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Viaje al Río de la Plata y Paraguay

De Wikisource, la biblioteca libre.
Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata: ilustrados con notas y disertaciones (1836)
de Pedro de Angelis
Viage al Rio de la Plata de Ulrico Schmidel
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
VIAGE
AL
RIO DE LA PLATA
Y
PARAGUAY,
POR
ULDERICO SCHMIDEL.

BUENOS - AIRES.

IMPRENTA DEL ESTADO.

1836.



VIAGE
AL
RIO DE LA PLATA.




CAPITULO I
De la navegacion de Amberes á España.

El año de 1534, salí de Amberes embarcado para España; llegué á Cádiz en 14 dias, navegando 480 leguas, y ví en la costa una ballena de 35 pasos, de cuyo aceite se lleñaron 30 toneles. Habia en el puerto 14 navios grandes prevenidos para ir al Rio de la Plata, 2,500 españoles y 150 alemanes, flamencos y sajones, con su Capitan General, D. Pedro de Mendoza, y 72 caballos é yeguas. Uno de estos navios era de Sebastian Noarto y Jacobo Belzar, en que iba Enrique Peyne, su factor, con mercaderias al Rio de la Plata, en el cual me embarqué con cerca de 80 alemanes y flamencos, bien armados. Salimos del puerto el dia de San Bartolomé, de 1534, con la armada, y llegamos á San Lucar, que dista 20 leguas de Sevilla, donde nos detuvimos por lo tormentoso del mar.


CAPITULO II
De la navegacion desde España á las Canarias.

A primero de Setiembre, sosegado el tiempo, salimos de San Lucar, y llegamos á tres islas no muy distantes entre sí, llamadas Tenerife, Gomera y Palma, que distan de San Lucar 200 leguas[1]; muy abundantes de azucar: allí se dividió la armada. Habitan estas islas españoles con sus mugeres é hijos, y son del dominio del Rey. Estuvimos cuatro semanas con tres naves en la Palma, proveyéndonos de vituallas, hasta que vino órden de D. Pedro de Mendoza para proseguir viage. Estaba en nuestra nave un pariente de D. Pedro, llamado D. Jorge de Mendoza, que se habia enamorado de la hija de un vecino de la Palma: pues habiendo el último dia levado anclas, salió á tierra D. Jorge con doce compañeros, acerca de las doce de la noche, y la robaron, trayéndola á la nave con una criada, sus vestidos, joyas y dinero; y ocultamente la metieron en nuestro navio, sin que el capitan Enrique Peyne supiese nada. Solo lo advirtieron las centinelas, que lo habian visto.

Empezamos á navegar por la mañana, y á las dos ó tres leguas de viage, entró tan recio temporal que nos volvimos al puerto y echamos las anclas. Enrique Peyne fué en el bote á tierra, y queriendo tomarla, vió 30 hombres armados con escopetas y espadas, que querian prenderle: y conociéndolo sus marineros, le instaron á que no saliese á tierra. Procuró volverse á toda prisa, aunque menos de la que él quisiera, porque le seguian en navichuelos los de tierra, amenazándole. Al fin se libró de ellos en otra nave mas cercana á tierra.

Viendo los Canarios que no podian cogerle, hicieron tocar á rebato, y trageron dos tiros, que dispararon cuatro veces contra el navio mas cercano. El primero hizo pedazos una olla de agua, de cuatro ó cinco arrobas; el segundo quebró el último árbol de la nave; el tercero hizo un agujero grande en el costado, y mató á un hombre, y aunque erraron el cuarto, quedó muy maltratada la nave.

Estaba surto en el puerto otro capitan que iba á Méjico, y él en tierra con 150 hombres: el cual, habiendo sabido el robo de la muger, procuraba la paz entre nosotros y los de la ciudad, con que se les entregasen D. Jorge de Mendoza, la hija y la criada; y habiendo entrado el capitan Peyne y el gobernador de la isla en nuestro navio para egecutar lo pactado, D. Jorge les dijo, que aquella era su muger, y ella que su marido; y al punto se desposaron con gran dolor y tristeza del padre de la muchacha.


CAPITULO III
De la navegacion desde la Palma hácia las islas Verdes ó Hespérides, que llaman tambien de Cabo Verde.

Dejó el capitan á D. Jorge en tierra con su muger, y reparado el navio como se pudo, navegamos á la isla de Santiago, sugeta al Rey de Portugal, á quien obedecen los negros: y dista de la Palma 200 leguas. Allí estuvimos cinco dias, y proveimos nuevamente nuestro navio de pan, carne, agua y otras vituallas, y cosas necesarias á los navegantes.


CAPITULO IV
De la navegacion desde las islas Verdes hácia el Brasil.

Volviéronse á juntar los 14 navios de toda la armada, y empezó á navegar; y al cabo de dos meses llegó á una isla despoblada de seis leguas de ancho y largo, distante 500 leguas de Santiago,[2] en que solamente habia pájaros, pero en tanta multitud, que los matabamos á palos: estuvimos en ella tres dias. Hay en este mar peces que vuelan, ballenas y otros que se llaman Schunbhut,[3] por un gran redondel que tiene cerca de la cabeza, con que dañan mucho á los pescados con quienes pelean: es pez grande, de mucha fuerza, y que fácilmente se irrita. Tambien hay en este mar peces espadas, que tienen en el hocico un hueso á modo de cuchillo; peces sierras, que le tienen á modo de sierra, y otros de varios géneros muy grandes.


CAPITULO V
Del rio llamado Janero.

Llegamos despues á cierta isla llamada Rio Janero, donde los franceses poblaron el año de 1555 (entonces y ahora, del Rey de Portugal). Dista de la primera 200 leguas: llaman á sus indios Tupís. Aquí estuvimos 14 dias, y entonces nuestro General, D. Pedro de Mendoza, por estar continuamente enfermo, encogido de nervios y muy débil, nombró por su teniente á Juan Osorio,[4] su hermano. Pero, poco despues de haber aceptado el cargo, fué acusado de rebelion contra Mendoza: por lo cual, mandó á cuatro capitanes, que fueron; Juan de Oyolas, Juan Salazar, Jorge Lujan y Lázaro Salazar, le matasen á puñaladas y le sacasen á la plaza, para que todos le viesen muerto por traidor: y publicó bando con pena de muerte, para que ninguno se alborotase por causa de Osorio, porque le sucederia lo mismo que á él. En lo cual se procedió sin motivo justo, porque Osorio era bueno, íntegro, fuerte soldado, oficioso, liberal y muy querido de sus compañeros.


CAPITULO VI
Del Rio de la Plata ó Paraná; el puerto de San Gabriel y los Charrúas.

De aquí partimos á buscar el Rio de la Plata[5], y llegamos á otro rio dulce, que llaman Paraná-guazú: está lejos este de la boca en que cae al mar, y tiene 42 leguas de ancho. Desde el Rio Janero á él hay 215 leguas. Aquí llegamos al puerto de San Gabriel: ancoraron los 14 navios en el rio Paraná, y porque estaban distantes un tiro de bala, mandó el General D. Pedro de Mendoza, que saliésemos los soldados y demas gente á tierra, en los botes prevenidos para este efecto. Así llegamos felizmente al Rio de la Plata el año de 1535, y hallamos allí un pueblo de indios de los que habia 2,000, llamados Charrúas, que no tienen mas comida que pesca y caza, y andan todos desnudos. Las mugeres solo traen un paño delgado de algodon, desde la cintura á las rodillas. Todos huyeron al vernos, con sus mugeres y sus hijos; y Mendoza mandó volviésemos á embarcarnos para pasar á la otra parte del rio, que no tenia por allí mas anchura que ocho leguas.


CAPITULO VII
De la ciudad de Buenos Aires y de los indios Querandíes.

En este sitio hicimos una ciudad, á la que llamamos Buenos Aires,[6] por lo saludables que eran los que allí corrian. Hallamos en esta tierra otro pueblo de casi 3,000 indios llamados Querandíes, con sus mugeres é hijos que andan como los Charrúas: nos trajeron carne y pescado. Estos Querandíes no tienen morada fija; vagan por la tierra como gitanos. Cuando caminan en verano (que suele ser á mas de 30 leguas), sino hallan agua, ó la raiz de los cardos, que comida quita la sed, matan el ciervo ó la fiera que encuentran, y beben la sangre; y sino lo hicieran, acaso murieran de sed. Catorce dias trajeron peces y carne al real, y porque faltaron uno, envió Mendoza á Ruiz Galan, juez, y otros dos soldados á ellos (que estaban á cuatro leguas). Pero los indios los maltrataron y volvieron al real con tres heridos.

Viendo Mendoza esto, y que Galan se mantenia con la gente, envió á su hermano, D. Diego de Mendoza, con 300 soldados y 30 buenos caballos (entre los cuales iba yo): mandándole, que tomando el pueblo de los indios, los prendiese ó matase á todos. Pero cuando llegamos ya tenian 4,000 indios de sus amigos y familiares, de socorro.


CAPITULO VIII
De la batalla con los indios Querandíes.

Queriendo atropellarlos, nos resistieron; peleando tan furiosamente, que dieron muerte á D. Diego de Mendoza, á 6 hidalgos, y á cerca de 20 soldados, de á pié y á caballo. De los indios murieron cerca de 1,000. Pelearon fuerte y animosamente con sus arcos, y dardos, género de lancilla, á modo de media lanza, con punta de pedernal aguzado, y tres puntas en forma de trisulco. Tienen unas bolas de piedra, atadas á un cordel largo, como las nuestras de artilleria[7]: échanlas á los pies de los caballos (ó de los ciervos cuando cazan), hasta hacerlos caer; y con estas bolas mataron á nuestro capitan y á los hidalgos referidos; y á los de á pié, con sus dardos: lo cual ví yo. Pero, no obstante su resistencia, los vencimos y entramos á su pueblo, aunque no podimos coger vivo ninguno, ni aun mugeres y niños, porque antes de llegar los habian llevado á otro lugar. En el pueblo hallamos pieles de nutrias, mucho pescado, harina y manteca de peces. Detuvímonos tres dias en él, y volvimos al real, dejando allí cien hombres, que en el interin pescasen con las redes de los indios para abastecer la gente; porque aquellas aguas son maravillosamente abundantes de pescado. Repartíase para comida, á cada uno, tres onzas de harina, y cada tres dias, un pez; y si queria mas, habia de ir á pescarlo cuatro leguas de allí: duró esta pesca dos meses.


CAPITULO IX
De la poblacion de Buenos Aires, y hambre que se padecia.

Vueltos á nuestro real, fué dividida la gente para la obra de la ciudad y la guerra, aplicando á cada uno á oficio conveniente. Empezó á edificarse la ciudad, y á levantarse al rededor una cerca de tierra de tres pies de ancho, y una lanza de alto; pero lo que se hacia hoy se caia mañana: y dentro de ella una casa fuerte para el Gobernador. Padecian todos tan gran miseria que muchos morian de hambre, ni eran bastantes á remediarla los caballos. Aumentaba esta angustia haber ya faltado los gatos, ratones, culebras y otros animalejos inmundos con que solian templarla, y se comieron hasta los zapatos y otros cueros. Entonces fué cuando tres españoles se comieron secretamente un caballo que habian hurtado: y habiéndose sabido, confesaron atormentados el hurto, y fueron ahorcados; y por la noche fueron otros tres españoles, y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne, por no morir de hambre. Otro español, habiendo fallecido un hermano suyo, se le comió.[8]


CAPITULO X
De la navegacion de algunos por el Rio la Plata arriba.

Viendo el Gobernador que la gente no podia mantenerse allí, mandó armar cuatro bergantines con 40 hombres cada uno, y tres botes ó embarcaciones menores, y juntar el pueblo y á Jorge Lujan, que con 350 hombres subiese por el rio arriba á reconocer los indios y buscar bastimento. Pero los indios habiéndonos sentido, quemaron con sus pueblos toda la comida y cuanto podia servirnos de alivio, y se huyeron: sin embargo tragimos á Buenos Aires alguna poca, que se nos repartia á onza y media de pan de racion; mas como era tan corta, murió de hambre la mitad de la gente en este viage. Admiróse el General de ver tan poca gente, hasta que supo los motivos referidos que le contó Jorge Lujan.


CAPITULO XI
Del sitio, toma y quema de la ciudad de Buenos Aires.

Estuvimos juntos un mes en Buenos Aires, con gran necesidad, esperando se previniesen las naves: en cuyo intermedio se pusieron sobre la ciudad 23,000 indios valientes, cuyo número componian las cuatro naciones Querandíes, Bartenes, Charrúas y Timbúes, con intencion de acabarnos. Unos envistieron á la ciudad para entrarla, otros arrojaban flechas de cañas encendidas sobre las casas, que cuyos techos estaban cubiertas de paja, excepto la del General que era de piedra, y lograron quemar enteramente toda la ciudad. Disparadas las flechas, empiecen á encenderse por la punta, y encendidas y arrojadas, no se apagan, antes queman las casas en que pegan, y abrasan lo que tocan.

Tambien nos quemaron en esta funcion los indios cuatro navios grandes, que estaban en el mar á media legua del puerto; y la gente de ellos, viendo el gran tumulto de indios, se pasó á otros tres que no estaban lejos, y se hallaban abastecidos de bombardas. Previniéronse á la defensa, y viendo quemarse las cuatro naves, dispararon tantas balas contra los indios que iban á quemarlos, que temiendo las violencias de los tiros, se retiraron; dejando en quietud á los cristianos, de los cuales murieron, en estos trances, un alferez y treinta mas. Esto sucedió el dia de San Juan Evangelista, de 1535.


CAPITULO XII
Hácese reseña de la gente, y se fabrican náos para pasar adelante.

Pasado lo referido, se metió toda la gente en las naves, y el Adelantado D. Pedro de Mendoza nombró á Juan de Oyolas por Capitan general, con el gobierno universal del pueblo. Pasó revista, y solo halló 560 españoles, de 2,500 que habian salido de España: los demas habian muerto, y la mayor parte de hambre.

Mandó Oyolas fabricar prontamente ocho bergantines y algunos botes, y dejando 160 españoles en guarda de los cuatro navios grandes, y por su capitan á Juan Romero, con racion de un cuarteron de pan para un año, y que si mas quisiesen, lo buscasen, se embarcó con 400 hombres.


CAPITULO XIII
Como subieron navegando por el rio Paraná ó de la Plata, con los 400 soldados.

Llevó Juan de Oyolas con los 400 soldados al Adelantado D. Pedro de Mendoza: navegó en los bergantines y las embarcaciones pequeñas por el rio Paraná arriba, y á los dos meses, á distancia de 84 leguas, dimos con pueblos de indios, que á cuatro leguas conocieron nuestra llegada: llámanlos Timbúes, y nosotros Buena Esperanza. Vinieron de paz cerca de 400, que habitan una isla, en canoas, que en cada una cabrán 16 indios, y nos recibieron muy bien. D. Pedro de Mendoza dió al cacique que los indios llamaban Chera-guazú, una camisa, un bonete colorado, una hoz y otras cosillas; que las tomó gustoso y nos llevó á su pueblo, y nos dió caza y pesca en abundancia, de que recibimos grande contento; porque si el viage hubiera durado diez dias mas, todos hubiéramos perecido de hambre, como habia sucedido á 50 de los embarcados. Estos indios Timbúes traen, en ambos lados de la nariz, embutida una estrellita de piedra blanca y azul: son grandes y altos; las indias, mozas y viejas, feísimas; las caras heridas y sangrientas, y desnudas, excepto un paño de algodon que las cubre desde la cintura á las rodillas. No tienen estos pueblos, ni han tenido jamas otra comida que caza y pesca: serán 15,000 indios de guerra ó mas. Sus canoas son de árboles de 80 pies de largo y tres de ancho, y las navegan con remos (sin yerro), al modo de los pescadores de Alemania.


CAPITULO XIV
Volviendo á España D. Pedro de Mendoza, muere en el viage.

Cuatro años estuvimos en aquel pueblo, pero nuestro Adelantado D. Pedro de Mendoza[9], se hallaba tan enfermo que no podia mover pié ni mano: por lo cual, así como por haber gastado mas de 40,000 ducados efectivos en esta jornada, se volvió á Buenos Aires en dos de los cuatro bergantines, con 50 soldados, y desde allí á España: donde no llegó, por haber muerto miserablemente á la mitad del camino; y en su testamento mandó se enviase mas gente al Rio de la Plata, con bastimentos, mercaderias y otras cosas necesarias, como lo habia ofrecido antes de partir. Y habiendo llegado á España los dos bergantines, enviaron los ministros del Rey dos barcadas de gente, con lo demas que habian dispuesto.


CAPITULO XV
Alonso Cabrera es enviado desde España al Rio de la Plata.

Iba por capitan de estos dos navios Alonso Cabrera,[10] que traia 200 españoles y bastimento para dos años. Llegó á Buenos Aires, donde aun estaban los 100 hombres que dejamos el año de 1539. Pasó despues á la isla de los Timbúes; dispuso con Juan de Oyolas despachase un navio á España, segun la órden que traia del Consejo de Indias, con relacion copiosa de la calidad de estas tierras y gentes, sus pueblos y otras circunstancias. Púsose Juan de Oyolas de acuerdo con Alonso Cabrera, Domingo Martinez de Irala y los demas capitanes, para pasar muestra, y se halló tener 550 soldados, incluidos los que habian llegado nuevamente: resolvieron dejar 150 en los Timbúes, (porque no cabian en las naves), y por su capitan y gobernador á Carlos Dubrin, que habia sido page del Rey.


CAPITULO XVI
Prosiguen la navegacion al rio Paraná arriba, hácia Coronda.

En ocho bergantines metieron los 400 hombres restantes, y salimos del puerto de Buena Esperanza, rio Paraná arriba: buscamos otro rio, que se llamaba Paraguay, de que teniamos noticia, y cuyas riberas estaban pobladas de indios Cários, con abundancia de maiz, manzanas y raices (de que hacian vino), de peces, carne, ovejas, tan grandes como mulos, de ciervos, puercos, avestruces, gallinas y ganzos, de que se tratará en el cap. 20. Habiendo navegado cuatro leguas, llegamos el primer dia á la nacion Coronda. Sus indios son altos, y traen cerca de las narices unas piedrecillas, y las indias andan como las que ya se ha dicho. Son semejantes á los Timbúes, y habitarán estas islas hasta 12,000 de guerra: mantiénense de caza y pesca. Tienen gran abundancia de pieles de nutrias: rescataron de todo lo que tenian, por cuentas, vidrios, espejos, peines, cuchillos y anzuelos. Allí estuvimos dos dias, y nos dieron dos indios Cários que habian cautivado, para que nos serviesen de guias é intérpretes.


CAPITULO XVII.
Llegamos á los Galgaisi y Macurendas.

Proseguimos nuestro viage; llegamos á otra nacion llamada Galgaisi,[11] que podia poner 40,000 indios de guerra. Traen tambien sus indios dos piedrecillas junto á la nariz, como los Corondas; y son de la misma lengua que los Timbúes: distan 30 leguas de su isla. Habitan sus indios en la orilla de una laguna de seis leguas de largo y cuatro de ancho, situada á la izquierda del rio Paraná. Allí estuvimos cuatro dias, en los cuales nos regalaron los indios con lo que tenian, y los correspondimos. Despues no hallamos indios en 18 dias, y llegados al rio que corre por la misma tierra, encontramos gran número de ellos juntos, llamados Macurendas[12]. Estos no tienen mas comida que pescados y poca caza; y habrá 18,000 de guerra, con gran número de canoas. Recibiéronnos, segun su costumbre, de paz, y nos dieron de lo que tenian liberalmente. Habitan á la derecha del rio Paraná: tienen diversa lengua de los antecedentes; son altos y de buena proporcion, y sus mugeres feísimas. En cuatro dias que estuvimos allí, hallamos en tierra cerca de la orilla, una grandisima y monstruosa serpiente de 45 pies de largo, del grueso de un hombre: negra, con pintas leonadas y rojas,[13] de que los indios se admiraron por no haberla visto mayor: matámosla de un balazo. Decian los indios que les habia hecho grandes daños; porque cuando se bañaban, esta y otras de su especie, les rodeaban el cuerpo con la cola, y hundiéndolos en el agua, sin saber los indios lo que les sucedia, se los comian. Medí esta serpiente con mucho cuidado, y dividida despues por los indios en pedazos, se la llevaron á sus casas, y se la comieron cocida y asada.


CAPITULO XVIII.
De como llegamos á los Zemais Salvaiscos, y Mepenes.

Volvimos á embarcarnos, y á los cuatro dias, navegadas 16 leguas, llegamos á la nacion llamada Zemais Salvaiscos[14]; sus indios son pequeños y gordos: se sustentan de pesca, caza y miel. Andan todos desnudos hombres y mugeres: tienen guerra con los Macurendas. Habia cinco dias que estaban al rio á pescar, y á hacer guerra á sus enemigos, porque ellos viven 20 leguas de tierra adentro, por no ser sorprendidos: andan al modo de nuestros ladrones. Tienen 2,000 indios de guerra; y por tener poco bastimento solo estuvimos un dia con ellos. La carne que comen es de ciervos, puercos, avestruces y conejos, que, excepto en la cola, se parecen á los gatos.

De aquí navegamos á los indios Mepenes, que viven esparcidos, ocupando 40 leguas de país en cuadro, y pueden juntarse por mar y tierra en dos dias, 10,000 indios de guerra; y es mayor el número de canoas, de las cuales en cada una, caben 20 indios. Este pueblo nos recibió de guerra con 500 canoas: matamos muchos indios con los arcabuces, retirándose esparcidos una legua de las naves, porque nunca habian visto cristianos. Pasamos á sus casas: no conseguimos nada, porque cerca de su pueblo se rezumaban de una legua aguas tan hondas, que ni pudimos seguirlos, ni hacer mas que quemarles 250 canoas que les tomamos: y temiendo que envistiesen nuestras náos, volvimos á ellas. Estos indios Mepenes solo pelean en agua, y están de los Zemais Salvaiscos 95 leguas.


CAPITULO XIX.
Del rio Paraguay y de los pueblos Curumias y Agaces.
Proseguimos nuestra navegacion ocho dias, y dimos en un rio, y despues en el pueblo de los Curumias, que es de muchos indios que se mantienen de caza y pesca, y hacen vino de la algarroba,[15] (que llaman los alemanes joannesbrot). Este pueblo procuró servirnos en todo, y nos dió cuanto necesitábamos con mucho agrado, en tres dias que allí estuvimos. Hombres y mugeres de grandes estaturas: los unos traen en la nariz un agugerillo, en que por galanura se ponen una pluma de papagayo; y las otras se pintan la cara con raices azules, que nunca se quitan, y traen un paño de algodon desde la cintura á las rodillas. Distan de los Mepenes 40 leguas.

De allí fuimos á los Agaces, que tambien se mantienen de caza y pesca. Indios é indias son altos, y estas se pintan y cubren como las antecedentes. Recibiéronnos de guerras, queriendo estorbarnos el viage; y no pudiendo reducirlos á razon, peleamos con ellos en agua y tierra, y matamos á muchos: de los nuestros murieron 15. No les tomamos nada, porque al tiempo de pelear habian retirado mugeres é hijos, y escondido los bastimentos y cuanto tenian. Estos Agaces son obstinados guerreros en agua, en tierra no. Diremos despues lo que sucedió: su pueblo dista de los Curumias 35 leguas. Está situado cerca del rio Jepido,[16] que del otro lado tiene el rio Paraguay, que baja de las montañas del Perú, cerca de los Xarayes.

CAPITULO XX.
De los pueblos Cários.

Desde estos pueblos pasamos á los de los Cários, que están á 50 leguas de los Agaces, donde hallamos mucho maiz y algodon. Comen los indios las raices batatas, que saben á manzanas, y la mandioca, que sabe á castañas, de que hacen cerveza (mandel-bee-re). Tienen tambien peces, carnes, puercos, avestruces, ovejas indianas, tan grandes como mulos, cabras, gallinas, conejos, y otras cosas de este género. Hay miel en abundancia, de que hacen tambien vino, cociéndola.

Es tan dilatada la tierra habitada por los Cários, que tiene 300 leguas de ancho y largo. Los indios son pequeños y gordos, y mas trabajadores que los demas. Traen un agugerillo en los labios, y en él un cristal leonado, que llaman en su idioma tembetá, de dos palmos de largo, y del grueso de un cañon de ganzo: andan desnudos como las indias. Usase entre ellos vender los padres á las hijas, los maridos á las mugeres, y algunas veces los hermanos á las hermanas; y el valor de una india es una camiseta ó cuchillo, ó hocecilla, ó cosa semejante. Comen carne, aunque sea humana, si pueden adquirirla. Matan á los cautivos en guerra, sean hombres ó mugeres, mozos ó viejos, y los asesinan como nosotros los puercos. Conservan por algunos años una india, recomendable en edad y traza, pero sino se acomoda á los deseos de todos, la matan y comen en convite, tan célebre como el de nuestras bodas; mas si dá gusto á todos, y llega á vieja, la guardan hasta que ella se muere. Hacen estos Cários mas largos viages que los demas indios del Rio de la Plata. Son feroces en la guerra, y tienen sus poblaciones y fortalezas cerca del rio, en parages altos.



CAPITULO XXI.
De la ciudad de Lambaré, y como fué sitiada y rendida.

La ciudad de estos indios, que llaman estos moradores Lambaré, está rodeada de dos cercas de palos, del grueso de un hombre, puestos de doce en doce pasos, hincados en la tierra; quedando fuera tanto como la altura de un hombre con la espada y brazo levantados; y á quince pasos tenian hechos fosos y hoyos de tres estados de hondo, cubiertos con ramas y tierra, y en medio de cada uno, una lanza fijada, aguda. Este aparato es para coger á los cristianos, porque dejando Juan de Ayólas 60 hombres en guarda de los bergantines, fué en contra la ciudad, en órden, con 300 soldados bien prevenidos, y llegando á un tiro de bala del egército de los indios, que eran 4,000 armados con arcos y flechas, nos enviaron á decir que nos volviésemos á las naves, y nos darian bastimento y lo demas que necesitásemos para volver á nuestra tierra cuanto antes. Despreciamos esta oferta, por ser muy á propósito este provincia para nosotros, por la abundancia de bastimentos, y especialmente porque en cuatro años continuos no habiamos comido pan, sino carne y pescado solamente, y muchas veces escasísimamente. Empezaron los Cários á disparar contra nosotros, y no quisimos hacerles mal, sino darles á entender que queriamos ser sus amigos: no quisieron aquietarse por no haber experimentado nuestras espadas ni los arcabuces. Acercámonos y disparamos la artilleria, á cuyo estruendo y estrago, viendo que caian tantos muertos sin saber de que, y las disformes heridas y agugeros en sus cuerpos, espantados con gran temor, huyeron tumultariarmente, cayendo unos sobre otros en los hoyos, mas de 300, dándose gran prisa á meterse en su pueblo.

Sitiamos la ciudad, y se defendieron los indios fuertemente, hasta el tercero dia, matando 16 españoles: pero temiendo el daño de sus mugeres é hijos que tenian consigo, pidieron perdon y las vidas, y se entregaron á nuestra voluntad, ofreciendo hacer lo que les mandásemos, y admitimos la paz. Regalaron al capitan Oyolas con siete indias, la mayor de 18 años, y seis ciervos, rogándole que nos quedásemos con ellos. A los soldados dieron dos indias para que los sirviesen, y comida y otras cosas necesarias: y de este modo quedamos amigos. Entróse al pueblo el dia de la Asumpcion, del año de 1539, y le dimos el nombre del dia, y así se llama hoy.



CAPITULO XXII.
Hácese un castillo en Lambaré, con el nombre de la Asumpcion; y los Cários, con socorro de los cristianos, van contra los Agaces.
Mandóse despues á los Cários que hiciesen una gran casa de piedra, tierra y madera, para seguridad y defensa de los cristianos, en caso de alzarse los indios. Estuvimos aquí dos meses.

Ofrecieron tambien los Cários ayudarnos en la guerra, y que si era contra los Agaces, (que distan 30 leguas de ellos, y cerca de 334 de la isla de Buena Esperanza, poblada de Timbúes), que darian 18,000 indios. Con lo cual dispuso nuestro capitan 300 españoles, y bajó con ellos y los Cários el rio Paraguay 30 leguas, hasta el pueblo de los Agaces, que estaban durmiendo en el sitio que les habiamos dejado. Reconociéronlo los Cários, é improvisamente dieron sobre ellos, entre 3 y 4 de la mañana, y mataron á todos sus enemigos, viejos y mozos, segun la costumbre que tienen cuando quedan victoriosos.

Tomamos despues cerca de 500 canoas: quemámos todos los pueblos donde llegamos, haciendo otros daños. Al cabo de un mes vinieron algunos Agaces, que no se habian hallado en el estrago por estar lejos de esta tierra, pidiendo perdon. El capitan se lo concedió, segun la órden del Rey, y los admitió de paz, como debia hacerlo; aunque la pidiesen tercera vez, porque solo si se rebelasen despues, quedaban esclavos perpetuos.



CAPITULO XXIII.
Quedan los soldados en la Asumpcion; reconocen el sitio y condicion de la tierra, y suben por el rio mas arriba.
En seis meses que estuvimos en esta ciudad, nos reparamos con la quietud, y en tanto nuestro capitan Oyolas se informó de los Payaguás que están poblados cerco de 100 leguas de la Asumpcion, á las riberas del rio Paraguay, segun le dijeron los Cários; y que su principal alimento era caza y pesca, y tambien tenian algarroba de que hacian harina que comian junto con el pescado, y vino tan dulce como nuestro mosto. Entonces mandó Oyolas cargar cinco navios de maiz, y prevenirlos de todas las cosas necesarias, y dar á los marineros cuanto habian menester para el buen suceso del viage, que á los dos meses meditaba. Primero queria hacer guerra á los indios Payaguás, y despues á los Caracarás. Asistian á todo los Cários con mucho cuidado y sumision, y prometian obedecer fielmente en todos los puntos las órdenes del capitan.

Ordenado así lo referido, y prevenida la nave de todo, escogió el capitan 300 soldados, los mejor armados y compuestos, y dejó 100 en la ciudad de la Asumpcion. Navegando siempre rio arriba, á las cinco leguas llegamos á un pueblezuelo, cuyos indios trageron carne, gallinas, ganzos, ovejas y avestruces; y llegando al último pueblo de los Cários, llamado Itatin, distante 80 leguas de la Asumpcion, nos dieron sus indios bastimentos y otras cosas con que nos socorrimos.



CAPITULO XXIV.
Del monte de San Fernando y Peyaguás.

De allí llegamos al monte llamado San Fernando, semejante al que llaman Bogemberg[17], y dimos con los indios Payaguás, á 12 leguas de Itatin: recibiéronnos de paz, aunque fingida como se conoció despues, llevándonos á sus casas, y nos regalaron con pescados, carnes, algarrobas, ó Pan de Juan; así estuvimos nueve dias. Hízoles preguntar el capitan si conocian la nacion llamada Xarayes; respondieron que habian oido; que habitaba lejos en una provincia rica de oro y plata, pero que no habian visto nunca indio alguno de ella: y por relacion de otros, añadian, que eran tan sábios como los cristianos, y que abundaban en maiz, cazabí ó mandioca, mandubís, batatas y otras raices; de carne de ovejas ó antas, animales semejantes á los asnos, que tienen los pies como de vaca, el pellejo grueso; de conejos, ciervos, ganzos y gallinas, y otras cosas de que despues supimos lo cierto.

Pidió guias el capitan á los Payaguás, para ir á aquella provincia, y se ofrecieron prontos; y al punto dispuso su capitan 300 indios que fuesen con nosotros, y nos llevasen comida y otras cosas. Publicó nuestro capitan el viage dentro de cuatro dias, mandando se proveyesen todos de lo necesario para esta empresa: deshizo tres naves, y dejó á 50 cristianos en las dos, con órden de que estuviesen allí.[18] Cuatro meses esperándole, y si no volviese en aquel término, se retirasen á la Asumpcion: estuvimos seis meses esperando sin saber nada de Juan de Oyolas, y por faltarnos el bastimento, fué preciso volvernos con Domingo de Irala, que habia quedado por nuestro capitan, á la ciudad de la Asumpcion, como nuestro capitan habia mandado.



CAPITULO XXV.
Juan de Oyolas llega á la tierra de los Naperús y Samocosis, y es muerto á la vuelta con todos los cristianos.

Partido Juan de Oyolas con los 300 españoles y 300 indios, llegó á los Naperús, amigos y aliados de los Payaguás, que se mantenian de caza y pesca. Es nacion populosa, y de ella tomo algunos indios Oyolas para guias, porque habia de caminar por entre varias naciones, como lo hizo lleno de trabajos y falta de todo: muchos le resistian con las armas, y le mataron la mitad de la gente. Llegó á los indios Samocosis, y no pudo pasar adelante; y dejando tres españoles enfermos con estos indios, precisado de los trabajos, se volvió con todos los suyos. Descanzó Juan de Oyolas con su gente, fatigada del camino, tres dias en Napero, y aunque venia bueno, entendieron los indios que no traia municiones y armas, por lo cual trataron los Naperús y los Payaguás, de matarlos, y lo consiguieron: pues habiendo partido de Napero, Oyolas con sus cristianos para ir á los Payaguás, estando casi en medio del camino, dió de improviso sobre ellos gran multitud de estas dos naciones, (escondidas en destinado bosque para esta traicion, por donde habian de pasar); y como perros rabiosos dieron muerte al capitan y á sus soldados, sanos y enfermos, sin que escapase ninguno.


CAPITULO XXVI.
Viendo muerto su Capitan, eligen los españoles en su lugar á Domingo Martinez de Irala.

Supimos la traicion de los Payaguás, por un indio[19] que habia sido esclavo de Oyolas, el cual huyó de los enemigos por saber la lengua: pero no le dimos entero crédito, aunque contaba todo lo que habia sucedido, desde el principio hasta el fin del lance lastimoso. Así estuvimos un año en la ciudad de la Asumpcion, sin saber de nuestra gente otra cosa que lo referido, y lo que los Cários contaban al capitan Irala, y ser pública fama que los Payaguás y Naperús le habian muerto. Mas para asegurarnos, queriamos oirlo de la boca de alguno de los Payaguás.

Dos meses despues, algunos Cários prendieron dos Payaguás, y los trageron al capitan: y preguntándoles si habian ayudado á dar muerte á los nuestros, lo negaron, diciendo que nuestro capitan aun no habia vuelto con los suyos á su provincia. Dióseles tormento, y confesaron la verdad, y lo que queda referido en el capítulo antecedente; mandándolos quemar el capitan atados á un palo, rodeado de una gran hoguera. Entonces elegimos por capitan al referido Irala, hasta que el Rey mandase otra cosa; porque siempre se habia mostrado justo y benévolo, especialmente con los soldados.



CAPITULO XXVII.
Pone presidio el Capitan en la Asumpcion; va á los Timbúes y los halla muertos y heridos: deja á Antonio de Mendoza en Corpus Christi, y navega á Buenos Aires.

Hizo luego el capitan proveer cuatro bergantines, y con 150 españoles del pueblo, bajó navegando los rios Paraguay y Paraná. El segundo, dejando la demas gente en la Asumpcion, con órden de juntarse á los 150 que estaban en los Timbúes, y á los 160 de las náos de Buenos Aires, llegó á los Timbúes, ó Buena Esperanza, y al fuerte de Corpus Christi, donde los nuestros habian quedado: pero hallamos la tierra sin indios, porque el capitan Francisco Ruiz, Juan Galan, presbitero, Juan Hernandez, escribano, que eran como gobernadores, despues de varios tratos infieles y malvados, habian muerto al cacique de los Timbúes y otros indios, y los demas se huyeron, de los cuales habiamos recibido muchos beneficios. Sabiendo tan triste maldad, quedamos asombrados, y nuestro capitan encomendó á Antonio de Mendoza el fuerte de Corpus Christi, dejándole 120 hombres y bastimento, con órden de guardarse de los indios, estando siempre sobre aviso con buenas centinelas: y que si los indios viniesen de paz, los tratase con mucho amor, haciéndoles cuantos agasajos fuese posible, y evitando todos los daños que intentasen hacerles, y á los cristianos, y mirando por sí con la mayor diligencia. Con lo cual se volvió á embarcar, llevando consigo á Francisco Ruiz, Juan Galan y Hernandez, autores de las infames muertes de los indios. Estando ya para navegar, llegó un indio principal Timbúe, gran amigo de los cristianos, que se vió precisado á seguir á los suyos, por su muger, hijos, parientes y familiares; el cual venia á aconsejar al capitan que no dejase allí cristiano alguno; porque toda la gente de guerra de la provincia estaba resuelta ó á acabar con ellos, ó echarlos de la tierra. El capitan respondió que él volveria presto, y que la gente que dejaba bastaba para resistir los indios: y le rogó se viniese, á los cristianos, con su muger, hijos y familiares, y así lo prometió; y dejándonos en Corpus Christi, se embarcó el capitan.



CAPITULO XXVIII.
Matan los Timbúes á traicion 50 españoles: desamparan los demas el fuerte de Corpus Christi, y se embarcan para Buenos Aires.

A los ocho dias, poco mas ó menos, envió el cacique á su hermano, pero traidora y alevosamente, pidiendo á nuestro capitan Mendoza seis soldados con escopetas y otras armas, para pasarse á nosotros con toda su hacienda y familia á vivir siempre. Ponderaba el temor que tenia á los Timbúes, y la falta de seguridad para venir sin este socorro: ofrecia, como amigo, solicitar toda nuestra conveniencia, traernos mucho bastimento, y gran abundancia de otras cosas. Persuadido el capitan, no solo le dió 6, sino 50 españoles arcabuceros bien armados, encargándoles que fuesen con recato, cautela y solicitud, para librarse de los daños que podian causarles los indios que estaban á media legua de nosotros. Llegados los 50 españoles delante de sus casas, los Timbúes los recibieron con la paz de Júdas: ofreciéronles pesca y caza, y al empezar á comer, dieron sobre ellos amigos y enemigos, que los miraban con otros que se habian escondido en las casas, con tanta furia y priesa, que sino es un muchacho que se llamaba Caldero que escapó de sus manos, ninguno pudo salvarse. Y prosiguiendo su rabia, nos envistieron 10,000, y estuvieron sobre el fuerte catorce dias continuos, con intento de acabar con nosotros: pero Dios lo impidió piadosamente. Traian lanzas largas, con las espadas que habian quitado á los cristianos muertos, por puntas, y peleaban con ellas y otras armas, de noche y de dia, para tomar el fuerte, pero no pudieron.

Pasados los catorce dias, dieron la última envestida, echando porfiados todas sus fuerzas, y pegaron fuego á las casas. Salió el capitan Antonio de Mendoza con espada por un puerta, en que los indios tenian puesta celada, bien disimulada, y apenas dió en ella, cuando le atravesaron los indios con las lanzas, cayendo al punto muerto. Quizo Dios que se les acabó la comida á los indios, y no pudiendo mantenerse mas, levantaron el sitio y se fueron: con lo cual descansamos, y mas con dos bergantines que enviaba nuestro capitan de Buenos Aires, con bastimento y municiones, para que nos pudiésemos mantener hasta que volviese, que nos causó grande alegria. Pero era mayor la tristeza que la muerte de los cristianos infundió en los recien llegados, y no hallando otro modo de restaurarnos, de comun acuerdo resolvimos desamparar á Corpus Christi, y volvernos á Buenos Aires, como lo egecutamos con toda la gente. Asustó nuestra llegada al capitan, y se angustiaba vehementemente por la ruina del pueblo, no sabiendo que haria, por faltarle el bastimento y lo demas necesario para cualquier empresa.


CAPITULO XXIX.
Llega un navio de España con gente á la isla de Santa Catalina, á donde van los nuestros en un barco.

Quince dias habia estabamos en Buenos Aires, cuando vino una caravela de España, y nos avisó estar en Santa Catalina una náo con 200 hombres, en que venia por capitan Alonso Cabrera. Al punto nuestro capitan mandó aprestar otra nave pequeña para que fuese al Brasil, á Santa Catalina,[20] que distaba 300 leguas de Buenos Aires. Envió por capitan á Gonzalo de Mendoza, con órden de que si la encontrase en Santa Catalina, cargase de arroz, mandioca y los demas bastimentos que le pareciere. Pidió Gonzalo de Mendoza al capitan 7 soldados, de quien se pudiese fiar, y eligió 6 españoles, y á mi y otros 20 que nos acompañasen.

Navegamos un mes, y llegamos á Santa Catalina, donde estaba la nave que buscabamos, con el capitan Alonso Cabrera y su gente, con la cual nos regocijamos mucho, y estuvimos dos meses con ella. Cargamos cuanto pudimos nuestra náo de arroz, mandioca y maiz, y salimos con ambas náos y con el capitan Alonso Cabrera y sus soldados de Santa Catalina, navegando á Buenos Aires; y hallándonos á 20 leguas de la ciudad, víspera de Todos los Santos, en el rio Paraná, se preguntaban los marineros unos á otros, si estaban ya en el rio Paraná. Los nuestros decian que si, y los de la otra nave decian que aun faltaban 20 leguas: que ya se sabe que cuando muchos navios hacen juntos un viage, al ponerse el sol cada piloto pregunta á los otros ¿cuanto ha navegado?; ¿con que viento ha de navegar de noche, para no apartarse? El rio Paraná Guazú tiene 30 leguas de ancho hasta su golfo ó boca, que corren 50 leguas continuas hasta el puerto de San Gabriel, donde solo tiene de ancho 18 leguas. Nuestro piloto dijo al de la otra nave si queria seguirle, á que respondió, que era casi de noche, y queria estarse en el mar hasta salir el sol, y no llegar á tierra en noche sin tempestad. Tenia mas juicio este piloto que el nuestro en el gobierno de su nave, como despues declaró el suceso; y sin embargo continuó el nuestro su viage, dejándole allí.


CAPITULO XXX.
Naufraga nuestro navio, salen algunos á tierra en San Gabriel, y de allí van á Buenos Aires y á la Asumpcion.

Navegamos de noche á cerca de las doce, y una hora antes de salir el sol se levantó tan gran tempestad, que aunque vimos tierra á una legua ó mas, no pudimos tomarla, ni echar anclas, ni hallar otro remedio que hacer votos, é implorar la piedad divina. Pues en la misma hora se hizo nuestra náo mil pedazos, y se ahogaron 15 españoles, de que nunca pudimos hallar cadaver alguno, y 6 indios. Otros, asidos á algun madero, se salvaron nadando: yo salí con 5 compañeros agarrados al árbol del navio. Quedamos en tierra desnudos y sin comida, por haberlo perdido todo; y teniendo que caminar 50 leguas por tierra, nos vimos precisados á mantenernos de raicillas y otras frutas en el campo, hasta llegar al puerto de San Gabriel, donde habia llegado 30 dias antes la otra nave con Cabrera. El General, que entendido nuestro infortunio, andaba muy triste con los suyos; y persuadiéndose que todos habiamos perecido, mandó decir algunas misas por nuestras almas.

Lleváronnos á Buenos Aires, y el General procesó al capitan y piloto, y queria ahorcarle: pero, por grandes intercesiones, fué solo condenado por cuatro años á un bergantin.

Juntos todos en Buenos Aires, mandó el General despachar los bergantines, y en ellos todos los soldados: hizo quemar las demas naves, y guardar el hierro. Navegamos otra vez el rio Paraná arriba, y llegamos á la ciudad de la Asumpcion, donde esperamos dos años las órdenes del Rey.



CAPITULO XXXI.
Alvar Nuñez Cabeza de Vaca llega de España á Santa Catalina, y de allí á la Asumpcion con 300 españoles, y es recibido por Gobernador.

Estando así las cosas, llegó de España Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, Adelantado, nombrado por el Rey, con 400 hombres y 30 caballos, en cuatro naves, dos mayores y dos caravelas.[21]

Habian aportado estas naves al Brasil y Santa Catalina, buscando bastimento, desde donde envió el Adelantado las dos caravelas, ocho leguas del puerto, á buscar comida: pero les entró tan récia tempestad, que perecieron rotas en el mar, salvándose la gente. Por esto no quiso el Adelantado volver á embarcarse, antes procuró deshacer las náos y caminar por tierra, y llegó á la Asumpcion con 300 hombres, de 400 que habia embarcado;[22] porque los demas habian muerto de enfados y enfermedades. Ocho meses tardó en andar 300 leguas que hay, desde la ciudad de la Asumpcion hasta la isla de Santa Catalina:[23] y por eso pedia Alvar Nuñez á Domingo de Irala le entregase el gobierno, y que el pueblo le obedeciese, á que estaban prontos; manifestando el título de Adelantado, ú otro documento evidente de haberle concedido el Rey esta potestad, lo cual no pudo conseguir toda la comunidad.[24] Solo los sacerdotes, y uno ú otro capitan lo afirmaron así: pero de lo que se dirá adelante se vendrá en conocimiento de lo que sucedió á este Adelantado.



CAPITULO XXXII.
Pasa revista Alvar Nuñez: envia bajeles por el rio arriba á los indios Chaneses y Cambales, á cuyo cacique ahorcaron.

Procuró Alvar Nuñez la amistad de Irala, y en efecto se juraron el uno al otro union y fé fraternal; quedando Irala, con la potestad que antes, de mandar el pueblo. Pasó muestra Alvar Nuñez, y halló que eran 800 hombres todo el número de su egército; y luego mandó aprestar nueve bergantines para subir, cuanto se pudiese, el rio arriba: y antes de acabar su apresto, envió tres delante, con 115 soldados, con órden de ir cuanto mas lejos pudiesen, y de buscar indios que tuviesen maiz.

Nombró por capitan á Antonio Grovenoro y Diego Tabellino. Estos al principio llegaron á la nacion de los Samocosis, que tenia maiz, cazave y otras raices semejantes, y una fruta como avellanas, llamada mandubí, con pesca y caza. Los indios andan desnudos, y traen en los labios una piedrecilla azul, á modo de dado: la indias, de la cintura á la rodilla andan cubiertas. Aquí dejamos los navios con bastante guarda, y entramos por su provincia, caminando cuatro dias hasta que llegamos á su pueblo, que tocaba á 300 Cários valientes. Informámonos del estado y calidad de toda la provincia, y nos volvimos á las naves; y bajando por el rio Paraná, llegamos á la provincia de los Cambales, donde hallamos cartas de Alvar Nuñez, en que nos mandaba ahorcar al cacique, que se llamaba Aracaré[25] como se egecutó. Accion que dió despues causa á una guerra tristisima: con lo cual nos volvimos el rio abajo á la Asumpcion.



CAPITULO XXXIII.
Taberé y los Cários se arman contra los cristianos, y Taberé es vencido.

Despues pidió nuestro Gobernador al cacique de los indios, que vivia en la Asumpcion, 2,000 indios para subir por el rio con los cristianos contra Taberé. Estaban prontos los indios á esto, y á todo lo que queriamos, acudiendo con obsequios y servicios: pero aconsejaban al Gobernador mirase bien lo que emprendia, antes de partir; porque toda la provincia de Taberé y los Cários estaban de regura, unidas sus fuerzas, para tomar venganza cruel de los cristianos, por la muerte de Aracaré, que era hermano de Taberé. Y por no entrar en riesgo tan grande, dejó por entonces la empresa el Gobernador: pero determinó enviar á Irala con 400 cristianos y 2,000 indios contra Taberé y los Cários, para echarlos de la tierra ó acabar con ellos. Salió Irala con el egército de la Asumpcion, y avistado con el enemigo, requirió de paz á Taberé, conforme á las órdenes del Rey: mas el cacique estaba tan enojado, que nunca quiso admitir trato. Tenia un egército númeroso, y habia fortificado sus pueblos con estacadas al rededor, en tres órdenes, con grandes y profundos hoyos: lo cual habia averiguado nuestro cuidado y diligencia.

Tres dias tardamos en procurar la paz, é informarnos del enemigo, y el cuarto por la mañana, tres horas antes de salir el sol, viendo que estaban mas obstinados, dimos impetuosamente en la ciudad y la rendimos; matando cuanto en ella encontramos, y cautivando muchas indias que nos sirvieron de mucho despues. Murieron en esta batalla 16 cristianos, y quedaron heridos y aporreados otros. Pereció gran número de nuestros indios, y de los Cambales, 3,000. A poco tiempo vino de paz Taberé con los suyos, pidiendo perdon, y rogándonos que le volviésemos sus mugeres é hijos, prometiendo dar la obediencia por sí y su pueblo: y el capitan le concedió lo que pedia, segun el órden del Rey.



CAPITULO XXXIV.
Queda presidio en la Asumpcion: navegan rio arriba el rio Paraguay; llegan al monte San Fernando, y á los Payaguás, Guajarapos y Sococies.

Confirmada la paz, volvimos por el rio Paraguay á Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, que informado de nuestro buen suceso, determinó ejecutar la empresa que habia pensado antes. Pidió á Taberé 2,000 indios auxiliares, y á los Cários, que proveyesen los bergantines, y así lo ejecutaron prontamente. Eligió 500 cristianos, de 800 que habia, dejando 300 en la Asumpcion, y por capitan de ellos á Juan de Salazar de Espinosa.

Subimos por el rio Paraguay con los 500 cristianos[26] y los 2,000 indios: los Cários tenian 83 canoas, nosotros 9 bergantines, y en cada uno iban dos caballos, que hasta que llegamos al monte de San Fernando. Por espacio de 100 leguas fueron por tierra, y los embarcamos y proseguimos el viage hasta los Payaguás, que huyeron con sus mugeres é hijos, quemando antes sus casas. Anduvimos 100 leguas sin encontrar pueblo alguno de indios: y finalmente, llegamos á los indios Guajarapos, que se mantienen de pesca y caza, y habitan en una larga provincia de 100 leguas; tienen tan gran número de canoas, que no se puede decir. Las indias andan tapadas de la cintura á la rodilla, y por no haber querido oir nuestras pláticas, pasamos á otra nacion llamada Sococies, que nos recibieron de paz, y estaba 90 leguas de los Guajarapos. Cada uno de estos Sococies vive en propia y particular casa, con su muger é hijos. Los indios traen una bolilla de palo pendiente de las orejas. Las indias, de los labios un cristal azul, de un dedo: son hermosas, y andan desnudas. Tienen en abundancia maiz, mandioca, mandubí, batatas, peces y caza, y es nacion muy populosa.

Procuró el Adelantado informarse de la nacion de los Carcaráes, y de los Cários: pero los indios no sabian nada de aquella; y de esta decian que estaban con ellos, siendo mentira. Con esto mandó que nos previniésemos para entrar en la provincia, aunque veia el poco provecho que se nos seguia, porque no era hombre para tanta empresa, y le aborrecian todos los capitanes y soldados, tanto como él era perezoso, y poco piadoso con los soldados[27]. Caminamos 18 dias, y no vimos ni á los Cários ni á otros indios, y faltándonos la comida, fué preciso volver al puerto de los Reyes, dando antes órden á Francisco de Rivera, que con otros diez soldados, pasase adelante, y que, no hallando gente á los diez dias de camino, se volviesen á las naves donde los esperábamos.[28] Hallaron estos una nacion populosa, con gran abundancia de maiz, mandioca,[29] y otras raices; mas no se atrevieron á dejarse ver de los indios, antes se volvieron al Adelantado, el cual queria entrar otra vez en esta provincia, pero impidieron las aguas su determinacion.



CAPITULO XXXV.
Vá Hernando de Rivera á los Orejones y Acarés, navegando rio arriba.

Hizo prevenir una nave el Adalantado, con 80 soldados, de que nombró por capitan á Hernando de Rivera, mandándole subiese por el rio Paraguay, buscando la nacion de los indios Xarayes, y que entrase la tierra adentro, dos dias y no mas, y volviese á darle cuenta de la provincia, y sus indios. El primer dia que navegamos, dimos con los indios Orejones, que habitan una isla de 30 leguas rodeada del rio Paraguay se mantienen de mandioca, maiz, batatas, mandubís y otras raices, caza y pesca. Son semejantes á los Sococies. Recibiéronnos bien, y estuvimos con ellos todo el dia, y el siguiente partimos, y nos acompañaron con diez canoas, cuyos indios cazaban fieras, y pescaban dos veces al dia, y nos agasajaban con la caza y pesca.

A los nueve dias de camino, llegamos á los indios Acarés, y hallamos juntos muchos. Son tan altos, y las indias, que no los ví semejantes en todas aquellas provincias, y no comen mas que caza y pesca. Las indias andan cubiertas de la cintura abajo: estan treinta leguas de los Sococies: estuvimos un dia con ellos, y desde aquí se volvieron los Sococies en sus canoas á sus pueblos. Pidió á los Acarés guias nuestro capitan para ir á los Xarayes, y las dieron en ocho canoas, cuyos indios iban pescando y cazando, como los Sococies, bastante comida para mantenernos.

Toman el nombre estos indios de un gran pez, llamado jacaré, de tan duro y áspero pellejo, que no le hieren las flechas de los indios, ni otras armas. Vive en el agua, y hace mucho daño á los demas peces: pone en tierra sus huevos, á dos ó tres pasos de la orilla del rio: huele á almizcle, y sabe bien: su carne no es dañosa, y su cola es delicadísimo manjar. Entre nosotros se cree que es animal venenoso, y se llama cocodrilo. Entre otras ficciones que cuentan de él, refieren, que si alguno le mira, ó él le echa su hálito, muere luego, y que si nace en alguna fuente, el único medio de matarle es ponerle delante un espejo, en que viéndose, muere: y otras cosas que, si fuesen verdades hubiera yo muerto mas de cien veces, porque miré y cogí mas de tres mil.



CAPITULO XXXVI.
Llegan á los Xarayes, y son recibidos y tratados con gran agasajo.

Desde estos indios pasamos á los Xarayes: tardamos nueve dias, aunque solo distan 36 leguas de los Acarés. Es muy numerosa la nacion de estos indios, y aunque no son los verdaderos Xarayes, vive el rey entre ellos, y de su nombre le toman los indios: traen bigotes, y un redondel pendiente de las orejas, y en los labios pedazos de cristal azul como dados, y andan pintados de azul, desde el cuello á las rodillas, como si trageran bordado el pellejo. Las indias se pintan de otro modo, pero tambien azul, ó ceruleo, desde los pechos hasta las rodillas; con tanto primor que dudo haya en Alemania quien las exceda en artificio y lindeza: andan desnudas, y son hermosas. Detuvímonos allí un dia, y en tres navegamos 14 leguas, hasta llegar á un buen pueblo, donde vivia el rey, situado á la ribera del rio Paraguay: su provincia es de cuatro leguas. Rescatamos con los indios dos dias; y porque el rey no estaba allí, resolvimos ir á verle.

Dejamos la nave con doce españoles de guarda, y pedimos á los indios conservasen con ellos la amistad que habiamos hecho: y así lo hicieron.

Prevenidos de todo lo necesario, pasado el rio Paraguay, llegamos al pueblo que era la corte y casa del Rey: el cual nos salió á recibir de paz, una legua antes de llegar, en un campo muy liano, con mas de 12,000 indios. La senda por donde iba, era de ocho pasos de ancho, llena de flores y yerbas; y tan limpia que no se veia una paja ni piedra en ella. Tenia consigo el rey sus músicos, con instrumentos como nuestras flautas, que llamamos schall-meias:[30] habia mandado que á la entrada de ambos se hiciese una caza de fieras, y en poco tiempo se cogieron cerca de 30 ciervos y 20 avestruces, ó ñandús, que fué muy apacible recibimiento. Entrados en el pueblo, iba señalando posada de dos en dos á los cristianos. Nuestro capitan juntamente con sus oficiales se alojó en el palacio, de que estaba cerca mi posada. Mandó despues el rey xaraye á los indios que diesen á los cristianos cuanto necesitasen. Este fué el aparato y esplendor de la corte de este rey, como supremo señor de la provincia.[31]

Cuando gustan de música á la mesa ó en los convites, cantan con flautas y bailan los indios, con tanta destreza, que los cristianos estaban maravillados de verlos: en lo demas son como los indios antecedentes. Las indias hacen para sí unas como capas de algodon, tan sutíl como nuestros tejidos de seda, que llamamos Arras, ó Burschet, y las tejen con varias figuras de ciervos, avestruces, ovejas indias, ó las que mejor saben hacer. Si corre aire frio, duermen, ó se sientan en ellas dobladas, y tienen otros usos. Son hermosísimas, lascivas, y me parecieron muy blancas.

Habiendo estado allí cuatro dias: preguntó el rey á nuestro capitan, ¿qué queriamos, y adonde ibamos?—Respondíole que buscaba oro y plata, y el Rey le dió una corona de plata de medio marco de peso, una plancha de oro de medio palmo de largo, y la mitad de ancho, y otras cosas hechas de plata: diciéndole, que no tenia mas oro ni plata, y que lo que le daba era el despojo que habia traido de la guerras con las Amazonas.

Mucho nos alegramos al oir Amazonas, y demas la opulencia que refirió: y al punto preguntó el capitan al rey si por tierra ó mar podíamos ir á ellas, ¿y cuanto distaban?—Respondíole que solo podia irse por tierra, y se llegaria en dos meses á su provincia; con lo cual determinamos buscarlas.


CAPITULO XXXVII.
Vamos en busca de las Amazonas, y se describen los indios Paresis y Urtueses.

Estas Amazonas solo tienen un pecho ó teta: sus maridos van á verlas tres ó cuatro veces al año; si paren varon, se lo envian á su padre; si es hembra, la guardan, y le queman el pecho derecho para que pueda usar bien el arco y armas en las guerras con sus enemigos, porque son mugeres belicosas. Habitan en una gran isla, en la cual no tienen oro ni plata, que esto lo hay en tierra firme donde viven los indios, y se vió que tienen grandes tesoros. Es nacion muy numerosa, y su rey se llama Paitití.[32] Pidió el capitan Hernando Rivera al rey xaraye (que tambien nos habia dicho el nombre del pueblo), algunos indios para llevar el fardage, y llegar á lo mas remoto de la provincia, buscándolas. Díole lo que pedia, pero advirtiéndole que entonces estaba inundada toda la provincia, y que seria muy difícil y trabajoso el viage, y aun inútil, porque no era posible por aquel tiempo llegar á ella. No quisimos creerle, é instándole á que diese los indios, dió veinte al capitan, y cinco á cada soldado, que nos sirviesen y llevasen nuestras mochilas.

Caminamos hasta llegar á los indios Paresis, semejantes, en lengua y otras cosas, á los Xarayes, y anduvimos continuamente ocho dias, de dia y de noche, con la agua hasta las rodillas, y á veces hasta la cintura, sin poder salir de ella. Si habiamos de encender lumbre, armábamos sitio con palos en alto, donde ponerla; y muchas veces la comida, la olla y la lumbre, y aun quien la cocia, se caian en el agua, y nos quedamos sin comer. Los mosquitos nos molestaban tanto, que no nos dejaban hacer nada.

Preguntábamos á los Paresis, si adelante habria aquella agua; y respondian, que aun habiamos de andar cuatro dias, y cinco por tierra, para llegar á la nacion llamada Urtuesa, y decian que nos volviésemos, que éramos pocos: lo cual repugnaban los Xarayes; pues habiéndoles dicho que se volviesen á su pueblo, respondian que su rey les habia mandado que no nos dejasen, hasta volver á su provincia: los Paresis nos dieron diez indios, que juntos con los Xarayes nos guiasen á los Urtueses. Proseguimos nuestro viage siete dias mas, por el agua, que estaba tan caliente como si hubiera estado al fuego; y nos velamos precisados á beberla por no tener otra. Pudiera pensar alguno que era de rio, pero entonces eran tan contínuas las lluvias, que como la provincia era tan llana, la habian inundado, y el daño que nos hizo, lo sentimos despues.

A los nueve dias, entre diez y once, llegamos á un pueblo de la nacion Urtuesa, y entramos en él á las doce. Fuimos en casa del cacique: habia entonces entre los indios una cruel peste, ocasionada de la hambre, porque los dos años antes la langosta habia destruido tanto el grano y todos los frutos, que casi no les dejó qué comer; y esto nos atemorizó tanto, que como tampoco llevásemos mucha comida, no pudimos detenernos en la provincia. Preguntó nuestro capitan al cacique, ¿cuanto nos faltaba para llegar á las Amazonas? y respondió, que un mes: pero que la provincia estaba inundada, como ya habiamos experimentado.

El cacique dió al capitan cuatro planchas de oro, y cuatro sortijas grandes de plata para los brazos: usan los indios de estas planchas de oro por adorno en la frente, como entre nosotros las señoras traen cadenas ó collares pendientes del cuello. El capitan dió al cacique, en recompensa, hocecillas, cuchillos, cuentas, tenazas y otras cosas semejantes que se suelen labrar en Norimberga. No nos atrevimos á preguntar á estos indios muchas cosas, porque éramos pocos, y ellos gran número; y el pueblo era tan grande, ancho y largo, que no ví otro mayor, ni mas populoso en todas las Indias: y juzgo nos fué de mucha utilidad la peste, que si no la hubiera, escapáramos dificultosamente de tanta multitud.



CAPITULO XXXVIII.
Vuélvese Hernando de Rivera al Adelantado, el cual le quita, y á su gente, lo que llevan, y se tumultúan.

Volvímonos á los Paresis, sin mas comida que palmitos y raices agrestes: y estando en los Xarayes, enfermó la mitad de la gente, siendo la causa el hambre y pobreza que pasaban en este viage, y el agua que habiamos bebido, y en que anduvimos treinta dias continuos. Cuatro estuvimos con los Xarayes y su cacique, y nos trataron muy bien, curándonos y haciendo otras buenas obras: porque el rey mandó á los suyos que nos diesen lo que necesitásemos. Ganamos en esta jornada 200 ducados cada uno, solo con el rescate de cuchillos, cuentas, &c. por mantas de algodon y plata.

Volvimos por el rio al Adelantado, el cual mandó que, pena de la vida, ninguno desembarcase: y luego vino él mismo, y prendió á nuestro capitan, echándole prisiones, y á los soldados nos quitó por fuerza cuanto en la jornada habiamos ganado: y no contento con esto, queria ahorcar de un árbol al capitan. Pero nosotros (estando en el bergantin) nos acordamos con algunos amigos de los que estaban en tierra, y nos tumultuamos contra el Adelantado, diciéndole cara á cara, que cuanto antes nos diese libre á nuestro capitan, Hernando Rivera, y nos restituyese lo que nos habia quitado, y que de otro modo veríamos lo que habiamos de hacer.

Viendo Alvar Nuñez el motin y nuestra indignacion, dió libertad al capitan, y nos restituyó lo que habia tomado; procurando con buenas palabras templar nuestros ánimos y conciliar la paz.

Conseguida la quietud de la gente, mandó el Adelantado á Hernando de Rivera le refiriese lo que habia visto en su viage: qué era aquella provincia, y por qué habiamos tardado tanto?—A todo le respondió con mucha órden,[33] y quedó satisfecho el Adelantado, aunque habiamos faltado á sus órdenes; pues expresamente nos mandó, que no pasásemos de los indios Xarayes, sino que de ellos, despues de haber estado dos dias solamente, en su provincia, volviésemos, con relacion de las provincias por donde hubiésemos pasado: lo cual no cumplimos, y por eso prendió al capitan y nos quitó lo que llevábamos.


CAPITULO XXXIX.
Desprecian los soldados al Adelantado Alvar Nuñez, por su soberbia:[34] hace dar muerte á los Sococies sin justa causa.

Luego que vió á Rivera el Adelantado, determinó ir con todo el ejército á las provincias en que habiamos estado: y los soldados no queriamos seguirle, y menos en tiempo que toda la provincia estaba inundada, y muchos de los que fueron con nosotros, enfermos. Queríale poco la gente, y él no se avenia bien con ella, porque nunca habia tenido empleo de importancia[35]. Diéronle calenturas muy fuertes, en los dos meses que estuvimos en los Sococies; y aunque se hubiera muerto, lo hubiéramos sentido poco. No hallé en esta provincia ningun indio que pasase de 40 ó 50 años, porque es tan enferma como la de Santo Tomas. Está situada debajo del tópico de Capricornio, donde el sol está altísimo. Vi el Carro en ella, ó la Ursa Mayor, cuya constelacion habiamos perdido de vista cuando navegamos cerca de la isla de Santiago y Cabo Verde[36].

Mejorado el Adelantado, mandó armar 150 cristianos, que con 2,000 indios fuesen en cuatro bergantines á la isla de los Sococies, que está á cuatro leguas, y que los matasen, ó prendiesen todos, y especialmente los que tuviesen 40 ó 50 años. Llegamos á su pueblo de improviso: salieron de sus casas á recibirnos de paz con sus arcos y flechas; pero levantándose pendencia entre ellos y los Cários, disparamos la artilleria, matando mucho número: cautivamos cerca de 2,000 muchachos y muchachas, saqueamos el pueblo, y ejecutado lo referido, con gran injuria de aquellos pobres indios que tan bien nos habian tratado, volvimos al Adelantado, que aprobó lo hecho; y viendo la mayor parte de su gente enferma y flaca, y la poca aficion que le tenian,[37] se volvió con ella, por el rio Paraguay, á la ciudad de la Asumpcion, donde le repitieron las calenturas, y en catorce dias no salió de casa, mas por soberbia que por su enfermedad: tratando mal y con poca decencia á los soldados, que debiera tratar apaciblemente; dando sin aspereza las órdenes,[38] respondiendo á todos con mansedumbre, haciéndoles creer que era mas prudente y virtuoso que los súbditos.


CAPITULO XL.
Es preso Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, y enviado al Rey, y en su lugar elegido Domingo de Irala.

Viéndose la gente despreciada de Alvar Nuñez, determinó unánime, noble y plebeya, enviarle preso al Rey; avisándole lo mal que se habia portado en el gobierno. Y entraron en su casa, el dia de San Marcos, Alonso de Cabrera, Francisco de Mendoza y Garcia Vanegas con 200 soldados, y lo prendieron cuando menos lo recelaba:[39] Tuviéronle preso un año, hasta que previnieron una caravela con bastimento, marineros y otras cosas necesarias, para enviarle al Emperador con otros dos caballeros.

Eligió despues la ciudad por capitan á Domingo de Irala, que habia gobernado antes, y era muy amado de los soldados, que aprobaron la eleccion; excepto algunos de los parientes y familiares de Alvar Nuñez, de que no se hizo caso. Entonces estaba yo con hidropesia, que fué lo que saqué de la jornada á Urtuesa, y de 80 que enfermaron, solo 30 sanaron.



CAPITULO XLI.
Discordia de los cristianos, disposiciones de los Cários contra ellos: los Yapirús y Nagases ayudan á los españoles.

Enviado á España Alvar Nuñez, empezó entre los cristianos tanta discordia que ninguno deseaba el bien de otro: todo era pendencias y riñas, sin que en mas de un año ninguno anduviese seguro, ni se escusasen los ruidos causados por haber enviado á España á Alvar Nuñez. Los Cários, hasta entonces nuestros amigos, tenian gran gusto en vernos reñir, y trataron de matarnos á todos, ó echarnos de la provincia.

Toda la provincia de los Cários con otras, y los Agaces, se levantaron contra nosotros; por lo cual, precisados, volvimos á la union primera, é hicimos paz con los Yapirús y Nagases, naciones que tendrian 5,000 indios de guerra. Son belicosas en tierra y mar, no tienen mas comida que caza y pesca; y sus armas son dardos como media lanza, no tan gruesa, con puntas de pedernal. Usan llevar debajo de un ceñidor un palo de cuatro palmos, y en el extremo anterior, una bola ó nudo. Tienen tambien otras armas de un palmo de largo, con puntas armadas de un ancho diente de pez que llaman palometa, semejante á nuestras tencas. Este diente es agudo: de estas armas usan en el modo siguiente.

Empiezan la batalla con los dardos: cuando siguen al enemigo, arrojan corriendo el palo á los pies para que caiga: si cae vivo ó muerto, le cortan la cabeza con gran presteza, despues guardan el diente en el cincho, ó en lo que llevan para este efecto: luego á la cabeza quitan todo el pellejo, con el pelo, y bien seco le ponen en una pértiga larga que cuelgan en los templos, en memoria de su hazaña, como nuestros capitanes hacen con sus trofeos. Vinieron finalmente á ayudarnos 1,000 indios de guerra Yapirús y Nagases que nos sírvieron con mucho gusto y provecho.



CAPITULO XLII.
Vencen á los Cários los cristianos, auxiliados de los Yapirús y Nagases, y ganan á Froemidiere y Acaraiba.

Salimos de la Asumpcion, con nuestro general, 350 cristianos, y los 1,000 indios, distribuidos de forma, que siempre tres asistiesen á un cristiano: llegamos á tres leguas de los Cários, que eran 15,000, gobernados de su cacique Mayrairú; y aunque nos pusimos á media legua de ellos, no los envestimos por estar cansados del camino, y muy mojados de la continua lluvia: ocultámonos en un bosque, en que habiamos pasado la noche.

A las seis de la mañana del dia siguiente, empezamos á marchar, y á las siete los envestimos: duró la batalla hasta las diez, que huyeron precipitadamente á meterse en Froemidiere,[40] pueblo que habian fortificado, cuatro leguas de allí, quedando muertos 2,000, cuyas cabezas llevaron los Yapirús. De los nuestros murieron diez, y algunos heridos que enviamos á la Asumpcion, los demas seguimos á los enemigos hasta Froemidiere, donde se habia metido el cacique Mayrairú con sus indios. Tenia el pueblo fortificado como con muralla, con tres órdenes de maderos, del grueso de un hombre, de un estado de alto; habian hecho tambien hoyos, como los que quedan dichos, y en cada uno, cinco ó seis estacas fijadas, y aguzadas como agujas. Estaba muy bien fortalecido, y con guarnicion de indios fuertes: tuvímosle sitiado tres dias en vano. Hicimos mas de 400 grandes y redondos broqueles, de los cueros de las ovejas de Indias, que llaman huanaco: es tan grande este animal como un mulo mediano, color azul, y no pati-tendido; en lo demas semejante al asno, y es buena comida. Tiene la piel de medio dedo de grueso, y hay muchos en esta provincia. Estos broqueles dimos á algunos indios Yapirús, con una hoz; y entre dos indios poniamos un arcabucero. Entre dos y tres de la mañana acometimos al pueblo, por tres partes, y á las tres horas, destruidas las palizadas, entramos, haciendo grande estrago en indios, mugeres y muchachos, aunque la mayor parte de ellos huyó á Acaraiba, pueblo suyo, que estaba veinte leguas de Froemidiere, el cual habian fortificado cuanto pudieron. Volviéronse á juntar los Cários en gran número, y pusieron su ejército cerca de un áspero bosque, para ampararse en él si perdian tambien este pueblo. A las cinco de la tarde llegamos, persiguiendo los Cários, hasta Acaraiba, y sitiámosle: sentando los ataques en tres parages, y dejamos centinelas en el bosque. Entonces nos llegó el socorro que habiamos pedido para suplir los muertos y heridos, y era de 200 cristianos, y 500 Yapirús y Nagases de la Asumpcion, con que se aumentó nuestro ejército á 450 cristianos y 1,300 indios. Tenian los Cários fortificado á Acaraiba con palos y fosos, mucho mas que los otros pueblos, y ademas habian hecho unos instrumentos como ratoneras, junto al pueblo, que si hubieran tenido el efecto que ellos pensaban, cada una habria cogido veinte ó treinta hombres. Estuvimos sobre él cuatro dias sin poder hacer nada: hasta que un indio Cário, que habia sido su capitan, y era dueño del pueblo, vino de noche al general, pidiéndole con gran instancia, que no le destruyésemos con fuego, ofreciendo, si le permitíamos, dar traza y forma de tomarle. Prometíole el general, que no recibiria ningun daño, asegurándole lo cumpliria. Con lo cual mostró dos sendas en el bosque que iban á dar al pueblo, diciéndonos que, cuando él hiciese fuego dentro de él, habiamos de envestirle. En la misma forma que se habia tratado, se ejecutó: entramos al pueblo, y dimos muerte á muchos indios, y los que creian escapar, huyendo, caian en manos de los Yapirús, que mataban la mayor parte: sus mugeres é hijos quedaron libres, porque los tenian escondidos en un gran bosque, una legua de allí.

Los que escaparon de este estrago, se refugiaron al cacique Taberé, en su pueblo, llamado Hieruquizaba, 40 leguas de Acaraiba: no pudimos seguirlos, porque iban quemando y robando por donde pasaban, quitando todo el bastimento y comida. Estuvimos cuatro dias en Acaraiba, reparándonos del trabajo, y curando los heridos.


CAPITULO XLIII.
Vueltos á la Asumpcion, se encargan de otra espedicion, suben el rio en las náos, y toman á Hieruquizaba, perdonando á Taberé.

Volvimos á la ciudad de la Asumpcion, con ánimo de repetir el viage por el rio, buscando el pueblo de Hieruquizaba, donde vivia el cacique de los indios, Taberé. En la Asumpcion estuvimos catorce dias, previniéndonos de armas, municiones, bastimentos y otras cosas para la jornada referida. El general, que ya tenia cerca de 60 años de edad, procuraba aumentar españoles é indios á su ejército, para reemplazar enfermos y heridos, en las batallas y tomas de pueblos.

Compúsose la armada de nueve bergantines y 200 canoas, en que iban 1,500 Yapirús: subimos por el rio Paraguay, para buscar el pueblo de Hieruquizaba, donde habian huido los Cários; que dista 46 leguas de la Asumpcion, y en este viage se nos juntó el cacique, que dió la traza de tomar á Acariaba, con 1,000 Cários, contra Taberé.

Dispuesta la gente en tierra y agua, marchamos, y nos pusimos á dos leguas de Hieruquizaba, y el general envió dos indios Cários á decir á Taberé hiciese volver al pueblo los huidos, con sus mugeres, hijos y hacienda, y que diesen la obediencia á los cristianos como antes: y que si lo reusaba, los echaria á todos de aquella provincia. Taberé respondió, que ni conocia al general, ni á los cristianos: que envistiesen luego, que los habia de matar, arrojando huesos contra ellos. Mandó dar de palos á los embajadores, y los despidió, amenazándolos, que si no se huian de los cristianos, los habian de matar.

El general, viendo el mal éxito de su embajada, marchó con todas sus fuerzas, distribuidas en cuatro escuadrones: llegamos al rio Ipané, que es tan ancho como el Danubio; tiene medio estado de hondo, y en algunas partes mas: crece con las inundaciones, tanto algunas veces, que no se puede andar por tierra.

Habíamos de pasar este rio, pero los indios estaban defendiendo este paso, y nos hacian tan gran daño, que si no fuera por la providencia de Dios, y la artilleria que se disparaba bien, hubiéramos perecido. Pero le pasamos, y en las naves llegamos á la otra ribera: lo cual visto por los indios, huyeron á meterse en su pueblo, á media legua de allí. Seguímoslos con tanta prisa, que casi al mismo tiempo llegamos al pueblo Hieruquizaba, al cual sitiamos, sin que ninguno pudiera entrar ni salir: usamos despues de los escudos de huanaco y segures, como queda dicho, y aquella tarde entramos al pueblo, dando muerte á muchos indios, y reservando sus mugeres é hijos para cautivos, como habia mandado el general. Muchos indios escaparon huyendo, y los amigos Yapirús consiguieron el despojo de 1,000 cabezas de sus enemigos.

Despues vinieron los Cários huidos, con su cacique, pidiendo perdon al general, y que se les restituyesen sus mugeres é hijos, ofreciendo la obediencia, y servir como antes: y el general les perdonó.

Y perseveraron despues firmes en nuestro servicio, todo el tiempo que estuve yo en aquella provincia. Duró esta guerra medio año, desde 1546.



CAPITULO XLIV.
Vuélvese el general á la Asumpcion, y entra la tierra adentro buscando oro y plata.

Acabada la guerra, se volvió el general con la gente en las naves á la Asumpcion, y descansamos dos años enteros, sin que en tanto tiempo viniese navio de España; y por no estar ocioso el general, propuso á los soldados si tendrian á bien que entrase la tierra adentro con alguna gente. Todos convinieron en lo que decia, y separó 350 españoles, á los que ofreció, si iban con él, juntarles indios y cuidarles de vestidos, caballos y lo demas necesario. Alegres todos, admitieron la oferta: llamó á los Cários, y preguntóles si querian ir con él 2,000? Y al punto se ofrecieron á servirle como estaban obligados.

Pasados dos meses, salió nuestro general el año 1548, subiendo el rio Paraguay con siete bergantines y doscientas canoas. La gente que no cupo en las náos, fué por tierra, con 130 caballos, y se volvió á juntar cerca del alto y redondo monte de San Fernando, distante 92 leguas de la Asumpcion, que habitan los Payaguás. Hizo el general volver desde allí á la Asumpcion cinco bergantines con las canoas, y dejó los otros dos con 50 españoles, proveidos para dos años; por capitan á D. Francisco de Mendoza,[41] con órden de mantenerse en aquel sitio dos años, encargándole tuviese gran cuidado con los indios, no le sucediese lo que á Juan de Oyolas, hasta que volviese.

Empezó su viage con 300 cristianos, 130 caballos y 2,000 Cários, y en ocho dias continuos no halló nacion alguna. Al noveno, y á las treinta y seis leguas del monte de San Fernando, dimos en los Naperús, indios que se mantienen de caza y pesca. Son altos y robustos. Las mugeres son feas, y desde la cintura á la rodilla traen un paño. Cuatro dias despues llegamos á los Mapais,[42] nacion muy populosa. Son tan sugetos á sus principales, que precisan á los indios á servirlos, como sirven en Alemania los rústicos á los nobles.

Tienen abundancia de frutos de maiz, mandioca, batatas, mandubí, pacobas, y otras raices y cosas de comer. Hay muchos ciervos, ovejas indias, avestruces, anades, gansos, gallinas y otras muchas aves. En los bosques hay mucha miel, que gastan en hacer vino y otros usos; y cuanto mas adelante se camina, tanto es mas fértil la tierra. Todo el año hay maiz y raices que comer en esta provincia.

Las ovejas, que llaman huanacos, son de dos géneros, domésticas y monteces, de que usan para carga, andar á caballo y otros ministerios, como usamos de los caballos: y en esta jornada, por estar malo de una pierna, anduve mas de cuarenta leguas en una. En el Perú portean las mercaderias en ellas.[43] Los indios son altos y belicosos, que solo cuidan de las cosas de guerra: las indias son hermosas, y andan cubiertas como las antecedentes. No trabajan en el campo, antes los indios tienen el cuidado de sustentar la familia, ni en casa hacen mas que hilar ó teger algodon, ó guisar la comida á los maridos, ó servirlos en otras cosas agradables, lo cual hacen tambien con otros compañeros fácilmente.

Salieron los Mbayás á recibirnos, á menos de media legua de este pueblo, junto á un lugarillo, donde decian, aleve y traidoramente, que sosegasemos aquella noche, y nos asistirian con cuanto necesitásemos; y para asegurar la traicion que trataban, dieron al general tres indias muchachas, cuatro coronas de plata, que suelen traer en la cabeza, y cuatro planchas, cada una de medio palmo de largo, y la mitad de ancho, que se ponen en la frente por adorno. Creimos estaban de paz, y nos alojamos en el lugarillo: y acabada la cena y puestos centinelas, dormimos hasta cerca de media noche, que el general echó menos las tres indias, y buscándolas, se alborotó el ejército, y sospechando mal de los Mbayás, secretamente se mandó al amanecer que todos estuviesen en su alojamiento prevenidos con sus armas, y prontos á egecutar lo que se les órdenase.



CAPITULO XLV.
De los pueblos Mbayás, Chanás, Tobas, Peyonas, Mayegoni, Morronos, Paronios y Simanos.[44]

Imaginando los indios que estabamos durmiendo, de improviso nos embistieron 2,000, los cuales fueron presto desbaratados, con muerte de mas de la mitad, y el resto huyó al pueblo, adonde velozmente los seguimos y entramos en él, pero no hallamos á ninguno, ni sus mugeres é hijos. Siguiólos el general con 150 arcabuceros y 2,500 indios á gran prisa, por tres dias y dos noches, sin parar mas de á comer, y á descansar cuatro ó cinco horas de noche.

Al tercero dia cogimos en un bosque muchos Mbayás con sus hijos y mugeres, pero no eran los que buscabamos, sino amigos suyos, que no tenian el menor recelo de que fuesemos á ellos: no obstante pagaron por los culpados, pues cuando dimos en ellos, matamos y cautivamos, con indias y sus hijos, cerca de 3,000, y sino anochece, ninguno escapa, porque todo el gran número de este pueblo se juntó en un monte rodeado de bosques. Pillé en el despojo 19 indios é indias no muy viejas, y otras cosas.

Volvimos al real, donde estuvimos ocho dias, porque teniamos comida bastante. Desde los Mbayás al monte de San Fernando, hay 50 leguas, y desde los Naperús, 36.

Prosiguiendo el camino, llegamos á los indios Chanás, súbditos de los Mbayás, al modo que los rústicos de Alemania á sus Señores: hallamos en esta jornada maizales y raices sembradas y cultivadas, que en esta tierra duran todo el año: pues cuando uno recoje la cosecha, otra está madurando y otra se siembra, y así en cualquier tiempo se hallan en los campos cosas frescas que comer. De allí fuimos á otro pueblo, cuyos indios huyeron al vernos, y nos dejaron abundancia de comida, que nos detuvo dos dias: á las seis leguas llegamos á los indios Tobas, que se habian huido, y estaban bien prevenidos de comida; son tambien sugetos á los Mbayás.

Proseguimos el viage sin hallar indios; y á los siete dias llegamos á la nacion de los Peyonas, que está á 14 leguas de los Tobas. Salió el cacique del pueblo á recibirnos de paz, acompañado de gran multitud de indios, rogando encarecidamente al general, escusase entrar en el pueblo, poniendo su real en el sitio donde nos recibió. Pero el general no le atendió, y con buenas palabras por el camino derecho, que quiso y que no quiso el cacique, se entró al pueblo, en que habia muchas gallinas, gansos, ciervos, ovejas, avestruces, papagallos, conejos y otros semejantes; mucho maiz y raices, de que es fertilísima aquella tierra: pero muy falta de agua, y de plata y oro, por el cual no nos atrevimos á preguntar; porque las demas naciones por donde habiamos de pasar, no supieran lo que apetecíamos, y huyesen. Tres dias nos detuvimos con estos Peyonas, y el general se informaba de la naturaleza y condicion de esta provincia, y al despedirnos nos dieron una guia, que nos llevase por camino que hubiese agua que beber. Y á las cuatro leguas llegamos á la nacion llamada Mayegoni, donde estuvimos un dia, y tomando guia y lengua, partimos. Eran estos indios muy apacibles, y nos dieron todo lo que habiamos menester. Caminadas ocho leguas, llegamos á la nacion de los indios Morronos: recibiéronos tambien de paz, y estuvimos dos dias con ellos; y tomada relacion de la naturaleza y calidad de la tierra, con nueva guia proseguimos nuestro camino, y á las cuatro leguas llegamos á otra nacion, no tan populosa, llamada Paronios; tendrá 3,000 indios de guerra: allí nos detuvimos un dia, aunque tenian poca comida. A las doce leguas entramos en otra nacion, cuyos indios se llaman Simanos. Su pueblo está situado en un collado alto, y rodeado de espinos y monte bajo como muralla. Juntáronse muchos, y nos recibieron de guerra, con sus arcos, flechas y otras armas. Duró poco su soberbia, pues vencidos, desampararon su pueblo, habiéndole quemado antes: pero los campos nos daban bastante comida.


CAPITULO XLVI.
De los Barconos, Leyhanos, Carconos, Sivisicosis y Samocosis.

A 16 leguas de esto pueblo, que caminamos en cuatro dias, llegamos de repente cerca del pueblo de los indios Barconos, que no sabiendo que ibamos, empezaron á huir: pero á nuestra instancia se detuvieron. Les pedimos comida, y prontamente trageron con abundancia, gallinas, ganzos, ovejas, avestruces, ciervos y otras cosas, y con gran contento de los indios nos detuvimos cuatro dias, tomando noticias de la tierra. De allí, en tres dias, entramos á los indios Leyhanos, nacion que habita á doce leguas de los Barconos: tenian poca vitualla, porque la langosta habia destruido casi todos los frutos, y por no gastar lo que llevábamos, volvimos á caminar, pasada la noche; y en cuatro dias anduvimos 16 leguas, y llegamos á otra nacion llamada Carconos, que, aunque habian padecido la misma plaga, tenian mas comida. Informaron, en un dia que nos estuvimos, de que en 24 ó 30 leguas, que distaba la nacion de los indios Sivisicosis, no hallariamos agua. Llegamos á ella á los seis dias, con gran trabajo; pues aunque los Carconos nos proveyeron, morian de sed algunos de los nuestros, si en este viage no encontráramos una raiz, que estaba fuera de la tierra, de que salian grandes hojas, en que habia agua tan firme como en un vaso, que no se derramaba, ni fácilmente se consumia; y tendria cada una medio cuartillo. Dos horas de noche, estando cerca del pueblo de los Sivisicosis, intentaron huir, con sus muyeres é hijos, pero el general despachó una lengua, para que se estuviesen quietos en sus casas, y sin miedo alguno, que no se les haria daño: y así lo hicieron. Habia gran falta de agua en aquella provincia, y mayor por no haber llovido en tres meses, para llenar los algibes en que la recogen, ni tenian rios, ni otra bebida que la que hacen de la raiz de mandioca, en esta forma:—Echaban en un mortero las raices machacadas, y sacaban el zumo de color de leche: si puede hallarse agua, hacen vino tambien de estas raices. Solo habia un pozo en este pueblo, en que me puso el general de centinela, para distribuir el agua á cada año, segun la medida dada por él: y aun con estas providencias teniamos grandes trabajos por la falta de agua, y tantos, que no nos acordábamos del oro y plata, que todo era clamar por agua. Este empleo me facilitó la gracia, favor y benevolencia de muchos, porque en su distribucion no era muy escaso, pero cuidando que no faltase agua, y solo por ella tienen guerra los Sivisicosis con los vecinos. Dos dias estuvimos en este pueblo, y dudando si habiamos de pasar adelante ó volvernos, echamos suertes, y salió que prosiguiésemos. Informóse el general de la tierra, y los indios dijeron que en seis dias de camino llegaríamos á los indios Samocosis, y que en él hallariamos dos arroyos buenos para beber: con lo cual proseguimos el viage, llevando algunos Sivisicosis para guias, que huyeron la primera noche, dejándonos confusos para hallar el camino: pero le acertamos, y dimos con los indios Samocosis, que nos recibieron de guerra, sin querer oir paz: pero fácilmente los desbaratamos y huyeron. En la batalla prendimos algunos, que nos dijeron, que en aquel pueblo habia dejado enfermos tres cristianos Juan de Oyolas, cuando fué á reconocer aquella tierra de órden de D. Pedro de Mendoza (como se contó largamente en el capítulo 25). Pues á estos tres cristianos, que uno se llamaba Gerónimo, y era trompeta, decian los Samocosis los habian muerto cuatro dias antes que llegásemos; instados por los Sivisicosis. Pagaron bien esta maldad, pues estuvimos catorce dias en el pueblo para saber donde se habian retirado: y averiguado que estaban en un bosque, aunque no todos, fuimos contra ellos, matamos muchos, y cautivamos los demas, los cuales nos informaron de la naturaleza y costumbres de esta provincia y sus indios.


CAPITULO XLVII.
De los pueblos Maigenos y Carcokies.

Entre otras cosas, supo el general, que la nacion de los indios Maigenos distaba cuatro dias de camino. Partimos á buscarla, y nos recibieron de guerra, aunque procuramos la paz. El pueblo estaba situado en un collado, y rodeado de un espeso y ancho espinal por todas partes, tan alto como un hombre con la espada levantada en la mano.

Vista su obstinacion avanzamos, con los Cários, el pueblo, por dos partes: nos mataron los Maigenos doce cristianos y algunos Cários, que nos sirvieron muy bien: pero prosiguiendo con mayor esfuerzo, le entramos por fuerza, y los Maigenos le pusieron fuego y huyeron: esto causó la destruccion de muchos, que pagaron con la vida la culpa de sus compañeros.

Ocho dias despues, 500 Cários armados, con gran secreto, y sin saberle nosotros, se fueron dos ó tres leguas del real, á buscar los Maigenos que huyeron: y habiendo dado en ellos, pelearon con tanta obstinacion que murieron 300 Cários é ¡numerable multitud de los Maigenos, que eran tantos, que ocupabon cerca de una legua. Los Cários enviaron á pedir al general socorro, avisándole que los Maigenos los tenian cercados por todas partes, sin poder volver ni ir adelante. Despachó luego el general 150 cristianos, con algunos caballos, y 1,000 Cários, dejando los demas soldados en guarda del real, por si los Maigenos le acometian. Apenas nos divisaron los Maigenos, cuando levantaron sus reales y huyeron, y auque los seguimos con cuanta prisa fué posible, no los pudimos alcanzar: pero nos admiró el destrozo que habian hecho los Cários en los enemigos, y los que habian quedado vivos volvieron con nosotros, á nuestro real, muy contentos.

Hallamos en el pueblo gran abundancia de comida, por lo cual nos detuvimos cuatro dias en él: juntámonos despues, y pareciéndonos que estabamos informados medianamente de la tierra, su calidad y frutos, pareció á todos proseguir el viage; y caminando trece dias continuos, en que andariamos 52 leguas, segun decian los que entendian de las estrellas, llegamos á la nacion de los indios Carcokies: de allí, en nueve dias, entramos en otra provincia, de seis leguas de ancho y largo, la cual estaba toda cubierta de sal, tan espesa y blanca que parecia nevada, y que nunca se deshace.

Descansamos dos dias en esta tierra salada, dudando el camino que seguiríamos; pero se eligió el derecho, y á los cuatro dias entramos en la provincia de los Carcokies: y el general, estando á cuatro leguas de su pueblo, envió 50 cristianos y 50 Cários, para que nos diesen alojamiento. Entramos en el pueblo, y vimos la mayor multitud de indios, que jamas habiamos hallado tantos juntos; y congojados dimos aviso al general para que nos socorriese luego.

El general se puso en marcha aquella misma tarde, y llegó á nosotros entre tres y cuatro de la mañana. Los Carcokies, viéndonos pocos, tuvieron por cierta la victoria: pero entendiendo que el general nos habia seguido, se entristecieron y por fuerza, y por conservar á sus mugeres é hijos que estaban en el pueblo, nos asistian en todo, trayéndonos carne de ciervos, y otras fieras y aves, gansos, gallinas, ovejas, avestruces, conejos, maiz, trigo, arroz y algunas raices, de que era abundante esta provincia.

Traen estos indios en los labios una piedra azul, como dado, sus armas son dardos, lanzas y rodelas de cueros de huanaco.

Las indias traen horadados los labios con un agugero chico, y en él un poco de cristal azul ó verde, visten camisetas de algodon, sin mangas; son bastantemente hermosas, hilan, y cuidan de la casa, y los indios labran los campos, y cuidan lo demas necesario á la familia.


CAPITULO XLVIII.
Del rio Guapás y su pueblo cerca del Perú, y como partieron dos mensageros á Potosí, Plata y Lima.

Tomamos algunos Carcokies por guias para pasar adelante, y á los tres dias de camino huyeron: proseguimos sin ellos, y llegamos al rio Guapás, de media legua de ancho. Nos era imposible pasarle sin riesgo, y para evitarlo, cada dos soldados hicimos una balsilla, ó red de palos y sarmientos tegidos, en que, llevados del rio, pudiésemos tomar la otra ribera; en este paso se ahogaron cuatro compañeros. Tiene este rio peces muy sabrosos: hay en la tierra muchos tigres.

Estando una legua distante del pueblo, situado á cuatro del rio, salieron sus indios á recibirnos, convidándonos, en lengua española, de que al principio nos espantamos.[45] Preguntámosles, qué señor tenian, y quien era su corregidor?—Respondieron que eran de cierto noble español, llamado Pedro Anzures.

En este pueblo hallamos alguna gente, y unos animalillos como pulgas[46] que andan saltando, y si pican en los dedos de los pies, ó en otra parte del cuerpo, van entrándose y royendo, hasta crecer como gusanillos, semejantes á los que se hallan en las avellanas. Si se acude con tiempo á sacarlos, no hacen daño; pero si se dilata el remedio, se pierden los dedos enteros.

Desde la Asumpcion hasta este pueblo, segun la cuenta de los astrónomos, hay 372 leguas: allí estuvimos veinte dias, y al fin de ellos llegó una carta de Lima, ciudad del reino del Perú en la cual vivia, y era virey ó presidente, el Licenciado de la Gasca, que es aquel por cuya órden fué degollado Gonzalo Pizarro con otros, nobles y plebeyos, y otros condenados á galeras.

En ella mandaba, de órden del Rey, que pena de la vida, no pasase el general adelante, sino que esperase nuevas órdenes en el pueblo de los Guapás. Cuya detencion fué, porque temia Gasca que si entrásemos en el Perú, y se movia alguna sedicion contra él, nos juntaríamos con los secuaces de Pizarro que andaban huidos; como sin duda hubiera sucedido, si nos hubiésemos juntado.

En fin Gasca y el general se concertaron, quedando este muy contento con las dádivas que le envió: todo lo cual se hizo sin saberlo los soldados; que si lo penetráramos, le hubiéramos enviado al Perú atado de pies y manos.

Envió despues el general cuatro soldados al Licenciado Gasca, que eran, el capitan Nuflo de Chaves, Agustin de Campos, Miguel de Rutia y Rui Garcia. Llegaron primero á Potosí, donde enfermaron y se quedaron Rutia y Garcia; despues á otra llamada Cusco, de allí á la Plata,[47] y en fin á la metrópoli Lima. Estas son las cuatro principales y opulentísimas ciudades del Perú. Allí Chaves y Campos se embarcaron y llegaron á Lima, al Presidente: el cual habiendo oido la relacion de todas las provincias del Rio de la Plata, sus calidades y gentes, los mandó hospedar y tratar esplendidamente, regalándolos con 2,000 ducados: y mandó á Chaves que volviese á escribir al general, que no dejase entrar á los soldados en el Perú, hasta nueva órden, como se lo habia mandado, y que procurase no hiciesen agravio á los indios, ni permitiese se les quitase nada, si no es la comida. Bien sabíamos que tenian vasos de plata, pero porque estaban sugetos á español no nos atrevimos á quitarles nada.

El mensagero que traia la carta fué cogido por cierto español, llamado Parnauvie, de órden del general; porque estaba con gran cuidado, temiendo no le viniese nombrado sucesor del Perú en su gobierno y de su gente, que ya sabia estaba nombrado[48], y por eso mandaba á Paranauvie que guardase diligentemente los caminos y recogiese las cartas que hallase, y se las llevase á los Cários: lo cual se hizo.[50]


CAPITULO XLIX.
De la fertilidad de la tierra de Guapás, y como volvimos á las náos.

La provincia de los Guapás es de tanta fertilidad, que en todo nuestro viage no la hallamos, ni vimos igual, ni semejante: porque si un indio hiende un árbol con una hocecilla, destila, y él coge cinco ó seis medidas de miel, tan pura como si fuera mosto, y comida con pan ó con otras cosas, es muy agradable manjar: hacen tambien de ella vino del mismo sabor que él mosto, aunque mas suave, y las abejas que la labran son pequeñas y sin aguijon. El general dió en maquinar con los soldados, que no podíamos estar aquí por falta de bastimento: mas si hubiéramos sabido que tendríamos gobernador y provision, no hubiéramos dejado la provincia, y fácilmente halláramos lo necesario. En fin, forzados á volver, llegamos á los Carcokies, que ya habian huido con sus mugeres é hijos, y mejor les hubiera sido no hacerlo: envió el capitan otros indios á decirles volviesen á su pueblo, no temiendo nada, que no les haríamos mal. No hicieron caso del mensage: antes respondieron, que cuanto antes desamparásemos su pueblo, que si no, nos echarian de él con las armas: con lo cual marchamos contra ellos. Queriamos algunos escusar esta jornada, diciendo al capitan que podria ser esta guerra de perjuicio para toda la provincia; porque, si se intentaba hacer camino desde el Rio de la Plata al Perú, faltaria bastimento á los que caminasen. Pero el capitan y los demas soldados despreciaron nuestro dictámen, y manteniendo el suyo, prosiguieron la marcha: y llegado á media legua de los Carcokies, ya se habian plantado á la falda de un monte, cerca de un bosque, para escapar si los venciésemos. Sirvióles de poco su prevencion, porque embestimos, y matamos cuantos pudimos, y cautivamos cerca de mil en esta batalla. Dos meses nos detuvimos en este pueblo, que era muy grande: volvimos al monte de San Fernando, donde habiamos dejado dos navios (como se dijo en el capítulo 44). Gastamos en este viage año y medio, sin hacer otra cosa que pelear continuamente, y cautivamos 12,000 indios, indias y muchachos, que los forzábamos á que nos sirviesen como esclavos, y yo tenia cincuenta.

Supimos por la gente de las naves, las discordias que, estando nosotros ausentes, habian nacido entre Diego de Abreu, sevillano, capitan, y Francisco de Mendoza, á quien el general dejó por capitan de la gente. Diego de Abreu intentaba privarle del gobierno, y resistiendo D. Francisco de Mendoza, creció el odio de suerte que, habiéndose alzado Abreu con el gobierno, hizo matar á Mendoza.


CAPITULO L.
Diego de Abreu se opone al general, y el autor recibe carta de Alemania.

No contento Abreu con esta maldad, tumultuó la provincia, ciudad y presidio de la Asumpcion, y trataba de enviar gente contra nosotros que ibamos acercándonos con nuestro general. Pero Abreu no quiso abrirle las puertas, ni entregarle la ciudad, ni reconocerle por superior.

Viendo el general tan declarada rebelion, sitió la ciudad con todas sus fuerzas, cercándola toda, y advirtiéndole que iba de veras: los soldados de la plaza cada dia se venian á nuestro campo, pidiendo perdon al general; con lo cual conoció Diego de Abreu que no podia fiarse de su gente, y temiendo que de noche le cogiésemos, ó que la ciudad se entregase por tratos[51] (lo cual sucederia), con acuerdo de cincuenta de sus íntimos compañeros y amigos, la desamparó, y se entregó al general. Al instante que salió de ella, pidiéronle todos perdon, que concedió francamente.

Abreu, con los 50 cristianos que le seguian, se desvió 30 leguas de la plaza, donde no podíamos hacerle daño, y él nos lo hacia desde cualquier parte. Duró dos años esta guerra, sin vivir seguro el general ni Abreu, porque este andaba con los suyos, vagando como salteadores de caminos, no omitiendo ocasion de maltratarnos. Viendo el general la falta de sosiego, determinó concordarse con Abreu, proponiendo casar sus dos hijas con Alonso Riquelme y Francisco de Vergara, parientes de Abreu, el cual aceptó el partido. Y ejecutados los casamientos con varios pactos, cesaron las inquietudes.

En este tiempo, dia de Santiago de 1552, recibí, por mano de Cristoval Rieser, corredor de los fucares en Sevilla, una carta de Sebastian Nidhart, que me escribia en nombre de mi hermano Tomas Schmidel, encargándome que procurase volver á mi patria.



CAPITULO LI.
Pide licencia el autor, y bajando por el rio Paraguay, sube por el Paraná.

Llevé luego la carta al general, y le pedí licencia para el viage. Al principio la reusaba; y habiéndole referido mis largos trabajos y molestos servicios, y la fidelidad continua con que los habia ejecutado en el servicio del Rey, y que en todo este tiempo considerase cuantos peligros y miserias haba sufrido, y cuantas veces puse la vida por el mismo general, sin haberle dejado jamas, me dió licencia con mucho honor, y cartas para el Rey: en que, despues de dar cuenta de todas las provincias del Rio de la Plata, ponderaba lo que yo habia servido en ellas. Habiendo llegado á Sevilla, entregué yo mismo estas cartas al Rey, y le hice relacion de todas estas regiones, y sus circunstancias, lo mas fielmente que pude.

Prevenido para mi viage, me despedí del general y de mis compañeros: tomé veinte indios Cários, para que me llevasen mi ropa y otras cosas, que de muchas mas habria necesidad en tan largo camino. Ocho dias antes de partir, vino uno del Brasil, diciendo habia llegado navio de Lisboa, que era de Juan Helsen, mercader de Lisboa, y Erasmo Schetzen, corredor de Amberes: y por no perder esta ocasion, partí de la Asumpcion con mis veinte indios, en dos canoas, por el Rio de la Plata, el dia de San Estevan, á 26 de Diciembre de 1552: y al cabo de 46 leguas, llegamos al pueblo Suberic Sabaye,[52] en el cual se nos juntaron otros cuatro españoles, con dos portugueses que se iban sin licencia del general.

Anduvimos 15 leguas, y llegamos al pueblo de Gaberetho; despues fuimos á 16 leguas á otro, llamado Barotio, desde el cual, en nueve dias, nos pusimos en Berede, pueblo que dista del antecedente 54 leguas. Estuvimos dos dias en él, tomando bastimentos, y reconociendo las canoas, porque habiamos de subir por el rio Paraná, 100 leguas; y despuesto todo, fuimos á Gingie, pueblo en que estuvimos cuatro dias, y que antes obedecia á los Cários, y era hasta donde se estendia el imperio del rey.


CAPITULO LII.
El autor camina por tierra, dejando el rio Paraná, y lo que le sucedió en Tupí.

Dejamos las canoas y el Paraná para ir por tierra en la provincia de la nacion de Tupís,[53] donde empieza la jurisdiccion del rey de Portugal: el camino dura seis meses enteros, y hay en él muchos desiertos, montes y valles que pasar, tan llenos de fieras, que de miedo no podíamos dormir seguramente.

Los indios de esta nacion se comen á sus enemigos. Siempre tienen guerra, que es su mayor deleite: cuando vencen, llevan al pueblo los vencidos, con tanto acompañamiento como si fuera boda. Si quieren matar á alguno hacen grandes fiestas; y en tanto que duran, le dan todo cuanto pide y apetece, y mugeres con que se divierta, hasta la hora en que le han de matar.

Pasan los dias y las noches en banquetes y comidas, borrachos como las manadas de puercos de Epicuro, mas torpemente de lo que se puede decir. Son muy soberbios y altivos; hacen vino de maiz, con que se emborrachan: es poco diferente su lengua de la de los Cários.

Llegamos á otro lugar, llamado Careiseba, habitado tambien de los Tupís. Estos tienen guerra con los cristianos: los primeros son sus amigos.

El domingo de Ramos partimos á otro pueblo que estaba á 4 leguas, y en el camino nos avisaron que nos guardásemos de los de Careiseba; y aunque no teniamos necesidad de bastimento, y con el que habia podíamos pasar adelante, no quisieron dos de nuestros compañeros, y se fueron al pueblo contra nuestro consejo: donde apenas entraron, fueron muertos y comidos de los indios. Acercáronse despues á nosotros 50 vestidos de cristianos, y á treinta pasos nos hablaron. Guardan los indios esta costumbre, que quedandose algo lejos del contrario, si habla con él no se presume que piensa cosa buena. Viendo estas malas señales, tomamos las armas lo mejor que pudimos, y les preguntamos ¿donde estaban nuestros compañeros?—Respondieron que estaban en su pueblo, y que nos rogaban fuesemos á él: pero conociendo su engaño, lo escusamos. Dierónnos una rociada de flechas, y se volvieron en breve á su pueblo, de donde salieron 6,000 contra nosotros. Hallábamonos sin mas defensa que un bosque al lado, cuatro arcabuces y 20 indios Cários, que traia yo de la Asumpcion; y con tan poca fuerza nos mantuvimos cuatro dias contra ellos. Disparábannos muchas flechas, y considerando era vana la resistencia, á la cuarta noche nos emboscamos sin comida y con muchos indios que nos perseguian. Sucediónos lo que dice el refran:—la multitud de los perros es la muerte de las liebres.

Ocho dias continuos anduvimos vagando por los bosques: de suerte que, aunque he peregrinado tanto en toda mi vida, nunca he tenido camino mas áspero, molesto y desazonado. Manteniámonos con miel y raices, y no nos deteniamos á cazar algunas fieras, porque los indios no nos alcansasen.

En fin llegamos á la nacion Biesaie, donde estuvimos cuatro dias, y nos proveimos de lo que habiamos menester, sin atrevernos á llegar al pueblo, por ser tan pocos.

En esta nacion está el rio Urquá, en que vimos culebras, llamadas en español Schebe Eyba Tuescha,[54] de diez pasos de largo y cuatro palmo de ancho. Hacen estas serpientes mucho daño, porque si se baña un hombre en aquel rio, ó quiere pasarle nadando algun animal, la serpiente envuelve en la cola al hombre ó al animal, y le mete debajo del agua y se lo come: por esto siempre andan con la cabeza fuera del agua, mirando si pasa algun hombre ó animal que poder llevarse.

Desde aquí anduvimos en un mes 100 leguas, hasta dar en Scheverveba, pueblo en que descansamos tres dias; pero tan descaidos y flacos del viage y falta de comida, que nunca teniamos en abundancia sino miel. Y luego empezamos á enfermar, perdidas todas las fuerzas con los largos y peligrosos viages hechos con gran pobreza y miseria; y lo mas principal, sin comida conveniente á la naturaleza, ni camas en que descanzar, porque las que llevábamos á cuestas, como saben todos, eran de algodon, tegidas como red, de cuatro ó cinco libras de peso; y para dormir las atabamos á dos árboles, y echándose se descansa en el campo: que es mas seguro cuando caminan pocos cristianos en Indias, que en las casas y pueblos de los indios. Desde allí fuimos hasta un pueblo de cristianos que tenia yo por cuevas de ladrones. Era su capitan Juan Reinville, que entonces estaba ausente, sin duda por nuestro bien, en el pueblo de San Vicente, con otros cristianos para cumplir ciertos ajustes que habian hecho. Estos indios, (con los cuales habitan 800 cristianos en dos pueblos), están sugetos al rey de Portugal, pero debajo del poder de Juan de Reinville, que era muy obedecido, porque habia estado en Indias 40 años de gobernador, hecho guerra, y pacificado la provincia; y juzgaba que nadie mejor que él merecia el gobierno. Y porque no se le daba siempre, armaba guerras y juntaba en un dia 5,000 indios de guerra, y el Rey de Portugal no podia juntar 2,000. ¡¡tanta era su autoridad y poder en estas provincias! Cuando nosotros llegamos, estaba en su casa un hijo suyo, que nos trató con harto agasajo; y con todo, remediamos á su gente mas que á los indios, y porque nos salió todo bien, estabamos muy alegres, dando gracias á Dios de habernos sacado sin peligro de aquel pueblo.



CAPITULO LIII.
Llega el autor al cabo de San Vicente; navega á España, y por vientos contrarios aporta segunda vez al puerto del Espíritu Santo.

Desde allí fuimos al pueblecillo de San Vicente, que está á 20 leguas del antecedente. El dia 13 de Julio de 1553 encontramos en su puerto una nave portuguesa, cargada de azucar del Brasil y algodon, por Pedro Rosel,[55] factor de Erasmo Schitzen de Amberes, que residia en San Vicente, y la enviaba á Juan Hulsen, morador de Lisboa, de quien tambien era factor.

Recibióme con mucho amor y honra Rosel: solicitó que me recibiesen en la nave, rogando á los marineros que me tratasen como á su recomendado: lo cual hicieron fielmente.

Once dias mas nos detuvimos en San Vicente, en los cuales nos proveimos de todo lo necesario para la navegacion. Hay desde la Asumpcion á San Vicente en Brasil, 376 leguas, que anduvimos en seis meses.

Salimos de San Vicente, dia de San Juan Bautista, de 1553, y á los catorce dias de mar, agitados de continuas borrascas y vientos contrarios, roto el árbol de la nave, ignorando donde estabamos, entramos en el puerto del Espíritu Santo en el Brasil, poblado de cristianos, que con sus hijos y mugeres labran azucar. Hay algodon, grandes y muchos palos del Brasil y otras mercaderias.

En este mar, especialmente entre Sancti Espiritus y San Vicente, y mas que en todos, hay grandes ballenas[56] y pescados, tan grandes como ellas, que muchas veces hacen gran daño, porque cuando los marineros pasan en los esquifes de una nave á otra, suelen venir las ballenas como rebaño á pelear entre sí, y vuelcan los navichuelos, pereciendo la gente. Siempre están arrojando agua; y cada vez tanta, como media cuba francesa, porque meten la cabeza debajo del agua y vuelven á sacarla al instante, arrojándola, como se ha dicho. El que no hubiese visto esto nunca, pensaria que navega un monton de peñascos.


CAPITULO LIV.
Sale el autor del puerto del Espíritu Santo y llega á la Tercera y los Azores: navega á España, y de allí á Flandes. Toma la tierra otra vez por tempestad.

Cuatro meses estuvimos en el mar, despues que salimos del Espíritu Santo, en navegacion continua, sin haber visto tierra hasta la isla de la Tercera, en la cual estuvimos dos dias, y nos proveimos de pan, carne, agua y otras cosas frescas y necesarias. Obedece al rey de Portugal.

En catorce dias de navegacion llegamos á Lisboa, á 3 de Setiembre de 1552, y habiendo estado en ella otros catorce dias, y muerto dos de los indios que yo llevaba, pasé á Sevilla, que dista 42 leguas de Lisboa, y llegué en seis dias. Despues por mar navegué á San Lucar en dos dias: allí estuve una noche, y por tierra fuí en un dia al puerto de Santa María, y en otro dia pasé á Cádiz, por tierra. Hallé en la bahia 25 urcas grandes holandesas, de vuelta á su provincia: una mayor y mas hermosa, nueva y que solo habia navegado una vez á España desde Amberes. Aconsejábanme los mercaderes que me embarcase en ella, y ajusté con Enrique Schertzen, su patron, mi viage: para el que me previne aquella tarde, quedando de acuerdo con él que me avisase la hora de partir. Metí en la nave lo que llevaba, vino, pan y otras cosas semejantes, y algunos papagayos que traia de las Indias.

Aquella noche bebió el patron mas que debiera, y por mi bien se olvidó de mí, y me dejó en la posada: dos horas antes de amanecer, mandó al piloto que se hiciese á la vela. Viendo muy de mañana donde estaba la nave, y que se habia apartado una legua de tierra, me fué preciso echar el ojo á otra, y tratar con otro patron, á quien dí lo mismo que al primero.

Salidas del puerto estas veinticuatro náos, tuvimos feliz viento tres dias: despues se levantó una tempestad tan horrible, que no pudimos proseguir el viage. Esperamos ocho dias mejor tiempo, pero mientras mas nos deteniamos, arreciaban mas las tormentas, de manera que no pudiéndonos mantener en el mar, nos volvimos por el mismo camino al puerto: y Enrique Schertzen, (que era el navio en que habia puesto mi ropa y me habia dejado olvidado), venia el último. A una legua de Cádiz, y por la noche tenebrosa, puso farol el capitan de la armada, para que los demas pilotos la viesen y siguiesen. Llegamos á Cádiz, y ancoradas las naves, quitamos el farol, y se hizo en tierra, con buen consejo, una luminaria junto á un molino, á un tiro de bala de Cádiz. Pero fué de grandisimo daño á Enrique Schertzen, el cual pensó era farol, y dirigió su náo derecho al fuego, y dió con gran ímpetu en los peñascos que estaban debajo del agua: de suerte que se hizo mil pedazos, y se hundió con toda la gente y mercaderias, muriendo en un cuarto de hora 22 personas, quedando solo vivo el capitan y el piloto, que salieron asidos al árbol mayor: hundiéndose tambien seis cestas de oro y plata que se habian de entregar al Emperador, y mucha mercaderia; causando este naufragio estrema pobreza á muchos. Dí gracias á Dios Omnipotente, que por su clemencia no permitió que yo me embarcase en aquella náo.



CAPITULO LV.
El autor navega otra vez de Cádiz á Amberes.

El dia de San Andres, dos despues de esta desgracia, nos hicimos á la vela á Amberes: padecimos tan gran tempestad, que juraban los marineros que habia veinte años, ó que en todo el tiempo que navegaban, no habian visto tormentas mas crueles, ni tan horribles torbellinos.

Llegamos á Wight, puerto de Inglaterra, sin árboles, timones, ni otra cosa que pudiese servirnos en la navegacion; de modo que si hubiera durado la jornada pocos dias mas, ninguna de las 24 naves se hubiera salvado. Pero Dios nos libró de este peligro casi evidente; pues cerca del mismo lugar, el primer dia del año de 1554, naufragaron ocho navios, sumergiéndose miserablemente toda la gente, sin salvarse persona alguna, y las mercaderias y otras cosas preciosas: sucedió este calamitoso naufragio, entre Francia é Inglaterra. Detuvímonos cuatro dias en Wight, componiendo nuestras naves. Lo mejor que pudimos, nos hicimos á la vela para el Brabante, y llegamos á Armuyden, ciudad de Zelanda, donde hay gran multitud de embarcaciones: dista esta ciudad de Wight 47 leguas. Desde allí navegamos 24 leguas hasta Amberes, donde llegamos salvos y libres, á 25 de Enero de 1554.


Así, despues de veinte años, por singular providencia de Dios Omnipotente, llegué al lugar de donde habia salido: pero en tantos, cuantos peligros de la vida y cuerpo sufrí y probé, cuantas hambres, cuantas miserias, cuidados, trabajos y angustias, en andar por las provincias de los indios, bastantemente podrán entenderse de esta declaracion histórica. Pero doy á Dios Eterno y Omnipotente cuantas gracias puedo concebir en el ánimo, porque me volvió salvo á los lugares, de donde salí veinte años antes. Sea la gloria al mismo y la honra, por los siglos de los siglos. Amen.


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  1. En las distancias suele tener poco acierto el autor, pues en esta, quita una tercera parte.
  2. Los indios llaman al puerto, Nhiteroy, y está en 23 grados. P. Simon Vasconcelos, en la Noticia del Brasil, lib 2, núm. 6, fol. 39, y le describe en la Historia de la Compañia de Jesus, de la misma provincia, lib 3, núm. 65 y siguientes. Juan Estadio en la Historia del Brasil, lib. 1, cap. 41, y lib. 2, cap. 1 (que está en Teodoro Bry, part. 3 de su América, fol. y 101), dice que los indios le llaman Iteronne.
  3. Es palabra alemana, que literalmente corresponde á pescado con sombrero.—El Edit.
  4. Barco, en su Argentina, canto 4.
  5. Herrera en la descripcion de las Indias, cap. 21, fol. 46, y Decada 6, lib. 7, cap. 5, fol. 152. Barco, en la Argentina, canto....
  6. Barco, en su Argentina, canto 6.
  7. Barco, en el canto 11.
  8. Barco. Canto 4.
  9. Barco. Canto 4.
  10. Alonso Cabrera, veedor de la Asumpcion, llevó á Oyolas los navios de vitualla. Herrera, Decada 6, lib. 3, cap. 18, fol. 78.
  11. Ninguna nacion de este nombre existia en los parages que describe el autor en el presente artículo. La laguna á que alude es la Ibera, cerca de la ciudad de Corrientes, cuyos bordes se hallaban poblados por los Caracarás, al tiempo de la conquista.—El editor.
  12. Tampoco hay noticia de una nacion de este nombre, y nos es imposible atinar cual sea.—El editor.
  13. V. infra, cap. 52.
  14. Este nombre es ininteligible; á no ser que sea una corrupcion de Savanche, pueblo fronterizo de los Mepenes.El editor.
  15. Cabeza de Vaca en su comentários cap. 18, fol. 16. Barco, canto 25.
  16. Talvez sea el Tebicuary.El editor.
  17. Este nombre está germanizado, y nos es imposible reducirlo á su forma primitiva.—El editor.
  18. A este puerto llamó Juan de Oyolas Candelaria. Cabeza de Vaca, cap. 4. Herrera, descripcion de las Indias, cap. 24.
  19. Era cristiano este indio, y se llamaba Gonzalo. Cabeza de Vaca, cap. 4, fol. 4. Herrera, en dicha Decada, lib. 7, 107, cap. 5, fol. 152.
  20. Está en 28 grados escasos. Cabeza de Vaca, cap. 2, fol. 2.
  21. Herrera, Decada 7, lib. 4, cap. 13.
  22. Francisco Lopez, cap. 89, escribe de este Alvaro Nuñez, que fué enviado por el Rey al Rio de la Plata el año de 1540, con 400 soldados y 46 caballos. Estuvo ocho meses en el viage; luego llegó á la Asumpcion á 1.º del año de 1542, pero fué á 11 de Marzo á las nueve. Cabeza de Vaca, cap. 13, fol. 12. Herrera, en el referido cap. 13. (Nota de Hulsio fol. 42.)
  23. Esto se ha de entender del camino recto y próximo, porque de la Asumpcion por el rio hasta el mar hay 385 leguas; hasta Santa Catalina 300. (Nota de Hulsio fol. 42.)
  24. Quietamente le dió la posesion del adelantamiento Domingo Irala; recibido de todos con mucho gusto. Herrera, Decada 7, lib. 4, cap. 13, fol. 79, y los autos de la posesion se los quitaron los oficiales reales con los procesos hechos contra ellos, cuando le prendieron. Cabeza de Vaca, cap. 74, fol. 59. (Esto no tiene fundamento, y prueba lo mal informado que en las cosas de gobierno estaba el autor: porque Cabeza de Vaca presentó las provisiones reales, que fueron leidas y aceptadas, como refiere en sus comentários, cap. 13, fol. 12 y 13. Herrera, en el dicho cap. 13.)
  25. Su proceso se hizo con parecer de los Oficiales reales de los eclesiásticos y otros; y por ser enemigo capital de los cristianos, y haberles hecho grandes daños, fué condenado á muerte. Cabeza de Vaca, cap. 37, fol. 28.
  26. Eran 400 arcabuceros y ballesteros. Los bergantines 10, las canoas 120. Cabeza de Vaca, cap. 44, fol. 33, que refiere en los capitulos siguientes este descubrimiento.
  27. En pocos meses descubrió la tierra, que en doce años habia padecido tantos daños por los intrusos gobernadores, sin cuidar de su descubrimiento: tratando inicuamente no solo á los indios, sino á los españoles, que se querellaron á Cabeza de Vaca, á quien los oficiales reales procuraron echar de la tierra, valiéndose de los frailes, porque los prendió como dioses, cap. 41, fol. 32 de sus comentários.
  28. Francisco Rivera se ofreció á proseguir con 6 soldados y 5 indios, y se permitieron. Cabeza de Vaca, cap. 76, fol. 51. Fué y volvió, refiriendo lo que dice el mismo Cabeza de Vaca, cap. 69 y 70, fol. 4, vuelta 5. Herrera, cap. 17, fol. 128 y 198.
  29. Mandeoch ó mandioca es el cazave. Cabeza de Vaca, cap. 54. fol. 42, cuyas especies son muchas, y sus nombres trae Vasconcelos, Crónica del Brasil, cap. 2, núm. 73, fol. 150 y 160.
  30. Nombre que los alemanes dan al caramillo.El editor.
  31. Declaracion solemne de este descubrimiento hizo en la Asumpcion Hernando de Rivera, en 3 de Marzo de 1543, y está al fin de los comentários de Cabeza de Vaca, fol. 67, que deshace las equivocaciones de los nombres y otras cosas que se refieren en esta.
  32. Fray Martin Sarmiento en su demostracion Crítico-Apologética, disc. 16, par. 9, fol. 216, tom. 5, hace mencion del autor, así: "no me detengo en las mismas noticias que Ulderico Schmidel, viagero original, dió de las Amazonas al sur del Marañon, antes de Orellana, y fol. 219."
  33. Sospecho que nada de esto es verdad, porque cuando volvió Hernando Rivera, (que fué á 30 de Enero de 1543), estaba enfermo Cabeza de Vaca, y no pudo dar relacion del descubrimiento; y le duró la enfermedad hasta que le prendieron, por el aborrecimiento que le tenia la gente, á la cual privó de sacar del Puerto de los Reyes las indias que los indios le habian dado y adquirido: que es lo que refiere cap. 73 y 74, fol. 57 de sus Comentários.
  34. Soberbia llama á la envidia y odio que tenian á Cabeza de Vaca, porque habia descubierto la tierra y prohibido sus maldades á aquella gente, como lo confesaban á voces los Oficiales reales que le trajeron preso; y murió malamente. Cabeza de Vaca, Comentários, cap. 84.
  35. Esto es mentira, porque Alvar Nuñez fué por tesorero de la infeliz armada, con que fué á la Florida Panfilo de Narvaez. Herrera, Decada 4, lib. 2, cap. 4, fol. 26; cuya salida al nuevo Méjico por tierra, con tres compañeros, es uno de los mayores sucesos de las Indias, aun sin los prodigios que hicieron con los indios. Herrera, en la misma Decada, lib. 5. cap. 5, fol. 84, y Dec. 6, lib. 1, cap. 3, fol. 5.
  36. Debajo del trópico en que se dice está situada Sococi, es la elevacion del Polo Antártico 22½ grados: allí se vé la Ursa Mayor en la mayor altura algunas horas. Lo que dice el autor en cuanto á haberla perdido de vista en la isla de Santiago, no parece verdad; porque la Ursa Mayor aun puede verse, desde esta isla, 600 leguas hácia mediodia, donde es su mayor elevacion, como se puede hacer patente en el globo celeste. (Nota de Hulderico Hulsio, fol. 58.)
  37. Era causa de este odio que no dejaba cautivar á los indios, ni hacerles los daños á que estaba acostumbrada esta gente. Herrera, Decada 7; lib. 2, cap. 11 y 12, fol. 198.
  38. El autor largo en estos consejos, fuera mejor que dijera la verdad, pues en Cabeza de Vaca nunca hubo que reprender: solicitaba observar las órdenes reales en favor de los indios; guardar las leyes entre los españoles, é impedir el nuevo quinto, que sin razon habian impuesto los Oficiales reales en el maiz, manteca, miel, pescados y otros alimentos. Esto causó el odio de todos los que deseaban ser ladrones y crueles con españoles é indios. Cabeza de Vaca, cap. 18, fol. 16.
  39. Herrera Decada 7, lib. 9, cap. 11 y 12, fol. 199 y 200, cuenta la verdad y causa de los rebeldes para esta maldad, y los falsos testimonios que le levantaron para engañar al pueblo. Cabeza de Vaca, cap. 74 y 75; y se admira Barco, canto 5, de que en España se tolerase sin dar el castigo correspondiente: y mas, habiendo absuelto el Consejo á Cabeza de Vaca, de que tanto le imputaron. Herrera, Decada 7, lib. 11, cap. 13.
  40. Este nombre no se halla en ninguna otra história, y dudamos que sea correcto, porque nada expresa en guaraní.El editor.
  41. Barco, can. 1. Artus en su traduccion dice que fué Pedro Diaz. cap. 24 al fin, fol. 45.
  42. Ignoramos cual sea esta tribu, de la que ninguna mencion se hace en las demas histórias de la conquista.El editor.
  43. De estas ovejas escriben Acosta, (lib. 4, cap. 36 y 41; y Lopez, part. 2, cap. 142), que no se hallan en otra parte que en la tierra del Perú, y que son de dos géneros, domésticas y silvestres, de las cuales estas tienen mas blanda la lana, aquella gruesa. Pueden llevar desde 50 á 100 libras de carga: tambien se usa andar en ellas á caballo, pero despacio. Fatigadas, vuelven la cabeza al caballero, y échanle en la cara una agua que hiele: echadas con la carga, no se levantan, aunque las maten á palos, y quitandoles la carga, se levantan. Al vivo van pintadas; pero mejor Garcilaso, Comentários Reales, tom. I.
  44. Casi todos los nombres indios de este capítulo y de los que siguen, son ininteligibles, y los hemos puesto en letra bastardilla, para que se distingan. Lo único que puede decirse es que pertenecen á naciones fronterizas del Perú, en las provincias de los Chiriguanos y los Chiquitos.El editor.
  45. Herrera, Decada 7, cap. 15, fol. 235
  46. Son las niguas, que los Tupís llaman Attune. Juan Stadio, Historia del Brasil, lib. 2, cap. 23.
  47. Esta ciudad, de que hace aquí mencion el autor, fué fundada por el capitan Peranzures, año 1538, y la llamó Plata, (que es Argentum), por la abundancia de ella.
  48. Era Diego Centeno, á quien el licenciado Gasca señaló límites en la gobernacion, y le dió la instruccion que refiere. Herrera, Decada 8, lib. 5, cap. 1 y 2, fol. 96. Pero murió antes de ir. Herrera, Decada 8, lib. 4, cap. 15, fol. 88.
  49. Pero este argumento es débil, y no tiene conexion con los hechos que se alegan, porque el año de 1548, fué cuando Nuflo de Chaves llegó á Lima y Domingo de Irala se volvió á la Asumpcion, y prosiguió en su gobierno por la muerte de Diego Centeno y Diego Sanabria. Herrera, Decada 8, lib. 5, cap. 1, par. 2, fol. 96. (Nota de Barcia.)
  50. Lo que se dice aquí que llegaron á los Guapás, y que despues recibió cartas de Lima, ciudad real, que es metrópoli del Perú donde reside el virey y está la suprema Audiencia, es menester que sucediese el año 1549; porque el año de 1548 el Señor Gonzalo de Pizarro fué condenado á muerte en el mes de Abril, por el Presidente licenciado, (ó como quiere Lopez), D. Pedro la Gasca, año de 1550: y el dicho la Gasca en Julio ya habia vuelto á España,[49] y su vuelta pone Herrera, Decada 8, lib. 6, cap. 7, fol. 130, en este año de 1550.) Que el Potosí y la Plata, de cuyos lugares se hace aquí mencion, y á que muy cerca llegó este general, abundasen de plata, lo escribe el dicho Lopez, cap. 13, de su Historia de Indias, y que cien libras de metal, que se sacaban de las minas de Potosí, dejaban cincuenta de plata pura: mas estas minas de plata fueron halladas año de 1547, como dice Pedro de Cieza, Crónica, cap. 110, lib. 4, cap. 6. Herrera, Decada 8, lib. 2, cap. 14, fol. 40; ó como Acosta, año 1545. De suerte que, estando el general en Guapás, no eran acaso tan conocidas y célebres, aunque el Emperador en el mismo año 1549 recibia por su quinto real, cada semana, treinta mil, y muchas veces cuarenta mil libras de plata: y en lugar de jornal se daba á los mineros, por el trabajo de una semana, una, y algunas veces, dos libras de plata. Tambien escribe Acosta que hubo tanta abundancia de plata en el Perú, que en mucho tiempo ni se labró ni se acuñó: y que no se usaba moneda acuñada de que al Cesar habia de pagarse el quinto real; de suerte, que muchos piensan que ni aun la tecera parte se hacia moneda, ni se le pagaba el quinto. Sin embargo, se dice que tocaron al Emperador, por el quinto, desde el año en que se descubrieron las minas, hasta el año 1564, setenta y seis millones; y desde el año de 1564 hasta el de 1585, treinta y cinco millones. Hasta aquí Lopez, Cieza y Acosta. (Herrera, Decada 8, cap. 15, lib. 2, fol. 5.) (Nota de Hulsio.)
  51. Herrera, Decada 7, lib. 10, cap. 15, fol. 236. Decada 8, lib. 2, cap. 17, fol. 43.
  52. Por la distancia, corresponde á la boca del Tebicuarí.El editor.
  53. Estos indios conservan el nombre de su poblador Tupí, Estremeño, segun Barco, Argentina, conto 1: y aunque no le nombra, sigue lo mismo Vasconcelos, Crónica del Brasil, lib. 1, núm. 78 y 79, de oidas á los indios, y núm. 149, fol. 91.
  54. Este nombre dá la medida del ningun conocimiento que tenia del castellano este escritor, y hasta que punto estropeaba los nombres por su ortográfia.El editor.
  55. La gente de esta nave era inicua, pues habiendo llegado á ella nadando Juan Stadio, huyendo de los indios Tupís que le tenian cautivo, no quisieron recibirle por no desazonarlos, y le dejaron en su esclavitud; como refiere él mismo en su Historia del Brasil, lib. 2, cap. 53, fol. 97.
  56. Hay tantas ballenas, que el Rey D. Alonso, el VI de Portugal, el año de 1662 tenia arrendado por tres años su pesca en 43,000 cruzados. Vasconcelos, lib. 2, núm. 97, fol. 172.