Virgilio (Eugenio de Ochoa)/La Eneida
Hemos llegado á la última, á la más importante y celebrada de las composiciones de Virgilio, por la que es más conocido en el mundo como príncipe de los poetas latinos, y que constituye una de las pocas verdaderamente grandes epopeyas nacionales, que registra en sus páginas la historia de la literatura general. Realmente, en mi sentir, no hay más que dos: la Iliada y la Eneida, pues ni la misma Odisea, ni la Farsalia, ni los Argonautas, entre los antiguos, ni el inmortal poema filosófico del Dante, entre los modernos, ni los Lusiadas de Camoens, ni la Araucana de nuestro Ercilla, ni los poemas del Tasso y el Ariosto, ni, ménos aún, la Enriada de Voltaire, ni, en suma, otro alguno, antiguo ni moderno, que yo recuerde, tiene el gran carácter de nacionalidad que se requiere para merecer aquel dictado. Más lo tienen, si bien no puede dárseles el nombre de epopeyas, nuestros Romanceros, considerados en conjunto, y los Niebelungen de Alemania.
Es tanto lo que se ha escrito acerca del inmortal poema de Virgilio, que muy poca es ya, creo yo, lo que á ello podrian añadir de nuevo ó de interesante, ni aun los más doctos, y con mucha más razon los que no lo somos. Prescindiendo de los antiguos comentadores, que le han desmenuzado verso por verso y palabra por palabra, bastan los prolijos análisis de los modernos, desde La Harpe, Le Batteux y Blair, en sus respectivos tratados de literatura, que ya nadie lee (lo cual me parece una injusticia, pues hay en ellos mucho bueno que aprender), hasta los recientes estudios de Michaud, Tissot, Magnier, Patin, Sainte-Beuve y tantos otros, para dar una idea tan cabal como creo posible darla, de todas y cada una de las bellezas de composicion y detalle, ó sea de pensamiento y de diccion, que hay que admirar en la Eneida, y hacen de ella una de las obras más cercanas á la perfeccion con que se honra el ingenio humano.
Reune este poema, en su indisputable unidad, por más que algunos críticos descontentadizos se la disputen, lo que pudiéramos llamar una fusion de los dos pensamientos que dan asunto y vida á los dos más grandes poemas de la antigüedad pagana, la Odisea y la Ilíada de Homero; los seis primeros libros de la Eneida, destinados á referir las peregrinaciones del héroe troyano, son, así puede decirse, su Odisea, y los otros seis, en que se cuentan sus afanes y batallas en el Lacio, son su Ilíada: dos acciones en realidad, ó mejor dicho, dos grandes períodos distintos de una misma accion, desarrollada en un poema perfectamente uno. De la propia manera se refunden tambien en la obra del poeta, con maravilloso artificio, el mundo de la fábula griega y el de la fábula ausonia; en ella, por último, señaladamente en su incomparable libro IV, se nos revela, por primera y única vez, en la literatura gentílica, el sentimiento del amor, no ménos que el de la amistad, en el bellísimo episodio de la muerte de Niso y Eurialo, con algo del idealismo sublime que caracteriza á esos, como á los demás afectos del alma, en las sociedades cristianas. Por esta razon ha dicho con profundo sentido un ilustre poeta moderno que Virgilio es un coloso del mundo antiguo, cuya cima iluminan un poco los primeros fulgores de la estrella de Belen. Virgilio, en efecto, es ya casi un poeta cristiano. Tales son, creo yo, los grandes rasgos característicos de la Eneida, considerada en conjunto.
Pasan por sus tres libros más excelentes, si se me permite este pleonasmo, el I, el IV y el VI. Son realmente los más acabados, pero no hay uno solo entre los demas que no contenga bellezas de primer órden, entre las cuales descuellan, en mi sentir, la pintura de la muerte de Príamo, en el II; la de la ciudad del Rey Evandro, y la descripcion de las armas forjadas por Vulcano para Eneas, en el VIII; el episodio (si tal puede llamarse) de la expedicion y muerte de Niso y Eurialo, en el IX, y la encantadora historia de Camila, en el XI.
A vueltas de grandes alabanzas, tampoco han faltado á la Eneida severas censuras, y algunas merece realmente, como toda obra humana. Ya he dicho que se ha puesto en duda su unidad, primera y esencialísima condicion de toda composicion literaria; cargo que considero injusto. Háse puesto tambien en tela de juicio el carácter mismo del protagonista, motejado por muchos de nimiamente piadoso, débil y lloron; hasta se ha discutido su probidad con relacion á la infeliz y burlada Dido, al mismo tiempo que otros ¡contradiccion palmaria! le acusan de ser demasiado perfecto para hombre. Los que tales cargos dirigen al poeta y á su creacion, no consideran que Eneas, como hijo de una diosa, y personaje, por consiguiente, más mitológico que histórico ó real, no debe ser juzgado por las reglas comunes que rigen á la flaca humanidad, y que al consumar el gran sacrificio de abandonar á su demasiado tierna amante, no hacía más que obedecer el mandato directo de Júpiter, absolutamente obligatorio para él, en las creencias paganas, por cuanto en ellas, como en todas las religiones, inclusa la nuestra, verdadera, las leyes divinas van siempre por delante y por encima de las humanas.
Hánse notado tambien en el poema algunos descuidos. Guerreros muertos lastimosamente en un libro reaparecen llenos de vida y sembrando estragos pocos libros después. Cierto que queda el recurso de suponer piadosamente que son otros del mismo nombre;pero tampoco es violento, y juzgo más verosímil, admitir (¿por qué no?) que tambien á Virgilio es aplicable el aliquando bonus dormitat de Horacio. Hay, con efecto, en la Eneida trozos bastante descuidados, notoriamente faltos de lima, como hay algunos versos sin concluir: ¿qué prueba esto? que la muerte no le dejó tiempo para dar la última mano á su obra, lo cual consta por irrecusables testimonios. Los que tal descubrimiento hacen pues hoy, no nos dicen nada nuevo. Cierto es tambien que se nota un poco de monotonía en la descripcion de las batallas y de los combates singulares; defecto inherente á la materia, y de que no está exento ni áun el mismo Homero; y con esto creo haber apuntado de buena fe todo lo sustancial que se ha dicho contra la Eneida: para recordar las merecidas alabanzas de que ha sido objeto, necesitaría llenar volúmenes.
La mejor traduccion castellana de la Eneida que conozco es la de Gregorio Hernandez de Velasco, de que se han hecho várias ediciones. Está en verso suelto, con los discursos en octavas, y ofrece la singularidad de que esta parte del trabajo del traductor, seguramente la más difícil, es tambien la que más vale. Otra traduccion hizo, bastante compendiada, y tambien en verso, años atrás, mi querido amigo D. Sinibaldo de Mas y Sanz, recientemente arrebatado á las letras. Entre las traducciones extranjeras, la que mayor celebridad alcanza en Europa, á lo que entiendo, es la italiana, en verso, de Aníbal Caro.
de la Academia Española.