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Sobre la naturaleza de las cosas: 06

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Libro VI

En otro tiempo Atenas la primera, 1

 Ciudad famosa, descubrió los frutos
 A los mortales desafortunados,
 Y les dio nueva vida, y les dio leyes,
 Y la primera dio dulces consuelos
 Contra las desventuras de la vida;
 Cuando produjo al mundo el varón sabio
 De cuya boca la verdad salía,
 Y de cuyas divinas invenciones
 Se asombra, el universo, y cuya gloria, 	10
 Triunfando de la muerte, se levanta
 A lo más encumbrado de los cielos.
 Porque viendo este hombre que ya habían
 Todo lo más preciso los mortales
 Para vivir y conservar la vida;
 Que tenían riquezas abundantes,
 Y honor, y gloria, y bien nacidos hijos;
 Pero que no dejaban de angustiarse
 Y gemir como esclavos en prisiones,
 Llegó a entender que todo el mal venía 	20
 Del mismo vaso, que teniendo vicio
 Malea lo que se echa más precioso:
 Ya porque permeable y sin asiento
 No se llena por mucho que se le eche,
 Ya porque el interior todo emporcado,
 Con su negro veneno inficionaba
 Cualquier cosa en el vaso contenida.
 Limpió, pues, los humanos corazones
 Con la verdad; les limitó el deseo,
 Les curó sus cuidados y temores, 	30
 Y declaroles la naturaleza
 Del sumo bien, a que aspiramos todos,
 Y el camino más fácil y más corto
 Para llegar a él derechamente;
 Y demostroles cuáles son los males
 A que sujeta a los mortales todos,
 El poderío de Naturaleza,
 Y que asaltan al hombre acometiéndole,
 O por acaso o necesariamente,
 Según Naturaleza dispusiera: 	40
 Les dijo por qué lado debe el alma
 A sus asaltos resistir invicta,
 Y probó cuán en vano ella fomenta
 De ordinario en el fondo de sí misma
 Las zozobras de tristes aflicciones:
 Así como los niños temerosos
 Se recelan de todo por la noche,
 Así nosotros, tímidos, de día
 Nos asustamos de lo mismo a veces
 Que despavorir suele a los muchachos. 	50
 Preciso es que nosotros desterremos
 Estas tinieblas y estos sobresaltos,
 No con los rayos de la luz del día,
 Sino pensando en la Naturaleza:
 Mi voz la cantará con nuevo aliento.
 Y como te enseñé que el edificio
 Del Mundo era finible, y que tenía
 Principio el cielo, y que los seres todos
 Que nacen y nacieron es preciso
 Que necesariamente se disuelvan, 	60
 Oye lo que me falta descubrirte,
 Puesto que la esperanza de mi triunfo
 Me animó a que subiese sobre el carro
 Brillante de la gloria, y nuevo aliento
 Me han dado los obstáculos que había.
 Y los demás fenómenos que observan
 En el Cielo y la Tierra los mortales
 Tienen suspensas con pavor sus almas,
 Las humillan con miedo de los dioses,
 Y las tienen cosidas con la tierra, 	70
 Puesto qué la ignorancia de las causas
 Los fuerza a sujetar Naturaleza
 Al imperio de dioses y a ponerles
 En sus manos el cetro, y se imaginan
 Que algún poder divino hace las obras
 Cuyo primer resorte ellos ignoran:
 Porque los que estuvieren persuadidos
 De que los dioses viven descuidados,
 Si no obstante se admiran de las causas,
 En especial de aquellas apariencias 	80
 Que encima de nosotros se descubren
 En la región etérea, nuevamente
 Caen en su inveterado fanatismo,
 Y nos ponen tiranos inflexibles,
 A quienes para colmo de miseria
 Les conceden poder ilimitado;
 Ignorando qué cosa existir puede,
 Cuál no puede, y los límites precisos
 Que la Naturaleza ha señalado,
 En fin, a la energía de los cuerpos, 	90
 Por lo que más y más se descaminan.
 Si no desechas semejantes yerros
 Teniendo por indignos de los dioses
 Y ajenos de su calma estos cuidados,
 Vendrán a tu presencia de continuo
 Estas santas deidades resentidas;
 No porque capaz sea de enojarse
 La majestad suprema de los dioses,
 Y deseen coléricos vengarse
 Con ejemplar castigo de los hombres; 	100
 Sino porque estarás muy persuadido
 Que en el seno de un plácido reposo
 Revuelven las venganzas en su pecho;
 No entrarás en los templos de los dioses
 Con pacífico pecho, ni es posible
 Que aquellos simulacros emanados
 De sus augustos cuerpos te presenten
 Sus divinas imágenes con calma;
 ¡Ya ves cuán triste vida te amenaza!
 Aunque sabiduría por mis labios 	110
 Te ha explicado verdades infinitas
 Para alejar de ti tan dura suerte;
 Otras muchas me faltan todavía,
 Y tengo yo además que engalanarlas
 Con lindos versos; tengo que explicarte
 Los diversos fenómenos del cielo:
 Cantaremos también las tempestades,
 Y las causas y efecto de los rayos,
 Porque, supersticioso, neciamente
 En regiones diversas no repartas 	120
 El cielo para ver, todo temblando,
 De qué parte salió el alado fuego,
 O hacia dónde tiró precipitado,
 Y cómo por las tapias se introduce,
 Y cómo sale de ellas victorioso:
 Pues todos son efectos naturales,
 Que atribuyen los hombres a los dioses
 Porque no pueden penetrar las causas.
 Calíope, diestra musa, que a los hombres
 Alivias, y recreas a los dioses, 	130
 Ven a instruirme tú de mi corrida
 Hacia la ruta de carrera ilustre,
 Para ceñir, guiándome tú ahora,
 De corona inmortal mi sien gloriosa.
 Tan sólo se estremecen con el trueno
 Las azuladas bóvedas celestes,
 Cuando agitadas por contrarios vientos
 Se chocan mutuamente etéreas nubes
 Por las altas regiones remontadas;
 Pues no viene el tronido de aquel lado 	140
 Que hay sereno en el cielo: pero cuando
 Las nubes condensadas se amontonan
 En una parte, allí con mayor fuerza
 Suele sentirse el tormentoso ruido.
 Además, que no pueden ser las nubes
 De una masa tan densa como piedras
 Y vigas; ni tampoco tan sutiles
 Como la niebla y humo, pues debieran
 Caer en fuerza de su mucho peso
 En el caso primero como piedras; 	150
 Si tuvieran la misma consistencia
 Que tiene el humo, no pudieran ellas
 Contener los granizos y las nieves.
 En la inmensa llanura de los aires
 Hacen también un ruido semejante
 Al de los grandes lienzos que se agitan
 Por entre las columnas y las vigas
 De nuestros coliseos; otras veces,
 Rasgadas por la furia de los vientos,
 Imitan el sonido delicado 	160
 Que hace roto el papel entre los dedos,
 Como en el trueno puedes observarlo;
 O el ruido de un vestido que hay colgado,
 O de una hoja volante que los vientos
 En fuerza de sus golpes repetidos
 Agitan y remueven por los aires.
 También sucede a veces que las nubes
 En lugar de chocarse por delante
 Se comprimen de lado, y van raspando
 Por medio de encontrados movimientos 	170
 Lo largo de su cuerpo, de do nace
 Aquel sonido seco que magulla
 Los oídos, y dura mucho tiempo,
 Hasta que se ven libres de aquel lazo.
 Otra causa hay también por la que el trueno
 Nuestro mundo conmueve en ocasiones
 Con estremecimientos tan horribles
 Que parecen las bóvedas del Mundo
 Por todas partes reventar deshechas
 Con repentino golpe; cuando entrado 	180
 De pronto el huracán impetuoso
 En medio de las nubes allí brega:
 Rápido torbellino que condensa
 La nube con esfuerzos redoblados,
 La estrecha por los lados, y la ahueca;
 Pero cuando por fin abrieron paso
 Su impetuosidad y su violencia,
 Con horrible estampido sale el viento:
 No es maravilla, cuando el mismo ruido
 De un estallido igual da muchas veces 	190
 Una simple vejiga llena de aire.
 También puede explicarse de otro modo
 Aquel ruido que excitan en las nubes
 Los vientos; porque vemos de ordinario
 Que las nubes presentan superficies
 De ramificación larga e incierta:
 Luego deben hacer el mismo ruido
 Que las hojas y ramas de una selva
 Cuando son de los cierzos agitadas.
 Puede también la furia de los vientos 	200
 Reventar una nube si la embisten
 Directamente con furioso aliento:
 La experiencia nos dice cuánta fuerza
 Debe tener su soplo por arriba,
 Cuando aquí bajo, siendo más suave,
 Echan a tierra el árbol más erguido
 Y arráncanle de cuajo fácilmente.
 Hay también en las nubes como olas
 Que deben, estrellándose con furia,
 Producir un murmullo tan profundo 	210
 Como el que hace un gran río y océano
 Cuando es por las tormentas agitado.
 También del rayo los ardientes fuegos,
 Cuando de nube en nube van cayendo,
 Quizá vienen a dar en nube acuosa,
 Donde mueren con ruido semejante
 Al chirrío del hierro caldeado,
 Cuando rápidamente le metemos
 Desde la misma fragua en agua fría:
 Pero si árida nube coge al rayo, 	220
 Se inflama de repente con gran ruido:
 De esta manera el fuego provocado
 Con torbellino de furiosos vientos
 Se extiende por los montes coronados
 De laureles al punto consumidos:
 No hay cuerpo combustible que devore
 El fuego con un ruido más terrible
 Que el árbol consagrado al dios de Delfos.
 Por fin, el hielo haciéndose pedazos,
 Y el granizo cayendo hacen retumben 	230
 Las nubes a lo lejos, cuando el viento
 Las junta y amontona semejantes
 A las montañas, y por fin quebradas
 Caen en tierra revueltas con granizo.
 También relampaguea si las nubes
 Arrojan mucha ignífera semilla
 En fuerza de su choque, a la manera
 Que sacudiendo un pedernal con otro,
 O dando con un hierro, se ve entonces
 Brillar la luz y chispear de lejos: 	240
 Y el relámpago ya vieron los ojos
 Cuando llegan los truenos al oído;
 Porque hieren mas pronto los objetos
 La vista que el oído, como puedes
 Observando tú mismo, si te pones
 A ver cortar al leñador las ramas
 Superfluas de algún árbol con el hacha;
 Pues le verás primero dar el golpe
 Que llegue a tus orejas el sonido:
 El relámpago vemos asimismo 	250
 Antes que percibamos el sonido,
 Siendo uno y otro a un tiempo y siendo hijos
 Del mismo choque y de la misma causa.
 También explicaré de otra manera
 Por qué de rauda luz bañan la tierra
 Las nubes y sus fuegos tembladores
 Hacen brillar durante la borrasca.
 Luego que el viento acometió a la nube,
 Y agitándola siempre, como dije,
 Logró ahuecarla, y recogerla al centro, 	260
 Con movimiento rápido se inflama,
 Porque vemos nosotros abrasarse
 Todo cuerpo movido con presteza,
 Y aun la bala de plomo derretirse,
 En un gran trecho, cuando el remolino
 Inflamado rasgó la obscura nube,
 Desparrama sus fuegos de repente
 Lanzados de la nube con esfuerzo,
 Obligando a cerrar los ojos: luego
 Óyese él estampido, que la oreja 	270
 Hiere más tarde que la luz los ojos:
 Todos estos efectos ciertamente
 Suponen nubes densas, que arrojadas
 Sean también con ímpetu admirable.
 No dejes engañarte de tus ojos,
 Que no te enseñan más desde aquí bajo
 Que la extensión y anchura de las nubes
 Más bien que el grueso de ellas y su altura.
 Para desengañarte, considera
 Las nubes parecidas a unos montes 	280
 Que los vientos trasponen por los aires
 En dirección contraria: o si los vientos
 Yacen en sus entrañas sepultados,
 Verás amontonadas estas nubes
 Unas sobre otras por los altos montes,
 Apretarse entre sí por las alturas.
 Entonces podrás tú formar idea
 De sus masas enormes; ver en ellas
 Especies de cavernas fabricadas
 En rocas suspendidas, y los vientos, 	290
 Cuando llenan su centro dando muestras
 De tempestad, se indignan en las nubes
 Al verse dentro de ellas encerrados,
 Como lo hacen las fieras en sus jaulas:
 Resuenan a lo lejos sus bramidos,
 Por todas partes quieren escaparse,
 Desprenden de la nube unas semillas
 De fuego, que amontonan y revuelven
 En lo interior de sus ardientes hornos,
 Hasta que ya por fin rasgan la nube 	300
 Y en torrentes de luz huyen los vientos.
 Los rápidos relámpagos que vuelan
 Hacia la tierra, fuegos transparentes
 Más brillantes que el oro, tal vez deben
 Su nacimiento a la substancia misma
 De las nubes, que dentro de sí encierran
 Precisamente una abundante copia
 De moléculas ígneas; en efecto,
 Cuando ningún humor tienen las nubes,
 Por lo común es su color brillante 	310
 Así como la llama; porque debe
 También la luz del sol precisamente
 Comunicarlas infinitas partes
 Para estar encendidas de este modo
 Y hacerlas brotar fuego: cuando el viento
 Amontonó estas partes en un sitio,
 Y comprime la nube fuertemente
 Por donde ellas están amontonadas,
 Exprime de la nube estas semillas
 De fuego, las esparce, y las obliga 	320
 A arder con los colores de la llama.
 También relampaguea si las nubes
 Están enrarecidas; cuando el aire
 Agitando la nube dulcemente
 Sus partes va ensanchando y disolviendo,
 Es preciso que caigan por sí mismas
 Las semillas de fuego causadoras
 Del relámpago entonces sin estruendo,
 Sin destrucción y sin cansar terrores.
 Además, los efectos de los rayos 	330
 Dicen cuál sea su naturaleza:
 Las señales que dejan en los cuerpos
 Que consumieron, los vapores densos
 Del azufre que exhalan nos demuestran
 Que son de fuego, no de aire o de agua:
 Abrasan además las fuertes torres,
 Y con rápida llama hacen cenizas
 Los edificios: la Naturaleza
 Este fuego voraz formó de intento
 De sus fuegos más vivos y sutiles: 	340
 Ninguna cosa puede resistirle;
 Por medio de las casas pasa el rayo
 Con tanta valentía y ligereza
 Como el grito y la voz; él atraviesa
 Las peñas y metáles; cobre y oro
 Derrite en un momento, y de repente
 Disipa el vino sin lesión del vaso,
 Porque tal vez llegando a introducirse
 Su calor fácilmente en las paredes
 Del vaso, las afloja y enrarece 	350
 Y echa por todas partes los principios
 Del vino adelgazándolos primero,
 El mismo Sol hacerlo no podría
 En todo un siglo; tanta es la ventaja
 Del poderío activo de los rayos.
 Ahora te explicaré sin digresiones
 Cómo se forma el rayo, y cómo adquiere
 Una fuerza capaz de hender las torres,
 Derribar casas, arrancar las vigas,
 Demoler las memorias de los hombres 	360
 Y dejar a los mismos hombres muertos,
 Sin vida echar por tierra los ganados,
 Y muchas destrucciones semejantes.
 De las nubes espesas y apiñadas
 Por las altas regiones nace el rayo:
 Ninguno viene de sereno cielo,
 Ni las nubes ligeras los despiden;
 Como nos lo declara la experiencia
 Cuando vemos cubrirse la atmósfera
 De espesas nubes en aquel momento 	370
 En que la tempestad prepara el rayo:
 Parece que han salido las tinieblas
 Del Aquerón, a un tiempo, obscureciendo
 La cavidad inmensa de los cielos;
 Nos cubre horrible noche con su manto;
 Pende el terror encima de nosotros.
 También alguna vez la negra noche,
 Como río de pez que descendiese
 Del cielo por el mar, sobre sus ondas
 Cae tan precipitada, y a lo lejos 	380
 Derrama las tinieblas; tras sí arrastra
 La tempestad, preñada de huracanes,
 De rayos y de fuegos y de vientos
 Tan furibundos, que en la tierra tiemblan
 Los hombres y se meten en sus casas.
 Es creíble que tengan mucho cuerpo
 Las nubes borrascosas que se forman
 Sobre nuestras cabezas; pues la Tierra
 En noche obscura no se sepultara
 Si multitud de nubes por encima 	390
 Toda la luz del Sol no la robaran;
 Las lluvias abundantes no podrían
 Hinchar los ríos o inundar los campos,
 Si no estuviera la región etérea
 Llena toda de nubes elevadas.
 Fuegos y vientos hay por todas partes,
 De cualquier lado truena por lo mismo,
 Y salen los relámpagos: ya he dicho
 Que tienen mucha ignífera semilla
 Todas las nubes en su centro hueco: 	400
 Que los rayos del Sol y sus ardores
 Las aumentan también precisamente.
 Cuando el viento amontona en su paraje
 Todas aquellas nubes, saca de ellas
 Infinitas moléculas de fuego,
 Con las cuales él mismo se revuelve:
 El remolino entonces prisionero
 En la nube se agita, y allí aguza
 El rayo en medio de esta fragua ardiente.
 El viento, pues, se enciende de dos modos: 	410
 Por actividad propia, o por contacto
 De fuego: y cuando ya de esta manera
 Se encendió él a sí mismo, o recibiera
 La impresión de la llama, presto el rayo
 Rompe la nube; entonces de improviso
 Luces resplandecientes va esparciendo
 Por todas partes, y hórrido estallido
 Se deja oír, como si caminaran
 Sobre nosotros rotas de repente
 Las bóvedas del cielo: todo el Globo 	420
 Retiembla entonces, y de polo a polo
 Por todo el firmamento corre el trueno:
 Porque a la vez se agitan y retumban
 Todos juntos entonces los nublados,
 Y de este general sacudimiento
 Nace una lluvia tan copiosa y fuerte,
 Que parece que quiere convertirse
 En agua todo el cielo, y que de nuevo
 Se va a anegar la Tierra con diluvio:
 Tanto asusta el sonido de las nubes 	430
 Que se rompen a un tiempo, y de los vientos
 Que braman agitados, y del rayo
 Que reluce volando por los aires.
 También un viento externo e impetuoso
 Viene a caer sobre una nube espesa
 Do está el rayo formado, la que abierta,
 Deja caer de pronto el torbellino
 De aquel fuego que rayo le llamamos:
 Esto también sucede a otros nublados
 Según las direcciones de los vientos. 	440
 Puede también acontecer a veces
 Que, sin estar el viento aún encendido,
 Sin embargo se inflame en largo trecho;
 Que en su misma carrera se despoje
 De aquellos elementos más groseros
 Que no pueden pasar por la atmósfera,
 Y que del aire mismo tome al paso
 Las más finas moléculas, que le hagan
 Inflamarse volando envuelto en ellas:
 Como bala de plomo se escandece 	450
 En su carrera cuando va dejando
 Los principios más fríos en el aire,
 Y semillas de fuego en él recoge.
 La inflamación, en fin, puede que nazca
 Del mismo choque; cuando el viento frío
 Sin fuego azota, entonces por ventura
 Saca la violencia de su golpe
 Moléculas de fuego de sí mismo
 Y del cuerpo chocado, como cuando
 Un pedernal herimos con el hierro 	460
 Salen las chispas, y aunque el hierro es frío,
 Sabe la colisión sacar semillas
 Refulgentes de llama; pues lo mismo
 Debe encender el soplo de los vientos
 Los cuerpos que sacude, si inflamable
 Es la naturaleza de estos cuerpos:
 Sin ser un temerario no se puede
 Enteramente asegurar que el viento
 Tan rápido bajando desde arriba
 Sea del todo frío; y si en su curso 	470
 No se inflamó, debe llegar al menos
 Entibiado y revuelto en algún fuego.
 La rapidez del rayo y golpe fuerte
 Y su caída violenta nacen
 De su natural ímpetu: encerrado
 En las nubes, y allí, cobrando fuerzas,
 Con nuevo brío intenta salir de ellas;
 Cuando el nublo no puede resistirse
 A este aumento de ímpetu, se escapa
 Con una prodigiosa ligereza 	480
 El fuego destructor, como las piedras
 Lanzadas por las máquinas terribles.
 Junta también a esto ser el rayo
 De finos y sutiles elementos;
 Y con esta figura no es tan fácil
 Hacerle resistencia, pues se cuela
 Y sé insinúa, por lo más estrecho:
 No puede cuerpo alguno con su choque
 Detener su raudísima carrera.
 Además de que todo cuerpo grave 	490
 Por natural impulso tiende abajo;
 Pero si la impulsión se junta al peso,
 Su rapidez se dobla, y se acrecienta
 Aquel ímpetu suyo de contado.
 El rayo así con estas fuerzas dobles
 Debe quitar del medio en un instante
 Cualquier estorbo que se encuentre al paso,
 Y proseguir su marcha sin pararse.
 En fin, la longitud de su caída
 Más y más acelera el movimiento, 	500
 Que siempre va creciendo; y aumentando
 Su ímpetu, vigora los ataques,
 Sus divergentes átomos juntando
 Y dirigiendo todos sus esfuerzos
 Hacia el punto común a donde corre.
 También quizá viniendo hacia nosotros
 Quita de paso el rayo al aire mismo
 Corpúsculos que puedan darle fuerza
 Y acelerar su golpe impetuoso.
 Hay muchos cuerpos que penetra el rayo 	510
 Sin daño alguno de ellos, porque encuentra
 Conductos que atraviesa velozmente:
 Hay otros que destruye y descompone,
 Por que viene a atacar directamente
 Las moléculas que unen su tejido:
 Él con facilidad derrite el cobre
 Y hace que hierva el oro en un instante,
 Porque de átomos lisos y sutiles
 Se forma el rayo, los que fácilmente
 Dentro de estos metales se introducen, 	520
 Y desatan sus nudos al momento
 Y todas sus lazadas desaprietan.
 En el Otoño y en la Primavera,
 Cuando se abren las flores por los campos,
 El palacio encumbrado de los cielos
 De fulgentes estrellas se estremece
 Por todas partes más a la continua:
 Se estremece también toda la tierra,
 Porque en Invierno faltan muchos fuegos,
 Y los vientos se calman en Estío, 	530
 Y las nubes no tienen tanto cuerpo.
 En estaciones medias, pues, concurren
 Todas las varias causas de los rayos:
 Vienen a ser los límites comunes
 Do el frío y el calor se están tocando
 Agentes necesarios de los rayos,
 Que entrambos introducen la discordia
 En la naturaleza, y con gran ruido
 El fuego encienden de las tempestades
 Y enfurecen el aire con los vientos: 	540
 Porque el fin del Invierno y el principio
 De Estío son los que hacen el Verano:
 Por lo cual deben el calor y el frío,
 Principios entre sí tan encontrados,
 Luchar y revolver todas las cosas:
 El Otoño, que forma la salida
 Del Estío y la entrada del Invierno,
 Debe observar las riñas y pendencias
 Del frío y del calor; guerras del año
 Pueden llamarse entrambas estaciones: 	550
 No es extraño que se hagan muchos rayos
 Entonces, y que el cielo se alborote
 Con tempestades, porque la discordia
 Está continuamente fomentada
 Con llamas y con vientos y con nublos.
 Así se indaga la naturaleza
 Del ignífero rayo y sus efectos;
 No consultando vanas predicciones
 De los toscanos para hallar indicios
 Del secreto consejo de los dioses: 560
 O de dónde salió el alado fuego,
 O hacia donde tiró precipitado,
 De qué modo se entró por las paredes
 Y cómo sale de ellas victorioso,
 O qué daño presagia su caída.
 ¿Por qué, si Jove y las demás deidades
 Estremecen las bóvedas celestes
 Con sonido terrífico, y arrojan
 Los rayos por do quiera que les place;
 Por qué de parte a parte no dividen 570
 El pecho del malvado que se entrega
 A odioso crimen descaradamente,
 Y las llamas del rayo vaheando
 Dan a los hombres documento horrible?
 ¿Por qué más bien revuelven en sus llamas
 Al inocente a quien maldad no arguye,
 Y a quien súbitamente le circunda
 El fuego celestial en remolino?
 ¿Por qué, además, emplean su trabajo
 Contra las soledades vanamente? 580
 ¿Es por ejercitar mejor sus brazos,
 O por asegurar mejor sus golpes?
 ¿Por qué sufren se emboten en la tierra
 Los que despide el padre de los dioses?
 ¿Por qué de ellos él mismo se despoja,
 Y para sus contrarios no los guarda?
 En fin: ¿por qué no lanza Jove el rayo
 Y nunca mueve tempestad de truenos
 Cuando hay serenidad por todo el cielo?
 ¿Cuando acaban las nubes de formarse, 	590
 Monta entonces en ellas por ventura,
 Por dirigir sus tiros más de cerca?
 ¿Por qué razón contra la mar asesta?
 ¿Por qué hiere las ondas, estas masas
 Líquidas, estos cuerpos fluctuantes?
 Si quiere nos guardemos de los rayos,
 ¿Por qué no deja verlos desde lejos,
 Y si quiere cogernos descuidados
 ¿Por qué truena de modo que podamos
 Evitarlos? ¿A qué son los retumbos, 	600
 Tinieblas y murmullos que preceden?
 ¿Puedes tú concebir que los dispare
 Al mismo tiempo por distintas partes?
 No puedes refutarlo, sin que niegues
 Una experiencia tan frecuente y cierta.
 Es preciso que pueda caer el rayo
 Al mismo tiempo por distintos lados,
 Como vemos que llueve y caen las lluvias.
 ¿El rayo asolador por qué derriba,
 En fin, los templos santos de los dioses, 	610
 Estas habitaciones suntuosas,
 Y rompe sus estatuas bien labradas,
 Y roba a sus imágenes el culto
 Con golpe violento? ¿Por qué ataca
 De ordinario los sitios elevados,
 Y vemos en las cumbres de los montes
 Más bien que en otra parte sus vestigios?
 Por lo que te he explicado de los rayos
 Es fácil conocer de qué manera
 Sobre la mar se arrojan desde arriba 	620
 Los tifones, que présteres clamaron
 Los griegos atendiendo a sus efectos.
 Por qué bajan a veces desde el cielo
 Sobre la mar como en columna larga,
 Y todo alrededor bullen las ondas
 Agitadas con soplo impetuoso;
 Y las naves entonces sorprendidas
 Por el vertiginoso meteoro
 Están expuestas al mayor peligro:
 Y la causa es que el viento algunas veces 	630
 No teniendo potencia suficiente
 Para romper la nube que ha embestido,
 La baja poco a poco hacia las aguas
 Como columna echada desde el cielo,
 O más bien como masa disparada
 De arriba abajo por robusto brazo,
 La cual sobre las ondas se extendiese:
 Cuando rasga la nube, el viento se entra
 Con ímpetu en la mar, y en ella excita
 Un hervor increíble; porque entonces, 	640
 Sin cesar agitándose la manga,
 Baja a la par la nube, que se presta
 A cualquier movimiento de la bomba:
 Y así que la extendió sobre las aguas
 El vértice de pronto se zabulle.
 Hace toda la mar un hervidero,
 Mueven sus olas espantoso ruido.
 El mismo torbellino que en el aire
 Juntó los elementos de la nube,
 Se envuelve algunas veces dentro de ella, 	650
 Imitando las mangas por la tierra;
 Y cuando al suelo se bajó la nube,
 Rasgándose, vomita de su cuerpo
 Un remolino, un huracán furioso.
 Mas siendo estos fenómenos muy raros
 A causa del obstáculo que oponen
 En la tierra a los vientos las montañas,
 Deben ser más frecuentes en los mares,
 Que son tan extendidos y patentes.
 Los nublados se forman cuando muchos 	660
 Angulosos corpúsculos, volando
 Sin cesar en la atmósfera, se juntan
 Entre sí de repente, y se condensan
 A pesar de sus débiles uniones:
 Sólo son al principio nubecillas;
 Empero todas juntas apiñadas,
 Y entre sí reunidas, van creciendo,
 Y los vientos las llevan de manera
 Que nace de ellas tempestad furiosa.
 Y cuanto más vecinas a los cielos 670
 Tienen también sus cumbres las montañas,
 Tanto más una niebla amarillenta
 Y una especie de humo siempre espeso
 Las obscurece; porque cuando empiezan
 A tomar consistencia los nublados,
 Sin que puedan aún verlos los ojos,
 Los vientos los conducen y aglomeran
 Sobre la cima de elevado monte:
 Cuando, por fin, después se reunieron
 En mucho mayor número apiñados, 680
 Condensados los vemos elevarse
 Desde la húmeda cumbre por los aires:
 Puesto que la razón y la experiencia
 Dicen ser el teatro de los vientos
 Aquellos sitios que hay más elevados.
 Además quita la Naturaleza
 También muchos corpúsculos de encima
 De todo el mar, como nos lo declaran
 Las ropas que tendemos en la playa
 Poniéndose mojadas: luego es claro 	690
 Que contribuyen las emanaciones
 De este salado fluido agitado
 Al acrecentamiento de las nubes.
 Vemos también que de los ríos todos
 Y de la misma tierra se levantan
 Unas nieblas y cálidos vapores
 Cuyas exhalaciones se remontan
 Por el aire, y los cielos obscurecen,
 Y con sus reuniones insensibles
 Forman espesas nubes; pues las olas 	700
 De la substancia etérea las empujan
 Por la parte de arriba, y condensadas
 Cubren casi las bóvedas azules..
 Puede también que vengan de otros mundos
 A reunirse en éste aquellos cuerpos
 Que forma los nublados y tormentas:
 Porque te he dicho que es innumerable
 El número de átomos, y el todo
 Ser también profundísimo: no ignoras
 De cuánta ligereza están dotados 	710
 Los átomos, y cuán rápidamente
 Suelen correr espacio inmensurable;
 Por lo que no es extraño, que al momento
 Cubran la tempestad y las tinieblas
 Colgadas en el aire mar y tierra,
 Y las montañas; pues los elementos
 Encuentran siempre entradas y salidas
 Por donde quiera en todos los conductos
 Del éter, y por todas las lumbreras
 Del mundo, por decirlo de este modo. 	720
 Ahora te explicaré cómo se aumentan
 Las aguas de la lluvia en nubes gruesas,
 Y cómo desde allí caen en la tierra.
 Y es preciso ante todo persuadirte
 Que se levantan con las mismas nubes
 Infinitas moléculas de agua
 De todo cuerpo, y a la par se aumenta
 Con la misma substancia de la nube,
 Del mismo modo que el sudor, la sangre,
 Y cualquiera otro líquido del cuerpo 	730
 Crece a la par que todos nuestros miembros.
 Los nublados a veces también cargan
 De las aguas marinas, semejantes
 A vellones de lana suspendidos
 Cuando son conducidos por los vientos
 Sobre la superficie de los mares;
 También de todo río se levanta
 El agua hacia las nubes; pero cuando
 Estas semillas de agua, acrecentadas
 De todas partes con emanaciones 	740
 Tan grandes y diversas, se juntaron
 Y las condensa el soplo de los vientos,
 Entonces determina su caída
 Doblada fuerza; la presión de vientos
 Y la copia de nubes apiñadas,
 Las cuales gravitando unas sobre otras
 Hacen caer las lluvias dilatadas.
 Cuando además los vientos enrarecen
 Los nublados, o cuando son disueltos
 Por el calor del Sol, que hiere encima, 	750
 Humor pluvioso entonces van soltando,
 Y corren gota a gota como cera
 Que se va derritiendo puesta al fuego.
 Es copiosa la lluvia si las nubes
 Experimentan esta doble fuerza,
 La presión de su peso y de los vientos;
 Y suele durar mucho, y encerradas
 Suele tener las gentes en su casa,
 Cuando están muy espesos los nublados,
 Y cuando unos sobre otros se amontonan, 	760
 Y se derraman hacia todas partes,
 Cuando toda la tierra restituye,
 El mismo humor con sus exhalaciones.
 Cuando entre obscura tempestad embiste
 Con sus rayos el Sol lluviosa nube
 Que en frente de sí tiene, se descubren
 En medio de las nubes tenebrosas
 Los colores del Iris variados.
 De otros meteoros que se forman
 Y crecen combinados en las nubes, 	770
 Como la nieve, vientos y granizo,
 Las escarchas y el hielo que endurece
 Las aguas, y refrena la corriente
 De los ríos, es fácil que comprendas
 Sus efectos y causas si entendieres
 Las propiedades de los elementos.   
 Pon atención en conocer la causa
 Ahora de los temblores de la tierra;
 Y debes persuadirte, sobre todo,
 Que el globo interiormente como fuera 	780
 Está lleno de vientos, de cavernas,
 De lagos, precipicios y peñascos,
 De rocas y de ríos escondidos,
 Cuya corriente impetuosa arrastra
 Las peñas sumergidas en su madre:
 La razón, pues, exige que la tierra
 Se asemeje a sí misma en todas partes.
 Supuestas de antemano estas nociones,
 Tiembla la tierra por su superficie
 Con motivo de haberse desplomado 	790
 En su interior grandísimas cavernas,
 Que viene a demoler por fin el tiempo;
 Como que enteros montes se arruinan,
 Cuyo sacudimiento pronto y fuerte
 Extiende los temblores a lo lejos:
 Cuando un carro que no es de mucho peso
 Hace temblar todos los edificios
 Que están al paso, no retiemblan menos
 Todos los sitios del contorno cuando
 Arrastran los corceles arrogantes 	800
 Las llantas de las ruedas bien herradas.
 También puede caer al cabo de años
 Una masa disforme de la tierra
 En un lago vastísimo, y el orbe
 Vacilar tal vez puede con motivo
 Del movimiento que excitó en las aguas,
 Así como en el suelo no está inmóvil
 El vaso lleno de una agua agitada
 Hasta ponerse toda en equilibrio.
 Cuando, además, el viento recogido 	810
 Entre las cavidades interiores
 De la tierra se arrojó violento
 Sobre una parte, y con sus fuerzas todas
 Hace presión en las cavernas
 Inclínase la tierra hacia la parte
 Donde el viento dirige sus esfuerzos,
 Y las casas entonces que hay encima
 Inclínanse también cuanto más altas,
 Cuanto más se avecinan a los cielos,
 Y perdiendo el nivel salen las vigas, 	820
 Y amenaza venirse todo al suelo.
 Y temen presumirse si ha prescrito
 Naturaleza un paso a la ruina
 Y destrucción total del mundo entero,
 Cuando ven su gran mole pronta a hundirse.
 Si los vientos aliento no tomasen
 Nada capaz sería de enfrenarlos,
 Ni detener su furia destructora;
 Mas como se sosiegan alternando,
 Y vuelven al ataque nuevamente, 	830
 Y se ven rechazados con ventaja,
 Amenaza la tierra desplomarse;
 Ella se inclina y otra vez se alza;
 Y pierde el equilibrio, y con su peso
 Otra vez le recobra: por lo mismo
 Toda cosa vacila más o menos
 Según su elevación, pues las más bajas
 Casi no sienten el temblor de tierra.
 También pueden causar estos temblores
 Un viento impetuoso, un grande soplo 	840
 De fuerza introducido de repente,
 O nacido del seno de la tierra,
 Que después que se entró en las cavidades
 Del globo, con tumulto anticipado
 Entre inmensas cavernas va bramando
 Y se revuelve mucho y no se escapa
 Por fuera de la tierra hasta que la abre
 Y con su gran violencia la divide,
 Y forma en ella abismos anchurosos;
 De esta manera fue Sidón tragada, 	850
 Obra de tirios, y en Peloponeso
 También Egina. ¡Ay, cuántas ciudades
 Esta erupción furiosa de los vientos
 Y el temblor de la tierra han destruido!
 ¡A cuántas los horribles terremotos
 Han hundido debajo de la tierra,
 Y con sus ciudadanos juntamente,
 Cuántas otras los mares sepultaron!
 Pues si el viento no llega a romper fuera,
 Su soplo impetuoso se divide 	860
 Por todos los conductos de la tierra
 Y en sus entrañas férvidas excita
 Un temblor general, del mismo modo
 Que cuando se introduce por los miembros
 Interiormente el frío, y los sacude,
 Nos hace tiritar a pesar nuestro:
 Con un doble terror vagan las gentes
 Por la ciudad entonces asustadas,
 Pues sobre su cabeza ven la muerte,
 Debajo de los pies también la temen: 	870
 Temen que caiga derrumbado el techo,
 Temen disuelva la Naturaleza
 Las bóvedas del globo de repente,
 De par en par abriendo estos abismos
 Anchurosos, queriendo trastornada
 Con sus mismas ruinas rellenarlos.
 Por lo cual, aunque vivan persuadidos
 De ser incorruptibles cielo y tierra,
 Y destinados a existencia eterna,
 La vista de un peligro tan urgente 	880
 Introduce pavor y desconfianza
 En sus almas a veces, y les hace
 Temer no huya la tierra en un instante
 Con dirección al báratro profundo,
 Y que el gran todo caiga detrás de ella,
 Y que no reste más de todo el mundo
 Que un cúmulo confuso de ruinas.
 Ahora debo explicar precisamente
 Cómo la mar no sabe qué es aumento.
 Admíranse de que la mar no aumenta 	890
 Su volumen jamás con tantas aguas
 Como corren a ella y tantos ríos
 Como por todas partes desembocan:
 Junta las tempestades y las lluvias
 Que sobre mar y tierra caen a un tiempo
 Además de sus propios manantiales;
 ¿Dejarán, sin embargo, de admirarse
 Si consideran que estas aguas juntas,
 Con el mar extendido comparadas,
 Viene a ser apenas una gota? 	900
 Roba el calor del sol una gran parte,
 Pues vemos secan sus ardientes rayos
 En un instante la mojada ropa:
 Será su acción más fuerte y más activa
 Sobre la faz inmensa de los mares
 Aunque el sol tome una porción muy corta
 De cada sitio de por sí, no obstante,
 Debe robar en extensión tan grande
 Cúmulo inmenso de marinas aguas.
 Cuando con furia el mar barren los vientos, 	910
 Se llevan tras de sí gran parte de agua;
 Porque es frecuente a veces en la noche
 Ver que se ponen secos los caminos
 Y endurecido el lodo con su soplo.
 Además, te enseñé que los nublados
 Atraen a sí las aguas de los mares,
 Y por la haz de la tierra las esparcen
 Cuando llueve sobre ella, y cuando llevan
 Los vientos por la atmósfera las nubes.
 Por fin, supuesto que es la tierra un cuerpo 	920
 Poroso, que la mar contigua ciñe
 Por todas partes, recibir no puede
 El mar en sí las aguas de la tierra
 Sin que reciba aquésta al mismo tiempo
 Las saladas del mar, que ciertamente
 Se filtran por el seno de la tierra,
 Y se recogen y se juntan todas
 Donde tienen los ríos nacimiento,
 Y fluyen dulcemente por la tierra,
 Por donde, una vez rota, facilita 	930
 Que con líquido pie corran las aguas.
 Explicaré al presente por qué causa
 Vomita a veces Etna por sus bocas
 Las llamas en espeso torbellino:
 La tempestad de fuego, dominando
 Con estrago en los campos sicilianos,
 No hizo mirar a los vecinos pueblos;
 No volviendo la vista a los torrentes
 De chispas y de humo, que cubrían
 La atmósfera: a la vez, les daba pena, 	940
 De pávido cuidado hinchiendo el pecho,
 Esperando los nuevos infortunios
 Que la Naturaleza preparaba.
 Si de tales fenómenos deseas
 Tener conocimiento, es necesario
 Que des una ojeada vasta y grande
 Sobre Naturaleza, y que sus partes
 A la vez consideres todas juntas,
 Acordándote siempre que el gran todo,
 Es infinito, y que supone poco 	950
 El cielo comparado al universo;
 Y que es el hombre imperceptible cosa
 Si se compara con el orbe entero.
 Si tú penetras bien este principio,
 Si te convence una verdad tan clara,
 Ya no te admirarás de muchas cosas.
 ¿Se admira acaso alguno de nosotros
 Si le abrasa a cualquiera ardiente fiebre,
 U otra cualquier enfermedad aguda
 Se extiende por sus miembros doloridos? 	960
 Porque se hinchan los pies en un instante,
 El más vivo dolor coge los dientes,
 Y ataca alguna vez los mismos ojos:
 De San Antón el fuego va creciendo,
 Y extendiéndose abrasa todo el cuerpo,
 Sin admirarse, porque se conocen
 De muchos cuerpos las emanaciones:
 Y las exhalaciones de la tierra
 Y el aire infecto son muy suficientes
 Para dar ser y rápidos progresos 	970
 A las enfermedades más terribles.
 Así se ha de creer que este gran todo,
 Como infinito, suministra al cielo
 Y a la tierra los átomos capaces
 De estremecer el globo de repente,
 De recorrer en raudo torbellino
 El mar y tierra, y de lanzar por Etna
 Copiosos fuegos, de inflamar el cielo:
 El mismo cielo si puede inflamarse
 Tan fácilmente como caen las lluvias 	980
 A mares en la tierra cuando llegan
 A juntarse en la atmósfera las aguas.
 Pero me dirás tú que estos incendios
 Son muy considerables: lo confieso;
 Así como parece grande un río
 A quien no vio jamás otro más grande:
 Y así un árbol, un hombre y todo cuerpo
 De la especie que quieras son disformes
 Para aquél que no ha visto otros mayores:
 Cuando nada suponen estos cuerpos, 	990
 Aunque juntes el cielo, mar y tierra,
 Si con el Universo se comparan.
 Pero expliquemos ora de qué modo
 La llama enfurecida en un instante
 De las vastas hornazas de Etna sale.
 Lo primero, está hueco todo el monte
 Por su parte interior; sobre cavernas
 De pedernales casi está fundado:
 Así que, las cavernas todas tienen
 Vientos y aire, no siendo otra cosa 	1000
 El viento más que el aire conmovido:
 Y cuando este elemento furibundo
 Llegó a inflamarse, y ha comunicado
 Su ardor a los peñascos y a la tierra,
 En torno de la cual sin cesar gira
 Y saca de ellos con veloces llamas
 Fuego devorador, él se levanta
 Y se arroja derecho por las bocas
 De la montaña, y a lo lejos echa
 La llama y la ceniza, y sale envuelto 	1010
 Entre humo espeso y negro, y juntamente
 Lanza piedras de peso extraordinario:
 Sin que te quede duda ser efectos
 Del ímpetu furioso de los vientos.
 En gran parte la mar, además, baña
 Las faldas de este monte, y las azota
 Con sus olas, y luego se retira:
 Por debajo de tierra las cavernas
 Desde la misma mar se comunican
 Con las altas gargantas de este monte: 	1020
 No podemos dudar que entran los vientos
 Por estas bocas, y que se dirigen
 Soplando interiormente hacia la cumbre:
 Y por esto se ven volar las llamas,
 Y van a dar muy lejos los peñascos
 Y las nubes de arena se derraman:
 Hay en la cima unos embudos anchos
 Por do escapan los vientos, que los griegos
 Cráteres llaman, a los que nosotros
 Llamamos las gargantas o las bocas. l030
 Para algunos fenómenos no basta
 Dar una explicación; antes precisas
 Son otras muchas, para hallar alguna
 Entre ellas verdadera; por lo tanto,
 Si ves tú desde lejos el cadáver
 De algún hombre tendido sobre el suelo,
 Es preciso decir todas las causas
 De la mortalidad para que sepas
 La causa de la muerte de aquel hombre;
 Porque no puedes decidir si ha muerto 	1040
 De muerte dada a hierro o por el frío,
 O por enfermedad o con veneno:
 En general sabemos que él ha muerto
 Por una de las causas que he nombrado;
 Mas sólo los testigos oculares
 Pueden decir la causa verdadera:
 Así también estamos indecisos
 Sobre muchos fenómenos que vemos.
 Crece el Nilo y rebosa por los campos
 En el estío, siendo el solo río 	1050
 Que hay en todo el Egipto, y va regando
 Las campiñas en medio de calores;
 O bien porque reinando en el estío
 Etesios vientos, soplan aquilones
 Contra el embocadero y la corriente,
 Y su curso retardan y recrecen
 Las aguas, y se llena todo el río,
 Y le hacen que se pare; ciertamente
 El soplo de estos vientos se dirige
 Contra el curso del río, porque vienen 	1060
 Etesios vientos de constelaciones
 Frías del polo boreal, y el Nilo
 Tiene su nacimiento en las regiones
 Del Mediodía, en los ardientes climas
 Que el sol visita en medio de su curso,
 Entre los hombres negros y tostados.
 Grandes bancos de arena tal vez forman
 Al agua un dique en el embocadero
 Cuando el mar agitado con los vientos
 Hacia adentro la arena va metiendo, 	1070
 Por lo que es menos libre su desagüe,
 Y la madre está menos inclinada,
 Y se refrena el ímpetu del río.
 Por fortuna quizá en su nacimiento
 Las lluvias son también más abundantes
 En aquella estación en que las nubes
 Juntas al Mediodía son llevadas
 Por los vientos etesios a aquel lado,
 Las cuales se amontonan apiñadas
 Sobre la cumbre de elevados montes 	1080
 Y la presión del peso las esparce.
 Tal vez puede venir esta creciente
 De los montes alzados de la Etiopía,
 Cuando el sol, abrasando con sus rayos
 A la naturaleza, hace que bajen
 Las nieves derretidas a los campos.
 Al presente diré qué cosa sean
 Aquellos sitios y funestos lagos
 Que se llaman avernos; este nombre
 Al principio les dieron con motivo 	1090
 Del efecto que causan, porque matan
 En general las aves; cuando vienen
 Volando por encima de estos sitios
 Directamente, de volar se olvidan
 Y, perdiendo sus alas los resortes,
 Torciendo la cabeza caen sin fuerzas
 Precipitadas en la tierra, o agua,
 Quizá conforme a la naturaleza
 De aquel averno que las da la muerte.
 Cual es el que hay en Cumas y en Vesubio: 	1100
 Fuentes cálidas son las que vaporan
 Un humo espeso; y otro semejante
 Hay también en los muros atenienses,
 En el remate de la ciudadela,
 Cerca del templo de tritonia Palas:
 Do las roncas cornejas jamás llegan
 Aunque las brinde el humo de las aras.
 Huyen tan azoradas las cornejas,
 No los vivos enojos de Minerva,
 Que con su vigilancia provocaron, 	1110
 Según lo cantan los poetas griegos;
 Antes bien los vapores de este sitio,
 Muy suficientes para hacer se vuelvan,
 También cuentan que en Siria hay otro averno
 Do los mismos cuadrúpedos no pueden
 Sus pasos dirigir sin que al momento
 Los haga el vaho caer muertos en tierra,
 Así como si fueran conducidos
 A inmolarlos a dioses del Infierno.
 Efectos naturales, pues, son todos, 	1120
 Y se puede atinar bien con sus causas
 Sin presumir que sean estos sitios
 Mucho más bien las puertas infernales
 Por do los dioses del obscuro imperio
 Atraen quizá las almas de los muertos
 Sobre la orilla de Aquerón; conforme
 A la opinión común de que la simple
 Aspiración de los ligeros ciervos
 Saca de sus guaridas las serpientes.
 Recuerda la doctrina que he inculcado, 	1130
 A saber, que la tierra en sí contiene
 Un número muy grande de elementos
 Configurados de distinto modo:
 Que hacen vivir al hombre muchos de ellos;
 Que otros engendran las enfermedades
 Y aceleran su muerte: también dije
 Más o menos análogos ser todos
 A conservar diversos animales
 Según sus diferentes contexturas
 Y su naturaleza muy diversa 	1140
 Y elementales configuraciones:
 Entran muchos hiriendo los oídos;
 Despidiendo otros un olor ingrato,
 Con gran molestia hieren el olfato;
 Otros evita el tacto, otros la vista,
 Y son otros al gusto desabridos:
 La experiencia te enseña cuantos cuerpos
 Producen en el hombre sensaciones
 Ingratas y molestas y penosas.
 Hay árboles que tienen una sombra 	1150
 Cargada de moléculas dañosas,
 La cual causa dolores de cabeza
 Muy fuertes a cualquiera que se tiende
 Debajo a descansar sobre la hierba.
 Del Helicón en la elevada cumbre
 Hay un árbol también que mata al hombre
 Con el olor infecto de sus flores:
 Y nacen todas estas producciones
 De la tierra, porque ella en sí contiene
 Gran copia de semillas combinadas 	1160
 De modos infinitos y diversos,
 Con cuyas secreciones alimenta
 Cada individuo de por sí la tierra.
 Y recién apagada la luz echa
 Un olor de su pábilo, que afecta
 Desagradablemente nuestro olfato,
 Adormece los hombres y los tumba
 Como si padecieran la epilepsia:
 Y se cae la mujer adormecida
 Con el olor subido del castóreo; 	1170
 Y la obra delicada se desliza
 De entre sus tiernas manos si lo huele
 Al tiempo de pagar menstruo tributo:
 Además también hay otras substancias
 Que aflojan el sistema de los miembros
 Y el alma recogida bambolean:
 En fin, si te estuvieres mucho tiempo
 En un baño caliente, o te sumerges
 En el mismo saliendo de la mesa,
 ¡Cuánto no hay que temer el que te caigas 	1180
 En medio de las aguas sin sentido!
 Y el activo vapor de los carbones
 ¡Qué pronto se introduce en el cerebro
 Si no bebemos agua de antemano!
 Golpe de muerte da el olor del vino
 A aquel hombre que tiene consumidos
 Todos sus miembros en la ardiente fiebre.
 ¿No ves también cómo en la misma tierra
 Nace el azufre y el betún que exhalan
 Un olor penetrante? Por fin, cuando 	1190
 Con el hierro en la mano van los hombres
 Rasgando las entrañas de la tierra
 Para buscar las venas de oro y plata,
 ¿Qué vapores no salen de la mina?
 ¿Qué olores tan mortales no se exhalan
 De este rico metal que yace en ella?
 ¿No ves la cara y tez descolorida
 De los míseros que andan condenados
 Por la ley a trabajos tan penosos?
 ¿Cuán en breve perecen no has oído 	1200
 Y cuán corto es el plazo de su vida?
 Así, es preciso que la tierra exhale
 Todos estos vapores esparcidos.
 Por fuera en las llanuras de los aires.
 Así deben también avernos sitios
 Echar de sí mortíferos vapores
 A las aves; los cuales se levantan
 Desde la misma tierra por los aires,
 Y parte de la atmósfera envenenan,
 Y cuando llega allí volando el ave, 	1210
 La ponzoña invisible la entorpece
 Allí su movimiento, y cae derecha
 Donde el vapor dirige su caída;
 Do, ya precipitada, el mismo tufo,
 Entonces más activo lanza fuera
 De sus miembros los restos de la vida;
 Porque el primer ataque solo excita
 En el ave unas ciertas convulsiones;
 Pero ya que una vez están caídas
 Las aves en las fuentes ponzoñosas, 	1220
 Allí el último aliento de la vida
 Exhalan de ponzoña circundadas.
 Puede también que estas exhalaciones
 Enrarezcan la masa de aire puesta
 Entre la tierra y aves, de manera
 Que esté casi vacío aquel espacio:
 Cuando vienen volando por encima
 De estos sitios las aves, al momento
 En medio del vacío inútilmente
 Mueven las alas, ni su esfuerzo ayuda 	1230
 Alguna reacción, porque, no hallando
 Mas apoyo en el aire, y no pudiendo
 Sostenerse en sus alas, las obliga
 Con su peso a caer naturaleza;
 Y ya tumbadas dentro del vacío,
 Por los poros del cuerpo echan el alma.
 Está más fría el agua de los pozos
 En el estío porque enrareciendo
 El calor a la tierra, prontamente
 Disipa por los aires las semillas 	1240
 De fuego que tal vez en sí contiene.
 Cuando más caldeada esté la tierra,
 Tanto más fría debe estar el agua
 Escondida en su seno; y al contrario,
 Cuando aprieta, condensa y une el frío
 Toda su superficie, debe entonces
 Por esta, comprensión hacer que se entre
 En lo hondo de los pozos todo el fuego
 Que haya diseminado por la tierra.
 Junto al templo de Ammón hay una fuente 	1250
 Que está helada entre día, según dicen,
 Y caliente de noche: mucho admiran
 Los hombres esta fuente, y se persuaden
 Que oculto el sol debajo de la tierra,
 La calienta al instante que la noche
 Cubre la tierra con terrible sombra:
 Pero esta explicación es muy contraria
 A la filosofía verdadera:
 Porque si el sol, que tanta fuerza tiene
 Sobre nuestras cabezas levantado, 	1260
 Por contacto inmediato no ha podido
 Siquiera calentar la superficie,
 ¿Cómo debajo de los pies podría
 Por medio de una masa tan espesa
 Como la tierra hacer hervir el agua
 Y en ella introducir su ardiente fuego,
 Cuando el ardor apenas de sus rayos
 Penetra las paredes de las casas?
 ¿Del fenómeno, pues, cuál es la causa?
 Es que la tierra está más esponjosa 	1270
 Y que en ígneas semillas más abunda
 Junto a la fuente que por más afuera:
 Cuando en sus sombras húmedas la noche
 El orbe sepultó, la tierra al punto
 Que cerca el manantial se va enfriando,
 Y encógese como si la apretaran
 Con la mano, de modo que en la fuente
 Exprime las partículas de fuego
 De que ella esta impregnada, y comunica
 Al agua aquel calor que experimentan 	1280
 El tacto y paladar: cuando los rayos
 De sol nacientes de seguida abrieron
 Los poros de la tierra, y su tejido
 Enrareció la mezcla de sus fuegos,
 Se vuelven a su asiento primitivo
 Las partículas ígneas, y se cuela
 Todo el calor del agua por la tierra:
 Fría está así la fuente por el día.
 Por otra parte, herida el agua entonces
 Por los rayos del sol, y enrarecida 	1290
 Con sus trémulos fuegos, es preciso
 Exhale los corpúsculos de fuego
 Que ella contiene, así como despide.
 Las moléculas, frías otras veces,
 Y deshace los hielos que la ataban
 Y como prisionera, la tenían.
 También hay una fuente de agua fría
 Sobre la cual, echando alguna estopa
 Se enciende y echa llamas de repente,
 Y una tea se prende de este modo, 	1300
 Y va luciendo en medio de las aguas
 Por do su luz nadante el aire impele:
 Sin duda porque el agua de esta fuente
 Contiene en sí muchísimas semillas
 De fuego, y es preciso que reciba
 De aquella tierra que es como su lecho
 Un montón de partículas de fuego,
 Que subiendo a lo alto se derraman
 Por toda el agua, y por defuera a un tiempo.
 Se exhalan, y se esparcen por los aires; 	1310
 Pero no son tan vivas las semillas
 Que puedan calentar la misma fuente.
 Una impulsión secreta determina
 Todas estas moléculas dispersas
 A salir pronto fuera y congregarse
 Por encima del agua: de este modo,
 El agua dulce de la fuente Aradia
 Corre y aparta las saladas ondas
 De alrededor: y en otras muchas playas
 Ofrece el mar recursos semejantes, 	1320
 Gratos a los sedientos marineros,
 Manando el agua dulce entre saladas.
 Pues por un mecanismo semejante
 Las partículas ígneas salir pueden
 Entre las ondas, y lanzarse fuera
 Para encender la estopa: luego que ellas
 Allí están reunidas, y se pegan
 A la substancia de la tea, al punto
 Se prenden fácilmente, porque tienen
 Gran número de partes inflamables 	1330
 Las estopas y teas por su parte.
 ¿No ves cómo la lámpara que acaba
 De morir, si la arrimas a otra que arde,
 Antes de ser tocada arde de nuevo?
 Pues lo mismo sucede con la tea:
 Ahora no trato yo de muchos cuerpos
 Que se inflaman de lejos con la misma
 Impresión del calor, antes que llegue
 A tocarlos de cerca el mismo fuego:
 Luego de aquella fuente los efectos 	1340
 Pueden ser explicados, de este modo.
 Empezaré tratando yo al presente
 Por qué ley natural al hierro puede
 Atraer esta piedra que los griegos
 Magnética llamaron en su lengua;
 Por qué tienen el nombre de Magnesios
 Los pueblos y el país donde se encuentra.
 Admíranse los hombres de esta piedra,
 Porque viene a formar una cadena
 De pendientes anillos unos de otros; 	1350
 A veces se ven cinco y más anillos
 Que van en línea recta descendiendo,
 Y los agitan los suaves aires,
 Y uno debajo de otro asido cuelga;
 Y ellos se comunican mutuamente
 La virtud atractiva de la piedra:
 Tanto su actividad llega a extenderse.
 Antes que estos fenómenos explique
 Tengo yo que sentar muchos principios
 Pata decir la causa verdadera: 	1360
 Sólo podemos arribar a ella
 Por medio de grandísimos rodeos:
 Presta, pues, atención a mis palabras.
 Debes tener presente desde luego
 Que todos cuantos cuerpos vemos lanzan
 Perpetuamente unos derramamientos,
 Unas emanaciones que nos hieren
 Los ojos, y producen en nosotros
 La sensación de ver; y los olores
 No son más que continuas emisiones 	1370
 De ciertos cuerpos: como emana el río
 De fluidos, y emanan los calores
 Del sol, y de la mar la sal que roe
 Los edificios que hay en las riberas:
 Cuando nos paseamos en la playa
 De continuo nos zumban los oídos,
 Y un salino vapor entra en la boca
 Hiriendo el paladar jamás miramos
 Preparar el ajenjo sin que al punto
 El amargor sintamos: luego envían 	1380
 Todos los cuerpos siempre emanaciones
 De toda especie, las que se dirigen
 A todas partes sin reposo alguno
 Y sin cesar jamás, pues de continuo
 Tenemos sensaciones, y podemos
 Ver, y oler y oír a cada instante.
 Te volveré a traer a la memoria
 Lo porosos que son todos los cuerpos;
 Un principio que ya te he demostrado
 En el Canto primero del poema, 	1390
 Que nos da a conocer muchas verdades;
 Mas sobre todo explica de tal suerte
 El fenómeno extraño que pretendo,
 Declararte ahora mismo, que no puedo
 Prescindir de probarte nuevamente
 Que de todos los cuerpos conocidos
 No existe uno siquiera que no tenga
 Su tejido mezclado con vacío.
 Las bóvedas chorrean en las grutas
 Un humor que destilan gota a gota: 	1400
 Mana el sudor por todo nuestro cuerpo:
 Crece la barba y pelos en los miembros:
 Repartido el sustento por las venas,
 Sostiene y acrecienta los extremos
 De nuestro cuerpo, y aun las mismas uñas:
 También sentimos que el calor y frío
 Penetran por el cobre, y por la plata
 Y por el oro su impresión sentimos
 Cuando tenemos una copa llena:
 Por último, atraviesan los sonidos 	1410
 El espesor de la pared, y se entran
 Por ellas el olor, calor y frío;
 Traspasan aun de hierro la coraza
 Que ciñe todo el cuerpo del guerrero:
 Vienen de fuera las enfermedades
 Casi por lo común; y los contagios
 Que nacen de la tierra, o en el aire,
 Así como se forman se disipan,
 En un instante porque no hay un Cuerpo
 Que no encierre vacío en su tejido. 	1420
 Añádase que las emanaciones
 De los cuerpos no tienen todas ellas
 Unas mismas sensibles cualidades
 Ni igual analogía con los cuerpos
 Sobre los cuales obran: ante todo,
 El sol cuece la tierra y la deseca,
 Mientras derrite el hielo y con sus rayos
 Hace que corran de los altos montes
 Nieves amontonadas, y liquida
 Con su mismo calor, en fin, la cera: 	1430
 También disuelve el fuego cobre y oro,
 Mientras contrae y encoge carne y cueros:
 A la verdad, el hierro caldeado
 Adquiere un nuevo grado de dureza
 Cuando le echan en agua; y al contrario,
 Endureciendo el fuego carne y cuero,
 El agua los ablanda; el acebuche,
 Cuyo amargor es insufrible al hombre,
 Es para las cabrillas más sabroso
 Que el néctar y ambrosía. Por fin, huye 	1440
 La mejorana el cerdo de ordinario,
 Y teme toda clase de perfumes,
 Porque son el veneno más activo
 Para el cerdoso puerco los que a veces
 Parece que nos vuelven a la vida:
 Por el contrario, empero, siendo el cieno
 La misma suciedad para nosotros,
 Parece a los marranos lo más limpio,
 Do se revuelcan todos sin hartura.
 Aún me falta sentar otro principio 	1450
 Antes que empiece a hablar de lo que he expuesto,
 Y es que, teniendo muchos intersticios
 Todos los cuerpos, no deben aquéllos
 Ser entre sí del todo semejantes;
 Antes debe tener cada uno de ellos
 Naturaleza y usos peculiares:
 Porque los animales ciertamente
 Tienen varios sentidos, y cada uno
 Tiene su objeto propio: los sonidos
 Por sus propios conductos se insinúan; 	1460
 Los sabores y olores van por otros
 Que tienen ciertamente analogía
 Con su naturaleza y su tejido:
 Además, hay también emanaciones
 Que penetran las piedras, y otras pasan
 Por la madera, y otras por el oro,
 Y algunas por la plata y por el vidrio,
 Porque los simulacros se introducen
 Por los poros del vidrio, y se insinúa
 El calor en los poros, de oro y plata: 	1470
 Y hay corpúsculos que entran más ligeros,
 Y otros más tardos, por el mismo cuerpo.
 Arriba dije que estas diferencias
 Son una consecuencia necesaria
 De la infinita variedad que ha puesto
 Y ha establecido la Naturaleza
 Entre los intersticios de los cuerpos.
 Con tanta solidez establecidas
 Todas estas verdades proemiales,
 Es fácil explicar lo que buscamos, 	1480
 De suyo descubriéndose la causa
 De la atracción del hierro: desde luego
 Es preciso que emanen de continuo
 De la misma substancia de la piedra
 Infinitos corpúsculos, o sea,
 Un activo vapor que con sus golpes
 Dé raridad a aquel aire que media
 Entre el imán y el hierro: cuando encuentran
 Este espacio intermedio ya vacío
 Se dirigen a él en el momento 	1490
 Los principios del hierro muy unidos,
 Por lo que todo el cuerpo del anillo
 Sigue la misma dirección: no hay cuerpo
 Que tenga los principios más trabados
 Que los del hierro, este metal tan firme
 Que casi es al calor inaccesible.
 No es maravilla, como dije antes,
 Que la tendencia de sus elementos
 En número copioso hacia el vacío
 Arrastren tras de sí todo el anillo: 	1500
 Así es en realidad, y siempre avanza
 Hasta que toca con la misma piedra
 Y se une con compases invisibles:
 Obra el imán en todas direcciones
 El vacío se forma en todas partes,
 Bien hacia arriba, bien lateralmente;
 Los anillos vecinos al momento
 Se inclinan al espacio enrarecido,
 Conducidos de choques exteriores,
 Pues su misma tendencia no podría 	1510
 De esta manera unirlos en el aire:
 Otra causa hay también que favorece
 A aquesta dirección, y que acelera
 El movimiento: y es que, apenas
 El aire se enrarece, y el vacío
 Por la parte de encima del anillo
 Llega a formarse, en el momento el aire
 Inferior, sacudiendo en el anillo,
 Le impele por detrás en cierto modo,
 Porque todos los cuerpos son batidos 	1520
 Sin cesar por el aire que los cerca:
 Pero en esta ocasión hacen los golpes
 Avanzar el anillo, porque arriba
 Hay un vacío para recibirle:
 Cuando el aire que digo se ha esparcido
 En los poros del hierro y se ha insinuado
 Hasta sus más sutiles elementos,
 Los impele y los hace que adelanten
 Como el viento las velas y la nave.
 Deben, en fin, tener todos los cuerpos 	1530
 El aire en su tejido, porque todos
 Son porosos, y el aire de continuo
 Los rodea y los toca; pues metido
 Este fluido sutil dentro del hierro,
 Se agita con continuo movimiento,
 Y por esto sacude en el anillo
 Y por dentro sin duda le menea,
 Y ya con él se inclina hacia el vacío
 Al cual todas sus fuerzas encamina
 También sucede alguna vez que el hierro 	1540
 Se aparta del imán: algunas veces
 Le huye y le sigue alternativamente:
 Hierro de Samotracia y limaduras
 He visto yo saltar y revolverse
 En un vaso de cobre si acercaban
 Esta piedra de imán por el asiento;
 El hierro parecía que impaciente
 Huía de la piedra: hace que nazca,
 Tanta discordia el interpuesto cobre,
 Porque sin duda, las emanaciones 	1550
 Del cobre entonces se apoderan antes
 Y poseen del hierro los conductos:
 Las del imán, que vienen en seguida,
 Todos los pasos hallan ocupados,
 Y no pudiendo entrarse como antes
 Con precisión se arrojan sobre el hierro,
 Y chocan con sus olas el tejido
 De este metal: la piedra así repele,
 Y agita por el cobre el mismo cuerpo,
 que sin este obstáculo se uniera. 	1560
 No debes extrañar que no produzcan
 El mismo efecto las emanaciones
 De piedra imán sobre los otros cuerpos;
 La pesadez de algunos, como el oro,
 Los tiene inmobles; y otros, como el leño,
 Tienen poros muy anchos, por los cuales
 Pasan emanaciones sin tocarlos
 Y sin causar agitación en ellos:
 Entre estas dos especies tiene el medio
 El tejido del hierro, al cual impelen 	1570
 De esta manera las emanaciones
 De piedra imán cuando impregnado se halla
 De unas ciertas partículas de cobre.
 Sin embargo, el fenómeno que explico
 No es tan extraño en la naturaleza
 Que no pueda citar otras uniones
 Tan íntimas como éstas: ves trabarse
 Por medio sólo de la cal las piedras,
 Y la cola de toro une las tablas
 Tan fuertemente, que antes faltarían 	1580
 Las vetas y las partes esenciales
 De la madera que esta unión faltase:
 Gusta el vino mezclarse con el agua;
 La pez no puede hacerlo con su peso,
 Ni con su levedad puede el aceite:
 Se identifica tanto con la lana
 La púrpura, que no puede quitarse
 De modo alguno su color, aun cuando
 Se intente renovarle a fuerza de agua,
 Aun cuando todo el mar quiera lavarle 	1590
 Y con todas sus aguas desteñirle:
 El oro se incorpora con la plata
 Con la ayuda del fuego, últimamente,
 Y une el estaño cobres diferentes:
 ¿Y cuántas otras mezclas encontrara
 Tan íntimas como ésta si quisiera?
 ¿Pues, cómo no? porque no necesitas
 De tantas menudencias, y no es justo
 Que emplee en esto yo un trabajo inútil:
 Réstanos abrazar en un principio 	1600
 Muchos hechos a un tiempo: si dos cuerpos
 Se encuentran con tejidos tan opuestos
 Que a los huecos del uno correspondan
 Eminencias del otro, su juntura
 Es muy perfecta: así pueden juntarse
 Con especies de anillos y de anzuelos,
 Como sucede en el imán y el hierro.
 Ahora voy a explicarte yo la causa
 De las enfermedades contagiosas;
 De estas plagas terribles, que derraman 	1610
 Sobre hombres y ganados de repente
 La mortandad. Primero enseñé arriba
 Que en la atmósfera había una gran copia
 De corpúsculos, que unos dan la vida,
 Enfermedad y muerte engendran otros:
 Cuando da ser Acaso a los postreros
 El aire se corrompe y se inficiona:
 La enfermedad activa y pestilente
 O de clima extranjero es transmitida
 Por la vía del airé, como nubes 	1620
 Y tempestades, o del mismo seno
 De la tierra se engendra, cuando han sido
 Corrompidos sus húmedos terrones
 Con el calor y lluvias desregladas.
 ¿No observas tú que la mudanza de aire
 Y la del agua la salud atacan»
 Del hombre que está lejos de su patria?
 Porque allí encuentra un aire diferente
 Del que ha solido respirar en casa.
 ¿Por ventura, no encuentras diferencia 	1630
 Entre la inglesa atmósfera y Egipto,
 Por do el eje del mundo se ladea?
 ¿Y no difieren entre sí los climas
 Del Ponto, y el que llega desde Cádiz
 Hasta los pueblos negros y tostados?
 Como estas cuatro plagas se hallen puestas
 A cuatro vientos, como estén situadas
 Bajo de cuatro climas diferentes,
 En situación tan sólo no difieren,
 Sino también en el color y forma 	1640
 De sus habitadores, y parece
 Que están sujetos a distintos morbos.
 Es una enfermedad la elefancía
 Que nace hacia las márgenes del Nilo,
 No en otra parte, en medio del Egipto:
 En Ática, las piernas adolecen,
 Y los ojos enferman en Acaya,
 Y otras tierras atacan otros miembros;
 Del aire nacen estas diferencias:
 Porque si el aire de extranjero clima 	1650
 De peligrosa cualidad dotado
 Se muda y va viniendo hacia nosotros,
 Se arrastra lentamente como nube
 Altera y muda todas las regiones
 De la atmósfera por donde camina:
 Cuando llegó a la nuestra últimamente
 La corrompe, y así se la asimila
 Y nos la hace contraria: se derrama
 Este nuevo contagio y pestilencia
 Al punto por las aguas, y se pega 	1660
 A las mieses y humanos alimentos
 Y a la comida pastos de ganados;
 O se queda colgado algunas veces
 Su contagio en el aire, y no podemos
 Respirar este fluido mezclado
 Sin sorber su infección al mismo tiempo.
 Coge la pestilencia de ordinario
 Lo mismo al buey que a la balante oveja:
 ¿Pué importa que nosotros nos vayamos
 A otro clima mal sano y enfermizo 	1670
 A una atmósfera nueva; que nos traiga
 Naturaleza un aire pestilente
 Y extranjeros corpúsculos que puedan
 Con su pronta irrupción darnos la muerte?
 Unas enfermedades de esta especie,
 Causadas por mortíferos vapores,
 En los pasados tiempos devastaron
 Los campos de los términos Cecropios,
 E hicieron los caminos soledades,
 Dejaron la ciudad sin pobladores; 	1680
 Porque naciendo en lo interior de Egipto,
 Después de atravesar vastos espacios
 De aire y de mar, por último se echaron
 Y sobre el pueblo de Pandión cayeron:
 Todos los habitantes a millares
 Se rendían al morbo y a la muerte:
 La enfermedad cogía la cabeza
 Con fuego devoraz, y se ponían
 Los ojos colorados y encendidos;
 Estaba la garganta interiormente 	1690
 Bañada de un sudor de negra sangre,
 Y el canal de la voz se iba cerrando
 En fuerza de las úlceras; la lengua,
 Intérprete del alma, ensangrentada,
 Débil con el dolor, pesada, inmóvil,
 Áspera al tacto: cuando descendía
 Después aquel humor dañoso al pecho
 Desde las fauces, y se recogía
 Alrededor del corazón enfermo,
 Entonces los apoyos de la vida 	1700
 A un tiempo vacilaban, y la boca
 De adentro un olor fétido exhalaba
 Como el de los cadáveres podridos;
 Y las fuerzas del alma se perdían,
 Y con su languidez tocaba el cuerpo
 En los mismos umbrales de la muerte.
 Se juntaba a estos males insufribles
 Una congoja de inquietud perpetua
 Y una queja revuelta con gemidos,
 Y sollozar perenne noche y día, 	1710
 Que sin cesar los nervios irritando,
 Envarando los miembros, desatando
 Las articulaciones, consumían
 A los que sucumbían ya cansados
 A la fatiga. Las extremidades
 De sus cuerpos no obstante parecían
 Estar no muy ardientes, ofreciendo
 Tibia impresión al tacto: al mismo tiempo
 Estaba colorado todo el cuerpo,
 Con úlceras así como inflamadas, 	1720
 Como si hubiera sido derramado
 Fuego de San Antón sobre sus miembros.
 Un ardor interior los devoraba
 Hasta los mismos huesos, y la llama
 En su estómago ardía como hornaza:
 La más ligera ropa los ahogaba;
 Al aire y frío expuesto de continuo,
 Unos a helados ríos se tiraban
 A causa de aquel fuego en que se ardían,
 En las aguas más frías zabullendo; 	1730
 Desnudo el cuerpo se arrojaban otros
 En hondos pozos; con la boca abierta,
 Ansiosos de beber, a ellos venían,
 Y su insaciable sed no distinguía
 Las aguas abundantes de una gota
 Cuando sus cuerpos áridos metían:
 Ningún descanso el mal les otorgaba;
 Tendido estaba el cuerpo fatigado;
 La medicina al lado barbotaba
 Con temor silencioso: revolvían 	1740
 Noches enteras sus ardientes ojos
 A un lado y otro sin probar el sueño.
 Y muchos otros síntomas mortales
 Se notaban también además de éstos:
 Alma agitada de temor y pena
 Sobrecejo furioso y hosco rostro,
 Los oídos inquietos con zumbidos,
 Viva respiración, o fuerte y lenta,
 Cuello bañado de un sudor brillante,
 Poca saliva como azafranada 	1750
 Y cargada de sal de sus gargantas
 Con fuerte tos apenas arrojada.
 Se aticiaban los nervios de las manos,
 Los miembros tiritaban, y subía
 El frío de la muerte poco a poco
 Desde los pies al tronco: últimamente,
 Al acercarse el tiempo postrimero
 Tenían las narices encogidas
 Y su punta afilada, ojos hundidos,
 Huecas las sienes, la piel fría y ruda, 	1760
 Los labios abultados, resaltaba
 Tirante frente; a poco fallecían:
 El sol octavo o nono los veía
 Las más veces lanzar su último aliento.
 Mas si alguno escapaba de la muerte,
 Como a las veces sucedía, en fuerza
 De secreciones de úlceras malignas
 Y de negros despeños, sin embargo,
 La misma podre y muerte le aguardaban,
 Aunque más tarde: sangre corrompida 	1770
 De su nariz corría en abundancia,
 Con dolores muy fuertes de cabeza;
 Todas las fuerzas, toda la substancia
 Del hombre así llegaban a perderse.
 Si no salía el mal por las narices,
 Y si no ocasionaba esta hemorragia,
 Atacaba los nervios, se extendía
 El morbo por los miembros, y cogía
 Hasta las mismas partes genitales:
 Y unos, temiendo la cercana muerte, 	1780
 Vivían por el hierro mutilados
 De su virilidad; privados otros
 De manos y de pies, quedaban vivos;
 Y perdían, en fin, otros la vista:
 Tan poderoso miedo de la muerte
 Cogió a estos infelices, y hubo algunos
 Que perdieron del todo la memoria
 Y aun a sí mismos no se conocían.
 Aunque en tierra yacían insepultos
 Montones de cadáveres, las aves 	1790
 Y voraces cuadrúpedos huían
 Su hedor intolerable, y no tardaban,
 Si los probaban, en perder la vida:
 Las aves, sin embargo, no salían
 Impunemente por aquellos días,
 Ni dejaban las fieras alimañas
 Las selvas por la noche; casi todas
 Sucumbían al morbo y fenecían:
 Principalmente los leales perros
 En medio de las calles extendidos 	1800
 Enfermos daban el postrer aliento,
 Que arrancaba el contagio de sus miembros.
 Precipitadamente arrebataban
 Sin pompa los cadáveres: no había
 Allí un seguro y general remedio:
 La pócima que había prolongado
 La vida a unos, a otros daba muerte.
 Pero allí lo más triste y deplorable
 Era que algunos de estos infelices
 Que se veían presa del contagio 	1810
 Se despechaban como criminales
 Condenados a muerte, se abatían,
 Veían siempre a par de sí la muerte,
 Y en medio de terrores perecían.
 Multiplicaba empero las exequias
 Principalmente el ávido contagio,
 Que no cesaba ni un instante solo
 De irse comunicando de uno en otro;
 Porque aquéllos que huían las visitas
 De dolientes amigos por codicia 	1820
 De la vida o por miedo de la muerte,
 Víctimas insensibles perecían
 Dentro de poco tiempo, abandonados,
 Necesitados y menesterosos,
 Como lanar ganado y como bueyes:
 Mas los que no temían presentarse
 Al contagio y fatiga se rendían,
 Viendo que el pundonor y tiernas quejas
 De amigos moribundos precisaban
 Entonces a llenar estos deberes. 	1830
 Porque el más virtuoso ciudadano
 Acababa la vida con tal muerte:
 Y después de enterrar la muchedumbre
 De sus prendas más caras, se volvían,
 Fatigados de llantos y gemidos,
 A encamarse, muriendo de tristeza:
 Por fin, en estos tiempos de desastre
 Muertos o moribundos, o infelices
 Que los lloraban, sólo se veían.
 Además, ya pastores y vaqueros 	1840
 Y el fuerte conductor del corvo arado
 Enfermaban también, y los buscaba
 La contagión dentro de sus cabañas,
 Y allí los daban muerte inevitable
 La pobreza y el morbo: se velan
 A veces los cadáveres tendidos
 De los padres encima de los hijos,
 Y los hijuelos el postrer aliento
 Sobre padres y madres exhalaban.
 El contagio en gran parte provenía 	1850
 De la gente del campo, que a millares
 A la ciudad enfermos acudían:
 Todos los sitios públicos y casas
 Estaban llenos; por lo mismo entonces
 Con más facilidad amontonaba
 Apiñados cadáveres la muerte.
 Muchos de sed morían en las calles;
 Y después de haber otros arrastrado
 Hacia las fuentes públicas sus cuerpos,
 Sin vida allí quedaban extendidos, 	1860
 Ahogados al sentir la gran dulzura
 Que les causaba el agua que bebían:
 Y las calles estaban ocupadas
 De unos lánguidos cuerpos medio muertos
 Hediondos y sucios y andrajosos,
 Cuyos miembros podridos se caían:
 La piel sola tenían sobre el hueso,
 En la que ya las úlceras y podre
 Habían producido el mismo efecto
 Que hace la sepultura en el cadáver. 	1870
 La muerte, en fin, llenó de cuerpos muertos
 Todos los templos santos de los dioses,
 Y estaban de cadáveres sembrados
 Todos los edificios de deidades;
 Los hicieron posadas de finados
 Los sacristanes: importaba poco
 La religión ya entonces y los dioses,
 Porque el dolor presente era excesivo.
 Y se olvidó este pueblo en sus entierros
 De aquellas ceremonias tan antiguas 	1880
 Que en sacros funerales se observaban:
 Andaba todo él sobresaltado,
 Y en este general abatimiento
 Cada cual enterraba a quien podía:
 Y la necesidad y la indigencia
 Horrorosas violencias inspiraron;
 Porque algunos gritando colocaban
 A sus parientes en la pira ajena,
 Y poniéndola fuego por debajo,
 Con mucha sangre a veces pendenciaban 	1890
 Antes que los cadáveres soltasen. 	1891