Tragedia de Numancia/Jornada IV/II

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Tragedia de Numancia
de Miguel de Cervantes
Jornada IV, Escena II

Jornada IV, Escena II

Sale una mujer armada, con un escudo en el brazo izquierdo y una lancilla en la mano, que significa la GUERRA; trae consigo a la ENFERMEDAD, arrimada a una muleta, y rodeada de paños la cabeza, con una máscara amarilla, y la HAMBRE saldrá vestida con una ropa de bocací amarillo, y una máscara amarilla o descolorida. Pueden estas figuras hacellas hombres, pues llevan máscaras.
GUERRA:

   Hambre y Enfermedad, ejecutoras
de mis terribles mandos y severos,
de vidas y salud consumidoras,
con quien no vale ruego, mando o fueros,
pues ya de mi intención sois sabidoras,
no hay para qué de nuevo encareceros
de cuánto gusto me será y contento
que, luego luego, hagáis mi mandamiento.


GUERRA:

    La fuerza incontrastable de los hados,
cuyos efectos nunca salen vanos,
me fuerza a que de mí sean ayudados
estos sagaces mílites romanos:
ellos serán un tiempo levantados,
y abatidos también estos hispanos;
pero tiempo vendrá en que yo me mude
y dañe al alto y al pequeño ayude.
    Que yo, que soy la poderosa Guerra,
de tantas madres detestada en vano,
aunque quien me maldice a veces yerra,
pues no sabe el valor desta mi mano,
sé bien que en todo el orbe de la tierra
seré llevada del valor hispano,
en la dulce sazón que estén reinando
un Carlos, un Filipo y un Fernando.


ENFERMEDAD:

   Si ya la Hambre, nuestra amiga fida,
no tuviera tomado con instancia
a su cargo de ser fiera homicida
de todos cuantos viven en Numancia,
fuera de mí tu voluntad cumplida,
de modo que se viera la ganancia
fácil y rica que el romano hubiera
harto mejor de aquella que se espera.
    Mas ella, en cuanto su poder alcanza,
ya tiene tal al pueblo numantino,
que de esperar alguna buena andanza
le ha tomado las sendas y el camino;
mas del furor la rigurosa lanza
y la influencia del contrario signo
le trata con tan áspera violencia,
que no es menester hambre ni dolencia.
    El Furor y la Rabia, tus secuaces,
han tomado en sus pechos tal asiento,
que, cual si fuese de romanas haces,
cada cual de su sangre está sediento.
Muertes, incendios, iras son sus paces;
en el morir han puesto su contento,
y por quitar el triunfo a los romanos,
ellos mesmos se matan con sus manos.


HAMBRE:

   Volved los ojos y veréis ardiendo
de la ciudad los encumbrados techos;
escuchad los suspiros que saliendo
van de mil tristes lastimados pechos;
oíd la voz y lamentable estruendo
de bellas damas a quien, ya deshechos
los tiernos miembros en ceniza y fuego,
no valen padre, amigo, amor ni ruego.
    Cual suelen las ovejas descuidadas,
siendo del fiero lobo acometidas,
andar aquí y allí descarriadas,
con temor de perder las simples vidas,
tal niños y mujeres delicadas,
huyendo las espadas homicidas,
andan de calle en calle, ¡oh hado insano!,
su cierta muerte dilatando en vano.


HAMBRE:

    Al pecho de la amada nueva esposa
traspasa del esposo el hierro agudo;
contra la madre, ¡oh nunca vista cosa!,
se muestra el hijo de piedad desnudo,
y contra el hijo el padre, con rabiosa
clemencia levantando el brazo crudo,
rompe aquellas entrañas que ha engendrado,
quedando satisfecho y lastimado.
    No hay plaza, no hay rincón, no hay calle o casa,
que de sangre y de muertos no esté llena;
el hierro mata, el duro fuego abrasa,
y el rigor ferocísimo condena.
Presto veréis que por el suelo rasa
está la más subida y alta almena,
y las casas y templos más crecidos
en polvo y en ceniza convertidos.


HAMBRE:

    Venid: veréis que en los amados cuellos
de tiernos hijos y mujer querida,
Teógenes afila y prueba en ellos
de su espada el cruel corte homicida,
y como ya, después de muertos ellos,
estima en poco la cansada vida,
buscando de morir un modo estraño,
que causó, con el suyo, más de un daño.

GUERRA:

   Vamos, pues, y ninguno se descuide
de ejecutar por eso aquí su fuerza,
y a lo que digo sólo atienda y cuide,
sin que de mi intención un punto tuerza.
(Vanse.)