Tragedia de Numancia/Jornada IV/I

De Wikisource, la biblioteca libre.
Tragedia de Numancia
de Miguel de Cervantes
Jornada IV, Escena I

Jornada IV, Escena I

Tócase al arma con gran priesa, y a este rumor salen CIPIÓN con JUGURTA y GAYO MARIO, alborotados.
CIPIÓN:

   ¿Qué es esto, capitanes? ¿Quién nos toca
al arma en tal sazón? ¿Es por ventura
alguna gente desmandada y loca,
que viene a procurar su sepultura?
O no sea algún motín el que provoca
tocar al arma en recia coyuntura:
que tan seguro estoy del enemigo,
que tengo más temor al que es amigo.


(Sale QUINTO FABIO, con la espada desnuda, y dice:)
QUINTO FABIO:

   Sosiega el pecho, general prudente,
que ya desta arma la ocasión se sabe,
puesto que ha sido a costa de tu gente:
de aquella en quien más brío y fuerza cabe.
Dos numantinos, con soberbia fuerte,
cuyo valor será razón se alabe,
saltando el ancho foso y la muralla,
han movido a tu campo cruel batalla.
    A las primeras guardias imbistieron,
y en medio de mil lanzas se arrojaron,
y con tal furia y rabia arremetieron,
que libre paso al campo les dejaron;
las tiendas de Fabricio acometieron,
y allí su fuerza y su valor mostraron,
de modo que en un punto seis soldados
fueron de agudas puntas traspasados.


QUINTO FABIO:

    No con tanta presteza el rayo ardiente
pasa rompiendo el aire en presto vuelo,
ni tanto la cometa reluciente,
se muestra ir presurosa por el cielo,
como estos dos por medio de tu gente
pasaron, colorando el duro suelo
con la sangre romana que sacaban
sus espadas doquiera que llegaban.
    Queda Fabricio traspasado el pecho;
abierta la cabeza tiene Horacio;
Olmida ya perdió el brazo derecho
y de vivir le queda poco espacio.
Fuele ansí mismo poco de provecho
la ligereza al valeroso Estacio,
pues el correr al numantino fuerte
fue abreviar el camino de su muerte.


QUINTO FABIO:

    Con presta ligereza discurriendo
iban de tienda en tienda, hasta que hallaron
un poco de bizcocho, el cual cogieron;
el paso, y no el furor, atrás volvieron:
el uno dellos se escapó huyendo,
al otro mil espadas le acabaron;
por donde infiero que la hambre ha sido
quien les dio atrevimiento tan subido.

CIPIÓN:

   Si estando deshambridos y encerrados
muestran tan demasiado atrevimiento,
¿qué hicieran siendo libres y enterados
en sus fuerzas primeras y ardimiento?
¡Indómitos, al fin seréis domados,
porque contra el furor vuestro violento
se tiene de poner la industria nuestra,
que de domar soberbios es maestra!

(Éntrase CIPIÓN y los suyos, y luego tócase al arma en la ciudad, y al rumor sale MORANDRO, herido y lleno de sangre, con una cestilla blanca en el brazo izquierdo con algún poco de bizcocho ensangrentado, y dice:)
MORANDRO:

    ¿No vienes, Leoncio? Di:
¿qué es esto, mi dulce amigo?
Si tú no vienes conmigo,
¿cómo vengo yo sin ti?
    Amigo, ¿que te has quedado?
Amigo, ¿que te quedaste?
¡No eres tú el que me dejaste,
sino yo el que te he dejado!
    ¿Que es posible que ya dan
tus carnes despedazadas
señales averiguadas
de lo que cuesta este pan?
    ¿Y es posible que la herida
que a ti te dejó difunto,
en aquel instante y punto
no me quitó a mí la vida?


MORANDRO:

    No quiso el hado cruel
acabarme en paso tal,
por hacerme a mí más mal
y hacerte a ti más fiel.
    Tú, en fin, llevarás la palma
de más verdadero amigo;
yo a desculparme contigo
enviaré bien presto el alma;
    y tan presto, que el afán
a morir me llama y tira,
en dando a mi dulce Lira
este tan amargo pan.
    Pan ganado de enemigos;
pero no ha sido ganado,
sino con sangre comprado
de dos sin ventura amigos.


(Sale LIRA con alguna ropa, como que la lleva a quemar, y dice:)
LIRA:

    ¿Qué es esto que ven mis ojos?

MORANDRO:

Lo que presto no verán,
según la priesa se dan
de acabarme mis enojos.
    Ves aquí, Lira, cumplida
mi palabra y mis porfías
de que tú no morirías
mientras yo tuviese vida.
    Y aun podré mejor decir
que presto vendrás a ver
que a ti sobrará el comer
y a mí faltará el vivir.

LIRA:

    ¿Qué dices, Morandro amado?

MORANDRO:

Lira, que acortes la hambre,
entre tanto que la estambre
de mi vida corta el hado;
    pero mi sangre vertida,
y con este pan mezclada,
te ha de dar, mi dulce amada,
triste y amarga comida.
    Ves aquí el pan que guardaban
ochenta mil enemigos,
que cuesta de dos amigos
las vidas que más amaban.
    Y, porque lo entiendas cierto
y cuánto tu amor merezco,
ya yo, señora, perezco,
y Leoncio ya está muerto.
    Mi voluntad sana y justa
recíbela con amor,
que es la comida mejor
y de que el alma más gusta.
    Y, pues en tormenta y calma
siempre has sido mi señora,
recibe este cuerpo agora,
como recibiste el alma.


(Cáese muerto y cógele en las faldas LIRA.)
LIRA:

    Morandro, dulce bien mío,
¿qué sentís, o qué tenéis?
¿Cómo tan presto perdéis
vuestro acostumbrado brío?
    Mas, ¡ay, triste sin ventura,
que ya está muerto mi esposo!
¡Oh caso, el más lastimoso
que se vio en la desventura!
    ¿Quién os hizo, dulce amado,
con valor tan excelente,
enamorado valiente
y soldado desdichado?
    ¡Hicistes una salida
esposo mío, de suerte,
que por escusar mi muerte,
me habéis quitado la vida!
    ¡Oh pan de la sangre lleno
que por mí se derramó,
no te tengo en cuenta yo
de pan, sino de veneno;
    ¡No te llegaré a mi boca
por poderme sustentar,
si ya no es para besar
esta sangre que te toca!


(A este punto ha de entrar un muchacho hablando desmayadamente, el cual es HERMANO de LIRA.)
HERMANO:

   Lira, hermana, ya expiró
mi padre, y mi madre está
en términos que ya ya
morirá cual muero yo:
    la hambre los ha acabado.
Hermana mía, ¿pan tienes?
¡Oh pan, y cuán tarde vienes,
que ya no hay pasar bocado!
    Tiene la hambre apretada
mi garganta en tal manera,
que, aunque este pan agua fuera,
no pudiera pasar nada.
    Tómalo, hermana querida;
que, por más crecer mi afán,
veo que me sobra el pan
cuando me falta la vida.
(Cáese muerto.)


LIRA:

    ¿Espiraste, hermano amado?
Ni aliento ni vida tiene:
¡bien es el mal cuando viene
sin venir acompañado!
    Fortuna, ¿por qué me aquejas
con un daño y otro junto,
y por qué en un solo punto
huérfana y viuda me dejas?
    ¡Oh duro escuadrón romano,
cómo me tiene tu espada
de dos muertos rodeada:
uno esposo y otro hermano!
    ¿A cuál volveré la cara
en este trance importuno,
si en la vida cada uno
fue prenda del alma cara?


LIRA:

    ¡Dulce esposo, hermano tierno,
yo os igualaré en quereros,
porque pienso presto veros
en el cielo o el infierno!
    En el modo de morir
a entrambos he de imitar,
porque el hierro ha de acabar,
y la hambre, mi vivir.
    Primero daré a mi pecho
una daga que este pan:
que a quien vive con afán,
es la muerte de provecho.
    ¿Qué aguardo? ¡Cobarde estoy!
Brazo, ¿ya os habéis turbado?
¡Dulce esposo, hermano amado,
esperadme, que ya voy!


(A este punto, sale una MUJER huyendo, y tras ella un SOLDADO numantino con una daga en la mano para matarla.)
MUJER:

   ¡Eterno padre, Júpiter piadoso,
favorecedme en tan adversa suerte!

SOLDADO:

¡Aunque más lleves vuelo presuroso,
mi dura mano te ha de dar la muerte!

(Éntrase la MUJER adentro y dice LIRA:
LIRA:

El hierro agudo, el brazo belicoso,
contra mí, buen soldado, le convierte:
deja vivir a quien la vida agrada,
y quítame la mía, que me enfada.

SOLDADO:

    Puesto que es el decreto del Senado
que ninguna mujer quede con vida,
¿cuál será el bravo pecho acelerado
que en ese hermoso vuestro dé herida?
Yo, señora, no soy tan mal mirado,
que me precie de ser vuestro homicida:
otra mano, otro hierro ha de acabaros,
que yo sólo nací para adoraros.

LIRA:

   Esa piedad que quiés usar conmigo,
valeroso soldado, yo te juro,
y al alto Cielo pongo por testigo,
que yo la estimo por rigor muy duro;
tuviérate yo entonces por amigo
cuando, con pecho y ánimo seguro,
este mío afligido traspasaras
y de la amarga vida me privaras.
    Pero, pues quiés mostrarte piadoso,
tan en daño, señor, de mi contento,
muéstralo agora en que a mi triste esposo
demos el funeral último asiento;
también a este mi hermano, que en reposo
yace, ya libre del vital aliento:
mi esposo feneció por darme vida;
de mi hermano, la hambre fue homicida.


SOLDADO:

   Hacer lo que me mandas está llano,
con condición que en el camino cuentes
quién a tu amado esposo y caro hermano
trujo a los postrimeros accidentes.

LIRA:

Amigo, ya el hablar no está en mi mano.

SOLDADO:

¿Que tan al cabo estás? ¿Que tal te sientes?
Lleva a tu hermano, pues que es menor carga,
y yo a tu esposo, que más pesa y carga.
(Sálense llevando los dos cuerpos.)