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Un fiscal Catoniano: 2

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

II

Algún tiempo había pasado, cuando por los diarios se avisó que la persona en cuyo poder se hallara el número de los tres sietes, agraciado con el premio de una casa en rifa, podía presentarse ante la Escribanía de Mogrovejo, para escriturar traspaso de títulos á su favor.

Ya empezaba á murmurarse que tal número no existía y que trapisonda mayúscula encerraba algún gatuperio, para dejar en blanco á todos los creyentes de boca abierta que en rifa tal cifraron suerte, cuando otro sábado, se le ocurrió barrer al buen Fiscal, no el primero y único patio de su casucha, limpia y blanca como tacita de plata, sino los tres cajones de la única cómoda de su hacendosa mujer.

Entre papelitos y sobres de rizos, ya con canas y apuntes de ropa usada, cayó uno amarillento, viejo y arrugado, con tres sietes más negros que conciencia de cartulario.

Siguiendo el arreglo del contenido en todo el cajón, le separó, y cuando su buena Petrona regresaba con la mulatilla del mercado, le preguntó á qué rifa referíase el billetito que guardaba.

Ni ella misma recordaba; tanto tiempo había transcurrido desde su adquisición, hasta que leyendo exclamó:

— Ah! es verdad, ni sé si te había dicho.

Cierta mañana, ya hace mucho, me importunaba tanto la vieja billetera, al salir de la Iglesia, que quería darme suerte, más por hacer caridad, pues aseguraba destinarse á los pobres una parte de la rifa, que por otra cosa, compré ese número del cual ni me acordaba.

— ¿Y sabes lo que este número vale hoy?

— Tan poco me ha preocupado, que ni sé si se jugó ó no, ni quien habrá obtenido la casa; solo me interesé por aumentar á los pobres su parte. Pero como en la vida me ha tocado más suerte que tú, mi buen y leal compañero de tantos años, no abrigué esperanzas de llegar á cambiar nunca por ésta, esa casita.

— Así te quiero ver siempre, mi honrada mujer, resignada al modesto pasar que puede proporcionarte tu marido. Pero la verdad es que te ha tocado la casa, cuyo billete ignoraba hubieras comprado. Ahora te voy á pedir un favor. Como sabes, yo no tengo dos morales, una ante el público y otra dentro de casa. Como hombre y como magistrado, uno mismo es el principio que siempre me guía. Te pido no cobres el premio, y sigamos contentos en la pobreza que sobrellevamos.

Como abogado, fiscal y empleado, he dictaminado en cuantas vistas expedí que, en todas esas rifas y loterías, rara vez carecen de irregularidades y engaños. Creo que una persona honrada nunca debe pedir al azar lo que solo del trabajo es dable esperar. Sería pues, para mí una inconsecuencia, borrando de una plumada mis antecedentes, si saliéramos adquiriendo algo en rifas, que he combatido por perniciosas.

Sin inmutarse, ni variar de color, la buena Petrona que también tipo era de virtud catoniana, digna consorte de uno de los más honrados Fiscales que hubo en esta tierra, tomó el número de manos de su esposo, devolviéndoselo en cuatro pedazos.

— Talvez hubiéramos podido salir de pobres, dijo: yo no creía proceder mal en lo que hice. Quizás viviendo en casa propia, hubiéramos disfrutado mayores comodidades durante nuestros últimos años; pero no es de hoy que me conoces y sabes que jamás he tenido otra voluntad que la de mi marido.

Y al mismo tiempo que rodaba sobre sus ya arrugadas mejillas una lágrima de afecto, repitióse la escena que el infortunado Rousseau cuenta no haber presenciado nunca: «suspirar de amor dos seres ya encanecidos».