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Viaje maravilloso del Señor Nic-Nac/XVII

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CAPÍTULO XVII
Sophopolis

A juzgar por el tiempo que había pasado despues de la entrada del Sol, debia ser media noche, y como las naranjas siempre han sido un alimento muy lijero, experimentábamos un vivo deseo de reforzar nuestro ogranismo.

Nos pusimos de pié, y dirijiéndonos á Sophopolis, tuvimos ocasion de observar que habiamos procedido razonablemente, porque un Theopolita se acercó á nosotros, y nos advirtió que era hora de retirarnos; que si queriamos podríamos ir á pasar el resto de la noche en su casa, á lo que observó nuestro cicerone que agradeciamoe cordialmente, pero que nos era imposible aceptar la oferta porque teniamos que asistir á la sesion de la Academia de Sophopolis.

—"Si ello es así," dijo el Theopolita, "que el espíritu bueno os acompañe." Y se alejó.

Pero ¡oh desgracia! un viento súbito levantó su falda, y vimos brillar una especie de culebra de acero, símbolo talvez del espíritu bueno que nos hubiera acompañado si hubiésemos aceptado su invitacion.

Y sobretodo ¿qué peor espíritu que la presencia de sus mujeres horribles, cuyas manos, segun se nos acababa de decir, eran manos cadavéricas en brazos animados? Nó, mil veces nó.

Entramos en Sophopolis.

Nada mas bello, nada mas gracioso, nada mas fantástico que el aspecto de esta ciudad, con sus habitantes luciérnagas, que despiertan la simpatía adormecida en la atmósfera letal de Theopolis.

Aquellas luces, aquellos resplandores, que trazan curvas, que forman rectas, que generan ondas é iluminan la noche Marcial con tan brillantes aureolas, no pueden menos de fortalecer el espíritu noble de tan nobles habitantes, todo lo cual, empero, no sirve de alimento cuando no se ha comido lo suficiente para poder vivir.

—"Sabeis, amigo mio," dijo el Doctor al cicerone, "que el ayuno se prolonga?"

—"Un momento mas, y habremos llegado... "

—"Á dónde?"

—" A donde gusteis;—vuestros resplandores son especiales, y revelais por ellos que habeis sido consagrados recientemente. Todas las puertas de Sophopolis estan abiertas para vosotros."

—"¿Debemos esto á Seele?"

—"Era vuestro destino. Por ahora, debeis aceptar mi casa, y cuando os hayais satisfecho,—en lo que trataré de imitaros—supongo no tendreis inconveniente en asistir á la sesion de la Academia de Sophopolis."

—"Con el mayor placer."

De pronto oimos una vociferacion horrible, semejante á la de una bandada de lobos persiguiendo... cualquier cosa.

—"¿Qué es eso?" preguntamos atónitos al cicerone.

—"Nada," contestó este sonriendo. "Son dos sábios cuyas casas están situadas la una frente á la otra. Uno de ellos es astrónomo y su telescopio sobresale por uno de los balcones á la calle; el otro es un naturalista, un zoólogo, que se ha dedicado con especialidad, últimamente, al estudio de los anfibios y á cada momento arroja grandes cantides de agua á la calle... ¿no ois?"

—"Eh! no sea Vd. impertinente y caprichoso," decía el astrónomo.

—"Y Vd. no me moleete con su telescopio que á cada momento parece pronto á precipitarse sobre mis colecciones," contestaba el zoólogo.

—"Es que tanta agua, al evaporarse, me empaña el objetivo, y causa de Vd. he perdido dos de los elementos del Asteroide número 748."

—"¡Setecientos cuarenta y ocho!" exclamé atónito, "pero si en la tierra solo se conocen unos cien!"

—"Sí, pero observad que desde Marte, la distancia es mucho menor á las órbitas de los Asteroides," dijo el cicerone.

—"A mí no me importan los elementos de esas piedras perdidas que para nada sirven," continuaba. el zoólogo.

—"Ignorante!—Ni á mí los bichos que V. estudia."

—"Es que yó le destrozaré el telescopio."

—"Y yó le haré comer los renacuajos...... Cállese que el asteroide ha andado ya dos grados."

—"Y vd. guarde silencio porque mis animalitos se espantan."

Y todo esto con voces tan estentóreas é insoportables, que despedazaban los tímpanos.

Los otros Sophopolitas habituados á aquellos alaridos, pasaban sin hacer alto.

—"Pobres sábios!" exclamé en un arrebato de compasion "en todas partes son lo mismo; siempre mal humorados, y con no poca frecuencia impertinentes!"

Seguimos nuestro camino, y un momento despues, la espléndida mesa del Sophopolitano se ostentaba á nuestros deseos, que ya habían llegado á su colmo.

Nuestro amable cicerone, nos presentó á su numerosa familia, y puedo aseguraros que razon había tenido al hacernos su retrato.

Si alguien descubre en cualquier otro punto del Universo mujeres mas hermosas que las de Sopho polis, merece seguramente comer las tortas del refran de los Theopolitanos