¿Hamlet vivirá?
¿HAMLET VIVIRÁ?
"La conciencia hace de todos nos-
otros unos cobardes".
Hamlet (Acto 2.° escena 1.ª)
Leyendo el drama nuestro por excelencia, atrae como el abismo su profunda filosofía humana.
Viéndolo encarnado en un grande actor, algo que antes pasó casi desapercibido o como simple detalle, se impone entonces como esencial: la idea religiosa.
La tragedia en Hamlet es tan íntimamente desgarradora porque sintetiza la lucha ciclópea entre la energía humana y la restante energía, entre esa mísera partícula y el todo que la engendró y del cual depende.
Midiendo su poca resistencia ante el dolor causado por la muerte del padre y el inmediato casamiento de la madre que tanto ama aún — "los manjares del festín funerario apenas tuvieron tiempo de enfriarse cuando sirvieron los de la boda" — Hamlet deseaba morir... cuando una idea religiosa lo detiene. ¡Oh, si el Eterno no se hubiera armado del rayo exterminador contra el suicida!
Despertado a la vanganza por el espectro paterno, decide moldear y encauzar el porvenir dejando impreso en él ejemplar castigo.
Apenas decidido, la duda, de origen religioso, hace vacilar su voluntad: El fantasma que vió pudo ser un espíritu infernal: El demonio suele revestirse con la forma de lo que nos es más querido.
La certeza del crimen arma su brazo contra el fratricida. La idea religiosa hace caer la espada de la mano: la venganza debe perseguir en esta vida y en la otra... El rey ruega en ese instante, ¿y él lo matará Ese asesino lo privó del padre, sorprendiéndolo con el alma cubierta de tantos pecados como Marzo de flores". Y ahora que la oración limpia su alma preparándola a bien morir, él, el hijo, enviará al cielo al fratricida? "¡Oh, no! Vuelve a tu vaina, espada vengadora, espera el momento horrible en que esa alma sea presa de la cólera, esté envilecida por la embriaguez o por el juego, o enlodada entre los placeres de un cho incestuoso: Hiérela cuando la veas tan negra como el infierno que será su eterna morada".
66 No hay ejemplo más atroz. Cuán potente es el esfuerzo inhibidor de esa voluntad que pudiendo cobrar en el acto una deuda de sangre y de odio 'envevenó a mi padre, mancilló a mi madre, se deslizó como serpiente hasta el trono, usurpándomelo, y luego ha atentado cobardemente contra mi vida" la aplaza hasta que el castigo pueda ser humano y divino a un tiempo.
Laerte, cuyo padre fué muerto por Hamlet al confundirlo con el rey, clama también venganza arrojando lejos de sí todo juramento de obediencia o de fidelidad terrenal; condenando a que perezcan en los abismos de la conciencia la gracia y la salvación; desafiando el infierno y sus tormentos; renunciando a toda recompensa en este mundo y en el otro, en lo presente y en lo futuro.
Pero trátase aquí de un juramento, no de un hecho; de "palabras, palabras, palabras" como diría el príncipe.
Criminalmente invitado Hamlet a medirse en desML DILETTANTISMO SENTIMENTAL 95, treza con Laerte, Horacio, presintiendo la traición, ruégale no acepte el desafío. Mas el filósofo pesimista pronuncia la sentencia: un pajarillo no muere sin orden especial de la Providencia... "Si mi hora ha llegado, no está por llegar; si no está por llegar, ha llegado ya; y si no ha llegado aún, esperémosla siempre:
ya que nadie, al abandonar esta vida, sabe lo que deja en el porvenir, ¿qué importa morir ahora o más tarde?" Herido, envenenado por Laerte, a instigación del rey, consuma en éste su venganza y perdona a su asesino, hermano de la que tanto amó, implorando para él la clemencia del cielo.
Al despedirse del fiel Horacio le suplica arrastre la penosa existencia en este mundo odioso por unos días más para contar su trágica vida.
Y, después de asegurar la sucesión del trono dande su voto al más valiente, encara la muerte dudando:
"Lo demás... es un eterno silencio".
De todas las ideas religiosas que informan el drama, una queda en pie hoy: la duda postrera; otra es ya ridícula: la aparición del fantasma; las demás son prejuicios, supervivencias de morales extinguidas o crepusculares".
Tal la fe en la Providencia cuya mano defiende la majestad real o moldea y conduce a un fin nuestros informes proyectos humanos, la fe en un dios personal constantemente invocado para que aliente, castigue o premie a su criatura; para que corrija día a día, segundo a segundo, las pruebas llenas de erratas del .original Cosmos.
Tal la ansiosa espera del pasaje al otro mundo, considerando el terrenal como etapa transitoria, efímera, peligrosa, llená de tentaciones infernales, necesitado de gracia divina.
Tal la escisión en alma y cuerpo. La obra maestra de la creación es el alma humana, tan noble por su razón, tan infinita por sus facultades, tan admirable por su ideal. Poderosa como un ángel en la acción, semejante a Dios cuando piensa... En cambio el cuerpo, "pesada y basta mole", nos obliga a arrastrarnos entre cielo y tierra. Por eso, si algo queremos debemos llevarlo a cabo inmediatamente. De no hacerlo así nuestra voluntad se verá aprisionada por tantos obstáculos como manos, lenguas y accidentes puedan cruzarse en su camino y aplazará indefinidamente el acto que dejará por doloroso vestigio el impotente "si lo hubiera realizado"...
¿Por qué, a pesar de ser hoy ya prejuicios, cautivan nuestra atención, solicitan nuestro interés?
Porque son los prejuicios más hondamente arraigados; aquellos que heredaron con la sangre y se mamaron con la leche; aquellos que nos fueron inculeados por la madre, día a día, al abrir y al cerrar los ojos a la luz, sin sospechar la muy amada que aferraba a nuestro pensamiento un grillete cuya liberación exigiría de nosotros esfuerzos sobrehumanos.
Y con todo, la verdad adquirida después a costa de rudo batallar queda en nosotros en estado de noción:
no es más que saber, jamás pasará a nuestra sangre.
Procuremos que pase a la de nuestros hijos.
Además, en el teatro reina la psicología del ambiente, de la multitud, en gran parte primitiva, ig.nara, creyente, pseudo religiosa. Pero, así como a esa misma multitud le repugna ya la encarnación visible de un prejuicio, la aparición del espectro, día llegará en que repugne a su razón lo que hoy repugna a sus ojos y a sus oídos: la encarnación nefasta de los prejuicios "Providencia", "otro mundo", "vida terrestre efímera", "alma y cuerpo", que han hecho del pseudo—cristiano ese animal de rebaño tan fácil de dominar por el miedo a castigos tanto más terribles cuanto más misteriosos y eternales.
El célebre monólogo vive aún hoy más que ayer.
Su duda es humana: "¿Ser o no ser?, signe y seguirá siendo eterno problema. "Morir... dormir..soñar, acaso?". La filosofía de Shakespeare, exclusivamente antropocéntrica, plantea así el problema:
Subsiste la conciencia individual después de la muerte?
Profundamente cristiano, lucha con esa duda filosófica y el drama acaba: "Más allá... el eterno silencio".
Planteado así, el problema está falseado. La vida consciente es el resultado del equilibrio de la energía interna subjetiva con la energía externa objetiva.
La muerte es ruptura de equilibrio y por lo tanto anulación de esa vida consciente. El yo, como tal, como propiedad individual, no existe sino en cuanto vive material, tangiblemente.
El recambio de energía, de cuyo equilibrio él es la resultante, sigue existiendo siempre con impulso ascendente: nuestro yo ha sido uno de los puntos por los que pasó la espiral de la vida en eterno devenir.
Así es que, a un tiempo, somos y no somos después de la muerte aparente. Dejamos de ser como individualidad, como yo consciente; seguimos existiendo como energía ascensional. El único fijador de la energía, el amor, bajo cualquiera de sus formas, nos perpetúa en nuestros coetáneos, en nuestros descendientes, como idea, como ejemplo, como recuerdo; impulso, deseo, o inhibición; fuerza o debilidad; aversión, repugnancia o simpatía; prejuicios sociales o sed de ideal.
Hemos pasado revista a la religión y a la filosofía de Hamlet. Preguntémonos: ¿Amaba, es decir, "vivía' intensa, plenamente?
Ofelia confiesa a su hermano que Hamlet la requiere de amores. Laerte trata de evitarle un desengaño haciéndole apreciar la distancia social que los separa.
Hamlet la ama actualmente; lo cree. 'Pero razones de Estado le impedirán esposarla: "Durante la juventud no crece tan sólo el cuerpo en fuerza y en tamaño; el corazón se desarrolla juntamente y las funciones internas del alma se extienden y se agrandan con el templo donde el alma reside". De ahí que "la juventud tenga casi siempre en ella misma el peligro mayor, aun cuando no la cerque ningún otro enemigo".
Hamlet, cuando resuelve vengarse, decide borrar de la memoria todo el pensamiento frívolo o insensato, todo vestigio, toda huella del pasado. Bien a su pesar resurge el amor en su carta a Ofelia: "Dudad que los astros sean de fuego; dudad que el sol se nueva; dudad que la verdad sea la verdad; pero no dudéis de mi corazón", y en el grito desesperado: "No os he amado jamás", seguido de sarcástica, maldición cuando el azar pone a Ofelia en su camino.
Este amor sofocado, que como oleaje impetuoso bate y socava a veces el dique de su razón, humaniza a Hamlet, reviste de sentimientos, de impulsos, de pasión carnal a su espiritual filosofía religiosa.
No vió el pesimista, como no vió o no pudo realizar Nietzsche, que el equilibrio del intenso pensar humano está en el profundo amar: la vida afectiva es cimiento y cimera de la vida intelectual.
Casi divino, cuando piensa; al amar, poderoso y tétrico como ángel caído; por debajo del hombre, al actuar... Inharmonía, debilidad que lo lleva a disfrazarse con la máscara de la locura. Mas la demencia, cual túnica de Neso, se hace carne en el que la viste.
Así Hamlet, oculto bajo la capa de fingido extravío, se siente a veces presa de él.
Y entonces nos es más caro, cuando Ofelia lo llora "semejante a una sombra escapada de los infiernos para predecir siniestros a los humanos". El, que fué el punto de mira de los sabios; ejemplo de bien decir de los cortesanos; espada de los guerreros; esperanza y flor del reino; espejo de la moda; modelo de las costumbres"; ver hoy "esa noble y suprema razón turbada; esas formas incomparables, esa bella y noble fisonomía ajada y desfigurada por la demencia en la flor de la edad".
Ferri, en la obra "Los criminales en el arte y en la literatura", entre otras inexactitudes referentes a Hamlet, basa así su diagnóstico de loco—criminal: "El asesinato gratuito y absurdo de Polonio, por lo raro e inú bastaría para probar la impulsividad ir:
ble de Hamlet" el que envainó la espada ante el enemigo indefenso para poder condenarlo en esta y en la otra vida "puesto que el anciano consejero, oculto tras el tapiz, no había llegado a sorprender ningún secreto comprometedor". Recórrase el pasaje (Escena IV del acto III): Polonio, oculto, oye a la reina pedir socorro y a su vez grita. Hamlet lo mata creyendo ultimar al rey.
Más lejos Ferri añade: "Su alucinación, cuando cree ver y oir hablar a la sombra del padre, es prueba decisiva de alienación mental"; olvidando que, para Shakespeare y para todo el siglo XVI como para los campesinos de hoy, es verdad innegable la de esas apariciones. Entre nosotros, por ejemplo, no hay "estancia" sin su leyenda: ya es el ánima del guitarrero asesinado que rasguea melancólicos tristes tras la peña blanca en noche de huracán; o la madre cristiana que salvó a los hijitos del poder de la indiada y que, perseguida, se arrojó en el torrente, a la orilla del cual da sombra el sauce aparecido al otro día y donde la blanca fantasma suele mostrarse en noche de luna; o ya es la higuera del diablo, rajada por el espíritu infernal escapado de ella en forma de rayo y que suele habitarla dejando huellas azufradas...
Esto, que hoy es cierto tan sólo para nuestros "paisanos" con la certeza que da el testimonio de quien vió, oyó, habló—era verdad general hace siglos.
El fantasma del padre de Hamlet existía para Shakes peare, como existía el mismo Hamlet. Pruébalo el haber sido visto primero por Bernardo, Marcelo y Horacio, jóvenes guerreros, el último distinguido estudiante de la universidad de Wittemberg, y luego por Hamlet a instancias de Horacio.
Sólo el hijo oyó la terrible confidencia, porque así convenía a la venganza paterna.
Esto explica por qué, al rever Hamlet, en presencia de la reina, a la sombra querida, su madre no ve ni oye. Además de usar el fantasma de su poder supraterrestre, había impuesto como condición expresa que el hijo no sería cruel para con la madre: intervino recordando al príncipe hasta donde debía llegar la piedad filial.
Hermosamente sencillos son los otros recursos escénicos empleados por Shakespeare: La doble tragedia y la doble locura se desarrollan frente a frente reflejándose como en espejos paralelos.
Hamlet, el vengador, debe, a su vez, a Ofelia y a Laerte, la vida del padre. La locura real de Ofelia está ahí haciendo resaltar la fingida demencia de Hamlet.
La reencarnación del padre que clama venganza es algo muerto definitivamente en la sublime tragedia; los prejuicios religiosos en ella sustentados agonizan también hoy, aunque cuenten todavía con cobarde respeto. Lo restante del drama es humano, lleno de belleza eterna cuyas raíces ahondan en el amor.
De vida real rebalsa la obra: desde la prosaica que enseña por boca de Polonio "no des lengua a los pensamientos ni ejecución a la idea mal calculada. Sé viril y cortés, pero jamás bajamente familiar. Amigos que hayas adoptado después de sesuda prueba, lígalos a tu alma con lazos de acero; pero no prodigues tu mano y tus caricias al primer recién llegado. Evita cuidadosamente el verte envuelto en querellas, pero una vez trabadas compórtate de modo que el adversario te evite. Presta atento oído a todos, reserva tu voz a un pequeño número; acoge toda crítica, mantente reservado en tus juicios. Viste con tanta elegancia como tu bolsa lo permita, pero jamás seas afectado ni extravagante; sé rico, mas no fastuoso, pues la apariencia denuncia al hombre y los caballeros franceses más distinguidos por la nobleza y por la posición muestran en esto exquisito y noble gusto. No seas acreedor ni deudor, pues a menudo quien presta pierde dinero y amigos y las deudas matan el espíritu de economía. Ten en cuenta ésto sobre todo: "Sé sincero contigo mismo y por igual ley que la noche sigue al día no podrás ser falso con los demás"; hasta la profética que clama con Hamlet: "Más cosas hay en el cielo y en la tierra de las imaginadas por la soñadora filosofía".
Aquellos que han imprecado en horas de desaliento con palabras semejantes a las del príncipe filósofo:
"¡Míseros de nosotros, juguetes de la creación, ¿por qué nos agitas con tan horrendas sacudidas, por qué nos afliges con pensamientos que van más allá de lo que nuestra alma resiste?", deben consolarse repitiendo la sentencia del mismo Hamlet: "Nada es bueno ni malo sino por nuestra imaginación".