Tradiciones peruanas - Primera serie/Juicios literarios

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JUICIOS LITERARIOS



Pocos días antes del centenario del general San Martín, me dí el placer de hacer una visita á mi respotabilísimo amigo el doctor D. Juan María Gutiérrez, uno de los hombres, nacidos en este continente, más profundamente animado por el sentimiento americano.

Charlábamos sobre la conferencia literaria que debía celebrarse en honor del libertador de tres naciones. Él, con su inalterable buena voluntad, había aceptado el compromiso de presentar un trabajo histórico sobre San Martín, y había elegido como tema los esfuerzos del héroe para levantar el nivel intelectual de los pueblos que acababan de despertar á la vida libre é independiente. D. Bartolomé Mitre, por su lado, y bajo el título irónico de Las cuentas del gran capitán, remitió un interesantísimo artículo, presentando al vencedor de Maypú como un tipo acabado de pobreza y desprendimiento. Los poetas hablaron también: Ricardo Gutiérrez, Carlos Encina y Olegario Andrade doblaron reverentes la rodilla ante el padre de nuestra independencia, cantando su cuna humildemente perdida entre los bosques de las Misiones y su tumba iluminada por la bendición de un mundo entero.

D. Juan María Gutiérrez me presentaba sus quejas contra nuestra generación que, en materia de literatura, no tenía ideal patrio. «Viven ustedes (me decía) en un mundo ficticio. Tome usted esos tres poetas cuyos versos van á ser mañana aplaudidos, y dígame si es posible encontrar en ellos la expresión de nuestra sociabilidad propia, el eco de nuestros dolores históricos, la voz de una aspiración americana. Son todos ustedes europeos en la forma y en el fondo, porque sus producciones están impregnadas del sentimentalismo enfermizo de Byron, del escepticismo cáustico de Heine ó del enervante pesimismo de Leopardi, precisamente cuando todas esas anomalías morales empiezan á perder su crédito en el viejo mundo. Fijen, por Dios, sus ojos y su alma en esta tierra americana, que les abrirá cariñosa el tesoro que encierra en su tradición; identifiquen su ideal con el del pueblo en cuyo seno han nacido, y dejenal pasado enterrar sus muertos. He pasado las últimas noches leyendo las TRADICIONES PERUANAS de Ricardo Palma, y pocos libros han respondido más eficazmente á la necesidad que siente mi espíritu de ver llegada la hora en que la literatura americana no sea una planta exótica en suelo americano. Tengo cariño y gratitud por ese escritor brillante que honra las letras de su patria. Le he enviado mi palabra de aliento, y espero reciba con agrado el aplauso del viejo veterano tan cerca ya de la tumba. » ¡Tan cerca ya de la tumba! ¡Pobre maestro querido! ¡Tres días después, vencido por las emociones profundas que las fiestas del centenario habían desenvuelto en su alma, dobló su cabeza generosa y se hundió en el reposo! ¡Quién me diera (decía sobre su féretro un noble francés) morir en mi patria, en el aniversario de Hoche ó de Marceau!

Fué un atleta de las letras argentinas. Su amor inalterable por las cosas bellas parecía haber iluminado su fisonomía, dando un brillo atrayente á sus cabellos blancos como los de Longfellow. Vivió en un mundo encantado, despreciando la ola furiosa del positivismo que pasaba á sus pies; se encerró en su modesto Túsculo y, como el poeta latino, empleó las horas de su vida en adornarlas de puras emociones. Pocas veces bajó á la prensa, esa arena ardiente que á todos nos tuesta y enduroce el corazón; esa alma nutrix, como diría Janín, que á todos nos absorbe, pero que a todos nos levanta Hundido en sus recuerdos, rodeado de sus esperanzas, estudió la manifestación de aquellos espíritus elevados que, para nosotros, son el pasado, y eran para él la juventud. En esa tarea, grave y tenaz, pero serena, su inteligencia parecía haberse pulido, su gusto purificado, y en la edad en que Voltaire empezaba á burlarse de todo y en que Goethe se encerraba en su profundo egoísmo, tenía acentos de entusiasmo juvenil, pesares de la adolescencia, emociones de los veinte años. No lo veis, como á Schiller joven ó á Heine antes de la parálisis, echar de menos el mundo helénico y mirar con tristeza los astros del firmamento que hoy descompone el espectrómetro, y que ahora tres mil años eran dioses que poblaban los cielos y rejuvenecían al mundo al sacudir su cabellera, como dice Musset.

Cuando el nombre del doctor Gutiérrez cruza mi memoria, no puedo acallar el sentimiento de respeto que me invade. A más, si había nacido en suelo argentino, su patria intelectual era la América entera.

Tenía razón el viejo maestro al referirse al carácter del estro de los XI tres grandes poetas argentinos contemporáneos. Cada uno sigue la magnífica senda de su índole.

Dejad á Ricardo Gutiérrez las profundas evoluciones del alına, las amarguras de la vida, los rudos dolores, las angustias inagotables cuyo término sólo existe en la fría soledad de las tumbas; campo infinito como el dolor, inmutable como la humana naturaleza (1).

Dejad á Encina las maravillosas adivinaciones del sentimiento; su espíritu robusto poctiza toda noción que adquiere, como este suelo tropical levanta á las nubes la planta nacida del impalpable germen. Todos los sueños, todas las vagas aspiraciones de la humanidad hacia un ideal divino han proyectado su sombra sobre esa inteligencia vigorosa que se ha retemplado en la lucha y que ha deslumbrado con brillo incomparable el día que una chispa de esperanza ha ido á alojarse en ella (2).

El aluna de Andrade debe haber animado el cuerpo de algún hombre primitivo, contemporáneo de los últimos y soberbios cataclismos de la naturaleza. El poeta, como Pitágoras, tiene la vaga reminiscencia de una vida anterior: recuerda las montañas que entreabren la tierra con su esfuerzo pujante y levantan sus crestas al cielo: cree oir los huracanes que estremecen el mar hasta las entrañas, y su mirada extática percibe aún las escenas ciclópens de ese génesis maravilloso. Allí beben su inspiración esos cantos viriles y enérgicos; allí so condensan esas imágenes graníticas que sobrecogen al que las mira de improviso (3).

Pero ninguno de ellos llena la misión del poeta americano, según la comprendía el doctor Gutiérrez: responden á un mundo moral que el cosmopolitisino de la sociabilidad argentina ha aclimatado en el Plata.

Los únicos trabajos de ese género, esencialmente americano y que el Sr. Palma ha llevado tan alto, pertenecen al doctor D. Vicente F. López y fueron escritos en su juventud. Supongo que será aquí bien conocida su preciosa y característica novela La novia del hereje. Inéditos é inacabados tiene aún los manuscritos de algunos romances de la misma índole, como El conde de Buenos Aires (título que el rey de España dió á D. Santiago Liniers por la defensa contra los ingleses); Martín I (apodo que daban los patriotas al jefe de la conspiración española para contrarrestar el movimiento revolucionario, personaje que, como diría Palma, trabó íntima relación con la ene de palo), y El capitán Vargas, episodios de la guerra de la Independencia. Más tarde, el doctor López se entregó á estudios scrios y profundos sobre este país, publicando su atrevido libro (1) La fibra salvaje.—El libro de las lágrimas, etc.

(2) Canto á Colón.—El arte.—La idea, etc.

(3) Prometeo.—El nido de cóndores.—El arpa perdida, etc.

Las razas arianas del Perú, y emprendió los admirables estudios históricos publicados bajo el nombre de Recuerdos del año XX. Los romances antes mencionados esperan la última mano, y desgraciadamente para las letras americanas tetno la esperen aún largo tiempo. El hijo del doctor López, Lucio Vicente López, apareció con estruendo en el mundo de las letras, ahora diez años, publicando su Canto al Cuzco, en el que revivía la vibrante poesía india tan poderosamente reflejada en el Ollantay. Luego se hizo abogado, hombre político, periodista, parlamentario de primer orden, y las musas, que habían juzgado innecesario hacerle rentus, so quedaron con un palmo de narices.

¡Honor, pues, á los leales! Y entre ellos, ¡honor máximo á RICARDO PALMA!

Acabo de releer la mayor parte de las tradiciones del inimitable narrador. Si á Ossián es necesario leerlo en la montaña, á Tennyson junto á un buen fuego en una confortable villa inglesa, á Beaumarchais en París y al Tasso en Florencia, sostengo que á Palma hay que leerlo en Lima.

Para el extranjero, el teatro casi no ha cambiado. No conozco una ciudad que tenga un colorido más americano que ésta. Dios se lo conserve, para reposar la mirada de aquellos patiches europeos que se llaman Valparaíso, Santiago ó Buenos Aires.

En cuanto a los personajes, fijad un poco la atención y la mirada hasta que los ojos adquieran aquella potencia óptica que, en la leyenda alemana, hace salir las figuras de las telas y animarse los mármoles y bronces, y veréis encarnarse el personaje tradicional y pasearse con toda tranquilidad por esta noble ciudad de los reyes.

Ese es mi encanto en los libros de Palma.

La limeña que vuelve tarumba al virrey en persona con una mirada ó un chiste, la he visto ayer salir de Santo Domingo con los ojos como ascuas bajo el encaje del manto, con un pie capaz de desaparecer en la juntura de dos piedras y aquel andar que hubiera hecho persignarse al mismo San Antonio.

Todos viven: el reverendo padre franciscano, redondo, satisfecho, regordeto, con la unción en el semblante que da la digestión tranquila; el zambito físico, paquete, sonriente y decidor; el indio, paciente y manso; todos viven, repito; pero..... ¡me falta el virrey!

Y yo amo al virrey, cuando es genuino, legítimo, sin mezcla, cuando es virrey del Perú, en una palabra, y no aquella falsificación que se llamó virrey del Río de la Plata, venido a la vida en 1776, cuando los mismos reyes empezaban á liar petates y los criollos á tener veleidades de libre cambio, libertad de prensa y demás paparruchas que nos cayeron encima junto con la patria.

XIII He ahí, á mi juicio, el puro timbre de gloria para Ricardo Palma.

Walter Scott no ha dado más vida y movimiento al caballero de las Cruzadas, Monley al Taciturno, ni Macaulay á Jacobo II, que Palma á los virreyes del Perú. El azar no quiso que Moliére los conociera y nos privó de una obra maestra; pero el autor de las TRADICIONES PERUANAS ha salvado el vacío de una manera prodigiosa.

Si todo lo que Palma cuenta no ha sucedido, peor para la historia. En cuanto á mí, declaro que, por egoísmo, no se me ocurre poner ni por un instante en duda cuanta afirmación hace el encantador.

• Ivanhoe puede no haber existido; pero ni Thierry ni Treeman dan, en sendos capítulos, una idea tan exacta del estado social de la Inglaterra en los tiempos que sucedieron á la conquista, como ese tipo, mitad sajón, mitad normando, formado con la más pura levadura histórica. La idea de la obra maestra de Agustín Thierry le vino leyendo el Ivanhoe de Walter Scott. No es aventurado suponer que á las TRADICIONES PERUANAS esté reservado el honor de inspirar alguna historia del virreinato del Perú, que tanta falta hace, El estilo de Ricardo Palma es su propiedad exclusiva é inimitable; pero aquel que, engañado por su pureza castiza, le supusiera una filiación únicamente española, sufriría un grave error. No se alcanza esta perfección sin conocer á fondo los humoristas ingleses, especialmento Swift y Henry Bayle; sin haber vivido en íntimo comercio con Moliére, y entre los alemanes con Heine y Jean Paul. Indudablemente que sobre todos ellos está Cervantes; pero es precisamente el carácter de nuestra literatura americana la base ecléctica en que se apoya. Todo eso ha tomado su nota individual al pasar por el espíritu de Palma, dando por resultado ese estilo, lleno de chispa y malicia, que roza siempre los hombres y las costumbres sin cortar hasta el hueso; que no se desmiente jamás, manteniéndose en la atmósfera de picaresca ingonuidad que lo hace delicioso.

Entre los exquisitos halagos que esta tierra ofrece al viajero argentino, no ha sido de los menos gratos para mí la lectura de las TRADICIONES PERUANAS de Ricardo Palma en plena Lima, Quiera el poeta aceptar esta descosida charla como la expresión de mi gratitud por las buenas horas que su libro me ha hecho vivir en el pasado.

Lima, febrero 7 de 1880.

MIGUEL CANE FOTOGRABADO RICARDO PALMA Fuí desde el Callao á Lima, por sólo conocerle, en febrero de 1898. De á bordo á tierra iba co chileno que me decía: «No vaya usted á verle; es como un ogro de terco.» Yo pensaba para mi coleto: De un regaño no ha de pasar...... Y ¡cáspita! recordaba mi Canto épico á las glorias de Chile.

Llevado por un coche que encontré en la calle de Mercaderes, después de caminar un buen rato por aquellas calles de la alegre ciudad de los virreyes, me encontré á las puertas de la Biblioteca Nacional. Entré, y tras pasar largos corredores, llegué al departamento del Sr. Director. Frente á la puerta de su oficina me detuve un momento para admirar el célebre cuadro de Montero La muerte de Atahualpa. Por fin, valor y adelante.

Dos golpecitos en la puerta.... De un regaño no ha de pasar......

«¡Oh, mi Sr. D. Darío Rubén!....» Ante una mesa toda llena de papeles nuevos y viejos, viejos sobre todo, estaba Ricardo Palma, y me recibía con una amable sonrisa que me daba ánimos, debajo de sus espesos y canosos bigotes retorcidos. ¡Figura simpática é interesante en verdad: Mediano de cuerpo, ágil á pesar de su gruesa carga de años, ojos brillantes que hablan y párpados movibles que subrayan á veces lo que dicen los ojos, rápido gesto de buen conversador y palabra fácil y amena:;tal era el ogro! «Oh, ini Sr. D. Darío Rubén..... Así me saludó, así, poniendo el apellido primero y el nombre después. Mi pobre nombre tiene esa capellanía. En diarios sudamericanos he leído: «El escritor que se oculta bajo el seudónimo de Rubén Darío..... Sí, unos lo creen seudónimo, otros lo colocan al revés, como el ingenio de las TRADICIONES PERUANAS, y otros, como D. Juan Valera, dicen que es un nombre «contrahecho ó fingido......

¡Valgame Dios! Pero dejo para otra vez el contar por qué mi nombre es judaico y mi apellido persa, y vuelvo á D. Ricardo. Me habló de su vida entre papeles antiguos, llenos de polvo y polillas; de literatos chilenos amigos suyos; de su querida Biblioteca, que está restaurándose; de la guerra del Pacífico (ahora viene el regaño, pensé.....); ¡de tantas cosas más!

Luego me llevó á conocer todos los departamentos del edificio, el salón de pinturas y esculturas nacionales, el de lectura y los extensísimos de los libros y manuscritos. No pude menos que exclamar: «Rica Biblioteca!» Encendí la pólvora. Vino el regaño, pero no para mí; no apareció el ogro, sino el hombrecito vibrante y patriota: «¡Rica antes de que la destrozaran los chilenos! Cuando la ocupación, entraban los soldados ebrios á robarse los libros. ¡Vea usted, mi Sr. D. Darío, vea usted!» Se acercó á un estante y tomó un precioso incunable, en una de cuyas páginas estaba escrito, con letra de Palma, que el libro había sido coinprado en dos reales á un sollado de Chile. Me narraba atrocidades. Me dijo todo lo que había sufrido en los tiempos terribles. Y al oirle hablar todo nervioso, con voz conmovida, yo pensaba: A qué hora le llegará su turno á mi Cunto épico?» No le tocó.

XV Libros ingleses, libros alemanes, libros italianos y americanos, libros españoles, la vieja legión de clásicos y casi todos los autores modernos estaban en aquellas estanterías; y luego el amarillento archivo colonial, los cronicones vetustos, la vasta mina escabrosa de donde el brillante y original trabajador peruano saca á la luz del mundo literario el grano de oro sin liga, que resplandece con brillo alegre en sus tradiciones incomparables.

«Me da tristeza—me dijo que la parte americana sea tan pobre.» Y en efecto, hacían falta muchas notables obras chilenas, argentinas, venezolanas, colombianas, ecuatorianas y con especialidad centro—ainericanas. Recuerdo que entre los libros de Guatemala encontré algunos de autores cubanos. Batres Montífar, el príncipe de los conteurs en verso, estaba allí; pero no García Goyena, el egregio fabulista, honra de la América Central, aunque nacido en el Ecuador, Pasamos luego á un gran salón donde están los retratos de los presidentes del Perú, destacándose entre ellos el del general Cáceres, en su caballo guerrero de belfo espumoso y brava estampa.

Vi también el de aquel indio legendario que, correo de guerra, tomado por el enemigo, se comió las cartas que llevaba, antes que entregarlas, y murió fieramente.

Palma me explicaba todo, complaciente, afable, citando nombres y fechas, hasta que volvimos á su oficina, donde llama la atención en una de las paredes un gran cuadro formado con billetes de Banco y sellos de correo peruanos.

          • Mientras él me hablaba de sus nuevos trabajos y de que pensaba entrar en arreglos con un editor de Buenos Aires para publicar una edición completa de sus TRADICIONES PERUANAS, yo recordaba que, en el principio de mi juventud, me había parecido un hermoso sueño irrealizable estar fronte á frente con el poeta de las Armonías, de quien me sabía desde niño aquello de ¡Parto, oh patria, desterrado!

De tu ciclo arrebolado mis miradas van en pos.

Y en la estela que riela sobre la faz de los mares ¡ay! envió á mis hogares un adiós, y con el autor de tanta famosa tradición cuyo nombre ha alabado la prensa del mundo, desde el Figaro de París hasta el último de nuestros periódicos. Y veía que el ogro no era tal ogro, sino un corazón bondadoso, una palabra alentadora y lisonjera, un conversador jovial, un ingenio en quien, con harta justicia, la América ve una gloria suya, En sus juicios literarios se dejan ver sus conocimientos del arte y su fina percepción estética. Él es deci‹lido afiliado á la corrección clásica, y respeta á la Academia. Pero comprende y admira el espíritu nuevo que hoy anima á un pequeño, pero triunfante y soberbio grupo de escritores y poetas de la América española: el modernismo. Conviene á saber: la elcvación y la demostración en la crítica, con la prohibición de que el maestro de escuela anodino y el pelagogo chascarrillero penetren en el templo del arte; la libertad y el vuelo; el triunfo de lo bello sobre lo preceptivo, en la prosa, y la novedad en la poesía; dar color y vida y aire y flexibili dad al antiguo verso que sufría anquilosis, apretado entre tomados mokles de hierro. Por eso él, el impecable, el orfebre buscador de joyas viejas, el delicioso anticuario de frases y refranes, aplaude á Díaz Mirón, el pode roso, y á Gutiérrez Nájera, cuya pluma aristocrática no escribe para la burguesía literaria, y á Rafael Obligado, y á Puga Acal, y al chileno Tondreau, y al salvadoreño Gavidia, y al guatemalteco Domingo Estrada.

Deleita oir á Palma tratar de asuntos filosóficos y artísticos, porque se advierte que en aquel cuerpo que se halla á las puertas de la ancianidad, corre una sangre viva y joven, y en aquella alma arde un fuego sagrado, que se derrama en claridades de nobilísimo entusiasmo.

Es la primera figura literaria que hoy tiene el Perú, junto con mi querido amigo el poeta Márquez, insigne traductor de Shakespeare. Y á propósito de poetas, en una de sus cartas me decía una vez D. Ricardo: «Yo no soy pocta.» Ante esta declaración, no hice sino recordar su magistral traducción de Victor Hugo, donde aparece, formidable y aterrador, aquel ojo que, desde lo infinito, está fijo mirando á Caín en todas partes. En cuanto á sus versos ligeros y jocosos, pocos hay que le aventajen en gracía y facilidad. Tienen la mayor parte de ellos un algo encantador, y es la nota limeña.

XVII Lima! Ya lo he dicho en otra parte. Si Santiago es la fuerza, Lima es la gracia. Si queréis gozar joh! los que leáis estas líneas, id & Lima, si tenéis dinero; y si no lo tenéis, id también. Hallaréis un delicioso clima, muelas flores, un cielo azul y radiante. Y sobre todo, allí encontraréis á la andaluza de América, á la mujer limeña, breve de pie y de mano, de boca roja y ojos que hipnotizan, incendian y enloquecen. Id al hermoso paseo de la Exposición, lleno de kioscos, alainedlas, jardines y verlores alegres; id en las tardes de paseo, cuando están las mujeres entre los árboles y las rosas, como en una fiesta de hermosura, ó en concurso de gra cias, dominadoras y gentiles. O pasad por los portales cuando, envueltas en sus mantos negres, pasan las damas que sólo dejan ver algo de blancura rosada del rostro, en el que, incrustados como dos estrellas negras, están, encendidos de amor, los ojos bellos.

El pueblo de Lima canta con arpa. La cerveza de Lima es excelente.

En la ciudad de Santa Rosa fabricóse un palacio la alegría. Lima gusta de los toros, como buena hija de España. Sus teatros son á menudo visitados por buenas troupes, y el público es inteligente y entusiasta por el arte Flota aún sobre Lima algo del buen tiempo viejo, de la época colonial. Lima tiene paseos, plazas, estatuas. Sobre una gran columna, que conmemora el célebre 2 de Mayo, se alza líricamente una fara que en boca su sonoro clarín. En otro lugar he visto á Simón Bolívar en su caballo de bronce, con la espada victoriosa en su diestra de héroe. Lima es católica, pero está llena de masones. En Lima hay familias de noble y pura sangre española. En el pueblo de Lima se puede notar ahora la más extraña confusión de razas: chino y negro, blanco y chino, indio y blanco, y las variaciones consiguientes. El cholo es debil, pero canta claro y es añagacero. Lima es pintoresca, franca, hospitalaria, garbosa, complaciente y risueña. El que entra en Lima está en el reino del placer. En Lima no llueve nunca. La tradición en el sentido que l'alima la ha impuesto en el muundo literario—es flor de Lima. La tradición cultivada fuera de Lima y por otra pluma que no sea la de Palina, no se da bien, tiene poco perfume, se ve falta de color. Y es que así como Vicuña Mackenna fué el primer santiaguino de Santiago, Ricardo Palma es el primer limeño de Lima.

Me desperlí de él con pena. ¡Quién sabe si volveré á verle! Y ya en el coche, que volaba camino del hotel, donde tenía que ver á Eloy Alfaro, con los ojos entrecerrados, y satisfecho de mi visita, sonreía al pensar en TOMO I → que el ogro no era como me lo pintaba mi amigo el chileno, y guardaba con orgullo en mi memoria, para conservarlo eternamente, el recuerdo de aquel vicjccito amable, de aquel buen amigo, do aquel glorioso príncipe del ingenio.

Guatemala, 1890 RUBÉN DARÍO RICARDO PALMA (Páginas del libro titulado Escritores y poetus sudamericanos) El nombre de Ricardo Palma no es desconocido en nuestro país. Hace unos veinte años que en los periódicos de esta capital y en los de los Estados se vienen reproduciendo sus bellas poesías y sus inimitables TRADICIONES PERUANAS. Recuerdo bien que allá por el año de 1872, cuando por iniciativa mía se estableció la edición dominical del Federalista en forma de cuaderno, uno de los atractivos que ofreció aquel semanario era la inserción frecuente de las regocijadas producciones del distinguido escritor limeño. Con vivo interés aguardaba yo la llegada de los correos de Sud—América, empuñando las tijeras de que el Sr. Bablot quería que se hiciese el menor uso posible, y buscaba una nueva tradición para halagar, reimprimiéndola, á los lectores, bien numerosos por cierto, de aquel semanario. Y no pasaban muchos días sin que a su vez los mejores periódicos de los Estados diesen cabida á aquellas amenísimas narraciones, sin decir, por supuesto, que del Federalista las copiaban.

Pasaron los años; el periódico del Sr. Bablot dejó de publicarse, y otros se encargaron de continuar aquella tarea, con gran contentamiento de los admiradores de Ricardo Palma, que lo son cuantos han saboreado alguna vez sus fáciles, entretenidos é intencionados escritos.

Esta predilección, no entíbiada ni en épocas de combate para la prensa mejicana, tiene razón de scr. Las TRADICIONES PERUANAS, sobre abundar en las galas del bien decir, encierran para nosotros un mérito que se inpone: el de ser un vivo reflejo de las costumbres mejicanas en tiempo de la dominación española; á tal punto, que un plagiario podía habersclas apropiado, cambiando únicamente los nombres de lugar y los de ciertos personajes. Pueblos de tico origen el peruano y el mejicano, es poco menos que imposible encontrar desemejanza entre las costumbres de la capital de la Nueva España y las de la ciudad de los reyos. Frailes, monjas, virreyes, luchas entre las potestades civil y eclesiástica; procesioXIX nes y antos de fe; naos que llegan de tarde en tarde; duelos por la muerte de un soberano, y fiestas y jiras por la coronación de otro; fechorias de los piratas ó filibusteros que infestaban las costas por el Atlántico y por el Pacífico, y ruidosos capítulos conventuales: he ahí los datos que las viejas crónicas del Perú y de Méjico ofrecen por canerá para bordar las flores de la leyenda que transporta al desocupado lector a los monótonos días del coloniaje; monótonos sí, pero poéticos, merced al misterioso encanto que ejerce on nuestro espíritu cualquiera tiempo pasado.

No tengo, pues, necesidad de ser difuso, hoy que inauguro una serie de estudios acerca de los escritores y poetas sudamericanos, con el relativo á Ricardo Palma. Le conocen bien los mejicanos por sus obras, y lo que me incumbe principalmente es dar ligeras noticias biográficas, que servirán, cierto estoy de ello, para que le estimen más los que hoy le aplauden sin conocer en toda su extensión los servicios que á las letras latino—americanas y á las ideas liberales ha prestado el popular narrador de las TRADICIONES PERUANAS.

Nació Ricardo Palma en la ciudad de Lima el día 7 de febrero de 1833.

Educóse en el Convictorio de San Carlos, del que salió en 1853, después de haber cursado con aprovechamiento notable la Jurisprudencia; y el que debiera haber sido abogado, convirtióso, por extraño modo, en marino. Por eso Cortés en su diccionario biográfico americano le llama «poeta y marino peruano» con gran extrañeza de los que ignoran que en la armada de su país prestó sus servicios como Contador ó Comisario de diversos buques, hasta que en 1860, á causa de una de esas revoluciones que tan frecuentes eran en el Perú como en Méjico hasta hace poco, fué desterrado á Chile. Allí permaneció unos tres años dedicado al periodismo con aplauso del pueblo chileno.

Cambiado el gobierno, regresó Palma á su patria & fines de 1863, y pocos meses más tarde emprendió viaje á Europa y Estados Unidos. Nombrado cónsul general del Perú en el imperio del Brasil, con residencia en el Pará, el rigor del clima le obligó á renunciar el puesto, y volvió á Lina, donde el combate del 2 de mayo de 1866 lo encontró sirviendo la jefatura de sección de uno de los ministerios. Año y medio más tarde fué secretario general del caudillo revolucionario coronel Balta, á quien acompañó en los trances más difíciles. Triunfante la revolución y convertido Balta on presidente constitucional de la República, el nuevo jefe del Estado confióle el despacho de su secretaría particular, puesto en el que permaneció cuatro años, siendo a la vez durante tres legislaturas senador por el departamento de Loreto.

Después de 1873, en que Palma cesó de ser miembro del Congreso, se alejó por completo de la política, consagrándose exclusivamente á las letras. Pero este alejamiento no fué tanto que le impidiera servir á su país en la prensa y en los reductos de Miraflores, en los luctuosos días de la guerra con Chile.

La victoria del ejército chileno fué verdaderamente desastrosa para Palma, pues su hogar, una bonita casa de campo en Miraflores, fué presa del incendio. Allí perdió el hombre de letras una rica biblioteca americana de más de cuatro mil volúmenes.

Ilecha la paz con Chile, el gobierno del general Iglesias nombró á Palma para que reorganizase, ó mejor dicho, para que crease la Biblioteca Nacional, que había sido saqueada por la soldadesca. Palma puso en juego sus relaciones y su reputación literaria en el extranjero para obtener donativos de libros, y antes de cuatro años logró catalogar treinta mil volúmenes en estantes que recibiera con espesa capa de polvo y sin un solo libro. Sin gasto para el tesoro peruano en la adquisición de obras, la Biblioteca de Lima llama ya la atención del viajero. El Sr. Palma como director de Biblioteca sigue prestando á su nación y á las letras servicios de inconmensurable valor.

Pero ya es tiempo de que echemos rápida ojeada sobre sus producciones literarias.

En 1863 dió á la estampa su primer libro: Anales de la inquisición de Lima, libro que, como dice uno de los biógrafos de Palma, saludó entonces la prensa sudamericana con merecidos elogios, y que hoy buscan los escritores liberales como una verdadera joya muy digna de conservarse entre los documentos históricos de su clase.

En 1865 publicó en París la colección de composiciones poéticas intitulada Armonías, en 1870 las Pasionarias y en 1877 los Verbos y Gerundios, que reunidas acaba de dar á la estampa con otras que ha dividido en las secciones Juvenilia, Cantarcillos, Traducciones y Nieblas, formando un volumen de 500 páginas, que lleva por vía de prólogo un notable estudio anecdótico sobre los poetas peruanos, bajo el título de La Bohemia limeña de 1848 & 1860, confidencias literarias.

La aparición de cada una de esas obras de Ricardo Palma ha sido saIndada por el aplauso de los cultivadores de las buenas letras en todos los pueblos en que se habla el hermoso idioma de Quintana y Valera.

D. Luis Benjamín Cisneros, inspirado poeta académico, hace observar en el prólogo que escribió para las Pasionarias de Palma en 1870 que casi no hay en toda la cadena de repúblicas que baña el Pacífico un solo nombre literario que no sea al mismo tiempo un nombre político, y en comprobación agrega, refiriéndoso al bardo peruano, lo siguiento, que creo oportuno reproducir, porque da una idea exacta del carácter de Palma. «Comenzó, dice, por cantar las glorias de la patria en la epopeya de la Independencia, y el sentimiento patriótico le llevó á apasionarse de las teorías liberales. El amor á la libertad se encarnú en su organización psicológica. Palma pensó, amó, sintió, aspiró, escribió, cantó, suspiró, combatió y sucumbió ó triunfó por el principio de libertad. Soldado más ó menos prominente, más o menos obscuro en las filas de sus correligionarios, en todas circunstancias de su vida fué leal, imperterritamente leal á su bandera. Ni las persecuciones, ni las enemistades gratuitas, ni los destierros, ni la pobreza, ni los desengaños, ni los dolores íntimos, nada ha podido debilitar la fe de su alına, la valentía de su palabra, la energía de su pluma. » XXI Hablando después el misnio Sr. Cisneros de las pocsías de Palma, que calitica de hermosas y escritas bajo las impresiones siempre fogosas del amor á la patria y á la libertad, se expresa así: «l'ero no es sólo la cuerda ronca, sonora y vigorosa del entusiasmo la que vibra en el arpa del poeta, ni es ella, á nuestro juicio, la que templa cuando arranca de su corazón los mejores cantos. Apreciainos más en Palina la dulce y amena galantería, su sencilla y graciosa fecundidad para con las bellas, su Horida y cortés amabilidad, su filosofía rápida, casta, suave, á veces lóbrega, siempre verdadera, siempre melancólica » El eminente escritor argentino D. Juan María Gutiérrez, juzgando los l'erbos y Gerundios, dijo lo siguiente: «Palma, bajo la capa de una chanza ligera, de un buen humor abundante y agudo, de una filosofía de manga ancha, esconde un odio instintivo á lo convencional, á lo trillado, á lo fingido, al plagio del sentimiento. Su poesía, más que desesperada como la de Byron, es cáustica y sin hipocresía como la del alemán Heine, á quien imita á menudo. El ha caracterizado así la retórica y la estética de sus simpatías:

«Forme usted líneas de medida iguales, y luego en fila las coloca juntas poniendo consonantes en las puntas.

Y en el medio?— En el medio? ; Ese es el cuento!

Hay que poner talento.» »Todo el libro de Hermosilla sobre el arte de hablar en verso no es tan buen consejero como este epigramático concepto de Palma, al cual se ajusta invariablemente.

»Hay á veces en la poesía de Palma (¿cómo no, si es hombre?) ayos de sensibilidad, efusión de afectos; pero nunca lluvia do lágrimas, ni tronada de lamentos remedados, como en el teatro, con hilos de oropel y con tiestos huecos. Huye de esas falsas ilusiones que reproducen las mentidas profundidades de la idea, aparatos deslumbradores que agigantan lo que es microscópico y enano; ilusiones parecidas á las que causa el espejo de un pequeño gabinete que, reproduciendo la miniatura, la prolonga haciéndonos creer que estamos en un palacio. Los versos de Palma de ninguna manera se parecen á esas pinturas en pequeñísima dimensión, que se esconden en el arco de un anillo mujeril y, miradas al través de un vidriecillo prismático, aparecen grandes como los frescos de la capilla Sixtina. » XXII Pero baste lo expuesto, con relación á las obras poéticas del fecundo escritor peruano, y veamos con cuánta justicia sus TRADICIONES le han colocado entre los más egregios prosistas de nuestra época.

¿Qué son las TRADICIONES? Son leyendas breves en las que no se pueden señalar claramente cuáles son los lindes que separan la historia de la novela. Simón Camacho, escritor distinguido, las define muy bien en las siguientes líneas: «Las TRADICIONES, dice, son miniaturas cuya belleza no consiste en el tamaño, pues no aspiran ellas á proporciones colosales, sino en el parecido de la persona, que aun vista por la parte ancha del anteojo, al llegar al foco es de todos conocida, por el trasunto que es y lo hábilmente pintada; en lo característico de la escena, que si no pasó debió pasar así y como lo dice el escritor; en los accesorios, que caen tan en sazón, que no traídos sino nacidos parecen sobre la pintura; en el color de los tiempos, que á nosotros nos es tan difícil encontrar, y que un poco de costumbre y una dosis colmnada de talento se me figura que apiñaran facilidades para ofrecérselo á quien tiene la vena inagotable para dar y prestar; sabor tan puro, tan castizo, que falta no tiene, ni jamás sale sin el afamado bouquet del vino que encierra mil encantos de imaginación para los buenos bebedores, aun desde antes que el líquido les proporcione la sensación material con que en gustarlo se deleitan.» Véase, además de lo clicho, el juicio crítico que anteriormente publicamos, suscrito por D. Miguel Cané, eminente prosista argentino, uno de los autores sudamericanos que con más elegancia escriben y con más refinado gusto juzgan las obras ajenasl'ongo punto final á las citas de las autoridades literarias que han encarecido los merecimientos del incansable narrador peruano, porque de continuar, acabaría yo por formar un libro. ¡Tanto así se ha dicho en su elogio!

Tengo para mí que una de las cualidades más excelentes que brillan en las TRADICIONES de Ricardo Palma, es la exuberante manifestación que en ellas hace de la riqueza y galanura de la habla castellana. La posesión absoluta que tiene el del idioma, sólo es comparable á la que demuestra Bretón en sus obras. Y es tan terso su estilo, tan grande su afluencia y tan fácil su expresión, que no creo que haya quien sienta cansancio ó fatiga leyendo días enteros SuS TRADICIONES, que son, hasta el presente, en número muy próximo al tercer centenar.

Palma es miembro de las Reales Academias Española y de la Historia, en la clase de correspondiente, y á él se debe la instalación de la del Perú que, con gran solemnidad, se inauguró en Lima el 30 de agosto de 1887, pronunciando él el discurso de orden, pieza importante porque contiene noticias por todo extremo curiosas sobre la historia de las letras en el Perú.

Ricardo l'alima tiene muchas simpatías por Méjico y por los escritores mejicatios. Con varios de éstos se halla en frecuente y cariñosa correspondencia epistolar, y en el tomo de sus l'oesús, publicado hace poco, tiguran algunas dedicatorias á sus amigos mejicanos. En la Biblioteca Nacional de su patria ha lograrlo reunir gran número de obras publicadas en Méjico, y no omite esfuerzo por enriquecer esa colección. Sirva esta noticia para aumentar, si cabe, la alta estimación que aquí se le tiene.

Francisco Sosa

México, 1889