Todo es dar en una cosaTodo es dar en una cosaTirso de MolinaJornada II
Jornada II
Salen doña BEATRIZ, doña MARGARITA,
don MARTÍN, don ÁLVARO y don FRANCISCO
MARTÍN:
La fe de aquel amante,
a pesar de desvelos, tan constante,
Beatriz, que se promete
esperar, tras siete años, otros siete,
que, al fin de tanto día,
mejoren en Raquel burlas de Lía,
mi dicha reconoce,
pues si catorce no, pretendí doce
conquistar resistencias
que premios logran ya, si antes paciencias;
puesto que me aventajo
al hebreo amador, pues su trabajo
mejoró de partido,
que él, en fin, esperó correspondido;
pero en vuestra belleza
leyendo ingratitudes mi firmeza,
tejía entre esperanzas
rigores y Amor--fiel de estas balanzas--
me muestra hoy generoso
que medra al paso que es dificultoso.
FRANCISCO:
Don Martín, ya sois dueño
de vuestra pretensión. Tiempo es pequeño,
por largo que parece,
el que consigue aquello que apetece.
Beatriz, cuerda, hace alarde
de que el moral porque produce tarde
sus frutos asegura,
no como el loco almendro en la hermosura
de su ambición tirana,
que madrugando necio, apenas grana.
Ya vos sois, hijo mío,
de don Álvaro primo, en quien confío
sucesión venturosa,
pues una sangre os honra generosa
que propague infinita
sucesión en Beatriz y Margarita.
ÁLVARO:
Mi primo y yo mostramos
que en gustos como en deudos conformamos;
pues si amor nos abrasa
nos conduce a su yugo en una casa
y a una misma nobleza
enlazados los dos con la belleza
que en posesión tenemos
de hijos vuestros el nombre merecemos,
con que a trocar venimos
en vínculo de hermanos el de primos.
FRANCISCO:
Don Martín ¿cuándo se trata
ausentarse de aquí?
MARTÍN:
Mi amor dilata
lo mismo que apresura.
Falta a mis padres hago, la hermosura
de mi Beatriz parece
que en hablándola en esto se entristece;
pero perdiendo tanto
y ausente de tal padre, no me espanto.
Ella el término elija
cuando fuere su gusto.
FRANCISCO:
Ya estáis, hija,
sujeta a nuevo empleo,
digno de las virtudes que en vos veo.
El natural derecho
que hasta aquí tuve en vos, puesto que estrecho,
transfiere poderoso
Amor, que es rey y es dios, en vuestro esposo.
Ya estáis emancipada
de padres y de deudos, y obligada
sólo a los lazos justos
de un tálamo, recíproco en dos gustos.
El vuestro ya no es vuestro;
rendilde al dueño, mi Beatriz, que os muestro,
y pues os quiere tanto,
no entibien llamas suyas vuestro llanto.
Llorando
BEATRIZ:
Conozco, señor mío,
dichas que medro, y aunque más porfío
refrenar mis enojos,
sin consultar la voluntad los ojos,
dieran con poco acuerdo,
el bien que gano por el bien que pierdo.
FRANCISCO:
Beatriz, ya yo adivino
la causa que ocasiona el desatino
de esas lágrimas leves;
no las imputes lo que no las debes,
que no por ausentarte
de tu hermana y de mí, pueden ser parte
a tan rebeldes quejas.
Lloras el ver que a Francisquito dejas;
que como le has crïado,
el nombre en ti de madre ha granjeado,
y tú con él contenta,
ni de tomar estado has hecho cuenta,
ni cuando le parieras
amor al que le tienes añadieras.
No me espanto yo de esto,
que el rapaz tiene hechizos, y habías puesto
en él todo tu gusto;
mas ya pasa tu llanto de lo justo.
En doce años no ha sido
posible que cúyo es se haya sabido.
Su madre que afligida
puso a riesgo, por no ser conocida,
su poca edad, sospecho
que debió de morirse, pues no ha hecho
por él las diligencias
que ofreció al ausentarse; ¿a qué inclemencias
no están las hermosuras
sujetas que se creen de travesuras?
Francisco es ya medio hombre
y casi hijo de casa, que hasta el nombre
en vida me ha heredado;
amor le tengo, deja ese cuidado
a mi cuenta, y olvida
adoptiva afición, pues reducida
al que obediencia debes,
no será bien que en la memoria lleves
ocupación que incierta
de servirle y amarle le divierta,
y dispón tu partida
que ha de ser luego.
MARGARITA:
Toda despedida
es penosa, y mi hermana,
puesto que reconoce lo que gana,
lo que se deja siente,
que es padre, hermana y patria juntamente.
MARTÍN:
Ea, mi bien, yo espero
serviros tan amante que primero
que entréis en nuestra casa,
si amor en gustos descontentos pasa,
halléis en mí cifrado
el bien que aquí lloráis por malogrado.
ÁLVARO:
Vamos y prevendremos
vuestra jornada.
Vanse don ÁLVARO, don MARTÍN y don FRANCISCO.
Doña MARGARITA habla aparte a doña BEATRIZ
MARGARITA:
Hermana, esos extremos
si hasta aquí ocasionaban
lágrimas que remedios esperaban,
ya de hoy más serán necios.
Castiga con olvidos menosprecios,
y estima el que esté oculto
de tu amor mal pagado el ciego insulto;
que Francisquito queda
a mi cargo, y en mí tu amor hereda,
porque desde este día
si pierde madre, quedo madre y tía.
Vase doña MARGARITA
BEATRIZ:
No es la pena tan precisa
en los que el remedio ignoran,
cuando las desdichas lloran
lágrimas que esperan risa;
pero si el dolor avisa
que es su cura irremediable,
¿qué pretende el miserable
que llorando desespera?
Más valiera
por no hacer su mal eterno
morirse, pues malogradas
lágrimas desesperadas,
sólo las llora el infierno.
Doce años lloré de olvidos
a eternizarse bastantes.
¿Quien vio en mudanzas amantes
tanto asistir los sentidos?
¡Ay, don Gonzalo! fallidos
los hombres quedan por ti.
Penélope ausente fui;
si tú a Ulises imitaras,
ya tornaras.
Mas ¿ya para qué? Detente,
que tanto imposible en medio
lo que antes fuera remedio,
de hoy más será inconveniente.
Sale don GONZALO, de camino
GONZALO:
Celos, mi Beatriz--no mía,
ajena sí--celos fueron
los que de ti me ausentaron.
Celoso amor desvaría;
mentiras los persuadía,
pesares los engañaron.
Ellos y el amor trocaron
los sentidos,
pues ambos desvanecidos
dan crédito a sus antojos,
amor viviendo a los ojos,
y celos en los oídos.
Mientras mi amor no te veía
pero los celos, mi bien,
oyeron de tu desdén
agravios en apariencia,
difícil me persuadía.
¿Cuándo hicieron buena ausencia
agravios de competencia?
En alabanza
de su dicha y tu mudanza
apretaron los cordeles;
verdugos fueron papeles,
murió en ellos mi esperanza.
Don Álvaro me engañó
engañándose a sí mismo,
propia pasión de los celos.
Heríle porque me hirió
en el alma, y un abismo
de golfos y de recelos
conquistaron mis desvelos,
que bastaran
a olvidar, si se olvidaran
celos que amor desatina,
ponzoñosa anacardina
que da la muerte al que amparan.
Vióme Italia acometer
imposibles de atrevido
--mejor de desesperado--.
Su rey Alfonso vencer
mis sospechas ofendido
como su reino soldado.
Supe que se había casado
con tu hermana,
don Álvaro, y que fué vana
su sospecha y mi temor,
crüel con los cuatro amor
y nuestra ocasión liviana.
Quise remediar ausencias
que en doce años sepultadas
muertas en ti malicié;
partí, culpando impaciencias,
volé--no corrí--jornadas;
pero ¿qué importa si hallé
enagenada tu fe,
perdido el bien que intereso,
mi agravio en mayor exceso,
desperdicios de doce años,
mortales mis desengaños,
tú casada y yo sin seso?
BEATRIZ:
A doce años de delito
no sé yo que sea bastante
la disculpa de un instante
que se opone a lo infinito.
Vos, Gonzalo, al fin soís hombre,
tarde disculpas escucho.
Gonzalo, estimad en mucho
que se me acuerde este nombre,
que ha tanto que estoy sin veros
y mi paciencia ha gastado
tanto, que aun no me han quedado
palabras que responderos.
Quiérese doña BEATRIZ ir, y sale PIZARRO
muchacho (que le hará una mujer) ni en
traje total de noble, ni de villano
PIZARRO:
¿En fin, madre, se nos va
y no me lleva consigo?
BEATRIZ:
No será el primer castigo
que sin culpa sentirá
quien cual hijo os ha crïado.
Darle esas quejas podéis
al que presente tenéis,
que él, Francisco, ha ocasionado
el apartarnos los dos;
pues si memorias pagara
sola la muerte bastara
a dividirme de vos.
Conocelde, que os importa
más de lo que vos pensais,
que de él, Francisco heredáis
larga injuria y dicha corta;
que aunque de poco provecho
no hallaréis--cáuseos espanto--
hombre a quien le debáis tanto,
ni que más daño os haya hecho.
Vase doña BEATRIZ
PIZARRO:
(¡Hombre a quien yo tanto deba (Aparte)
y que me haya hecho más daño!
A mí, ¿en qué? ¡Misterio extraño!
¡Válgame Dios! ¡Cosa nueva!)
Hidalgo a quien nunca vi;
puesto que la vez primera
que os veo a que bien os quiera
me obligáis ¿tenéis de mí
noticia alguna? ¿sabréis
declararme estas razones?
Agravios y obligaciones
dicen que os debo, y ya veis
cuán mal conformarse pueden
deudas de ofensas y amor.
Quisiéraos yo mi acreedor,
y aunque los años me veden
que de vos me satisfaga,
yo sé de mi poca edad
que empeños de voluntad,
si amor con amor se paga,
os pidieran finiquito.
Porque a fe de hombre de bien
que os quiero bien, y también
que cualquier deuda desquito
que en esta parte me obligue.
Pero ya habéis escuchado
que estoy por vos agraviado;
de donde también se sigue
que os pida satisfacción
--si bien ignoro de que--
fidedigno el fiscal fué
que os puso la acusación.
Si es verdad, como sospecho,
que no hay, puesto que me espanto,
hombre a quien yo deba tanto,
ni que más mal me haya hecho,
en lo primero me fundo
cual vuestro deudor pagar,
mas también he de intentar
vengarme de lo segundo.
Ejecutad acreedor,
y pagad ejecutado,
que yo ofendido obligado
si me confieso deudor,
pues dicen que me ofendisteis,
a procuraros me atrevo
bien, por lo mucho que os debo,
mal, por el mal que me hicisteis.
GONZALO:
Por cierto, niño discreto,
que en vuestra proposicion
vos igualáis la razón
al donaire, y yo os prometo,
a fe de hidalgo, si bien
no sé la causa hasta agora
que tiene mi acusadora
para que con su desdén
crezca vuestro sentimiento,
que estoy, por el bien que dice
que me debéis y yo os hice,
en tanto extremo contento
cuanto del mal pesaroso
que me imputa contra vos.
Averigüemos los dos
su enigma dificultoso
por conjeturas. Decid,
¿es acaso madre vuestra
esta dama?
PIZARRO:
Amor me muestra
de madre, pero advertid...
Sale un PAJE
PAJE:
Francisco, señor os llama,
que os quiere ver dar lición.
PIZARRO:
Demás importancia son
licciones en que la fama
averigua obscuridades.
Dile que no me has hallado.
PAJE:
Está con vos enojado.
PIZARRO:
¿De qué?
PAJE:
De las libertades
que usáis con vuestro maestro,
y sabe que estáis aquí.
Mirad que sale.
Vase el PAJE
PIZARRO:
Si en mí
merece el amor que os muestro
hidalga correspondencia,
caballero, dar lugar
a que volviéndoos a hablar
cumpla hoy yo con mi obediencia.
Débole yo a mi señor
más que podré exageraros;
presto acudiré a buscaros.
Hacedme tanto favor
que me esperéis en la plaza.
¿Prometéismelo?
GONZALO:
Intereso,
mancebo, tanto yo en eso
que, a no dar vos esa traza,
os fuera agora prolijo.
PIZARRO:
Dadme esa mano.
Dásela
GONZALO:
En su palma
parece que sale el alma
a abrazaros.
PIZARRO:
Ved que dijo
la que saber deseáis
si como madre me exhorta,
"Conocedle, que os importa
más de lo que vos pensais."
GONZALO:
¡Ay, cielos! ¿Y es vuestra madre?
PIZARRO:
No y sí.
GONZALO:
Por el "no" perdí
un hijo que por el "sí"
me llamaba vuestro padre.
PIZARRO:
¿Qué decís?
GONZALO:
Lo que deseaba,
aunque sospecho, por Dios,
que tengo más parte en vos
de lo que yo imaginaba.
Vase don GONZALO
PIZARRO:
¿Más parte en mí? Confusiones,
¿qué es esto? ¿qué intentáis hoy?
Sale don FRANCISCO
FRANCISCO:
¿Francisquito?
PIZARRO:
(En medio estoy (Aparte)
de un mar de contradicciones.)
FRANCISCO:
¿No respondes?
PIZARRO:
¡Oh, señor!
Sí respondo. No adverti
que me hablabas.
FRANCISCO:
¿Cómo ansí?
PIZARRO:
Echo menos el amor
de quien presente tenía
por madre, y ya se me va.
FRANCISCO:
¿Pues yo no me quedo acá?
PIZARRO:
Y en tí la esperanza mia.
Pero quien dos brazos tiene
y sabe lo que le importan,
si acaso el uno le cortan,
aunque a consolarle viene
el otro, dado que pueda
suplir en algo su falta
¿no sentirá el que le falta
por el brazo que le queda?
FRANCISCO:
No, que el hortelano astuto
en fe de hacer bien su oficio
corta las ramas al vicio
para que el árbol dé fruto.
Las alas que siempre hallaste
en Beatriz te han hecho mal.
Sin ellas el natural
conocerá que heredaste;
porque si hasta aquí niñeces
travesuras disculparon,
ya, Francisco, esas pasaron.
Doce años tienes; pues creces
en edad, crece en acciones
de virtud y de experiencia.
Tu habilidad es tu herencia,
no tienes más posesiones.
Quejas llueven sobre ti
de cuantos la Zarza habitan,
que indignarme solicitan.
Celebrélas hasta aquí
por donaires de rapaz,
pagándolas en palabras.
Sus hijos les descalabras,
con ninguno tienes paz.
Dos años ha que te enseña
el maestro que te he dado,
a leer, y en ti ha labrado
lo que el viento en una peña.
Aun no sabes deletrear.
En materia de escribir
no hay esperanzas. Decir
que contigo han de bastar
castigos y reprensiones
es por demás. Si pretende
azotarte, te defiende
Beatriz; sus intercesiones
echado te han a perder,
conoces lo que te adora,
ampáraste de ella y llora.
Con esto ¿qué hemos de hacer?
Ella se ausenta, en efeto.
Doce años tienes; de hoy más,
libro nuevo o perderás
el favor que te prometo.
La edad que te disculpaba
ya pasó.
PIZARRO:
(¡Válgame Dios! (Aparte)
"Que tengo más parte en vos
de lo que yo imaginaba."
¿Si fuese mi padre este hombre?
FRANCISCO:
Francisco, mientras siguieres
mi consejo, haz cuenta que eres
hijo de casa. Mi nombre
te dí; si este no te inclina
a imitarme, ni por padre
me tengas, ni llames madre,
sino al tronco de una encina.
Allí te hallé en conclusión,
y allí te puedes volver.
Sale un MAESTRO con una cartilla
MAESTRO:
Francisco, desde antiayer
no hay hacerte dar lición.
A este andar no es maravilla
que luzca lo que te muestro.
FRANCISCO:
Tiene razón el maestro.
Afréntete esa cartilla
que en dos años no has pasado.
Llega y da lición, acaba.
Al MAESTRO
Ya quien por él os rogaba
se ausenta; tened cuidado
desde hoy con él, enseñadle
con el rigor que requiere,
y el día que no supiere
bien la lición, azotadle.
Vase don FRANCISCO
MAESTRO:
Ea, que esperando estoy.
PIZARRO:
Yo tengo un poco que hacer.
Hágame tanto placer
que se quede esto por hoy,
pues no hay mucho hasta mañana.
MAESTRO:
¿Qué modo de hablar es ése?
Daréis lición, aunque os pese;
llegad.
PIZARRO:
Tengo poca gana.
Váyase con Dios maeso.
MAESTRO:
En azotándoos, sí haré.
Daos prisa.
PIZARRO:
¿Azotes o qué?
Soy ya grande para eso.
MAESTRO:
¿Pues por qué no seréis grande
para afrentaros de ver
que no aprendéis a leer?
PIZARRO:
¡Qué donosa afrenta! ¡Ande!
¿No habrá habido muchos nobles
que sin leer y escribir
sepan vencer y lucir?
MAESTRO:
Sí, entre encinas o entre robles.
PIZARRO:
Eso de encinas es cosa
con que muchos presumidos
me dan en cara nacidos,
no de sangre generosa,
pero de villana sí,
y aun de tan poca opinión...
MAESTRO:
Dejáos de eso, y dad lición.
PIZARRO:
Y si lo dice por mí,
quiero advertirle al maeso
que por mejor he tenido
ser en duda bien nacido
que en certidumbre confeso.
MAESTRO:
Yo soy tan...
PIZARRO:
¿De esto se siente?
MAESTRO:
...honrado...
PIZARRO:
¡Válgame Dios!
Sosiégese.
MAESTRO:
...como vos,
que en fin sois un bastar...
PIZARRO:
¡Miente!
Y antes que pronuncie el "do,"
tome y sea bien crïado.
Saca la daga y dale
MAESTRO:
¡Muerto estoy!
PIZARRO:
¡Y yo vengado!
Vase PIZARRO
MAESTRO:
¡Ay, cielos!
Salen don FRANCISCO y doña BEATRIZ
FRANCISCO:
¿Qué es esto?
MAESTRO:
Dió
muestras ése que arrojaron
sus padres mal satisfechos,
como sobras y desechos
del ser que en él despreciaron,
de cuán necio determina
domesticar una fiera
quien del modo que en la cera
quiere labrar en la encina.
Hirióme tras no querer,
como suele, dar lición.
A BEATRIZ
FRANCISCO:
Las alas de tu afición
por fuerza habían de tener,
Beatriz, tan torpe suceso.
¡Vive Dios! que he de matarle
a azotes. Id a buscarle.
BEATRIZ:
¡Señor!...
FRANCISCO:
Si fuera travieso
con otros como lo ha sido,
disculpárale la edad;
mas tanta temeridad
que a su maestro haya herido,
ya de atrevimiento pasa.
Yo mismo le he de buscar.
BEATRIZ:
Oye, espera.
FRANCISCO:
Esto es crïar
hijos ajenos en casa.
Vanse don FRANCISCO y el MAESTRO.
Sale don MARTÍN
BEATRIZ:
¡Ay, prenda del alma mía!
Ya pronostico tu daño.
Mi padre airado...¡Es extraño
tantos males en un día!
Don Martín, templad enojos
si verme viva queréis.
A mi padre conocéis.
Son terribles sus enojos.
Si no le vais a la mano
alguna desgracia espero.
Mirad que a Francisco quiero
más que a mí, y que será en vano
vivir sin él.
MARTÍN:
Yo sin vos,
imposible. Voy tras él.
Vase don MARTÍN
BEATRIZ:
¿Qué es esto, estrella crüel?
¿Pérdidas de dos en dos?
Por mejor la muerte elijo.
O ejecutadla hoy en mí,
o ya que al padre perdí,
no pierda también al hijo.
Vase doña BEATRIZ.
Salen don GONZALO y Hernando CORTÉS, mancebo
GONZALO:
¿Hernando Cortés? ¿Sobrino?
¿Vos en la Zarza? ¿A qué fin?
Juzgábaos yo en Medellín.
CORTÉS:
Tras sí me lleva el camino
que Fernando e Isabel,
reyes nuevos de Castilla,
hacen a la maravilla
de Guadalupe, Y en él
busco galas cortesanas.
GONZALO:
Siempre vos os inclináis
a cosas grandes. ¿Dejáis
buenos vuestros padres?
CORTÉS:
Canas
y años son enfermedades.
Mi padre Martín Cortés
anda achacoso después
de sesenta Navidades.
GONZALO:
¿Tiene doña Catalina
Pizarro salud?
CORTÉS:
Y muestra
dicha en ser hermana vuestra
con que a imitaros me inclina.
GONZALO:
Ya estáis grande.
CORTÉS:
Y pesaroso
de que, estándolo, no haya hecho
cosa hasta aquí de provecho.
GONZALO:
Sois extremeño animoso.
Heredáis de vuestra tierra
y sangre el noble verdor
que enciende vuestro valor.
Pronósticos hay de guerra
con Portugal; brevemente
se os cumplirá ese deseo.
CORTÉS:
Esa ocasión, según creo,
trae los reyes con su gente
a presidiar sus fronteras;
porque Alfonso portugués,
pide a Castilla después
que, fundándose en quimeras
del cuarto Enrique, se casa
con doña Juana su hija.
GONZALO:
Ese nombre la prohija
quien por la opinión no pasa
que Enrique en Castilla deja;
pero desinteresados
contra los apasionados
la llaman la Beltraneja.
CORTÉS:
No sé en eso lo que os diga;
siempre he guardado respeto
a mis reyes.
GONZALO:
En efeto,
cada cual su parte siga;
que si hay guerra, no tan malo
para los que no tenemos
otra herencia.
CORTÉS:
Ya que os vemos
aquí, señor don Gonzalo,
--digo en España--después
que en Nápoles habéis dado
muestras de tan gran soldado,
desbaratando al francés,
¿qué hacéis en pueblo tan corto?
GONZALO:
Experimentar engaños
de amor, después de doce años
de ausencias. Penas reporto
que me causa una hermosura
de quien me juzgaba dueño.
CORTÉS:
¿Hermosura en tan pequeño
lugar, y no está segura?
Si es noble ¿quién puede aquí
usurpárosla?
GONZALO:
Mudanzas
que ofenden mis esperanzas.
Palabra de buscar di
a un mancebo, y os prometo
que me importa el sosegar
mil sospechas. Dad lugar
a que averigüe un secreto,
y volvámonos a ver.
Iremos a Guadalupe
juntos.
CORTÉS:
Nunca de amor supe.
Gran cosa debe de ser,
pues tanto os desasosiega.
Si queréis que os acompañe.
GONZALO:
Cuando dudas desengañe
os diré hasta dónde llega
el rigor que me amenaza;
pero conviéneme agora
ir solo; dentro de una hora
podréis buscarme en la plaza
y haremos nuestro camino.
CORTÉS:
Será apacible con vos;
yo os buscaré luego.
GONZALO:
Adiós.
Vase don GONZALO
CORTÉS:
¡Qué poco al amor me inclino!
Salen CARRIZO y PULIDA
CARRIZO:
Sí, escondedle, que es la pieza
digna de guardar.
PULIDA:
¡Pues no!
CARRIZO:
El diabro acá mos le echó.
Verá qué temprano empieza.
PULIDA:
Todo mochacho travieso
viene, cuando grande, a ser
hombre de pró y de valer.
CARRIZO:
¡Descalabrar su maeso!
Pardiez, que no hiciera más
Roberto el Diabro. Crïalde,
morios por él, regalalde.
PULIDA:
Carrizo, pesado estás;
¿si el otro agravio le hacía
y le llamó desechado?
CARRIZO:
¿Vos.. en fin, no le heis criado?
Cual el ama, tal la cría.
Pues yo os juro si le coge
el viejo, que tras él anda,
que ha de llevar una tanda
cual digan dueñas.
PULIDA:
Se enoje
o no, yo le tengo acá,
y aunque venga la justicia
no le he de dar.
CARRIZO:
¡De codicia
es el niño!
PULIDA:
Sí, será.
CARRIZO:
Pardiós que no tién más miedo
que Gaiferos a Sansón.
PULIDA:
Es de bravo corazón.
CARRIZO:
¿Pues decir que se está quedo?
Apenas los bolos vió
y a los zagales jugando,
cuando la bola agarrando
todos nueve los birló.
PULIDA:
Sabe mucho, y es pracer
ver que de doce años solos
venza a todos.
CARRIZO:
Sí, a los bolos,
es verdad, mas no a leer.
Salen CRESPO, BERTOL y otros PASTORES contra
PIZARRO, y él con una bola de bolos tras ellos
PIZARRO:
Nadie se me descomida,
si no es que tiene pesar
de vivir.
CRESPO:
¡Descalabrar
a su maeso!
PIZARRO:
¡Por vida
de don Francisco Cabezas,
mi señor!
A los PASTORES
CORTÉS:
Tened. ¿Qué es esto?
PIZARRO:
Que al que llegue descompuesto...
CORTÉS:
Jamás consentí bajezas.
Apartáos allá, villanos.
¿Contra uno tantos?
PIZARRO:
Ya digo
que no se metan conmigo
o se guarden de mis manos.
CARRIZO:
¡Tomáos con el rapacito!
Polida, ved el zagal
que criáis.
PULIDA:
No le hagan mal,
y él no le hará. Francisquito,
buena Pascua te dé Dios;
al que te la hiciere, dale.
BERTOL:
¡A fe que si el viejo sale!...
PIZARRO:
¡A fe si os llegáis los dos!...
CORTÉS:
Bárbaros, quitácis allá!
¿Cómo no tenéis empacho
de venir contra un muchacho
tantos juntos?
CRESPO:
Porque está
endimuñado.
BERTOL:
Hijo, en fin
de una encina.
PIZARRO:
Madre es mía;
mas no hay encina judía
como quizás algún ruín
de los presentes.
CRESPO:
Por vos
lo dijo, Carrizo.
CARRIZO:
Apelo.
PIZARRO:
Yo tengo por padre al cielo,
una encina debo a Dios
por amparo, que de cuna
me sirvió. Si infame fuera
quien me parió, no sintiera
desgracias de la Fortuna,
ni al desierto me arrojara,
luego noble debió ser.
Quien no tiene que perder,
poco en hazañas repara.
¿Qué me perseguís, villanos?
¿Rómulo y Remo no fueron
reyes? ¿Principio no dieron
a los Césares romanos?
¿Qué importa que los deseche
la Fortuna, al noble esquiva,
si contra ella, compasiva
una loba les dió leche?
¡Vive Dios! Que el que otra vez
encinas me ose nombrar
que le tengo de ahorrar
de achaques de la vejez.
CORTÉS:
¿No sabremos lo que ha hecho
este muchacho?
CARRIZO:
Es muy luenga
esa historia. No habrá lengua
que dejándoos satisfecho
os cuente sus travesuras.
BERTOL:
Hará aquí, si se le encaja,
por quítame allá esa paja,
treinta descalabraduras.
No se puede averiguar
todo este puebro con él.
CARRIZO:
¡Malos años! Es la piel
del diabro.
CRESPO:
Quísole dar
lición agora el maeso,
y sobre darla o no darla
le metió por atajarla
todo un cochillo hasta el hueso.
Huyó a casa de Polida,
que es ésta que le dió el pecho,
y como si no hubiera hecho
cosa nenguna en su vida,
con mucha frema se puso
a birlar bolos. El amo,
ansí a un caballero llamo
que le ha crïado, confuso
de tan grande atrevimiento,
mos ha envïado a buscarle
porque quiere castigarle;
mas él, que no está contento
con lo hecho mos la jura.
CORTÉS:
¿Que a quien le enseñaba hirió?
Eso no lo apruebo yo.
CARRIZO:
No tién respeto ni al cura.
CORTÉS:
Azotarle.
A PIZARRO
BERTOL:
¡Llegaos, hola!...
PIZARRO, amenazando con la bola
PIZARRO:
Ténganse que estoy resuelto.
CARRIZO:
Llegad.
PIZARRO:
¿Mas que si la suelto
que me llevo tres de bola?
Llega Hernando CORTÉS a quitarle la bola,
y porfían los dos con ella
CORTÉS:
Suelta, rapaz.
PIZARRO:
Hola, hidalgo,
no os metáis, que no os conviene,
en lo que no os va ni viene.
CORTÉS:
¡Acaba!
PIZARRO:
¿Apostemos algo
que os he de birlar los cascos?
CORTÉS:
¿Hay atrevimiento igual?
¡Vive Dios!
PIZARRO:
Soy natural
de encinas y de carrascos.
Pegóseme su dureza.
Si por fuerza la queréis,
guardad que no la llevéis
encajada en la cabeza.
CORTÉS:
No sufro locuras yo.
PIZARRO:
¿Oh? Pues yo soy muy sufrido.
Tomadla.
Tiran de la bola cada uno para sí, y
quédase cada uno con la mitad de la bola
CORTÉS:
¡Suelta, atrevido!
¿Qué es esto?
PIZARRO:
En dos se partió.
CARRIZO:
¿Hay cosa igual?
CRESPO:
Pues no estaba
hendida y de encina se hizo.
BERTOL:
¿Qué decís de esto, Carrizo?
CARRIZO:
¡Brava cosa!
BERTOL:
¡Y como brava!
CORTÉS:
¿Quién eres, rapaz valiente,
que tanta fuerza has tenido?
PIZARRO:
Mas ¿quién sois vos, que habéis sido
para tanto?
CARRIZO:
¡Hola! ¿Qué gente
es ésta que va llegando?
Sale un PAJE
PAJE:
Los reyes en el lugar.
Venid, veréislos pasar.
CORTÉS:
¿Quién?
PAJE:
Isabel y Fernando,
que han de entrar hoy en Trujillo.
CORTÉS:
No puedo dejar de vellos,
si bien voy por los cabellos.
Confuso me maravillo;
misterio debe esconder
suceso tan raro y nuevo.
¿Queréis, gallardo mancebo,
que nos volvamos a ver?
PIZARRO:
¿Yo, por qué no?
CORTÉS:
Pues, adiós,
que ya os miro con respeto,
y hemos de ser, os prometo,
grandes amigos los dos.
Vanse todos sino es PIZARRO
PIZARRO:
¡Válgame Dios! ¿Daré fe
a presagios contingentes?
No, que, en fin, son accidentes
sin que causa se les dé;
pero también de otros sé,
si he de creer lo que oí,
que sucedieron ansí
verificando apariencias.
Para Dios no hay contingencias,
mas para los hombres sí.
Ninguno en el mundo ha habido
de principios prodigiosos
que con hechos hazañosos
no se haya opuesto al olvido.
Contar de Abidis he oído,
rey de España celebrado,
que a las fieras arrojado
por su abuelo, al viento,
al mar, después, viniendo
a reinar, fué como Dios adorado.
Que crïaron las palomas
a Semíramis sabemos.
Muchos Rómulos y Remos
nos fundaron muchas Romas.
Si ejemplos en éstos tomas,
valor coronas te labra;
la Fortuna dió palabra
de ayudar a la osadía.
Si una loba reyes cría,
leche me dió a mí una cabra.
Un globo, bola o esfera
es la insignia en que sucinta
su figura el mundo pinta;
en su mano la venera
el César. ¿Será quimera
el creer que la mitad
del mundo, felicidad
a mi esfuerzo prometió?
Esta bola se partió
por medio; alma, adivinad.
Aquel mancebo se lleva
la una parte, y me ha dejado
con la otra nuevo cuidado
y en él esperanza nueva.
Quien dificultades prueba,
felicidades conoce.
Conquiste Alejandro y goce
el mundo, venciendo extraños,
que si empezó en doce anos,
yo le imito de otros doce.
Seré Alejandro segundo.
¿Fué más de un hombre? Hombre soy;
con el medio mundo estoy,
conquistaré un medio mundo.
Fortuna, en esto me fundo;
vida espero prodigiosa;
favoréceme amorosa,
que en los pechos invencibles
para acabar imposibles
todo es dar en una cosa.
Sale doña BEATRIZ
BEATRIZ:
Gracias a Dios que los reyes
el enojo han divertido
de mi padre, que intentaba
con mi llanto tu castigo.
Su venida a nuestra aldea
me permite darte aviso
de misterios que no sabes,
mientras a verlos ha ido.
Aquel hombre, si merece
este título, Francisco,
quien por no guardar palabras,
perderme y perderte quiso.
Aquél con quien te dejé,
cuando mi pena te dijo
que injurioso bienhechor
juntó a agravios beneficios,
es tu padre, y ¡ojalá
que juntando al apellido
de tu madre el de su esposa
disculpara el desatino!
No fui digna de este nombre,
puesto que sí el ser principio
de tu vida y mis desgracias,
de tu agravio y sus olvidos.
Lograba yo verdes años,
que autorizaban floridos
el recato siempre honesto
de las damas de Trujillo,
aunque sin madre, segura
entre los cuerdos retiros
de una casa, cuyo alcaide
fue el honor, cuyo presidio
fueron honrados respetos
por herencia bien nacidos,
por ignorancia engañados,
por confïanzas perdidos,
cuando--¡ay, rigurosos cielos!--
Gonzalo Pizarro vino
a mi patria--de esta suerte
se llama quien causa ha sido
de desdichas incurables--
con galas ostentativo,
dadivoso con los pobres,
cortesano con los ricos.
Visitónos una vez,
doméstico por vecino,
discreto por estudiante,
conversable por amigo
y, puesto que en Salamanca,
repudió escuelas y libros
por plumas y espadas nobles,
engaños trujo consigo,
profesión de sus escuelas,
que, sirviéndole de hechizos,
vencieron descuidos castos,
desdichados por sencillos.
Vióle el alma por los ojos,
y éstos--como son ministros
de Amor--pintándole en ellos
hicieron tan bien su oficio,
que admitiendo los cohechos
de su talle--¡ay, Dios, mi hechizo!--
vendieron mi libertad,
ella simple, ellos Bellidos.
Conformidad de deseos,
correspondencia de signos,
igualdad florida de años,
comunicación de niños,
juntándose la ocasión
y añadiéndose artificios,
¿qué murallas combatieran
que les negasen portillos?
Obligáronme asistencias,
engañáronme suspiros,
inclináronme papeles
y dispusiéronme olvidos
de mi padre en darme estado,
que muchas veces ha sido
la tardanza en el remedio
de los descuidos castigo.
Solicitó a doña Juana
de Añasco, de quien es primo
y de quien sobrina soy,
bien que por grados distintos,
a que pidiese a mi padre
que al celebrar un bautismo
de quien madrina la hicieron,
gozase ratos festivos.
Concediólo, fui a su casa,
y en ella escondió al peligro
para asaltar inocencias
el interés persuasivo.
Halléme sola con él,
resistiéndose al principio
respetos de honor honestos,
pero venciéronse tibios
a hechiceras diligencias
y a juramentos fallidos
de honestar con yugo santo
amorosos descaminos.
Creíle--que no debiera--
y rendi a este engaño antiguo
prendas que por confïables
lloran después desperdicios.
Volví al paso que injuriada
amante, y llevé conmigo,
si no el arrepentimiento,
la pena de mi delito,
pues como el caballo griego
admitieron riesgos vivos
de mi vida mis entrañas
tiranizando su hospicio.
Creció el tumor con el tiempo,
y si bien el artificio
palió publicidades,
se acercara ejecutivo
el plazo de mis afrentas,
si el cielo, a un tiempo benigno
y riguroso, no fuera
cuando fiscal mi padrino.
Una noche que a mi hermana
rondaban intentos limpios
de quien agora es su dueño,
y entonces su amante digno
de recíprocos cuidados,
tu padre, que con indicios
celosos, mas no con causa
dió crédito a desvaríos,
y alentando desconciertos
le imaginó amante mío,
equivocando papeles
las desdichas con que lidio,
a mis puertas, en efecto,
sosegados sus vecinos,
añadió a palabras obras
que le dejaron herido,
y achacándome mudanzas
tomó de Italia el camino
fïando hazañoso en Marte
remedios contra Cupido.
Cenaba mi padre entonces,
y alborotado a los gritos
quedaban a sus umbrales,
si no el temor, los peligros,
abrió las puertas, y en ellas
riguroso y compasivo
conjeturaba la muerte
disfrazada en parasismos.
La vejez--que toda es honra,
y está toda discursivos
recelos--imaginó
si le hallaba en aquel sitio
la malicia de la plebe
riesgos de fama--que el vidrio
en manos del vulgo loco
amenaza precipicios--.
Mandó aderecer caballos
a un coche, y dentro de él hizo
que el casi cadáver metan,
y antes que el sol diese aviso
de nocturnos desaciertos,
sin permitir prevenirnos,
a esta aldea nos traslada,
sacando yo por indicios
del caso y su condición
que intentaba vengativo,
por no oír deshonras muertas
sepultar temores vivos.
Buscaba para este efecto
cómplice que siendo amigo
secretos no profanase,
y mientras que toda arbitrios
discurría la venganza
el cómo, cercado vino
de riesgos y de dolores
el plazo, si antes temido,
ya en mi pena ejecutado,
amenazando castigos,
cunas que túmulos fuesen
mortal fin, vital principio.
Cobró la necesidad
esfuerzo--¡qué mal que dijo
quien llamó al temor cobarde!
Mejor dijera atrevido--.
Mi padre fuera de casa,
y yo en riesgo tan preciso
salí, ahogando en el silencio
mil pregoneros gemidos,
al desierto por la huerta.
Abriórne el cielo un postigo.
La casa estaba en el campo,
como el sueño en el dominio
de las tinieblas piadosas.
Siendo esta noche propicios
montes, tinieblas, secretos
a desgracias sin registros;
naciste, en fin, en los brazos
de la Fortuna, y convino
fïarte de sus mudanzas,
permitiéndote a su arbitrio,
por no fïarte a tu abuelo,
y, envuelto entre los armiños
de un rebozo, que la noche
más que el discurso previno,
el cóncavo y duro tronco
de una encina fué, Francisco,
sucesor de mis entrañas,
puesto que áspero, benigno.
Dejéte crüel piadosa,
llorando tus desabrigos,
y apresurando los pasos
diligencias solicito
a que mi ausencia reparen;
y apenas de ti divido
los ojos--pero no el alma--
cuando en mitad del camino
dos hombres hallo. Fiéme
en su piedad--¿qué prodigios
en tu extraño nacimiento
no vencen los inauditos?--
Con el socorro de un manto
cubierta al más viejo pido
que te ampare, disfrazando
verdades con dos sentidos.
Prosiguiéndolas estaba
cuando--escucha otro peligro--
conozco, casi mortal,
que es mi padre a quien las digo.
Turbóme el riesgo impensado
de suerte, que compasivo,
casa y amparo me ofrece
que yo agradezco y no admito.
Roguéle que me guardase
el tesoro que escondido
confïaba a su nobleza;
dile las señas del sitio,
y ausentándome animosa
hallé en casa regocijos
sucesores de mi llanto
que encubrieron mi retiro.
A don Alvaro en su acuerdo;
a su padre dando alivio
con su vida a sus pesares,
y a tu abuelo que contigo
en los brazos admirado,
tu hallazgo--nunca otro visto--
contaba tan amorosa
como si hubiera sabido
que sin riesgo de su fama
eras su nieto y mi hijo.
¡Disposición de los cielos,
que así eslabona prodigios!
Afirmónos que una cabra
te daba leche, y previno
pronósticos tal milagro
que en tí asombren este siglo.
Profetizaba ignorante
lo que fuiste, pues me dijo
que cual madre te crïase.
Ya tú ves si lo he cumplido.
Doce años las esperanzas
de tu desagradecido
padre, que legitimarte
siendo mi esposo, no quiso,
entretuvieron deseos
que consolados contigo,
resistieron persuasiones
de quien con ruegos continuos,
con preceptos y obediencias,
siendo mi esposo, han podido
obligarme a nuevo imperio
por no ocasionar castigos.
Caséme, y volvió tu padre
cuando te imposibilita
a legitimar tu fama.
Mira si con razón digo
que a don Gonzalo le debes
más que a otro hombre, siendo su hijo,
y si hay a quien debes menos,
pues pudiendo, no ha querido
darte el blasón que te falta,
que yo a segundo dominio
sujeta, es fuerza olvidarte,
si en tanto amor cabe olvido.
Padre tienes generoso;
tu abuelo por mal sufrido
y travieso te aborrece;
acostumbrado a peligros
estás, no sabrás temerlos;
de portentosos principios
naciste, sigue su estrella,
y si los consejos míos
apruebas, pues que tu padre
fué tan severo contigo,
herédale en las hazañas,
serás hijo de ti mismo.
Vase doña BEATRIZ
PIZARRO:
Madre, yo lo cumpliré
si el valor a que me inclino,
los presagios que me amparan,
las esperanzas que animo
no me salen mentirosas.
Yo, que repudiado he sido
de ti, cuyo honor no quiere
que me intitule tu hijo;
yo, que del ser que me han dado
los empeños desobligo,
pues avariento mi padre
ha injuriado este apellido,
hijo de ninguno soy;
no tengo padres, no admito
ascendientes que me agravien;
en mis obras legitimo
el nuevo ser que restauro,
las hazañas a que aspiro.
Deudor de mí mismo soy,
hijo seré de mí mismo.
Yo malograré mis años
--¡viven los cielos propicios!--
si a pesar de inconvenientes
medio mundo no conquisto.
No tendré nombre hasta entonces;
no sabrán de qué principios
procedo, no temeré
ejercitos de enemigos,
montes de dificultades,
naufragios jamás creídos,
desiertos nunca pisados,
arduos hasta el cielo riscos.
La media esfera que gozo
es medio mundo; así explico
el pronóstico, que en ella
todo un orbe ha dividido.
Yo he de dar desde hoy en esto,
o morir o conseguirlo.
Todo es dar en una cosa,
donde hay valor no hay peligro.