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Virgilio (Eugenio de Ochoa)/Las églogas

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España: Tomo VIII.

II.

LAS ÉGLOGAS.

(Bucólica).


Pasan estas breves composiciones, en sentir de algunos críticos, por las más acabadas y excelentes obras de Virgilio, especialmente la I, la IV y la X; pero, con toda la admiracion que me inspiran, no diré yo otro tanto: prefiero con mucho las Geórgicas, y por lo que respecta á la Eneida, ni término de comparacion hay, á mi juicio, entre aquellos verdaderos juguetes literarios, preciosos, sin duda, como obra de un divino ingenio, y este grande y magnífico monumento, superior á cuanto ha producido la poesía épica en todos los siglos, si se exceptúan únicamente los poemas de Homero. El entusiasmo de aquellos críticos tiene, sin embargo, una explicacion, y yo creo encontrarla en el hecho de haber sido las Eglogas para ellos un objeto único, ó cuando ménos muy principal, de estudios sobre Virgilio: en este caso están generalmente los traductores de esa sola parte de sus obras. Los hombres nos apasionamos naturalmente por aquello que más á fondo estudiamos y conocemos, y á fuerza de concentrar la atencion en un texto único y de ahondar y darle vueltas y considerarle bajo todos sus aspectos, acabamos por descubrir en él sentidos misteriosos y primores ocultos, que acaso no existen más que en nuestra imaginacion acalorada.

Lo que hay, sin duda, en las Eglogas es una lozanía juvenil y cierta gracia candorosa, que les comunican un encanto indecible. Otro de sus grandes atractivos es que en ellas, más que en otra alguna de las composiciones del poeta, descubrimos, por decirlo así, la personalidad de éste, y podemos seguir, en medio de los grandes sucesos públicos de su tiempo, las vicisitudes de su modesta vida privada y la influencia que sobre ésta tuvieron aquellos. Las Eglogas nos ponen hasta cierto punto en comunicacion con sus grandes amigos y protectores, á la par que nos revelan la tierna y viva gratitud con que pagaba sus beneficios, á la manera que sólo saben y pueden hacerlo los grandes hombres. En pago de sus favores, él, con sólo mentarlos en sus versos, les aseguraba la inmortalidad.

Obras evidentemente de su juventud, y las primeras suyas que han llegado hasta nosotros, las Eglogas parecen haber sido objeto de la especial predileccion de su autor, y de ello tenemos un indicio vehemente en la especie de complacencia con que las recuerda, señaladamente al fin de las Geórgicas y al principio de la Eneida. Muchas razones justifican aquella predileccion. En primer lugar, Virgilio era aficionadísimo á la vida y á las labores del campo, de lo cual dan testimonio todos sus escritos, y era muy natural que se recrease en el ejercicio de la poesía bucólica: á las Eglogas debió su primera celebridad en Roma, y esa celebridad le valió, primero la proteccion y luego la amistad íntima de Mesala, Galo, Varo, Polion, Mecénas, y por éstos las del mismo Octavio, fuente para él de los más dulces goces de la inteligencia y del corazon, así como de la paz y bienestar de que disfrutó toda su vida; por último, bastaba que fuesen sus primeras obras para que les tuviese particular cariño; achaque común á todos los autores, como á todos los padres.

La fecha aproximada de cada una de las Eglogas nos es perfectamente conocida, por su propio contexto, salva una excepcion, que es la VII (Melibeo); pero áun, á falta de ese dato, ó suponiendo que no estuviese tan claro como quieren los comentadores, todavía basta á demostrar la prioridad de esas composiciones sobre las demás de Virgilio, el testimonio unánime de los más antiguos y autorizados intérpretes. Un afamado gramático, Pomponio, que vivió en tiempo de Tiberio, dice que Virgilio empezó á escribir las Eglogas á los veintitres años. Probo, que vivió en tiempo de Neron, y Asconio Pediano, que floreció en el de Vespasiano, suponen que las compuso á los veintiocho, á cuyo parecer se arrima Servio, gramático ilustre del siglo V, y el más diligente de los antiguos escoliadores de nuestro poeta: Servio dice que las escribió á los veintinueve, concordando todos con la más que dudosa autoridad de su biógrafo Donato, en que las concluyó en tres años. Hoy es opinion generalmente admitida que empezó á escribirlas el año 710 de Roma, es decir, á los veintiseis de su edad, y que compuso la última en el de 717, tardando, por consiguiente, en la composicion de todas siete años.

Sabido es que en ellas se propuso Virgilio imitar al poeta siciliano Teócrito, nacido en Siracusa, y griego de orígen, cuyos idilios, compuestos en la lengua de Homero unos tres siglos ántes de Jesucristo, siguió muy de cerca, y áun tradujo á veces casi literalmente. Teócrito pasa por el gran maestro y fundador de la poesía bucólica; pero no hay para qué decir, pues es cosa de nadie ignorada, que la gloria de Virgilio ha acabado por eclipsar la suya en términos que sólo dura ya como un reflejo, por decirlo así, de la del gran poeta latino. Tarea muy prolija sería ir señalando todas las imitaciones de Teócrito que á cada paso ofrecen las Eglogas: otros lo han hecho con exquisita diligencia, en especial D. Félix M. Hidalgo, en la apreciable traduccion en verso que de ellas publicó en Sevilla (1829), y como me propongo descartar de mi trabajo cuanto pertenece á lo que yo llamaria la erudicion fácil, y abstenerme de repetir lo que otros han dicho ántes y mejor que yo pudiera hacerlo, me limito á esta indicacion. Otra noticia curiosa daré á los aficionados á esta clase de estudios: si quieren apurar hasta lo último el punto de las imitaciones de Teócrito que se hallan en Virgilio, consulten la erudita obra publicada en Paris, en 1825 (tres tomos 8.°), por el profesor F. G. Eichhoff, bajo el título de Etudes grecques sur Virgile. Allí encontrarán un cotejo minucioso, verso por verso, de los dos textos griego y latino: es libro raro, aunque tan moderno, y de que poseo un ejemplar á disposicion de los que puedan tener interes en consultarlo. Al decir del sábio profesor, sólo las églogas I, IV y VI pertenecen exclusivamente á Virgilio.....

El órden en que nos han llegado las Églogas, y en que generalmente se imprimen en todas las ediciones, que es el mismo en que las contienen los más antiguos códices, no es evidentemente el cronológico, ó sea el de su composicion. Un moderno humanista frances, M. Desaugiers, ha esclarecido con sana crítica este punto, más curioso que importante, por lo cual me limito (fiel á mi propósito de ahorrar erudicion postiza) á apuntar aquí esta indicacion; advirtiendo que, en sentir del crítico moderno, el órden que hoy llevan no se les dió evidentemente en su orígen más que con una mira, que podrémos llamar de simetría, para que alternasen las dialogadas con las que el poeta puso en relacion ó en monólogo; orden poco racional, sin duda, casi pueril, pero tan consagrado ya por el uso, que ningun editor de nota, fuera del citado M. Desaugiers, se ha atrevido á alterarle, ni es probable que ya se altere.

Los principales traductores españoles que yo conozco de las Églogas, son: Juan de la Encina, cuya obra, primorosamente versificada por cierto, no es una verdadera traduccion, sino una imitacion; puede consultarse más como objeto de curiosidad que de estudio; el M. Fr. Luis de Leon, que las tradujo en prosa y en verso, trabajos, por cierto, poco felices uno y otro; lo digo con todo el respeto que debo y profeso á aquel grande escritor, y toda la desconfianza propia de quien atropella una opinion general y el voto nada ménos que de un D. Gregorio Mayans y Císcar, que las pone en las nubes; obra probablemente de su primera juventud, de que hay várias ediciones; Juan Fernandez Idíaquez; cuyo libro, impreso en Barcelona, en 1574, por Pedro Malo, no he logrado ver, ni tengo de él más noticia que las que dan D. Tomás Tamayo de Vargas y D. Gregorio Mayans, el cual dice que la traduccion es parafrástica y elegante; el M. Diego Lopez, traductor en prosa muy mediana de todas las obras de Virgilio (Valladolid, 1614: hay várias ediciones); Cristóbal de Mesa (Madrid, 1618) y D. Juan Francisco de Enciso Monzon (Cádiz, 1699). Hablo aquí sólo de los que ya podemos llamar antiguos, y que tradujeron todas las Églogas, á que hay que añadir los ilustres nombres del M. Francisco Sanchez de las Brozas, que tradujo y comentó sábiamente la I; de Gregorio Hernandez de Velasco, nuestro más ilustre traductor de La Eneida, que puso igualmente en verso la I y la IV, y Juan de Guzman, el conocido traductor de Las Geórgicas, que vertió en elegantes versos la X. Entre los modernos conozco, y alguna vez he consultado con fruto, al ya citado D. Félix M. Hidalgo (Sevilla, 1829), á D. Francisco Lorente (Madrid, 1834) y á D. Juan Gualberto Gonzalez, que incluyó su traduccion en verso de las Eglogas en el tomo primero de sus Obras en verso y prosa (tres tomos, Madrid, 1844).

Virgilio dió á estas composiciones el nombre griego de bucólicas, que vale tanto como boyeras, ó segun se decia antiguamente y las llaman algunos de nuestros escritores, boyerizas.