Ir al contenido

Una traducción del Quijote: 11

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


X.

Nueve años después, á fin de Octubre de 184..., Miguel, que estaba ya en la fuerza de la juventud, y que hacia dos años que habia perdido á su madre, acompañaba al humilde cortejo fúnebre que conducia los restos mortales de su padre al cementerio del pueblo de Huertas, situado á corta distancia de su alquería.

Acompañábale un viejo criado que le habia visto nacer, y ambos confundieron sus lágrimas sobre la pobre huesa en que fué sepultado D. Fernando Laso de Castilla.

Ignoramos los acontecimientos que mediaron en este espacio de tiempo, y sólo atendiendo al carácter apático y al ciego cariño paternal de D. Fernando podemos explicarnos la prolongada estancia de Miguel en aquella aislada alquería, en donde consumió los primeros años de la adolescencia, sin pensar en el porvenir, y sin utilizar las inteligentes facultades de que estaba dotado.

Algunos dias después de la muerte de su padre, hallamos á nuestro jóven montado en el caballo que habia sido de aquel, caminando hacia Madrid, en compañía de Damián, el viejo criado, que cabalgaba en una mula de paso, llevando en la grupa una abultada maleta, que sin duda encerraba todo el equipaje de amo y servidor. Miguel llegó á Madrid con algunos miles de reales, producto de la venta de los enseres de su casa. Hallábase huérfano, ignorante del mundo, sin apoyo de ninguna clase, pues el primo de su padre, único pariente de quien tenia noticia, habia muerto un año ántes, y aunque sabia que estaba entroncado con várias familias, algunas de ellas ilustres, su altivo carácter le retrajo de hacer gestiones para ponerse en contacto con ellas.

El ejemplo de su padre, la vida del campo y su melancólica niñez, hiciéronle adquirir hábitos de orgulloso retraimiento: Miguel tenia mucho de caballero y algo de poeta.

Desde los primeros dias de su estancia en la Corte de España, quiso pensar en el porvenir; pero le faltaba ese empuje provinciano, ese deslumbramiento de los esplendores sociales, esa flexibilidad necesaria al que pretende adquirir fortuna ó posición. Miguel tenia la levadura madrileña: desdeñaba las grandezas como si hubiese nacido entre ellas. Sin embargo, su espíritu no era bajo. La sangre de los Lasos de Castilla fermentaba en él exigencias aristocráticas, pero delicadas: vida lujosamente retraída, exquisitas filigranas interiores y el noble abandono hacia las cosas vulgares de la existencia.

La altivez del carácter, unida á la rectitud, engendran la indolencia moral, á veces completamente independiente de la física. En Miguel habia algo de la una y de la otra, y sólo podia vencerlas á costa de un esfuerzo supremo. Con estos antecedentes no es de extrañar que fuesen pasando los dias y aun los meses, sin que nuestro jóven pensase seriamente en nada. Á las organizaciones finas las seduce la incertidumbre, lo imprevisto: toda historia pierde su interes cuando se conoce el desenlace.

Miguel, agotados sus últimos recursos, comenzó á vislumbrar la miseria, la miseria de levita, la más terrible de todas. Afortunadamente se relacionó, en un café, con un jóven , especie de urraca literaria, que se ocupaba en traducir obras francesas, el cual le proporcionó trabajo, aunque mezquinamente retribuido. Miguel, educado en París y luego por su padre, que era un cumplido caballero, poseía perfectamente los idiomas europeos más usuales, y merced á esta circunstancia, pudo, aunque parcamente, atender á sus necesidades, á las de su fiel criado, y permitirse además el lujo de conservar el caballo que habia sido de su padre.