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Siluetas parlamentarias: 07

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


VICENTE VILLAMAYOR


Tenia su puesto de combate en el Estado Mayor del partido político en que figuré como simple legionario.

Era de la brillante oficialidad en cuyas filas descollaban cabezas vigorosas del interior, del litoral, del Norte y de Cuyo, alternando con miembros distinguidos de la juventud porteña.

Al lado de Manuel Gorostiaga, el santiagueño de rostro atrayente y de diccion simpática, -Epifanio Portela, el porteño millonario en recursos fisonómicos, y cuya frase suele participar del empuje avasallador de su acento vibrante y torrentoso.

A Luis Leguizamón, el entreriano de palabra convincente y de voz débil, -se oponia Angel Casares, con su elocuencia viril, y con las notas agudas cuyas vibraciones eran trasunto del oleaje de las pasiones de su alma.

San Román reunia la causticidad del espíritu crítico á la vehemencia de las almas nobles. Y su frase incisiva parecia reflejarse en los lábios de Mansilla, -sus intenciones ágrias actuaban sobre los músculos faciales de Lainez,- y la contundencia de sus argumentos lastraba las arengas concisas de Demaria.

Finalmente, a la elevación de los puntos de vista de Marcos Avellaneda, correspondian la oportunidad reflexiva de Luro, y la honradez oratoria de Villamayor.

Este conservó siempre una actitud modesta entre sus correligionarios.

Se preocupaba, como los que menos, del porvenir de su personalidad, sin dejar por eso de colaborar en todas las iniciativas trascendentales y difíciles. Partidario moderado, á juzgar por su corteza, tal vez pueda atribuirse á semejante circunstancia el círculo respetuoso que amigos y adversarios han trazado en torno de la figura simpática de Villamayor.

Pero como quiera que su apacibilidad de caracter haya sido factor no despreciable para rodearse de tan rara consideración en momentos de porfiada lucha y de pasiones enardecidas, otra es la causa eficiente del inesplicable fenómeno.

Villamayor atesora un caudal de virtudes política, suficiente para consolidar la reputación, no digo de un as ó figura, sinó hasta del dos mas menguado de una baraja electoral.

Eso no basta. Es necesario que el político honrado lleve á la vista de todo el mundo el reclame de su factura moral.

Que su rostro sea el S. G. D. G. que abone la pureza del alma.

Y Villamayor no tiene, entre las líneas duras de su rostro árabe, una sola que denuncie algun cabo suelto de la perversión ó del ridículo.

No hay por donde atacarlo. Sí, como Aquiles, oculta la vulnerabilidad en el talón, trabajo le doy al adversario que intente traspasar con su pluma la coraza de las largas torpederas Melié que calza el Diputado Villamayor.

En su oratoria, como en sus maneras, se perciben á la legua las huellas del buril de Leandro Alem.

Como que es uno de los mejores camafeos salidos del taller político del austero tribuno.

Menos orgulloso de su virtud, el doctor Villamayor posee como Alem la veneración sincera del patriota por todo filón de sentimientos elevados y de aspiraciones puras.

Es allí donde debe enriquecerse el varón probo, léjos de las ambiciones que corrompen, y de las sensualidades que envilecen.

No es Villamayor un gran carácter, ni un talento extraordinario; pero posee todas las prendas que constituyen el «hombre bueno» de la escuela norte americana, y en su criterio recto no escasean los resplandores intelectuales del «hombre práctico» de la escuela inglesa.

Su fisonomía poco correcta y mal delineada, nada refleja de semejantes condicione, raras aun entre los hombres de talento.

Tampoco denuncian el secreto contrapeso intelectual que levanta su alma, ni la afabilidad de su trato, pero ni tampoco la sencillez de sus maneras.

Al revés. Su conversación recorre, con pocas variaciones, toda la escala de la trivialidad, y cuando le toca señalar tema en un corrillo, suele jugar arrastrando con alguna carta de monor cuantia.

Y por Dios que ese detalle no es insignificante!

Como que á veces sirve de piedra de toque para ensayar la rapidez y la oportunidad de la concepción individual.

Pero tambien suele fallar la prueba. No por mucho madrugar..... ustedes saben lo demás.

No á todos se les puede aplicar la frase de Eugenio Cambaceres en que pintaba la destreza de causeur de Pedro Goyena:

«Juega con el tema, como Roberto Houdin con los cubiletes.»

Hay Pericos que llevan siempre á mano un surtido de temas para enjaretarle alguno al primer transeunte, como los distribuidores de Forlet con sus resmas de avisos y carteles.

Así como suena. Expendedores de novedades del día, mercachifles de chascarrillos de antaño, son incapaces de fabricar á la minuta la mas menguada de las conversaciones. Nada hacen sin cliché, como diria pintorescamente el Director de EL NACIONAL.

Entre tanto, el doctor Villamayor no solamente es oportuno cuando habla en el Parlamento, sino que su velocidad mental le permite improvisar desde la tribuna de las asambleas populares.

Lástima de voz! Me hace el efecto de un contrabajista tocando el violín....

La oratoria de Villamayor tiene, como el carácter del Diputado porteño, sus afinidades con la del doctor Alem.

Su escasa voz en blanda, y lo que pierde en altura lo gana en agilidad.

Realmente, en el Parlamento no quedarian mal las frases de aliento de que Villamayor solo echa mano en sus arengas populares, cuando la atmósfera, saturada por el entusiasmo de muchedumbres apiladas dentro de un teatro, agita todas las cuerdas nerviosas del arpa humana.

Pero, desde su butaca de Diputado, el doctor Villamayor solo adopta la elocuencia sencilla y convincente del hombre que deja en libertad su cabeza, mientras dormitan las pasiones de su alma.

Su improvisación adquiere no pocas veces un vuelo mental extraordinario.

Y sin embargo, su limitado registro vocal le corta las alas.

El acento normal de Villamayor es agradable; pero dejaria de serlo para degenerar en monótomo, si el mismo orador no diese colorido á sus párrafos, filando musicalmente á través de su escasa «voz media», y aguijoneando la atención del auditorio con sus notas agudas.

En cuanto á su estilo, no es original, pero ni tampoco vulgar.

Lo esfuma literariamente con sobriedad, pero con delicadeza. Esto es signo de hombre práctico, y á fé que no marra en el presente caso.

¿Han meditado ustedes alguna vez sobre esa operación literaria que se llama «rematar un párrafo improvisado»?

Esto si que es la piedra de toque del que ha nacido con lengua de improvisador!

Ademas, sin saber si ustedes se han fijado en el hecho, cada orador tiene su manera peculiar de atravesar el arroyo, ó de salir del mal paso.

Estrada, con una palabra tan sonora como oportuna; Goyena, con una frase deslumbradora; Del Valle, con un giro artístico; Gallo, con un periodo elegante; y Avellaneda, (si viviese) con otra frase.

A Villamayor es dificil que le suceda semejante percance, de sofrenar el caballo antes de saltar una barrera.

No es porque, como Quintana, posea el ojo experto para graduar el alcance de un párrafo oratorio; ni porque, como Mitre, proceda con lentitud en los giros escabrosos; ni, en fin, porque, como Sarmiento, se preocupe poco de la redondez de un periodo.

Mas modesto, sin pretensiones de orador, sin fama que lo haga sobresalir en el gremio ciceroniano, Villamayor no abandona los andadores de qeu no debia prescindir ningun aspitante á la tribuna.

Antes de lanzar su frase al canal de un periodo de aliento, echa su sonda intelectual y calculaa el lastre con que ha de obtener un buen calado oratorio.

Esa practica ha sido fecunda en buenos resultados para el simpático Diputado Nacional, ex-Ministro y ex-Diputado de la Provincia de Buenos Aires.

Esta no le debe monumentos oratorios, pero sí trascendentales reformas en su régimen económico.

Es la especialidad de Villamayor el estudio de los problemas prácticos de la ciencia económica.

Cuando toma la palabra para dilucidar un punto relativo á la Hacienda pública, es seguro que nadie vencerá la consistencia de su argumentación.

Su talento no asimila la lectura para generalizarla, sino como un medio de dar colocación racional y lógica á sus observaciones prácticas.

Y con su criterio clarísimo espone el pró y el contra de una discusión económica, sin tropezar con una sola de sus escabrosidades práctics, y sin perder el hilo de sus razonamientos propios, á través de los laberintos doctrinarios.

Es necesario seguir á Villamayor en uno de esos debates de maciza apariencia, paa apercibirse de que dicho Diputado sabe hacer análisis interesantes, mas por su mérito que por su método de verificación científica.

No tardará mucho en presentarse alguna cuestión económica en que me sea dado escuchar la ratificación positiva de estas líneas.