Viaje del Parnaso/I

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​Viaje del Parnaso​ de Miguel de Cervantes
I
II

    Un quidam Caporal italiano,
de patria perusino (a lo que entiendo),
de ingenio griego, y de valor romano,
    llevado de un capricho reuerendo,
le vino en voluntad de yr a Parnaso,
por huyr de la corte el varío estruendo.
    Solo, y a pie, partiose, y, passo a passo,
llegó donde compró una mula antigua,
de color parda y tartamudo passo.
    Nunca a medroso parecio estantigua
mayor, ni menos buena para carga,
grande en los huessos, y en la fuerça exigua,
    corta de vista, aunque de cola larga,
estrecha en los hijares, y, en el cuero,
mas dura que lo son los de una adarga.
    Era de ingenio cabalmente entero;
caía en qualquíer cosa facílmente,
assi en abril, como en el mes de enero.
    En fin, sobre ella el poeton valiente
llegó al Parnaso, y fue del rubio Apolo
agasajado con serena frente.
    Conto quando Bolvio el poeta, solo
y sin blanca, a su patria, lo que en buelo
llevó la fama deste al otro polo.
    Yo, que siempre trabaxo y me desuelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo,
    quisiera despachar a la estafeta
mi alma, o por los ayres, y ponella
sobre las cumbres del nombrado Oeta;
    pues, descubriendo desde alli la bella
corriente de Aganipe, en un saltico
pudiera el labio remojar en ella,
    y quedar del licor, suave y rico,
el pancho lleno, y ser de alli adelante
poeta ilustre, o al menos magnifico.
    Mas mil inconuenientes al instante
se me ofrecieron, y quedó el desseo
en cierne, desualido e ignorante,
    porque [en] la piedra que en mis ombros veo,
que la fortuna me cargó pesada,
mis mal logradas esperanças leo.
    Las muchas leguas de la gran jornada
se me representaron, que pudieran
torzer la voluntad aficionada,
    si en aquel mesmo instante no acudieran
los humos de la fama a socorrerme,
y corto y facil el camino hizieran.
    Dixe entre mi: si yo viniesse a verme
en la dificil cumbre deste monte,
y una guirnalda de laurel ponerme,
    no embidiaría el bien dezir de Aponte,
ni del muerto Galarza la agudeza,
en manos blando, en lengua Rodomonte.
    Mas como de un error otro se empieça,
creyendo a mi desseo, di al camino
los pies, porque di al viento la cabeça.
    En fin, sobre las ancas del destino,
llevando a la eleccion puesta en la silla,
hazer el gran viage determino.
    Si esta caualgadura marauilla,
sepa, el que no lo sabe, que se vsa
por todo el mundo, no solo en Castilla.
    Ninguno tiene, o puede dar escusa
de no oprimir desta gran bestía el lomo,
ni mortal caminante lo reusa.
    Suele tal vez ser tan ligera como
va por el ayre el aguila o saeta,
y tal vez anda con los pies de plomo.
    Pero, para la carga de un poeta,
siempre ligera, qualquier bestía puede
llevarla, pues carece de maleta;
    que es caso ya infalible que, aunque herede
riquezas un poeta, en poder suyo,
no aumentarlas, perderlas le sucede.
    Desta verdad ser la ocasion arguyo,
que tu, ¡o gran padre Apolo!, les infundes
en sus intentos el intento tuyo,
    y, como no le mezclas ni confundes
en cosas de agibílibus rateras,
ni en el mar de ganancia vil le hundes,
   ellos, o traten burlas, o sean veras,
sin aspirar a la ganancia en cosa,
sobre el conuexo van de las esferas,
    pintando en la palestra rigurosa
las acciones de Marte, o entre (las) flores
las de Venus mas blanda y amorosa,


    llorando guerras, o cantando amores,
la vida como en sueño se les passa,
o como suele el tiempo a jugadores.
    Son hechos los poetas de una massa
dulce, suave, correosa y tierna,
y amiga del hogar de agena casa.
    El poeta mas cuerdo se govierna
por su antojo valdio y regalado,
de traças lleno y de ignorancia eterna.
    Absorto en sus quimeras, y admirado
de sus mismas acciones, no procura
llegar a rico, como a honroso estado.
    Vayan pues los leyentes con letura,
qual dize el vulgo mal limado y bronco,
que yo soy un poeta desta hechura,
    cisne en las canas, y en la voz un ronco
y negro cueruo, sin que el tiempo pueda
desbastar de mi ingenio el duro tronco;
    y que en la cumbre de la varia rueda
iamas me pude ver solo un momento,
pues, quando subir quiero, se está queda.
    Pero, por ver si un alto pensamiento
se puede prometer feliz sucesso,
segui el viaje a passo tardo y lento.
    Un candeal con ocho mís de queso,
fue en mis alforjas mi reposteria,
vtil al que camina y leve peso.
    «A Dios, dixe a la humilde choça mía,
a Dios Madrid, a Dios tu Prado y fuentes,
que manan nectar, llueuen ambrosia.
    »A Dios, conuersaciones sufícientes
a entretener un pecho cuydadoso,
y a dos mil desualidos pretendientes.
    »A Dios, sitio agradable y mentiroso,
do fueron dos gigantes abrassados
con el rayo de Iupiter fogoso.
    »A Dios, teatros publicos, honrados
por la ignorancia, que ensalzada veo
en cien mil disparates recitados.
   »A Dios, de San Felipe el gran passeo,
donde si baxa o sube el turco galgo,
como en gazeta de Venecia leo.
    »A Dios, hambre sotil de algun hidalgo,
que, por no verme ante tus puertas muerto,
oy de mi patria y de mi mismo salgo.»
    Con esto, poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos y encubierto.
    A cuyo claro y sin ygual renombre
se postran quantos puertos el mar baña,
descubre el sol y a navegado el hombre.
    Arrojose mi vista a la campaña
rasa del mar, que truxo a mi memoria
del heroyco don Iuan la heroyca hazaña,
    donde, con alta de soldados gloria,
y con propio valor y ayrado pecho,
Tuve, aunque humilde, parte en la vitoria.
    Alli, con rabia y con mortal despecho,
el otomano orgullo vio su brio
hollado y reduzido a pobre estrecho.
    Lleno, pues, de esperanças, y vazio
de temor, busqué luego una fragata
que efetuasse el alto intento mio,
    quando por la, aunque azul, liquida plata,
vi venir un baxel a vela y remo,
que tomar tierra en el gran puerto trata,
    del mas gallardo y mas vistoso estremo
de quantos las espaldas de Neptuno
oprimieron jamas, ni mas supremo.
    Qual este, nunca vio baxel alguno
el mar, ni pudo verse en el armada
que destruyó la vengatiua Iuno.
    No fue del vellozino a la jornada
Argos tan bien compuesta y tan pomposa,
ni de tantas riquezas adornada.
    Quando entraua en el puerto la hermosa
aurora por las puertas del oriente,
salia en trença blanda y amorosa.
    Oyose un estampido de repente,
haziendo salva la real galera,
que despertó y alborotó la gente.
    El son de los clarines, la ribera
llenaua de dulcissima armonia,
y el de la chusma alegre y placentera.
    Entrauanse las horas por el dia,
a cuya luz, con distincion mas clara,
se vio del gran baxel la bizarria.
    Ancoras echa, y en el puerto para,
y arroja un ancho esquife al mar tranquilo,
con musica, con grita y algaçara.
    Vsan los marineros de su estilo;
cubren la popa con tapetes tales,
que es oro y sirgo de su trama el hilo.
    Tocan de la ribera los umbrales,
sale del rico esquife un cavallero,
en ombros de otros quatro principales.


    En cuyo trage y ademan seuero,
vi de Mercurio al vivo la figura,
de los fingidos dioses mensagero.
    En el gallardo talle y compostura,
en los alados pies y el caduzeo,
simbolo de prudencia y de cordura,
    digo que al mismo paraninfo veo
que truxo mentirosas embaxadas
a la tierra del alto Coliseo.
    Vile, y a penas puso las aladas
plantas en las arenas, venturosas
por verse de divinos pies tocadas,
    quando yo, reBolviendo cien mil cosas
en la imaginacion, llegué a postrarme
ante las plantas por adorno hermosas.
    Mandome el dios parlero luego alçarme,
y, con medidos versos y sonantes,
desta manera començo a hablarme:
    «¡O Adan de los poetas, o Cervantes!
¿que alforjas y que traje es este, amigo,
que assi muestra discursos ignorantes?»
    Yo, respondiendo a su demanda, digo:
«señor, voy al Parnaso, y, como pobre,
con este aliño mi jornada sigo.»
    Y el a mi dixo: «¡o sobre humano y sobre
espiritu cilenio levantado!
¡toda abundancia y todo honor te sobre!
    »Que, en fin, has respondido a ser soldado
antiguo y valeroso, qual lo muestra
la mano de que estas estropeado.
    »Bien se que en la Naual dura palestra
perdiste el mouimiento de la mano
yzquierda, para gloria de la diestra.
    »Y se que aquel instinto sobre humano,
que de raro inuentor tu pecho encierra,
no te le ha dado el padre Apolo en vano.
    »Tus obras los rincones de la tierra,
llevandola[s] en grupa Rozinante,
descubren, y a la embidia mueuen guerra.
    »Passa, raro inuentor, passa adelante
con tu sotil disinio, y presta ayuda
a Apolo, que la tuya es importante,
    »antes que el esquadron vulgar acuda
de mas de veynte mil sietemesinos
poetas, que de serlo estan en duda.
    »Llenas van ya las sendas y caminos
desta canalla inutil contra el monte,
que aun de estar a su sombra no son dignos.
    »Armate de tus versos luego, y ponte
a punto de seguir este viage
conmigo, y a la gran obra disponte.
    »Conmigo, segurissimo passage
tendras, sin que te enpaches, ni procures
lo que suelen llamar matalotage.
    »Y por que esta verdad que digo apures,
entra conmigo en mi galera, y mira
cosas con que te assombres y assegures.»
    Yo, aunque pense que todo era mentira,
entré con el en la galera hermosa,
y vi lo que pensar en ello admira.
    De la quilla a la gavia, ¡o extraña cosa!,
toda de versos era fabricada,
sin que se entremetiesse alguna prosa.
    Las ballesteras eran de ensalada
de glossas, todas hechas a la boda
de la que se llamó mal maridada.
    Era la chusma de romances toda,
gente atrevida, enpero necessaria,
pues a todas acciones se acomoda.
    La popa, de materia estraordinaria,
bastarda, y de legitimos sonetos,
de labor peregrina en todo y varia.
    Eran dos valentissimos tercetos
los espalderes de la yzquierda y diestra,
para dar boga larga muy perfectos.
    Hecha ser la cruxia se me muestra
de una luenga y tristissima elegia,
que no en cantar, sino en llorar es diestra.
    Por esta entiendo yo que se diría
lo que suele dezirse a un desdichado
quando lo passa mal: «passó cruxia.»
    El arbol, hasta el cielo levantado,
de una dura cancion prolixa estava
de canto de seys dedos embreado.
    El y la entena, que por el cruzaua,
de duros estrambotes la madera
de que eran hechos claro se mostraba.
   La racamenta, que es siempre parlera,
toda la componian redondillas,
con que ella se mostraba mas ligera.
    Las xarcias parecian seguidillas,
de disparates mil y mas compuestas,
que suelen en el alma hazer cosquillas.
    Las rumbadas fortissimas y honestas
estancias, eran tablas poderosas,
que llevan un poema y otro a cuestas.


    Era cosa de ver las bulliciosas
vanderillas que al ayre tremolavan
de varias rimas, algo licenciosas.
    Los grumetes que aqui y alli cruzavan,
de encadenados versos parecian,
puesto que como libres trabaxaban.
    Todas las obras muertas componian,
o versos sueltos, o sestinas graves,
que a la galera mas gallarda hazian.
    En fin, con modos blandos y suaves,
viendo Mercurio que yo visto auia
el baxel, que es razon, lector, que alabes,
    junto a si me sento, y su voz embia
a mis oydos, en razones claras,
y llenas de suauissima armonia,
    diziendo: «entre las cosas que son raras
y nuevas en el mundo, y peregrinas,
veras, si en ello adviertes y reparas,
    »que es una este baxel de las mas dignas
de admiracion, que llegue a ser espanto
a naciones remotas y vezinas.
    »No le formaron maquinas de encanto,
sino el ingenio del divino Apolo,
que puede, quiere, y llega y sube a tanto.
    »Formole, ¡o nuevo caso!, para solo
que yo llevasse en el quantos poetas
ay desde el claro Tajo hasta Pactolo.
    »De Malta el gran Maestre, a quien secretas
espias dan aviso que en oriente
se aperciben las barbaras saetas,
    »teme, y embia a conuocar la gente
que sella con la blanca cruz el pecho,
porque en su fuerça su valor se aumente;
    »a cuya imitacion Apolo ha hecho
que los famosos vates al Parnaso
acudan, que está puesto en duro estrecho.
    »Yo, condolido del doliente caso,
en el ligero casco, ya instruydo
de lo que he de hazer, aguijo el passo.
    »De Italia las riberas he barrido,
he visto las de Francia y no tocado,
por venir solo a España dirigido.
    »Aqui, con dulce y con felice agrado,
hara fin mi camino a lo que creo,
y sere facilmente despachado.
    »Tu, aunque en tus canas tu pereza veo,
seras el paraninfo de mi assumpto
y el solicitador de mi desseo.
    »Parte, y no te detengas solo un punto,
y, a los que en esta lista van escritos,
diras de Apolo quanto aqui yo apunto.»
    Sacó un papel, y en el casi infinitos
nombres vi de poetas, en que auia
yangueses, vizcaynos, y coritos.
    Alli famosos vi de Andaluzia,
y entre los castellanos vi unos hombres
en quien viue de assiento la poesia.
    Dixo Mercurio: «quiero que me nombres
desta turba gentil, pues tu lo sabes,
la alteza de su ingenio con los nombres.»
    Yo respondi: «de los que son mas graves
dire lo que supiere, por mouerte
a que ante Apolo su valor alabes.»
El escuchó, yo dixe desta suerte: