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A Confederaçao dos Tamoyos

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

A CONFEDERAÇAO DOS TAMOYOS

(Río Janeiro en casa de Paula Brito, impresor de la
corte. 1856. 1 v. fol. men. de 340 pags.)


.... Se siente ondear como á manera
de un perfume de flores de la India
en ese poema escrito bajo el cielo
del trópico. Los dulces acentos de
su melancolía en nada han alterado
los fenómenos; y al dar el arte mayor
poder á las impresiones sabe añadir
grandeza y axactitud á las imágenes
como le acontece toda vez que ocurre
á fuentes puras.

(A de Humboldt, hablando de
la grande epopeya de los portugueses.)



Los indios Tamoyos fueron para la ciudad de Río Janeiro, lo que los Querandies para Buenos Aires, — los primitivos y denodados habitantes de la tierra en que el conquistador europeo plantó la cruz afianzándola con la espada.

No hay americano dotado de sensibilidad y de fantasia que al hojear las crónicas y leyendas patrias no sienta fraguarse en su cabeza el poema animado de aquellas luchas en que se cruzaba la espada y la macana [1], la bala del mosquete y del arcabuz con la flecha armada del colmillo de un yaguar, del hueso de un yacaré ó del fragmento de un pedernal aguzado á fuerza de paciencia. La inocencia iba desnuda por una parte, sin mas loriga que una musculatura que raza alguna puede mostrar mas consistente, y por otra la estrategia y la disciplina militar se presentaban revestidas del acero de las cotas de malla. Los unos tenian á su servicio el rayo de los cañones; apenas si los otros podian disparar con mal amaño algunos haces de arbustos encendidos en el estremo de sus flechas para destruir las tiendas de campaña que se han convertido en ciudades.

Algunos americanos del habla española, durante el gobierno metropolitano, emprendieron escursiones de mal éxito en ese campo seductor. Saavedra Guzman cantó las hazañas de Hernan Cortés desde su arribo á las costas mejicanas hasta la aleve prisión de Guatimozin. Pedro de Oña, nacido bajo la tienda de un conquistador, ha cantado las mismas proesas que dieron á Ercilla una celebridad tan persistente. Peralta Barnuevo, bajo el titulo de Lima fundada compuso mil cienta cuarenta octavas, para decantar toda la historia del descubrimiento y sujeción de las provincias del Perú por el marqués de los Atabillos.

Estos poemas impresos por primera vez en 1599, 1605 y 1732, fueron compuestos bajo influencias poco favorables al aprovechamiento de la abundante cosecha de poesía verdadera y orijinal que presentaban sus asuntos. Los autores de esos poemas, á pesar de su orijen indíjena, se apasionaron mas que el mismo autor madrileño de la Araucana, de los héroes castellanos, dejando sin relieve la constancia de los naturales en la defensa audaz, y paciente al mismo tiempo, del suelo patrio. Tampoco acertaron á interesar la sensibilidad del lector con los inauditos é inmerecidos padecimientos de los desventurados moradores de este nuevo mundo, condenados por la fatalidad de leyes inmutables y ajenas al criterio humano, á abonar con sangre y con sudores de muerte el terreno en que la Europa habia de establecer la civilización cristiana. En esas largas epopeyas, dignas no obstante de ser leídas, no hay que buscar la perspectiva artística ni el fondo natural del paisaje, en cuyos primeros planos se agrupan ex-abrupto los personajes y se traman y desenvuelven las escenas de dramas siempre bélicos en cuyo desenlace es casi siempre seguro el exterminio de una tribu y la desaparición de un idioma. A veces la buena intención amanece en el espíritu de los autores y esperimentan como una visión confusa de la magnificencia de la naturaleza virjen y de lo pintoresco de las costumbres y usos primitivos. Pero, ni esa yntension es perseverantemente auxiliada por la voluntad, ni la visión llega á tomar cuerpo bastante para que se aperciba bien. De manera, que, esos poemas, por lo jeneral, parece que tuviesen por teatro el vacio, y que sus héroes, que tan recios mandobles se regalan, fuesen creaciones osiánicas de aquellas que escojen la rejion de las nubes para campo de sus batallas fantásticas.

Es verdad que Peralta, imitando sin duda á alguien, forma en verso la nomenclatura descriptiva de los frutos y flores peculiares á los climas tropicales del Perú, sin olvidar la granadilla ó pasionaria en cuyos pétalos vé con los ojos de una fé sencilla y sincera los instrumentos del mas santo de los martirios. Pero al consagrar un canto especial á esta materia, la separa y aisla, siguiendo el método científico de los historiadores jesuitas de América que destinan un libro aparte á sus crónicas, á los productos, maravillas y fenómenos de la naturaleza; algunas veces bien mal observados y peor descriptos, sea dicho de paso.

Aunque el poeta verdaderamente inspirado, inventa, y se adelanta á los preceptistas y dá á estos la materia para que por ella sientan y deriven sus reglas y establezcan la disciplina literaria de la composición, del gusto y del estilo; aunque el arte antiguo, fuente eterna y perenpe de la verdadera y sabia inspiración, pudo haber dado á los adeptos de su escuela medios suficientes para sacar todo el fruto que les brindaba la orijinalidad del nuevo continente, — sin embargo, asi como el descubrimiento de la cuarta parte del mundo fué reservado al siglo XVI (siglo de grandes novedades) así parece reservado al presente, en que la humanidad ensancha tanto sus fuerzas, el conocimiento completo de los ricos mineros que para la imajinacion y el arte encierra este suelo tan querido y risueño. El jénio apenas si ha comenzado su explotación; pero ha dado ya los primeros pasos, y en esta como en toda ruta desconocida el señalamiento del rumbo es casi una prenda de seguridad para el acierto y realización de la jornada. La América necesitaba emanciparse para tener conciencia de si propia. El astro de la monarquía señalaba la dirección en que habían de jirar las plantas vivaces y jugosas que brotaban entre nosotros en el terreno de la intelijencia. La antigüedad y la superioridad de las escuelas; la mayor y mas próxima protección al injenio, la facilidad para instruirse y para producir por la prensa, redujeron por largos años á los hombres estudiosos de América á la humilde condición de pupilos de los peninsulares, precipitándose con la exajeracion que es natural, por el lamentable despeñadero abierto por el gongarismo y por los cultos al abatimiento de las letras españolas. Cuánto talento, cuánta erudición, cuántas bellísimds dotes han malgastado los antiguos americanos en escribir versos hinchados y prosa tan inflada que no resistirían á la picadura de un alfiler! Y sin embargo, cuánta perla de buen oriente podría hacer brillar al sol el paciente erudito que de entre aquella lobreguez de mal gusto estrajese lo que es pena que permanezca en olvido!

Aquel meteoro social que en el segundo lustro de este siglo cundió por las colonias españolas y electrizó las almas, fué una verdadera ráfaga de luz celestial. Llovieron también entonces lenguas de fuego sobre cabezas nuevas é ignoradas, y comenzó la conquista de la doctrina democrática y de los justos derechos del individuo, por medio de la espada de los héroes improvisados y de la palabra de los oradores y poetas que de nadie habian aprendido el arte de conmover, y de avasallar las voluntades.

El nombre de Olmedo se asocia perdurable al del vencedor en Junin, como se asociaron mas tarde los de Lafinur y de Belgrano, de Luca y San Martin, de D. J. C. Varela y de Alvear. Fernandez Madrid emplea las formas de la elejia antigua para avivar el resentimiento de la opresión y el espíritu de emancipación, presentando cuadros patéticos de los padecimientos de aquel Inca cuya empinada estatura no alcanzó á saciar la codicia de oro de sus vencedores y se hundió en el sepulcro con todo su imperio y sus códigos. Heredia desde las alturas monumentales de Cholula se engolfa en sublimes meditaciones sobre las generaciones y pueblos desaparecidos de sobre el suelo de Anahuac; llora en el destierro la ausencia del sol tropical de su cuna; traslada al verso las magnificencias del Niágara, y se convierte sin sentirlo en creador inspirado de un jénero de literatura americana en la cual, entre nosotros, es el Sr. D. José Mármol su sucesor [2] y rival en este torrente de armonías y de reflejos de rubíes y diamantes que él ha llamado El Peregrino.

En las obras firmadas con estos nombres, y en otras que no es del caso mencionar, se halla la solución práctica de esta cuestión tantas veces planteada: existe, es posible una literatura americana?

Seria largo transcribir todo lo que en crédito y elógio de nuestros injenios anteriores á la revolución han espresado los literatos peninsulares. Nos limitaremos á citar unos cuantos entre los eminentes escritores estranjeros que, de paso, han resuelto afirmativamente aquel problema.

«La raza criolla, dice M. de Sainte-Beuve, parece creada para darse al canto, y á los sueños de la fantasía.» — «Resplandeciente de juventud, la América debe concebir pensamientos tan nuevos y flamantes como ella... En aquellas comarcas mimadas sin tasa por la naturaleza, el pensamiento debe ensancharse á par del espectáculo que ante él se ostenta... La América debe permanecer ajena á toda imitación y solo la cuadra tomar por guia á la observación propia.» — De esta manera se ha expresado un historiador francés de la literatura brasilica. Cuando el jenio de águila de Humboldt, en su mas reciente y notable producción, examina la parte que ha cabido á la pintura de paisage en los progresos del estudio de la naturaleza, ha estampado las siguientes líneas que parecen dictadas al pincel del artista por la observación, esta gran reveladora de las verdades: «Existen en la América del sur, (leemos en el Kosmos) populosas ciudades que se alzan hasta cerca de 13 mil pies sobre el nivel del Océano. La vista descubre desde aquellas alturas toda la variedad de vejetales que proviene de la diversidad de los climas. Cuanto no debemos esperar de los esfuerzos del arte aplicados á la naturaleza, cuando desapareciendo la discordia y reinando las institucionos libres se despierte en aquellas rejiones el sentimiento del arte!» Ut pictura poesis.

El viejo mundo espera las revelaciones del nuevo en los fenómenos de la imajinacion, del sentimiento y del estilo, y es en este concepto que M. Augusto de Saint-Hilaire, examinando una obra americana de ciencia y de erudición, dijo no ha muchos años: «También ellos (los hijos de América) tienen mucho que enseñarnos.»

Sin mengua de mérito alguno, sin desvirtuar los esfuerzos anteriores espontáneos, ó premeditados, para dar color nacional ó indíjena á las producciones de la fantasía, puede asentarse como principio jeneral que, hasta la época en que aparecieron las doctrinas y las obras llamadas románticas, ese color no ha sido subido ni intencional de veras en los poetas sud-americanos. D. Estevan Echeverría es el primero entre los nuestros que emprende la pintura de la fisonomía poética del desierto, colocando en la vasta soledad de la pampa dos seres de su invención, seres que al mismo tiempo son reales por los hábitos, por las escenas en que son actores y por los sentimientos de la sociedad que reflejan.

La Cautiva señala una época notable en las letras del Rio de la Plata y establece un punto nuevo de partida á nuestra novel y escasa literatura poética.

La marcha que de la poesía española en América hemos tratado de trazar en pocos renglones, es en gran parte la misma que han seguido las producciones de la musa en la parte de nuestro continente que habla y escribe en portugués. Coa la diferencia única que habiéndose conservado la unidad nacional en el imperio, no ha habido allí dispersión en la familia de los poetas anteriores á la emancipación, formando todos un Parnaso mas numeroso, mas homojeneo y también mas característico.

Santa Rita Duráo que canta las aventuras de Diego Alvarez, el hijo del trueno y dragón de los mares, pertenece al siglo de Peralta, y su Caramurú puede hacer juego en sus bellezas y lunares con el poema de Lima Fundada. Entre la aparición del Caramurú en 1781 y la del poema titulado el Uruguay, digno de la atención de los lectores argentinos bajo muchos respectos, puede colocarse un gran número de producciones de la musa brasilera á las cuales como á las nuestras de aquellos mismos tiempos es aplicable el juicio que hace de ellas el ilustrado autor de la historia de la poesia y de la lengua portuguesa, al frente del Parnaso lusitano [3]. «Cierto es (dice) que las majestuosas y nuevas escenas de la naturaleza de aquella vasta rejion debieran haber dado á sus poetas mas orijinalidad, mas variedad en las imájenes, en la espresion y en el estilo. Pero debe tenerse en cuenta para su descargo que el espíritu nacional fué apagado en esos injenios por la educación europea: manifiestan como a manera de recelo de mostrarse americanos; de donde proviene cierta afectación é impropiedad que desluce sus mejores cualidades.»

Pero donde el sincronismo histórico entre una y otra literatura viene á ponerse de bulto, es cuando se personifican en D. Estevan Echeverría, y en el Sr. Magalháes autor del poema cuyo título encabeza este escrito.

El Sr. Magalháes nació en el suelo pintoresco de Rio Janeiro y recibió una educación literaria apropiada al sano desarrollo de las dotes intelectuales que debia á la naturaleza. Los autores que primero manejó, fueron los que en un tiempo no muy distante se apellidaban clásicos como por escarnio. Los poetas é historiadores de aquellas dos fecundas y seductoras literaturas que envueltas en el sudario oscuro de sus muertos idiomas reviven con cada jeneracion, cada vez mas brillantes y mejor comprendidas, abrieron las puertas de la orijinalidad al Sr. Magalháes. Él no hubiera podido llegar á ser innovador y á señalar nuevas rutas, si no se hubiese robustecido con el estudio de aquellos maestros: ellos enseñan por donde y como se llega á la fuente de toda poesía que es la naturaleza, en las cosas, y en el hombre, en las profundidades del alma y en esa región de los meteoros de la luz y de colores que se llama la fantasía.

El Sr. Magalháes apareció como Echeverría cuando menos se le esperaba, trayendo como este el sentimiento, el colorido, la melancolía y el perfume relijioso que traspiran en las composiciones de Chateaubriand y de Lamartine. El libro con que se hizo notar el Sr. Magalháes titulábase — Suspiros poéticos e saudades; portada bien significativa para preparar al hallazgo de las dulces penas y de las nobles esperanzas encerradas en aquellas pájinas aplaudidas del público y hábilmente apreciadas en su tiempo por escritores de nota como Evaristo Ferreira y el vizconde de Cayrú. Echeverría denominó consuelos a la primera colección de poesías que publicó en 1834. «He denominado así estas fugaces melodías de mi lira, decia el autor en una nota, porque ellas divirtieron mi dolor y han sido mi único alivio en dias de amargura. Ellas pintan en bosquejo el estado de mi animo en una época funesta»... Los Consuelos eran el canto de la resurrección penosa de una alma que casi habia naufragado para siempre. Los Suspiros Poéticos salvaron á su autor á las puertas ya del sepulcro sembrándole de agradables perspectivas para lo futuro el tiempo de su convalescencia. «Moribundo estaba, dice Magalháes, cuando mis amigos los mandaron imprimir para consolar el último crepúsculo de mi existencia.

Querían adormecerme el alma y volverla á la vida. Lo consiguieron, y este libro fué mi salvador.

El Sr. Magalháes recobró sus fuerzas para emplearlas en nuevas y mas serias tareas: escribió varios dramas, el Olgiato, Antonio José, Mazanielo etc., y cooperó como secretario del ilustre Barón de Caxias á la hábil pacificación de Rio Grande, trabajo en que no brilló menos la discreción que la clemencia, únicos remedios heróicos para curar las heridas causadas por las armas de hermanos cuando se vuelven unos contra otros por instigación del infierno. Dice á favor del juicio y del carácter del Sr. Magalháes el haber contribuido á que se procediese de una manera jenerosa en una querella de familia. Eso es amoldarse a los consejos de la historia, mostrar una política profunda y comprender bien la índole de la filosofía que preside á la dirección de los hechos y de las costumbres del siglo. Cuando el Cristo vino á redimir el mundo de las pasiones paganas traía en los dos brazos de su cruz estas palabras: caridad, perdon; palabras que supieron fecundar unos humildes pescadores, pero que no han sido comprendidas por el orgullo de algunos sabios.

El arjentino autor de los Consuelos se vió precisado á abandonar sus bienes de fortuna y su pais al dia siguiente de haberle dotado con la segunda edición de aquellos cantos tan nobles y armoniosos, y fué á morir prematuramente en tierra estraña en medio de una lucha civil encarnizada cuyo término no podia preveer. Su lira de paz sonó dos veces en el extranjero para llorar la sangre inocente y la mala estrella de sus compatriotas, en los campos del sur de Buenos-Aires y en la victoria de Oribe, cuyo botin fué la cabeza de Avellaneda presentada oficialmente á Rosas. El último éco que escucharon sus oidos no fué el de la voz de sus amigos, casi todos dispersos, sino el del cañon del asedio de la nueva Troya. El pasó su vida en esa ardua tarea que consiste según la espresiva idea de un poeta francés en faire un avenir á sa tombe. Y sin embargo sus restos no descansan al lado de sus padres, sino en un rincón estranjero y olvidado.

Antes de entrar al lijero análisis que nos proponemos hacer del poema del Sr. Magalháes, queremos fijarnos un momento sobre su dedicatoria al emperador.

Nos llama la atención esta dedicatoria, por que al poner un poeta una producción suya en manos de un monarca, necesita para no pasar por lisonjero fundar su predilección en razones que honren al autor y al Mecenas. No es el súbdito rendido, ni el cortesano de vértebras flexibles quien se inclina con aquella admiración rastrera que tanto afea las pájinas primeras de muchos buenos libros, sino el hombre que halla en el monarca las calidades que exije para sus amigos. La dedicatoria del Sr. Magalháes es la noble acción de un ciudadano libre pero agradecido y la espresion razonada de ese mismo agradecimiento. Bajo las formas cultas y pulimentadas con el roce social puede haber tanta independencia democrática como en las declamaciones de Bruto en la trajedia filosófica. «No es la gratitud del individuo, dice el poeta á su soberano, sino el sentimiento patriótico de reconocimiento por la justicia y el amor á las instituciones libres que distinguen á V. M. lo que me induce á ofrecerle este trabajo literario.»

Y para que nadie pueda tacharle de inexacto hace la siguente reseña de las conquistas alcanzadas por el Brasil en el terreno fundamental de la civilización, bajo el ala de la buena índole del monarca. «La instrucción pública propagada y protejida (añade), la entera libertad de imprenta, la independencia de la tribuna y la libertad de los cultos, los puestos públicos abiertos á todos los talentos y capacidades, las trabas del comercio rotas, todos estos grandes bienes y los que de ellos necesariamente se derivan, están alii para presentar al Brasil como una nación constituida con arreglo á la dignidad de la naturaleza humana, y conforme al dictamen de la razón ilustrada y de la buena politica, y para dar al mismo tiempo de V. M. I. una idea al mundo de un principe perfecto, contraído esclusivamente á promover la felicidad de su pueblo".

Nuestro Echeverría hubiera buscado en vano (en su tiempo) en toda la estension que abarca en América el habla española un magistrado protector de la instrucción, respetuoso por la dignidad del hombre, á quien manifestarle su gratitud de patriota asociando su nombre duradero de poeta al del mandatario digno de estima y de fama. Hubiérale buscado sin fruto. Por eso en la primera edicion de los Consuelos cada composición está dedicada á uno de sus amigos íntimos, su Elvira al Dr. D. José M. Fonseca; la Cautiva á nadie; el Avellaneda al tucumano que mejor había pintado el paraíso argentino. En la nobleza de sus ideas no cabía sino la indignación contra los mandones voluntariosos ó los indolentes é ignorantes administradores que las pasiones sublevadas ó las nociones torcidas sobre el uso del derecho de elejir, levantan al poder para rémora del verdadero progreso.

Entremos á dar una idea del poema de que nos vamos apartando.

Acosados de las repetidas invasiones de los lusitanos, se confederan los Tamoyos. Estos valientes descendían de la raza de los Tupis, pero no vagaban errantes por los desiertos como los feroces Aimores. Eran los Tamoyos dados á la poesía y al canto, y estaban persuadidos de que la armonía de sus gargantas les era comunicada por las aguas puras del Carioca. Poetas y músicos, eran altivos al mismo tiempo que tratables.

Las diversas tribus de que se componia aquella nación ocupaba el vasto espacio comprendido entre las altas sierras de los Órganos [llamadas asi por su aparente configuración] y las orillas del mar. Adoraban un Dios cuya voz para hacerse escuchar de los hombres era el trueno. Los payés eran sus sacerdotes, ministros de Tupán. Respetaban como Gefe al que mas se señalaba entre todos por el injenio y la fuerza.

Aimbire, amaestrado desde la niñez, á disparar la saeta con acierto, asi derribaba al yaguar en las breñas de las montañas como al mas pequeño pajarillo en el aire. Robusto, audaz, elocuente, Aimbire acaba de ser proclamado caudillo principal de aquellas tribus que se aprestan á castigar á sus opresores. Ceñida trae la cintura con un largo y airoso tejido de plumas encarnadas y azules. Desde el cuello desciéndele formando vueltas, hasta cubrirle el pecho, un collar formado con los dientes de sus enemigos vencidos, y la piel verdinegra y escamosa de un yacaré jigantesco, muerto por sus propias manos, es el manto con que se cubre las espaldas. Una hacha formada á modo de sierra con colmillos de onzas es el arma mortal que levanta en su diestra. Descansan en sus hombros una ancha aljaba y un arco tan pesado que aun cuando él le maneja como un juguete de niño no bastarían á cimbrarle las fuerzas de dos atletas. Una diadema de plumas refuljentes como rayos del sol ciñe sus sienes y es la prenda del amor de Iguazú, su bella prometida para después de la guerra.

La patria y el amor se disputan el corazón de Aimbire; la recompensa de su victoria será la posesión de la mas hermosa mujer de su raza. Habíala conocido el gefe Tamoyo en una situación verdaderamente romántica. Recorriendo las tribus para provocar el alzamiento vá en busca del anciano Pindoburú, de cuyo brazo y consejo necesita. El Néstor del desierto acababa de enterrar á su hijo muerto á manos de los cristianos. Los hermanos y compañeros de la víctima, cabizbajos y llorosos acarrean toscos pedazos de piedra para levantarle un monumento, y el cacique sentado junto á la fosa, absorto en su dolor, apoya una de sus manos en la cabeza de su hija que solloza reclinada sobre las rodillas paternas. Esta mujer que llora y padece es Iguazú, de quien Aimbire se aficiona, seducido por sus gracias y su virtud.

Puede decirse que el poema del Sr. Magalháes es la historia de estos dos hijos de la naturaleza que nunca llegarán á ser esposos y para quienes no habrá tranquilidad ni patria.

Esta idea del poeta es

acertada. Haciendo pasar á estos dos interesantes personages por todas las visicitudes de la guerra y de las modificaciones ocasionadas en torno de ellos por la civilización y la relijion cristiana que adelanta su conquista, ha logrado mantener cierta unidad de acción de que carecería una obra cuyo carácter es descriptivo y concebido con la idea de idealizar algunos rasgos aislados de las costumbres primitivas, trazadas sobre el fondo pintoresco y sublime de una naturaleza que dejará siempre atrás al pincel mas diestro y á la poesía mejor inspirada. De este modo aumenta también el interés del lector porque es propensión humana tomar mayor parte en los dolores individuales que en las catástrofes colectivas por grandes y célebres que sean los pueblos ó asociaciones de hombres que las esperimenten. En medio de las llamas de Troya no distinguirá la posteridad sino á la familia de Prismo, y uno de los cuadros mas patéticos de la epopeya antigua será siempre el que presenta el hijo de Anquises seguido de su esposa y doblado bajo el peso de sus penates.

Hemos visto ya quien era Aimbire; veamos ahora bajo que aspecto se nos presenta su querida.

El ejército de los Tamoyos está en marcha: es la madrugada. Los guerreros sacuden las cabezas emplumadas para espantar al sueño y la pereza, remedando un campo sembrado de cañas silvestres que se erguien, pasado el viento que las dobló. Sobre la cumbre de una eminencia, Iguazú, contemplativa, derramando en ondas fluctuantes el cabello, vé desaparecer á lo lejos aquel ejército al que van incorporados sus deudos y á cuyo frente camina Aimbire. Ya trepan una colina, ya descienden á un precipicio, finjiendo los guerreros á la distancia arbustos débiles en medio á los robustos troncos de la selva. La melancolía la tiene aprisionado el corazón. En los verdes ramos de un árbol inmediato, el saibá, el ruiseñor del Brasil, modula canciones de amor y de dulces recuerdos. — "Canta, la dice entonces el poeta, canta, virjen del bosque, virjen de ojos negros, bella Iguazú. El canto que desde el alma se levanta al cielo, mitiga inmediamente las angustias del corazón que llora. Acompaña al dulce saibá que te convida."

La hija del desierto prorrumpe en estas endechas:

Vedme aqui sola de mi padre ausente,
ausente del querido bien amado;
como tórtola viuda solitaria
en desierto arenal su mal llorando.
Hasta hoy estaba de mi padre al lado,
Al lado de mi amante.... ambos huyeron,
Como veloces ciervos de la selva:
mi dicha pasó ya: — soy desgraciada.
Los ecos respondieron: ¡desgraciada!
Desgraciada! y aun vivo? ir á la guerra
en compaña del padre y del amante,
escucharles la voz y acariciarles,
y á par de ellos morir, mas me valiera.
Y el eco respondió: mas le valiera!
Oh jénios que pobláis grutas y valles,
jénios que contestais á mis acentos,
id y al amante murmurad al oido
que esta su ausente de tristeza muere.
Los ecos repitieron: muere! muere!


Esta última palabra resonó largo tiempo. La jóven suspendió su canto y repitió en voz baja el estribillo de los ecos como si la asaltara algún presentimiento. Enjuga sus negros ojos cansados de llorar; pero vuelven á brotar las lágrimas que le caen como lluvia de perlas sobre el seno tostado, asi como gotea abundante la linfa pura de la hendida Taboca. El saibá se entristeció al oirla modular quejosas é interrumpidas notas, y como si obedeciese á un mandato secreto apagó sus trinos. Tal vez juzgándose vencido, hizo silencio para aprender nuevas armonias; no pudiendo rivalizar con la voz de aquella criatura humana. "Quien presume conocer bastante (observa el poeta) los instintos de semejantes seres y los misterios íntimos de la vida, para afirmar ó negar estas apariencias"?

Parece que en este rasgo tradujese el Sr. Magalháes aquellos conocidos versos del epílogo de la Cautiva:

Quizá los sueños brillantes
De la inquieta fantasía,
Forman coro en la armonía
De la invisible creación.


La espedicion de las tribus reunidas de los Tamoyos, como se vé, comienza bajo la influencia de presentimientos funestos. Nos hemos detenido en ella porque pone de manifiesto el tinte de melancolía y de sensibilidad que constituye el fondo de la poesía del autor, sin dejar por eso de dar toques enérjicos á sus demás cuadros en los lugares que lo exige el efecto. Por ejemplo; los tamoyos forman un campamento en donde se sirven manjares silvestres y licores y se discurre sobre las operaciones militares que deben acometerse; en donde, en fin se alientan reciprocamente á la constancia y al valor por el recuerdo de sus derechos á la voz elocuente de sus caudillos, de sus sacerdotes y vates, entre quienes se distingue Coaquira. Con este motivo se ensaya en imitar los caracteres y elementos de la oratoria primitiva y salvage de los cantos de guerra de que toda tribu americana estaba dotada. Hé aquí esos pasages, y como se desempeña el autor: usamos del verso para acercarnos en lo posible á los efectos rítmicos del orijinal:

.... Reina el silencio. Coaquira entonces
Sobre una prominencia se levanta
Para que le oigan todos y le vean,
Y la punta del arco clava en tierra.
Un albo vaso de enemigo cráneo
De licor espumoso rebosando
Lleva al labio, y apura: de improviso
Sacro fuego devora sus entrañas:
Inflámanse sus ojos circuidos
De una aureola de sangre; como espinos
Sobre su frente críspanse sus canas;
Crujen sus dientes, hincha las mejillas.
Dilátase su pecho, y se estremece
Como á los calofríos de la fiebre.
Plácida resplandece en quieto cielo
La luna cuya lumbre baña el rostro
Con albor macilento al indio vate,
Mientras con esa luz contrasta el rojo
Resplandecer de las hogueras que arden.
Apenas si interrumpe allí el silencio
El blando soplo de nocturnas auras
Que estremecen las hojas murmurando.
Sacro horror de los pechos se apodera
De cuantos allí están. Remeda el bardo
Fantasma aparecida en un ensueño,
Ó maléfico génio que se antoja
En solitaria noche al peregrino.
Despavoridos ojos por el campo
Vibra, y despues en el cenit los clava.
Levanta hacia los cielos ambos brazos
Y con potente voz, ronca, espantosa
Entona asi su cántico de guerra:
«Gloria, gloria á Tupan, su voz resuena
Desde la choza erguida en la montaña
Hasta la oscura cueva de las fieras.
«El cielo es de Tupán, la tierra es nuestra;
Con sangre la regaron nuestros padres
Y nos toca morir para vengarlos.
«Fueron nuestros mayores el azote
Del terrible aimoré que carne viva
Devora, y bebe nada mas que sangre.
«De qué nos sirve el brazo, el arco y flechas
Si el fiero portugués impune huella
Nuestra tierra y cautiva nuestros hijos?»
.....................
Danza veloz emprenden los Tamoyos
En torno de Coaquira repitiendo:
«El cielo es de Tupán, la tierra es nuestra»
En nueva inspiración arde la mente
Del bardo de la tribu y continua:
«Tal vez es esta noche la postrera
Que presencie en algunos de nosotros
La luna el inocente pasatiempo.
«Cuando mañana el sol dore el racimo
De las palmas del monte, ya marchando
Le hemos de saludar todos armados.
«Bebamos y danzemos en compaña
De nuestros hijos y mujeres hora,
Que solo en guerra es de pensar mañana.
«Tupán es con nosotros! En la sangre
enemiga lavemos nuestro oprobio,
y que yazcan sus cuerpos insepultos.
Repúdielos la tierra de su seno;
que negros urubús pasten sus miembros;
y muera el que piadoso toque á ellos.
«De heredado valor, ejemplo nuevo
demos á nuestros hijos. Muera el flaco
que no sepa vengar al deudo muerto.»
Cesa el Tamoyo trovador y en tierra
cae arrobado en éxtasis. En torno
de él la tribu se ajita, danza y canta:
«El cielo es de Tupán, la tierra es nuestra»


La propiedad de estas escenas y su naturalidad saltan á la vista. Aqui no hay imitaciones de los cantos de los bárbaros de uno y otro mundo, poetizados por Chateaubriand en los Mártires y en los Natches. Es una poesía verdaderamente orijinal y americana: sin conocer probablemente la Cautiva, el Sr. Magalhaes, ha empleado en su himno guerrero algunas pinceladas idénticas á las que empleó Echeverría poniendo en boca de un pampa inspirado por el licor la valiente estrofa que sigue:

Guerra, guerra y esterminio
al tiránico dominio
del huinca; -engañosa paz:
devore el fuego sus ranchos,
que en su vientre los caranchos
ceben el pico voraz.


Hacemos estos paralelos con el objeto de mostrar que puede tomar caracteres especiales la poesía en América, esplotando con inteligencia sus verdaderas fuentes.

Entre las dificultades de la empresa de los Tamoyos debe contarse el desaliento de los guerreros mismos de quienes se apoderan á veces los sentimientos supersticiosos inspirados por sus sacerdotes. En medio de la noche aparéceseles el Payé trayendo en el estremo superior del arco un cráneo blanquecino por cuyas huecas órbitas reboza la luz de la resina ardiendo. Parece una momia animada que surjiese del centro de la tierra. Sobre sus huesos descarnados se pega macilenta y rugosa una piel semejante á la corteza de un tronco añoso. "Huid, Tamoyos raios, les dice, huid. Dejadles las márgenes deleitosas de Nitheroy que ellos tanto envidian y en donde pretenden á costa vuestra apacentar su ocio y levantar ciudades con el trabajo de vuestros brazos.... Huid y seréis libres, que todo es nada en comparación de la libertad. Sacad únicamente de esta tierra, que no puede ya llamarse vuestra, los huesos de vuestros padres para que no los profane el pié de tan feroces enemigos!....»

Copiemos del poema otra bellísima escena que servirá para caracterizar los sentimientos de Aimbire. El sol se pone; el héroe vá acompañado únicamente del hermano de su querida Iguazú.

¿Adonde van silenciosos uno en pos de otro esos dos bultos de porte agigantado y de tostado cútiz, que parecen al claro de la luna dos jénios nocturnos? siguen la márjen de un río.— Aimbire, en que piensas, le pregunta Parabusú, estamos todavía distante? Aimbire levanta los ojos á los luceros de la constelacion de la cruz del Sur, y bajándolos lentamente: no, le responde, solo nos faltan unos pocos pasos, — llegaremos al salir el sol. — Mucho antes de la aurora; cuando la luna brille en la mitad del cielo.... ya estamos cerca — No oyes un rumor? — Si, es el rio que se despeña en cascadas — No equivocarás el sitio? — Bien presente le tengo; paréceme que estoy viendo todavia á mi anciano padre recostado al tronco de un gran árbol que entre otros mas pequeños se levanta á la margen de la corriente. — Existirá aun? No habrá sido devorado por el fuego europeo? Suspira Aimbire y no replica. Reina entre ambos el silencio por algún tiempo, hasta que Parabusú le pregunta con calma: en que piensas, Aimbire? — Y tú? — Y ambos á un tiempo pronuncian el nombre de Iguazú. Pensaba en ella, continúa Aimbire; parecíame que la oía, que me llamaba por mi nombre con voz tan ahogada y sentida que me llenaba el pecho de pavor y de pena. — Y á mí parecíame, le dice el amígo, que la veia caer en manos de nuestros fieros enemigos. — Calla, Parabusú, ¿que te atreves á decirme? No mas: esos recuerdos me horrorizan. Ah! cuando tendrán fin nuestras desgracias? Mucho hemos sufrido, y el corazon me dice que mucho mas hemos de padecer aun. Que torrente de males han descargado sobre nosotros esos hombres crueles que nos han puesto en la alternativa de una guerra cruenta ó de una dura esclavitud! Ah! no, tu no sabes lo que es ser esclavo! no ser dueño de si mismo; vivir sin honra, dormir y despertar por voluntad agena; obedecer callando con rostro complacido; sufrir sin quejarse; comer con lágrimas; trabajar, trabajar al sol, á la lluvia, para que el amo viva abundante y tranquilo! Ah! tú no sabes lo que es ser esclavo; yo sí. Cuando pienso en esto me abrasa la ira....... Mi padre; desgraciado! murió en la esclavitud: si vivo es para vengar tamaña infamia. Ellos me la pagarán con un mar de sangre. Asi pudiesen rodar sus cadáveres hasta las playas de donde zarparon, que entonces arrojaría al mar sus cadáveres para que llevasen nuevas de nosotros á sus hermanos y amigos!

Discurriendo de esta manera llegaron á un valle cuyo suelo estaba sembrado de troncos envejecidos de árboles corpulentos que el hacha y el fuego habian [4] derribado con trabajo para proporcionar al hombre un alimento mezquino. Un hermoso yatai, herido en la raíz, cediendo á su peso, caía sobre el rio formando una puente rústica y peligrosa. Pasan ambos por ella, Aimbire reconoce el lugar apesar de los multiplicados y empinados árboles caídos en tierra. Vaguea con la vista por aquellos troncos jigantes que parecen esqueletos de una raza titánea respetada por los siglos. Un soplo de muerte le hiere el pecho anhelante y la sangre se le agolpa tumultuosa al corazón.... recela, teme no hallar lo que busca.... avanza el paso por la márjen del rio, y distingue negrear al resplandor de la luna el bulto inmenso del árbol robusto porque ansia — Helo aqui— exclama; corre, le abraza, le besa y riega con su llanto aquel monumento del bosque á cuyo pié enterrara el vaso tosco de barro que contiene el cuerpo de su padre. Afánanse á porfía los dos amigos, cavan y desentierran la urna. Al verlo, exclama Aimbire enternecido: — Oh Cairuzú, ilustre guerrero que después de una vida gloriosa tuviste una vejez tan escasa de fortuna y cerraste los ojos en los dolores del cautiverio. Oh! Cairuzú, padre mío! desde aquella noche en que aqui escondí tus huesos [la luna que me aclara lo atestigüe] desde esa noche en que juré tu venganza, no he descansado un solo día. De esta tierra bañada con tu llanto, tierra de esclavitud que alimenta la codicia de un magnate, vengo á rescatar tu cuerpo ... te prepararé otro descanso en aquel monte que mira al mar, que tomará tu nombre para eterna memoria y en donde el paso del bárbaro extranjero no haga estremecer tus cenizas. Pero, antes que mis hombres te alejen de este lugar daré castigo al cruel que incauto duerme en estas cercanías....

Efectivamente: eran aquellos los campos que la invasión habia convertido en propiedad de Blas Cubas, á quien Aimbire debia sus martirios y los de su padre. El mismo habia sido el matador de su primera esposa, y de su hija primojénita. El Tamoyo, ayudado de su amigo incendia los plantíos y embaraza las salidas de la habitación del cristiano con pesados trozos de piedra. El incendio y el humo crecen, arden ya los techos. Aimbire como el cazador que espia la fiera, acecha por la ventana que al fin se abre. El bulto de un liombre despavorido se lanza por ella pálido como un fantasma que se despoja del sudario y huye. Aimbire le reconoce y le dá caza como un demonio se apodera del alma condenada que le pertenece por un contrato infernal. —Mírame, Blas Cubas, mírame, conóceme. No quiero que perezcas anfes que sepas quien se venga de ti matándote. Aimbire le hace una larga relacion de las crueldades del lusitano con su familia y con sus amigos. Acuérdate, le dice, del pobre Guarativa á quien amarraste á un árbol á cuyo pié hervia un hormiguero y le azotaste hasta arrancarle la piel con la sangre dejándole en llaga viva. Acuérdate de los suplicios de aquella victima en cuyas úlceras negreaban enjambres de hormigas que le mordían el cuerpo convulsivo.

La vida del vencido tenia un ángel que la custodiaba, su hija Maria, que como una aparicion del cielo, cubre con sus desnudos y torneados brazos el cuerpo del padre cuya salvacion pide con lágrimas. El Tamoyo, desarma su ira y se deja vencer por los ruegos de la inocencia. Otros héroes mimados por la fortuna, observa aqui el autor, celebrados por altisonantes poetas, no dieran ejemplo de piedad semejante en el momento en que blandían el hierro de la venganza.

Los presentimientos de los dos amigos eran de corazones leales. Iguazú había caido prisionera en manos cristianas y padecía cautiva lejos del objeto de su cariño. A par de otras indias compañeras suyas había tenido que sufrir mal trato y los lascivos atrevimientos, para salir victoriosa de los cuales habia puesto á prueba su egregio valor y su constancia. El poeta echa un velo sobre estas escenas, porque como él dice bellisimamente:

No halla deleite el númen que le inspira
Con hechos que al pudor la faz coloran (p. 227)

Con cuanto dolor supo Aimbire la suerte que le cabia á su prometida, nada menos que cautiva en poder del aborrecido Cubas. Devora el furor dentro del pecho, como el fuego subterráneo que calcina las entrañas de la tierra. La fortaleza de su voluntad contiene la explosión de su ira. Descubre á Pindobuzú postrado en el suelo, llorando por su hija querida, reclinada la cabeza sobre el hombro del hijo también aflijido. Entonces da rienda á su cólera: Oh! Pindobuzú exclama, enjuga el llanto, prepárate para una venganza ejemplar, Iguazú será libre, te lo prometo. Con ella te daré en represalias cuantas hijas y esposas quieras de esa raza de crueles. Haré correr rios de sangre y alzaré un monte de cadáveres. Opiparo banquete dispone mi brazo á los hambrientos cuervos. Al mar canoas, al mar volemos.... Una batalla tiene lugar. En aquel campo halla el ofendido su venganza. Veamos el papel que hace allí Aimbire y como describe el poeta el nuevo encuentro de aquel con Blas Cubas:

Cansado de esparcir muerte y espanto,
Aimbire se adelanta, revolviendo
Los ojos que el furor en sangre tiñe,
Busca sus principales enemigos
Para verles morir bajo su brazo.
"Traidor Tibirizá, donde te escondes
Cayubi, Cuñambeba"! asi diciendo
Tropieza con D. Blas. "Eres tú, infame!
Te concedí la vida, hoy de tu muerte
vienes en busca" — Por vengarme vengo,
el portugués le replicó; salvaje,
esclavo envilecido, reconoce,
á tú señor en mi que te castiga. —
Y al espresarse asi descarga un golpe
que en la maza del indio no hizo mella.
— Mas vigor en la lengua que en el brazo
tienes, y es poca gloria arrebatarte
la vida que desprecio y te regalo.
Mas, ven conmigo y muéstrame primero
en donde está Iguazú, dónde el infame
que consumó su rapto y cautiverio."
Júzgale descuidado el lusitano
y con cautéla previniendo el arma
le dice con irónica sonrisa: —
— Quiero ahorrarte la pena de llorarla.
— Y yo el infame peso de tu vida, —
y con pronta respuesta pronto golpe
aséstale el Tamoyo, retumbando
á un mismo tiempo el golpe, la respuesta
y la caida también del alevoso.
— La muerte lenta y cruel que merecias
no me es posible darte; estoy á prisa,
dijo el Tamoyo, y en su propia sangre
dejo teñido el cuerpo de Blas Cubas....

Pero no era la victoria alcanzada con sangre la que habia de volver al cacique á la mujer de sus sueños. En éste poema hacen un papel principal los famosos misioneros Nóbrega y Anquieta cuyas intenciones y santidad ofendidas en sus compañeros por el autor del Uruguaya, ha vindicado sin afectación el Sr. Magalháes. En tanto que la carnicería tenia lugar, el segundo de aquellos beneméritos sacerdotes oraba en el templo humilde y recien levantado como prenda de paz y de cultura en aquellas soledades que hoy forma a los bellos y pintorescos alrededores de Rio Janeiro. El santo varon manifiesta en su rostro las señales del extásis y presta profunda atención como si diese el oido á la voa de algún mensagero misterioso. Cesa el órgano; el ministro de Dios pónese en pié y dirijiéndose á Iguazú que estaba en el templo con las mugeres cristianas, tócala el hombro y la dice: «hija, levántate, ven conmigo.» Absorta la concurrencia ábreles camino y todos se preguntan curiosos: ¿dónde irán? — Marchan silenciosos por las tinieblas; Iguazú vá llena de asombro y de incertidumbre; el pié de ambos evita mancharse en la sangre que cubre el suelo. El sacerdote se detiene al fin y esclama ¡Aimbire!! Aquella voz parecía resonar en una bóveda armoniosa. Aimbire! Aimbire! repite varias veces. El rabioso Tamoyo acude al llamado despavorido y chorreando sangre. — Toma á Iguazu; huye. El indio fascinado vuelve los ojos á su amada, en tanto que desapareciéndose Anquieta súbitamente, repite al ocultarse del todo: huye.

Reflexionando Aimbire sobre sí mismo, en aquella especie de tregua á sus afanes y desgracias, se cree digno de ser feliz y declara ante los suyos que toma á Iguazú por esposa. Esposa solo en el nombre la virjinea flor del bosque estaba todavía en pimpollo: era preciso, esperar la aurora que la diera el perfume y néctar. Los indios sabian respetar severamente á esas impúberes esposas que segun sus usos tenían derecho de elejir. No eran tan brutos ni lascivos que cojiesen fuera de sazon los frutos del amor. Amaba Aimbire á su tierna esposa como un lirio próximo á abrir su mimoso cáliz á los besos del colibrí.

Iguazú traia al volver á su tribu inoculadas en el alma las verdades del evanjelio. Su esposo mismo no podia resistir á las tentaciones de aquel nuevo misionero cuya palabra llegaba con los écos simpáticos al fondo de su alma. Así, cuando llegaron Anquieta y Nóbrega á inducir á los Tamoyos á la paz y á la adopción del evanjelio, con discursos llenos de elocuencia y de unción, vieron que á imitación de la india convertida, todos aquellos adoradores de Tupan se postraban en el polvo de los desiertos en donde por primera vez se consumaban los misterios del cristianismo.

La ambición del conquistador vino á despertar de nuevo en el ánimo de los Tamoyos los resentimientos y la innata inclinación de la independencia, burlando los pacíficos esfuerzos de los misioneros. Las naves de Mendo de Sá presentanse preñadas de soldados y muerte para echar á los franceses, aliados de los Tamoyos, del país de Nitheroy y fundar la capital de Rio de Janeiro. Aimbire duda nuevamente de la lealtad lusitana, enciéndese otra vez en ira, hace sonar las trompas guerreras y parte con sus parciales al encuentro de los recien llegados. Nada le detiene, ni las observaciones de otros caciques de su raza, ni los peligros á que de nuevo pueda esponerse la jóven cuya existencia depende ya de su apoyo. Pronto se encuentra con sus huestes al pié de la reciente fortaleza: la asedia meses enteros; la lucha es porfiada; á los Tamoyos que caen á las balas suceden otros, como olas que crecen unas en pos de otras.

El mismo Mendo de Sá acude al lugar de la lucha. Aimbire le reconoce, y levantando los ojos desde el nivel del Océano hasta las montañas sublimes que dan majestad al golfo, los vuelve hácia los suyos y los fija con detención especial sobre su esposa. Parece que diera el último adiós á tan caros objetos, y la lágrima de dolor que no se muestra en sus ojos le cae petrificada y ardiente sobre su corazón. — «A las trincheras! esclama derrepente; combatir ó morir.» Dice, y se lanza á la pelea. No son hombres sino leones los que batallan; la sangre espumosa forma lagos. Los ojos de Aimbire parecen dos relámpagos: ensánchasele el alma como el mar al trueno de la artillería. Parece que desafiara al cielo y al infierno, á las balas de los arcabuces y á los escombros que vuelan á su derredor. Su esposa, Iguazú, cae á su lado herida de muerte en el mismo instante en que el enemigo proclama la victoria. Mañana la cruz se alzará sobre aquel campo perdido para siempre para sus moradores primitivos. Aimbire se detiene pasmado y blandiendo su maza feroz grita con todas sus fuerzas: «Tamoyo soy, y quiero morir libre como lejítimo Tamoyo. Soy el último de la raza: no daré á mis enemigos la gloria de arrancarme la vida.» Dice, y blandiendo sus armas, por entre contrarios y cadáveres se abre paso al mar y se arroja en sus abismos

Asi perece con sus amores, sus deudos y su patria el Héctor salvaje de esta epopeya americana.

Nos hemos visto forzados á encerrar en poco espacio diez cantos que forman 340 páginas en folio menor, y á no bosquejar mas que la fisonomía descarnada de dos de sus actores. Hay en el poema, sin embargo, variados é interesantes caracteres, como por ejemplo, el del calvinista francés Ernesto, aliado y compañero de armas de los Tamoyos, á quien Aimbire premia con la mano de su hija del primer matrimonio. El sabio Anquieta,

que mundanas pasiones no cobija
bajo la capa de Jesús.... está representado como pudiera estarlo en la historia mas severa y sin que el tinte poético aparezca por eso descolorido. Al contrario sobre todos, los perfumes de aquellos deliciosos bosques y valles se levanta como una columna de incienso, el que exhala el alma de aquel varón, impregnando las páginas del libro de una mansedumbre verdaderamente celestial. Los caracteres, lenguage y hechos de los personages indígenas son bien escojidos, alejan por su novedad característica todo jénero de monotonía y sin embarazarse ni producir oscuridad, contribuyen no solo á completar el cuadro de aquella edad y costumbres, sino á desenvolver el plan que es tan sencillo como el de una leyenda. El arte principal del autor consiste en ocultar bajo la sencillez mas depurada, el trabajo y la detenida meditacion que el desempeño de la composicion arguye.

El Sr. Magalháes conoce la historia de su pais, ha hecho estudios serios de las crónicas y de la naturaleza. No pinta sino con colores americanos. Sus cuadros tienen la orijinalidad de la verdad. En nada se parecen sus indias adornadas de plumas á las ridículas Atalas y Coras de las litografías europeas. El Sr. Magalháes ha hecho gala, á mas, de sus conocimientos en la filosofia relijiosa. Aprovechando discretamente de la idolatría de los bárbaros, de la creencia disidente de los franceses parciales de Coligny que habían llegado á aquellas playas a fundar una Francia antártica, y de la doctrina católica, profesada por los lusitanos y predicada por los misioneros, pone en boca de los caciques, de Anquieta y de Ernesto, instructivos discursos en apoyo de las respectivas creencias de estos, y en los cuales se ventila á veces con novedad la sofística cuestión planteada por Rousseau sobre si es ó no propicio á la felicidad del individuo el progreso de la cultura social. He aqui de que manera el sábio Anquieta comprende la tarea que á él le cabe para la dicha de sus semejantes como soldado pacífico de la conquista:

.................No, lusitanos!
otra es nuestra misión. La luz de Europa
no sus errores difundir debemos
en esta tierra santa, hospitalaria,
debe al amparo de la cruz sembrarse
la justicia y la paz entre los hombres.
Levantemos la cruz, la cruz, del Cristo,
Signo de redención que en otro tiempo
allá en el capitolio salvó á Roma,
cual la arca santa que arrancó al diluvio
la prole antigua. De la cruz en torno
aprenda la verdad este jentío,
y cáigales la venda de los ojos,
como en otras edades disipóse
el error de los bárbaros del norte...

En las obras poéticas, la poesía es todo. Aunque cuanto la constituye pueda caber en una noble prosa como está probado por repetidos ejemplos, es preciso convenir, sin embargo, en que hay mucho de arte en la poesia y que por consiguiente ella debe halagar el oído con los sonidos, —fin que solo se consigue plenamente por medio de la versificación, es decir por el periodo medido y por consonante. Estamos persuadidos de qué el Sr Magalháes habría dada un grado mas de perfección á su poema, si le hubiese compuesto en estancias regulares, ó en octavas italianas á imitación das Luciadas ó del Curamurú de Duráo. La rima es una esclava para el que conoce su idioma y tiene imaginacion: solo es estorbo, por dicha, para aquellos versificadores á quienes, según el dicho epigramático de Horacio, no pueden soportar ni los postes. La lenta remora del consonante sazona, por decirlo asi, al pensamiento que busca una forma definitiva al bregar con ella, saltan chispas de gracia, de novedad y eficacia que el prosador no habría hecho brotar jamás en el camino llano de su pluma: Manzoni la ha llamado con razon inspiratrice, porque es un verdadero jenio, aunque subalterno, en el coro de los que inspiran la labor del poeta.

Los escritores que hacen sensacion en nuestros países meridionales, no deben apoyar ningun mal ejemplo en literatura, porque hay en nosotros una lijereza, una laxitud innatas que nos inclinan á buscar sendas fáciles y á ahorrarnos trabajo mental.

La poesía, que puede considerarse como el lujo superfluo de la república de las letras, es preciso que se presente siempre, como el oro y la seda, bajo las formas mas acabadas y como fruto de un esmero artístico en consonancisi con la preciosidad de la materia primera, si es permitida esta espresion profana. No se crea por esto que carece de armonia, de número ni de entonación el verso libre en que está escrita la Confederacion de los Tamoyos. No aceptamos este jénero de versificacion por mas que Heredia y Basilio de Gama en América, y Quintana y Moratin en Europa, hayan dado bellísimas muestras de lo que pueden el talento y el estilo para producir armonía con instrumentos mal encordados.

Lunares mas visibles que este hemos creido encontrar en la obra de que nos ocupamos.

Parece que la organizacion del autor no estuviese predispuesta sino para sentir y pintar la voluptuosidad perfumada y luminosa de la naturaleza inanimada. El amor á Dios y á la patria, se presentan también en el poema con la conveniente exaltación y con todo el calor con que la esperimentan las almas de buen temple. Pero el amor humano, el amor entre esos dos seres que desde la tentacion del paraíso se dicen al oido palabras que producen incendios y que los ata por el mas santo y dulce de los vínculos, ese amor no se muestra en los lábios de personage alguno del poema; dejando asi sin pulsar la cuerda á que el corazón del hombre es mas sensible, y malogrando la ocasión de beber en la fuente inexhausta de la inspiración mas viva. El casto Virjilio comunicó hasta cierto punto su carácter al pio Eneas; pero supo revivir en el pecho de la reina de Cartago los vestigios de la antigua llama. Es tanto mas sensible este vacio cuanto que aquella pasión, como todas las demas que mueven á la humanidad, reviste caracteres especiales y aspectos distintos según el grado de civilización que ocupa en la escala social y segun otras influencias que el vate debe tomar en cuenta tanto como el fisiolojista. Que enérgico y orijinal debió ser aquel afecto en hombres que amaban á sus padres y á la patria con la vehemencia de Aimbire! Aimbire ama, es verdad, á Iguazú; no quiere vivir un momento mas que ella; pero deseamos conocer como se espresaría ese amor en el lenguage del desierto adornado con las imájenes sujeridas á la pasion por los torrentes y las selvas.

El chileno Oña, que hemos citado al principio, no solo salpica su poema con escenas amorosas, sino que interesa con ellas el alma y los sentidos, pintando al desnudo las gracias sin atavio de Fresia, jugueteando con su amante en las aguas corrientes de Arauco sombreadas de enredaderas y propicias al misterio.

La belleza airada y celosa de Moema forma uno de los episodios que salvarán del olvido el poema épico de la Conquista de Bahia, escrito por un fraile Agustino.

Las relaciones misticas entre el saibá y la doncella son de un efecto esquisito; pero el amor humano se compone, según la espresion de un poeta, no solo de «los delirios del alma sino también de los estremecimientos de la carne.»

Por que condenar á la india brasilica al conocido destino de Atala? Acaso no santifica la relijion los apetitos lejitímos que la naturaleza pone en nuestras entrañas? Hay ausencia completa de la muger en el poema del Sr. Magalháes. Iguazú es un pimpollo, una promesa, pero no una esposa. No hay alli como en la Araucana, por ejemplo, madre alguna que arroje el hijo á su cobarde compañero; ni una Glaura, ni una Tegualda en fuerte hora nacida, «espaciosa de pecho y de dientes engastados en fino coral.» En aquel Edén de poesía no hay una sola Eva.

Notaremos también algunas contradicciones en el carácter de Iguazú. En su bella y sentida canción que hemos traducido habla ella del amante querido. ¡Habíase despertado en su corazon el sentimiento del amor de esposa cuando no era todavía una muger, cuando todavía, según la poética espresion del autor, no había abierto el broche á los besos del colibrí aquella azucena silvestre! ¿Sientan bien, por otra parte, las sombras de la melancolía sobre aquella tierna niña, siendo así que las aflicciones de esa dolencia vaga del alma son fruto por lo general de cierta esperiencia de la vida y del ejercicio de la sensibilidad?

Algo podiamos añadir á esta crítica en cuanto al uso de lo maravilloso que el autor ha introducido en la máquina de su poema. El sueño de Jagoanharo le permite al poeta desenvolver las pájinas de la historia futura de su patria; pero por mas elevación que haya logrado dar á la intervencion de Satanás en las filas opuestas á la cruz, enarbolada por los misioneros, no quisiéramos ver allí lo que no nos parece estemporáneo ni mal traido en las octavas del Tasso, en consideración á la época en que nació la Jerusalem libertada.

Anjel antes de luz, hoy de tinieblas
maldito Lucifer! perdiste el cielo....

Todo esto es muy bello. Seria, empero, mas natural y no menos poético, poner en el corazon de un europeo influyente las pasiones á las venganzas del angel caido. — El autor de la Araucana dice terminantemente que los conquistadores españoles mas que otras gentes, eran

Adúlteros, ladrones, insolentes.

Serian de mejor condición los lusitanos? Con semejantes calidades no podia faltar entre ellos alguno que produjese los mismos fines para que sirve la evocación del espíritu malo entre los Tamoyos.

Desearíamos también que la erudición del Sr. Magalháes y su menudo conocimiento en las costumbres primitivas de su pais no lo llevase á referir algunas que son aberraciones de la inocencia y la ignorancia y perjudican al carácter varonil de aquellas razas. El ejemplo de ternura conyugal tal cual se lee en la pájina 69 del poema, no nos sensibiliza ni le creemos un rasgo noble.

Si cuando las mujeres de nuestros querandies se entraban con sus recien nacidos á las aguas del Plata, hubiesen ocupado sus varones el lugar que dejaban en el hamaca, no esperimentariamos por ellos profunda simpatía, ni les ofreceríamos (como lo hacemos ahora) á la juventud bonarense como dignos de la resurrección que sabe dar el injenio á los pueblos estintos que solo viven en los anales de la historia.

El Sr. Magalhaes ha hecho con su poema un servicio á las letras americanas, dando una prueba mas, entre las poquísimas que existen, de la posibilidad que hay de interesar el sentimiento y la imajinacion con nuestras crónicas primitivas, dándolas por fondo las peculiaridades de nuestra espléndida naturaleza. Es por esta razón que hemos escrito la presente noticia, sintiendo no haber contraido á ella mayor estudio y meditación. El Sr. Magalháes puede con mas razón que su compatriota el autor del poema Uraguay, decir al suyo: ¡serás leído! Lo será en todas partes. Para sus paisanos será no solamente un poema sino una buena acción.

Bajo estos dos aspectos recomendamos tambien su lectura á la jeneracion jóven de Buenos Aires que hoy se prepara para ilustrarlo en un día próximo con las producciones de su espíritu privilejiado.

  1. Esta palabra tan vulgarizada entre nosotros, es una contraccion de la voz quichua vinu macana, cuyo significado esplica asi el P. Holguin en su vocabulario: porra de armas de guerra, como bastón.
  2. succesor en el texto original.
  3. Paris 1826.
  4. hadian en el texto original.