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Una traducción del Quijote: 08

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


VIII.

Dos dias después, á la caida de la tarde, el jóven del Retiro pasaba muy despacio por frente al palacio del Príncipe de Lucko, que como ya sabemos estaba situado al fin de la calle de Hortaleza. Al verle aproximarse, una persona que detrás de los cristales del edificio miraba hacia la calle, se retiró al interior por medio de un movimiento rápido, y ántes de que llegara á pasar por junto á la puerta de la verja que rodeaba al palacio, hallábase en el dintel una jóven elegantemente vestida y con un libro en la mano.

Esta, al acercarse aquel, le salió al encuentro en la acera, y le dijo en francés :

— Caballero, la señora Princesa de Lucko da á V. las más expresivas gracias por la amabilidad é interés con que acudió en su auxilio, y le devuelve este libro que se dejó olvidado en el Retiro.

Dichas estas palabras, la doncella de la Princesa esperó un instante; mas viendo que el jóven se limitaba á tomar el libro en silencio, le saludó y volvió á entrar lentamente en el palacio. La verdad es que éste no acertaba á darse cuenta de lo que le sucedía, primero por lo inesperado del suceso, y luego porque detras de los cristales de un balcon del edificio veia diseñarse, entre las sombras del crepúsculo nocturno, un objeto que absorbía poderosamente su atención.

El jóven se detuvo un momento, y después continuó andando calle arriba hasta salir por la puerta de Santa Bárbara.

A juzgar por la viva emoción que revelaba su semblante, necesitaba aire que respirar.

Oprimía casi convulsivamente entre sus dedos el libro que llevaba en la mano.

Llegó á uno de los bancos que hay á la entrada del paseo de Chamberí, y se sentó. Al abrir maquinalmente el libro, no sabemos para qué, puesto que ya no se distinguia á leer, reparó en un objeto que habia entre dos páginas, y que estuvo á punto de caer al suelo.

Era una hoja de malva-rosa, fresca todavía.

Esto, que sencillamente podia ser una señal olvidada, aumentó la emoción del jóven del Retiro; pues por lo menos, atendido al estado de frescura de la hoja, indicaba que alguna persona habia leido recientemente en el libro.

¿Quién? That is question.

Si un grande hombre político, ó eminente diplomático, ó famoso General, de esos que derriban dinastías y cambian la faz de las naciones, hubiese visto á nuestro jóven contemplando absorto la hoja que tenía en la mano, sonreiría con desden diciendo: frivolidad; como si mediase una gran diferencia entre una flor que se besa apasionadamente y luego se coloca en el ojal de la levita, y una placa brillante que se ostenta en el pecho; como si las manifestaciones del orgullo fuesen más nobles que las del corazón.

La noche avanzaba y el jóven del Retiro permanecía aún sentado en el banco, ageno á todo cuanto pasaba en derredor suyo.

¿En qué pensaba? ¿De qué causa provenia la melancólica expresion de su semblante?

Cualquiera que hubiese acertado á verle meditabundo y cabizbajo, diria: ¡Qué triste está ese jóven; debe ser muy desgraciado!

Y, sin embargo, aquel jóven iba á comenzar á vivir la única, la verdadera vida del alma, en ese paréntesis admirable que Dios ha puesto en el tráfago del mundo. Para aquel jóven se acababa de abrir la flor de la creación, que es el amor; aquel jóven sentía el placer-presentimiento de las ilusiones no realizadas, pero que se esperan con la fe del corazón; y esa melancolía que hace sufrir dulcemente, como sufre una madre que por primera vez siente el fruto de su amor agitarse en sus entrañas; tristezas suaves y embriagadoras, más dulces que la alegría, porque están sostenidas por la esperanza y no han pasado aún por las terribles pruebas del desengaño.