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Escena III

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BRÍGIDA y REBENQUE.


BRÍGIDA. -Vaya un mentecato, con su boda y su vestido nuevo, y su...

TÍO REBENQUE. -Brígida, ¿qué quería ese hombre?

BRÍGIDA. -Me preguntó si se había marchado la diligencia; yo le dije que sí, y ha echado a correr detrás de ella como un desesperado.

TÍO REBENQUE. -Pero, ¿te preguntó por la de Sevilla?

BRÍGIDA. -Yo no sé; él no se explicó...

TÍO REBENQUE. -¿Y si era por la de Valencia, que aún no ha llegado?

BRÍGIDA. -¿Cómo ha de ser por esa? ¿Pues habría llegado hasta aquí sin haberla encontrado en el camino?

TÍO REBENQUE. -Podía muy bien suceder que la hubiese pasado en el sitio donde te he dicho que las diligencias tienen que tomar un rodeo por causa del camino.

BRÍGIDA. -¡Pues qué importa! Que haga ejercicio: si la alcanza y ve que no es la suya, ya conocerá que la deja atrás, y volverá aquí a esperarla. (Óyense chasquidos, y el ruido de una diligencia que para.)

TÍO REBENQUE. -Ea, ya está aquí la de Valencia. Blasa, Maricón, vamos. Preguntaremos si hay algún asiento vacío, y lo tomaremos para don Judas, que lo tiene muy encargado.

-BRÍGIDA. -Sí, sí, veamos. Ya bajan; uno, dos, tres..., ¡ay cuántos!, siete, ocho, nueve.

TÍO REBENQUE. -¡Malo lo veo!

BRÍGIDA. -Llena está. (Éntrase en la posada. Los viajeros salen por el portón: unos se quedan un poco en la calle; otros entran desde luego en la posada: por último aparecen todos en el comedor.)