Églogas y Geórgicas/Égloga/1
ÉGLOGA PRIMERA.
TITIRO Y MELIBEO.
Tú aquí so el haya, oh Titiro, coposa
Estás tendido, y sigues ensayando
El són de tu zampona melodiosa.
Nosotros, esta tierra abandonando,
Y aquestos campos y este cielo hermoso,
De la patria nos vamos alejando.
Tú á la hermosa Amarili estás ocioso
A la sombra cantando en la espesura,
Y Amarilis resuena el bosque hojoso.
Un dios me ha concedido aquesta holgura;
Que miraré cual dios eternamente
Al piadoso que debo esta ventura.
De mis caros apriscos muy frecuente
Ha de bañar la sangre de un cordero
Sus aras en ofrenda reverente:
Que si mis hatos ves por el otero,
Y á mí tocar la flauta por do quiera,
Todo es un don del dios que yo venero.
Ménos tu suerte envidio placentera,
Que me admiro, en el caso desastroso
De nuestro campo, estés de esa manera.
Héme enfermo ir siguiendo congojoso
Mis cabrillas, que alejo con premura,
Y ésta en hombros conduzco fatigoso,
Que malparió ora poco en la espesura
De aquellos avellanos dos gemelos,
Y los dejó sobre una peña dura,
¡Ay me! ¡Cuán infelice, si los cielos
Me quitan la esperanza del ganado,
La sola recompensa á mis desvelos!
¡Ciego de mí! Tan triste y duro hado
La encina de los rayos encendida
Nos lo habia bien ántes anunciado.
La siniestra corneja en repetida
Voz lo dijo tambien. Mas las señales
De ese dios ora dáme por tu vida.
Cual de nuestra ciudad do los primales
Llevamos á vender pensé engañado
De esa que dicen Roma, y juzgué iguales.
Que á conocer por siempre acostumbrado
Que á la oveja el cordero semejaba,
Y el cachorro al mastin de mi ganado;
De ese modo en mi mente imaginaba
Que fuese á Roma Mantua en la grandeza,
Y lo poco á lo mucho comparaba.
Pero Roma levanta su cabeza
Sobre las otras, cual cipres altivo
Sobre la débil mimbre en la maleza.
¿Y cuál de ver tú á Roma fué el motivo?
La libertad. Que al fin, aunque tardía,
Volvió hacia mi su rostro compasivo;
Y despertando la pereza mia
Logréla conocer, cuando ya cana
La barba al afeitarme me caía;
Y despues que entregado á la lozana
Tierna Amarilis, Galatea me huyera,
Y libre fuí de su opresion tirana.
Pues en verdad, que mientras que yo fuera
De Galatea, ni el caudal cuidaba,
Ni llegar á ser libre concibiera.
Y aunque de mis apriscos yo sacaba
Víctimas mil del uno al otro Enero,
Que á la ingrata ciudad siempre llevaba,
Y queso en cantidad cual el primero,
Jamás de vuelta para mi majada
Traje las manos llenas de dinero.
Por eso yo admiré verte angustiada,
¡Oh Amarilis! y para quién pendiente
La fruta estaba en tu jardin guardada.
Titiro tu querido estaba ausente:
¡Oh Titiro! y tu vuelta la pradera
Demandaba y el bosque y pino y fuente.
Y yo, ¿qué hacerme? Ni posible me era
De esclavitud salir, ni tan propicios
Los dioses sino en Roma hallar pudiera,
Allí ví al César: por sus beneficios
Humean mis altares cada año
Doce veces en gratos sacrificios.
Le expuse allí mi mal y acerbo daño,
Y respondióme con propicio acento;
«Tus toros doma: páce tu rebaño.»
¡Anciano venturoso! ¡Qué contento
Será el tuyo, si quedas en tus prados,
Que son bastantes para tu sustento;
Aun cuando estén de guijas rodeados,
Y aunque tus pastos cubra muy frecuente
La laguna con juncos cenagados!
Tu ganado guiarás do no apaciente
En praderas que son desconocidas,
Y á las preñadas dañan fácilmente.
Ni de la grey vecina tus paridas
Temerán el achaque contagioso,
Que de él, por tí, veránse precavidas.
Tú, do has nacido, anciano venturoso,
Cabe estos rios y sagrada fuente
Respirarás un aire fresco, umbroso.
Las abejuelas, que continuamente
De estos sauces aquí liban las fiores,
Te adormirán zumbando blandamente.
El podador alegre sus amores,
Bajo estas altas rocas entonando,
Aquí difundirá con sus clamores:
Miéntras que tus palomas arrullando
Tampoco cesarán, ni sus lamentos
La tórtola en el olmo deplorando.
Antes será que por los raudos vientos
Los veloces venados apacienten,
Confundiéndose así los elementos;
Y que los mares de su seno ahuyenten
Los peces á los bosques africanos,
Y de su ardiente arena se alimenten:
Antes será que beban los lejanos
Partos del Rhin, trocadas las regiones,
Y del undoso Tigris los Germanos,
Que yo jamás me olvide de sus dones,
Y del César benéfico y potente
Se borren de mi pecho las facciones.
Mas nosotros, lanzados crudamente
De nuestros campos, al feroz Escita
Iremos y otros à la Libia ardiente.
Quién al rápido Armiro su cuita
Irá á contar, y quién á do el Britano
Del mundo casi separado habita.
¡Y qué! ¿cierto ha de ser que mi tirano
Destino á no ver nunca me condena
Mi pobre albergue alzado por mi mano?
¿No he de tornar á ver aquesta tierra
(Mis dominios), despues de algunos años,
Que mis amores y mi dicha encierra?
¿Unos soldados, de mi patria extraños,
Habrán de poseer estos novales,
Do invertí mi sudor por tantos años?
Mirad ora, pastores, cuán fatales
Frutos de la discordia hemos logrado:
Contemplad, si pudiereis, vuestros males.
¿Para aquesto mis campos he plantado?
¡Pon á cordel tu viña, Melibeo!
¡Injerta los perales con cuidado!
Id, mis cabrillas, id, que mi recreo
Erais un tiempo. Ya desde este dia
Nos os llevaré á pastar por el rodeo.
Ni tendido en la verde gruta mia,
Colgando de peñascos eminentes,
A veros volveré, como solía.
No el citiso ni sauce florecientes
A pacer volveréis bajo mi mando,
Ni escucharéis mis versos elocuentes.
Quédate aquí esta noche descansando;
Castañas, queso y peros olorosos
Tenemos pues, y un lecho verde y blando.
Ya el humo se divisa en los fogosos
Caseríos. Las sombras, descendiendo
De los montes á pasos presurosos,
De oscuridad el mundo van cubriendo.