Tragedia de Numancia/Jornada I/I

De Wikisource, la biblioteca libre.
Tragedia de Numancia
de Miguel de Cervantes
Jornada I, Escena I

Jornada I, Escena I

Interlocutores:
CIPIÓN.
JUGURTA.
GAYO MARIO.
Dos embajadores de Numancia.
Soldados romanos.
QUINTO FABIO.
MÁXIMO, hermano de Cipión.

Salen primero CIPIÓN y JUGURTA.
CIPIÓN:

   Esta difícil y pesada carga,
que el Senado romano me ha encargado,
tanto me aprieta, me fatiga y carga,
que ya sale de quicio mi cuidado.
Guerra de curso tan estraño y larga,
y que tantos romanos ha costado,
¿quién no estará suspenso al acabarla,
o quién no temerá de renovarla?

JUGURTA:

   ¿Quién, Cipión? Quien tiene la ventura
y el valor nunca visto que en ti encierras,
pues con ella y con él está sigura
la victoria y el triunfo destas guerras.

CIPIÓN:

El esfuerzo regido con cordura
allana al suelo las más altas sierras,
y la fuerza feroz de loca mano
áspero vuelve lo que está más llano.
   Mas no hay que reprimir, a lo que veo,
la furia del ejército presente,
que, olvidado de gloria y de trofeo,
yace embebido en la lascivia ardiente.
Esto sólo pretendo, esto deseo:
volver a nuevo trato a nuestra gente;
que, enmendado primero el que es amigo,
sujetaré más presto al enemigo.
   ¡Mario!


(Sale GAYO MARIO.)
GAYO MARIO:

¿Señor?

CIPIÓN:

Haz que a noticia venga
de todo nuestro ejército, en un punto,
que, sin que estorbo alguno le detenga,
parezca en este sitio todo junto,
porque una breve plática o arenga
les quiero hacer.

GAYO MARIO:

Harélo en este punto.

CIPIÓN:

Camina, porque es bien que sepan todos
mis nuevas trazas y sus viejos modos.
(Vase GAYO MARIO.)


JUGURTA:

   Séte decir, señor, que no hay soldado
que no te tema juntamente y te ame;
y, porque ese valor tuyo extremado
de Antártico a Calisto se derrame,
cada cual con feroz ánimo osado,
cuando la trompa a la ocasión le llame,
piensa de hacer en tu servicio cosas
que pasen las hazañas fabulosas.

CIPIÓN:

   Primero es menester que se refrene
el vicio que entre todos se derrama;
que si éste no se quita, en nada tiene
con ellos que hacer la buena fama.
Si este daño común no se previene,
y se deja arraigar su ardiente llama,
el vicio solo puede hacernos guerra
más que los enemigos desta tierra.


CIPIÓN:

(Dentro se echa este bando, habiendo primero tocado a recoger el atambor:)
       Manda nuestro general
       que se recojan, armados,
       luego todos los soldados
       en la plaza principal;
       y que ninguno no quede
       de parecer a esta vista,
       so pena que de la lista
       al punto borrado quede.

JUGURTA:

   No dudo yo, señor, sino que importa
regir con duro freno la milicia,
y que se dé al soldado rienda corta
cuando él se precipita en la injusticia:
la fuerza del ejército se acorta
cuando va sin arrimo de justicia,
aunque más le acompañen a montones
mil pintadas banderas y escuadrones.

(A este punto han de entrar los más soldados que pudieren, y GAYO MARIO, armados a la antigua, sin arcabuces; y CIPIÓN se sube sobre una peñuela que está en el tablado, y, mirando a los soldados, dice:)
CIPIÓN:

   En el fiero ademán, en los lozanos
marciales aderezos y vistosos,
bien os conozco, amigos, por romanos:
romanos, digo, fuertes y animosos;
mas, en las blancas delicadas manos
y en las teces de rostros tan lustrosos,
allá en Bretaña parecéis criados
y de padres flamencos engendrados.
   El general descuido vuestro, amigos,
el no mirar por lo que tanto os toca,
levanta los caídos enemigos
y vuestro esfuerzo y opinión apoca;
desta ciudad los muros son testigos,
que aún hoy están cual bien fundada roca,
de vuestras perezosas fuerzas vanas,
que sólo el nombre tienen de romanas.


CIPIÓN:

   ¿Paréceos, hijos, que es gentil hazaña
que tiemble del romano nombre el mundo,
y que vosotros solos en España
le aniquiléis y echéis en el profundo?
¿Qué flojedad es esta tan extraña?
¿Qué flojedad? Si mal yo no me fundo,
es flojedad nacida de pereza,
enemiga mortal de fortaleza.
   La blanda Venus con el duro Marte
jamás hacen durable ayuntamiento:
ella regalos sigue; él sigue el arte
que incita a daños y a furor sangriento.
La cipria diosa estése agora aparte;
deje su hijo nuestro alojamiento;
que mal se aloja en las marciales tiendas
quien gusta de banquetes y meriendas.


CIPIÓN:

   ¿Pensáis que sólo atierra la muralla
el ariete de ferrada punta,
y que sólo atropella la batalla
la multitud de gente y armas junta?
Si el esfuerzo y cordura no se halla,
que todo lo previene y lo barrunta,
poco aprovechan muchos escuadrones,
y menos, infinitas municiones.
   Si a militar concierto se reduce
cualquier pequeño ejército que sea,
veréis que como sol claro reluce,
y alcanza las victorias que desea;
pero si a flojedad él se conduce,
aunque abreviado el mundo en él se vea,
en un momento quedará deshecho
por más reglada mano y fuerte pecho.

CIPIÓN:

   Avergüénceos, varones esforzados,
ver que, a nuestro pesar, con arrogancia,
tan pocos españoles, y encerrados,
defiendan este nido de Numancia.
Diez y seis años son, y más, pasados,
que mantienen la guerra y la jactancia
de haber vencido con feroces manos
millares de millares de romanos.
   Vosotros os vencéis; que estáis vencidos
del bajo antojo femenil liviano,
con Venus y con Baco entretenidos,
sin que a las armas extendáis la mano.
Correos agora, si no estáis corridos,
de ver que este pequeño pueblo hispano
contra el poder romano se defienda,
y cuando más rendido, más ofenda.
   De nuestro campo quiero, en todo caso,
que salgan las infames meretrices;
que de ser reducidos a este paso
ellas solas han sido las raíces.


CIPIÓN:

Para beber no quede más de un vaso,
y los lechos, un tiempo ya felices,
llenos de concubinas, se deshagan
y de fajina y en el suelo se hagan.
   No me hüela el soldado a otros olores
que al olor de la pez y de resina,
ni por gulosidad de los sabores
traiga aparato alguno de cocina,
que el que busca en la guerra estos primores,
muy mal podrá sufrir la coracina;
no quiero otro primor ni otra fragancia,
en tanto que español viva en Numancia.
   No os parezca, varones, escabroso
ni duro este mi justo mandamiento:
que, al fin, conoceréis ser provechoso,
cuando aquel consigáis de vuestro intento.
Bien sé se os ha de hacer dificultoso
dar a vuestras costumbres nuevo asiento;
mas, si no las mudáis, estará firme
la guerra, que esta afrenta más confirme.


CIPIÓN:

   En blandas camas, entre juego y vino,
hállase mal el trabajoso Marte;
otro aparejo busca, otro camino;
otros brazos levantan su estandarte;
cada cual se fabrica su destino,
no tiene aquí Fortuna alguna parte:
la pereza fortuna baja cría;
la diligencia, imperio y monarquía.
   Estoy, con todo esto, tan seguro
de que al fin mostraréis que sois romanos,
que tengo en nada el defendido muro
destos rebeldes bárbaros hispanos;
y así, os prometo por mi diestra y juro
que si igualáis al ánimo las manos,
que las mías se alarguen en pagaros,
y mi lengua también en alabaros.


(Míranse los soldados unos a otros, y hacen señas a uno de ellos, GAYO MARIO, que responda por todos, y así dice:)
GAYO MARIO:

   Si con atentos ojos has mirado,
ínclito general, en los semblantes
que a tus breves razones han mostrado
los que tienes agora circunstantes,
cual habrás visto sin color, turbado,
y cual con ella: indicios bien bastantes
de que el temor y la vergüenza, a una,
los aflige, molesta e importuna.
   Vergüenza de mirarse reducidos
a términos tan bajos por su culpa;
que, viendo ser por ti reprehendidos,
no saben a su falta hallar disculpa;
temor de tantos yerros cometidos,
y la torpe pereza, que los culpa,
los tiene de tal modo, que se holgaran
antes morir que en esto se hallaran.


GAYO MARIO:

   Pero el lugar y tiempo que les queda
para mostrar alguna recompensa,
es causa que con menos fuerza pueda
fatigar el rigor de tal ofensa:
de hoy más, con presta voluntad y leda,
el más mínimo de estos cuida y piensa
de ofrecer sin revés a tu servicio
la hacienda, vida y honra en sacrificio.
   Admite, pues, de sus intentos sanos
el justo ofrecimiento, señor mío,
y considera, al fin, que son romanos,
en quien nunca faltó del todo el brío.
Vosotros, levantad las diestras manos
en señas que aprobáis el voto mío.


SOLDADO 1º:

Todo lo que aquí has dicho confirmamos.

SOLDADO 2º:

Y lo juramos [todos].

TODOS:

¡Sí juramos!

CIPIÓN:

   Pues, arrimada a tal ofrecimiento,
crecerá desde hoy más mi confianza,
creciendo en vuestros pechos ardimiento
y del viejo vivir nueva mudanza.
Vuestras promesas no se lleve el viento;
hacedlas verdaderas con la lanza,
que las mías saldrán tan verdaderas,
cuanto fuere el valor de vuestras veras.

SOLDADO:

   Dos numantinos con seguro vienen
a darte, Cipión, una embajada.

CIPIÓN:

¿Por qué no llegan ya? ¿En qué se detienen?

SOLDADO:

Esperan que licencia les sea dada.

CIPIÓN:

Si son embajadores, ya la tienen.

SOLDADO:

Embajadores son.

CIPIÓN:

Dales entrada;
que, aunque descubra cierto o falso pecho
el enemigo, siempre es de provecho.
   Jamás la falsedad vino cubierta
tanto con la verdad, que no mostrase
algún pequeño indicio, alguna puerta
por donde su maldad se investigase;
oír al enemigo es cosa cierta
que siempre aprovechó antes que dañase,
y en las cosas de guerra, la experiencia
muestra que lo que digo es cierta ciencia.


(Entran dos embajadores numantinos: PRIMERO y SEGUNDO.)
PRIMERO:

   Si nos das, buen señor, grata licencia
de decir la embajada que traemos,
do estamos, o ante sola tu presencia,
todo a lo que venimos te diremos.

CIPIÓN:

Decid, que adondequiera doy audiencia.

PRIMERO:

Pues con ese seguro que tenemos
de tu real grandeza concedido,
daré principio a lo que soy venido.
   Numancia, de quien yo soy ciudadano,
ínclito general, a ti me envía,
como al más fuerte capitán romano
que ha cubierto la noche o visto el día,
a pedirte, señor, la amiga mano,
en señal de que cesa la porfía
tan trabada y cruel de tantos años,
que ha causado sus propios y tus daños.

PRIMERO:

   Dice que nunca de la ley y fueros
del romano Senado se apartara,
si el insufrible mando y desafueros
de un cónsul y otro no la fatigara:
ellos, con duros estatutos fieros
y con su estrecha condición avara,
pusieron tan gran yugo a nuestros cuellos,
que forzados salimos dél y de ellos;
   y, en todo el largo tiempo que ha durado
entre ambas partes la contienda, es cierto
que ningún general hemos hallado
con quien poder tratar de algún concierto.
Empero agora, que ha querido el hado
reducir nuestra nave a tan buen puerto,
las velas de la guerra recogemos,
y a cualquiera partido nos ponemos.


PRIMERO:

   Y no imagines que temor nos lleva
a pedirte las paces con instancia,
pues la larga experiencia ha dado prueba
del poder valeroso de Numancia.
Tu virtud y valor es quien nos ceba,
y nos declara que será ganancia
mayor de cuantas desear podremos,
si por señor y amigo te tenemos.
   A esto ha sido la venida nuestra:
respóndenos, señor, lo que te place.

CIPIÓN:

Tarde de arrepentidos dais la muestra;
poco vuestra amistad me satisface.
De nuevo ejercitad la fuerte diestra,
que quiero ver lo que la mía hace,
ya que ha puesto en ella la ventura
la gloria mía y vuestra desventura.
   A desvergüenza de tan largos años,
es poca recompensa pedir paces:
seguid la guerra, renovad los daños,
salgan de nuevo las valientes haces.


SEGUNDO:

La falsa confianza mil engaños
consigo trae; advierte lo que haces,
señor, que esa arrogancia que nos muestras
renovará el valor en nuestras diestras.
   Y, pues niegas la paz que con buen celo
te ha sido por nosotros demandada,
de hoy más la causa nuestra con el cielo
quedará por mejor calificada;
y, antes que pises de Numancia el suelo,
probarás dó se extiende la indignada
furia de aquel que, siéndote enemigo,
quiere serte vasallo y fiel amigo.

CIPIÓN:

   ¿Tenéis más que decir?

PRIMERO:

No; más tenemos
que hacer, pues tú, señor, ansí lo quieres,
sin querer la amistad que te ofrecemos,
correspondiendo mal a ser quien eres.
Pero entonces verás lo que podemos,
cuando nos muestres tú lo que pudieres;
que es una cosa razonar de paces,
y otra romper por las armadas haces.

CIPIÓN:

   Verdad dices; y ansí, para mostraros
si sé tratar en paz y obrar en guerra,
no quiero por amigos aceptaros,
ni lo seré jamás de vuestra tierra.
Y, con esto, podéis luego tornaros.

SEGUNDO:

¿Que en esto tu querer, señor, se encierra?

CIPIÓN:

Ya he dicho que sí.

SEGUNDO:

Pues, ¡sus, al hecho,
que guerras ama el numantino pecho!

(Sálense los embajadores, y QUINTO FABIO, hermano de CIPIÓN, dice:)
QUINTO FABIO:

   El descuido pasado nuestro ha sido
el que os hace hablar de aquesa suerte,
mas ya ha llegado el tiempo, ya es venido,
do veréis nuestra gloria y vuestra muerte.

CIPIÓN:

El vano blasonar no es admitido
de pecho valeroso, honrado y fuerte:
templa las amenazas, Fabio, y calla,
y tu valor descubre en la batalla.
   Aunque yo pienso hacer que el numantino
nunca a las manos con nosotros venga,
buscando de vencerle tal camino,
que más a mi provecho le convenga;
yo haré que abaje el brío y pierda el tino,
y que en sí mesmo su furor detenga:
pienso de un hondo foso rodeallos,
y por hambre insufrible subjetallos.

CIPIÓN:

   No quiero ya que sangre de romanos
colore más el suelo desta tierra:
basta la que han vertido estos hispanos
en tan larga, reñida y cruda guerra;
ejercítense agora vuestras manos
en romper y cavar la dura tierra,
y cúbranse de polvo los amigos
que no lo están de sangre de enemigos.
   No quede de este oficio reservado
ninguno que le tenga preminente:
trabaje el decurión como el soldado,
y no se muestre en esto diferente.
Yo mismo tomaré el hierro pesado,
y romperé la tierra fácilmente.
Haced todos cual yo, y veréis que hago
tal obra con que a todos satisfago.


QUINTO FABIO:

   Valeroso señor y hermano mío,
bien nos muestras en esto tu cordura,
pues fuera conocido desvarío
y temeraria muestra de locura
pelear contra el loco airado brío
destos desesperados sin ventura.
Mejor será encerrallos, como dices,
y quitarles al brío las raíces.
   Bien puede la ciudad toda cercarse,
si no es la parte por do el río la baña.

CIPIÓN:

Vamos, y venga luego a efectuarse
esta mi nueva poco usada hazaña;
y si en nuestro favor quiere mostrarse
el cielo, quedará subjeta España
al Senado romano, solamente
con vencer la soberbia de esta gente.
[Vanse.]