¡Imposible!
¡IMPOSIBLE!
Al llegar al recodo de la vereda, Ramón se detuvo un momento y volvió la cabeza.
Sus ojos se abrieron como si quisiera abarcar todo el panorama y grabarlo en su cerebro; después la mirada se fijó en un solo punto, en una pequeña casita que blanqueaba en la lejanía; un sollozo levantó su pecho, y, haciendo un supremo esfuerzo, centinuó su camino.
Ocho días después Ramón estaba en Roma principiando su vida de artista.
No le seguiremos paso a paso en sus luchas con la sociedad y consigomismo. Imitaremos á los amigos, que sólo acuden después del triunfo..
Por eso no narro las angustias de Ramón cuando, á solas en su taller, arrojaba desesperado los pinceles que se negaban á dar vida y realidad á las concepciones de su mente.
Al fin, la mano educada empezó á obedecer al pensamiento, y el artista gustó esas dulces emociones que agitan el alma en los momentos de inspiración.
Pero ni aun en ellos, cuando con la carne temblorosa y el espíritu engrandecido por el soplo divino del genio, el mundo entero desaparecía para él; cuando en su retina se di bujaba una mancha negra donde sólo brillaba la luz de la idea, ni en aquellos momentos sublimes olvidaba Ramón el paisaje de su tierra natal, que reproducía en todos sus cuadros.
La habilidad del artista disimulaba que los rasgos de sus mujeres, mo renas ó rubias, niñas ó ancianas, tenían la unidad de un solo tipo, y el fondo de sus lienzos, ya presentaran la luz esplendorosa del medio día ó las sombrías brumas invernales, estaban también inspirados en un solo modelo.
Porque Ramón había dejado aquella tierra soñando conquistarse un nombre y una posición para ofrecérselas á la mujer que amaba.
Ella era rica y noble; sólo el Arte podía elevarlo á él, pobre hijo del pueblo, para llegar hasta ella sin que su dignidad padeciera por una unión desigual.
Y las aspiraciones de Ramón se habían realizado. Príncipes y Reyes honraban al pintor genial que había sabido triunfar en todas las exposiciones con sus obras maravillosas.
Tenía oro y gloria; y, sin embargo, Ramón no volvía á su pueblo.
Durante su triste vida de lucha no se atrevió á escribir á su amada, y después sintió miedo; miedo de que la ausencia hubiese alterado aquel amor, que él guardaba y cuya terminación no podía concebir.
Por fin se decidió á volver á su patria, necesitaba ver á su novia y contemplar aquel cuadro de belleza suprema que había despertado su vocación de artista.
Una mañana bajó de un lujoso departamento de primera, en la estación de su tierra natal, aquel pobre muchacho que partiera diez años antes en la pesada diligencia.
Nadie lo conoció; aquellas calles y aquellos rostros no eran ya como él los había dejado. Cuando partió llevaba juventud, fe y esperanza en el triunfo; hoy traía el miedo de la decepción.
Porque Ramón veía con terror que no era bastante el Arte para sa tisfacer todo el impetuoso desbordamiento de vida que rebosaba en su alma insaciable, aun después de terminada la obra artística.
La noche oprime la tierra con su pesado manto de sombras cuando Ramón sale del hotel.
Va solo por las desiertas calles y su mano oprime febrilmente el mango de su puñal.
Ramón ha vivido tanto tiempo lejos de nuestro mundo, solitario en las serenas regiones del arte, que sus ideas no se ajustan á nuestra ley moral.
Ramón cree tener derecho de vida ó muerte sobre aquella mujer adorada, para quien ha escala do un puesto en la sociedad; y sabe que esa mujer no le ama, y que en aquella reja, oculia por las campanillas y las madreselvas, vuelve á asomar la cabecita rubia que ha inmortalizado su pincel, para repetir á otro hombre sus juramentos de amor.
Para Ramón no hay consideraciones ni convencionalismos, no piensa en los diez años de ausencia sin noticias suyas; no ha dejado de amar un instante y los años apenas representan un día para él. Aquella mujer es suya, es su genio, su arte, su inspiración, su alma, y aquella mujer no puede abandonarla sin que él la mate.
Atraviesa delirante las calles y sale del pueblo, pasa ante la puerta de la vieja iglesia donde su madre le enseñó las primeras oraciones, sin que la idea religiosa se levante en su alma; cruza cerca del pequeño cementerio que guarda los restos de los que le amaron, y su recuerdo no borra el deseo de venganza que bulle en su mente.
Al fin ve la casa de su novia, la ventana y el rayo de luz que se escapa de las entreabiertas maderas, haciendo destacarse la querida cabecita rubia.
Al pie de la reja un hombre escuchaba las mismas palabras que él había oído tantas veces en aquella hora: una nube de sangre obscureció su vista, dentro de su cerebro crujió el eco de las frases presentidas, y el puñal se alzó en su mano.
En el mismo instante la luna rasgó las sombrias nubes, y un rayo de su pálida luz vino á reflejarse en la hoja de acero.
A los ojos de Ramón apareció el espléndido paisaje que había reproducido de memoria tantas veces, el monte con su blanca cumbre de eternas nieves y el río serpenteando entre un fondo de esmeralda.
Deslumbrado por aquel cuadro de belleza viva y palpitante, con perfumes y movimiento, ante la gran obra de arte de la Naturaleza, el puñal se escapó de sus manos y huyó de aquel sitio.
Un mes más tarde era objeto de todas las conversaciones del pueblo, la misteriosa casita que Ramón había hecho construir en el lugar más abrupto de a sierra.
Aquella casita, donde vivía solocon su criado, tenía una gran pieza con las paredes de cristal, que permitían ver por todas partes el panorama.
Allí tenía Ramón su estudio; monje de la sublime región de la belleza que lo había librado de convertirse en asesino.
Y cuentan los indiscretos que lograron acercarse, que Ramón pintaba todo el día con ardor febril,para romper siempre de noche el lienzo, murmurando una sola palabra: ¡Imposible!
El artista, á pesar de todo su ge nio, se reconocía impotente para copiar á la Naturaleza.