Soliloquios/Libro XII
LIBRO DUODÉCIMO.
Ya puedes, si no te envidias á tí mismo, alcanzar todo aquello á que deseas llegar por rodeos. Sin duda sucederá esto, si dieres de mano á todo lo pasado, dejares también á la providencia lo venidero y sólo encaminares lo presente á un fin piadoso y justo. A la virtud de la piedad pertenece que abraces cuanto te fuere dispensado, puesto que la Naturaleza te lo envió y tú has nacido para ello: á la virtud de la justicia corresponde que digas al mismo tiempo lo que es conforme á la ley y según lo pida el mérito de la cosa. Por lo mismo, no te sirva de impedimento ni la maldad ajena, ni el concepto que formarán de tí, ni los discursos que harán sobre tu conducta, ni mucho menos la pasión de la carne que te estimula, porque allá se lo verá el paciente. Ahora pues, ya que casi estás al fin de la carrera, si tú, separándote de todos los otros cuidados, respetases solamente á tu espíritu y honrases esa divinidad que en tí tienes, ni temieses al mismo tiempo el morir alguna vez, sino el no haber empezado jamás á vivir conforme lo manda la Naturaleza, vendrías á ser un hombre digno de ese mundo[1], ó sea de ese Dios que te produjo, dejarías de ser huésped en tu misma patria, no admirarías como cosa inesperada lo que sucede cada día, y por último, no estarías pendiente de la tal y tal cosa.
Dios ve todos los espíritus desnudos de esos vasos materiales, de esas cortezas y basuras del cuerpo; porque con sola su mente, ó sea virtud intelectiva[2], llega á conocer todas aquellas cosas que de él mismo dimanan[3] y traen su origen. Y si tú te acostumbrases á hacer esto mismo, cercenaríias muchas de tus distracciones; pues aquel que no pusiere la mira en la carne de que está rodeado, ni mucho menos[4] pensare en el vestido, en la casa,[1] Los Estoicos reputaban al mundo por un Dios tamaño, á quien deseaban imitar, debiendo seguir al Dios verdadero.
[2] En estas palabras póvo to tauros veepo se contiene un tratado entero de teología, cuando se habla sobre la ciencia de Dios é inquiere el medio en el cual conozca todas las criaturas. Nada se hallará que disuelva más pronto la dificultad, como el asegurar con M. Aurelio que la virtud 6 perspicacia infinita de Dios hace que vea todo lo presente y futuro.
[3] Los Estoicos procedían en el error de que el alma racional era inóotáv tiva Oco0", ó como dice Cicerón, Tusc., libro 1v: Humanus animus decerptus ex mente divina; no admitiendo la creación de los espíritus, que tenian por un vapor, por una exhalación de aquel imaginado Dios de la Estoa, de donde emanaban, según era su inodo de opinar.
[4] El intento de M. Aurelio, según nota DAcier, se reduce á que el alma sólo debe apreciar la virtud, sin hacer mucha estima de los bienes sensibles.
en la fama, ni en todo este aparato y pompa exterior, tendrá una vida tranquila.
Tres son las cosas de las cuales has sido formado[5]: cuerpo, alma y mente: las dos primeras en tanto son tuyas, en cuanto es menester que las cuides[6]; sólo la tercera es tuya en propiedad. Por lo cual, si tú apartares de tí, estó es, de tu mente, cuanto otros hacen ó dicen; lo que hiciste ó dijiste; lo que imaginado como futuro te perturba; lo que, ahora toque al cuerpo que te circunda, ahora al alma nacida con el cuerpo, no depende de tu arbitrio; en fin, todo aquello que ese torbellino exterior de la Naturaleza de continuo envuelve en sí, de modo que tu mente, ó sea facultad intelectiva, puesta en salvo contra los sucesos del hado, pura y libre de pasiones, viva contenta consigo misma, haciendo lo que es justo, conformándose con lo que suceda y hablando
- siempre verdad; si tú, vuelvo á decir, apartares de tu mismo espíritu aquellos afectos á que dió lugar por una pasión vehemente, y, no acordándote de lo pasado ni pensando en lo venidero, te hicieres á tí mismo, cual Empedocles describe el mundo, una como[7] Redonda esfera que gira sin cesar; y sólo dirigieres tus cuidados á vivir bien lo que[5] Véase el lib. 11, § 2, y el lib. 1, § 16, en donde trata esto mismo M. Aurelio.
[6] Asentada la verdad de estas dos proposiciones, puede convencerse de poco fundamento la opinión de aquellos defensores del derecho natural, que ponen el sumo bien en el gusto, deleite y suavidad de los sentidos.
[7] El verso á que alude M. Aurelio se atribuye á Parmenides.
vives, á saber el tiempo presente; sin duda podrás pasar el resto de tu vida hasta la muerte con toda tranquilidad, con generosidad de ánimo y perfectaarmonía con tu misma deidad, ó sea parte principal.
Muchas veces me he maravillado cómo es imaginable que amándose[8] cada uno á sí mismo másque á todos, sin embargo estime en menos el concepto propio formado de sí, en comparación del que se merece de otros. Así sucede que si Dios ó un prudente maestro, estando presidiéndonos, mandase á uno de nosotros que nada imaginase dentro de si, ni discurriera sin que al mismo punto de pensarlolo profiriese, no habría quien pudiera. aguantarlo un solo día: en esa conformidad respetamos más al prójimo, cuando opina algo cerca de nosotros, que á nosotros mismos.
|Cómo puede ser que los dioses, habiendo dispuesto tan bellamente todas las cosas y con tanto amor hacia el género humano, hayan descuidado de sola ésta, á saber, que algunos de los hombres que hubieren sido del todo buenos, tenido las más de las veces casi correspondencia interesante con Dios, habiéndosele hecho muy familiares y amigos por sus obras santas y funciones sagradas, después que[8] No es de admirar que los hom bres se amen más á sí que al prójimo, habiéndose observado esto en todos tiempos,.
como notaron Sófocles in Oedip. Colon.,Ov8 lorin wele, doriç wz dutdv pidet. y Eurip. Med., Didet & tzutoo ndetov ddeic wotva. Pero causa maravilla , el que sin einbargo de eso se paguen tanto del aura popular, debiendo tener más aprecio del testimonio de su conciencia, según se explica Cicerón, hablando de si propio: Mea mihi conscientia pluris est, quam omnium sermo. Ad Atitc., lib. xII, ep. 27.
una vez hubieren muerto, no hayan de volver á vivir jamás, antes bien hayan de quedar extinguidos para siempre! Dado caso que eso sea asi, ten por cierto que los dioses lo hubieran hecho de otra manera, si hubiera sido del caso hacerlo de otro modo; porque si era justo, también era posible, y si conforme con la Naturaleza[9], esta misma lo hubiera puesto por obra. De aquí es, que sólo porque no sucede de esta suerte, si es que así no suceda, puedes dar por indubitable que no era conveniente que se hiciese en esa conformidad. Y en realidad, bien ves tú mismo que proponiendo esta cuestión, entras á disputar en justicia tus derechos con Dios; los cuales ciertamente no disputaríamos de este modo con los dioses, si ellos no fuesen muy buenos y muy justos; á más de que, si son tales, sin duda no han omitido injustamente[10], ni sin razón dejado[9] M. Aurelio suele entender por Naturaleza al autor del universo: su argumento condicional es convincente, porque asentado el que sea justo aquello de cuya existencia se duda, esto es, verificada aquella primera condición, deberá juzgar todo filósofo que no sólo es posible, sino que después de la muerte hay recompensa ó castigo según las culpas 6 los méritos de cada uno.
[10] La reflexión que repetidas veces hace M. Aurelio, con la cual en medio de su ignorancia decide la causa á favor de Dios, que no seria tal, si no fuese en todo justisimo, debería llenar de confusión á tanto filófofo moderno, que si no puede formar una idea de la divinidad, de sus atributos y de la vida futura con la misma evidencia, por no decir materialidad, con que forma la de un triángulo, al punto niega y reniega de lo que sólo puede entenderse por ilación necesaria y precisa abstracción, sin haceree cargo de ser evidente que en infinitas cosas no se puede dudar de la existencia, por más que se ignore el cómo de ella; á no ser que estos materialistas duden de la existencia de su cuerpo, de que de atender á cosa alguna perteneciente al buen régimen del universo.
Debes acostumbrarte á ejercitarte aun en aquello con lo cual desconfías el poder salir[11]; porque la mano izquierda, no siendo á propósito para otras acciones por falta de uso, con todo, mantiene las riendas más fuertemente que la derecha, por cuanto se acostumbró á ello.
Piensa en qué estado de cuerpo y alma conviene que te coja la muerte; reflexiona sobre la brevedad de la vida, la inmensidad del tiempo pasado y lo interminable del venturo, como también en la poca consistencia de todo lo que es material.
Mira las formas ó naturalezas de cada cosa desnudas de sus cortezas; atiende al fin de las acciones; considera qué viene á ser el dolor, qué el deleite, qué la muerte, qué la gloria, cuál es la causa de hallarte implicado en negocios, cómo ninguno puede ser impedido por otro; finalmente, que todo depende del modo de opinar.
En la práctica de los dogmas filosóficos debe uno antes parecerse á un luchador que á un gladiador; porque éste, después que deja de la mano la espada con la cual se valía, allí mismo queda muerto; pero aquél siempre conserva su brazo, ni es menester más que manejarlo con destreza.
Es muy del caso examinar lo que son estas cosas tanto cuidan, ó sepan el cómo se formó por su madre la Natura pura.
[11] La misma experiencia nos enseña que la industria y constancia en el trabajo allana las mayores dificultades, y por eso no debemos desmayarnos en las empresas nás arduas.
en sí mismas, haciendo la división de su materia, forma y fin.
El hombre tiene tanta facultad[12], que pende de su arbitrio el no hacer sino aquello que ha de ser del agrado de Dios, y admitir con gusto todo lo demás que el mismo Dios le enviare.
En lo que es subsiguiente[13] y conforme á la Naturaleza no debe uno quejarse contra los dioses, porque ni voluntaria ni involuntariamente faltan en cosa alguna, ni contra los hombres, porque en.nada yerran espontáneamente, de modo que no se debe culpar á nadie.
|Cuán ridículo y extravagante es aquel que se admira de cosa alguna de cuantas pasan en esta vida! O domina una fatal necesidad[14] é inviolable[12] Acerca de esta prerrogativa humana, dada en la primera constitución como un don gracioso sin el cual pudo Dios criar al hombre, y perdida por el pecado de Adán, podemos decir ahora: Nos quoque floruimus, sed flos fuit ille caducus.
[13] Los Estoicos con estas expresiones, to ts 1i qúoa to daóloubov 11 gúoe , significaban que todos los suce- 8os humanos eran unos efectos que levaba de su cosecha la Naturaleza universal, á quien reputaban por impecable, y al hombre que faltase en algo sin querer juzgaban por digno de perdón.
[14] M. Aurelio con este modo de discurrir da á entender que la luz de la razón manifestaba á los hombres el inodo de concordar el humano albedrío con la econonia divina. No reina el hado, visto que la razón nos mueve á ser industriosos y que nada seria más contra razón que oponer la fuerza humana á la fatal necesidad de una serie inevitable, ni todos los dioses, asidos cada uno de su argolla, podrían prevalecer contra el Jove de Homero, de quien pendiese la cuando orden, ó una aplacable providencia, ó una temeraria confusión, sin superior que dirija. Ahora bien, si reina una necesidad insuperable, á qué viene la resistencia? Si gobierna una providencia capaz de dejarse aplacar, procura hacerte digno del socorro divino. Pero si todo está sujeto á una ciega confusión, sin que presida algún numen, conténtate con que tienes en tí mismo la mente para que te sirva de conductor[15] y piloto en medio de tan deshecha tempestad. Y caso que las enfurecidas olas te arrollen, procura que solamente lleven tras sí el cuerpo, el espíritu vital y las otras cosas exteriores; pero guárdate bien de que no arrebaten al mismo tiempo el alma.
¿ Es posible que la luz de un velón no deje de alumbrar ni cese de despedir de sí su resplandor hasta tanto que la apaguen, y con todo, la verdad, la justicia y la prudencia se han de extinguir en tí antes de morir? Para desechar el pensamiento que te representa con vehemencia el que alguno haya pecado, di para cadena. Ni reina la confusión de los átomos, como se hará evidente á todo hombre con sólo el pensar y hacer la reflexión de que ninguno da lo que no tiene, y que el buen orden que se observa en la Naturaleza no puede ser efecto de la temeridad; luego por consecuencia infalible se infiere que reinará una Providencia no inflexible como el orden insuperable del hado, ni temeraria como el torbellino inconstante de los átomos.
[15] Séneca, habiendo hecho un argumento muy semejante al de M. Aurelio, concluye en la ep. 16: á Philosophia nos tueri debet : hæc adhortabitur, ut Deo libenter pareamus, ut fortune contuinaciter resistamus: hæc docebit, ut Deum sequaris, feras casum.
contigo:-Qué sé yo si eso ha sido pecado?-y si es que pecó:-¿Cómo me consta si se ha echado á sí mismo la culpa? pues de ese modo se parecería al que se arañase[16] el rostro de puro dolor. Por lo mismo reflexiona que quien pretende que el malo no peque se asemeja al que no quiere que la higuera lleve leche en los higos, que lloren los niños recién nacidos, que relinche el caballo, ni que sucedan otras cosas naturalmente necesarias. Pues qué podría hacer quien se hallase con tan mal hábito? por eso si te tienes por capaz y estás expedito, remedia ese mal y cúrale.
En realidad todo tu deseo debería encaminarse á que no hicieses cosa á no ser que fuese decorosa, ni dijeses palabra á no ser que fuese verdadera.
En todo y por todo conviene siempre considerar qué es lo que excita esa idea en tu imaginación; como que está á tu cuidado poner en claro eso mismo, haciendo la división en forma, materia, fin y tiempo dentro del cual ha de terminar.
Acaba de reconocer alguna vez que en tí mismo[16] El arañarse lns niejillas era una ceremonia lúgubre que se usaba también en señal de gran arrepentimiento, el cual, siendo verdadero, causa mucha pena al paciente, como consta por la experiencia, y lo confirma Séneca, De Ir., lib. 111, cap. xVI: «Maxima est factæ iniuriæ pœna, nec quisquam graviùs afficitur, quảm qui ad supplicium pœnitentiæ traditur. Nulla major pena nequitiæ est, quám quòd sibi displicet. D Aun en el día de hoy esta ceremonia se ve practicada entre las gitanas, que en la muerte de sus parientes y conocidos se arrancan los cabellos y arañan las mejillas. También puede hacer relación al duelo extraordinario de las moras, que en semejantes casos se arañan los rostros, y convidándose las unas á las otras para este ministerio, repiten incesantemente la admiración matrahalifecisse: tienes alguna cosa más excelente y divina que aquello que excita en tí los afectos y te agita enteramente á manera de un títere. Y entonces pregúntate: ¿ Cuál es ahora mi pensamiento? Acaso el miedo? La sospecha ? ¿La lascivia? Por ventura ha sido algún otro tmpetu de esta clase? Procura en primer lugar no hacer cosa alguna temerariamente y sin designio, en segundo lugar, que tus acciones no hagan relación á otra cosa alguna que á un fin útil al bien público.
Hazte la cuenta que dentro de poco ni tú mismo, ni cosa alguna de cuantas ahora ves, ni otro alguno de los que al presente viven, estaréis en parte alguna, porque todas las cosas de suyo nacen expuestas á la mutación, conversión y corrupción, para que de sus ruinas se hagan después otras cosas nuevas sucesivamente.
Persuádete que todo es una aprensión y que ésta pende de tí. Borra, pues, esa imaginación cuando quieras, y en esa conformidad en todo serás firme, así como el que dobló un cabo tiene suma tranquidad y logra un puerto adonde no llegan las olas.
Una, y cualquiera acción que se termina á su tiempo, nada desmerece por haberse terminado, ni menos recibió menoscabo alguno quien la puso en ejecución, sólo por eso de haberla concluido: luego del mismo modo el conjunto de todas las acciones en que consiste la vida, si á su tiempo cesare, sólo por eso de haber cesado no recibirá algún daño, ni será malamente vejado el que con oportunidad hubiere •dado fin á la serie de sus acciones. Pero es de advertir que la Naturaleza mide el tiempo y señala el fin de la vida, aunque alguna vez lo hace también la naturaleza particular[17] de cada uno, como sucede al que muere en la vejez, si bien la Naturaleza universal generalmente es la autora, procediendo de ella el que, mudando y renovando las partes, se mantenga siempre todo el mundo como recién hecho y muy vigoroso. Además de que todo lo conducente al universo siempre es bueno y tempestivo: luego el fin de la vida realmente no es mal para ningún particular no siendo disforme, supuesto que no pende de nuestra elección, ni tampoco se opone al orden natural; antes bien, es bueno, visto que es oportuno, congruente y adaptado. Y á la verdad de esta manera sería dirigido por un Numen el que se conformase en todo con Dios y se encaminase con fina voluntad al mismo fin.
Conviene tener muy presentes estas tres cosas: Primera, que cuanto pusieres por obra no lo hagas temerariamente ni de otro modo que como lo haría[17] M. Aurelio afirma dos cosas al parecer opuestas, pero en realidad muy coherentes: la una, que la Naturaleza universal siempre señala á cada cosa su fin determinado: verdad evidente en cuanto siempre Dios, ó por si ó por las causas segundas gobernadas con previsión de todo, da fin á cada cosa que se acaba, en el cual sentido dijo Virgilio, lib. x: Stat sua cuique dies; y Séneca, ep. 69: Nemo nisi suo die moritur. La otra, que alguna vez la naturaleza particular define y pone término á la vida; lo cual, bien entendido, no es otro sino que la constitución y complexión de alguno alarga la vida hasta aquel tiempo que, atendido el curso de las otras causas comunes, le es natural, si bien esto rara vez sucede, á causa del vicio y desorden libre de la voluntad, gobernada por la pasión y apetito desordenado. De donde nace también que muchos se abrevian la vida y se quedan á la nitad de la carrera, que hubieran concluído enteramente, si con sus excesos no se hubieran debilitado las fuerzas y cortado los vuelos.
la misma justicia; pero en lo que mira á los acontecimientos exteriores, persuádete, ó bien sucedan ellos por acaso, ó por providencia, que no por eso debes quejarte de la fortuna, ni menos echar la culpa á la Providencia. La segunda, el que reflexiones cuál es cada uno desde su concepción[18] hasta.el tiempo de animarse y desde la animación hasta restituir el alma; como también de qué partes se compuso y en cuáles se disuelve. La tercera, que si levantado en alto y con espíritu elevado considerases atentamente las cosas humanas y comprendieses cuánta es su diversidad, observando al mismo tiempo cuánto es también lo habitado por todas partes de vivientes aéreos[19] y etéreos, verías al fin, por más veces que te remontases, que son de un mismo aspecto y de breve duración aquellas cosas sobre que fundas tu vanidad.
Echa fuera de tí esa aprensión, y con eso te preservarás de todo mal; pues quién podrá impedir el que te sacudas de ella?[18] Era uno de los errores estoicos que el feto no se animaba hasta el mismo punto en que saliendo del útero materno, empezase á respirar libremente, según consta de Plutarco, de Plac. Philos., lib. v, cap. xv, y refiere Tertuliano, de Anim. cap. xxv. Prescindiendo ahora de las varias opiniones que hay sobre el tiempo de la animación, sólo opondré á la sentencia de los Estoicos la autoridad de Lactancio, de Opific., cap. XVII: Anima non est (quod Varro dixerat) aër ore conceptus; quia multo priùs gignitur anima, quám concipit aër po8sit. Non enim post partum insinuatur in corpus, ut quibusdam philosophis (Stoicis scil.) videtur, sed post conceptum protinus, cùm fætum in utero necessitas divina formavit.
[19] Vé aquí una paradoja enseñada por los Platónicos y sin duda por los Estoicos acerca de los vivientes ó demonios etéreos, aéreos, acuátiles y terrestres.
Siempre que te resintieres de algo, será señal de tener olvidado[20] el que todo sucede conforme con la naturaleza del universo y que la falta cometida por otro no te perjudica. A más de esto, también te has olvidado de que todo lo sucedido siempre aconteció en esa conformidad, y acaecerá en lo porvenir como ahora se hace, ni te acuerdas cuánto sea el parentesco de un hombre con todo el linaje humano, no siendo á la verdad por enlace de carne y sangre, sino por la participación común de una misma mente. Por último, también pusiste en olvido que la mente de cada uno es un dios[21], y que provino de la Divinidad; que nadie tiene cosa alguna propia, antes bien, hijos, cuerpo y aun la misma alma nos vino de Dios; que todo es una mera opinión; que sólo vive cada uno el tiempo presente, y que eso mismo pierde solamente al morir.
Conviene hacer de continuo un recuerdo de aquellos hombres que se indignaron excesivamente con algún motivo, de los que vivieron con grandes honores ó sumas calamidades, de los que han tenido ruidosas enemistades ó han florecido en cualquiera género de fortuna; después deberás preguntar: -¿ Adónde están ahora todos aquellos?-Se convirtieron en humo y ceniza, y pasan por fábula, ó ni menos se tienen por fábula. Por fin conduce tam- [20] Será bueno añadir al argumento que nos hace M. Aurelio lo que escribe San Bernardo, de Consider., lib. 11: Sic se habent corda mortalium; quod scimus cum necesse non est, in necessitate nescimus.
[21] Euripides usa de la misma exprexión con que se explica M. Aurelio, para decirnos que la mente de cada hombre es un dios.
bién el que te ocurra al pensamiento todo lo de esta clase; por ejemplo, cuál fué Fabio Catullino[22] en su granja; Lusio Lupo y Stertinio en Baias; Tiberio en Caprea, y Velio Rufo, y en suma, la gran diferencia en todo, junto con una vana presunción de si mismos. Y no se te pase por alto cuán vil era todo aquello que los traía fuera de sí, y cuánto más conforme es con la filosofía el que uno mismo, según se le ofrezca, se muestre justo, prudente, siguiendo á los dioses á cara descubierta y con sencillez, porque nada[23] hay tan insufrible como la presunción insolente, disfrazada con capa de humildad.
[22] La memoria de estos hombres da, que ni el Gatakero se atreve á decirnos á punto fijo quienes fuesen: pero nota que se halla un Q. Fabio Catullino en los Fastos V.C. 883, siendo cónsul Adriano; bien que en los Fastos griegos dados á luz por Scaligero lo llama Catulino, no Catullino. De Lusio Lupo, ó sea Lucio Lupo, como leyeron Xilandro y Casaubono, asegura éste que murió en Baías con Stertinio, y aquél dice que acabó sus dias ev xiTOIs, in hortis. Lo cierto es, que un Lusio Lupo fué muerto por mandado de Adriano, como refiere Dión, pero no consta si es el mismo de quien habla M. Aurelio, como ni tampoco se sabe si era el Stertinio de que hace mención Tácito, Annal., lib. 11, en los tiempos de Tiberio, ó si fué un filósofo estoico que floreció en el imperio de Augusto, del cual habla Horacio, lib. I1, ep. 12: An Stertinii deliret acumen.
Leemos con el Gatakero, Kanpiac. Tiberii principis arce nobilis, como escribe Plinio, Hist, nat., lib. 111, cap. vI. El Velio Rufo es absolutamente desconocido, á no ser que se halle equivocado por Rufo Helvio, de quien hace memoria Tácito, Annal., lib. 11, ó si no, por Vettio Rufo, del cual consta en los Fastos V. C., an. 931.
[23] Es muy digna de notarse eta reflexión, y más hallándose confirmada con el dictamen de S. Agustin. Confes8., lib. x, cap. XXXVIII.
halla tan obscureciA los que te preguntaren; en dónde viste á los dioses ó por dónde sabes de cierto que existen para darles ese culto? respóndeles, en primer lugar, que también son perceptibles á nuestra vista[24], además de que, aunque yo no haya visto á mi propia alma[25], sin embargo la respeto también: á un modo, pues, semejante, sé con certidumbre que hay .
dioses, y los venero por las mismas razones de que experimento en todas partes los efectos de su poder.
La conservación de una vida feliz y ajustada estriba en que uno en es cada cosa de por sí, cuál su materia, cuál su forma; que ese mismo haga con toda su alma lo que es justo, y que siempre trate verdad. Y qué más le falta ya, sino disfrutar el tiempo de su vida encadenando una obra buena con otra mejor, de suerte que no deje el más mínimo intervalo entre las acciones buenas? Una misma[26] es la luz del sol, por más que se todo y por todo discierna cuál[24] Los Estoicos, fingiendo que los astros eran dioses, adınitian visible su divinidad; error que más era para dicho de boca de un cómico que para escrito de pluma de un filósofo. Sin embargo, no faltaron filósofos que confesaron la invisibilidad de Dios, como refiere Justino, de Monarch.
[25] El argumento hecho á favor de la existencia de Dios es convincente, y se vale del mismo Theophil., ad Autolic., lib. 1. La comparación tomada del alma, la cual conocemos por los efectos que vemos obrados en la materia, de suyo incapaz para ellos, tiene mayor fuerza si se aplica á la Naturaleza del universo, en la cual observamos infinitos efectos que de suyo piden un principio superior á toda materia y cosa criada, no hallándose en ninguna de ellas en particular ni en la suma de todas una razón suficiente ó una determinación necesaria de su ser y existir.
[26] M. Aurelio en este párrafo no pretende más que de- 18 vea impedida con murallas, montes y otras infinitas cosas; una es la materia común, aunque se halle dividida en infinitos cuerpos de distintas cualidades; una es el alma universal, por más que esté encerrada en infinitas naturalezas y en sus respectivos distritos; una el alma racional, aunque parezca estar separada. Y á la verdad, las otras partes de las cosas insinuadas, esto es, sus formas y materias, carecen de sentido, ni tienen vínculo alguno que mutuamente las una; pero esas mismas las junta la mente universal y el peso que las inclina á un mismo lugar. Finalmente, el alma racional se aficiona con particularidad á lo que es de su mismo género, y se une, sin que este afecto de comunicación ceda á los impedfmentosclarar la mutua inclinación de todas las almas racionales, la cual, con sola la unidad específica ó mutua semejanza de las unas con las otras, queda bastantemente explicada. Con todo, es menester confesar que los Peripatéticos, en especial los Escolásticos realistas, que admitían un universal anterior á la noción ó idea común, defendian que toda sustancia, ora sea material, ora espiritual, es por sí misma indivisible, libre de partes, y que solamente con el socorro de la cuantidad, se extiende y divide. Es de advertir que en la Estoa se daba á aquel grande animal del mundo un alma que lo animase, la cual no debia ser otra que aquel fuego artificioso ó inteligente que lo penetrase todo: sentencia que en no dista mucho de la de Aristóteles, que admitia una sustancia etérea, agitada en un continuo circulo. Por último, aunque M. Aurelio en los cuerpos no vivos supone materia y forma, sin sentido ni mutuo consentimiento, sin embargo, como los Estoicos componen de todos los cuerpos el grande viviente del mundo, éste, con su alma universal, hace que no sólo en cada cuerpo particular estén unidas entre si la materia y la forina peculiar, sino que también todos los cuerpos se continúen sin vacio alguno, contribuyendo á esto mismo la inclinación que cada cuerpo tiene á su centro respectivorealidad ¿Cuál es tú anhelo? acaso tu propia conservación? ¿por ventura el sentir? gel moverte? ¿el crecer? el cesar después de crecer? el hablar? ¿el pensar? ¿Cuál de estas cosas te parece acreedora á tu deseo? Pero si cada una en particular la tienes por vil y despreciable, inclínate á este último partido, que es el de seguir la razón y obedecer á Dios, aunque se opone á esta resolución el llevar á mal que por la muerte nos hayamos de privar de al- · guna de aquellas cosas.
|Cuản pequeña es la parte de tiempo infinito é inmenso que se ha distribuido y señalado á cada uno! porque realmente desaparece muy pronto en el abismo de la eternidad. Cuán pequeña porción tiene uno de la materia universal! cuán pequeña igualmente te cupo del alma[27] universal! en cuản pequeña gleba de toda la tierra andas arrastrando! Habiendo considerado todo esto, nada te imagines por cosa grande, sino el hacerlo todo como tu propia naturaleza te dirige, y recibirlo como lo envía la naturaleza común.
El espíritu en cierto modo, hace uso de si mismo, y á la verdad, en esto estriba todo, pues lo demás, ó bien sea voluntario ó indeliberado, es cosa caduca y se reputa por humo.
· El mayor desengaño para el desprecio de la muerte, es la consideración de que aun la menos- [27] Bien puede ser que por alma no entienda M. Aurelio sino el aire vital unido á la partícula divina, de las cuales dos partes componía el Pórtico nuestra alma. También puede hablar de la divinidad ó fuego etéreo, de donde no participaba cada Estoico más que una particulita pequeñisima.
preciaron[28] también aquellos que juzgaban el deleite por bueno y el trabajo por malo.
De ningún modo es temible la muerte á quien sólotiene por bueno lo que es oportuno; á quien lo mismo se le da el poder ejecutar muchas acciones conforme con la recta razón, que el practicar muy pocas;, finalmente, á quien mira con indiferencia el contemplar por más ó menos tiempo el mundo ó sus cosas.
Has hecho tú, buen hombre, una vida interesante al público en esta gran ciudad del mundo? luego 1qué te importa el haber sólo vivido cinco años ? porque es igual á cada uno lo que se conforma con las leyes. Pues qué mal hay en que te destierre de esa ciudad, no digo un tirano ni un juez inicuo, sino la misma Naturaleza que te había introducido? Esto es lo mismo que si el pretor despidiese del teatro el representante que él mismo habíarecibido. « Pero yo, dirás, aun no he representado cinco actos[29], sino sólo tres. » Has dicho bellamente;.
[28] Gatakero supone que M. Aurelio habla aquí de los Epicúreos, los cuales, sin embargo de que ponían el Bumo bien en el deleite y el sumo mal en el dolor, con todo, despreciaban la muerte, como se colige de sus máximas, que pueden verse en Laercio, lib. x, ep. ad Menæceum. Y es que, según Epicuro, el bien y el mal consistía en el se ntido, del cual se veia privado con la muerte, la que por lo mismo no debia serle temible; pero siempre quedará en pie la duda de que los Epicúreos, colocando toda su felicidad en el gusto, no podian mirar con indiferencia la cesación de esto mismo, supuesto que, en buena filosofía, no es posible que ninguno deje de amar aquello que se le presenta como un puro bien.
[29] Alude sin duda á la costumbre de los cinco actos en las representaciones, sobre lo cual véase á Hort. in Art.: « Nove minor, neve sit quinto productior actu.
Fabula, que posci vult, et speclata reponi.D aunque en la vida tres actos solos componen un drama entero, porque determina el fin y cumplimiento de la vida aquel que antes fué causa de tu composición y lo es ahora de tu disolución, sin que tú seas autor de ninguna de las dos cosas. Vete, pues[30], con ánimo alegre, supuesto que quien te despide es benigno y te será propicio.
[30] M. Aurelio no pudo concluir más bien su obra que —exhortándonos á la resignación y conformidad con la voluntad divina, confesando al mismo tiempo la infinita misericordia y suma bondad de Dios, en quien debemos colocar todas nuestras esperanzas, viviendo en su santo temor y estando siempre inflamados de amor celestial.
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