por un pilar baja un ÁNGEL
con una vela encendida en la mano,
y llegue hasta la lámpara,
y habiéndola encendido, dice.)

   

Ángel: Isidro, así manda honrarte

el Señor de cielo y tierra;
que si del cielo eres luz
es justo que aquí la tengas.
Hasta que, por la malicia
de los hombres, desfallezca
la devoción, Dios me manda
que cada sábado venga.
Y esta lámpara, que arde
a tu cuerpo santo, encienda.
 
 
 
(Vase.)

   

Envidia: Enciéndeme las entrañas

de la envidia que me queda.
 
 

Demonio: Paso, y mira, que entra un hombre.

 
 

Envidia: ¿Es sacerdote?

 
 

Demonio: Aunque sea

quïen quisiere, he de estar
dando a los cielos mil quejas.


(Sale JUAN SACERDOTE.)

   

Juan Sacerdote: Agora que ninguno verme puede,

con aquestas tijeras cortar quiero,
deste Sansón, que al otro en fuerza excede,
algo de los cabellos; que al entero
cuerpo no me parece justa cosa
que se atreva mi mano; ya ¿qué espero?
Isidro, perdonad; cabeza hermosa
que allá corona el sol, dadme el cabello.
¡Cortelo! ¡Oh, gran favor! ¡Oh, hazaña hermosa!
Quiero en aqueste tafetán ponellos.
¡Válgame el cielo, qué dolor me ha dado!
¡Parece que me están ahogando el cuello,
Santo bendito, a vuestros pies postrado
pido perdón!
 
 

Demonio: ¿No ves aquello?

 
 

Envidia: En todo

tengo de hallar, si aquí me estoy, cuidado.
 
 
(Salen LUDOVICO y FERNANDO, criados del Rey.)

   

Ludovico: Todo pasa, Fernando, deste modo.

 
 

Demonio: ¿Dos crïados del Rey son estos?

 
 

Envidia: Mira

lo que dicen.
 
 

Fernando: Si fuera un noble godo,

un caballero ilustre, donde aspira
la sangre a grandes cosas, no tuviera
las grandezas que cuentas por mentira.
 

Ludovico: Advierte que hablas mal desa manera.

 
 

Fernando: Pues ¿quieres tú que crea que un villano

hace milagros?
 
 

Envidia: Aquí aparte espera;

bien dices que es error del vulgo vano;
no llegues, no le estimes, que es locura.
 
 

Fernando: Que todo es invención tengo por llano.

¿Los campos de Madrid, la tierra dura,
quieres tú que los ángeles arasen
porque lo juró Juan y afirma el cura?
¿Los muertos puede ser resucitasen
a la voz deste? ¡Ay, cielo! ¿Quién me toca?
¿Quién hace que mi boca y lengua abrasen?
¡Jesús! ¡Jesús!
 
 

Ludovico: ¿Qué tienes?

 
 

Fernando: Una roca

el corazón me oprime.
 
 

Ludovico: Porque veas

que el cielo se ofendió de tu fe poca;
llega al sepulcro, si salud deseas.
 
 

Demonio: ¿No miras que le castiga

el cielo?
 
 

Envidia: Luzbel, ¿qué importa,

si ya van con él al Santo
su sepulcro y le perdona?
Pero ¿qué gente es aquesta,
qué alabarderos en tropa?
Persona Real parece.
 
 

Demonio: ¡Como! ¿La misma persona

de la Reina doña Juana,
mujer del que agora nombran,
Segundo Enrique, también
su cuerpo y milagros honra?

Envidia: ¿Para qué aguardamos siglos?

Huye, que si aquí tu loca
soberbia te tiene ciego,
por esta humildad dichosa
vendrá el siglo en que Filipe
reine, y por ventura, en Roma,
le veas canonizar.
 
 

Demonio: Bien dices, loco me torna

el ver que tantos milagros
haga un hombre que con toscas
abarcas pisa los cielos
para pisarme la boca.
 
 

Envidia: ¿Que un capote de dos faldas

ceñido con una soga
sea un alba más que el sol,
y ella una preciosa estola?
¿Que este caminase al cielo,
llevando en unas alforjas
tantas obras y virtudes?
 
 

Demonio: ¡Huye!

 
 

Envidia: Pensarlo me asombra.

 
 
(Vanse, y salen alabarderos y acompañamiento,
un MAYORDOMO, y la REINA detrás,
y el CURA DE SAN ANDRÉS.)

   

Reina: Yo vengo determinada.

 
 

Cura de San Andrés: Vuestra Majestad, señora,

mire bien.


 

Reina: Dejadme, padre,

que todo es honra y gloria
deste labrador divino.
 
 

Cura de San Andrés: Su Majestad llegue sola.

 
 
(De rodillas.)

   

Reina: Isidro santo, esta Reina,

aunque humilde y pecadora,
para tener por reliquias,
este dedo solo os corta;
que engastado en mil diamantes
traeré al cuello.
 
 

Mayordomo: Es justa cosa

que esta reliquia posea
tan gran Reina, pues le adora.
 
 

Reina: Padre, yo me voy.

 
 

Cura de San Andrés: El cielo

dé a Enrique tantas vitorias,
que espante el nombre español
desde el ocaso al aurora.
 
 

Reina: ¡Ay, cielo! Subir no puedo

la grada.
 
 

Mayordomo: Subid, señora.

 
  

Reina: No puedo, Almirante.



Mayordomo: ¿Cómo?

 
 

Reina: ¡Jesús, qué temor me asombra!

Cuando llego vuelvo atrás.
 
 

Juan Sacerdote: Señora, volver importa

lo que al Santo habéis quitado,
que alguna mano piadosa
le cortó algunos cabellos
y llegó a la muerte agora,
hasta que se los volvió.
 
 

Reina: Isidro santo, perdona,

pues que tú sabes mi celo;
labrador divino, toma
tus reliquias soberanas.
 
 

Mayordomo: Prueba ahora.

 
 

Reina: Tiemblo toda.

 
 

Mayordomo: ¿Salió?

 
 

Cura de San Andrés: ¿No lo ves?

 
 

Juan Sacerdote: Aquí

acaba, ¡oh villa famosa!
de tu Santo labrador,
la santa y notable historia.
 
 


 
Fin de la Comedia de San Isidro labrador de Madrid