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Viaje maravilloso del Señor Nic-Nac/XVIII

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CAPÍTULO XVIII
En casa de un Marcialita

Marte no tiene satélite, es decir, no tiene Luna de manera que sus noches carecen del esplendor propio de las noches terrestres, cuando brilla tranquilamente desde el fondo del cielo la amada de Endimion.

Pero en cambio las estrellas reverberan con deslumbrantes rayos y titilan en el intenso oscuro del espacio como flores luminosas entre el musgo de de los bosques, mecidas por las brisas de las sombras.

¿Creid, por ventura que la magnificencia de esas noches de Marte es debido únicamente al fulgor de las estrellas? Nó, Marte tiene un cielo mas vívido, un éter de luz, de donde irradian los espíruts imájenes su dulce palidez, y si á estos reunis las aureolas de los Marcialitas, tendreis que admitir que las noches mas bellas son las noches de Marte.

Y cuando el trueno retumba convulsionando la atmósfera con sus ondas, y el lívido relámpago esteliza las gotas de la lluvia y el rayo silva en las capas del aire...... todas aquellas luces, y todos estos ruidos y toda esta pompa Marcial infunden un misterioso respeto por el gran código que rije los mundos y los disemina en el espacio como simples vibraciones de la eternidad.

Ah! qué desgracia! volar de mundo en mundo, de vida en vida, llevando siempre el alma como núcleo...... llegar al pedestal de la gloria y de las ilusiones en el mas rosado de los planetas, y volver á la Tierra á contemplar las mismas tormentas, los mismos valles, los mismos rostros...... ¡qué desgracia! subir tan alto para hundirse tanto!

¿Por qué ley de la Naturaleza existen séres que no llegan á la satisfaccion suprema de su deseo?.... Pero ah! deliro...... el recuerdo de la mas hermosa de las tormentas de Marte me hace olvidar los respetos sociales, y las consideraciones que tanto el Doctor, como yó, debemos á la familia de nuestro complaciente cicerone.

¿Deseais lector que continúe? Bien lo comprendo—quereis que no me deje dominar por tanto brillo.

Bajo un dosel de Laureles y Jazmines, de Mirtos y Flores del aire cuyas ríjidas hojas se entrecruzan, —en una atmósfera suave é impregnada con todos los aromas, aparece la mesa del Sophopolita, sobre la cual se ostentan nó los manjares mas delicados, sino los manjares mas útiles.

Creo innecesario describirlos, porque teneis bastante penetracion para comprender que mis descripciones de tales manjares no aumentarán ni disminuirán la buena ó mala opinion que os hayais formado de los sábios de aquellas rejiones lejanas; pero sí os haré notar que los alimentos de que se hace uso en Sophopolis son absolutamente asimilables, de manera que todos ellos forman, mas tarde, parte integrante del organismo, sin que un solo átomo de materia inútil é indigesta vaya á perturbar las funciones que caracterizan la vida de aquellos cuerpos.

Este fenómeno os llevará inmediatamente á formar mil conjeturas mas ó menos aceptables, pero yo os cederé toda la parte que os corresponda en tan sanas elucubraciones, pues os he indicado anteriormente, que basta pisar el suelo de Marte para sentir en el fondo del espíritu la mayor imparcialidad y la mas estricta justicia en la interpretacion de los hechos.

Os he dicho tambien que las mujeres que formaban parte de la familia del Sophopolita eran hermosas como todos los resplandores de la vida, puesto que así lo son todas las que habitan en Sophopolis, pero no os he dicho que entre las hijas de nuestro huesped había una, con especialidad una, que no sólo llamó toda mi atencion, sino más, y muy particularmente la del Doctor, quien no pudo menos de permanecer absorto contemplando tan extraña belleza.

Era esbelta y graciosa, pero con esa gracia de las estrellas que dominan como el infinito, y la voluptuosidad de sus curvas, contrastaba singularmente con la majestad serena de su fisonomía.

Al verla, hubierais dicho, mortales de la Tierra, que alguna vez habeis soñado una imájen vaporosa y etérea que os arrastraba hácia un mundo desconocido, y que aquella mujer, tangible y accesible, serena y majestuosa, era la imájen fiel de vuestro ensueño.

Nó lo dudo. La. Naturaleza ha adornado nuestro espíritu con el supremo don de personificar las ilusiones, creando una forma, vaga es cierto, pero que al fin es forma, á la cual le damos vida, movimiento y alma.... presentimiento talvez de imájenes futuras.

El Doctor contemplaba absorto la bella aparicion y experimentaba quizá uno de aquellos vértigos sin nombre, que nacen en el espíritu, lo dominan, lo arrebatan, y lo amalgaman con el objeto de la contemplacion; pero volviendo en si, despues de aquel primer éxtasis, dirijió la vista al cielo...... y no vió el punto blanco que antes lo atraía. Las sombrías nubes velaban la rejion de los espíritus.

Mientras observaba al Doctor, tomaba parte en la conversacion y de cuando en cuando miraba á la jóven en torno de cuya noble frente volaba como una nubecilla de resplandores extraños.

—"¿Asistireis á la Academia señor Nic—Nac?"

—"Si, señora, y mi amigo el Doctor me acompañará ¿no es verdad, Doctor?"

—"Indudablemente. Nuestro amable guia nos ha invitado, y ...... "

El Doctor no podía evitarlo; la bella Marcialita embargaba su elocuencia.

—"Y... prefeririais" dijo la señora, "que la sesion no se celebrara hoy ¿no es cierto?"

La aureola del Doctor brilló mas intensamente, de manera que algunos reflejos de carmin fueron á aumentar la nubecilla de resplandores extraños que volaba en torno de la frente de la hermosa niña.

—"El interés de cada una de las sesiones de la Academia es relativo ¿qué opinais Doctor?" preguntó el Anfitrion con maliciosa sonrisa.

—"Opino que teneis razon."

—"Sí," dijo una de las señoritas, "porque cuando el señor Hacksf......

—"¿Quién es ese señor? Disculpad."

—"El astrónomo de quien hablábamos en el camino; el mismo que amenazaba á su vecino el zoólogo," contestó el señor de la casa.

—"Ah!"

—"Cuando el señor Hacksf lleva sus interminables memorias sobre los nuevos Asteroides que descubre, cada logaritmo y cada tangente, no pueden compararse por lo pesado y monótono sino á sus cuerdas, á sus cosenos y á sus senos."

—"El Doctor es muy afecto á las Matemáticas."

—"Era, señor Nic-Nac, pero ahora....... creo que he perdido mi aficion por ellas."

—"No lo dudo," dijo la señora, "cuando se llega á una rejion completamente nueva, todo maravilla, y aun se olvidan las afecciones pasadas por entregarse completamente al imperio de la novedad."

—"Ahora me permitireis observar, señora, que tambien eso es relativo, y que si bien algunas afecciones se adormecen, pueden despertar mas tarde," repuso el Doctor.

—"Y bien? adormecerse ó morir, cuando se trata de las pasiones, es absolutamente lo mismo."

—"Con una lijera diferencia."

—"¿Cómo así?"

—"Que si todos los habitantes de la Tierra supieran lo que se ve en Marte, y muy particularmente en Sophopolis, no dudo preferirian morir. Es tan triste despertar cuando se ha soñado, y aniquilar para siempre la bella realidad ilusoria de un momento!"

—"¿Y quien os impide soñar perpétuamente?"

—"Señora, eso es lo que busco," repuso el Doctor mirando á la jóven, "y en tanto no lo haya conseguido, creeré siempre que la muerte es preferible al ensueño."

Los velos de la tormenta se rasgaron de pronto, y el cielo estrellado, y la rejion de los espíritus, aparecieron con todos sus esplendores.

La lluvia cesó por un momento, y un vapor perfumado comenzó á elevarse hácia las altas rejiones.

Un rumor extraño ajitó suavemente las capas del aire, y un brillo súbito se destacó en la altura.

Todos contemplamos aquel resplandor.

—"Alma del alma......." dijo el Doctor, y agitado por un fuego interno, hizo supremos esfuerzos por elevarse en el aire.

Vano deseo;—la gravitacion le mantuvo sujeto.

El punto blanco empezó á descender, suave y blandamente, como sostenido por una nube de espíritus propicios.

Y á medida que se acercaba á nosotros, lanzaba mas vívidos destellos. Sus espirales habían generado tambien la caida recta.

Todos contemplamos el espíritu imájen, atraídos por su magnificencia.

El doctor estaba fuera de sí.

La bella Marcialita, á semejanza de una Sibila inspirada, experimentaba vivas convulsiones, como dominada. por una fuerza extra-natural.

¿Existía alguna relacion entre la hermosa jóven y el punto blanco, el espíritu imájen cuya fuerza de atraccion sobre el alma del doctor se había manifestado con tanta enerjía?

Podíamos suponerlo.

¿Existía alguna extraña simpatía entre el Doctor y la jóven ó entre la jóven y el punto luminoso?

La aguja magnética salta bajo la accion del polo; el ave canta cuando aparece el dia; la flor se perfuma cuando suena la hora de su reproduccion, y todas las afinidades que ligan los seres en la Naturaleza, se manifiestan por palpitaciones supremas de su vida.

Por eso nos era permitido suponer que aquella relacion de espíritus existía, como existe la luz en las estrellas y la vibracion dormida en las cuerdas inmóviles de una lira.

Pero ¿cómo existía?

¿Venian estas almas buscándose desde el primer momento de los mundos, como un átomo busca á otro átomo de naturaleza análoga?

Talvez.

—"Doctor! ¿sabeis que sois admirable? el señor Hacksf, astrónomo sin igual para escudriñar el Universo, era capaz de decir que no teneis precio como sucesor suyo."

—"Es cierto, señor Nic-Nac; pero puedo asegurar que jamas podría creer que el Universo existe fuera de aquella alma blanca."

—"¿Y qué alma es esa?" preguntó la señora.

—"Lágrimas de la vida que se transforman en ángeles, ó si quereis, ángeles que se transforman en lágrimas para mas tarde convertirse en almas:"

—"Pero eso es incomprensible," observó una de las señoritas.

—"Y sobre todo, eso tiene que ser una reminiscencia terrestre."

—"No tal. Es anterior á mi propia vida; y ahora que me encuentro desligado de los vínculos terrenales, comprendo que mi espíritu había olvidado trasmigraciones anteriores."

—"Vamos! algnos amores de la época de los Plesiosauros y de los Pterodáctilos, ¿eh, doctor?"

—"Lo ignoro."

—"Miáu! Miáu!"

El doctor se estremeció;—el maullido del gato había, vibrado de una manera extraña en sus oidos.

—"Qué gato tan dócil, ¿no veis? viene á posarse en mi falda," dijo la hermosa niña, acariciando el animalito con sus manos incomparables.

Si en aquel momento el Doctor no hubiera vuelto á su contemplacion no hay duda alguna de que hubiese manifestado vehementísimos deseos de transformarse en gato.

—"Pero volvamos al cuento," dijo el señor de la casa. "qué esperais de aquel espíritu imájen?"

—"Seele me lo dijo en secreto."

—"¿En secreto?"

—"Sí."

—¿Y qué os dijo?"

—"Que un punto blanco... ah!... cuya inmensa atraccion..."

—"Oh no teneis nada, Doctor."

—"...cuya inmensa atraccion me dominaria... sería mi alma complementaria."

—"Cómo! entónces vuestra alma no es sino un fragmento?"

—"Nó, pero necesita fundirse en otra alma; y creo que precisamente aquel blanco cuyo suave descenso agita mas mi espíritu, es lo que falta á la mia."

—"Sinembargo, Seele os ha amenazado!"

—"Sí, señor Nic-Nac; pero la fusion de las dos almas determinará mi emancipacion."

—"Y desde cuando estais destinado á amalgamar con otro vuestro espíritu?"

—"No me lo ha dicho Seele."

Ya el resplandor del espíritu imájen se confundía con nuestraa aureolas.

Como una nube de incienso que brota en el altar, lenta y hermosa, la vision se aproximó tanto á nosotros que nos sentimos atraidos por una fuerza particular que nos obligaba á contemplarla.

¡Qué dulce palidez! ¡qué suave resplandor! ¡qué bellos deben ser los cuerpos en que habiten esas almas!

Razon tenía el Doctor para admirarla tanto.

La preciosa jóven experimentó una nueva convulsion.

El punto blanco se cernía sobre su frente y presentaba mas brillo á la aureola que la envolvía.

El Doctor permanecía atónito.

Aquella alma, aquel punto blanco, iba á bañar el espíritu de la jóven Marcialita.... Creeis que esto desagradaba al Doctor?

En el momento en que el lumen etéreo iba á posarse en la frente de la hermosa, se oyó un ruido tremendo, como si todas las rosas de Marte, y sus cataratas y sus volcanes, y sus tormentas hubieran estallado en misterioso consorcio, y una vision terrible, apareciendo súbitamente, nos envolvió en sus resplandores verde-azules.

¿De dónde había salido? ¿Qué era lo que le traia?

¡Pobre Doctor!

—"Seele! Seele!" exclamamos horrorizados.

Una carcajada del infierno resonó bajo el dosel del festin, y precipitándonos hácia el génio de la montaña, procuramos apartarlo de nuestro círculo.

Todo fué inútil. Seele había desaparecido á nuestro primer movimiento.

Sobre su mano impía había brillado un instante el punto blanco. Seele era el génio del mal. Seele había arrebatado la primera, la última, la única de las ilusiones del Doctor, en cuyo rostro se deslizaron dos gruesas lágrimas que brillaron intensamente bajo la reverberacion de las aureolas.

¡Pobre Doctor! se empezaba á cumplir la amenaza de Seele.