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Una traducción del Quijote: 33

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


XI.

Media hora después Miguel y el médico se apeaban de su carruaje al pié de la escalera del palacio de Lucko.

El jóven no conoció el sitio: habia estado allí una sola vez, y en tal estado de agitación, que no le permitió fijarse en nada.

Eran las cinco de la tarde. Grandes candelabros llenos de bujías alumbraban el peristilo y la escalera.

Un portero de librea se hallaba al pié de ésta, así como tambien el mayordomo del Príncipe, que precedió á los recien llegados.

Miguel, no obstante su habitual abstracción, no pudo menos de sorprenderse de aquel aristocrático lujo.

Atravesaron varias salas, brillantemente alumbradas, siempre precedidos del mayordomo.

Alzó éste el doble tapiz que cubría una puerta, y Miguel y el médico penetraron en un pequeño salón, de cuyos lienzos de pared colgaban grandes tapices moscovitas, y que estaba alfombrado de peludo cuero de Caffa.

A uno y otro extremo, en el mismo lado en que se hallaba la puerta, habia dos grandes chimeneas encendidas, sobre cuyos mármoles, cubiertos también de cuero, y en dos colosales candelabros ardian varias bujías, velada su luz por grandes pantallas.

Entre los dos cerrados balcones del salón veíase un reló de malaquita con esfera dorada.

Al lado de una de las chimeneas, casi tendida en una butaca y puestos los pies en una banqueta, hallábase María con la cabeza apoyada en la palma de la mano.

El Príncipe de Lucko, en pié, vuelto de espaldas hacia la chimenea, miraba á veces á su hija, y á veces hacia la puerta del salón.

Cuando se presentaron Miguel y el médico, el Príncipe se adelantó á recibirlos. Iba á hablar, pero á una seña del segundo, el cual ya había visto á la Princesa, se apartó, dirigiéndose hacia la chimenea solitaria.

Miguel no conoció al Príncipe, ni en los primeros momentos reparó en María. El pobre jóven estaba sorprendido del lujo de aquella espléndida morada.

— Amigo mío, —le dijo el médico,— allí está mi enferma. Tened la bondad de aproximaros.

Y se adelantó, seguido por Miguel.

Este entónces vio á María, pero sin conocerla, á causa de la ténue luz que se escapaba á través de las pantallas.

La Princesa, aunque esperaba la venida de Miguel, al verle no pudo reprimir un movimiento nervioso que la hizo ponerse en pié, y luego volver á caer en la butaca.

Miguel se acercó á ella y la conoció...

Hay una balada alemana en la que un Saboyanito errante se encuentra con el ángel de la montaña por donde atraviesa, y cruzando las manos, se queda en éxtasis. Esto mismo sucedió al pobre jóven, que ante aquella inesperada aparición reconcentró las confusas ideas que bullían en su mente en una sola: en la contemplación de aquella criatura tan amada.

Lo olvidó todo, hasta el sitio en que se hallaba; é inmóvil, aturdido, con el pecho levantado por la emoción, con los labios entreabiertos, permaneció en este estado durante algunos minutos.

La Princesa, no ménos conmovida, tenia los ojos fijos en el suelo.