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Églogas y Geórgicas/Égloga/2

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

ÉGLOGA SEGUNDA.


GALATEA.

Se abrasaba en amor por Galatea
El pastor Coridon, zagala hermosa,
En quien su amado dueño se recrea;
Y ya sin esperanza
De que á su ardiente amor correspondiera,
A los desiertos montes se salia,
Y en la verde espesura,
Tristísima y sombría,
Con esfuerzo impotente
Su dolor lamentaba y desventura,
Esparciendo estos versos discordados
Por los montes y valles y collados.
¡Oh cruel Galatea y despiadada,
De mí tan deseada!
¿Por qué, ingrata, te alejas,
Mis versos amorosos despreciando,
Y perecer me dejas

En este mal que el alma va acabando?
Ora, que los ganados desmarridos
Buscan la sombra, huyendo el sol ardiente
Con afan impaciente,
Y el lagarto verdoso
En el zarzal encuentra su reposo.
Ora, cuando Testílis cuidadosa
El ajo está majando
Y sérpol olorosos,
La rústica comida preparando
Para los fatigados segadores,
Rendidos ya del sol á los rigores;
Mi voz tan solamente
Y el ronco resonar de la cigarra
Se escucha en la floresta,
Miéntras te sigo en medio de la siesta.
¿No fué bastante á la desdicha mia
De Amarílis sufrir la altanería,
Sus iras y crueza,
Y sus frios desdenes y entereza?
¿Estás acaso, dime, envanecida,
Porque aquella es morena,
Y tú eres blanca como la azucena?
No fies del color, zagala hermosa:
El purpúreo jacinto
Se procura y se aprecia,
La alba flor del alheño se desprecia.
¿Por qué, dí, me desdeñas tan esquiva,
Y conocerme al ménos no procuras?
Ni siquiera te curas
Desaber si soy rico;

Cuando en ganados mi riqueza es tanta,
Que en eso otro pastor no me adelanta.
Mil cabezas, que en todos tiempos pacen
Por los campos frondosos
De la Sicilia en pastos abundosos,
Son mias; y contínuo
De nueva leche abunda mi majada,
De queso y de cuajada,
En el Enero frio,
Y cuando abrasa el sol en el estío.
Mis cantos armoniosos
Embelesan á todos los pastores,
Que no son inferiores
A los que acostumbraba
El Aracinto oir, cuando tocaba
El tebano Anfion. Ni soy tan feo,
Que no hace mucho me miré en las ondas
Del sosegado mar, y no temiera,
Siendo tú quien juzgaras,
Que con Dafnis á mí me compararas.
Si tal es mi figura
Cual la ví retratada en la onda pura.
¡Oh si vinieses á habitar conmigo
Estas humildes chozas y estos prados
De tí tan despreciados!
En la caza los ciervos persiguiendo,
Y los tiernos cabritos
Al verde malvavisco conduciendo,
Conmigo aquí cantaras,
Y al dios Pan imitaras.
A Pan, que fué el primero

Qué halló el modo y manera
De juntar en su flauta varios sones,
Uniendo diestramente
Muchas cañas con cera.
A Pan, dios tutelar, cuyos cuidados
Conservan á pastores y ganados.
Tengo una flauta hermosa
De siete canutillos desiguales,
Que Dametas con arte primorosa
Para sí la compuso, y ya muriendo
Me la dono, diciendo:
«No otro alguno que tú mereceria
«Sucederme en la dulce flauta mia;»
De lo que el necio Amintas envidioso
Quedara muy quejoso.
Y guardo para tí dos cervatillos,
Que áun de blanco la piel tienen manchada,
Y en un repuesto valle descarriados
Por caso me topara,
Que iban á ser de lobos devorados.
Entrambas á dos tetas cada dia
Le agotan á la oveja que los cria;
Y Testílis ya há tiempo que procura
Llevárselos, y al fin lo hará; pues veo
Que tú á mi amor no aspiras,
Y con desprecio mis regalos miras.
Vén, Galatea hermosa,
Vén á morar conmigo en estos prados,
Do de cárdenos lirios olorosos
Las Ninfas ya te tienen preparados
Canastillos preciosos.

La blanca Nais, de complacerte ansiosa,
Se adelanta á tu paso, y te presenta
Un lindo ramillete primoroso,
De mil flores vistoso.
Mira cuál va cortando
Violetas, y juntando
De las adormideras los pimpollos,
Con el narciso blanco y encarnado,
Y la flor del aneldo
Con el tierno jacinto amoratado.
Ni tampoco se olvida
Del cantueso fragante,
Ni del dorado girasol brillante.
Y yo, melocotones escogidos,
De tierna pelusilla revestidos,
He de darte, y castañas sazonadas,
Que de Amarílis eran muy amadas:
La ciruela sabrosa
Digna será de Galatea hermosa,
Tambien la cogeré, y laurel y mirto,
Porque mezclados con diversas flores
Exhalarán suavísimos olores.
Reconoce, pastor desacordado,
Que tus dones desprecia Galatea;
Y aun cuando así no sea,
Tu rival nunca consentirlo puede,
Porque, si á dones va, Yola te excede.
¡Ay de mí desdichado!
¡En vano he trabajado!
Así como el que esparce
Bellas flores al viento,

O intenta conducir los jabalíes
A beber en el líquido elemento.
¿Por qué los campos huyes, insensata?
Aquí los dioses y el troyano Páris
Tuvieron mansion grata:
Pálas ame habitar en las ciudades
Que enseñó á construir; pero nosotros
Las selvas siempre amemos;
Do reina paz durable,
Y en sosiego se vive inalterable.
Cual la fiera leona al lobo sigue;
Como el lobo persigue
A la cabra inocente,
Y la cabra al citiso floreciente;
Yo te sigo do quier, oh Galatea,
Y cada cual aquello que desea.
Ya hácia el establo los novillos tornan
Perezosos y uncidos,
Los arados del yugo suspendidos:
Ya el sol hácia el ocaso declinando
De los montes las sombras va aumentando;
Y ámíme abrasa amor. ¿Quién ha intentado
Enfrenar un amor apasionado?
¡Coridon! ¡Coridon! ¿A dó te arrastra
Tu extremada locura,
Que á ella sola entregado,
Tus quehaceres, pastor, has olvidado?
La vid frondosa, que del olmo asida
Con regalado fruto te convida,
A medio podar tienes:
Ni como otros zagales te entretienes

En tejer cestos y otros muebles varios,
Para el uso comun tan necesarios.
¡Vuelve en tí, Coridon! que Galatea
No importa te desprecie;
Otra hallarás que de tu amor se precie.