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Un testigo de bronce: 2

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Primera parte de Un testigo de bronce (leyenda tradicional, 1845)
de José Zorrilla
Capítulo II

Capítulo II.

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De las amistades que se hicieron en casa del alcalde Don Miguel de Osorio.

Es Don Miguel de Osorio un juez muy grave,
con puntas de altanero,
preciado de que sabe
interpretar la ley como el primero.
Juez de grande experiencia
y en verdad profundísimo letrado;
á la jurisprudencia
con el alma entregado,
y de su profesion enamorado.
Juez íntegro y severo,
respetado do quier, do quier temido
por too el pueblo entero
en quien jurisdiccion le han concedido.
La Inquisicion y el Rey en su destreza
y en su severidad del todo fian
la paz de la ciudad; y no hay cabeza
de enemigo, ladron, vago ú hereje
que un dia ú otro dia entre sus manos
de verse al cabo asegurado deje.
Sutiles comisiones,
misteriosas prisiones
y políticas causas concluidas
con suma discrecion tiene á montones:
y sabe él solamente mas secretos,
y mas agenas vidas
confesadas á él, ó sorprendidas
por él, que los males anchos y discretos
confesores tal vez tienen oidas.
Mil veces él en árduas ocasiones
se encargó voluntario
de causas muy oscuras y enredadas,
al fin abandonadas
por otros sapientísimos varones,
porque contra razon fueran falladas
con sentencias á ley bien ajustadas.
Pues suele haber culpables
tan diestros, y tan diestros escribanos,
que habiendo pruebas casi incontestables
que les ponen los crímenes palpables
no pueden ser conforme á ley probadas,
y los reos se van de entre las manos
contra razon sus causas despachadas,
aunque segun los códigos humanos.
Mas Don Miguel de Osorio en todas ellas
con prodigioso estudio y perspicacia
del misterioso crímen fue las huellas
siguiendo, y dando al fin con su eficacia
cabo feliz á la verdad oculta,
justicia y proteccion al inocente
y castigo ejemplar al delincuente.
Tal es el juez ante quien es llamado
el gallardo mancebo, su sobrino,
que hemos visto dejar apresurado
su casa, enderezando su camino
de su tio al juzgado.
No se hizo esperar mucho el noble mozo,
y apartando el sombrero y el embozo,
entrando en el despacho del letrado,
la expresion franca de respeto y gozo
que á su faz asomó, cambióse en ceño
otro mancebo al encontrar sentado
alli con beneplácito del dueño.
Púsose en pie el hallado
por honra del venido,
pero si fue el saludo recibido
por Osorio tal vez, no fué acusado.
Y era sin duda comprendido juego,
porque el que tal desaire recibiera,
aunque mostró en su faz de la ira el fuego
ni un movimiento mas hizo siquiera:
y claro se veia
que ninguno de entrambos se extrañaba
de lo que el otro hacia,
y que un misterio entre los dos habia.
Todo esto advirtió el juez en el momento,
y atajando la voz de su sobrino
que iba á brotar del labio,
la puerta aseguró del aposento.
Y volviendo á tomar en su poltrona
arrellanado asiento,
y la toga que envuelve su persona
sobre sí acomodando,
con sosegada voz, mas no severa,
á decir comenzó de esta manera:
«presumo, y lo concibo, caballeros,
que os es extraña semejante cita,
y que en mi casa el reunido haberos
explicacion para ambos necesita
despues de lo que entrambos ha pasado,
y os lo voy á explicar por de contado.
Antiguas y arraigadas disensiones
en nuestras dos familias heredadas
han tenido hasta aqui las relaciones
de nuestras dos familias mal paradas.
Nuestros pasados Reyes
no se atrevieron á mediar en ellas,
de la nobleza atentos á las leyes
que hasta aqui permitieron á los nobles
arreglar á su antojo sus querellas,
ó hacer su agravio y sus enojos dobles.
Nuestros padres nacieron
enemigos: se odiaron
por tradicion no mas, y se injuriaron
tenaces, y sin juicio se batieron
do quier que se encontraron.
Unos á manos de otros sucumbieron,
y el profundo rencor con que nacieron
á sus hijos legaron.
De nuestras razas, ya ramas postreras
nosotros tres, tambien hemos guardado
la sinrazon y enemistad enteras.
Con el maldito objeto
de sostener nuestro rencor secreto,
nuestros padres tan solo se empeñaban
en adiestrarnos en reñir: ponian
armas en nuestras manos desde niños,
y al cabo conseguian
hacer de sus presentes sucesores
lo que de ellos sus muertos ascendientes,
unos espadachines imprudentes
para quien fuese hallar competidores
casi imposible entre los mas valientes.
Tal en mi juventud yo mismo he sido,
y tal sois hoy vosotros
que do hallado os habeis habeis reñido,
y si vivéis se lo debeis á otros
Mas cansado ya el Rey de que esto dure
tantas generaciones,
ordena que se apure
el manantial de tales disensiones.
Su Majestad se mete por padrino
vuestro, señor Don Juan, su derecho
sobre vos, recordando porque os tuvo
en la pila al nacer, y que no dudo
que respeteis, os da por satisfecho:
y yo por satisfecho á mi sobrino
dando á la par, su Majestad unidos
quiere que hoy á sus pies seais conducidos.
Quiere que la ciudad juntos os vea,
y pues nacísteis nobles verdaderos
y sois en lo demas tan caballeros,
por vosotros su pueblo nunca crea
que un odio tan villano capáz sea
dos nobles de cambiar en bandoleros,
siempre puestos en trance de pelea.
La Majestad del Rey asi lo exige,
la poblacion entera lo desea,
y á mi con él su Majestad me elige
mediador y padrino
competente entre vos y mi sobrino.
Ved, pues, señores lo que haceis, y el lustre
recordad del blason de nuestra casa,
pues si adelante vuestro enojo pasa
y haceis asi que el gusto real se frustre,
el Rey ha de tomarlo tan á pecho
que os habrá de pesar lo que habreis hecho.»
Asi habló el juez, y se quedó esperando
de alguno de los dos una respuesta
que su intencion pusiera manifiesta,
y ellos unos momentos meditando.
Al fin el joven Don German de Osorio
dejando su sillon franco y atento,
tornando á su enemigo, con notorio
placer le dijo y amistoso acento:
«contrarios nuestros padres nos hicieron;
vivimos hasta aqui como enemigos
porque asi sus enojos lo quisieron,
mas ya que media el Rey y ellos murieron,
pongo á mi honor y al cielo por testigos
de que depongo aqui mi encono insano;
mi valor conoceis y mi hidalguía;
si á vos no os está mal, por parte mia,
caballero Don Juan he aqui mi mano.»
El mancebo á quien iba dirigida
tan generosa oferta, un punto breve
quedar ante él la permitió extendida,
como quien á admitirla no se atreve
ó duda si ser debe ó no admitida.
Túvola Osorio quieta el mismo punto,
aunque al ver que en tomarla se dudaba
cuando él con tal franqueza la alargaba,
pálido se quedó como un difunto:
pensando que otra vez al recogerla
en la espada no mas puede ponerla.
Mas Don Juan antes de ello
la suya adelantó, é hidalgamente
aceptó la amistad de que era prenda.
Y el juez de entrambos mozos exigiendo
palabra de cesar en su contienda,
despidióles á entrambos, prometiendo
que en muestra del agrado soberano
admitidos serian aquel dia
en su presencia y á besar su mano.

Y asi fue: y el prudente Don Felipe,
al medio dia, ante la Corte entera
mostró su complaciencia á los mancebos,
y un tanto suavizó su faz severa
al dar un parabien público y franco
á los amigos nuevos.
Juntos salieron de palacio, y juntos
mostráronse los dos en varios puntos
de la ciudad, el blanco
do quiera siendo de los ojos todos,
recibiendo do quier enhorabuenas
por el dichoso fin de tantas penas,
de tan vanos rencores dimanadas
tan largos años á rigos llevadas,
y de gente tan noble tan agenas.
En amistosa union asi anduvieron
ambos durante la jornada entera:
y juntos á un festin se reunieron
celebrando la paz de esta manera.
La noche que extendia
su manto de tinieblas por el mundo
les dividió, expontáneo y profundo
setimiento mostrando de alegría
por la nueva amistad que les unia.
Con lo cual fuese Don German de Osorio
á la casa del juez donde asistia
las horas de la noche, y una dama
á visitar Don Juan á quien servia.
Mas con el juez á Don German dejemos,
caro lector, y tras el otro vamos;
y cuán instables son comprenderemos
las cosas de la tierra que habitamos
y el corazon del hombre en quien fiamos.