Víctor el burlón

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Víctor el burlón


Dá á la pluma misión más
noble que la de burlarte de tus
semejantes!


I

No somos de los que gozan en reir del prójimo, ni aplaudimos la sátira que generalmente ridiculiza sin enseñar, exponiendo faltas y defectos, bien que de otros mayores adolezca frecuentemente el que los señala. La crítica enmienda encaminando. La sátira zahiere ridiculizando. Las heridas de amor propio son las más tardías en cerrar. No es sólo el Vizconde de Chateaubriand quien confiesa nunca le hizo feliz el escritor que malgasta su talento pretendiendo hacer la delicia de necios, al festejar imbéciles. Con pena oímos al crítico Martínez Villergas, que llegaba al fin de sus días sin tener un amigo. La había cruzado criticando á todo el mundo, decapitando moros y cristianos, así en España como en La Habana; en Méjico, en «El Moro Muza», y entre nosotros, con el condimentamiento sin salsa de «Antón Perulero». Es el resultado natural de los que atraviesan la vida silbando alegres la solfa de la burla. Los heridos y maltrechos forman, al fin, regimiento.

El ridículo mata, pero no enmienda. ¡Qué confianza puede inspirar el burlón de oficio, dispuesto siempre á sacrificar el mejor amigo por un chiste! Cuan lejos se hallan esos tales de los dispensadores del buen humor, que provocan la risa abierta, sana, espontánea, festiva, granito de sal, dulzor de la vida! Pretender alegrar las horas con la ironía picante é irrascible, que apenas encubre la punta de saeta envenenada, misión muy distinta es á la antigua máxima: «Corregir las costumbres deleitando».


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«Víctor el burlón», así apodado, no porque naciera en la burlonería andaluza, cuna de toda exageración, sino porque pasó sus días inventando burlas, concluyó en la venganza que provocaba. Así termina, por lo regular, el burlón, víctima de su envenenado gracejo!

Sin alejarnos de nuestro barrio, ni salir de una misma cuadra, recordamos haber oído de él las siguentes hazañas: Cierto día, que acompañaba al general Mansilla, (padre), saliendo del antiguo «Café de Catalanes», como se sintiera éste de pronto descompuesto, frente la puerta del estrecho y oscuro pasadizo (escape de coristas y «primo-donos» del viejo Teatro Argentino), entró apurado. Esperando á la puerta Víctor, que por la nerviosidad de su temperamento y locuacidad intermitente no podía pasar un momento sin idear travesuras, que aún durmiendo proyectaba, ocurriósele amarrar las anillas de ambas hojas, repiqueteando con el llamador y poniendo pies en polvorosa. Mientras la casera forcejeaba por abrir la puerta, sin conseguirlo, hízole dar vuelta cierto olor, no de rosas, aunque ya tras una hermosa. Rozas caracoleaba el corcel de guerra del futuro contendor en el Combate de Obligado. ¡Puede suponerse la situación sin salida, y el apuro en que dejara al pulcro General!