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Siluetas parlamentarias: 08

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


EUDORO AVELLANEDA


— Vamos á ver! ¿Cuál de los tres hermanos Avellaneda le parece á usted mas inteligente: Marcos, Nicolás ó Eudoro?...

Era del doctor Avellaneda la interpelación que precede, y le fué hecha á boca de jarro á un amigo de confianza con quien charlaba en su escritorio.

— Bah! exclamó el sorprendido visitante. De eso no hay ni que hablar! Claro que es... — Nicolás, verdad, eh? Pues se equivoca de medio á medio. Es Eudoro! Habrá mayor fecundidad oratoria en Nicolás, tendrá Márcos mas fuego en sus raciocinios; pero ninguno de los dos aventaja á Eudoro en vigor intelectual.

La verdad es que, con los hermanos del ex-Presidente, ha pasado lo que con Miguel Goyena.

Sobre este se proyecta la penumbra de la silueta colosal de Pedro.

A Márcos y Eudoro les ha perjudicado la circunstancia de habérseles adelantado, en la carrera política, un hermano de luminosa elocuencia.

Cuando Marcos Avellaneda se inauguró en el Parlamento, de una manera sorprendente, nadie se sorprendió.

— Vaya una gracia! Hablar bien siendo hermano de un Presidente cuya oratoria es superior á su política.

Fué necesario que Márcos hiciese prodigios de sentido práctico, es decir, en un género cuyo diapasón no correspondia al temple del alma de Nicolás Avellaneda.

Lo que pasó con la duse: Imita admirablemente á Sarah Bernhardt, se decía.

Y fué el pretendido modelo, quien desvaneció semejantes conjeturas en "La Dama de las Camelias".

Como Stagno cantando el primer acto de "Hugonotes" mejor que Gayarre, desconcertó á los que habian creido que el inteligente intérprete de Meyerbeer y de Rossini, no pasaba de un gran plagiario del célebre tenor español...

Ahora nos llega un tercer Avellaneda.

No viene á llenar su foja inmaculada con servicios á una tierra estraña pero bastante grata para cobijar entre sus propios hijos á los Sarmiento, á los Uriburu, á los Velez, á los Gomez, y á los Avellaneda...

Tampoco viene á luchar por su reputación en los rudos debates de un Parlamento, cuyas puertas han vacilado en abrirse para las grandes lumbreras de la oratoria argentina.

Eudoro Avellaneda trae en sus bolsillos una foja de servicios, no mas brillante pero sí tan útil como la que hizo valer en pró de su hermano Nicolás, para abrirle paso hasta el gabinete de Sarmiento, el noble y patriota doctor Alsina.

Eudoro Avellaneda no hará su debut en nuestro Parlamento. Ya lo ha hecho en todos los centros oficiales y políticos de Tucuman.

Desde el comité hasta el Ministerio de su Provincia natal, el flamante Diputado tucumano ha recorrido toda la escala política, nunca en calidad de obediente eslabon de la cadena, siempre como rueda principal del cabrestante.

Carecen los Avellaneda de la eximia statuta que Suetonio atribuye á Julio César.

Bajo, con la cabeza algo inclinada sobe el torax, de paso breve, y de risa mas para vista que para oida, Eudoro Avellaneda presenta los rasgos característicos de la familia.

Sus ojos son centros de nutridas fioritures de esas que denuncian los caractéres mas intencionados que expansivos.

Poco importa que sea parcimonioso en el hablar, desde que la grafología fisonómica tiene datos suficientes para descifrar su carácter individual en las arrugas del semblante.

El de Eudoro Avellaneda no ostenta las grietas que el peso de los años hace multiplicar sobre la fachada del edificio humano.

Esa cara redonda, sin mas fanfreluche que un bigote entrecano, tiene surcos análogos á los que produce un estallido de risa en el rostro de Dardo Rocha.

Es que los pellejos faciales, como levitas de comisionista, se desarman, se arrugan y se gastan á fuerza de servir de traje número único á inteligencias activas é infatigables.

Cuando veo al Diputado Eudoro Avellaneda, con ese físico agoviado que tan mal paega con su andar ligero, y con la mirada tendida á 45 grados bajo la horizontal, como acechando las gafas encaramadas á un dedo de la punta de la nariz, y á dos de las pestañas, suelo decirme:

— Este hombre debe pertenecer al sistema peripatético del raciocinio. Piensa mejor caminando que sentado.

Y mejor aún callado, que cuando se espresa con la pausa, con el ritmo y con los ribetes de raillerie que resplandecían en la frase inspirada del doctor Avellaneda.

Este habia dado á medios análogos, todo el pulimento con que un joyero de buen gusto condensa tesoros de luz en cada una de las caras gastadas y súcias de un diamante en bruto.

Eudoro Avellaneda ha preferido quedarse con la piedra, desdeñando el lujo de su talla por la utilidad de su engarce en acero, á estilo de los vidrieros.

La situación de Tucumán, por ejemplo, le debe famosas claraboyas á ese hábil vidriero político.

«Lo que nos hace falta, decía Laboulaye, son hombres de esos que no abandonan su puesto cuando retrocede el mar, y que, sin esperanza ni temor, han calculado y aguardan el momento de la plena marea.

«ESto no es solo indispensable para resistir al enemigo, sino tambien para luchar contra la desidia y la indiferencia pública, en los días de deshonra, de calumnia y de abominación para la libertad.»

Hé ahí un punto de vista, desde el cual se divisa mas arriba del nivel medio, la figura de Eudoro Avellaneda.

Desde su ingreso en la política local de Tucumán, abarco con segura mirada todo el campo de batalla en que desde hace muchos años lucha, renovándose por generaciones liberales y federales.

Con rápida penetración y rarísimo sentido práctico, Avellaneda eligió y obtuvo las posiciones políticas mas favorables para su struggle for life. Un paréntesis.

Solo por referencias de uno y otro color, tengo alguna idea de los bandos tradicionales de la política tucumana.

Prescinderé, pues, de los detalles relativos á las evoluciones políticas de los partidos locales.

No quiero habermelas con liberales ó federales á quienes se les antoje apasionados los recortes del relleno de esta silueta.

Cierro el paréntesis.

Eudoro Avellaneda ha merecido, de parte del partido dominante, puestos de importancia en el Gobierno, y uno de lso primeros asientos en la dirección de la política situacionista de Tucumán.

Y con razón. Aparte de sus calidades intelectuales, que esto al fin suele no ser gran lastre en nuestros partidos políticos, tiene Eudoro Avellaneda el precioso don de las iniciativas felices y trascendentales.

Su presencia en un partido, es de las que retemplan á los correligionarios, é infunden el desaliento en el campo enemigo.

Agréguese á esto su consecuencia política, la actividad que ha sabido desplegar en los momentos críticos del antagonismo local, y el desprendimiento con que ha sacrificado tiempo, afecciones, y aun su comodidad y fortuna, en pró del credo electoral á que consagró sus valiosos esfuerzos.

Un carácter de ese género, dotado además de la astuta sagacidad que consiste en limitar las aspiraciones propias para no estorbar el desarrollo de otras personalidades, semejante carácter tiene que abrirse amplio camino, y adelantar con firme paso en su carrera política.

Será de lamentar que Eudoro Avellaneda no dé trabajo á los taquígrafos con su voz débil pero bien entonada.

No haria discursos, no hablaría mejor que Marcos; pero como este, sabria injertar en el debate mas corpulento, un gajo de fructífero sentido práctico.

Ministro del Gobernador Paz en Tucumán, cuando daba tregua á su imaginación siempre fecunda en combinaciones políticas, se ocupaba con esmero de los asuntos administrativos, y sin implantar reformas radicales, supo dar impulso eficaz á los ramos oficiales mas decadentes de su Provincia. Por otra parte, el tacto político de Avellaneda no es meramente innato.

Aficionado á los estudios históricos, el flamante diputado tucumano ha pulido y afilado sus aptitudes naturales con una ilustración mas sólida que vasta.

¡Lástima que su carácter sea esencialmente reconcentrado y poco comunicativo!

No teje con los lábios, sino que todo lo saca elaborado de su cerebro, fábrica cuyos secretos oculta como un mecánico militar de algun arsenal europeo.

Y su trabajo mental suele envolverlo en una bruma de distracciones y de imperdonables negligencias.

Despreocupado hasta en su toilette, Eudoro Avellaneda ha dado motivo á mas de un incidente cómico, de esos que rueden como hojarasca de recuerdos cariñosos, entre la charla de compañeros y de amigos.

si non e vero... no puede serle mejor urdido este chasco:

Siendo Ministro, necesito el sello, y habiendolo sacado de la caja de lata, lo aplicó sobre un oficio, en el momento que, con la mano desocupada, sacaba su reloj para ver la hora...

Un minuto despues, el ordenanza que entraba á recibir órdenes, se detuvo sorprendido á tres varas del escritorio.

Creyó que Su Señoría habia perdido la chabeta.

Como que el distraido Ministro acababa de encerrar el reloj en el estuche de hojalata, y hacia esfuerzos para hacer entrar el enorme sello en el bolsillito del chaleco!


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