Una traducción del Quijote: 16
Madlle. Guené era la modista de moda en San Petersburgo. Tenia un magnífico almacén de Novedades, que ocupaba tres pisos, en Perspectivt de Nersecy, y no obstante sus numerosas oficialas, no se daba mano para atender á su innumerable parroquia de la corte de Rusia y de las principales ciudades del Imperio.
Verdad es que la habilidad de Madlle. Guené era maravillosa: habia sabido adunar la fantasía vaporosa de las modas francesas al severo gusto de los pueblos del Norte; habia inventado ese cómodo y elegante abrigo, llamado Waterproff, hoy generalizado en Europa; dio la norma para emplear convenientemente los rulós, supo, ántes que ninguna, casar los colores tórtola, rayo de sol, agua marina é iris, con el amaranto, negro y bronceado de Florencia; y finalmente adquirió la imperecedera gloria de bautizar el tafetán gris con el nombre de color crepúsculo.
Madlle. Guené justificaba su peregrino buen gusto de un modo muy ingenioso y muy lisonjero para ella: afirmaba que la verdadera elegancia es la cualidad exclusiva de las razas aristocráticas, y ella pretendía descender de la noble familia francesa de Guemené, enlazada con la de Rohan por una de sus ramas colaterales.. Un casamiento desigual de uno de los miembros de tan ilustre estirpe hizo que ésta le obligase á suprimir la segunda sílaba de su apellido, de cuya mutilación provino el de Guené que llevaba la famosa modista.
Madlle. Guené, hacía doce años que estaba establecida en San Petersburgo, y no habia querido casarse nunca. Tenia treinta años de edad y un palmito muy agradable, lo cual, unido á su habilidad, que la proporcionó una buena fortuna, atraíanla algunos pretendientes á su blanca mano, á los cuales ella desahuciaba después de haber mediado algunas coqueterías.
Porque Madlle. Guené era algo coqueta.
Una tarde se paró una berlina delante de la puerta del almacén de Novedades de Madlle. Guené: dos señoras se apearon y penetraron en la tienda. Eran la Princesa María y su aya. La oficiala, mayor del establecimiento se adelantó á recibirlas, y dijo:
— Aunque Madlle. Guené no puede hoy recibir á nadie, creo que debo hacer una excepción por deferencia hacia la señora Princesa. Voy á avisarla.
La célebre modista se daba, por lo visto, todo el tono propio de su alta importancia social.
Las dos señoras esperaron en una sala de recibo que habia en la trastienda.
Momentos después presentóse la dueña de la casa.
La Princesa al verla, experimentó alguna sorpresa. Madlle. Guené, que de ordinario mostraba un aspecto alegre y satisfecho, y un semblante rebosando frescura y salud, estaba pálida, ojerosa y triste; el primoroso esmero de su traje habia desaparecido, y en resolución, todo indicaba en ella una mudanza extraña en su modo de ser habitual.
— ¿Os ocurre alguna novedad, Madlle. Guené? —preguntó la Princesa.
— Si y no, señora Princesa, —contestó la modista.— Hay un enfermo en casa, aunque no de mi familia.
— Vuestro aspecto indica que pasais malos ratos.
— Cierto, señora Princesa, tengo un corazón demasiado sensible. ¡Cómo ha de ser! —repuso la modista suspirando— Dios, sin duda, me castiga por mi pasada alegría é indiferencia..
— No os comprendo.
— Ni yo me comprendo á mi misma, señora Princesa; pero la verdad es que desde que conocí á ese jóven...
— ¡Ah! ¿Un jóven?
— Si, señora Princesa. Pero soy una impertinente. Supongo que deseareis ver los nuevos encajes de Nancy y...
— Poco á poco, Madlle., —interrumpió la Princesa;— no me tengáis por tan frívola y por tan indiferente á vuestros disgustos. Habéis dicho que tenéis un enfermo. ¿Quién es?
— Sois muy bondadosa, señora Princesa: el enfermo, ó mejor dicho el herido, es un jóven extranjero...
— ¡Un jóven extranjero herido! —volvió á interrumpir la Princesa, cuyo corazón latia de emoción.— ¿Y cómo se halla herido, quién es?
— ¡Ah! Señora Princesa, no lo sé. Ignoro la causa de esta desgracia: bien es verdad, que respecto á él apenas sé nada,
— Decís que es extranjero, ¿de qué país?
— Español.
La Princesa hizo un brusco movimiento, reprimiendo una exclamación. El recuerdo de su incógnito amante y del duelo surgió impetuoso en su imaginación.
— Mi querida Madlle., —dijo, procurando ocultar su emoción.— Hace tiempo que nos conocemos; vuestros pesares no pueden serme indiferentes y desearía que fueseis más explícita conmigo.
— ¡Ah! señora Princesa; lo que á mí me pasa es toda una novela: temería molestaros...
— De ningún modo y á no ser que dudeis de mi discreción...
— ¡Qué decís, señora Princesa! Agradezco en el alma vuestro interés; pero...
— Vamos, Madlle. tendré una satisfacción en procurar consolaros. Estais muy pálida y conmovida, lo cual demuestra que os suceden cosas graves. Yo soy una niña; pero. Katti tiene mundo y experiencia, y quizá podrá serviros de algo.
Madlle. Guené, halagada por aquel aristocrático interés, y experimentando los impulsos de su locuacidad habitual, estaba deseando hablar.
— Si la señora Princesa —dijo,— tiene la bondad de permitirme dar una vuelta por el cuarto del enfermo... porque temo que mi relato sea un poco largo.
—Id, Madlle., os esperamos.