Tragedia de Numancia/Jornada IV/III

De Wikisource, la biblioteca libre.
Tragedia de Numancia
de Miguel de Cervantes
Jornada IV, Escena III

Jornada IV, Escena III

Sale TEÓGENES, con dos hijos pequeños y una hija y su MUJER.
TEÓGENES:

   Cuando el paterno amor no me detiene
de ejecutar la furia de mi intento,
considerad, mis hijos, cuál me tiene
el celo de mi honroso pensamiento.
Terrible es el dolor que se previene
con acabar la vida en fin violento,
y más el mío, pues al hado plugo
que yo sea de vosotros cruel verdugo.
    No quedaréis, ¡oh hijos de mi alma!,
esclavos, ni el romano poderío
llevará de vosotros triunfo o palma,
por más que a sujetarnos alce el brío;
el camino, más llano que la palma,
de nuestra libertad el cielo pío
nos ofrece, nos muestra y nos advierte
que sólo está en las manos de la muerte.


TEÓGENES:

    Ni vos, dulce consorte, amada mía,
os veréis en peligro que romanos
pongan en vuestro pecho y gallardía
los vanos ojos y las torpes manos.
Mi espada os sacará desta agonía,
y hará que sus intentos salgan vanos,
pues, por más que codicia los atiza,
triunfarán de Numancia en la ceniza.
    Yo soy, consorte amada, el que primero
di el parecer que todos pereciésemos,
antes que al insufrible desafuero
del romano poder sujetos fuésemos,
y en el morir no pienso ser postrero,
ni lo serán mis hijos.


MUJER:

¡Si pudiésemos
escaparnos, señor, por otra vía,
el cielo sabe si me holgaría!
    Mas, pues no puede ser, según yo veo,
y está ya mi muerte tan cercana,
lleva de nuestras vidas tú el trofeo,
y no la espada pérfida romana.
Mas, pues que he de morir, morir deseo
en el sagrado templo de Dïana.
Allá nos lleva, buen señor, y luego
entréganos al hierro, al lazo, y fuego.

TEÓGENES:

   Ansí se haga, y no nos detengamos;
que ya a morir me incita el triste hado.

HIJO:

Madre, ¿por qué lloráis? ¿Adónde vamos?
Teneos, que andar no puedo de cansado.
Mejor será, mi madre, que comamos,
que la hambre me tiene fatigado.

MADRE:

Ven en mis brazos, hijo de mi vida,
do te daré la muerte por comida.

(Vanse luego, y salen dos muchachos huyendo; y el uno de ellos ha de ser el que se arroja de la torre, que se llama VIRIATO, y el otro, SERVIO.)
VIRIATO:

   ¿Por dónde quieres que huyamos,
Servio?

SERVIO:

¿Yo? Por do quisieres.

VIRIATO:

Camina; ¡qué flojo eres!
¡Tú ordenas que aquí muramos!
    ¿No ves, triste, que nos siguen
mil hierros para matarnos?

SERVIO:

Imposible de escaparnos
de aquéllos que nos persiguen.
    Mas di: ¿qué piensas hacer,
o qué medio hay que nos cuadre?

VIRIATO:

A una torre de mi padre
me pienso ir a esconder.

SERVIO:

   Amigo, bien puedes irte;
que yo estoy tan flaco y laso
de hambre, que un solo paso
no puedo dar, ni seguirte.

VIRIATO:

   ¿Que no quiés venir?

SERVIO:

¡No puedo!

VIRIATO:

Si no puedes caminar,
ahí te habrá de acabar
la hambre, la espada o miedo.
    Y voyme, porque ya temo
lo que el vivir desbarata:
o que la espada me mata,
o que en el fuego me quemo.

(Vase y sale TEÓGENES con dos espadas desnudas, y ensangrentadas las manos, y como SERVIO le ve venir, húyese y éntrase dentro.)
TEÓGENES:

   Sangre de mis entrañas derramada,
pues sois aquella de los hijos míos;
mano contra ti mesma acelerada,
llena de honrosos y crueles bríos;
Fortuna, en daño nuestro conjurada;
cielos, de justa piedad vacíos,
ofrecedme en tan dura amarga suerte
alguna honrosa aunque cercana muerte.
    ¡Valientes numantinos, haced cuenta
que yo soy algún pérfido romano,
y vengad en mi pecho vuestra afrenta,
ensangrentando en él la espada y mano!
(Arroja la una espada de la mano.)


TEÓGENES:

Una de estas espadas os presenta
mi airada furia y mi dolor insano;
que muriendo en batalla, no se siente
tanto el rigor del último acidente;
    y el que privare del vital sosiego
al otro, por señal de beneficio,
entregue el desdichado cuerpo al fuego;
que éste será bien piadoso oficio.
Venid; ¿qué os detenéis? Acudid luego;
haced ya de mi vida sacrificio,
y esa terneza que tenéis de amigos
volved en rabia fiera de enemigos.

UN NUMANTINO:

   ¿A quién, fuerte Teógenes, invocas?
¿Qué nuevo modo de morir procuras?
¿Para qué nos incitas y provocas
a tantas desiguales desventuras?

TEÓGENES:

Valiente numantino, si no apocas
con el miedo tus bravas fuerzas duras,
toma esa espada y mátate conmigo,
ansí como si fuese tu enemigo;
    que esta manera de morir me aplace
en este trance más que no otra alguna.

NUMANTINO:

También a mí me agrada y satisface,
pues que lo quiere ansí nuestra fortuna;
mas vamos a la plaza, adonde yace
la hoguera a nuestras vidas importuna,
porque el que allí venciere, pueda luego
entregar el vencido al duro fuego.

TEÓGENES:

   Bien dices; y camina, que se tarda
el tiempo de morir como deseo,
ora me mate el hierro o el fuego me arda,
que gloria nuestra en cualquier muerte veo.
(Éntranse.)