Tragedia de NumanciaTragedia de NumanciaMiguel de CervantesJornada III, Escena I
Jornada III, Escena I
Interlocutores:
CIPIÓN,
JUGURTA y
GAYO MARIO.
CIPIÓN:
En forma estoy contento en mirar cómo
corresponde a mi gusto la ventura,
y esta libre nación soberbia domo
sin fuerzas, solamente con cordura.
En viendo la ocasión, luego la tomo,
porque sé cuánto corre y se apresura;
y si se pasa, en cosas de la guerra,
el crédito consume y vida atierra.
¿Juzgábades a loco desvarío
tener los enemigos encerrados,
y que era mengua del romano brío
no vencellos con modos más usados?
Bien sé que lo habrán dicho; mas yo fío
que los que fueren prácticos soldados
dirán que es de tener en mayor cuenta
la victoria que menos es sangrienta.
CIPIÓN:
¿Qué gloria puede haber más levantada
en las cosas de guerra que aquí digo,
que, sin quitar de su lugar la espada,
vencer y sujetar al enemigo?
Que, cuando la victoria es granjeada
con la sangre vertida del amigo,
el gusto mengua que causar pudiera
la que sin sangre tal ganada fuera.
(Aquí ha de sonar una trompeta desde el muro de Numancia.)
QUINTO FABIO:
Oye, señor, que de Numancia suena
el son de una trompeta, y me asiguro
que decirte algo desde allá se ordena,
pues el salir de acá lo estorba el muro.
Corabino se ha puesto en una almena,
y una señal ha hecho de seguro;
lleguémonos más cerca.
CIPIÓN:
Sea, lleguemos.
GAYO MARIO:
No más, que dende aquí le entenderemos.
(Pónese CORABINO encima de la muralla con bandera blanca puesta en una lanza.)
CORABINO:
¡Romanos! ¡Ah, romanos! ¿Puede acaso
ser de vosotros esta voz oída?
GAYO MARIO:
Puesto que más la bajes y hables paso,
cualquiera tu razón será entendida.
CORABINO:
Decid al general que acerque el paso
al foso, porque viene dirigida
a él una embajada.
CIPIÓN:
Dila presto,
que yo soy Cipión.
CORABINO:
Escucha el resto.
Dice Numancia, general prudente,
que consideres bien que ha muchos años
que entre la nuestra y tu romana gente
duran los males de la guerra estraños;
y que, por evitar que no se aumente
la dura pestilencia destos daños,
quiere, si tú quisieres, acaballa
con una breve y singular batalla.
Un soldado se ofrece de los nuestros
a combatir, cerrado en estacada,
con cualquiera esforzado de los vuestros,
por acabar contienda tan pesada;
y si los hados fueren tan siniestros,
que el uno quede sin la vida amada,
si fuere el nuestro, darse ha la tierra;
si el tuyo fuere, acábese la guerra.
CORABINO:
Y, por seguridad deste concierto,
daremos a tu gusto los rehenes.
Bien sé que en él vendrás, porque estás cierto
de los soldados que a tu cargo tienes,
y sabes que el menor, en campo abierto,
hará sudar el pecho, el rostro y sienes
al más aventajado de Numancia:
ansí que, está sigura tu ganancia.
Porque a la ejecución se venga luego,
respóndeme, señor, si estás en ello.
CIPIÓN:
Donaire es lo que dices, risa, juego,
y loco el que pensase de hacello.
Usad el medio del humilde ruego,
si queréis que se escape vuestro cuello
de probar el rigor y filos diestros
del romano cuchillo y brazos nuestros.
CIPIÓN:
La fiera que en la jaula está encerrada
por su selvatiquez y fuerza dura,
si puede allí con maña ser domada
y con el tiempo y medios de cordura,
quien la dejase ir libre y desatada
daría grandes muestras de locura.
Bestias sois, y por tales, encerrados
os tengo donde habéis de ser domados.
Mía será Numancia, a pesar vuestro,
sin que me cueste un mínimo soldado,
y el que tenéis vosotros por más diestro
rompa por ese foso trincheado;
y si en esto os parece que yo muestro
un poco mi valor acobardado,
el viento lleve agora esta vergüenza,
y vuélvale la fama cuando os venza. (Vanse CIPIÓN y los suyos.)
CORABINO:
¿No escuchas más, cobarde? ¿Ya te escondes?
¿Enfádate la igual justa batalla?
Mal con tu nombradía correspondes,
mal podrás deste modo sustentalla;
en fin, como cobarde me respondes.
¡Cobardes sois, romanos, vil canalla,
en vuestra muchedumbre confiados,
y no en los diestros brazos levantados!
¡Pérfidos, desleales, fementidos,
crueles, revoltosos y tiranos;
ingratos, codiciosos, malnacidos,
pertinaces, feroces y villanos;
adúlteros, infames, conocidos
por de industriosas, mas cobardes manos!,
¿qué gloria alcanzaréis en darnos muerte
teniéndonos atados desta suerte?
CORABINO:
En cerrado escuadrón, o manga suelta,
en la campaña rasa, do no pueda
estorbar la mortal fiera revuelta
el ancho foso y muro que la veda,
fuere bien que, sin dar el pie la vuelta
y sin tener jamás la espada queda,
ese ejército mucho, bravo, vuestro
se viera con el poco, flaco, nuestro.
Mas, como siempre estáis acostumbrados
a vencer con ventajas y con mañas,
estos conciertos, en valor fundados,
no los admiten bien vuestras marañas.
¡Liebres en pieles fieras disfrazados,
load y engrandeced vuestras hazañas;
que espero en el gran Júpiter de veros
sujetos a Numancia y a sus fueros!
(Bájase, y torna a salir luego con todos los numantinos que salieron en el principio de la segunda jornada, excepto MARQUINO, que se arrojó en la sepultura, y sale también MORANDRO.)
TEÓGENES:
En términos nos tiene nuestra suerte,
dulces amigos, que será ventura
acabar nuestros daños con la muerte.
Por nuestro mal, por nuestra desventura,
vistes del sacrificio el triste agüero,
y a Marquino tragar la sepultura.
El desafío no ha importado un cero;
de intentar qué nos queda no lo siento,
si no es acelerar el fin postrero.
Esta noche se muestre el ardimiento
del numantino acelerado pecho,
y póngase por obra nuestro intento:
el enemigo muro sea deshecho;
salgamos a morir a la campaña,
y no, como cobardes, en estrecho.
Bien sé que sólo sirve esta hazaña
de que a nuestro morir se mude el modo;
que con ella la muerte se acompaña.
CORABINO:
Con ese parecer yo me acomodo:
morir quiero rompiendo el fuerte muro,
y deshacelle por mi mano todo;
mas tiéneme una cosa mal seguro:
que si nuestras mujeres saben esto,
de que no haremos nada os aseguro.
Cuando otra vez tuvimos presupuesto
de salir y dejallas, cada uno
fiado en su caballo y brazo diestro,
ellas, que el trato a ellas importuno
supieron, al momento nos robaron
los frenos, sin dejarnos sólo uno.
Entonces el salir nos estorbaron,
y ansí lo harán agora fácilmente
si las lágrimas muestran que mostraron.
MORANDRO:
Nuestro designio a todas es patente;
todas lo saben; ya no queda alguna
que no se queja dello amargamente,
y dicen que en la buena o ruin fortuna
quieren, en vida y muerte, acompañarnos,
aunque su compañía es importuna. (Aquí entran cuatro o más mujeres de Numancia, y con ellas LIRA. Las mujeres traen unas figuras de niños en los brazos, y otros de las manos, excepto LIRA, que no trae ninguno.)
Veislas aquí do vienen a rogaros,
no la dejéis en tantos embarazos;
aunque seáis de acero, han de ablandaros.
Los tiernos hijos vuestros en los brazos
las tristes traen; ¿no veis con qué señales
de amor les dan los últimos abrazos?
PRIMERO:
Dulces señores nuestros, si en los males
hasta aquí de Numancia padecidos,
que son menores los que son mortales,
y en los bienes también, que ya son idos,
siempre mostramos ser mujeres vuestras,
y vosotros también nuestros maridos,
¿por qué en las ocasiones tan siniestras
que el cielo airado agora nos ofrece,
nos dais de aquel amor tan cortas muestras?
Hemos sabido, y claro se parece,
que en las romanas armas arrojaros
queréis, pues su rigor menos empece
que no la hambre de que veis cercaros,
de cuyas flacas manos desabridas
por imposible tengo el escaparos.
Peleando queréis dejar las vidas,
y dejarnos también desamparadas,
a deshonras y muertes ofrecidas.
PRIMERO:
Nuestro cuello ofreced a las espadas
vuestras primero; que es mejor partido
que vernos de enemigos deshonradas.
Yo tengo en mi intención estatuido
que, si puedo, haré cuanto en mí fuere
por morir do muriere mi marido.
Y esto mesmo hará la que quisiere
mostrar que no los miedos de la muerte
le estorban de querer a quien bien quiere,
en buena o mala, en dulce o amarga suerte.
OTRA:
¿Qué pensáis, varones claros?
¿Revolvéis aun todavía
en la triste fantasía
de dejarnos y ausentaros?
¿Queréis dejar por ventura
a la romana arrogancia
las vírgenes de Numancia
para mayor desventura?
OTRA:
Y a los libres hijos nuestros
¿queréis esclavos dejallos?
¿No será mejor ahogallos
con los propios brazos vuestros?
¿Queréis hartar el deseo
de la romana codicia,
y que triunfe su injusticia
de nuestro justo trofeo?
¿Serán por ajenas manos
nuestras casas derribadas?
Y las bodas esperadas,
¿hanlas de gozar romanos?
En salir hacéis error,
que acarrea cien mil yerros,
porque dejáis sin los perros
el ganado, y sin señor.
Si al foso queréis salir,
llevadnos en tal salida,
porque tendremos por vida
a vuestros lados morir.
No apresuréis el camino
al morir, porque su estambre
cuidado tiene la hambre
de cercenarla contino.
OTRAS:
Hijos destas tristes madres,
¿qué es esto? ¿Cómo no habláis,
y con lágrimas rogáis
que no os dejen vuestros padres?
Basta que la hambre insana
os acabe con dolor,
sin esperar el rigor
de la aspereza romana.
Decidles que os engendraron
libres, y libres nacisteis,
y que vuestras madres tristes
también libres os criaron.
Decidles que, pues la suerte
nuestra va tan de caída,
que, como os dieron la vida,
ansimismo os den la muerte.
OTRAS:
¡Oh muros desta ciudad!,
si podéis, hablad; decid,
y mil veces repetid:
«¡Numantinos, libertad!»
Los templos, las casas nuestras,
levantadas en concordia;
os piden misericordia,
hijos y mujeres vuestras.
Ablandad, claros varones,
esos pechos diamantinos,
y mostrad, cual numantinos,
amorosos corazones;
que no por romper el muro
remediáis un mal tamaño;
antes en ello está el daño
más propincuo y más seguro.
LIRA:
También las tiernas doncellas
ponen en vuestra defensa
el remedio de su ofensa
y el alivio a sus querellas;
no dejéis tan ricos robos
a las codiciosas manos:
mirad que son los romanos
hambrientos y fieros lobos.
Desesperación notoria
es esta que hacer queréis,
adonde sólo hallaréis
breve muerte y larga gloria.
Mas, ya que salga mejor
que yo pienso esta hazaña,
¿qué ciudad hay en España
que quiera daros favor?
LIRA:
Mi pobre ingenio os advierte
que si hacéis esta salida,
al enemigo dais vida
y a toda Numancia muerte.
De vuestro acuerdo gentil
los romanos burlarán;
porque, decidme: ¿qué harán
tres mil contra ochenta mil?
Aunque estuviesen abiertos
los muros y sin defensa,
seríades con ofensa
mal vengados y bien muertos.
Mejor es que la ventura
o el daño que el cielo ordene,
o nos salve o nos condene,
dé la vida o sepultura.
TEÓGENES:
Limpiad los ojos húmidos del llanto,
mujeres tiernas, y tené entendido
que vuestra angustia la sentimos tanto,
que responde al amor nuestro subido;
ora crezca el dolor, ora el quebranto
sea, por nuestro bien, disminuido,
jamás en vida o muerte os dejaremos;
antes, en muerte y vida os serviremos.
Pensábamos salir al foso, ciertos
antes de allí morir que de escaparnos,
pues fuera quedar vivos, aunque muertos,
si muriendo pudiéramos vengarnos;
mas, pues nuestros disignios descubiertos
han sido, y es locura aventurarnos,
amados hijos y mujeres nuestras,
nuestras vidas serán, de hoy más, las vuestras.
TEÓGENES:
Sólo se ha de mirar que el enemigo
no alcance de nosotros triunfo y gloria:
antes ha de servir él de testigo
que apruebe y eternice nuestra historia;
y si todos venís en lo que digo,
mil siglos durará nuestra memoria:
y es que no quede cosa aquí en Numancia
de do el contrario pueda haber ganancia.
En medio de la plaza se haga un fuego,
en cuya ardiente llama licenciosa
nuestras riquezas todas se echen luego,
desde la pobre a la más rica cosa;
y esto podéis tener a dulce juego,
cuando os declare la intención honrosa
que se ha de efectuar, después que sea
abrasada cualquier rica presea.
Y, para entretener por alguna hora
la hambre, que ya roe nuestros huesos,
haréis descuartizar luego a la hora
esos tristes romanos que están presos,
y, sin del chico al grande hacer mejora,
repártanse entre todos; que con esos
será nuestra comida celebrada
por estraña, cruel, necesitada.
Amigos, ¿qué os parece? ¿Estáis en esto?
CORABINO:
Digo que a mí me tiene satisfecho,
y que a la ejecución se venga presto
de tan estraño y tan honroso hecho.
TEÓGENES:
Pues yo de mi intención os diré el resto:
después que sea lo que digo hecho,
vamos a ser ministros todos luego
de encender el ardiente y rico fuego.
MUJER PRIMERA:
Nosotras desde aquí ya comenzamos
a dar con voluntad nuestros arreos,
y a las vuestras las vidas entregamos,
como se han entregado los deseos.
LIRA:
Ea, pues, caminemos; vamos, vamos,
y abrásense en un punto los trofeos
que pudieran hacer ricas las manos,
y aun hartar la codicia de romanos.
(Vanse todos, y al salir MORANDRO, ase a LIRA por el brazo y detiénela.)
MORANDRO:
No vayas tan de corrida,
Lira; déjame gozar
del bien que me puede dar
en la muerte alegre vida;
deja que miren mis ojos
un rato tu hermosura,
pues tanto mi desventura
se entretiene en mis enojos.
¡Oh dulce Lira, que suenas
contino en mi fantasía
con tan süave armonía
que vuelve en gloria mis penas!
¿Qué tienes? ¿Qué estás pensando,
gloria de mi pensamiento?
LIRA:
Pienso cómo mi contento
y el tuyo se va acabando.
Y no será su homicida
el cerco de nuestra tierra;
que primero que la guerra
se me acabará la vida.
MORANDRO:
¿Qué dices, bien de mi alma?
LIRA:
Que me tiene tal la hambre,
que de mi vital estambre
llevará presto la palma.
¿Qué tálamo has de esperar
de quien está en tal extremo,
que te aseguro que temo
antes de una hora espirar?
Mi hermano ayer espiró,
de la hambre fatigado,
y mi madre ya ha acabado,
que la hambre la acabó.
LIRA:
Y si la hambre y su fuerza
no ha rendido mi salud,
es porque la juventud
contra su rigor se esfuerza;
pero, como ha tantos días
que no le hago defensa,
no pueden contra su ofensa
las débiles fuerzas mías.
MORANDRO:
Enjuga, Lira, los ojos;
deja que los tristes míos
se vuelvan corrientes ríos
nacidos de tus enojos;
y, aunque la hambre ofendida
te tenga tan sin compás,
de hambre no morirás
mientras yo tuviere vida.
MORANDRO:
Yo me ofrezco de saltar
el foso y el muro fuerte,
y entrar por la misma muerte,
para la tuya escusar.
El pan que el romano toca,
sin que el temor me destruya,
lo quitaré de la suya
para ponerlo en tu boca.
Con mi brazo haré carrera
a tu vida y a mi muerte,
porque más me mata el verte,
señora, de esa manera.
Yo te traeré de comer
a pesar de los romanos,
si ya son estas mis manos
las mismas que solían ser.
LIRA:
Hablas como enamorado,
Morandro; pero no es justo
que ya tome gusto el gusto
con tu peligro comprado.
Poco podrá sustentarme
cualquier robo que harás,
aunque más cierto hallarás
el perderte que ganarme.
Goza de tu mocedad
en fresca edad y crecida,
que más importa tu vida
que la mía a la ciudad.
Tú podrás bien defendella
de la enemiga asechanza,
que no la flaca pujanza
desta tan triste doncella.
LIRA:
Ansí que, mi dulce amor,
despide ese pensamiento,
que yo no quiero sustento
ganado con tu sudor;
que, aunque puedas alargar
mi muerte por algún día,
esta hambre que porfía
en fin nos ha de acabar.
MORANDRO:
En vano trabajas, Lira,
de impidirme este camino,
do mi voluntad y signo
allá me convida y tira.
Tú rogarás entretanto
a los dioses que me vuelvan
con despojos que resuelvan
tu miseria y mi quebranto.
LIRA:
Morandro, mi dulce amigo,
no vayas; que se me antoja
que de tu sangre veo roja
la espada del enemigo.
No hagas esta jornada,
Morandro, bien de mi vida;
que si es mala la salida,
es muy peor la tornada.
Si quiero aplacar tu brío,
por testigo pongo al cielo;
que de tu daño recelo,
y no del provecho mío;
mas si acaso, amado amigo,
prosigues esta contienda,
lleva este abrazo por prenda
de que me llevas contigo.
MORANDRO:
Lira, el cielo te acompañe.
Vete, que a Leoncio veo.
LIRA:
Y a ti te cumpla el deseo
y en ninguna parte dañe.
(LEONCIO ha de estar escuchando todo lo que ha pasado entre su amigo MORANDRO y LIRA.)
LEONCIO:
Terrible ofrecimiento es el que has hecho,
y en él, Morandro, se nos muestra claro
que no hay cobarde enamorado pecho,
aunque de tu virtud y valor raro
debe más esperarse; mas yo temo
que el hado infeliz se [nos] muestre avaro.
He estado atento al miserable extremo
en que te ha dicho Lira que se halla,
indigno, cierto, a su valor supremo,
y que tú has prometido de libralla
deste presente daño, y arrojarte
en las armas romanas a batalla.
Yo quiero, buen amigo, acompañarte,
y en empresa tan justa y tan forzosa
con mis pequeñas fuerzas ayudarte.
MORANDRO:
¡Oh mitad de mi alma! ¡Oh venturosa
amistad, no en trabajos dividida,
ni en la ocasión más próspera y dichosa!
Goza, Leoncio, de la dulce vida;
quédate en la ciudad, que yo no quiero
ser de tus verdes años homicida.
Yo solo tengo de ir; yo solo espero
volver con los despojos merecidos
a mi inviolable fe y amor sincero.
LEONCIO:
Pues ya tienes, Morandro, conocidos
mis deseos, que en buena o mala suerte
al sabor de los tuyos van medidos;
sabrás que no los miedos de la muerte
de ti me apartarán un solo punto,
ni otra cosa, si la hay, que sea mas fuerte.
Contigo tengo de ir; contigo junto
he de volver, si ya el cielo no ordena
que quede en tu defensa allá difunto.
MORANDRO:
Quédate, amigo; queda en hora buena,
porque si yo acabare aquí la vida
en esta empresa de peligro llena,
tú puedas a mi madre dolorida
consolar en el trance riguroso,
y a la esposa de mí tanto querida.
LEONCIO:
Cierto que estás, amigo, muy donoso
en pensar que, tú muerto, quedaría
yo con tal quietud y tal reposo,
que de consuelo alguno serviría
a la doliente madre y triste esposa.
Pues en la tuya está la muerte mía,
seguirte tengo en la ocasión dudosa:
mira cómo ha de ser, Morandro amigo,
y en el quedarme no me hables cosa.
MORANDRO:
Pues no puedo estorbarte el ir conmigo,
en el silencio de la noche oscura
tenemos de asaltar al enemigo.
Lleva ligeras armas; que ventura
es la que ha de ayudar al alto intento,
que no la malla entretejida y dura.
Lleva ansí mismo puesto el pensamiento
en robar y traer a buen recado
lo que pudieres más de bastimento.