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Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: Capítulo XXV

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Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
de Alonso Fernández de Avellaneda
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Tomo II, Parte VII
Capítulo XXV

Capítulo XXV

De cómo al salir nuestro caballero de Sigüenza encontró con dos estudiantes, y de las graciosas cosas que con ellos pasaron hasta Alcalá


Luego que hubo amanecido, se fue el mesonero a llamar, como don Quijote le había mandado, un ropavejero; y trajo consigo el más hacendado del lugar, que vino cargado de dos o tres vestidos de mujer, para que quien le mandaba llamar escogiese el que más le contentase. Llegados a casa, hallaron a don Quijote y a Sancho que se acababan de levantar; y dando aviso el mesonero a su huésped de cómo estaba allí quien traía las ropas de mujer que le había mandado buscar, salió a verlas, y, saludándole cortésmente, mandó salir a la reina Zenobia para que escogiese la que fuese más de su gusto. Y, mirándolas todas, a la postre, por mejor y de más gala, que es la que don Quijote tenía más puesta la mira, escogieron una saya, jubón y ropa colorada, con gorbiones amarillos y verdes, y vivos de raso azul; y, dándole al dueño por todo doce ducados, se lo mandó vestir allí en su propria presencia a la señora Bárbara, a la cual, como viese Sancho vestida toda de rojo, dijo, lleno de risa:

-Por vida de mi amantísima mujer Mari Gutiérrez, que es sola mi consorte, por no permitir otra cosa nuestra madre la Iglesia, señora reina Zenobia, que cuando la miro con tan bellaca cara, y en ella con ese rasguño maligual, vestida por otra parte toda de colorado, me parece que veo pintiparada una yegua vieja cuando la acaban de desollar para hacer de su duro pellejo harneros y cribas.

Fuese el ropavejero contento de la venta; y, quedándolo el huésped también de la que hizo a don Quijote de una mula razonable que tenía de alquiler, en veinte y seis ducados, en que determinó llevar con el mayor toldo que le fuese posible a la reina Zenobia hasta la Corte, donde pensaba hacer maravillas defendiendo su rara belleza y hermosura en público palenque.

Almorzaron esa mañana todos con mucho contento, hechas las dichas compras; y, habiéndose armado, don Quijote se salió de la posada, dejándola pagada, diciendo a Sancho Panza que se viniese poco a poco con la reina, cuidando sólo de su regalo y comida; que él los iría aguardando sin adelantarse demasiado. Albardó Sancho su rucio y acomodó sobre él la maleta del dinero y la demás ropa; y, llamando luego a Bárbara, le dijo:

-Venga acá, señora reina; que, por vida de nuestra madre Eva, que puede ser vuesa majestad, según está de colorada, reina de cuantas amapolas hay, no sólo en los trigos de mi lugar, pero aun en los de toda la Mancha.

Y, poniéndose tras esto a gatas, como solía, volvió la cabeza diciendo:

-Suba; ¡subida la vea yo en la horca a ella, y a quien acá nos trajo tan gentil carga de abadejo.

Bárbara subió diciendo:

-¡Oh Sancho, qué gran bellaco eres! Pues calla, que si la fortuna nos lleva con bien a Alcalá, yo te regalaré mejor que piensas.

-¿Con qué me ha de regalar? -replicó Sancho-; porque sepa que si no ha de ser con cosas de comer, y desas con abundancia, no le daría un higo de oro, tamaño como el puño, por todo lo demás que me puede dar.

-Mal gusto tenéis -dijo Bárbara-, Sancho mío, pues ponéis el vuestro en cosas más de brutos que de hombres. Lo con que yo, amigo, os regalaré, si llegamos a Alcalá con la salud que deseo y paramos allí algunos días, será con una mocita como un pino de oro con que os divertáis más de dos siestas; que las tengo allí muchas y bonísimas, muy de manga; y aun si vuestro amo quisiera otra y otras, se las daré a escoger como en botica.

-Pues a fe, señora reina Zenobia -dijo Sancho-, que me holgaría mucho de que me endilgase alguna buena zagala; pero ha de ser, si lo hace, hermosa y de linda pesuña y amostachada, para que nadie me la aoje ni desencamine, dando que reír al diablo, que sudar a alguna partera y que hacer a algún vicario o cura en cristianar algún fructus ventris.

-Necio sois -dijo Bárbara- en quererla amostachada, pues no hay Barrabás que se llegue a mujer que lo sea. Dejadme a mí la elección, que yo la buscaré de tan buena carne, que no sea más comer della que comer de una perdiz.

-¡Oxte, puto! -dijo Sancho-. ¡Eso no! Allá darás, sayo; que no en mi rayo, como dicen los sabios; que no soy yo de los negros de las Indias ni de los luteranos de Constantinopla, de quienes se dice que comen carne humana. No me faltaba otro para que, sabiéndolo la justicia, me castigara; pues sin duda me echaran, a probárseme tal delito, tan a galeras como las Trecientas de Juan de Mena.

A la que ambos iban en esto, emparejaron con don Quijote, que, yéndoles aguardando, había encontrado con dos mancebitos estudiantes que iban a Alcalá, con quienes había trabado plática, hablándolos en un latín macarrónico y lleno de solocismos, olvidado, con las negras leturas de sus libros de caballerías, del bueno y congruo que siendo muchacho había estudiado. Y si bien los compañeros estaban para reventar de risa, por ver los disparates que decía, todavía no le osaban contradecir, temerosos del humor colérico que las armas con que le vían armado pronosticaban debía gastar. Cuando llegó Sancho a ellos y les vio hablar de aquella manera, dijo a su amo:

-Guárdese vuesa merced, mi señor, destos vestidos como tordos, porque son del linaje de aquellos del colegio de Zaragoza, que me echaron más de setecientos gargajos encima; pero con su pan se lo coman, que a fe que les costó poco menos caro que la vida, porque, como dicen, haz mal y no cates a quién; haz bien y guárdate.

-Al revés, lo habías, necio, de decir -dijo don Quijote-; pero veamos qué venganza tomaste dellos, y si será mejor que la que tomaste en la cárcel de Sigüenza de los que tan mal te pararon en ella.

-Mucho mayor es -replicó Sancho-, aunque a fe que aquélla no fue mala; pero oigan esta otra, que gustarán de mi ánimo. Érase que sera, que nora buena sea...

Cuando don Quijote le comenzó a oír, le dijo riendo:

-Por Dios, que eres simple de marca mayor, pues comienzas a fuer de conseja la narración de tu venganza.

-Razón tiene, por vida mía -dijo Sancho-, y corrigiéndome, digo, que, como aquellos hideputas de estudiantes, progenitores sin duda destos dos señores barbiponientes, me comenzaron a gargajear y a darme de pescozones, recebido aquel cruel gargajo con que, como dije, un grandísimo bellaco me tapó este pobre ojo, comencé a enhilar hacia la puerta. Pero luego otro demonio de aquéllos, como me vio ir corriendo con sólo un ojo, me puso el pie atravesado delante, con que di un tan terrible tropezón, que vine a dar con él de manos fuera de la puerta; aunque de todo cuanto tengo dicho me vengué muy a mi gusto, pues, alzando la caperuza que se me había caída, la tiré a otro que vi estaba cerca de mí, con la cual le di un porrazo tal en su capa negra, que lo fuera no poco su ventura si el golpe que le di con ella se lo diera con una culebrina.

-Diablo sois, señor Sancho -dijo uno de los estudiantes-; y si así tratáis a los de mi hábito, aunque no fueron aquéllos cosa mía, como decís, no quiero con vos guerra, sino mucha paz y serviros lo que nos durare este camino por mí y por mi compañero, que sé dél ajustará su gusto al mío en cosa tan justa.

-Serálo -dijo don Quijote- que vuesas mercedes nos hagan merced de contar y referir las curiosas enigmas de que me venían dando noticia, que lo serán siendo parto desos fecundos ingenios. Que los que profesamos el orden de la caballería andantesca, movidos de fervorosos deseos, espoleados ellos de las prendas de alguna hermosísima dama, también gustamos de cosas de poesía, y aun tenemos voto en ellas, y nuestra punta nos cabe del furor divino; que dijo Horacio: Est deus in nobis.

-Tales cuales fueron los borrones nuestros -replicó el estudiante-, serviremos a vuesas mercedes con referirlos.

-Y será -dijo don Quijote- con no poca calificación de sus prendas de vuesas mercedes el hacerlo en presencia de la gran reina Zenobia, que aquí asiste, pues su raro discurso bastará a dar eterno valor a cuanto ella alabare, y harálo como discretísima en las cosas de vuesas mercedes.

Miraron en esto a Bárbara los estudiantes con no poca risa suya y corrimiento della, que conoció el humor de los moscateles en las lisonjas y aplauso con que de fisga se le ofrecieron ambos; tras lo cual dijo el uno:

-Con condición que declare Sancho con su eminente ingenio los siguientes versos, va de enigma:

Enigma

Metida en dura cadena

me tienen sin culpa alguna,

sujeta a caso y fortuna,

colgada sin culpa y pena.

La forma tengo del viento, 5

aunque dél soy maltratada;

muerta no soy estimada,

vivo y muero en un momento.

Con agua estoy de contino,

aunque es causa de mi muerte; 10

si caigo en tierra por suerte,

pierdo la forma y me fino.

Estoy baja y estoy alta,

cercana a Dios verdadero,

y en comiendo lo postrero, 15

luego la vida me falta.

Soy resplandeciente y clara,

alegro la vista al hombre,

y el fin de mi proprio nombre

se viene a acabar en para. 20

Don Quijote se la hizo repetir otras dos veces, y la última le dijo:

-Por cierto, señor estudiante, que la enigma es bonísima, y aun el serlo tanto debe ser la causa de que no dé alcance a su significación; y así, suplico a vuesa merced me la declare, porque en llegando a la noche en la posada, la pienso escribir para encomendarla a la memoria.

Sancho, que siempre había estado callando y oyéndola con mucha atención, puesto el dedo en la frente mientras el estudiante la repetía, salió muy alegre, diciendo:

-¡Ea!, mi señor don Quijote. ¡Victoria, victoria! ¡Que ya yo la sé!

El estudiante le dijo luego:

-Bien lo sospechaba yo, señor Sancho, y hube por imposible desdel principio que ella y su inteligencia pudiese escaparse por los pies a un tan agudo juicio como el de vuesa merced; y así, suplícole se sirva de decirnos lo que sobre ella ha discurrido.

Estuvo Sancho pensativo un rato, y luego dijo:

-Ella es una de dos cosas: o es la montaña o el cerrojo.

Dieron todos una grandísima risada con el disparate de Sancho, el cual, viendo cómo se reían de lo que acababa de decir, replicó:

-Pues si no es ninguna cosa de las que he dicho, díganos vuesa merced lo que es, por su vida, que mi señor y yo nos damos por vencidos.

El estudiante respondió diciendo:

-Pues sepan mis señores que el sujeto de la enigma propuesta es la lámpara, la cual está metida entre cadenas sin culpa alguna, de las cuales cuelga. Dícese della que tiene la forma del viento, porque, como es verdad y se ve por experiencia, el vidriero la forja a soplos. Tiene agua, la cual es causa de su muerte, porque en las lámparas, si bien se echa la mitad de agua, ella las apaga luego que no está acompañada de aceite. De que en cayendo en tierra se quiebra no hay que probarlo con más testigos que la experiencia. En lo que dice que ya está baja, ya alta, es llano, pues mientras se dicen los oficios divinos suele estar arriba, estando de noche abajo. También es verdad que está cercana a Dios verdadero, pues de ordinario se pone delante del Santísimo Sacramento. También, es llano que, en comiendo lo postrero, le falta la vida, pues en acabándose el aceite se muere, como ya he dicho. Al mismo compás se ve en ella que es clara y alegre al hombre y que, finalmente, acaba su nombre en para, que eso es lámpara.

-¡Por vida de quien me parió -dijo Sancho-, que lo ha desplanado riquísimamente! ¡Oh, hideputa, bellaco! ¡El diablo lo podía acertar!

Don Quijote le dijo que estaba bonísima, y rogó al otro mancebo que dijese la suya, porque sospechaba que no debía de ser menos aguda que la de su compañero, el cual, sin hacerse de rogar, comenzó a decir desta manera:

Enigma

-Yo tengo de andar encima,

por ser como soy ligero:

de oveja nací primero;

sólo el turco no me estima.

De mil formas y señales, 5

redondo estoy sin cantones,

cubro más de diez millones,

y hay entre ellos animales.

Adorno al pobre y al rico,

sin guardar costumbre o ley; 10

sobre emperador y rey

me asiento, y soy grande y chico.

Si hay canícula excesiva,

me suelo andar en las manos,

y me traen los cortesanos 15

con la merced boca arriba.

Luego torno a entronizarme

más hueco que una bacía,

aunque viento y cortesía

bastan para derribarme. 20

No la hubo bien acabado el cuerdo estudiante, cuando salió muy agudo Sancho, diciendo:

-Señores, esa esgrima, o como la llaman, es muy clara, y desde la primera copla vi que no podía ser otra cosa sino el tocino, porque dice: «Sólo el turco no me estima»; y el turco es claro que ni lo come ni hace caso dello, porque así se lo mandó el zancarrón de Mahoma.

Don Quijote rogó al estudiante que, sin hacer caso de los dislates de su escudero, se la declarase al punto, que deseaba infinito entendella, y así, dijo:

-Vuesas mercedes han de saber que la propuesta enigma es del sombrero. Y así, empieza diciendo que anda encima, verdad llana, pues se pone en las cabezas. Es su principio de ovejas, por lo que de ordinario se hace de lana dellas; no le precia el turco, porque entre ellos no se usan sombreros, sino turbantes; dícese también que es de muchas formas y señales y sin cantones, porque, si bien ya se usan altos, ya bajos, ya boleados, ya romos, todos vienen a tener las alas redondas y sin esquinas; cubre muchos millares, lo cual se verifica de los cabellos, entre los cuales se crían los piojos, como un bosque proprio de tales animales; siéntase sobre el rey y emperador, y a veces es de dos palmos de alto, como los de Francia, y otras chicos, como los de Saboya; tráenle los hombres en las manos cuando hace calor, y los cortesanos boca arriba cuando saludan con besamanos, tras lo cual le vuelven a entronizar sobre sus cabezas, de do basta derribarle el viento, si viene recio, y la cortesía, cuando se pasa por delante de quien se debe hacer.

-Agora digo -respondió Sancho- ques más bellaca de entender ésta que la pasada; pero apostemos, con todo, lo que quisieren, que si las tornan a decir, las acierto de la primera vez.

-¡Miren el ignorante! -dijo don Quijote-. Desa manera cualquier hombre del mundo, si se lo dicen antes, lo acertará.

-Pues ¿cuando dijo Sancho cosa que no se la dijesen antes? -replicó Bárbara-. Pero eso no es maravilla, pues nunca nadie acertó a decir lo que primero no lo haya aprendido y estudiado; y si no, díganme, ¿quién hay que sepa nombrar cosa por su nombre, aunque sean las más comunes, ni aun el Pater noster, que es la cartilla de nuestra fe, si primero no se le dicen y repiten?

Holgó infinito Sancho con el cuerdo abono que de su respuesta había dado Bárbara; y celebrándole todos por agudo, y él por soberano, con mil agradecimientos, dijo don Quijote:

-No se admiren vuesas mercedes de la agudeza de Su Majestad, porque si los filos de mi espada fueran tan agudos como los conceptos de su divino entendimiento, no estuviera su real persona sin la pacífica posesión de su reino y amazonas, ni yo tuviera por conquistar el reino de Chipre, ni en que ensuciar aun mis manos en el soberbio Bramidán de Tajayunque. Pero dejemos esto para hasta que me vea en la Corte, pues son memorias que me provocan de suerte a cólera, que temo della no me haga hacer por las tierras que voy más muertes que hizo Dios en el mundo con el diluvio universal. Y, volviendo a nuestra apacible plática, suplico a vuesas mercedes se sirvan de darme por escrito las enigmas, si tienen sus copias.

Y diciendo el uno que en la posada se la escribiría, por no traer en papel la suya, metió el otro mano a la faltriquera y sacó della la de la lámpara, diciendo:

-Tome vuesa merced la mía, que ya la tengo a punto.

Tomóla don Quijote con mucho comedimiento; y, al dársela, se le cayó al estudiante otro papel de la mano; y, preguntándole don Quijote qué era aquello, le respondió que unas coplillas que acababa de hacer en su lugar a una doncella parienta suya, a quien quería mucho, la cual se llamaba Ana, por cuya causa las había hecho con tal artificio, que todas ellas comenzaban en Ana. Don Quijote le rogó con notable instancia se las leyese, seguro de que, siendo suyas, no podían dejar de ser curiosísimas; y el estudiante, con no pequeña vanagloria propria (propriedad inseparable de los poetas) y rara atención de los circunstantes, las fue leyendo; y decían desta manera, según fielmente las he sacado de la historia de nuestro ingenioso hidalgo, la cual traduzgo, y en que se refieren:

Coplas a una dama llamada Ana

-Ana, amor me cautivó

con vos, cuyo nombre tiene

dos aes entre una ene,

que es dos almas entre un no.

A nadie dice la ene 5

que améis, sino sólo a mí,

advirtiendo os ofrecí

lo mejor que mi alma tiene.

Anaxarte fue entre sabios

ilustre por homicida, 10

cual lo sois vos de mi vida,

Ana, con mover los labios.

Ánade es una avecilla

que nada con gran primor;

yo, Ana, en el mar de amor, 15

tras vos nado, bella orilla.

Anatema es, en la Iglesia,

quien de la fe está apartado;

no yo, que con fe he amado

en vos otra Diana Efesia. 20

Anastasia fue su esposa

de un rey que en el cielo reina,

y desta alma, Ana, sois reina

vos, que en todo sois hermosa.

Ananía y sus consortes 25

cantaron dentro de un horno;

y vos, Ana, cual bochorno,

me abrasáis con esos nortes.

Analogía se llama

lo que dice proporción, 30

como vuestra perfición,

que la tiene con su fama.

Anabatistas profesan

ser dos veces bautizados,

que yo duplicar cuidados 35

profeso, Ana, sin que cesen.

Anacoretas imito

en lo que es llanto y silencio,

con que, Ana, reverencio

ese valor infinito. 40

Anales, cualquiera historia

son, que algún curioso escribe,

y cual en anales vive,

Ana, en mí vuestra memoria.

A Namur dicen ser villa 45

rica, fuerte y de beldad;

mas vos, Ana, sois ciudad

que cualquiera ha de servilla.

-Por cierto -dijo don Quijote, cuando acabó de leer el estudiante las coplas-, que ellas son curiosas y únicas, a mi ver, en su género.

Tras lo cual salió Sancho, como solía, diciendo:

-Señor estudiante, en mi conciencia le juro que son lindísimas, si bien me parece les falta la vida y muerte de Anás y Caifás, personas de quienes hacen copiosa memoria todos los cuatro santos Evangelios; y no fuera malo la hiciera vuesa merced también dellos, siquiera para lisonjear los muchos y honrados decendientes que aún tienen hoy en el mundo. Pero, dejando esto aparte, ¿no me haría placer de hacer otras que, como esas comienzan por Ana, comenzasen por Mari Gutiérrez, la cual, con perdón de vuesas mercedes y a pesar mío, es mi mujer y lo será mientras Dios quisiere? Pero advierta, si determina hacerlas, en que de ninguna manera la llame reina, sino almiranta, porque mi señor don Quijote no me parece lleva talle de hacerme rey en su vida; y así, de fuerza habré de parar, mal que me pese, en almirante o adelantado cuando su merced gane alguna ínsula o península de las que me ha prometido. Y a fe que si, como él y yo hemos dado por lo secular, diéramos por lo eclesiástico, que quedáramos bien medrados desde que andamos en busca de aventuras, pues nos han hecho a los dos más cardenales y más colorados que hay en Roma ni en Sanctiago de Galicia; mas en fin, bien dicen que quien más no deja, morir se puede.

Con este buen entretenimiento llegaron a la noche a la posada, yendo siempre con ellos los dos estudiantes, por lo poco que don Quijote caminaba, que no era más que cuatro o cinco leguas cada día; ni aun Rocinante podía hacer mayor jornada, que no le daban lugar para ello la flaqueza y años que tenía a cuestas. De suerte que caminaron tres días sin sucederles cosa de consideración, aunque en todos los lugares eran bien notados y reídos, particularmente en Hita, por las cosas que don Quijote hacía con la reina Zenobia, la cual no era poco conocida de toda aquella tierra, ni menos de los estudiantes, que cada día decían a don Quijote sus virtudes, si bien era imposible persuadirle cosa en contrario de lo que della tenía aprehendido su quimera y loca fantasía.