Y la cabeza comenzó a arder
Y LA CABEZA COMENZO A ARDER
Sobre la pared
negra
se abría
un cuadrado
que daba
al más allá.
Y rodó la luna
hasta la ventana;
se paró
y me dijo:
“De aquí no me muevo;
te miro.
No quiero crecer
ni adelgazarme.
Soy la flor
infinita
que se abre
en el agujero
de tu casa.
No quiero ya
rodar
detrás de
las tierras
que no conoces,
mariposa
libadora
de sombras.
Ni alzar fantasmas
sobre las culpas
lejanas
que me beben.
Me fijo.
Te miro".
Y yo no contestaba.
Una cabeza
dormía bajo
mis manos
Blanca
como tú,
luna.
Los pozos de sus ojos
fluían un agua
parda
estríada
de víboras luminosas.
Y de pronto
la cabeza
comenzó a arder
como las estrellas
en el crepúsculo.
Y mis manos
se tiñeron
de una substancia
fosforescente.
E incendio
con ella
las casas
de los hombres,
los bosques
de las bestias.