Una traducción del Quijote: 34

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


XII.

De pronto los alzó para mirar á Miguel, el cual, moviéndose como un cadáver galvanizado, al sentir el dulce relámpago de aquella mirada, fijó los suyos en todas partes como el que despierta de un sueño; se llevó ambas manos á la frente con un rápido movimiento, y dirigiéndose al médico, que estaba á su lado, y le observaba, dijo:

— «¿Qué esto, cómo me hallo en este sitio?»

Porque el pobre jóven en aquel momento habia recobrado la razon. El efluvio amoroso, desprendido de los ojos de María, desvaneció las sombras de su mente, que salió como de un limbo oscuro.

La Princesa lloraba. El médico sonreía con satisfacción, observando con la perspicaz mirada de la ciencia el semblante de Miguel.

— «Amigo mio, —dijo á éste.— Os hallais en este sitio, porque el señor Príncipe de Lucko, á quien os presento, desea que deis lecciones de ingles á su hija la Princesa María.»

Durante estas palabras del médico, Miguel, ya en la plenitud de su juicio, se hizo cargo de la situación, y lo comprendió todo con esa maravillosa lucidez del alma enamorada.

— «Señor, —dijo, inclinándose ante el Príncipe, que se habia aproximado;— estoy á vuestras órdenes y á las de esta señorita.

María le dio las gracias con una mirada.

A fuerza de voluntad, Miguel se conducía como un indiferente que se hallara en su caso; pero su corazon estaba á punto de estallar.

— «Caballero, —dijo el Príncipe.— Os doy gracias, y os suplico que os pongáis de acuerdo con vuestra nueva discípula, respecto á las horas de lección.»

Y llevándose al médico al lado de la chimenea opuesta, dejó solos á ambos jóvenes.

— «Sentaos, caballero, — dijo la Princesa.»

Miguel tomó una silla y sentó.

Renunciamos á repetir las palabras de ambos amantes, limitandonos á decir que roto el hielo aparente, aquellas dos almas, tan cargadas de electricidad amorosa, estallaron, se penetraron y se confundieron.

El Príncipe y el médico les observaban afectando no hacer caso de ellos.

María estaba radiante; el carmin de la felicidad coloraba sus blancas mejillas.

En cuanto á Miguel, hallábase fascinado y como atónito. ¡Habia sufrido tanto! Aquella peripecia de amor era tan rápida y tan inexplicable, que durante algunos momentos creia estar soñando.

El don del amor es la caricia de Dios á sus criaturas.


FIN DE LA PARTE TERCERA.