Un testigo de bronce: 1

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​Primera parte de Un testigo de bronce (leyenda tradicional, 1845)​ de José Zorrilla
Capítulo I


Primera parte[editar]

Capítulo primero[editar]

De cómo un noble mancebo, acosado por una pesadilla, se despertó una mañana, bendijo á Dios y recibió una carta; cuyas tres cosas dan conveniente principio á la presente leyenda.

Un claro sol de junio en el oriente
comenzaba su curso una mañana,
sereno y explendente
el azul del zenit tornando en grana.
Fecundidad lozana
ostentaba do quier naturaleza
con la verdura que cubria el prado,
y con la amarilléz que á la corteza
daba del fruto aún no sazonado,
y á la espíga del trigo en él sembrado.
A los rayos del sol despertadores
empezaban los sueltos jilguerillos,
los mirlos y los pardos ruiseñores
á elevar escondidos en las ramas
su armoniosa voz: y entre las flores
empezaban mil varios insectillos
á extender sus alitas de colores.
Naturaleza, en fin, rica y fecunda
derramaba do quiera
los preciosos tesoros de que inunda
la terrestre mansion, la primavera,
que huia ya con rápida carrera.
En medio de este inmenso panorama
de belleza, de luz y de armonía
que el nuevo sol á iluminar salia,
y que mundo se llama,
uno de los mil puntos alumbrados
es el punto no mas que en este dia,
por los hechos en ella relatados,
necesita marcar la historia mia.
Corte entonces severa
de Felipe segundo,
digna Valladolid entonces era
del católico Rey dueño del mundo.
La gala y la nobleza,
la virtud y riqueza,
y la fe de la gente castellana
encerraba en su seno
su ancho recinto, que la Corte lleno
tenia con su sólida grandeza.
Sólida, sí, porque castilla ufana
podia ver entonces su bandera
por mil apartadísimos lugares
tremolar altanera,
respetada en las tierras y en los mares.
Es verdad que usaban por entonces,
y aun andaban en voga
con los autos de fe y el santo oficio
las hogueras, los tajos y la soga;
mas tambien es verdad que astuto el vicio
burlaba su poder, oculto asilo
en las casas recónditas hallando,
y adorado y tranquilo
seguia como siempre prosperando
y en el mundo reinando:
pero con la ventaja no pequeña
de que al creyente que en virtud vivia
la torpe desnudéz no le ofendia,
con que hoy el vicio sin pudor se enseña.
Mas volvamos al dia y á la hora
en que Valladolid del sueño alzaba
la frente, y con la luz de nueva aurora
el afan de la vida se tornaba.
Y como cualquier hecho que se cuente
se debe de narrar lógicamente,
y las partes de que conste no embrollando,
inútiles noticias segregando,
de modo que el oyente
lo entienda desde luego claramente;
dejaremos aparte
toda la poblacion, que no hace al arte
de nuestra narracion: y en la persona
que toma en ella la primera parte
desde momento tal nos fijaremos
y la historia de vez comenzaremos.
De una casa, con humos de palacio,
en la ancha calle de Santiago sita,
de un rico camarin en el espacio
y en un lecho blandísimo se agita
en brazos de penoso horrible sueño
el noble mozo de la casa dueño.
La ropa descompuesta
tiene á los brazos enrollada y cuello,
su agitacion mostrando la funesta
razon oculta de ello.
El no usado desórden del cabello,
el sudor que le inunda
la ancha frente,
los agitados labios que pronuncian
frases sin ilacion, confusamente,
que su espíritu acosa fieramente
pesadilla tenáz bien claro anuncian.
Y aunque á pintar de lo íntimo de un sueño
las quimeras fantásticas renuncian
poetas y cuentistas comunmente,
las que en este bullian tengo empeño
en extender sombría y vagamente
cual extendiendo se iban en su mente
las truncadas palabras anudando,
que el gallardo mancebo que soñaba
imaginaba con su afan luchando
que su pesada lengua pronunciaba.
Acerquémonos, pues, hasta su lecho
y oigamos lo que dice y lo que pasa
con su imaginacion y allá en su pecho.

«¿Qué es esto? de vapores la atmósfera cargada
»sobre mi frente pesa: la siento en derredor
»en raudo torbellino rodar arrebatada
»prensándome las sientes con infernal dolor!
»¿Qué es esto? ¿delirio? ¿qué espíritu horrendo
»suspenso en los aires me eleva tras sí?
»mi estrecha garganta se va comprimiento,
»no veo, no siento, no aliento… ¡ay de mi!
»¿Esto es que el fin de mi existencia toco?
»¿esto es sin duda que se muere asi,
»la última idea en el cerebro loco
»girando en espiral que espira en sí?
»Esto es ¡ay! que arrojado en el viento
»á su nada el espíritu va,
»y anudado en el último aliento
»nuestro cuerpo arrebata quizá.
»Sin duda, eso es: y yo espiro
»rodando en el aire, á la par
»lanzando el extremo suspiro
»lanzado sin fin á rodar.
»Si, voy rodando en el viento
»condenado hasta espirar
»tan horrible movimiento
»á seguir y á no parar.
»Y en giro interminable
»rodando sin piedad,
»caeré en la interminable
»sombría eternidad.
»Se irá enrareciendo
»el aire tal vez,
»y yo iré cayendo
»con mas rapidéz.
»Cual hoja suelta
»que lleva el viento
ȇ cada vuelta
»voy mas violento:
»casi no siento
»como las doy
»Ciego, desmayo
»ya como el rayo
»rápido voy.
»Ya no siento
»como giro;
»ya no hay viento
»en mi redor.
»No respiro,
»veo que espiro,
»ya es mi aliento
»vago, lento,
»violento
»como último
»estertor.
»Ya ruedo
»sin tino:
»ni puedo
»camino
»buscar,
»ni sé
»si acaso
»podré
»mi paso
»parar.
»Ya vago
»perdido:
»su lago
»el olvido
»me extiende
»al pie.
»Y en vano
»me afano;
»no hay tino,
»no hay mano
»que ayuda
»me dé.
»¡Sin duda
»caeré!
»Lo creo…
»lo sé:
»lo veo…
»mi sino
»tal fue!
»Cierto,
»sí;
»yerto
»voy;
»caí.
»Muerto
»soy!
»nada hay
»aqui.
»¡Ay!
»fuí.»

Aqui con esfuerzo repentino,
hijo de la afanosa agitacion,
con que tal pesadilla le oprimia
espantado el mancebo despertó.
De el camarin por el recinto oscuro
tendió los ojos trémulo, el horror
del sueño desechar aun no pudiendo
ni apartar la verdad de la ficcion.
Consigo mismo hablando, y con sus manos
reconociendo el lecho en derredor:
«¡Jesus! ¿qué es esto? ¿dónde estoy, Dios mio?
¿qué vértigo letal me trastornó?
mi fatigado cuerpo aun tembloroso
bañado siento de mortal sudor.
Impetuoso y rugiente torbellino
creí en verdad que me arrastraba en pos
por el vacío rápido girando
cual átomo que arrastra el aquilon.
Hirviente mar de cenagosas ondas
me esperaba al caer; denso vapor
me quitaba el aliento y los sentidos…
di al fin en aquel mar y me sorbió.
La bóveda ondulante de sus aguas
cerróse sobre mi con lento son,
y en su bullente inmensidad oscura
la negra eternidad comprendí yo.
Pero soñaba, sí; tocan mis manos
mi lecho… sueño fue, ¡gracias á Dios!
era una fatigosa pesadilla
de una noche de Estío, y ya pasó.
¿Qué hora será? por las maderas creo
que percibo del alba el resplandor.
La luz despejará mi fantasía,
la luz serenará mi corazon.»
Esto pensando se envolvió en su bata,
y en silencio al balcon se dirigió,
de donde viendo la ciudad y el campo
á la primera luz del nuevo sol,
amanecer y comenzar el dia
embebido y absorto contempló.
Y á fe que es espectáculo halagüeño
la tierra ver con el primer albor
y luminarse y despertar, creciendo
de nueva vida el movimiento y son.
¡Y cuán bello es el dia que amanece,
y que contempla libre del pavor
de su ensueño fatídico el mancebo,
sonriendo á su plácida impresion:


que
ya
lento
violento
soplo
blando,
dando
va.
Para
nube
tarda
sube:
tinta
roja
pinta
y da
al cielo
fulgor
y al suelo
color.
La niebla
que puebla
la hueca
region
se trueca
aogada
en lumbre
rosada,
que dora
la cumbre
del verde
peñon.
La brisa,
sonora
se pierde
indecisa,
y suave
su son
al ave
levanta,
que canta
canora
la aurora,
que extensa
colora
la inmensa
creacion.
Amanece:
la luz vaga
segun crece
desvanece
los alientos
de vapor
que la noche
que ha pasado
ha dejado
en derredor.
La tierra entera
saluda al dia
con la hechicera
grande armonía,
que en diferentes
puros acentos
á su arrebol,
alzan contentos
árboles, fuentes,
aves y vientos
alborozados
con los dorados
rayos nacientes
del nuevo sol.
Ya entero su disco
se ve en el espacio:
el valle y el risco,
la choza, el palacio,
la corte, el aprisco
bañó su esplendor.
Y ardiente cruzando
la reja entreabierta,
y al hombre llegando
le dice: «despierta,
bendice al Señor.»
Por rejas, miradores,
postigos y terreros,
sus mil respiraderos
franquea la ciudad.
Ya parten los obreros,
ya van los labradores
y bajan los pastores
al llano, y los oteros
do tienen sus labores
ó el pasto mas feráz.
Ya por las abiertas rejas
do quier se ve á las mujeres
sus domésticos quehaceres
oficiosas emprender;
y aumenta el ruido, y se escucha
de los hombres el acento,
y se extiende el movimiento
de la vida por do quier.
Reflejan al sol los tejados
de fresco rocío mojados;
inunda las calles la luz:
caballos y carros que cruzan
por entre la gran multitud
el polvo al pasar desmenuzan
doblando el rumor é inquietud.
Ya se vuelve el martillo y la sierra
y la voz del que vende á escuchar,
y otra vez desvelada la tierra
el silencio y la calma destierra
y otro dia comienza á pasar.
Ya en luz el universo resplandece;
la noche entre sus nieblas arrastró
los sueños con que el alma desvanece,
y la sangre en las venas enardece,
y el aliento sofoca, y entumece
los miembros del que insomne se agitó.
Las vanas quimeras del sueño la mente
del joven delante del dia lanzó,
y libre y sereno su espíritu siente
que calma tranquila le dió nuevamente,
y nueva existencia la luz le inspiró.
Entonces rebosando su pecho en alegría,
inspiracion cristiana llevando su alma en pos,
las auras aspirando del sol del nuevo dia,
los ojos elevando al que su luz envia,
asi exclamó de hinojos ante la luz de Dios:
«Señor, yo te conozco: tu omnipotencia creo:
»lo mismo en las tinieblas centellear te veo
»que al extender el alba su espléndido arrebol.
»Tu faz ante mis ojos do quiera resplandece:
»Señor, yo te bendigo cuando la noche crece!
»Señor, yo te bendigo cuando amanece el sol.»

Y arrebatado asi por la influencia
de nuestra santa religion cristiana,
bendecia al Señor su inteligencia
rezando su oracion de la mañana.
Que entonces los gallardos caballeros
aunque dados á juegos y amoríos,
y llevando á la cinta los aceros,
y empeñados en locos desafios
del siglo en que vivian á costumbre,
sabian mantener de igual manera
las modas de la vana muchedumbre
y la fe de sus padres verdadera.
Entonces, aunque habia
protestantes y herejes
que amenazaban desquiciar un dia
la religion de sus seguros ejes
por conviccion ó por iluso vicio,
cada cual en su fe se mantenia
no desdeñando de ella el ejercicio;
los ritos de su fe firme siguiendo,
por su creencia con valor muriendo.
Asi fueron los nobles castellanos
de nuestra edad pasada,
y aunque en sangre tal vez tintas sus manos
por su Dios y su Rey desenvainada
ciñeron siempre con honor la espada;
y en el campo á la par como en el templo
de piedad y valor fueron ejemplo.
Uno de ellos, y tal el joven era
actor primero que á la escena sale
en esta nuestra historia verdadera,
(que salva su verdad bien poco vale).
Sangre corre de Vargas y de Osorios
por sus venas, y heróicas acciones
le dan mas precio aun que sus blasones,
aunque merecimientos bien notorios
los hicieron ganar á sus pasados
de alta virtud y de valor dechados.
Tal era, y á empezar se disponia
de su persona el especial aseo,
para asistir en hora conveniente
á decoroso empleo
que en la Corte asistia,
cuando en su cuarto entrando de repente
el paje de inmediato le servia,
puso en sus manos blasonado pliego
que segun en su sobre prevenia
debia ser obedecido luego.
Abrióle pues, y visto el contenido,
á su paje mandó que le vistiera
y que á salir con él se dispusiera:
porque su tio Don Miguel de Osorio,
alcalde por el Rey de Casa y Corte,
á las nueve le cita á su juzgado,
y caso deber ser muy perentorio,
y mucho es fuerza que á su honor importe
cuando con prisa tanta es de él llamado.
Con que asiendo su acero,
requiriendo la capa y el sombrero
para cualquiera trance apercibido,
de su paje seguido,
salió de su palacio el caballero.