Un buen negocio: 17
Escena última
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BASILIO.- (Al ver a ROGELIO, corre a echársele encima.) ¡Ah! ¡El infame!
ANA MARÍA.- (Con un grito.) No. ¡Basilio! (Corre con MARCELINA a interponerse. ROGELIO se aparta a un lado y entre las dos conducen a BASILIO hacia la puerta.)
BASILIO.- ¡Oh, nos encontraremos!...
ANA MARÍA.- Vete, Basilio...
ROGELIO.- (Que no se ha inmutado limitándose a alejarse un poco.) ¿Qué sucede aquí?
ANA MARÍA.- Su obra, señor.
ROGELIO.- ¡En todo caso la tuya, muchacha! ¿Qué te ha ocurrido? Vino ese mozo desesperado, anunciando tu suicidio o poco menos, y claro está: me eché a buscarte. Hubiera ido hasta la policía a no ocurrírseme pasar por el escritorio. Allí me dijeron que tú habías estado a buscarme. ¿Qué querías de mí?
ANA MARÍA.- Me extraña que usted lo pregunte. ¿No habíamos quedado en que estaba usted dispuesto a venderme un hogar, con mucho pan, el porvenir de mis hermanos y una vejez apacible para mi madre? Pues aquí me tiene en condiciones de cerrar el trato. Acabo de despedir a mi amante.
ROGELIO.- ¡Siempre la chiquilla!... La misma cabeza de chorlito.
MARCELINA.- Si nuestra vieja amistad me da algunos derechos, yo le pediría que no tomara en cuenta las palabras de esta hijita.
ROGELIO.- Tranquilícese, Marcelina, a ese respecto.
MARCELINA.- Dígale usted también que yo, arrepentida de mis errores, había rechazado la protección que usted me ofreció con la idea de rehabilitarme ante sus ojos. Dígaselo para que me perdone y me reintegre su cariño.
ROGELIO.- Sí, señora. He de decirle eso y mucho más. Ven acá, chiquilla. Voy a ver si esta vez consigo que creas, aunque sea un poquito, en mi sinceridad. Si este viejo se creyó alguna vez joven e intentó marchitar tu pureza, este viejo era un bellaco sin más atenuantes que las de no haber hablado un momento consigo mismo. En estos últimos días logró encontrarse con frecuencia con su persona y han departido, tristemente, melancólicamente, que tristes y melancólicas son siempre las charlas entre viejos. Y él viene a decirte: cásate con tu amante o no te cases con él, que en asuntos de moral no es el más apto para dar consejos; sé dichosa y no te preocupes del bienestar de los tuyos, que está asegurado ya.
ANA MARÍA.- No: esto no se le acepta al buen anciano.
ROGELIO.- ¡Es una reparación! ¡La reposición de la fortuna que no le robé a tu padre!
ANA MARÍA.- ¡Oh! (Muy emocionada.)
ROGELIO.- ¡Ah! ¡Te... impone una condición!... Que no le guardes rencor. El quisiera volverte a ver, pero como antes, cuando correteabas por los patios de su casa, jugando con sus hijitos.