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Viaje maravilloso del Señor Nic-Nac/IX

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CAPÍTULO IX
consagracion

Comenzamos á trepar la falda del Nevado.

Miramos hácia el valle. Un manto lúgubre se tendía paulatinamente sobre él.

Un vapor indeciso cubría los Limoneros;—los azahares habian caido deshojados, y las Flores del aire, marchitas y arrugadas, confundian su color con el color de los Musgos.

Un rumor extraño ajitaba los bosques y la llanura;—las aves se recojían en las ramas de los espesos Laureles, y los insectos de brillante matiz apagaban el reverberar de sus alas esmaltadas.

El oro y la plata, el cobre y el plomo, se desagregaban en las vetas del Nevado, y parecian convertirse en impalpable polvo, bajo el impulso de no sé que extraño misterio.

Los rumores aumentaban en el valle, y las aves aturdidas buscaban mas tupido follaje.

—"¿A donde vamos, señor Seele? ¿qué rumores son estos?"

—"Nuestra presencia es la causa de esta ajitacion, y no cesará hasta que el génio de esta montaña consagre nuestra existencia en el planeta. Nuestro traje negro, talar, causa aversion á todos los seres de este astro, por eso veis la vejetacion triste, los animales aturdidos, y hasta el aire, sustancia insensible, ajitarse en confusos y oscuros torbellinos."

—"Y el génio de la montaña?"

—"Habita las profundas cavernas del coloso, los antros inaccesibles á aquellos que ya han sido consagrados."

La ascension continuaba, y al llegar á las nieves perpétuas, dijo Seele:

—"Por aquí, señor Nic-Nac, por aquí."

Y penetrando en una oscura galería, seguí á Seele, ó mas bien seguí un vago resplandor, una vislumbre indecisa que rodeaba su cuerpo á la manera de una niebla fosforescente.

Estaba transfigurado.

Observé que descendía, que bajaba siempre.

Una vislumbre mas blanca, ménos verdosa que la aureola de Seele, se destacó súbitamente entre la negra oscuridad.

—"Hemos llegado," dijo Seele, penetrando en un antro vastísimo, iluminado por un intenso resplandor. "He aquí donde se Martifican los espíritus-imájenes de la Tierra. Silencio!"

Levanté la vista y miré...... y ví no sé qué cosa extraña y luminosa.

Un rumor particular, como el fragor de una montaña que derrumba, conmovió los cimientos del coloso.

—"¡Seele!" exclamé involuntariamente, mezclando mi voz á las voces de la montaña.

Y agitado interiormente por no sé que fuerza particular, reconocí en los elementos de mi espíritu y en los elementos de mi cuerpo algo como una cesacion de la vida terrestre, algo como una exaltacion de la vida Marcial.

Mas de un militar de nuestros dias no ha tenido otra escuela. Los espíritus de Marte se lo demanden.