Una traducción del Quijote: 02
¿Por qué causa se hallaba en Madrid la Princesa rusa María Lucko?
Vamos á explicarla en breves palabras. Durante la última guerra civil, la mayor parte de las potencias del Norte se declararon en favor de Don Cárlos de Borbon, suspendiendo sus relaciones diplomáticas con la Corte de España, hasta que posteriormente, reconociendo los hechos consumados, fueron saliendo de su retraimiento.
Rusia fué la más reacia en reconocer al Gobierno español, ya definitivamente constituido; pero por último siguió el ejemplo de todas las demás naciones. No obstante, ántes de llegar á este resultado, mediaron trabajos diplomáticos. El Gobierno de España envió á San Petersburgo un agente encargado de una misión secreta, y á consecuencia, el Gabinete ruso se valió con el mismo objeto y con igual carácter privado, del Príncipe de Lucko, padre de la linda jóven á quien ya conoce el lector.
Pertenecía el Príncipe á una gran familia, era inmensamente rico, y gozaba de gran favor en la Corte de Rusia. Viudo y sin más hijos que María, adoraba en ella. Su misión diplomática podia ser breve ó no, y en esta duda determinó acceder á los deseos de su hija y á los de su corazón, trayéndola consigo á España, para después hacerla conocer las principales córtes de Europa.
A su llegada á Madrid, los ilustres viajeros se instalaron en una hermosa casa, situada al fin de la calle de Hortaleza, de antemano preparada para recibirlos, y sólo hablan mediado cuatro dias desde su arribo á la capital de España, hasta el momento en que hemos hecho conocimiento con la Princesa.
Ocupada ésta con los cuidados de la instalación en su nueva morada, y retraída en ella á causa del temporal de aguas, en aquella época general en Europa, sus primeras impresiones en Madrid no fueron agradables. Viendo desde un balcón un cielo constantemente nublado, no halló diferencia entre éste y el de su ciudad natal, y al dilatar sus miradas por el árido campo de Guardias, que desde su casa veia en parte, recordó su frondoso jardin de San Petersburgo y los azules lagos del regio palacio de Anitchkoff.
Pero cuando la mañana á que nos referimos, se encontró con tanta claridad en el cielo y con tan brillántes tonos en el ambiente, experimentó una doble sensación de sorpresa y de alegría.
En Madrid, la Primavera suele aparecer repentinamente, y en los primeros dias se adorna con todas sus galas. Soplan los cálidos vientos del meridiano, desaparecen las nubes intensas, la escarcha se seca en las calles, las hojas brotan en las ramas casi de súbito, y por la eterna ley de las compensaciones, á falta de los grandes monumentos y de la rica vegetación de otras ciudades, la Corte de España ostenta las magnificencias de su cielo y de su sol.
La Princesa tocó un timbre, y momentos después, con intervalo de algunos minutos, se presentaron dos personas en el gabinete.
Eran dos mujeres: una de ellas jóven, bonita y elegantemente vestida; la otra anciana, de cabellos blancos, de aspecto fino y bondadoso.
La primera era la doncella de la Princesa, la segunda su aya Susana Katti, que la habia visto nacer.
Susana, —dijo la Princesa, mientras se entregaba á los primeros cuidados de la doncella,— ¿has visto qué mañana tan hermosa?
— Efectivamente, hija mia; por fin aparece este famoso sol de España.
— Yo quiero pasear y correr, para desquitarme de estos dias de reclusión.
— Si quieres, irémos al Retiro.
En su calidad de casi madre, el aya tuteaba á la Princesa.
— ¿Y qué es el Retiro? — preguntó ésta.
— Según Juan, el criado español que hemos recibido, es una posesión Real, dentro de Madrid: especie de jardin público muy vasto y ameno.
—Irémos, pues, al Retiro, de lo que Coraly se alegrará no poco.
Coraly era la perrita microscópica de la Princesa.