Ir al contenido

Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo XVII

De Wikisource, la biblioteca libre.
Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
de Alonso Fernández de Avellaneda
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Tomo II, Parte VI
Capítulo XVII

Capítulo XVII

En que el ermitaño da principio a su cuento de los felices amantes


«-Cerca los muros de una ciudad de las buenas de España, hay un monasterio de religiosas de cierta orden, en el cual había una, entre otras, que lo era tanto, que no era menos conocida por su honestidad y virtudes que por su rara belleza. Llamábase doña Luisa, la cual, yendo cada día creciendo de virtud en virtud, llegó a ser tan famosa en ella, que por su oración, penitencia y recogimiento mereció que, siendo de solos veinte y cinco años, la eligiesen por su perlada las religiosas del convento de común acuerdo, en el cual cargo procedió con tanto ejemplo y discreción, que cuantos la conocían y trataban la tenían por un ángel del cielo.

»Sucedió, pues, que cierta tarde, estando en el locutorio del convento un caballero llamado don Gregorio, mozo rico, galán y discreto, hablando con una deuda suya, llegó la priora, a quien él conocía bien por haberse criado juntos cuando niño, y aun querido algo con sencillo amor, por la vecindad de las casas de sus padres; y, viéndola él, se levantó con el sombrero en la mano y, pidiéndola de su salud y suplicándola emplease la cumplida de que gozaba en cosas de su servicio, le dijo ella:

»-Esté vuesa merced, mi señor don Gregorio, muy en hora buena, y sepamos de su boca lo que hay de nuevo, ya que sabemos de su valor con la merced que nos hace.

»-Ninguna -respondió él- puede hacer quien nació para servir hasta los perros desta dichosa casa; ni sé nuevas de que avisar a vuesa merced, pues no lo serán de que de las obligaciones que tengo a mi prima nacen mis frecuentes visitas, y la que hoy hago es a cuenta de un deudo que le suplica en un papel le regale con no sé qué alcorzas, en cambio de ocho varas de un picotillo famoso o perpetuán vareteado que le envía.

»-Bien me parece -dijo la priora-, pero con todo, vuesa merced me la ha de hacer a mí de que, en acabando con doña Catalina, se sirva de llevar de mi parte este papel a mi hermana (que basta decir esto para que sepa en qué convento, pues no tengo más que la religiosa), de la cual aguardo ciertas floreras para una fiesta de la Virgen que tengo de hacer, con obligación de que ha de dar orden vuesa merced en que se me traigan esta tarde con la respuesta; que, por ser el recado de cosa tan justificada, y vuesa merced tan señor mío casi desde la cuna, me atrevo a usar esta llaneza.

»-Puede vuesa merced -respondió el caballero- mandarme, mi señora, cosas de mayor consideración; que, pues no me falta para conocer mis obligaciones, tampoco me faltará, mientras viva, el gusto de acudir a ellas; que más en la memoria tengo los pueriles juguetes y los asomos que entre ellos di de muy aficionado servidor de ese singular valor de lo que vuesa merced puede representarme.

»Rióse la priora, y medio corrióse de la preñez de dichas razones, con que se despidió luego, diciendo lo hacía por no impedir la buena conversación, y porque le quedase lugar de hacerle la merced suplicada, cuya respuesta quedaba aguardando.

»Apenas se hubo despedido ella, cuando don Gregorio hizo lo mismo de su prima, deseosísimo de mostrar su voluntad en la brevedad con que acudía a lo que se le había mandado. Fue al monasterio do estaba la hermana de la priora, cuyas memorias fueron representando de suerte a la suya su singular perfección, hermosura, cortesía de palabras, discreción y la gravedad y decoro de su persona, juntamente con la prudencia con que le había dado pie para que, sirviéndola en aquella niñería, la visitase, que con la batería deste pensamiento se le fue aficionando en tanto estremo, que propuso descubrille muy de propósito el infinito deseo que tenía de servilla luego que volviese a traelle la respuesta.

»Llegó con esta resolución al torno del convento de la hermana; llamóla, diole el papel y prisa por su respuesta, y ofreciósele cuanto pudo. Y, agradeciendo su término doña Inés (que éste era el nombre de la hermana de la priora), diole la deseada respuesta a él, y a un paje suyo las curiosas flores de seda que pedía, compuestas en un azafate grande de vistosos mimbres.

»Volvió luego, contentísimo con todo, don Gregorio a los ojos de la discreta priora; y, llegando al torno de su convento y llamándola, pasó al mismo locutorio en que la había hablado, por orden della, no poco loco del gozo que sintió su ánimo por la ocasión que se le ofrecía de explicarle su deseo en la plática, que de propósito pensaba alargar para este efecto, como quien totalmente estaba ya enamorado della.

»Apenas entró en la grada el recién amartelado mancebo, cuando acudió a ella la priora, diciéndole:

»-A fe, mí señor don Gregorio, que hace fielmente vuesa merced el oficio de recaudero, pues dentro de una hora me veo con las deseadas flores, respuesta de mi hermana y en presencia de vuesa merced, a quien vengo a agradecer como debo tan extraordinaria diligencia.

»-Señora mía -respondió él-, por eso dice el refrán: "Al mozo malo, ponelde la mesa y envialde al recaudo".

»-Está bien dicho -replicó ella-, pero ese proverbio no hace, a mi juicio, al propósito; porque ni a vuesa merced tengo por malo ni en esta grada hay mesa puesta, ni es hora de comer; si no es que vuesa merced lo diga (que a eso obligan esas razones) porque le sirva con algunas pastillas de boca o otra niñería de dulce. Y si a ese fin se dirige el refrán, acudiré presto a mi obligación con grande gusto.

»-No ha dado vuesa merced en el blanco -respondió don Gregorio-; que, sin que hable de pastillas ni conservas, sustentaré fácilmente se halla y verifica en este locutorio cuanto el refrán dice.

»-¿Cómo -respondió doña Luisa- me probará vuesa merced que es mal mozo?

»-Lo más fácil de probar -dijo él- es eso, pues malo es todo aquello que para el fin deseado vale poco; y, valiéndolo yo para cosas del servicio de vuesa merced, que es lo que más deseo y a quien tengo puesta la mira, bien claro se sigue mi poco valor. Y no teniéndole, ¿qué puedo tener de bondad, si ya no es que de la vuesa merced me la comunique, como quien está riquísima della y de perfecciones?

»-Gran retórico -dijo la priora- viene vuesa merced, y más de lo que por acá lo somos para responderle; que, en fin, somos mujeres que nos vamos por el camino carretero, hablando a lo sano de Castilla la Vieja. Aunque, con todo, no dejaré de obligarle a que me pruebe cómo se salva lo que dijo, que dejó la mesa puesta cuando fue con el papel que le supliqué llevase a mi hermana, ya que aparentemente me ha probado que es mal mozo.

»-Eso, señora mía -respondió él-, también me será cosa poco dificultosa de probar; porque donde se ve el alegría de los convidados y el contento y regocijo de los mozos perezosos, juntamente con el concurso de pobres que se llegan a la puerta, se dice que está ya la mesa puesta y que hay convite. Lo mismo colegí yo del gozo que sentí cuando merecí ver esa generosa presencia de vuesa merced, que se me ofrecía con ella, pues vi en ese bello aspecto, digno de todo respecto, una esplendidísima mesa de regalados manjares para el gusto, pues le tuve y tengo el mayor que jamás he tenido en ver la virtud que resplandece en vuesa merced, pan confortativo de mis desmayados alientos, acompañada de la sal de sus gracias y vino de su risueña afabilidad; si bien me acobarda el cuchillo del rigor con que espero ha de tratar su honestidad mi atrevimiento, si ya esa singular hermosura, despertador concertado dél, no le disculpa.

»Quedósela mirando sin pestañear, dichas estas razones, saltándosele tras ellas algunas lágrimas de los amorosos ojos, harto bien vistas y mejor notadas de doña Luisa, a cuyo corazón dieron no pequeña batería; aunque disimulándola y encubriendo cuanto pudo la turbación que le causaron, le respondió con alegre rostro, diciendo:

»-Jamás pensara de la mucha prudencia y discreción de vuesa merced, señor don Gregorio, que, conociéndome tantos años ha, pudiese juzgarme por tan bozal que no llegue a conocer la doblez de sus palabras, el fingimiento de sus razones y la falsedad de los argumentos con que ha querido probar la suficiencia de mi corto caudal. Mas pase por agora el donaire (que por tal tengo cuanto vuesa merced ha dicho), y, pues tiene en esta casa prima de las prendas de doña Catalina, que le desea servir en estremo, no tiene que pretender más, pues cuando lo haga, no sacará de sus desvelos sino un alquitrán de deseos difíciles de apagar si una vez cobran fuerza; pues la mesma imposibilidad les sirve a los tales de ordinario incentivo, en quien se ceban, pues de contino el objecto presente, que mueve con más eficacia que el ausente a la potencia, muestra la suya cuando lucha con los imposibles que tenemos las religiosas. Con esto (pues vuesa merced me entenderá como discreto), pienso he bastantísimamente satisfecho a las palabras y muestras de voluntad de vuesa merced; y con ello le despide la mía, pero no de que me mande cosas de su servicio, más conformes a razón y de menos imposibilidad; que haciéndolo, podrá vuesa merced acudir una y mil veces a probar las veras de mi agradecimiento. Y cuando las ocupaciones de mi oficio me tuvieren ocupada, no faltarán religiosas de buen gusto que no lo estén para acudir en mi lugar a servir y entretener a vuesa merced.

»Había estado don Gregorio oyendo esta despedida equívoca con estraña suspensión, mirando siempre de hito en hito a quien se la daba. Y, desocupado de oír, respondió agradecía mucho la merced que se le hacía, pues cualquier, por pequeña que fuese, le sobraba; pero que entendía quedaba de suerte con la llaga que la vista de sus blancas tocas y bellísimo rostro (manteles ricos de la mesa que de sus gracias había puesto a su voluntad) le había causado, que tenía su vida por muy corta si su mano, en quien ella estaba, no le concedía algún remedio para sustentarla.

»Despidióse la priora tras esto dél, diciéndole se reportase y fiase lo demás del tiempo y de la frecuencia de las visitas, para las cuales de nuevo le daba licencia. Volvióse don Gregorio a su casa tan enamorado de doña Luisa, que de ninguna manera podía hallar sosiego. Acostóse sin cenar, lamentándose lo más de la noche de su fortuna y de la triste hora en que había visto el bello ángel de la priora. La cual, luego también que se apartó dél, se subió con el mismo cuidado a su celda, do comenzó a revolver en su corazón las cuerdas razones que don Gregorio le había dicho, las lágrimas que en su presencia y por su amor había derramado, la afición grande que le mostraba tener y el peligro de la vida con que a su parecer iba si no le hacía algún favor. Y el ser él tan principal y gentil hombre, y conocido suyo desde niño, ayudó a que el demonio (que lo que a las mujeres se dice una vez, se lo dice a solas él diez) tuviese bastante leña con ello para encender, como encendió, el lascivo fuego con que comenzó a abrasarse el casto corazón de la descuidada priora. Y fue tan cruel el incendio, que pasó con él la noche, con la misma inquietud que la pasó don Gregorio, imaginando siempre en la traza que ternía para declararle su amoroso intento.

»Venida la mañana, bajó luego con este cuidado al torno, y, llamando una confidente mandadera, le dijo:

»-Id luego a casa del señor don Gregorio, primo de doña Catalina, y decilde de mi parte que le beso las manos y que le suplico me haga merced de llegarse acá esta tarde, que tengo que tratar con él un negocio de importancia.

»Fue al punto la recaudera, cuyo recado recibió don Gregorio con el gusto que imaginar se puede, asentado en la cama, de la cual no pensaba levantarse tan presto, y dijo a la mujer:

»-Decid a la señora priora que beso a su merced las manos, y que me habéis hallado en la cama, en la cual estaba de suerte, que, a no mandármelo su merced, no me levantara della en muchos días, porque el mal con que salí de su presencia ayer tarde me ha apretado esta noche con increíble fuerza. Pero ya con el recado cobro la necesaria para poder acudir, como acudiré, a las dos en punto a ver lo que manda su merced.

»Fuese la mandadera y quedó el amante caballero totalmente maravillado de aquella novedad, y no sabía a qué atribuirla. Por una parte, consideraba el rigor con que el día pasado le había despedido; y por otra, el enviarle a llamar tan deprisa para comunicarle, como la mandadera le había dicho, un negocio de importancia, le aseguraba o prometía algún piadoso remedio. Aguardaba con sumo deseo el fin de la visita; y, llegada la hora de hacella, fue puntualísimamente al convento. Y, avisando en el torno y cobrada respuesta en él de que pasase a la grada, fue a ella, do estuvo esperando a que la priora saliese, haciéndosele cada instante de su tardanza un siglo. Pero salió dentro de breve rato, risueña y con muestras de mucha afabilidad, diciéndole, no sin turbación interior:

»-No quiere tan mal a vuesa merced como piensa, mi señor don Gregorio, quien le ha enviado a llamar en amaneciendo con tanto cuidado; pero hámele causado tan grande las muestras de indisposición con que vuesa merced se fue anoche, que, temiendo no naciese ella del cansacio tomado en ir y venir del convento de mi hermana a éste, a mi cuenta, me ha parecido quedaba también a ella el saber lo uno de su salud y lo otro el divertille esta tarde de la pasada melancolía, causada de mi inadvertencia. Que sin duda de la que debí tener en el hablar tomó vuesa merced ocasión para decirme aquellas tan amorosas cuanto estudiadas razones con que pretendió darme a entender, a vueltas de aquellas fingidas lágrimas, le desvelaban mis memorias y enamoraban mis cortas prendas. Pero no le ha salido mal el intento, si le tuvo, de obligarme con eso a que le enviase a llamar, pues en efecto ha salido con él. Y si ese ha sido el artificio motriz de aquel fingimiento, dígame vuesa merced agora sin él, pues me tiene presente, su pretensión; que para ello le da cumplidísima licencia mi natural vergüenza, pues, como dicen, el oír no puede ofender. Y hago esto porque, como me dijo vuesa merced al despedirse había yo de ser causa de su temprana muerte, no me ha parecido debía dar lugar a que el mundo me tuviese por homicida de quien tantas partes tiene y es por ellas digno de vivir los años que mi buen deseo suplica a Dios le dé de vida, confiada en que no perderemos nada los desta casa en que la tenga larguísima quien tan bienhechor es della.

»Respondióle don Gregorio, cobrando un nuevo y cortés atrevimiento, diciendo:

»-Ha sido tan grande, señora mía, la merced que hoy se me ha hecho y va haciendo agora, y hállome tan incapaz de merecerla, que me parece que, aunque los años de mi vida llegasen a ser tantos cuantos prometen los nobles y religiosos deseos de vuesa merced, no podía pagar en ellos, por más que los emplease en servicio desta casa, la mínima parte della. Pero ya que no la puedo pagar con caudal equivalente, pagaréla, a lo menos, con el que agora corre entre discretos, que es con notable agradecimiento y confesión de perpetuo reconocimiento. Aunque quiero que vuesa merced entienda (y esto sabe el cielo cuánta verdad es) que si no acudiera con la brevedad que acudió con el recaudo y esperanzas de su vista, ya no la tuviera yo, ni vida con ella, a la hora presente, según me apretaba la pasión amorosa que las gracias de vuesa merced me causan. Pero ya de aquí adelante pretendo mirar por mi vida, para tener siquiera qué emplear en servicio de quien tan bien sabe dármela cuando menos la confío. Y porque acabe de conocer prosiguirá vuesa merced el hacérmela, quiero atrevidamente pedir otra de nuevo, confiado en lo que acaba de decir de que gusta de mi vida.

»-Veamos -dijo la priora- qué cosa es, y, conforme a la petición, se podrá fácilmente juzgar si será justo concederla o no. Diga vuesa merced.

»-Yo, señora, no pido nada -replicó él-; que no querría me sucediese lo de anoche, de dar pesadumbre a vuesa merced.

»-Sin duda -dijo ella-, que debe de ser, según se le hace de mal el decirlo, algún pie de monte de oro.

»-No es -respondió don Gregorio- sino una mano de plata, que tales son las blanquísimas de vuesa merced, para besarla por entre esta reja.

»-Aunque haya sido atrevimiento, señor don Gregorio -replicó la priora-, no dejaré de usar desa llaneza y libertad por haberlo prometido.

»Y, sacando de un curioso guante la mano, la metió por la reja, y don Gregorio, loco de contento, la besó, haciendo y diciendo con ella mil amorosas agudezas, y ella le dijo:

»-Agora, ¿estará vuesa merced contento?

»-Estoylo tanto -replicó el nuevo amante-, que salgo de juicio, pues con esto cobro nueva vida, nuevo aliento, nuevo gozo y, sobre todo, nuevas esperanzas de que se lograrán más de cada día las mías; y así, podré decir está todo mi ser en la mano de vuesa merced, en la cual, como pongo los ojos, pongo y pondré mientras viva mis deseos y memorias.

»-Pues, señor don Gregorio -dijo doña Luisa-, ya no es tiempo de disimulación ni de que vuesa merced ignore que si me ama con las veras que finge, no hace cosa que no me la deba; y si he disimulado hasta agora, ha sido no con poca violencia de mi voluntad. Pero forzábanla el ser mujer y religiosa y cabeza de cuantos lo son en esta grave casa, y también que deseaba enterarme y ver si la perseverancia confirmaba los asomos del amor que con palabras y lágrimas me comenzó a mostrar. Pero ya que mi ceguera me obliga a que crea lo que tan difícil es de averiguar, digo que soy contentísima de que todos los días me visite, y aun le suplico lo haga, variando las horas para mayor disimulación. Y advierta vuesa merced hago más en confesarme ciega y amante que en cuanto tras eso diere lugar a vuesa merced, pues el mayor imposible que sentimos las mujeres es el haber de otorgar amamos a quien con sola esa confesión suele tomar ánimo para condenarnos a perpetuo desprecio y desesperados celos. ¡Plegue a Dios no me suceda a mí así! Libertad terná vuesa merced de hablarme sin impedimiento; que el ser priora me da aquélla y me quita éstos; y crea vuesa merced que, perseverando, pienso serle autora de mayores servicios. Y baste por agora, y vuesa merced se vaya; que quedo confusísima de mi determinación y de la poca fuerza que en mí siento para resistir a mayores baterías. Y lo demás quede para otro día.

»Despidiéronse con esto, quedando los dos tan enamorados como dirá el suceso del verdadero cuento. Luego comenzaron a andar los recados, los billetes, y a frecuentarse las visitas, enviándose regalos y presentes de una parte y otra, con tanta frecuencia que ya daban de sí no poca nota; si bien, como todos veían la autoridad de la priora, no reparaban tanto en ello como fuera razón.

»Duróles este trato por más de seis meses, hasta que, estando los dos un día hablando en el locutorio, comenzó don Gregorio a maldecir las rejas, que eran estorbo de que él gozase del mejor bien que gozar podía y deseaba; y lo mesmo decía ella; que era de suerte su amor, y estaba tan perdida por el mozo y tan otra de lo que solía, y era tan frecuentadora de billetes y ternuras, que hasta el mismo don Gregorio se espantaba de verla tal. Y fue de manera que ella fue quien dio principio a su misma perdición, pues le dijo esa mesma tarde:

»-¿Es posible, señor, que, mostrándome el amor que me mostráis, seáis tan pusilánimo y tan para poco, que no deis traza de entrar de noche por alguna secreta parte adonde podamos gozar ambos sin zozobras el dulce fruto de nuestros amores? ¿No advertís que soy priora y que tengo libertad para poderlo hacer con el debido secreto? Yo, a lo menos de mi parte, si vos os disponéis para ello, harto bien trazado lo tengo con mi deseo y facilitado con vuestra cobardía; y aun si no fuera ella tanta, podríais sacarme de aquí y llevarme a donde os diese gusto, pues vivo y estoy en todo dispuesta de seguir el vuestro.

»Maravillado don Gregorio desta determinación, la respondió:

»-Ya, prenda mía, os he dicho muchas veces que estoy aparejado para todo aquello que fuere de vuestro entretenimiento y regalo; y así, pues me enseñáis lo que debo hacer, será el negocio desta manera. Yo tomaré dos caballos de casa de mi padre, recogiendo juntamente della todo el más dinero que pudiere, y vendré a la medianoche por la parte del convento que mejor y más secreto os pareciere. Y saliendo dél, subiréis en el uno, yo en el otro, y así, nos iremos juntos a media posta a algún reino estraño, donde, sin ser conocidos, podremos vivir todo el tiempo que nos diere gusto. Y vos, pues tenéis las llaves del dinero, plata y depósitos deste convento, podréis también recoger la mayor suma de cosas de valor que podáis, para que vamos así seguros de no vernos jamás en necesidad.

»-Así me parece bien -replicó ella que se debe hacer.

»Quedaron desde luego de concierto de que su ida fuese a la una de la noche del siguiente domingo, después de dichos los maitines, hora en que el galán sin falta estaría aguardando a la puerta de la iglesia con los caballos; que, pues ella se quedaba las noches con las llaves de casa, fácilmente podría abrir la sacrestía y salir por ella al dicho puesto por la puerta principal de la iglesia, con presupuesto de caminar la misma noche diez o doce leguas a toda diligencia, para que, cuando los echasen menos, fuese más dificultoso el hallarlos.

»Con este concierto y con el de que don Gregorio le enviaría bien envueltos, como si fuese colgadura, unos curiosos vestidos de dama con que saliese, se despidieron. Y, en haciéndolo, comenzó la priora a dar orden en su partida, cosiendo en un honesto faldellín que había de llevar debajo, las doblas que pudo recoger, que no fueron pocas; poniendo en una bolsa otra gran cantidad de moneda de plata, para llevarla más a mano; de suerte que sacó del convento entre moneda y joyas más de mil ducados.

»La mesma prevención hizo don Gregorio, el cual, contrahaciendo las llaves de ciertos cofres de su padre, sacó dellos más de otros mil ducados, sin otra gran cantidad de dineros que pidió prestados a amigos; que, con la confianza de que era hijo único y mayorazgo de caballeros de más de tres mil de renta, fue fácil hallar algunos que se los prestasen.

»Llegado el concertado domingo, a las doce de medianoche, hora de universal silencio por la seguridad que dan los primeros sueños, que, por serlo, son más profundos, se bajó don Gregorio, con la aprestada maleta de lo que había de llevar, a la caballeriza, y, ensillando en ella dos de los mejores caballos, sin ser de nadie sentido, se salió de casa y fue al monasterio, do estuvo aguardando en la puerta de la iglesia a que su querida doña Luisa saliese. La cual, acabados los maitines, se volvió a su celda y, quitándose en ella los hábitos, se vestió las ropas de secular que don Gregorio le había enviado y tenía en un arca, como queda dicho; y, poniendo las de religiosa sobre una mesa y dejando allí una bien larga carta escrita de la causa que sus amores le dieron para irse, como se iba, con don Gregorio, dejó, ni más ni menos, allí una vela encendida, con el breviario y rosario, de quien siempre había sido devotísima, y por él lo había sido en sumo grado de la Virgen, Señora Nuestra, toda su vida. Y, tomando tras esto un gran manojo de llaves, las cuales eran de toda la casa y de la iglesia, se salió de la celda lo más pasito que le fue posible; y se fue por el claustro y bajó a la sacristía, y, abriéndola sin ser sentida, salió al cuerpo de la iglesia con las llaves en la mano. Y, habiendo de pasar al salir della por delante de un altar de la Virgen benditísima, de cuya imagen era particular devota y le celebraba todas las fiestas suyas con la mayor solenidad y devoción que podía, a la que llegó delante della, se hincó de rodillas, diciendo con particular ternura interior y notable cariño de despedirse della, privándose del verla, porque era la cosa que más quería en esta vida:

»-Madre de Dios y Virgen purísima, sabe el cielo y sabéis vos cuánto siento el ausentarme de vuestros ojos; pero están tan ciegos los míos por el mozo que me lleva, sin hallar fuerzas en mí con que resistir a la pasión amorosa que me lleva tras sí, voy tras ella sin reparar en los inconvenientes y daños que me están amenazando. Pero no quiero emprender la jornada sin encomendaros, Señora, como os encomiendo con las mayores veras que puedo, estas religiosas que hasta ahora han estado a mi cargo. Tenelde, pues, dellas, Madre de piedad, pues son vuestras hijas, a las cuales yo, como mala madrastra, dejo y desamparo. Amparaldas, digo, Virgen santísima, por vuestra angélica puridad, como verdadero manantial de todas las misericordias, siendo como sois la madre de la fuente dellas: de Cristo, digo, nuestro Dios y Señor. Volved y mirad, os suplico otra vez, en mi lugar, por estas siervas vuestras que aquí quedan, más cuidadosas de su limpieza y salvación que yo, que voy despeñándome tras lo que me ha de hacer perder lo uno y lo otro, si vos, Señora, no os apiadáis de mí. Pero, confío que lo haréis, obligada de vuestra inexplicable y natural piedad y de la devoción con que siempre he rezado vuestro santísimo rosario.

»Y, dicha esta breve oración, y hecha tras ella una profunda reverencia a la imagen, abrió el postigo de la iglesia y, abierto, se volvió a dejar las llaves delante del dicho altar de la Virgen, tras lo cual se salió a la calle, entornando tras sí la puerta. Apenas estuvo fuera della, cuando le salió al encuentro don Gregorio, que la estaba aguardando hecho ojos; y, tomándola en brazos (tras haberla tenido un breve rato entre los suyos amorosos haciendo desenvolturas que el recelo de no ser vistos le consintió), la subió en el caballo que le pareció más manso, con que comenzaron luego a caminar, de suerte que los vino a tomar el día seis o siete leguas lejos de a donde habían salido. Y en el primer lugar se proveyeron de todo lo necesario tocante a la comida, con fin de no entrar en poblado, si no fuese de noche, para hurtar así el cuerpo a la mucha gente que tenían por sin duda iría en su busca.

»En efeto, señores, que aquélla que había profesado y prometido castidad a Dios, y la había guardado hasta entonces con notables muestras de virtud (permitiéndolo así su divina Majestad por su secreto juicio y por dar muestras de su omnipotencia, la cual manifiesta, como canta la Iglesia, en perdonar a grandes pecadores gravísimos pecados, y por mostrar también lo que con Él vale la intercesión de la Virgen gloriosísima, madre suya, y con cuántas veras la interpone ella en favor de los devotos de su santísimo rosario), la perdió por un deleite sensual y momentáneo, yendo a rienda suelta por el camino fragoso de sus torpezas, olvidada de Dios, de su profesión y de todos los buenos respetos que a quien era debía. Mas no hay que maravillarse hiciese esto, dejada de la mano de Dios, pues, como dice san Agustín, más hay que espantarse de los pecados que deja de hacer el alma a quien desampara su divina misericordia que de los que comete; que eso, dice David, vocean los demonios, enemigos de nuestra salvación, al hombre que llega a tal miseria, tomando ánimo por ello de perseguirle y prometiéndose vencerle en todo género de vicios: Deus dereliquit eum; persequimini et comprehendite eum, quia non est qui eripiat.

»Continuaron su camino los ciegos amantes, con los justos miedos y sobresaltos que imaginarse pueden de quien anda en desgracia de Dios, algunos días, sin parar jamás hasta que llegaron a la gran ciudad de Lisboa, cabeza del ilustre reino de Portugal. Allí, pues, hizo don Gregorio una carta falsa de matrimonio; y, alquilando una buena casa, compró sillas, tapices, bufetes, camas y estrado con almohadas para su dama, con el demás ajuar necesario para moblar una honrada casa, comprando juntamente para el servicio della un negro y una negra. Cargó tras esto de galas y joyas para adorno suyo y de su bella doña Luisa.

»Pasaron la vida muchos días, acudiendo en aquella ciudad a todo cuanto apetecían sus ciegos sentidos, como fuese de entretenimiento, disolución y fausto, sin perder fiesta ni comedia la gallarda forastera (que así la llamaban los portugueses) de cuantas en Lisboa se hacían. Paseaba también sus calles don Gregorio de día, ya con una gala y caballo, y ya con otro, gozando sin escrúpulo ninguno de conciencia de aquella pobre apóstata perlada, olvidado totalmente de Dios y sin rastro de temor de su divina justicia; porque, como dice el Espíritu Santo por boca de Salomón, lo que menos teme el malo, cuando llega a lo último de su maldad, es a Dios. Dos años estuvieron en Lisboa los ciegos amantes, gastándolos en la vida más libre y deleitosa que imaginarse puede, pues todo fue galas, convites, fiestas y, sobre todo, juegos, a que don Gregorio se dio sin moderación alguna.