Serenata (del Campo)
«Hermosa por quien suspiro,
Dulce alivio de mis penas,
Abandona el casto lecho.»
Despierta, bella Lucila;
En el cielo,
Ninguna estrella rutila,
y en el suelo
Solo se oye mi cancion;
Deslízate misteriosa
Entre sombras:
De tus piés de hojas de rosa,
Las alfombras
Ni sentirán la presion.
¿Está la abuela dormida?
Yo lo créo:
Su cortina está corrida,
Y no veo
Que en su aposento haya luz.
Dus manos secas no hojean
El breviario,
Y las cuentas no golpean,
Del rosario,
En la metálica cruz.
Deja tu lecho mullido,
Y, graciosa,
Envuelve en blanco vestido
Esa airosa
Cintura de palma real.
Ven hermosa, ven conmigo,
Que en mi anhelo,
Veo abrirse ya el postigo,
Y un pañuelo
Ondular tras el cristal.
Ven, Lucila, no hayas miedo:
Nadie vela;
Solo yo escucharte puedo:
La vihuela
Muy despacio pulso yo.
¿Por qué tiemblas? ¿Te asustaste?
El rüido
Que, sorprendida escuchaste,
Solo ha sido
De la cuerda del reló.
¿Ya la abuela está dormida?
Yo lo creo:
Su cortina está corrida,
Y no veo
Que en su aposento haya luz.
Sus manos secas no hojean
El breviario,
Y las cuentas no golpean,
Del rosario
En la metálica cruz.
Ven Lucila: tu figura
Gentil, bella,
Entre la tiniebla oscura,
Como estrella
Derrame su resplandor;
Que aquí te aguarda rendido,
Y anhelante,
El corazon encendido,
l'alpitante,
De tu amado trovardor.