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Sucesos de las islas Filipinas (edición de José Rizal)/Capítulo sétimo

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época



CAPITULO SÉTIMO


Del Gobierno de don Pedro de Acuña, gobernador y presidente de Filipinas, y de lo que en su tiempo acaeció, hasta que murió por Junio del año de seiscientos y seis, despues de haber vuelto de Manila al Maluco, dejando hecha la conquísta de las islas sujetas á el rey de Terrenate.


Por el mes de Mayo de seiscientos y dos, llegaron cuatro naos de la Nueva España á Manila, con nuevo gobernador y presidente de la audiencia, llamado don Pedro de Acuña, caballero de la Orden de San Juan, comendador de Salamanca, gobernador que dejaba ser de Cartagena en tierra firme. Fué recibido en el gobierno con mucho contento de toda la tierra, por la necesidad que en ella había de quien fuese tan práctico en las cosas de la guerra, y tan vigilante y cuidadoso en el gobierno[1]. Don Francisco Tello, su predecesor, aguardando la residencia que se le había de tomar, se hubo de quedar en Manila hasta el año siguiente de seiscientos y tres, que por el mes de Abril murió de una enfermedad aguda. El nuevo gobernador, viendo las cosas tan necesitadas de ponerles cobro, y tan poca sustancia en la caja real para ello, tuvo su suerte por no tan buena como había pensado, cuando fué proveido; pues le obligaba el estado de las cosas á arriesgar parte de su reputacion, sin poderlas remediar con la brevedad que convenía. Animóse lo que pudo, y no perdonando al trabajo de su persona, en todo lo que se ofrecia; comenzó por lo que tenía dentro de Manila, y sus comarcas, poniendo galeras y otras embarcaciones en astillero, de que había mucha falta, con que defender la mar, que andaba llena de enemigos y corsarios de otras islas, especial de Mindanaos. Trató de ir luego á visitar personalmente las provincias de Pintados, para acudir con mayor brevedad á las necesidades de aquella parte, que era lo que mas cuidado daba; y húbolo de dilatar algunos meses, por tratar del despacho de las cosas del Japon y de Joló, y de las naos que había de hacer viaje á Nueva España, que todo ocurrió á un tiempo, y que era fuerza proveerlo.

Llegado á Manila Chiquiro Japon, dió su recaudo y presente al gobernador don Pedro de Acuña, que estaba en el gobierno pocos días había; y se trató luego de la cosa y su despacho, con la respuesta que dió bien que pensar en como se haría, con el mayor acertamiento de la cosa que se pudiese; porque, aunque se tenía por bien, y de tanto provecho, la amistad con Daifusama, y por cosa forzosa el procurarla y concluirla, aunque fuese venciendo algunas dificultades, y aunque á los Españoles no les venia muy á cuento la navegacion y comercio al Quantó, todavía se cumpliría su deseo, con despacharle un navío con algunos rescates; pero, que lo demas del trato y amistad con la Nueva España, y enviar maestros y oficiales que fabricasen navíos en Japon, para aquella navegacion en que Daifu insistía, y Fr. Gerómino había asegurado se haría, era materia grave, é imposible de poner en ejecucion, por ser muy dañosa, y de perjuicio para las Filipinas, porque la mayor seguridad que siempre han tenido con el Japon, es no tener navíos los Japones, ni saber de navegacion; y las veces que han tenido intento de venir sobre Manila, se ha quedado por este impedimento, que enviándoles oficiales y maestros que les hiciesen y enseñasen á hacer navíos de Españoles, era darles armas que les faltaban para destruccion suya[2]; y su navegacion á la Nueva España, y hacer largos viajes, sería de muy grandes inconvenientes, y unas y otras materias eran de mucha calidad y consideracion, y tales, que no podía resolverlas (ni se podría en Manila) sin darse dellas cuenta á su Magestad, y su Virrey de la Nueva España, á quien tocaban tanto. Por tomar espediente en el negocio, y que el Japon no tardase en volver con su respuesta, se envió (con el mismo navío que había venido) á Daifu un presente moderado, de cosas de España, en retorno del que había traido, que se le diese Fr. Gerónimo de su mano, y se le escribió, le dijese la voluntad con que el gobernador recibía la que Daifu le mostraba, y la paz y amistad con los Españoles, y todo lo demas que por ellos hacía, y la conservaría y guardaría de su parte, y que el mismo año, enviaría un navío de Españoles con rescates, conforme su deseo al Quantó, y lo despacharía con brevedad. Y en cuanto á la navegacion que quería hacer á la Nueva España, y que para ello se le enviase maestros, que le fabricasen navíos para aquel viaje, era negocio, que aunque el gobernador lo procuraría mucho, y darle gusto en todo, no era en su mano, sin dar primero dello cuenta á su Magestad, y á su Virrey que tenía en la Nueva España, porque no tenía poder ni facultad, para cosas de fuera de su gobierno de las Filipinas, y que luego lo escribiría y trataría, y esperaba se haría allá bien, y hasta volver la respuesta de España, que por fuerza había de tardarse tres años, por ser tan lejos, Daifu tuviese paciencia, y se sufriese, pues no era mas en su mano, ni se podía hacer otra cosa, y que cumpliese en todo con Daifu, con las mejores palabras que pudiese, entreteniéndole, y que no se embarazase con él de allí adelante, en prometerle y facilitarle semejantes cosas. Con este despacho partió á Japon Chiquiro con su návío; el cual fué tan desgraciado en el viaje, que sobre la cabeza de la isla Hermosa se perdió, sin escaparse el navío, ni la gente del, de que hasta muchos dias despues no se tuvo noticia, ni en Japon ni en Manila.

Con las cartas de Fr. Gerónimo de JESVS, y novedades que escribió había en Japon, y licencia que decía tener de Daifu, para hacer cristianos é iglesias, no solo los religiosos descalzos de San Francisco, pero los demas de las otras órdenes, de Santo Domingo y San Agustin, se movieron á pasar á Japon, y no perder tiempo, y cada uno se abrazó de los navíos y capitanes Japones, que entonces había en Manila, y habían venido con harinas, que habían luego de volver, para que los llevasen; especialmente la orden de Santo Domingo envió al reyno de Zazuma cuatro religiosos, por cabeza dellos, Fr. Francisco de Morales, prior de Manila, en un navío que iba á aquella isla y provincia, diciendo, los había enviado á llamar el rey della[3]; que este solo aun no tenía dada la obediencia á Daifusama. Y la orden de San Agustín envió dos religiosos á el reyno de Firando, en un navío que allí estaba de aquel puerto, y por cabeza, á Fr. Diego de Guebara, prior de Manila; por entender, serían bien recibidos del rey de aquella provincia. La orden de San Francisco, en los navíos que iban á Nangasaquí, envió á Fr. Agustín Rodriguez, que primero había estado en Japon, en compañía de los mártires, y á un fraile lego, para que fuese al Miaco, y estuviesen en compañía de Fr. Gerónimo de JESVS. Aunque se ofrecieron al gobernador algunas dificultades para la salida destos religiosos de Manila, y su ida á Japon tan apriesa, no fueron parte, por la mucha instancia que ellos hicieron con él, para que les dejase de dar la licencia que pidieron. Llegaron los religiosos á las provincias á que iban, y fueron recibidos en ellas, aunque mas cortamente de lo que se habían prometido; y teniendo menos comodidad para su sustento, de lo que habían menester, y las cosas de la conversion, en que pensaron habían de hacer luego grandes efectos, menos disposicion de la que deseaban, porque muy pocos Japones se hacían cristianos, y á la verdad, los reyes y tonos de aquellas provincias mas los tenían por abrir en sus tierras, por medio suyo, trato y comercio con los Españoles que lo deseaban por sus intereses) que por la religion, á que no eran inclinados.

El Gobernador don Pedro de Acuña, en cumplimiento de lo que había escrito, enviaría navío al Quantó, aparejó y puso luego á la vela un navío mediano, nombrado Santiago el menor, con un capitan y los marineros y oficiales necesarios, y con algunos rescates de palo colorado[4], cueros de venado, y seda cruda[5], y otras cosas. Salió este navío con orden de que fuese á el Quantó, donde hallaría religiosos descalzos de San Francisco, vendería sus rescates, y volvería con el retorno, y licencia de Daifusama á Manila; con lo cual quedó proveido á todas las cosas de Japon, lo que pareció necesario, segun el estado que tenían.

Daifusama, señor de Japon, que esperaba á Chiquiro su criado, que había despachado á Manila con las cartas de Fr. Gerónimo de JESVS, le apretaba de manera, sobre los negocios que deseaba, y con él había tratado que para satisfacerle mejor, viendo que Chiquiro tardaba en la vuelta, y pocas razones que con él valían, le pidió licencia para ir en persona á Manila, donde trataría y concluiría con el gobernador los negocios á boca, y le traería respuesta, y que en la corte dejaba á Fr. Agustín Rodriguez, y otro compañero, que ya le habían venido, por prendas de su vuelta. El rey se lo concedió y le dio avío, con que Fr. Gerónimo vino con brevedad á Manila, donde supo el despacho que Chiquiro había llevado, y comenzó á tratar de sus negocios con el gobernador don Pedro de Acuña, diciendo no había llegado Chiquiro á Japon, que daba sospecha de haberse perdido. El navío que despachó el gobernador, no pudiendo doblar la cabeza del Japon, para pasar á la banda del Norte, arribó al puerto de Firando, donde los religiosos de San Agustín poco tiempo había tenían asiento; y surgió en él: y de allí, el capitan envió á la corte de Miaco el aviso de como no había podido pasar al Quantó, y las cartas para los religiosos, y lo que se había de dar á Daifu. Los religiosos compañeros de Fr. Gerónimo le dieron los regalos que para él iban; y le dijeron que aquel navío enviaba el gobernador á su disposicion y mandado, y que los tiempos no le habían dejado ir al Quantó. Daifusama lo recibió, aunque no se dió por persuadido de lo que le decían, sino que eran cumplimientos para entretenerle, ordenó que luego hiciese el navío sus rescates, y que se volviese con algunas cosas que les dió para el gobernador, y que de allí adelante fuesen al Quantó, como se le había prometido, y con esto dió la vuelta á Manila.

Fr. Gerónimo de JESVS llegó con tanta brevedad á las Filipinas (como se ha dicho), que hubo lugar de tratar con el gobernador don Pedro de Acuña los negocios que llevaba á cargo; con promesa, de que se continuaría, y enviarían al Quantó navíos para entretener á Daifusama. Llevándole un buen presente, que el gobernador le dió, de un rico espejo de Venecia muy grande, vidros, vestidos de Castilla, miel, algunos tibores[6], y otras cosas de que se sabía gustaría Daifu, volvió luego á Japon donde siendo bien recibido de Daifu, le dió entender lo que traía, y como su criado Chiquiro había sido bien despachado del nuevo gobernador, y no era posible menos de que se habría perdido, pues no había parecido en tanto tiempo, y le dió lo que llevaba, con que holgó mucho.

A los primeros días que el gobernador entró en su gobierno, halló en el astillero de Cabit dos navios grandes, que los estaban acabando, para hacer su navegacion aquel año á Nueva España. El uno, de don Luis Dasmariñas, que por asiento que tenía hecho con don Francisco Tello su antecesor, había de ir con carga de mercaderías. Y el otro, llamado el Espíritu Santo, que habian fabricado don Juan Tello de Aguirre, y otros vecinos de Manila, y había de hacer viaje, con las mercaderías de aquel año, por cuenta de los fabricadores, quedando el galeon por de su Magestad, llegado á Nueva España, por asiento y contrato hecho con el mismo gobernador don Francisco Tello. Don Pedro de Acuña se dió tanta prisa en poner á la vela ambos navíos, que con la carga que habían de llevar, los echó del puerto, en primeros de Julio del mismo año de seiscientos y dos, yendo en el Espíritu Santo por general, don Lope de Ulloa, y por cabo de JESUS MARIA, don Pedro Flores. Ambos prosiguieron su viaje, en treinta y ocho grados, tuvieron grandes temporales, que estuvieron muchas veces para perderse, y alijaron mucha parte de las mercaderías que llevaban. La nao JESVS MARIA arribó con trabajo á Manila, habiendo estado en la isla de los Ladrones (sin poder pasar de allí) mas de cuarenta días, en los cuales, tuvo lugar de recoger todos los Españoles que habían quedado vivos, de los que la nao Santa Margarita había dejado; y entre ellos á Fr. Juan Pobre, que del galeon Santo Tomas (cuando por allí pasó el año antes) se echó en un navío de los naturales: otros cinco Españoles estaban en otras islas, de las mismas de los Ladrones, que aunque se hizo diligencia para que los trujeren, no pudieron venir. Los Naturales en sus mismos navíos trujeron á la nao, á Fr. Juan Pobre, y á los demas, con mucho amor y voluntad; y habiéndoles regalado dentro de la nao, en que entraban sin temor, y dádoles hierro y otros regalos, se volvieron llorando, y haciendo mucho sentimiento, sin los Españoles. La nao Espíritu Santo, con el mismo trabajo arribó (por no poder hacer otra cosa) al Japon, cortado el arbol mayor y entró en un puerto de Firando, veinte leguas de do ya tenían hecho asiento los religiosos de San Agustín, que habían ido el mismo año de Manila; y donde tambien habían entrado el navío que iba al Quantó. El puerto era sondable, pero la entrada y salida dél muy dificultosa; porque hacía una canal de muchas vueltas, con peñas y sierras altas por ambas bandas, y como los naturales Japones, con sus funeas remolcaron y guiaron la nao que entrase, tuvo menos dificultad. Cuando estuvieron dentro, pusiéronle de guardia Japones, y á los que en tierra salieron, no les dejaban volver á la nao; los bastimentos que les daban no eran todos los necesarios, ni en precios convenibles; por lo cual, y por haber acudido al puerto con brevedad mucha soldadesca de toda la comarca, y haber pedido á el general las velas de la nao, que siempre escusó de se las dar, temió le querían tomar la nao y mercaderías como en Hurando se había hecho con la nao San Felipe, el año de noventa y seis. Recatóse, y velóse de allí adelante con mas cuidado, sin salir de la nao, ni consentir á su gente la dejase sola, ni que se descargase cosa de las mercaderías. Junto con esto, despachó á Miaco, á don Alonso de Ulloa su hermano, con don Antonio Maldonado, un razonable presente para Daifusama, para que mandase se les diese avío y licencia, para volver á salir de aquel puerto, y de sus capitanes, que no se contentaban con los presentes que por tenerles gratos les daban, sino que violentamente tomaban lo que vían; y daban á entender, que todo era suyo, y que presto habían de tenerlo en su poder. Vino á la nao Fr. Diego de Guevara Agustino, que estaba en Firando por prelado, y dió á entender á el general, había tomado mal puerto de infieles, y mala gente, que le habían de tomar la nao y robarla, y que procurase si pudiese, sacarla de allí y llevarla á Firando, donde él residía, que entretanto se velase y guardase lo mejor que pudiese; y volviéndose á su casa, de unas piezas de seda, que le dieron en la nao para su nueva Iglesia y monasterio de Firando, no le dejaron cosa los Japones, y se las quitaron; por decir todo era suyo, y se fué sin ellas. Había en tierra hasta docena y media de los Españoles de la nao, que los tenían sin libertad, ni les daban lugar para volver á embarcarse, y aunque el general les avisó, como tenía determinado de salir del puerto como pudiese, y que hiciesen su diligencia para venir á la nao, no lo pudieron todos hacer, sino cuatro ó cinco dellos; y sin mas esperar, habiendo echado de la nao los Japones de guardia que en ella había, y envergado el trinquete y cevadera, cargada el artillería, y las armas en la mano puso una mañana la nao á punto, para levarse con el ancla á pique. Los Japones andaban en el canal de la boca del puerto, con muchas funeas y arcabuceros, atravesando un cable grueso de bejucos que habían tejido, y lo amarraron de una banda y de otra, para que la nao no pudiese salir. El general envió á reconocer lo que hacían, en una embarcacion pequeña con seis arcabuceros, que llegados cerca, arremetieron á ellos algunas funeas de Japones para prenderlos, y defendiéndose con los arcabuces, volvieron á la nao y dieron cuenta al general, que cerraban la salida del puerto con el cable; teniéndose esto por mala señal, hizo luego la nao vela sobre el cable para que lo rompiese, y un negro, á quien el general prometió libertad, se ofreció que iría embalsado por proa, con un machete grande, para cortar el cable, cuando la nao llegase á él.

Con el artillería y arcabucería limpió el canal de las funeas que en él estaban; y llegando al cable, con la fuerza que la nao iba, y buena diligencia que el negro hizo con el machete que llevaba, se rompió el cable, y pasó la nao por él. Quedábanle por andar muchas vueltas, que el canal hacía, antes de salir á la mar, que parecía imposible andarlas un navío que salía con priesa; y permitió DIOS que por todas ellas saliese, como si para cada una tuviera un viento hecho; pero los Japones, que en mucho número habían acudido con sus arcabuces á las sierras y peñas, por do la nao pasaba, que estaban á tiro, no se nos descuidaban de molestarla con muchas ruciadas de que mataron dentro de la nao un Español y hirieron otros; la nao hacía lo mismo, y con el artillería mató algunos Japones, que sin poderlo impedir quedaron sin ella. El general, viéndose en la mar, libre del peligro pasado, y que le comenzó á ventar un poco de Norte, tuvo por mejor, aventurarse á hacer su viaje á Manila, que entrar ni buscar otro puerto de Japon, y habiendo hecho una cabria en lugar de arbol mayor, y refrescándole cada día mas el Norte, en doce días atravesó á Luzon, por e! cabo de Bojeador, y se puso sobre la boca de la bahía de Manila, donde halló la nao JESVS MARIA, que tambien venía de arribada, por el embocadero de Capul, y juntas ambas naos, como habían salido del puerto de Cabit, cinco meses había, volvieron á entrar en él de arribada, con muchos daños y pérdida de la hacienda.

Don Alonso de Vlloa, y don Francisco Maldonado, que, entretanto que esto pasaba en el puerto, donde habían dejado la nao del Espíritu Santo, llegaron al Miaco y dieron su embajada y presente á Daifusama, que informado quienes eran, y de la entrada de su nao en Japon, y que eran de Manila, los recibió bien y con mucha brevedad les dió despacho y chapas, para que los Tonos y gobernadores de las provincias, donde la nao había entrado, la dejasen salir libremente, y á la gente della, tratar de su aderezo, dándoles lo necesario, y que les volviesen todo cuanto les hubiesen tomado, en poca ó en mucha cantidad.

Tratando deste despacho, llegó nueva al Miaco de la salida de la nao del puerto, y refriega que hubo sobre ello con los Japones, de que de nuevo se quejaron á Daifu; mostró pesarle de la salida y descomodidad de la nao, y excesos de los Japones, y dió nuevas chapas, para que restituyesen toda la ropa, y una catana de su mano, con que se hiciese justicia[7] de los que hubiesen en ello delinquido, y se diese libertad á los Españoles que en el puerto quedaran, y se les volviese su ropa. Con este despacho salieron de aquel puerto los Españoles, y cobraron lo que se les había tomado. Los embajadores, y los demas se volvieron á Manila en las primeras embarcaciones que salieron, trayendo ocho chapas de un tenor de Daifusama, para que en cualesquier puertos de Japon, que llegasen navíos de Manila, fuesen recibidos y bien tratados, sin que se les hiciese ofensa de allí adelante; las cuales, llegados á Manila, entregaron al gobernador que las da á los navíos que van á Nueva España, para lo que les pudiese suceder en el viaje.

Al mismo tiempo que el gobernador don Pedro de Acuña entró en el gobierno, llegó de Joló el capitan y sargento mayor, Pedro Cotelo de Morales, con el aviso y recaudo de Juan Juarez Gallinato, sobre el estado en que quedaban las cosas de aquella isla, á que había salido con el armada, en principio del mismo año, y deseando el gobernador, por la importancia de la cosa, hacer el mayor esfuerzo que pudiese, determinó enviarle bastimentos, y socorro de alguna gente, que fué lo mas breve que se pudo; con orden de que á lo menos hiciese fuerza en castigar aquel enemigo, cuando no pudiese hacer mayor efecto, y segun el negocio le diese lugar, pasase á hacer lo mismo en el río de Mindanao, dando la vuelta á los Pintados. Cuando este despacho llegó á Joló, ya estaba tan gastado Gallinato, y la gente tan enferma, que lo que de nuevo se llevaba, solo sirvió de poder salir de allí, y sin tratar de otra cosa, alzó el campo, y quemó los fuertes que había hecho, y se embarcó y vino á Pintados, dejando los de aquella isla de Joló y sus vecinos los Mindanaos con mayores bríos para venir á los Pintados, y para las islas adentro, como lo hicieron.

El gobernador, sin detenerse mas en Manila, muy á la ligera, en una galeota y en otras embarcaciones pequeñas partió á la isla de Panay, y villa de Arévalo, á ver por sus ojos las necesidades dellas para repararlas, dejando las cosas de la guerra en Manila encargadas por su audiencia, á el licenciado don Antonio de Ribera, Oydor de la audiencia.

Luego que el gobernador salió de Manila, tuvo bien en que ocuparse el Oydor; porque una escuadra de treinta caracoas, y otros navíos Mindanaos entraron haciendo presas por las islas, hasta la de Luzon y costas della; y habiendo tomado algunos navíos, que venían de Sebú á Manila, cautivaron en ellos diez Españoles, y entre ellos una mujer y un clérigo, y á el capitan Martin de Mandía, y los llevaron consigo. Entraron en Calilaya, quemaron la iglesia y todo el pueblo, y cautivaron de los Naturales muchas personas de toda suerte. De allí pasaron al pueblo de Valayan[8], á hacer lo mismo, que con la nueva que el Oydor tuvo en Manila, del enemigo, ya lo tenía en defensa con cincuenta Españoles y un capitan y algunos navíos, que fué causa para que no se atreviesen á entrar en el pueblo, ni en su bahía, pero atravesaron á Mindoro, y en la poblazon principal hicieron grande presa de hombres, mujeres, y niños de los naturales, tomándoles su oro y ropa, y quemándoles las casas y la Iglesia, donde cautivaron al racionero Corral, cura de aquella doctrina, con que llenaron sus navíos, y otros que allí tomaron de cautivos, oro y ropa, estando en el puerto de Mindoro tan despacio, como si fuera en su tierra; que es veinte y cuatro leguas de Manila. El capitan Martin de Mendía, prisionero destos corsarios, se ofreció por sí y por los demas Españoles cautivos, que si le dejaban ir á Manila, traería el rescate de todos, é iría con él (ó lo enviaría dentro de seis meses) al río de Mindanao; donde no, que volvería á su poder[9]. El principal, que venía en la armada por cabeza, vino en ello con ciertas posturas y condiciones, y hizo que los otros cautivos escribiesen, para que se cumpliese lo acordado; y con esto le dejó salir de su armada, y vino á la ciudad, con cuya relacion, el Oydor envió municiones, navíos, y mas gente á Valayan, de la que allí había; con orden de que sin detenerse, saliesen tras del enemigo, que lo hallarían en Mindoro. El capitan Gaspar Perez, que en Valayan tenía esto á cargo, no salió con la brevedad que convino, para que hallase al enemigo en Mindoro, que cuando llegó, había seis días que había salido de aquel puerto, cargado de navíos y presas la vuelta de Mindanao. Fué en su seguimiento algo despacio, y habiéndose metido el enemigo con su armada, á hacer agua y leña en un río de una isla pequeña despoblada; pasó á esta sazon la vuelta de Manila el gobernador don Pedro de Acuña que volvía á la ligera de la villa de Arévalo, donde había tenido nueva de la entrada deste Corsario, pasando tan cerca de la boca deste río, en dos champanes pequeños, y un virey y con poca gente, que fué maravilla no ser visto, y preso del enemigo. Tuvo noticia que allí quedaba, por relacion de un navío de Naturales que salía huyendo, y encontrando luego el gobernador á Gaspar Perez, que con doce navíos caracoas y vireyes, y algunos champanes grandes iba en busca del enemigo, le hizo se diese mas prisa, y dándole de los que consigo llevaba algunas personas para que guiasen á do habían dejado el día antes al corsario, fueron á dar sobre él, y por las centinelas, que ya tenían puestas fuera del río en la mar, reconocieron la armada, y salieron apriesa del río, y se pusieron en huida, alijando á la mar ropa y esclavos, para huir mas ligeros, recogiendo con sus caracoas capitana y almiranta los navíos que se iban quedando, haciéndolos alijar y bogar con toda fuerza de buzeyes y velas. La armada de los Españoles que llevaba navíos menos ligeros, no pudo hacer tanta fuerza, que los alcanzase á todos, porque tambien el enemigo se engolfaba sin temor de mucha mar que había, como quien iba huyendo, aunque algunos navíos del capitan Gaspar Perez, por ser mas sutiles, se metieron entre el armada del enemigo, y echándole á fondo algunas caracoas, le tomaron dos, las demas se escaparon, aunque á mucho peligro de perderse; sin hacer otro efecto el armada, se volvió á Manila, donde ya el gobernador había entrado, con mucho sentimiento, de que las cosas hubiesen venido á términos, que estos enemigos (que jamas se habían atrevido á salir de sus casas) estuviesen tan alentados y soberbios, que viniesen hasta las puertas de la ciudad, haciendo tantos daños y presas.[10]

Había algunos años que su Magestad había mandado, que por la India de Portugal se hiciese armada, para la toma de la fortaleza de Terrenate en el Maluco, que estaba en poder de un moro, que tiránicamente se había levantado y apoderado della, y echado los Portugueses que en ella estaban[11]. Hizose el aparato necesario, para esta jornada (en la India) de navíos, municiones y gente, y escogióse, por general desta jornada, un fidalgo, llamado Andrea Furtado de Mendoza, soldado práctico en las cosas de la India, que había tenido victorias de mucho nombre y fama por mar y tierra en aquellas partes: y últimamente había tenido una muy notable en Jabanapatan. Salió de Goa con seis galeones del reyno, y catorce galeotas y fustas, y otros navíos, con mil y quinientos hombres de guerra, bastimentos y municiones para el armada, y con temporales que tuvo, antes de llegar á Amboino, se derrotó la armada de manera que las galeras y fustas no pudieron tener con los galeones, ni seguirlos, y solastres galeras y fustas en conserva de los galeones llegaron á Amboino, y los demas navíos arribaron á Goa, y á otras fortalezas de aquel viaje. La isla de Amboino estaba rebelada, y la fortaleza de Portugueses que allí había, muy necesitada; de manera que le pareció á Andrea Furtado de Mendoza, entretanto que se juntaba su armada de las galeotas y fustas, y otros navíos, que se le habían derrotado en el viaje, y le venía socorro, que había enviado á pedir á la fortaleza de Malaca, detenerse en Amboino (que es ochenta leguas de Maluco) en pacificar la isla, y algunas poblazones de su comarca, y reducirlas á la corona de Portugal, en que se ocupó mas de seis meses, habiendo tenido refriegas con los enemigos, y rebelados, de que siempre salió victorioso, y sacó el fruto que había pretendido, dejándolo todo reducido y pacífico; pero, viendo que sus navíos no le venían, ni de Malaca le llegaba el socorro que pidiera, y que le era forzoso pasar á Terrenate, que era la causa principal á que había sido despachado; para la cual se hallaba con menos gente de la que había menester, y gastadas la mayor parte de municiones y bastimentos que había traido, determinó de enviar al gobernador de las Filipinas, á hacerle saber su venida con aquella armada, y lo que había hecho en Amboino, y como había de pasar sobre Terrenate, y que por habérsele derrotado parte de sus navíos, y detenídose en aquellas empresas tantos meses, venía con menos gente de la que quisiera, y necesitado de algunas cosas; especialmente, de bastimentos, pidiendo al gobernador, que pues aquella causa era tan importante, y tan del servicio de su Magestad, y en que se había gastado tanta suma de la real hacienda de la corona de Portugal, le favoreciese y socorriese, enviándole bastimentos y municiones, y algunos Castellanos para la empresa, y que todo esto estuviese en Terrenate para Enero de seiscientos y tres, que ya estaría sobre aquella fortaleza, y les vernía el socorro muy á tiempo. Este recaudo con sus cartas para el gobernador y para la audiencia, envió á Manila un navío á la ligera, desde Amboino, con el padre Andre Pereira, de la Compañía de JESVS y con el capitan Antonio Fogoza que consigo traía. Hallaron en Manila al gobernador don Pedro de Acuña que le trataron el negocio, valiéndose de la audiencia, y de las religiones, diciendo muchas grandezas de su armada portuguesa, y lucida gente que en ella venía, y del valor y buena fama de su general en cuanto había puesto mano, y certificando con esto el buen suceso de la toma de Terrenate en aquella ocasión; especialmente, teniendo de Manila el socorro y ayuda porque venían, que era justo se les diese, como de las Filipinas (siempre que la pedía el rey de Tidore, y capitan mayor de aquella fortaleza) se daba, y su Magestad lo tenía mandado, y con mas razon y fundamento, en semejante ocasion[12].

Don Pedro de Acuña, aunque (desde que fué proveido en el gobierno) tuvo intencion y voluntad de hacer jornada sobre Terrenate, y cuando estuvo de paso en Méjico trató deste negocio con los que allí tenían alguna noticia del Maluco, y envió desde la Nueva España, á la corte de su Magestad, á el hermano Gaspar Gomez, de la Compañía de JESVS, que había estado en Manila muchos años, y en el Maluco en tiempo del gobernador Gomez Perez Dasmariñas, para que tratase con su Magestad de su parte del negocio, y estaba con esperanza de que había de hacer esta jornada. Todavía le pareció necesario acudir (sin declarar sus deseos) á lo que Andrea Furtado pedía, y con mas ventajas; así, por lo que la cosa importaba, como porque facilitándola tanto, el general y sus mensajeros no se escusasen, sino tuviese buen suceso, con que había pedido ayuda y socorro al gobernador de las Filipinas, y que no se lo había dado, y no se entendiese, lo había dejado de hacer, porque trataba de la jornada. Consultó don Pedro de Acuña sobre ello á la audiencia, que fué de parecer, enviase á la armada portuguesa, para el tiempo que lo pedía, el dicho socorro, con ventajas de lo que se pedía; y tomada esta resolución, se puso en ejecucion, con mucho contento del Padre Andrea Pereira, y capitan Antonio Fogaza, que en fin del año de seiscientos y dos, salieron despachados de Filipinas, llevando en su compañía la nao Santa Potenciana, y tres fragatas grandes, con ciento y cincuenta soldados Españoles, bien armados, diez mil fanegas de arroz, mil y quinientas tinajas de vino de palma, doscientas vacas saladas, veinte pipas de sardina, conservas y medicinas, cincuenta quintales de pólvora, balas de artillería y de arcabucería, cuerdas y otras municiones, todo á cargo del capitan y sargento mayor, Juan Juarez Gallinato, que ya había venido de Joló, y estaba en Pintados, con órdenes é instrucciones de lo que había de hacer, que era llevar aquel socorro á Terrenate, á la armada de Portugal que allí hallaría[13]. Y estar á orden y obediencia del general della; donde hizo su viaje en quince días, y surgió en el puerto de Talangame, de la isla de Terrenate, dos legas de la fortaleza, donde halló á Andrea Furtado de Mendoza, surto con sus galeones, que aguardaba lo que de nila se le enviaba, con que se alegró mucho, y toda su gente.

Por el mes de Marzo deste año de seiscientos y tres, entró en la bahía de Manila un navío de la gran China, en que dieron por nueva las centinelas, que venían tres Mandarines grandes, con sus insignias de tales á cosas del servicio de su rey; el gobernador les dió licencia, para que saliesen del navío, y entrasen en ciudad con su acompañamiento. Fueron derechos (en sillas de hombros, muy curiosas, de marfil, y otras maderas finas y doradas) á las casas reales de la audiencia, donde el gobernador los esperaba, con mucho acompañamiento de capitanes y soldados, por toda la casa, y calles, por do entraron, y llegados á las puertas de las casas reales, los apearon de las sillas, y entraron á pié, dejando sus banderas, vpos, lanzas y otras insignias, de mucha demostracion que traían, en la calle, hasta una sala grande bien aderezada, donde el gobernador los recibió en pié, haciéndole muchas humillaciones y cortesías los Mandarines á su usanza, y respondiéndoles á la suya el gobernador. Dijéronle, por los naguatatos[14], que el rey los enviaba con un China que consigo traían en cadenas, para ver por sus ojos una isla de oro, que había informado á su rey, llamada Cabit, que había junto á Manila, que nadie la poseía, y que le había pedido cantidad de navíos, que él los volvería cargados de oro; y si así no fuese, lo castigase con la vida; que venían á llevar á su rey averiguacion de lo que en aquello había. El gobernador les respondió pocas palabras mas de que fuesen bien venidos, y que se fuesen á descansar á dos casas dentro de la ciudad, que se les aderezaron, en que posasen con su gente, que despues se trataría del negocio. Con esto se volvieron á salir de las casas reales, y á las puertas dellas subieron en sus sillas, en hombros de sus criados, vestidos de colorado, y fueron llevados á sus posadas, en que el gobernador los mandó proveer cumplidamente de lo que para su sustento hubieron menester, los días que allí estuvieron.

Pareció la venida destos Mandarines sospechosa, y que traían diferente intento del que decían, porque, para gente de tanto entendimiento, como los Chinas son, decir que el rey los enviaba á este negocio, parecía ficcion; y entre los mismos Chinas que vinieron por el mismo tiempo á Manila, en ocho navíos de mercaderías, y los que estaban de asiento en la ciudad, se decía, que estos Mandarines venían á ver la tierra y su disposición, porque el rey de China quería alzar el trato con los Españoles, y enviar una gruesa armada, antes que el año saliese, con cien mil hombres para tomarla.

Al gobernador y audiencia les pareció estar con cuidado, en la guardia de la ciudad, y que estos Mandarines fuesen bien tratados; pero, que no saliesen della, ni se les consintiese administrar justicia (como lo comenzaban á hacer entre los Sangleyes) de que tuvieron algun sentimiento: mandóles tratasen de su negocio, y se volviesen á China con brevedad, sin darse los Españoles por entendidos, ni recelosos de cosa alguna, diferente de la que decían. Viéronse otra vez los Mandarines con el gobernador, y les dijo con mas claridad, haciendo algun donayre de su venida, lo que se espantaba que hubiese el rey creido de aquel China que traían, lo que había dicho, ni que cuando fuera verdad, que hubiera en las Filipinas tal oro, los Españoles se lo dejarían llevar, siendo como la tierra es de su Magestad. Los Mandarines dijeron que bien entendían lo que el gobernador les trataba, pero que su rey les había mandado venir, y les era fuerza obedecerle, y llevarle respuesta, y que con hacer su diligencia habían cumplido, y se volverían. El gobernador (por acortar lances) envió á los Mandarines con el prisionero y sus criados á Cabit, que es el puerto dos leguas de la ciudad, donde fueron recibidos con mucha artillería que de propósito se les disparó al desembarcarse, de que se mostraron muy espantados y temerosos, y salidos á tierra, preguntaron al prisionero, si era aquella la isla que dijo á el rey, respondió que sí. Preguntáronle, que donde estaba el oro, respondió, que todo lo que en ella vían, era oro, y que él lo haría bueno á su rey. Hiciéronle otras preguntas, y siempre respondió lo mismo, y todo se escribía, en presencia de algunos capitanes Españoles que allí se hallaron, con naguatatos confidentes; y habiendo los Mandarines mandado tomar una espuerta de tierra del suelo, para llevarla al rey de China, habiendo comido, y descansado, se volvieron el mismo día á Manila con el prisionero. Dijeron los naguatatos, que este prisionero había dicho, habiéndole apretado mucho los Mandarines, para que respondiese á proposito á lo que le preguntaban, que la que él había querido decir al rey de China, era, que en poder de los Naturales y Españoles de Manila había mucho oro y riquezas, y que si le daba una armada con gente, él le ofrecía, como hombre que había estado en Luzon, y conocía la tierra, á tomarla, y llevar cargados los navíos de oro y riquezas; que esto, junto con lo que primero algunos Chinas habían dicho, parecía mucho, en especial á don fray Miguel de Benavides, electo Arzobispo de Manila (y que sabía la lengua), que llevaba mas camino que lo que los Mandarines habían significado. Con esto el Arzobispo y otros religiosos apercibían á el gobernador, y á la ciudad pública y secretamente, mirasen por su defensa, porque tenían por cierta la venida del armada de China (sobre ella) con brevedad. El gobernador despachó luego los Mandarines, y los embarcó en su navío con su prisionero, habiéndoles dado algunas piezas de plata, y otras cosas con que fueron contentos, y aunque por el parecer de los mas de la ciudad, se tenía por cosa muy contraria á razon, la venida de Chinas sobre la tierra, se comenzó el gobernador á prevenir con disimulacion, de navíos y otras cosas apropósito para la defensa, y se dió priesa en acabar un reparo grande, que había comenzado á hacer, en el fuerte de Santiago, á la punta del rio, haciéndole una muralla con sus orejones á la parte de dentro, que mira á la plaza de armas, de mucha fortaleza para la defensa del fuerte.

Á postrero de Abril deste año de seiscientos y tres víspera de San Felipe y Santiago, se encendió fuego en una casilla de zacate, del servicio de unos Indios y Negros del Hospital de los Naturales de la ciudad, á las tres de la tarde, y pasó á otras casas con tanta brevedad, y fuerza de viento algo fresco, que sin poderlo remediar abrasó casas de madera, y de piedra, hasta el monasterio de Santo Domingo, casa, iglesia y hospital real de los Españoles, y los almacenes reales, sin dejar edificio en medio. Murieron catorce personas Españoles, Indios y Negros del fuego, y entre ellos el licenciado Sanz, canónigo de la Catedral; quemáronse en todas doscientas y sesenta casas, con mucha hacienda que en ellas había; y se entendió, haber sido el daño y pérdida de mas de un millon.

Ocuña Lacasamana, moro Malayo, con ayuda de los Mandarines de Camboja, de su parcialidad y de la madrastra del rey Prauncar, despues de haber muerto, y acabado á Blas Ruiz de Hernan Gonzalez, y Diego Belloso y los Castellanos, y Portugueses y Japones, de su parte, que había en el reyno, y que su desenvoltura había llegado á tanto, que tambien vino á matar al mismo rey, por donde todo el reyno vino á dividirse en parcialidades, y mayores turbaciones, que jamas habían tenido, permitiéndolo Dios así por sus justos juicios; y porque no debía de merecer Prauncar gozar de la buena suerte que había tenido, en ser puesto en el reyno de su padre, pues lo perdió juntamente con la vida, ni Blas Ruiz de Hernan Gonzalez, y Diego Belloso, y sus compañeros, del fruto y trabajo de sus jornadas y victorias, pues se convirtieron en desastrada y cruelmente (cuando le pareció lo tenían mas cierto, y asegurado) que por ventura sus intentos y pretensiones no eran tan ajustados con las obligaciones de la conciencia como debieran; tampoco quiso Dios que el moro Malayo quedase sin castigo.

Cuando este Malayo entendía había de llevar la mejor parte del reyno de Camboja, con haber muerto á los Castellanos y Portugueses, y sus capitanes, y al mismo rey legítimo y natural, que los favorecía, se halló mas engañado de lo que había imaginado; porque las revueltas y alzamientos de las provincias dieron motivo á algunos Mandarines poderosos en el reyno, y que tenían, y sustentaban la parte mas sana, que se juntasen á vengar la muerte del rey Prauncar, con las armas, y así las volvieron contra Ocuña Lacasamana, y sus Malayos, y viniendo con él á batalla, en diferentes ocasiones los vencieron, y desbarataron; de manera, que al moro le fué forzoso salirse huyendo (con el resto de su gente que le había quedado) de Camboja, y pasarse á el reyno de Champa, su confin; con ánimo de turbarlo y hacer guerra al tirano que lo poseia, y apoderarse de todo, ó de la parte que pudiese. Tampoco esto le sucedió bien; porque, aunque metió la guerra, y desasosiegos que traía consigo, en Champa, y dió bien que hacer al tirano y á los suyos, al cabo fué muerto y desbaratado, y vino á pagar miserablemente (á sus manos) sus pecados.

Los Mandarines de Camboja, que se vieron sin el Malayo, y todavía turbado el reyno, como lo había dejado, y sin sucesor varon, descendiente de Prauncar Langara, que murió en los Laos, volvieron los ojos á un su hermano, que el rey de Sian había cautivado, y llevado consigo, en la guerra que hizo á Langara, y le tenía en la ciudad de Odia, pareciéndoles que éste tenía mas derecho, por legítima sucesion, al reyno de Camboja, y que con su presencia, se pacificaría mejor. Enviaron embajada á Sian, pidiéndole que viniese á reynar; y al rey de Sian, que le tenía cautivo, para que le diese lugar á ello. El rey lo tuvo por bien, y con algunos conciertos, y asientos que hizo con su prisionero, le dió libertad y seis mil hombres de guerra que le sirviesen y acompañasen[15]; con los cuales, vino luego á Camboja, y facilmente fué recibido en Sistor, y otras provincias, y puesto en el reyno; desde las cuales fué pacificando, y reduciendo las mas distantes.

Este nuevo rey de Camboja, que de cautivo de el rey de Sian, vino á reynar por estraños sucesos, y casos tan varios (para quien Dios tuvo guardada esta ventura, y otras de mas estima, si lo que tiene comenzado lo sabe llevar adelante) hizo buscar á Juan Diaz, soldado castellano, que había quedado de la compañía de Blas Ruiz de Hernan Gonzalez; al cual mandó que fuese á Manila, y de su parte dijese al gobernador como estaba en el reyno, y lo que había pasado en la muerte de los Españoles, y de su sobrino Prauncar, que ninguna culpa dello tenía; y que reconocía la amistad que habian recibido (Langara su hermano, y su hijo) de los Españoles en sus necesidades, y lo bien que le estaba continuar su amistad y trato, y que de nuevo la pedía, si fuese el gobernador dello contento, le enviase algunos religiosos y Castellanos, que asistiesen en su corte, y hiciesen cristianos á los que quisiesen serlo.

Con este recaudo, y embajada, y muchas promesas, vino á Manila Juan Diaz, que hallando en el gobierno á don Pedro de Acuña, le trató de la causa. Pareciéndole á el gobernador, que era bien no cerrar la puerta á la predicacion del Santo Evangelio en Camboja, que por este camino la había Dios vuelto á abrir, acordó de hacer lo que el rey le pedía; y en principio del año de seiscientos y tres, envió una fregata á Camboja, con cuatro religiosos de la orden de santo Domingo; por cabeza dellos, fray Iñigo de Santa María, Prior de Manila, y cinco soldados, para su compañía; y entre ellos, el mismo Juan Diaz, para que diesen al rey la respuesta de su recaudo, en confirmacion de la paz y amistad que pretendía; y que, segun la disposicion que hallasen, quedasen los religiosos en su corte; y avisasen de lo que les parecía. Esta fragata llegó á Camboja, con buenos temporales, en diez días de navegacion, y subidos á Chordemuco los religiosos y soldados de su compañía, el rey los recibió con mucho contento. Luego les hizo Iglesia, y dió arroz para su sustento, y libertad para predicar, y hacer Cristianos, que pareciendo á los religiosos negocio del Cielo, y en que se podrían ocupar muchos obreros, avisaron luego á Manila, de su buena estada y acogida, en la misma fragata, pidiendo licencia al rey, para que volviese á Manila. El rey se la dió, y el avío necesario para su navegacion; y juntamente envió un criado suyo, con un presente de colmillos de marfil, y menjui y otras curiosidades para el gobernador, con carta suya, agradeciéndole lo que hacía, y pidiéndole mas religiosos y Castellanos. Embarcóse en esta fragata fray Iñigo de Santa María, con otro compañero, para venir á dar mejor relacion de lo que había hallado, que de enfermedad murió en el viaje. El compañero, y los que en la fragata venían, llegaron á Manila, por Mayo de seiscientos y tres, y dieron razon de lo que en Camboja había sucedido.

Por fin del mismo mes de Mayo, llegaron á Manila dos naos, de la Nueva España, general don Diego de Zamudio, con el socorro ordinario para las Filipinas; túvose nueva, que quedaba en Méjico fray Diego de Soria, de la orden de Santo Domingo, Obispo de Cagayan, y traía las Bulas y el palio al Arzobispo electo de Manila, y fray Baltasar de Cobarrubias, de la orden de San Agustin, Obispo de Camarines, por muerte de fray Francisco de Ortega. En los mismos navíos, fueron dos Oydores, para la audiencia de Manila, los licenciados Andres de Alcaraz, y Manuel de Madrid y Luna.

El capitan y sargento mayor, Juan Juarez Gallinato, con la nao Santa Potenciana, y gente que en ella había llevado al Maluco, en socorro de la armada portuguesa, que Andrea Furtado de Mendoza trujo sobre la fortaleza de Terrenate, la halló en el puerto de Talangame; y luego que este socorro llegó, Andrea Furtado desembarcó en tierra la gente portuguesa, y castellana, con seis piezas de artillería, y marchó con ella por la marina, la vuelta de la fortaleza, para plantarle la batería. Tardó dos dias, hasta llegar á la fortaleza, pasando por algunos pasos y barrancos, que el enemigo tenía fortificados. Llegados á la fortaleza principal, hubo bien que hacer en plantar la artillería, que el enemigo salía amenudo sobre el campo, y lo impedía. Y una vez llegó á las puertas del mismo alojamiento, que hiciera en él mucho daño, si los Castellanos que estaban mas cerca de la entrada, no se la impidieran; y apretaron á los moros tanto, que con muerte de algunos á espaldas vueltas, se encerraron en la fortaleza; y juntamente, les plantaron cinco piezas á tiro de cañon. El enemigo que tenía la gente necesaria para su defensa, con mucha artillería y municiones, hacía en el campo daño: sin que las piezas de la batería hiciesen efecto de consideracion, teniendo poco recaudo de pólvora, y municiones; de manera, que lo que Gallinato, y su gente (cuando se juntaron con la armada portuguesa) entendieron, del poco recaudo y aparejo, que Andrea Furtado llevaba, para tan grande empresa, se vió y esperimentó con brevedad. Para no perecer todos, habiendo tomado Andrea Furtado los pareceres de todos los oficiales de su campo y armada, retiró sus piezas y el campo, al puerto de Talangame. Embarcó su gente en sus galeones, y dió la vuelta á las fortalezas é islas de Amboino y Vanda, donde primero había estado, tomando para sustento de la armada los bastimentos que Gallinato le había llevado; al cual le dió licencia, para que con los Castellanos se volviera á Manila, como lo hizo, en compañía de Rui Gonzalez de Sequeira, capitan mayor que acababa de ser de la fortaleza de Tidore, que en otro navío salió con su casa y mercaderías de aquella fortaleza, y llegaron á Manila, en primeros del mes de Julio deste año de seiscientos y tres, trayendo del general Andrea Furtado de Mendoza, para el gobernador don Pedro de Acuña, la carta que se sigue:


CARTA que el general Andrea FURTADO DE MENDOZA escribió á don Pedro de ACUÑA, desde terrenate, en veinte y cinco de mayo de mil y seiscientos y tres.


«No hay infortunios en el mundo, por mayores que sean, que dellos no se alcance algun bien. De todos los que tengo pasados en esta jornada, que son infinitos, me resultó conocer el celo y ánimo, con que V. S. se emplea en el servicio de su Magestad, de que le tengo envidia y por señor: afirmando, que la cosa que mas estimaré en esta vida es tenerme V. S. en esta cuenta. Y que como cosa suya muy particular, me mande las cosas de su servicio.

»El socorro que V. S. me envió, llegó á tiempo mediante el favor Divino, que él fué el que dió esta armada á su Magestad, y las vidas á todos los que hoy las tenemos, y por lo sucedido en esta jornada, entenderá su Magestad lo mucho que debe á V. S. y lo poco que debe á el capitan de Malaca; pues él fué parte para no hacerse el servicio de su Magestad. Cuando llegó el socorro que V. S. me envió, estaba esta armada sin ningunas municiones por haber dos años que había salido de Goa, y tenerla toda consumida y gastada, en las ocasiones que se habían ofrecido. Supuesto esto, porque no se imaginase, que por mí quedaba el efectuar el servicio de su Magestad, me puse en tierra, la cual cobré, con perder el enemigo mucha gente suya, y puse las postreras trincheas, cien pasos de la fortificacion del enemigo; puse en tierra cinco piezas gruesas de batir, y en diez días de batería, se arruinó un pedazo grande de un baluarte, donde estaba toda su fuerza. En estos días se consumió toda la pólvora, que había en esta armada, sin quedar cosa con que se pudiese cargar (la artillería della) una vez, y si se ofreciese (de que no dudo) encontrar alguna escuadra de Holandeses, hame de ser forzoso pelear con ellos, siendo esta la principal causa con que levanté el cerco, teniendo á el enemigo en mucho aprieto, así por hambre, como por haberle muerto, en el discurso de la guerra, muchos capitanes y otra mucha gente. Por aquí, juzgará V. S. el estado en que yo puedo quedar, de pasion y congoja, sea Dios loado por todo, pues así es servido, y permite que los mayores enemigos (que hay en estas partes) sean los vasallos de su Magestad.

»Yo me parto para Amboino, para ver si hallo allí socorro, que hallándole suficiente (y no habiendo en las mas partes del Sur alguna necesidad urgente, que me obligue á socorrerla) he de volver á esta empresa, y della avisaré luego á V. S. y no hallando allí el socorro que espero, he de pasar á Malaca, á rehacerme, y, de cualquiera parte donde estuviere, avisaré á V. S. siempre. Yo escribo á su Magestad, en que le doy larga relacion de las cosas desta empresa; significándole, que no podía tener efecto, ni conservarse el tiempo adelante, si no se hace por orden de V. S. y dese gobierno socorrida y augmentada, visto estar la India tan lejos, y que en dos años, no puede serlo della socorrida. En esta conformidad, debe V. S. avisar á su Magestad, para que se desengañe en este particular del Maluco, y confío en Dios, que he de ser soldado de V. S.

»No sé con que palabras encarezca, y dé agradecimientos á V. S. de cuantas mercedes me ha hecho; las cuales me fueron todas manifestadas, así por Antonio de Brito Fogaza, como por Tomas de Araux, mi criado; cosas son estas que no se pueden servir ni pagar, sino con arriesgar la vida, la honra y la hacienda, en todas las ocasiones que se ofreciesen, del servicio de V. S.; y ofreciéndose, entenderá que no soy ingrato á las mercedes recibidas, la mayor de todas, y lo que mas yo estimé, fué enviar V. S. con este socorro á Juan Xuarez Gallinato, y al señor don Tomas de Acuña, y á los demas capitanes y soldados, que para significar á V. S. el merecimiento de cada uno en particular, sería nunca acabar.

»Juan Juarez Gallinato es persona de quien V. S. debe hacer mucha cuenta, en todas las ocasiones que se ofreciesen, porque todo lo merece. En esta jornada y empresa, se hubo con tal satisfaccion, esfuerzo y prudencia, que bien parece es cosa enviada por V. S. y haber militado debajo de la bandera de tan insignes capitanes; y así, estimaré saber que V. S. (por los servicios que ha hecho á su Magestad en estas partes y á mi cuenta) le haga muchas mercedes. La cosa que mas estimé en esta empresa que es digna de quedar en memoria, es, quebrantando el proverbio de las viejas Portuguesas, en el discurso de esta guerra no hubo entre los Españoles y Portugueses una palabra mas alta que la otra, comiendo juntos en un plato; mas esto atribúyalo V. S. á su buena fortuna, y al entendimiento y esperiencia de Juan Juarez Gallinato.

»El señor don Tomas procedió en esta guerra, no como caballero de su edad, sino como soldado viejo y lleno de experiencia; deste pariente haga V. S. mucha cuenta, porque confío que será otro que su padre.

»El sargento mayor procedió en esta guerra, como muy buen soldado, y es hombre, de quien V. S. debe hacer mucha cuenta, porque le doy mi palabra, que no tienen las Manilas mejor soldado que él; y estimaré en mucho que V. S. le honre, y á mi cuenta le haga muy particulares mercedes[16]. El capitan Villagra procedió bien con su obligacion, y lo mismo hizo don Luis; en fin todos á una, soldados grandes y pequeños procedieron tambien[17] en esta empresa, y por este respeto les quedo en tanta obligacion, que tomara verme ahora delante de su Magestad, para no salirme de sus pies hasta los henchir á todos de honras y mercedes, pues tambien lo merecen. Conforme á esto, tendré siempre gusto particular, que á todos en general haga V. S. honras y mercedes. Nuestro Señor guarde á V. S. por muchos años, como yo su servidor deseo, del puerto de Talangame, en la isla de Terrenate, á veinte y cinco de Marzo, de mil y seiscientos y tres años. Andrea Furtado de Mendoza


Á diez del mismo año, salieron las naos Espíritu Santo y Jesus María, del puerto de Cabit, tras de otras dos naves menores, que quince días antes se habían despachado, con las mercaderías de las Filipinas; para hacer viaje á la Nueva España, de que fué por general, don Lope de Vlloa, y en la almiranta, nombrada el Espíritu Santo, salió de las islas el doctor Antonio de Morga, á servir plaza de Alcalde de Corte de Méjico. Antes de salir de la bahía, les dió á entrambas naos un tiempo por proa, y desde las tres de la tarde, hasta otro día por la mañana (aunque dieron fondo con dos amarras gruesas, á el abrigo de la tierra, calados masteleos) fueron garrando con mucha mar y viento, sobre la costa; con cerrazon, donde vararon en ella, en la Pampanga, diez leguas de Manila. Duró el tiempo otros tres días contínuos; de manera, que se tuvo por imposible la salida destas naos y su navegacion, por ser ya el tiempo adelante, y navíos muy grandes y cargados, y estaban muy metidos en la lama. Dióse luego aviso á Manila por tierra, de donde se trujeron algunos navíos de Chinas, cables y anclas, y con mucha diligencia que en ello se puso, ambas naos, cada una por su parte, con aparejos, y cabos, que guarnieron por popa, esperando las aguas vivas, á fuerza de cabrestantes y de gente, sacaron arrastrando por popa las naos, mas de una legua, por un placel de lama, por do habían entrado, hasta ponerlas en floto, día de la Madalena, veinte y dos de Julio. Luego volvieron á hacer vela, por no haber recibido los navíos daño, ni hacer agua, y hicieron viaje y navegacion, con tiempos escasos hasta la costa de la Nueva España. Á la nao Espiritu Santo (en cuarenta y dos grados, á diez de Noviembre, vista la tierra) le cargó un tiempo recio de Susudueste, con grandes aguaceros granizo y frío que era travesía en la costa; sobre la cual estuvo la nao algunas veces para perderse, y con trabajo, desaparejada de jarcia, y la gente rendida de la navegacion y fríos. Duró el tiempo, hasta veinte y dos de Noviembre, que este día por la mañana, estando la nao de mar en través, calados masteleos, vino sobre ella una turbionada de agua y granizo, con mucha oscuridad, y cayó un rayo por el arbol mayor, en medio de la nao, que mató tres hombres, y hirió y estropéo otras ocho personas, habiendo ocurrido á las escotillas, y abierto la mayor con luces, para ver la nao por de dentro. Cayó otro rayo por el mismo arbol, entre toda la gente, y aporreó diez y seis personas, que algunos estuvieron sin habla ni sentido, por todo aquel día; y volvió á salir por la dala. El día siguiente, saltó el viento al Nornordeste, con que la nao hizo vela, y fué costeando la tierra, con bastantes tiempos hasta diez y nueve del mes de Diciembre, que tomó el puerto de Acapulco, hallando en él las dos naves menores, que primero habían salido de Manila. De allí á tres días,entró en el mismo puerto de Acapulco el general don Lope de Ulloa, con la nao Jesus María, habiendo traido los mismos tiempos, que la nao Espíritu Santo; que desde que se apartaron, salidas del embocadero de Capul de las islas Filipinas, no se habian visto mas en todo el viaje.

El mismo año de seiscientos y tres, despachó el gobernador don Pedro de Acuña desde Manila al Japon, el navío Santiago, con rescates, y orden de que hiciese su navegacion al Quantó. para cumplir con el deseo y voluntad de Daifusama; en que fueron embarcados, para el dicho reyno (por tener nueva que ya habia muert For. Gerónimo de Jesus) cuatro religiosos. de los de mas importancia, que su orden tenía en Manila; que fueron Fr. Diego de Bermeo que había sido provincial, y Fr. Alonso de la Madre de Dios, y Fr. Luis Sotelo, y otro compañero.

Luego que los navios Jesus María y Espíritu Santo, salieron para la Nueva España, y el navio Santiago, con los religiosos para el Japon, quedó la materia que se había movido, con la venida de los Mandarines de China, dispuesta para hablar mas della, porque, con hallarse mas desocupados de otros negocios, todo fué recelarse de los Sangleyes, y de las sospechas que había de que habían de salir con alguna novedad de perjuicio; como el Arzobispo, y algunos religiosos lo certificaban, y daban á entender en público y en secreto. Había en esta sazon en Manila y en sus comarcas, cantidad de Chinas, dellos cristianos bautizados, en las poblazones de Baibai[18] y Minondoc, de la otra banda del río frontero de la ciudad, y los mas infieles, ocupados y entretenidos en estas mismas poblazones, y en las tiendas del Parián de la ciudad, con mercaderías y todos oficios, y el mayor número dellos pescadores, canteros, carboneros, acarreadores, albañiles y jornaleros; de los mercaderes siempre se tuvo seguridad, por ser mejor gente y muy interesados, por razón de sus haciendas; de los otros no tanta, aunque fuesen cristianos, porque siendo gente pobre y codiciosa, á cualquiera ruindad se inclinarían; pero, siempre se entendió, que con mucha dificultad harían mudamiento, sin que viniese armada de la China con pujanza, en que pudiesen estribar. La plática iba cada día mas creciendo, y con ella la sospecha, porque aun algunos de los mismos Chinos, infieles y cristianos, por mostrarse amigos de los Españoles, y limpios de toda culpa, daban avisos de que había de haber levantamiento con brevedad, y de otras cosas á este propósito, que aunque á el gobernador parecieron siempre ficciones, y encarecimientos desta nacion, y no les daba crédito, tampoco se descuidaba tanto, que no se prevenía y velaba con disimulacion, para lo que podía suceder; procurando tener la ciudad guardada, y la soldadesca armada, y acariciados los Chinas mas principales y mercaderes, asegurándoles sus personas y haciendas, previniendo los naturales de la Pampanga y otras provincias de la comarca, para que proveyesen de arroz y otros bastimentos la ciudad, y viniesen á socorrerla con sus personas y armas, cuando fuese necesario. Lo mismo hizo con algunos Japones que había en la ciudad, como de todo esto se trataba con alguna publicidad, pues no podía ser en secreto, habiendo de ser con tantos; unos y otros se vinieron á persuadir, que la ocasion era cierta, y aun muchos ya la deseaban, por ver revuelta la feria, y tener en que meter las manos[19]. Comenzóse desde aquí (así en la ciudad como en la comarca, donde los Sangleyes andaban derramados) á apretarlos de obra y de palabra, quitándoles los Naturales y Japones y soldados del campo, lo que tenían, y haciéndoles otros malos tratamientos, llamándoles de perros y traydores, y que ya sabían se querían alzar, y que primero los habían de matar á todos, que sería con mucha brevedad; y que se hacía (por el gobernador) prevencion para ello; que solo esto, les fué bastante motivo, para hallarse necesitados de hacer lo que no pensaban[20]. Algunos mas ladinos y codiciosos tomaron la mano en levantar el ánimo de los demas, y hacerse cabezas, diciéndoles, que su perdicion era cierta, segun la determinacion en que vían á los Españoles, sino se anticipaban, pues eran tantos en número, y daban sobre la ciudad, y la tomaban; que no les sería dificultoso, y matar los Españoles, y tomarles sus haciendas; y señorearse de la tierra, con el ayuda y socorro, que luego les vernía de China, cuando allá se supiese el buen principio que al negocio se hubiese dado; y que, para hacerlo con tiempo, convenía (en algun sitio secreto y fuerte, no lejos de la ciudad) hacer una fortificacion y alojamiento, donde se recogiese y juntase la gente, y se fuesen previniendo armas, y bastimentos para la guerra, que por lo menos serviría de asegurar allí sus personas del daño que de los Españoles esperaban.

Entendióse que el principal movedor destas cosas era un Sangley cristiano, antiguo en la tierra, llamado Juan Bautista de Vera[21], rico y muy favorecido de los Españoles, temido y respetado de los Sangleyes, que muchas veces había sido gobernador suyo, y tenía muchos ahijados, y dependientes, que este era muy Españolado y brioso; el cual, con doblez y cautela, en este tiempo no salía de la ciudad, ni de las casas de los Españoles, por darles de sí menos sospecha; y desde allí, con sus confidentes movía el negocio, que para asegurarse mas del suceso, y saber el número de gente que tenía de su nacion, y hacer alarde y lista della, les había ordenado con disimulacion, que cada uno le trujese una aguja, que fingió era necesaria para cierta obra que había de hacer, y las fué echando en una cajuela, de la cual las sacó y halló suficiente gente, para el efecto que pretendía. Comenzóse luego á hacer este fuerte, ó alojamiento, poco mas de media legua del pueblo de Tondo, metiendo en él algun arroz y otros bastimentos y armas de poca consideracion, y comenzaron á juntarse allí los Sangleyes, especialmente de la gente menuda, comun y jornaleros (que los del Parián y oficiales, aunque los habían solicitado para lo mismo, no se resolvían á ello, y estaban quedos, guardando sus casas y haciendas). Ybase cada día encendiendo mas la inquietud de los Sangleyes, que esto, y los avisos que se daban al gobernador y á los Españoles, los tenía con mas cuidado y sobresalto, y los hacían ya hablar de la cosa mas en público. Los Sangleyes, viendo que su negocio se descubría, y que la dilacion les podia ser de tanto perjuicio, aunque tenían tratado que fuese el alzamiento día de San Andres, postrero de Noviembre, determinaron de anticiparlo y no perder mas tiempo, y viernes tres dias del mes de Octubre, víspera de San Francisco, se juntaron mas apriesa en el dicho su fuerte; de manera, que cuando fué de noche, había en él dos mil hombres. Juan Bautista de Vera, haciendo del ladron fiel, siendo el caudiilo y guia de la traicion, vino luego á la ciudad, y dijo al gobernador, que los Sangleyes estaban alborotados, y que se iban juntando de la otra banda del río; púsole preso luego, con guardias y recaudo, sospechando el mal, y despues fué justiciado[22], y sin hacer ruido de cajas, mandó apercibir las compañias del campo y de la ciudad, y que todos tuviesen las armas listas. No bien fué anochecido, cuando don Luis Dasmariñas (que vivía junto al monasterio é iglesia de Minondoc, de la otra parte del río) vino con gran priesa á la ciudad, á avisar á el gobernador, como había revolucion de Sangleyes, pidiéndole veinte soldados, que pasasen á la otra banda, donde guardaría el dicho monasterio. Pasó con esta gente el sargento mayor del campo, Cristobal de Axqueta, en compañia de don Luis, y cada hora crecía (con la callada de la noche) el ruido, que los Sangleyes hacían, que se iban juntando, y sonaban cornetas y otros instrumentos á su usanza. Don Luis quedó guardando el monasterio, con la gente que de Manila trujo, donde había recogidas muchas mujeres, y niños de Sangleyes cristianos, con los religiosos. Volvió luego á la ciudad el sargento mayor, dando cuenta de lo que pasaba; tocóse arma, porque el ruido y algazara de los Sangleyes, que habían salido á poner fuego á algunas casas que había en el campo, era tan grande, que parecía lo asolaban. Quemaron lo primero una casa de campo, de piedra, del capitan Estevan de Marquina, donde estaba con su mujer é hijos, sin que escapase persona, sino fué una niña pequeña, que quedó herida, escondida en un zacatal[23]. De allí, pasaron á la poblazon de Laguio[24], á la orilla del río, y la quemaron, matando algunos Indios della, que los demas se vinieron huyendo á la ciudad; en la cual, estaban ya las puertas cerradas, y toda la gente con las armas en la mano, tendida sobre las murallas, y en otros puestos convenientes, para lo que fuese necesario, hasta que amaneció. El enemigo, que ya tenía mas número de gente, se retiró á su fuerte, para salir de allí con mas pujanza. Don Luis Dasmariñas, que estaba en guarda de la iglesia y monasterio de Minondoc, esperando cada hora que el enemigo había de venir sobre él, envió al gobernador á pedir mas gente, que se la envió, de soldados de paga, y vecinos de la ciudad, con los capitanes don Tomas Bravo de Acuña su sobrino, y Juan de Alcega, Pedro de Arceo, y Gaspar Perez, con cuyo consejo y parecer, se gobernase en la ocasion. En la ciudad todo era confusion, alaridos y voces, particularmente, de los Indios, mujeres y niños, que venían á salvarse á ella, y aunque, por asegurarse de los Sangleyes del Parián, se les pidió se metiesen los mercaderes en la ciudad, con sus haciendas, no se atrevieron á ello, porque siempre entendieron que el enemigo tomaría (con la pujanza de gente que tenía) la ciudad, y degollaría los Españoles, y peligrarían todos, y así, quisieron mas quedarse en su Parián, para hacerse á la parte que llevase lo mejor. Don Luis Dasmariñas con el socorro que el gobernador le envió, pareciéndole convenía buscar luego al enemigo, antes que acabase de juntarse y engrosarse, dejando en Minondoc setenta soldados á cargo de Gaspar Perez, con el resto de la gente, que serían ciento y cuarenta hombres arcabuceros, los mas escogidos, se fué al pueblo de Tondo para fortificarse en la iglesia, que es de piedra, donde llegó á las once del día. El mismo intento tuvieron los Chinas, que mil y quinientos llegaron al mismo puesto y tiempo. Trabóse entre unos y otros una escaramuza sobre ganar el monasterio, que duró una hora, á que acudió de socorro el capitan Gaspar Perez, con la gente que había quedado en Minondoc. Retiróse el enemigo á su fuerte, con pérdida de quinientos hombres, y Gaspar Perez se volvió á su puesto, donde tambien quedó Pedro de Arceo. Don Luis Dasmariñas (cebado en este buen lance) se determinó con la fuerza del sol, y sin que la gente descansase, de pasar luego adelante, en busca del enemigo, con la gente que tenía. Envió á que le reconociese al alferez Luis de Ibarren que trujo por nueva, que los enemigos eran muchos, y no estaban lejos; y aunque Juan de Alcega y otros, pidieron á don Luis hiciese alto, y descansase la gente, y aguardase orden del gobernador de lo que había de hacer: era tanta la gana que tenía de no perder esta ocasion, que, provocando la gente con palabras ásperas, para que le siguiesen[25], pasó adelante, hasta llegar á una ciénega. Salidos della, dieron de improviso en una sabana, donde el enemigo estaba, que viendo á los Españoles, todos juntos, con palos y algunas catanas, y pocas armas enastadas, los cercaron por todas partes. Don Luis y su gente, sin poder retirarse, pelearon valerosamente, matando muchos Sangleyes, pero al cabo, como eran tantos, hicieron pedazos á todos los Españoles, sin que escapasen mas que solos cuatro mal heridos, que trujeron la nueva á Manila[26]. Fué para los Sangleyes este suceso, de mucha importancia; así, porque en este puesto murió tanta gente[27], y de lo mejor de los Españoles, como por las armas que les quitaron, de que carecían; con que se prometieron, tenían su intento mas cierto y seguro. Y el día siguiente, cinco de Octubre, enviaron las cabezas de don Luis, y de don Tomas, y de Juan de Alcega, y de otros capitanes al Parián, diciendo á los Sangleyes, que pues habían muerto lo mejor de Manila, se alzasen y juntasen con ellos, sino que pasarían luego á matarlos. La confusión y dolor de los Españoles en la ciudad era tan grande, que impedía el hacer la prevención y diligencia que el negocio pedía; pero la necesidad, en que se vían, y el brío del gobernador y sus oficiales, hizo que toda la gente guardase sus puestos, con las armas en las manos, sobre las murallas, habiendo guarnecido de lo mejor las puertas de el Parián y de Dilao, y todo aquel lienzo, que era, por do el enemigo podía acometer, poniendo sobre cada puerta una pieza de artillería, con la mejor gente, en que había religiosos de todas las órdenes. Este día, Domingo, el enemigo viéndose gallardo con la victoria del día antes, engrosado su ejército con mas gente que se le juntó, vino sobre la ciudad, quemando y asolando todo lo que encontraba, pasó el río, porque no había navío con que resistírselo, que todos los de armada estaban en las provincias de Pintados[28]. Metióse en el Parián[29], arremetió con mucha furia la puerta de la ciudad, de que fué rebatido con la arcabucería, y mosquetería, con pérdida de muchos Sangleyes; pasó á la iglesia de Dilao, y allí con la misma determinación arremetió con algunas escalas á la puerta y muralla, que era mas baja, y halló la misma resistencia y daño, con que se retiró con mucha pérdida al Parián y á Dilao, cerca de la noche. Toda ella se gastó por los Españoles en guardar su muralla, y prevenirse para el día siguiente, y los enemigos en el Parián y en Dilao haciendo carros, mantas, escalas, artificios de fuego, y otras invenciones, con que arrimarse á la muralla, y asaltalla, y quemar las puertas y poner fuego á todo. El día siguiente Lunes, al amanecer, se juntaron los Sangleyes con estos pertrechos, y llevando delante la mejor gente que tenían, y mas bien armada, arremetieron con grande brío y determinación la muralla; el artillería les desbarató las máquinas que traían, y con ella y el arcabucería, se les hizo tanto daño y resistencia, que con pérdida de mucha gente, se volvieron á retirar al Parián y á Dilao. Juan Xuarez Gallinato con algunos soldados y una tropa de Japones, salió por la puerta de Dilao á los Sangleyes, llegaron hasta la iglesia, y revolviendo sobre ellos los Sangleyes, se desordenaron los Japones, y fueron causa, que todos se retirasen y volviesen á ampararse de las murallas, siguiéndolos hasta allí los Sangleyes.

Entró en esta ocasion en Manila el capitan don Luis de Velasco, que venía de Pintados con una buena caracoa, en la cual se echaron algunos arcabuceros, y otros en bancas al abrigo della, que por el río se arrimaban al Parián y á Dilao, y picaban á el enemigo que allí estaba alojado, ese día, y los dos siguientes, de manera, que se hicieron levantar de aquellos puestos; pusieron estos navíos fuego á el Parián, y abrasáronlo todo, y seguían por todas las partes que podían al enemigo. Viendo los Sangleyes que su causa se empeoraba, y que no podían conseguir el fin que habían pretendido, determinaron de retirarse de la ciudad, con pérdida de mas de cuatro mil hombres, y dar aviso á China para que los socorriesen, y para sustentarse, dividir su gente en tres escuadrones á diferentes partes, el uno á los Tingues de Pasig, y el otro á los de Ayonbon, y otro á la laguna de Bay y San Pablo y á Batangas. Dejaron el miércoles la ciudad de todo punto, y divisos (como está dicho), marcharon la tierra dentro. Don Luis de Velasco por el rio, y algunos soldados é Indios armados, que de todas partes vinieron al socorro de Manila, con algunos Españoles que los guiaban, y los religiosos de sus doctrinas, los fueron siguiendo y apurando de manera, que mataron y acabaron los que iban á los Tingues de Pasig, y á Ayonbon; el mayor número y golpe de la gente pasó á la laguna de Bai y montes de San Pablo, y á Batangas, donde se tenían por mas seguros, quemando los pueblos y iglesias y todo lo que encontraban, fortificándose en los dichos sitios. Ibalos siguiendo don Luis de Velasco con setenta soldados, matándoles cada dia mucha gente, y en una ocasion se empeñó tanto con el enemigo, que mató á don Luis de Velasco y á diez soldados de su compañía, y se fortificó de nuevo en San Pablo y Batangas, con esperanza de poderse allí sustentar, hasta que le viniese el socorro de China[30].

Temiendo el gobernador este daño, y deseando acabar al enemigo, y que la tierra se quietase del todo, envió con gente al capitan y sargento mayor, Cristobal de Axqueta Menchaca, para que buscase al enemigo, y lo acabase. Salió con doscientos Españoles, soldados y aventureros, trescientos Japones, mil y quinientos Indios, Pampangos y Tagalos[31], á veinte de Octubre, y diose tan buena maña, que con poca ó ninguna pérdida de su gente, halló los Sangleyes fortificados en San Pablo, y en Batangas, y peleando con ellos, los mató y degolló á todos, sin que ninguno escapase, sino fueron doscientos, que trujo vivos á Manila, para las galeras, en que se ocupó veinte días, con que se puso fin á esta guerra, quedando en Manila muy pocos mercaderes, que con sus haciendas habían tomado buen consejo de meterse con los Españoles en la ciudad, que cuando se comenzó la guerra, no tenía sietecientos Españoles, que pudieran tomar armas[32].

Acabada la guerra, comenzó la necesidad de la ciudad, porque, no habiendo Sangleyes que usaban los oficios, y traían todos los bastimentos, ni se hallaba que comer, ni unos zapatos que calzar, ni por precios muy excesivos. Los Indios naturales están muy lejos de usar estos ministerios, y aun muy olvidados de la labranza, y crianza de aves, ganados, y algodon, y tejer mantas, como lo hacían en su infidelidad, y mucho tiempo despues que se ganó la tierra[33]; tras esto se entendía, que con la revolucion pasada, no vendrían á las islas los navíos de bastimentos y mercaderías de la China; y sobre todo, no se vivía sin recelo y sospecha, de que en lugar dellos, vernía armada sobre Manila, para vengar la muerte de sus Sangleyes. Todo junto afligía los ánimos de los Españoles, y tras haber despachado, con la nueva deste suceso (por la vía de la India) á la corte de España, á fray Diego de Guevara, prior del monasterio de San Agustin de Manila, que por varios casos que le sucedieron en la India, Persia é Italia, por do caminó, no pudo llegar á Madrid, hasta pasados tres años, se despachó luego al capitan Marco de la Cueva, en compañía de fray Luis Gandullo, de la orden de Santo Domingo, á la ciudad de Macao en la China, donde residen los Portugueses, con cartas para el capitan mayor, y cámara de aquella ciudad; avisándoles del alzamiento de los Sangleyes, y del suceso de la guerra, para que, si sintiesen rumor de armada en China, avisasen. Juntamente llevaron cartas del gobernador, para los Tutones, Aytaos y visitadores de las provincias de Canton, y Chincheo, dando cuenta del exceso de los Chinas, que obligó á los Españoles á matarlos. Llegados Marcos de la Cueva, y fray Luis Gandullo á Macao, hallaron no había noticia de armada, sino que todo estaba quieto; aunque ya se sabía del alzamiento, y mucho de lo sucedido, por algunos Sangleyes, que en Champanes habían salido, huyendo de Manila en la ocasion. En Chincheo se supo luego, como estos Españoles estaban en Macao, y los capitanes Guansansinu, y Guanchan, caudolosos y ordinarios en el trato con Manila, los fueron á buscar, y habiéndose enterado de la verdad de lo sucedido, recibieron las cartas de los Mandarines para llevárselas, y animaron á otros mercaderes y navíos de Chincheo, para que aquel año fuesen á Manila (que no se atrevían á hacerlo), que fué de mucho provecho, porque con ellos se suplió mucha parte de la necesidad que se padecía. Con este despacho, y alguna pólvora, salitre y plomo, de que se apercibió Marcos de la Cueva, para los almacenes, se salió de Macao, y navegó á Manila, donde entró por Mayo, con comun contento de la ciudad, por las nuevas que traía, que luego las comenzaron á ver verificadas, con la armada de trece navíos, de bastimentos y mercaderías de China.

Llegado el mes de Junio, deste año de seiscientos y tres[34], se despacharon dos naos de Manila para la Nueva España, á cargo de don Diego de Mendoza, á quien aquel año había enviado el Virrey Marqués de Montesclaros, con el socorro ordinario para las islas; capitana, Nuestra Señora de los Remedios, y almiranta, San Antonio.

Muchas personas ricas de Manila, escarmentadas de los trabajos pasados, se embarcaron en estos navíos con sus casas y haciendas, para Nueva España; especialmente, en el almiranta, con la mayor riqueza que de las Filipinas ha salido; ambas naos tuvieron tan grandes tiempos en la navegacion, en altura de treinta y cuatro grados, antes de haber pasado del Japon, que sin árboles y con mucha alijazon y daños, arribó la capitana á Manila, y la almiranta se la tragó la mar, sin salvarse persona della; que fué una de las grandes pérdidas y plagas, que las Filipinas han tenido tras las pasadas[35].

Lo restante de este año, y el de seiscientos y cinco, hasta el despacho de las naos, que habían de ir á Castilla[36], gastó el gobernador en reparar la ciudad, y proveerla de bastimentos, y municiones, con particular intencion y cuidado, de que la resolucion, que de la Corte esperaba, de hacer jornada al Maluco (de que tenía avisos y premisas) no le hallase tan desapercibido, que le obligase á dilatar la jornada, en que anduvo muy acertado, porque al mismo tiempo, había venido de España el maestre de campo Juan de Esquivel, con seiscientos soldados á Méjico, donde se hacía mas gente, y grande aparato de municiones y bastimentos, dineros y armas, que el Virrey por mandado de su Magestad envió de la Nueva España, por Marzo de este año, al gobernador, para que fuese al Maluco, que todo ello llegó en salvamento, y á buen tiempo á Manila.

Poco despues que salieron de Manila las naos para Nueva España, y entraron las que de allá el Virrey había despachado, murió el Arzobispo don fray Miguel de Benavides, de una larga enfermedad, cuyo cuerpo fué sepultado, con comun devocion, y aclamacion de la ciudad[37].

Por este mismo tiempo, en los navíos que este año continuaron á venir de China, con las mercaderías, y con los principales capitanes dellos, recibió don Pedro de Acuña tres cartas, de un tenor trasuntadas en castellano, de el Tuton y Haytao, y del visitador general de la provincia de Chincheo, en la materia del alzamiento que los Sangleyes habían hecho, y su castigo, que decía así:


CARTA DEL VISITADOR DE CHINCHEO en china, escrita para don PEDRO de ACUÑA, gobernador de las filipinas. AL GRAN CAPITAN GENERAL DE LUZON


«Por haber sabido que los Chinas, que iban á tratar y contratar al reyno de Luzon, han sido muertos por los Españoles, é inquirido la causa de estas muertes, y rogado al rey que haga justicia de quien ha sido causa de tanto mal, para que se ponga remedio en adelante, y los mercaderes tengan paz y sosiego. Los años pasados, antes que yo viniese aqui por visitador, un Sangley, llamado Tioneg, con tres Mandarines, con licencia del rey de China, fué á Luzon, á Cabit, á buscar oro y plata, que todo fué mentira, porque no halló ni oro ni plata. Y por tanto, rogué á él, castigase á este engañador de Tioneg; para que se entendiese la justicia recta que se hace en China. En tiempo del Visorrey y Capado[38] pasados, fué cuando Tioneg, y su compañero, llamado Yanglion, dijeron la mentira dicha; y yo, despues acá, rogué al rey, hiciese trasladar todos los papeles de la causa de Tioneg, y que mandase llevar al dicho Tioneg con los procesos ante sí, y yo mismo ví los dichos papeles, y eché de ver, que todo había sido mentira lo que el dicho Tioneg había dicho. Y escribí al rey, diciendo, que por las mentiras que Tioneg había dicho, habían sospechado los Castillas, que les queríamos hacer guerra; y que por eso habían muerto mas de treinta mil Chinas en Luzon, y el rey hizo lo que yo le pedía, y así castigó al dicho Yanglion, mandándole matar; y á Tioneg le mandó cortar la cabeza, y colgarla en una jaula; y la gente China que murió en Luzon, no tuvo culpa. Y yo con otros, tratamos esto con el rey, para que viese qué era su voluntad en este negocio, y en otro que fué, haber venido dos navios de Ingleses á estas costas de Chincheo, cosa muy peligrosa para la China, para que el rey viese, que se había de hacer en estos dos negocios tan graves. Y tambien escribimos al rey, mandase castigar á los dos Sangleyes, y despues de haber escrito estas cosas sobredichas al rey, nos respondió; que para qué habían venido navíos de Ingleses á la China, si acaso venían á robar, que les mandasen luego ir de allí á Luzon[39], y que les dijesen á los de Luzon, que no diesen crédito á gente bellaca y mentirosa de los Chinas, y que matasen luego á los dos Sangleyes, que habían enseñado el puerto á los Ingleses. Y en lo demas que le escribimos, que hiciere nuestra voluntad; y despues de haber recibido este recaudo el Virrey, el Capado y yo, envíamos ahora estos nuestros recaudos al gobernador de Luzon, para que sepa su señoría la grandeza del rey de China y del reyno, pues es tan grande que gobierna todo lo que alumbra la luna y el sol; y tambien, para que sepa el gobernador de Luzon la mucha razon con que se gobierna este reyno tan grande, y al cual reyno ha mucho tiempo que nadie se atreve á ofender; y aunque los Japones han pretentido inquietar á la Coria, que es del gobierno de China[40], y no han podido salir con ello, antes han sido echados della, y la Coria ha quedado con grande paz y sosiego, como de oidas bien saben los de Luzon.

»El año pasado, despues que por la mentira de Tioneg supimos que eran muertos tantos Chinas en Luzon, nos juntamos muchos Mandarines, á concertar de tratar con el rey, que se vengase de tantas muertes; y decíamos, que la tierra de Luzon es tierra miserable, de poca importancia, y que antiguamente solo era morada de Diablos y culebras; y que por haber venido (de algunos años á esta parte) á ella tanta cantidad de Sangleyes, á tratar con los Castillas, se ha ennoblecido tanto; en la cual los dichos Sangleyes han trabajado tanto, levantando las murallas, haciendo casas y huertas, y en otras cosas de mucho provecho para los Castillas, y que siendo esto así, que porque los Castillas no habían tenido consideracion á estas cosas, ni agradecido estas obras buenas, sin que[41] con tanta crueldad habían muerto tanta gente; y aunque, por dos ó tres veces escribimos al rey sobre lo dicho, nos respondió, habiéndose enojado por las cosas arriba dichas; diciendo, que por tres razones no convenía vengarse, ni hacer guerra á Luzon. La primera, porque los Castillas (de mucho tiempo á esta parte) son amigos de los Chinas; y la segunda razon era, porque la victoria no se sabía, si la llevarían los Castillas ó los Chinas[42]; y la tercera y última razon, porque la gente que los Castillas habían muerto, era gente ruin, y desagradecida á China, á su patria, padres y parientes, pues tantos años había que no volvían á China[43]; la cual gente, dice el rey, que no estimaba en mucho, por las razones arriba dichas; y solo mandó al Virrey, al Capado y á mí, escribir esta carta con este embajador, para que sepan los de Luzon que el rey de China tiene gran pecho, gran sufrimiento y mucha misericordia; pues no ha mandado hacerles guerra á los de Luzon, y bien se echa de ver su rectitud, pues tambien ha castigado la mentira de Tioneg; y que, pues los Españoles es gente sabia y prudente, que como no tiene pena de haber muerto á tanta gente, y se arrepiente dello[44], y tiene buen corazon con los Chinas que han quedado ? porque, si tienen los Castillas buen corazon con los Chinas, y vuelven los Sangleyes, que han quedado de la guerra, y se paga el dinero que se debe, y la hacienda que se ha tomado á los Sangleyes, habrá amistad entré ese reyno y éste, y habrá cada año navíos de trato; y si no, no dará el rey licencia, para que vayan navíos de trato, antes mandará hacer mil navíos de guerra, con soldados y parientes de los muertos, y con las demas gentes y reynos, que pagan Parias á China; y sin perdonar á nadie, harán guerra; y despues, se les dará el reyno de Luzon á esta gente que paga Parias á China. Fué escrita la carta del visitador general, á doze del segundo mes.»


Que segun nuestra cuenta, es Marzo del año de veinte y tres, del reyno de Vandel. La del Eunuco se escribió en diez y seis del dicho mes y año; y la del Virrey en veinte y dos de él.

El gobernador respondió á estas cartas con los mismos mensajeros, comedida y autorizadamente, satisfaciendo de lo hecho, y de la justificacion de los Españoles, ofreciendo de nuevo amistad, y trato con los Chinas, y que se volverían á sus dueños las haciendas que en Manila habían quedado, y se daría libertad á su tiempo á los prisioneros que tenía en galeras; de quienes se pensaba primero servir para la jornada de Maluco, que tenía entre manos.

Las entradas en Japon de los religiosos descalzos de San Francisco, y de los de Santo Domingo y san Agustín, en diversas provincias, se fueron continuando; así, en navío propio castellano, que este año se despachó á los reynos del Quantó, como en otros de Japones, que con su plata y harinas vinieron á Manila, á sus contrataciones, con permiso, y licencia de Daifu, llamado ya Cubosama; el cual, este año, con un criado suyo envió al gobernador ciertas armas y presentes, en retorno de otros, que el gobernador le envió, y respondió á su carta la que se sigue:


CARTA DE DAIFUSAMA señor de japon, para el gobernador don pedro de acuña, año de mil y seiscientos y cinco


«Recibidos de V. Señoría, y todos los dones y presentes, conforme á la memoria; de los cuales, habiendo recibido el vino hecho de uvas, me alegré con él grandemente. Los años pasados me pidió V. señoría que fuesen seis navíos, y el año pasado pidió cuatro, á la cual peticion yo concedí siempre; pero, aquello me da mucho disgusto, que entre los cuatro navíos que V. S. pide, sea el uno de Antonio, el cual hizo viaje sin mandarlo yo, y fué cosa de mucha libertad, y en desprecio mío. Por ventura, el navío que V. S. quisiese enviar al Japon, enviará sin permiso mio ? demas desto, muchas veces ha tratado V. S. y otros de las sectas del Japon, y pedido muchas cosas acerca dello, lo cual, tampoco yo puedo conceder, porque esta region se llama Xincoco[45], que quiere decir, dedicada á los ídolos; los cuales, desde nuestros mayores hasta agora, han sido honrados con suma alabanza, cuyos hechos, no puedo yo solo deshacer ni destruir. Por lo cual, de ninguna suerte conviene, que en Japon se promulgue, ni predique vuestra ley, y si V. S. quisiese tener amistad con estos reynos de Japon y conmigo, haga lo que yo quiero, y lo que no es gusto mio, nunca lo haga. Finalmente, muchos me han dicho que muchos Japones, hombres malos y perversos, que pasan á ese reyno, y ahí estan muchos años, despues vuelven á Japon; lo cual, es para mí de mucho disgusto; y así, de aquí adelante, no permita V. S. que ninguno de los Japones venga en la nao que ahí viniere, y en las demas cosas, procure V. S. consejo, y prudencia, y se hagan de manera, que de aquí adelante no sean en disgusto mio.»


Como lo que mas había deseado el gobernador, era hacer la jornada de Terrenate en el Maluco, y que esto fuese con brevedad, antes que el enemigo se apoderase, mas de lo que estaba, porque tenía nueva, que los Holandeses, que estaban apoderados de la isla, y fortaleza de Amboino, habían hecho lo mismo de la de Tidore, y echado los Portugueses que en ella estaban poblados, y metídose en Terrenate, con factoría para la contratacion del clavo.

Luego que llegaron los despachos de España para esta empresa, por Junio de seiscientos y cinco, y la gente y socorro que de la Nueva España llevó por el mismo tiempo el maestre de campo Juan de Esquivel, gastó lo restante deste año el gobernador en poner á punto los navíos, gente y bastimentos que le pareció necesarios para la empresa, y dejando en Manila lo que bastaba para su defensa, partió á las provincias de Pintados, donde se juntaba el armada, á principio del año de seiscientos y seis.

Á quince dias del mes de Febrero, teniendo presta y á punto la armada, que era de cinco naves, cuatro galeras de fanal, tres galeotas, cuatro champanes, tres funeas, dos lanchas inglesas, dos bergantines, una barca chata para la artillería, y trece fragatas de alto bordo, con mil y trescientos Españoles, soldados de paga, capitanes y oficiales, entretenidos y aventureros; y entre ellos algunos capitanes y soldados portugueses, con el capitan mayor de Tidore[46] que allí había, cuando los Holandeses se apoderaron de aquella isla, que vinieron de Malaca, para ir en la jornada, y cuatrocientos gastadores Indios, Tagalos y Pampangos de Manila, que fueron á su costa con sus oficiales y armas á servir[47], cantidad de artillería de todo género, municiones, pertrechos y bastimentos para nueve meses. Salió don Pedro de Acuña con todo este aparato, de la punta de Yloilo, cerca de la villa de Arévalo, en la isla de Panay, y costeando la isla de Mindanao, tomó el puerto de la Caldera, para rehacerse de agua y leña, y otras cosas que había menester.

El gobernador iba embarcado en la galera Santiago, llevando á su cargo las demas galeras y navíos de remo. La nao, Jesus María, iba por capitana de los otros navíos, en que iba el maese de campo Juan de Esquivel. Por almirante de la armada, fué el capitan y sargento mayor Christobal de Azcueta Menchaca. Habiendo la armada hecho en la Caldera lo que le convenía, se levó deste puerto, y al hacer vela la nao capitana, que era navío grueso, no pudo tomar la vuelta, y las corrientes la echaron á tierra; de manera, que sin poderla remediar, dió á la costa, donde se perdió, salvándose la gente, artillería y parte de las municiones, y ropa que llevaba. Y habiendo puesto fuego á la nao, y sacádole la clavazon y pernería que se pudo, porque los Mindanaos no se aprovechasen della, la armada continuó su viaje. Las galeras, costeando la isla de Mindanao, y las naves y otros navíos de borde de mar en fuera, llevando su derrota, unos y otros al puerto de Talangame, de la isla de Terrenate. Las naves, aunque con algunos contrastes, vieron primero las islas del Maluco, y habiendo reconocido una nave gruesa, holandesa, bien artillada, que estaba surta en Terrenate, disparó á nuestras naves alguna artillería gruesa, y luego se metió en el puerto, donde se fortificó al calor de la tierra, con su artillería y gente de la nao, y Terrenates. El maese de campo[48] pasó con las naves á la Isla de Tidore, donde fué bien recibido de los principales y Cachiles Moros; porque el rey estaba fuera, por haber ido á casarse á la isla de Bachan. Allí halló el maese de campo cuatro Holandeses fatores, que rescataban el clavo, de quienes tomó lengua, como la nave que estaba en Terrenate era de Holanda, una de las que habían salido de Amboino, y apoderádose de Tidore, y echado de allí los Portugueses, que cargaba de clavo; y que esperaba otras de su conserva porque tenían hecha amistad, y capitulaciones con Tidore y Terrenate, para favorecerse contra Castellanos, y Portugueses. El maese de campo envió luego á llamar al rey de Tidore, refrescando allí su gente y navíos, y haciendo cestones y otros pertrechos que convenía para la guerra, esperó á don Pedro de Acuña, que con sus galeras (por culpa de los pilotos) se había sotaventado de la isla de Terrenate, treinta leguas, hasta la isla de los Celebes, por otro nombre de Mateo; y reconociendo esta isla volvió á Terrenate, y pasando á vista de Talangame, descubrió la nao holandesa; quiso reconocerla, y viendo, que con su artillería ofendía á las galeras, y que allí no estaba el maese de campo, pasó á Tidore, donde le halló con mucho contento de todos, en que gastaron lo restante del mes de Marzo. Á este tiempo vino el rey de Tidore, con doce caracoas bien armadas, mostró contento de la venida del gobernador, á quien dió muchas quejas de la tirania y sujecion en que le tenía puesto Sultan Zayde[49], rey de Terrenate, con el ayuda de los Holandeses; prometió ir á servir á su Magestad, con su persona y seiscientos Tidores, en la armada; don Pedro le recibió, y regaló y sin detenerse mas en Tidore, ni ocuparse en la nao, que estaba en Talangame, trató de lo principal, á que venían. Salió á postrero de Marzo, la vuelta de Terrenate; este día surgió en una ensenada, entre la poblazon y el puerto, y lo mismo el rey de Tidore con sus caracoas.

La misma noche se levó la nao holandesa, y se fué á Amboino. El dia siguiente, primero de Abril, al amanecer, echaron la gente en tierra, con algun trabajo, con designio de que marchase por la marina, que era paso muy estrecho y angosto, hasta la fortaleza, para que se plantase el artillería, con que la habían de batir; pareciéndole al gobernador iba á daño por la cortedad y apretura del paso, echó por lo alto cantidad de gastadores, que abriesen otro camino, para que lo restante del ejército pasase, y el enemigo se divirtiese por muchas partes. Con esta diligencia, se acercó el campo á las murallas, habiéndoles salido (por unas partes y otras á empedírselo) mucha cantidad de Terrenates. La vanguardia del campo iba á cargo de Juan Juarez Gallinato, con los capitanes Juan de Cuevas, don Rodrigo de Mendoza, Pascual de Alarcon, Juan de Cervantes, Capitan Vergara, Cristobal de Villagra, con sus compañías. En el cuerpo del escuadron iban los demas capitanes; y la retaguardia llevaba el capitan Delgado, acudiendo á todas partes el maese de campo. Llegó el ejército á ponerse debajo de la artillería del enemigo, que jugaba á priesa; el gobernador salió á ver como estaba hecho el escuadron, y dejándolo en el puesto, volvió á la armada, á hacer sacar las piezas de batir, y refresco para los soldados. Entre el escuadron y la muralla había unos árboles altos, en que los enemigos tenían puestas unas centinelas, que descubrían la campaña; echáronlos dellos, y pusiéronse las nuestras, que desde lo alto avisaban de lo que pasaba en la fortaleza. El capitan Vergara, y tras él don Rodrigo de Mendoza, y Alarcon, salieron á reconocer la muralla, el baluarte de Nuestra Señora, y las piezas que tenía á la tierra, y una muralla baja de piedra seca, que corría hasta el monte, donde había un baluarte, en que remataba, que llamaban de Cachiltulo, que estaba guarnecido con piezas de artillería, y mucha versería, y mosqueteros, y arcabuceros, piqueros, y otras muchas armas á su usanza, tendidos por la muralla, para su defensa. Y habiéndolo visto todo y reconocido, aunque no sin daño, porque el enemigo había muerto con la artillería seis soldados, y herido en una rodilla (de un mosquetazo) al Alferez Juan de la Rambla, volvieron al escuadron. Poco mas era de mediodía, cuando se reconoció un sitio eminente, hacia el baluarte de Cachiltulo, desde el cual se podía ofender, y echar de la muralla al enemigo; dióse orden á el capitan Cuevas, que con veinte y cinco mosqueteros lo ocupase, que habiéndolo hecho, el enemigo echó un golpe de gente fuera, para impedírselo. Trabóse la escaramuza, y los Moros volvieron, retirándose á la muralla. Siguiólos Cuevas de suerte que se empeñó tanto, que tuvo necesidad de socorro. Las centinelas desde los árboles, avisaron lo que pasaba; socorrieron los capitanes don Rodrigo de Mendoza, Alarcon, Cervantes y Vergara, con picas volantes y alabardas, y siguieron al enemigo con tanta presteza, y determinacion, que se entraron tras él por las murallas; aunque, algunos heridos, y al capitan Cervantes lo rebatieron, de la muralla abajo, quebradas las piernas, de que murió. El capitan don Rodrigo de Mendoza, siguiendo al enemigo (que se iba retirando), corrió la muralla por dentro, hasta el caballero de Nuestra Señora, y Vergara á la otra banda, el lienzo que corre hasta el baluarte de Cachiltulo, pasando adelante, hasta el monte. Á este tiempo todo el ejército había ya arremetido á la muralla, y ayudándose unos á otros, subieron por ella, y entraron la tierra por todas partes, con pérdida de algunos soldados muertos y heridos. Detúvose la gente en una trinchera, que había mas adelante del fuerte de Nuestra Señora, porque el enemigo se había retirado en un jacal, fortificado con mucha mosquetería y arcabucería, y cuatro piezas listas, disparando sus arcabuces, y mosquetes á los Españoles, y tirándoles cañas tostadas, y bacacaes á su usanza. Los Españoles arremetieron al jacal, y queriendo un artillero Holandes dar fuego á un pedrero grueso, con que hiciera mucho daño, de turbado no acertó, y arrojó el botafuego en el suelo, y volvió las espaldas huyendo. Tras él, hicieron lo mismo los enemigos, y desampararon el jacal, huyendo por diversas partes; los que pudieron se embarcaron con el rey, y algunas mujeres suyas y Holandeses en una caracoa, y cuatro juangas que tenían armadas, junto al fuerte del rey, en que luego entró el capitan Vergara, y le halló sin persona alguna. Don Rodrigo de Mendoza y Villagra, siguieron el enemigo, á la parte del monte, largo trecho, matándole muchos Moros, con que á las dos de la tarde, quedó la poblazon y fortaleza de Terrenate acabada de ganar; y en ella, puestas las banderas y estandartes de España, sin haber sido necesario batir las murallas como se pensaba, y á tan poca costa de los Españoles. Los muertos fueron quince hombres, y los heridos otros veinte. Reconocióse toda la poblazon y remate della, hasta un fuertezuelo, llamado Limataen, con dos piezas de artillería, y otras dos que estaban junto á la mezquita, á la banda de la mar. El saqueo de la tierra no fué de mucha importancia; porque ya habían sacado lo que era de mas valor, mujeres y niños á la isla del Moro, donde el rey se fué huyendo, y se metió en una fortaleza que allí tenía. Hallóse alguna ropa de la tierra, y mucha cantidad de clavo, y en la factoría de los Holandeses, dos mil ducados; algunos paños, lienzos y muchas armas, y en diversas partes, artillería buena, portuguesa y holandesa, mucha versería y municiones que se tomaron para su Magestad[50]. Púsose guarda á lo ganado, y con algunas piezas que se sacaron de la armada, se puso la tierra en defensa, ordenando el gobernador, y proveyendo en lo demas lo que convenía.

Cachíl Amuxa, el mayor principal de Terrenate, sobrino del rey, con otros Cachíles, vinieron de paz al gobernador, diciendo que él y todos los Terrenates, querían ser vasallos de su Magestad, y que muchos días antes le hubieran dado la obediencia, si él no se lo impidiera; que, como hombre soberbio y amigo de su parecer, aunque había sido aconsejado, diese á su Magestad la fuerza, y se metiese en su obediencia, nunca lo había querido hacer, hallándose alentado y brioso, por los buenos sucesos que hasta allí habia tenido en otras ocasiones; que había sido causa que agora se hallase en el miserable estado en que se vía; y que, él se ofrecía á traerle de la fortaleza del Moro, dándole seguro de la vida[51]. Don Pedro de Acuña recibió bien este Moro, y ofreciéndose á que iría en su compañía Pablo de Lima, Portugues, de los que el Holandes había echado de Tidore, hombre de importancia, y muy conocido del rey, los despachó con seguro, por escrito, como se sigue:


SALVO CONDUCTO de don pedro de acuña al rey de terrenate


«Digo yo, don Pedro de Acuña, gobernador y capitan general, y presidente de las islas Filipinas, y general deste ejército y armada, que por la firmada de mi nombre, doy seguro de la vida al rey de Terrenate; para que pueda venir á hablarme; á él, y á las personas que consigo trujese, reservando en mí el disponer de todo lo demas á mi voluntad, y dello doy seguro en nombre de su Magestad; y mando que ninguna persona desta armada, á el, ni á cosa suya dé pesadumbre; y que todos guarden lo aquí contenido. Fecha en Terrenate, á seis de Abril, de mil y seiscienios y seis años.

DON PEDRO DE ACUÑA


Dentro de nueve días, volvió á Terrenate Cachil Amuxa, y Pablo de Lima, con el rey y príncipe[52] su hijo, y otros deudos suyos, Cachiles y Sangajes, debajo del dicho seguro, y se pusieron en manos del gobernador, que los recibió con mucho amor y honra. Alojólos en la poblazon, al rey y á su hijo en una buena casa, con una compañía de guardia. Restituyó el rey los pueblos de cristianos, que su Magestad tenía en la isla del Moro, al tiempo que se perdió la fortalaza de Terrenate, por los Portugueses. Puso su persona y reyno en manos de su Magestad, y entregó cantidad de mosquetes, y artillería gruesa, que tenía en algunos fuertes de la dicha isla. No le desposeyó el gobernador de su reyno, antes le dió lugar, á que eligiese dos de los suyos á satisfaccion del gobernador, que gobernasen[53]. Juró el rey, su hijo el príncipe, y sus Cachíles y Sangajes el vasallaje á su Magestad, y lo mismo juraron los reyes de Tidore y Bachan, y el Sangaje de la Bua, y capitularon y prometieron de no admitir en el Maluco los Holandeses, á ellos ni otras naciones, en la contratacion del clavo, y que como vasallos de su Magestad, acudirían en todas las ocasiones, á le servir con sus personas, gentes y navíos, siempre que fuesen llamados por quien tuviese cargo la fortaleza de Terrenate; y que no pondrían estorbo á los Moros, que se quisiesen hacer cristianos, y que si algun mal cristiano fuese á renegar á sus tierras, lo entregarían, y otras cosas convenientes[54]; con que los mayores y menores, quedaron contentos y gustosos, viéndose fuera de la tiranía, con que el rey de Terrenate los trataba. Remitióles el gobernador la tercera parte de los tributos que le pagaban, y hizo á los Moros otras comodidades. Trazó luego una nueva fortaleza á lo moderno, en lugar eminente y muy á propósito, que la dejó comenzada, y para que entre tanto que se acabase, la fortificacion que había quedase mas en defensa, la redujo á menor sitio del que tenía, haciéndole nuevos caballeros y bastiones, que dejó acabados y terraplenados, con sus puertas fuertes. En la isla de Tidore dejó comenzada otra fortaleza, junto á la poblazon en buen sitio, y habiendo puesto cobro á todo lo que le pareció necesario en Terrenate y Tidore, y en los demas pueblos y fortalezas del Maluco, dió la vuelta con la armada á las Filipinas, dejando de presidio en la fortaleza de Terrenate, por su teniente y gobernador del Maluco, al maese de campo Juan de Esquivel, con seiscientos soldados; los quinientos, en cinco compañías en Terrenate, con una fragua grande de herreros, y sesenta y cinco gastadores, y treinta y cinco canteros, dos galeotas y dos bergantines bien armados, y tripulados de remeros. Y en Tidore, otra compañía de cien soldados, á cargo del capitan Alarcon, con municiones, y bastimentos para un año, á entrambas fortalezas. Y porque se asegurase mas el estado de las cosas de la tierra, sacó della y trujo consigo á Manila á el rey de Terrenate, y á su hijo el príncipe, y veinte y cuatro Cachiles y Sangajes, los mas parientes del rey, haciéndoles toda honra y buen tratamiento[55]; dándoles á entender el fin con que los llevaba, y que su vuelta al Maluco pendía de la seguridad y asiento, con que los moros fuesen procediendo en la obediencia, y servicio de su Magestad[56]. Las tres galeotas de Portugueses volvieron á Malaca, llevando los Holandeses que en el Maluco había, y los capitanes y soldados portugueses, que en ellas habían venido para esta jornada, y con lo restante de la armada el gobernador entró en Manila (á postrero de Mayo, de seiscientos y seis) victorioso; donde fué recibido, con contento y alabanzas de la ciudad, dando gracias á Dios por tan felice y breve suceso, en empresa de tanta calidad é importancia[57].

Al tiempo que el gobernador estaba en el Maluco, por su ausencia gobernaba las Filipinas el audiencia real dellas, y queriendo echar de la ciudad cantidad de Japones que en ella había, gente briosa y poco segura para la tierra; poniéndolo en ejecucion, haciéndoseles de mal, lo resistieron; y llegó la cosa á tanto, que tomaron las armas para impedirlo, y á los Españoles les fué forzoso tomarlas tambien. Llegó el negocio á términos, que unos y otros se quisieron dar la batalla, fuese entreteniendo por algunos medios; hasta que por diligencia de algunos religiosos, los Japones se redujeron, y despues se embarcaron los que mas se pudieron echar, aunque muy á disgusto suyo. Fué esta una de las ocasiones de mas peligro, en que Manila se ha visto; porque los Españoles eran pocos, y los Japones mas de mil y quinientos, gente gallarda y de mucho brío, y si vinieran á las manos en esta coyuntura, los Españoles lo pasáran mal[58].

Entrando el gobernador en Manila, trató luego de las cosas de su gobierno; y particularmente del despacho de dos naos, que habían de ir á Nueva España, asistiendo por su persona, en el puerto de Cabit, al aderezo y carga dellas, y embarcacion de los pasajeros. Sintióse algo indispuesto del estómago, que le obligó á volver á Manila, y hizo cama; crecióle el dolor y vascas, con tanta presteza, que sin poderle dar remedio, murió con grandes congojas, día de San Juan, con mucha lástima y dolor de la tierra; y particularmente lo mostró y dió á entender el rey de Terrenate, que siempre había recibido dél mucha honra y buen tratamiento. Túvose sospecha que la muerte había sido violenta, segun el rigor y muestras de la enfermedad; y creció la sospecha, porque habiendo abierto su cuerpo, médicos y cirujanos declararon por las señales que en él vieron, haber sido tosigado, que hizo mas lastimosa su muerte[59]. Enterró la audiencia al gobernador en el monasterio de San Agustin de Manila, con la pompa y aparato que á su persona y cargos debía. Y habiendo vuelto á tomar en sí el gobierno, despachó las naos para la Nueva España, donde avisó á su Magestad de la toma del Maluco, y muerte del gobernador.

La capitana, en que venía por general y capitan, don Rodrigo de Mendoza, hizo breve viaje á la Nueva España, con estas nuevas. La almiranta, aunque salió de las islas al mismo tiempo, tardó mas de seis meses. Echó á la mar ochenta personas de enfermedad, sin otros muchos (que tocados della) en saliendo á tierra, en el puerto de Acapulco murieron; entre los cuales, fué el licienciado don Antonio de Ribera, Oydor de Manila, que venía por Oydor de Méjico.

Con la venida destas naos, se entendió, despues de la muerte de don Pedro de Acuña, y haber tomado en sí el audiencia el gobierno, que las cosas de las islas no tenian novedad; mas, de que las contrataciones se estrechaban, por la prohibicion, de que no se pasasen en cada un año á las islas, mas de quinientos mil pesos, de lo procedido de la venta de las mercaderías en la Nueva España; con que se padecían necesidades, por parecer poca cantidad para los muchos Españoles, y grosedad del trato, de que se sustentan todos los estados, por no tener otras granjerías, ni entretenimientos; y que, junto con esto, aunque el haber ganado el Maluco habia sido de tanta importancia, por lo que aquellas islas son, y el castigo para reduccion de las otras rebeladas; especialmente Mindanao y Joló, de quienes las Filipinas tantos daños recibían: esto no tenía el asiento que convenía; así porque los Mindanaos y Joloes no dejaban todavía de bajar con sus navíos de guerra á las provincias de Pintados, á hacer presas como solían, que esto durará siempre[60], que no se fuese muy de propósito sobre ellos; como porque ni las cosas del Maluco dejaban de dar bien en que entender al maese de campo Juan de Esquivel, que en su gobierno estaba, teniendo poca seguridad de los Naturales, que como gente Mahometana, y de suyo fáciles y de poca constancia, inquietos y hechos á desasosiegos, y guerras; cada hora, y por diversas partes, las movían y se alzaban, en cuyo castigo y pacificacion, aunque el maese de campo y sus capitanes trabajaban, no podían dar á tanto, como se ofrecía el remedio necesario. La soldadesca y los bastimentos se consumían, y los socorros que de Manila se le hacían, no podían ser tan á tiempo, ni en la cantidad que se pedía, por los riesgos del viaje, y necesidad de la real hacienda[61]. No era de menos perjuicio para todo la venida de navíos de Holanda y Zelanda, en este tiempo al Maluco, que como tan interesados en las islas, y que tan bien puesto habían tenido su negocio, venían en escuadras, por la navegacion en la India, á recuperar lo que hallaban perdido en Amboino, Terrenate y demas islas; con cuyas espaldas los Moros se rebelaban contra los Españoles, y tenían bien que hacer con ellos, y mas con los Holandeses; por ser muchos, y enemigos de mas cuidado que los Naturales.

El interese de los Holandeses en estas partes es tan grande, así en la contratacion de el Clavo, y otras drogas y especerías, como en parecerles que por aquí abren puerta, para señorearse del Oriente: que venciendo todas cosas, y dificultades de la navegacion, cada día mas, y con mayores armadas, van á estas islas; y si á este daño no se le pone remedio, muy de raíz y con tiempo crecerá en breve tanto, que despues no le pueda tener.

Solían hacer esta navegacion los Ingleses y Flamencos por el estrecho de Magallanes, que el primero fué Francisco Draque; y algunos años despues, Tomas Escander, pasando por el Maluco.

Ultimamente Oliver del Nort, Flamenco, con cuya armada peleó la de los Españoles en las islas Filipinas por fin del año de mil y seiscientos; donde, habiéndole tomado su almiranta, que llevaba á cargo Lamberto Biezman; la capitana, con pérdida de casi toda la gente, y muy destrozada, se puso en huida: y como despues salió de las Filipinas, y fué vista en la Sunda, y desembocaderos de la Java, tan acabada, que pareció imposible poder navegar, y que se dejase de perder como en su lugar se dijo.

Este corsario, aunque tan acabado, tuvo ventura de escaparse de las manos de los Españoles, y con grandes trabajos y dificultades volvió con la nao Mauricio con solos nueve hombres vivos á Amstradam, á veinte y seis de Agosto del año de seiscientos y uno, que escribió la relacion de su viaje, y sucesos dél, con estampa de la batalla y navíos, que despues traducida en lengua latina, la imprimió Teodoro de Bri (Aleman) en Francfort, año de seiscientos y dos[62], que ambas corren por el mundo, como cosa tan prodijiosa, y que tantos trabajos y riesgos tuvo.

La misma noticia dió Bartolomé Perez piloto, de la isla de la Palma, que habiendo venido de Inglaterra por Holanda, habló con Oliver del Nort, y le contó su viaje y trabajos, como lo refiere el licenciado Fer- nando de la Cueva, por carta fecha en la isla de la Palma, á último de Julio del año de seiscientos y cuatro, ha escrito á Marcos de la Cueva su hermano, estante en Manila, uno de los aventureros, que fueron embarcados en la nao capitana de los Españoles, que peleó con el corsario, que dice así:

«Á dos de v. m. respondo en esta; la una, de Julio de seiscientos y uno, y la otra de Julio de seiscientos y dos; y en ambas, me hace v. m. relación del suceso de haberse perdido, y salido á nado, y mucho antes que viera las de v. m. había yo sabido el caso, y me tenía con harto cuidado, y aun bien afligido; respecto de lo que por acá se decía, creer que le había tocado á v. m. parte; y así, fué para mí de singular contento, asegurándome de que v. m. quedó con vida y salud, con que se puede alcanzar lo demas, y sin lo cual, no vale nada el tesoro humano. Por vía de Flandes (de donde cada día tenemos en esta isla navíos) supe yo mucho antes todo el suceso, aunque no tan menudo; porque Oliver de Nort, que fué el general holandes, con quien se tuvo la pendencia, llegó en salvamento á Holanda, con ocho hombres, y su persona nueve, y sin un cuarto; y su designio fué, que salió con cinco naos de armada de mercaderes, de los estados de Holanda y Zelanda, rebelados; valdrían principal y mercaderías, ciento y cincuenta, ó doscientos mil ducados, y llevaba orden de tratar y contratar por el Estrecho, y en las partes que hallase, con amigos ó enemigos, y no ofender á nadie, sino solamente defenderse, y reducir Indios á su trato y negociación. Y habiendo llegado á el Estrecho, todos juntos, allí se apartó de las tres, con temporales, y éstas se debieron de perder, porque hasta hoy no hay memoria dellas. Visto, que había quedado tan perdido, y que no podía con el trato restaurar su pérdida, ó porque no halló buena entrada con los del Perú; se determinó de exceder de la orden, y hacer ese viaje á hurtar, y se puso á la boca del rio, á aguardar los navíos; y sucedió lo demas que v. m. sabe. Es el Oliver de Nort, natural de la ciudad de Roterdam, á donde llegó con una áncora de palo[63], sin tener otra con que surgir, ni le haber quedado; que dicen, es de un palo muy pesado de Indias, y ésta está colgada á la puerta de su casa, por grandeza. Llegó (como digo) con nueve en todos, y muy destrozado, y de milagro, y ha impreso un libro del viaje, con las figuras de las naos, y otras muchas particularidades, de las cosas que sucedieron, y trabajos que pasaron en la pendencia, y en todo el viaje; así, para gloria suya como para animar á otros, á otras cosas semejantes. Un piloto desta isla, llamado Bartolomé Perez, fué robado y llevado á Inglaterra, antes de las paces ó treguas, y vino por Holanda, á donde habló muy despacio con Oliver, y le dió larga cuenta de todo lo sucedido, que es conocido de todos, y ha tratado en esta isla, antes de ese viaje. Dice Bartolomé Perez, que le encareció mucho la gente, y que en su vida la vió mas lucida, y que le tuvieron ganada la cubierta de la nao, y todo lo alto; y él gritaba debajo de cubierta, que diesen fuego á la pólvora, y que con esto, entiende que se salieron los Españoles, de temor no se volasen; y tuvieron lugar de huirse, tan destrozados, que parece milagro, haber tomado puerto. Dice, que vio el áncora y el libro, y en lo que toca á el libro, aquí lo hay. He dado esta cuenta á v. m. por lo que dice en la suya, que los tienen por perdidos, y para que se sepa por allá un caso tan singular.»

Ya hacen los Holandeses el viaje mas corto y seguro, de ida y vuelta, por el de la India, sin tocar en los puertos ni costas della, hasta entrar por las islas de las Javas, mayor y menor, y la Samatra, Amboíno y las Malucas; que como le tienen tan conocido, y experiencia de las grandes ganancias que dél se les siguen, serán malos de echar del Oriente, donde tantos daños han hecho, en lo espiritual y temporal.

Notas de José Rizal
  1. Severa censura encierran estas palabras para D. Francisco de Tello.
  2. De Filipinas.
  3. Otra piadosa mentira.
  4. Probablemente Sibukaw.
  5. En aquellos tiempos Filipinas exportaba seda para el Japón, de donde hoy viene la mejor.
  6. Estos serían los preciosos tibores antiguos que aun ahora se encuentran en las Filipinas, de color pardo oscuro, que Chinos y Japoneses estiman muchísimo, y de los cuales nos habla Morga en el Cap. VIII. Véase la nota.
  7. Tal vez para hacer el Hara-Kiri, ó sea el abrirse el vientre, castigo usado entre los antiguos Japoneses, que consistía en hacerse el reo una incisión en el vientre, hundiéndose después el cuchillo en el pecho ó por encima de la clavícula para atravesarse el corazón, y cortándole su padrino la cabeza con un golpe de sable.
  8. Balayang.
  9. Este Marco Atilio Régulo de nuestras interminables guerras púnicas no fué, como su modelo, consecuente con su promesa.
  10. Es triste pensar cómo, á pesar de todas estas consideraciones, haya podido continuar así el estado de las cosas. Por temor á las sublevaciones y á perder el dominio sobre las islas, se desarmaba á los habitantes, dejándolos expuestos á todas las vejaciones de un enemigo poderoso y temible. Aun ahora, que gracias al vapor se ha puesto coto á la piratería exterior, se sigue el mismo funesto sistema, desarmando á los pacíficos vecinos, imposibilitándoles para defenderse contra los bandidos ó tulisanes, que el gobierno no puede reprimir. La mejor manera de fomentar el bandidaje es ofrecerle presa.
  11. Ni el sultán Babu, ni el sultán Said se habían apoderado tiránicamente de la fortaleza; la fortaleza era de Ternate y estos sultanes eran legítimos señores del país: los que la tiranizaban eran los Portugueses que cometían crueldades y traiciones sin cuento; léase Argensola (Conquista de las Molucas).
  12. Á estas guerras de las Molucas atribuía Hernando de los Ríos el por qué las Filipinas en un principio eran más costosas que provechosas al Rey, á pesar de los inmensos sacrificios de los habitantes en la casi gratuita fábrica de galeones, en su equipo, etc., y á pesar del tributo, aduanas y otras imposiciones y gabelas. Estas expediciones de las Molucas, tan costosas para las Filipinas, despoblaron las islas y arruinaron la caja, sin que reportasen nada al país, habiéndose perdido para siempre y en poco tiempo lo que allí se había tan trabajosamente ganado. Verdad es también que á las Molucas hay que agradecer la conservación de las Filipinas para España, siendo una de las poderosas razones alegadas á Felipe II la conveniencia de sostener éstas para la posesión de las ricas islas de la especería.
  13. Ya sabemos los motivos que le movieron á D. Pedro de Acuña para ayudar así tan generosamente á Furtado de Mendoza. Sin embargo, no haciéndose la conquista para España, sino para Portugal, era impolítico y arriesgado emplear en aquella época las fuerzas en el exterior, cuando en el interior se tenía la piratería más atrevida que nunca, sacándolas precisamente de las Bisayas, que eran las más espuestas. — Además de lo que refiere Morga, se enviaron en esta expedición 300 mantas de Ilocos, 700 varas de lana de Castilla, 100 agujas de vela, 30 botijas de aceite, ascendiendo el gasto de toda la armada á 22,260 pesos mensuales (Argen. lib. 8.º) Esta expedición, que no tuvo éxito, duró más de seis meses, gastándose por consiguiente en vano 135.560 pesos.
  14. Naguatate, voz americana que significa intérprete.
  15. Según parece, el rey de Siam no se aprovechó de esta ocasión para imponer duras condiciones al rey de Camboja, porque éste reinó después independientemente, ni se aprovechó del estado del reino para invadirlo.
  16. Según se deduce de lo que refiere Argensola, quien relata minuciosamente esta empresa, estas alabanzas á Gallinato no son exageradas, sino muy merecidas. En toda la campaña fué, no sólo un jefe prudente y bravo, sino también un buen soldado que no desdeñaba las más duras faenas que se ofrecen en un sitio. Fué Gallinato el que más se opuso al abandono de la empresa, escribiendo un argo razonamiento contra el parecer de Furtado de Mendoza.
  17. Tan bien.
  18. Las actuales poblaciones de San Nicolás, San Fernando, etc., comprendidas entre Binondo y el mar.
  19. Esta observación de Morga se puede aplicar á otras muchas sublevaciones que ocurrieron después, no solo de Chinos, sino también de naturales, y según parece, se podrá aplicar aun á otras muchas que con el tiempo se han de forjar.
  20. Estos manejos, de que en todo tiempo se valen ciertas personas para sublevar el país, son los más eficaces para llevar á cabo tales movimientos. Si quieres que rabie el perro de tu vecino, publica que está rabioso, dice un refrán.
  21. Este es el célebre Eng-Kang, de las Historias de Filipinas.
  22. No nos parece este Chino tan culpable, á pesar de cuanto dicen los historiadores de Filipinas. No hay contra él más que sospechas, y su acto de ponerse en manos del gobernador en el momento en que la rebelión ya había empezado, significa, ó una loca temeridad ó su inocencia.
  23. «Mataron al P. Fr. Bernardo de Santa Catalina, Comisario del Santo Oficio, de la Orden de Santo Domingo.… Dieron sobre el de Quiapo y matando hasta 20 personas le pegaron fuego. Entre ellos quemaron viva una señora principal y un muchacho.» (Arg. lib. 9º).
  24. No sabemos á punto cierto cual sea esta población de Laguio. Probablemente es el actual pueblo de Kiapo, que concuerda con el texto y está mencionado por Argensola. Sin embargo, de la descripción que de esta población dan Morga (el Cap. VIII) y Chirino, parece deducirse que Laguio exis-tiá donde hoy está el barrio de la Concepción. En efecto, queda aun la calle de Laguio, entre Malate y la Ermita.
  25. ¿Qué gallina le había cantado al oído? había contestado don Luis á Juan de Alcega (Arg. lib. 9º).
  26. «Halláronse morriones finos abollados de un palo.… Escaparon también hasta treinta y con ellos el P. Farfan, que por ir en la retaguardia y ser ligeros, se pudieron librar.» (Arg. 1. c.)
  27. D. Luis Dasmariñas, el general Alcega, D. Tomás Bravo, el capitán Cebrian de Madrid, y todos los criados del gobernador, menos uno perecieron en este combate.. Á los muertos les cortaron los Sangleyes las cabezas, y enhastadas por las narices en las puntas de sus lanzas, las llevaron á presentar al general Sangley Hontai, que estaba en el fuerte.
  28. Morga no refiere las hazañas que cuentan los frailes de su hermano Fr. Antonio Flores que en una noche desfondó más de 200 bajeles, quemó algunos mayores y anegó otros, y con dos arcabuces y algo más de 400 balas, desde las 5 de la mañana hasta las seis de la tarde mató más de 600 chinos (matando 3 chinos por cada 2 tiros). Después, él sólo dicen que más tarde mató más de 3,000. Tampoco nos habla de S. Francisco peleando en las murallas de Manila, que dan los Franciscanos como cosa cierta y averiguada. Argensola que sigue la relación del Agustino no habla tampoco de las proezas del Segundo Crucificado ó del Seráfico Padre; parece que este prodigio sólo se averiguó después de muchos años, pues Morga y Argensola publicaron sus obras el 1609, esto es, cinco años después.
  29. Argensola cuenta que los Chinos mataron en el Parián á muchos mercaderes pa cíficos, mientras se ahorcaban voluntariamente los otros. Entre éstos pone al general Hontay y al rico Chican, según relación de Fr. Juan Pobre, porque no había querido ponerse á la cabeza del movimiento el célebre Eng-Kang.
  30. «Y persuadían á los Naturales á que se juntasen con su opinión aunque éstos no lo aceptaron, antes mataban á los que venían á sus manos. (Argensola)»
  31. Argensola dice «cuatro mil Pampangos, armados á la usanza de su patria de arcos, flechas, medias picas, paveses y puñales anchos y largos,» fueron enviados por el alcalde de Pampanga al socorro de Manila, que ya estaba falto de soldados.
  32. En esta lucha se cometieron muchas crueldades y se mataron á muchos Chinos pacíficos y amigos. D. Pedro de Acuña, que no supo prevenir ni ahogar esta terrible insurrección en sus principios, contribuyó también en las horribles carnicerías que se siguieron. «Y así muchos Españoles y Naturales por orden de D. Pedro andaban á caza de los Sangleyes desmandados.» Hernando de Avalos, alcalde de la Pampanga, prendió más de 400 Sangleyes pacíficos «y llevándolos á un estero, maniatados de dos en dos, entregados á ciertos Japones, los degollaron. Predicóles primero el P. Fr. Diego de Guevara de la orden de S. Agustín, Prior de Manila que hizo esta relación, y solos cinco dejaron la idolatría»… ¿No hubiera hecho mejor en predicar al alcalde Avalos y recordarle que era hombre? Dicen los historiadores Españoles que los Japoneses y Filipinos se mostraron crueles en la matanza de los Chinos; es muy probable, dado el rencor y odio que se tienen; pero los que mandaban contribuían también á ello con su ejemplo. — Dicen que murieron más de 23,000 Chinos. «Afirman algunos que fué mayor el número de los Sangleyes muertos. Mas, porque no se echase de ver el exceso que hubo en admitir tantos en la tierra contra las prohibiciones reales, encubrieron ó disminuyeron los ministros el número de los que perecieron.» (Arg. lib. 9º)
  33. La venida de los Españoles á Filipinas, su gobierno y con éste la inmigración de los Chinos, mataron la industria y la agricultura del país. La terrible competencia que hace el Chino á cualquier individuo de otra raza, es conocida, y por eso los Estados Unidos y la Australia se niegan á recibirlos. La indolencia, pues, de los habitantes de Filipinas, reconoce por origen la poca previsión del gobierno. Esto mismo dice Argensola que no pudo haberlo copiado de Morga, pues sus obras su publicaron el mismo año, en países lejanos uno de otro, y en ellas existen notables divergencias.
  34. Seiscientos y cuatro.
  35. Los historiadores religiosos, que en sus crónicas suelen siempre ver la mano de Dios en cada desgracia, accidente ú ocurrencia que sucede á sus enemigos, interpretándolos á su gusto, no comentan jamás estos repetidos naufragios de barcos cargados de riquezas, muchas de las cuales los encomenderos conseguían de los Indios, empleando la fuerza, imponiendo su ley, y cuando no, mistificando las balanzas y medidas que se usaban entonces.
  36. Nueva España.
  37. Lord Stanley sospecha, y no sin razón, de que este Arzobispo había sido una de las principales causas de los disturbios de los Chinos en Manila, excitando las sospechas del gobierno en la célebre cuestión de los mandarines.
  38. Eunuco.
  39. Para sus piraterías. Las Filipinas, gracias al desarme de sus habitantes, eran entonces campo abierto á las depredaciones de Holandeses, Ingleses, Chinos, Japones y Mahometanos del Sur.
  40. En tiempo de Taikosama.
  41. Sino que.
  42. Esta franca y espontánea confesión prueba, además de otras cosas, la sinceridad que prevalece en esta carta, apesar de algunas jactancias propias de los Chinos.
  43. !
  44. Esto lo deducirían los Chinos de las excusas y explicaciones que D. Pedro dió, sin ser obligado á ello, á los gobernantes de la China. D. Pedro de Acuña, en su contestación, hizo bien en deshacer este error.
  45. Shinkoku.
  46. Pedro Álvarez de Abreu.
  47. Según Argensola, que trae sucintamente el relato de esta expedición, iban en ella:
      Españoles con sus oficiales. ........................................................................................................................................................................................................
    1.423
      Pampangos y Tagalos voluntarios (sin sus jefes) ........................................................................................................................................................................................................
    344
      id id para el servicio marítimo y militar ........................................................................................................................................................................................................
    620
      Remeros ........................................................................................................................................................................................................
    649
      Jefes indios ........................................................................................................................................................................................................
    5

    3,041

    Pero añade después que «toda la gente de la armada sin la casa y familia del general eran 3,095 personas; probablemente, ó los 54 que faltan son Portugueses bajo el mando de Abreu y de Camelo, aunque Argensola no habla de soldados portugueses, por no ser considerable su número, ó tal vez la cifra que trae Morga sea la más exacta.

    Los nombres de los jefes indios que fueron á su costa en la expedicion son: D. Guillermo (Palaot) maestre de campo; capitanes D. Francisco Palaot, D. Juan Lit, D. Luis Lont y D. Agustin Lont. Estos debieron haberse portado muy bien, pues, después del asalto de Ternate, Argensola dice: «No quedó persona de consideracion de los Españoles ni de los Indios, sin herida.» (lib. 10).

  48. Del campo español, Juan de Esquivel.
  49. Said Dini Baraka ja.
  50. «Entrada la gente en la ciudad, cada cual se entregó al furor y al robo. Había D. Pedro echado un bando en que concedió que todos los enemigos que se prendiesen dentro de aquellos cuatro días, quedasen esclavos» (Arg. lib. 10). Durante el saqueó que D. Pedro no pudo refrenar, no se perdonaron á niños, ni á doncellas; una fué muerta porque se la disputaban dos soldados, pero «se cantó á voces devotísimas el cántico Salve, Regina, con que nuestra Iglesia invoca la soberana Virgen.»
  51. Este Cachil Amuxa, el más valiente de los Ternates, era primo hermano del Rey y capitán general. Cuando un país no cuenta más que con bravos, pero no fieles defensores, ya puede prepararse para la esclavitud. De este triste paso no habla Argensola como dado por Amuxá, sino por Cachil Mofaquía.
  52. El príncipe se llamaba Sulamp Gariolano. Este paso se dió contra el parecer de la Reina Celicaya (Argens.).
  53. Si esto no es desposeer en la forma, lo es en el fondo
  54. Las condiciones que impuso D. Pedro de Acuña al Sultán Said su prisionero, por medio de Gallinato, Villagra, Pablo de Lima, (intérprete), acompañados de frailes agustinos, dominicos y jesuítas, eran durísimas, y todas las cláusulas eran á favor del vencedor, sin ninguna para el prisionero. El Sultán, creyendo tal vez recobrar así su libertad, las aceptó todas.
  55. Este destierro lo trataron con el rey el Jesuíta P. Luis Fernández, Gallinato y Esquivel, atribuyendo el P. Colin su buen éxito á la habilidad del primero. Esto que entonces se creyó prudente, resultó después una medida antipolítica y de muy fatales consecuencias, porque concitó la enemistad de todas las Molucas, hasta la de los mismos aliados, llegando el nombre español á ser tan odioso como el nombre portugués. El sacerdote Hernando de los Ríos, Bokemeyer y otros historiadores más, acusan aquí de mala fe á D. Pedro de Acuña, pero, extrictamente juzgando, creemos que no tienen razón. D. Pedro, en su salvo conducto, aseguraba las vidas del Rey y del príncipe, pero no su libertad. Sin duda que un poco más de generosidad hubiera hecho más grande al conquistador, menas odiado el nombre español y más asegurado su dominio en aquel archipiélago; pero los consejeros, la enemistad que le profesaban al Rey las corporaciones religiosas pudieron contribuir á esta funesta determinación, cuyos resultados se vieron al instante.
  56. Este desgraciado sultán no volvió á su país. Cómo fué tratado en Manila lo sabemos por Hernando de los Ríos (lib. cit.): «Es verdad que mientras D. Pedro vivió, le trató con decencia, mas en tiempo de D. Juan de Silva, yo le vi en un aposentillo, que toda cuanta agua llovía, le caía encima y le mataban de hambre, tanto que entrándole yo á ver y la crueldad con que le trataban, me pidió hincado de rodillas rogase al gobernador le mudase de allí donde no se mojase y le socorriese que moría de hambre: y algunos días si de limosna no lo pidiera, no lo comiera.» En tiempos prósperos había cometido algunas crueldades, y no tuvo la suerte feliz de otros tiranos.
  57. «No faltaron arcos triunfales.… Los atavíos de los prisioneros en los mantos, turbantes y penachos convenían mal con su fortuna. Porque hacían más soberbios los semblantes y mostraban arrogancia.» (Estos trajes se hicieron á costa de la Caja Real de Filipinas). «Tiene aquel Rey disposición robusta, bien trabados los miembros. Muestra la cerviz desnuda con gran parte del pecho. La carne de color de nube, más negra que parda. Las facciones del rostro son de hombre de Europa. Ojos grandes y rasgados. Lanza al parecer centellas por ellos. Añádenle fiereza las pestañas largas, las barbas y mostachos espesos y de pelo liso. Trae siempre ceñido su campilán, daga y kris, ambos de empuñaduras en forma de cabezas de sierpes doradas… el retrato imitado del natural el General envió á España para su Majestad.» (Arg. lib. 10).
  58. También sucedieron otros disturbios, por haber esparcido los enemigos de D. Pedro la noticia de que había fracasado la expedición, y la muerte de la mayor parte de los expedicionarios. «Esta fama, llegada á oídos de los Indios, hizo tanto daño, que los comenzó de amotinar, particularmente en las Provincias de Camarines y Pintados. Y los Frailes que atendían á su doctrina, ya no se podían valer con ellos, porque decían, que pues los Malucos quedaban victoriosos, ¿para qué habían de ser ellos sujetos á los Españoles? Que no los defendían de los moros. Que cada día les robarían con el favor de Ternate y que peor sería de aquí adelante.» (Arg. lib. 10.)
  59. Los autores de este envenenamiento eran entonces conocidos en Manila, y según Argensola eran «los émulos» ó envidiosos. «Mas aunque eran conocidos por tales: de manera que la sospecha vulgar los hace autores del veneno… Callaremos sus nombres… Todos son muertos ya». (1609).
  60. Esta profecía de Morga prueba una vez más las grandísimas cualidades de este historiador. Á no haber venido el vapor á surcar aquellos mares, la piratería duraría hasta hoy día con el vigor con que había principiado.
  61. Estos fueron los efectos de llevarse presos á Manila al Rey y á los principales, que confiaron su suerte á D. Pedro de Acuña. Á raíz de las negociaciones, el mismo rey de Tidore, aliado de España, ya procuró separarse; los gobernadores que nombró Said no quisieron entenderse con los Españoles, y por todas partes reinó el recelo y se levantó el espíritu de venganza. «Visto por sus vasallos el mal trato que habían hecho á su Rey nos aborrecieron tanto cuanto cobraron aficion á nuestros enemigos» (Her. de los Ríos, pág. 22). Le faltó á D. Pedro la cualidad principal de Legazpi.
  62. El mismo año se publicó otra en francés en Amsterdam.
  63. Dada á Oliver Van Noort por el capitán de un barco japonés que iba á Manila.