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Aventuras de Arturo Gordon Pym/El escondrijo

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
 
II.
EL ESCONDRIJO.


En toda historia de mero perjuicio ó de peligro no podemos, ni aun de los mas sencillos precedentes, sacar conclusiones ciertas en pró ó en contra. Se creerá tal vez que una catástrofe como la que acabo de referir debió enfriar en gran manera mi pasion naciente por el mar. Pues al contrario, nunca he esperimentado tan ardiente deseo de conocer las estrañas aventuras que accidentan la vida de un navegante, como una semana despues de nuestra milagrosa salvacion.

Este corto espacio de tiempo bastó para borrar de mi memoria las tintas timbrosas é iluminar todos los toques de color, deliciosamente icitativos, todo el lado pintoresco de nuestro peligroso accidente. Mis conversaciones con Augusto iban siendo cada dia mas frecuentes y crecian en interés. Tenia un modo de referir sus historias de mar, la mitad de las cuales por lo menos sospecho ahora que eran para imaginacion, muy capaz de obrar sobre su temparamento entusiasta como el vino y sobra una imaginacion algo sombría, pero siempre ardiente.

Y lo estraño era, tambien que al pintarme sobre todo los mas terribles momentos de angustia y desesperacion de la vida del marino, conseguía cautivar mas poderosamente todas mis facultades de pensar y de sentir, en favor de tan novelesca profesion. En cuanto al lado brillante de la pintura solo despertaba en mí una simpatía muy limitada. Todas mis visiones eran de naufragio y de hambre, de muerte ó cautiverio en las tribus bárbaras, de una existencia de dolores y de lágrimas pasada en alguna, roca pardusca y desnuda, en un océano inaccesible y desconocido.

En tus sueños y estos deseos (porque llegaban á ser deseos) son muy comunes, como despues, se me ha dicho, entre la numerosa familia de los hombres melancólicos; pero en la época á que me refiero los consideraba yo como relámpagos proféticos de un destino á que me sentia, por decirlo así, consagrado, Augusto, entraba perfectamente en mi situacion de ánimo, y realmente es probable que nuestra intimidad hubiera tenido por resultado un cámbio recíproo o de parte de nuestros caractéres.

Ocho meses, poco mas ó menos, despues del desastre del Ariel la casa Lloyd y Uredemburg, (casa relacionada hasta cierto punto con la de los Sres. Enderby, de Liverpool, si no estoy engañado) tuvo la idea de reparar y equipar el brick Grampus para una pesca á la ballena. Era un casco viejo apenas capáz de sostenerse en la mar, aun despues de haber hecho todo lo posible para recomponerlo. Por qué razon fue escogido con preferencia á otros buenos buques pertenecientes á los mismos propietarios, no lo sabré decir; pero el hecho es que fue escogido. Mr. Barnard quedó encargado del mando y Augusto debia marchar con él.

Mientras equipaban el brick me instaba con frecuencia para que aprovechase la escelente ocasion que se ofrecia de satisfacer mi deseo de viajar. A veces me hallaba muy dispuesto á escucharle, pero la cosa no era tan fácil de arreglar. Mi padre no se oponia directamente; pero mi madre sufria ataques de nervios así que se trataba del proyecto; y lo peor de todo fue que mi abuelo, de quien yo esperaba mucho, juró que no me dejaría un cuarto si volvía á hablarle del asunto.

Pero estas dificultades, lejos de amortiguar mi deseo, fueron como echar aceite en el fuego. Resolví marchar á todo evento y cuándo hube comunicado mi resolucion á Augusto nos ingeniamos para hallar un plan y poner lo por obra. Sin embargo, me guardé muy bien de volver á hablar una palabra del viage á ninguno de mis parientes, y como me dedicaba ostensiblemente á mis estudios ordi narios, supusieron que habia renunciado al proyecto. Despues he examinado con frecuen cia mi conducta con tanta sorpresa como dis gusto. La profunda hipocresía de que me va lí para llevar á efecto mi proyecto, hipocre sía que por tanto tiempo inspiró mis palabras y mis acciones, no pude hacérmela soportable si no merced á la ardiente y estraña esperanza con que contemplaba la realizacion de mis sueños de viage, tan asiduamente acariciados.

Para llevar á cabo mi estratagema, veiame obligado á dejar muchas cosas á cargo de Augusto, empleando la mayor parte del dia á bordo del Grampus y encargado por su padre de hacer algunos preparativos en el camarote y en la sala. Pero por la noche teníamos seguridad de encontrarnos y hablábamos de nuestras esperanzas. Un mes habia pasado de este modo sin haber podido hallar un plan de resultado probable, cuando me dijo al fin que ya lo tenia pensado.

Tenia yo un pariente que vivia en NewBedford, un tal Mr. Ross, en cuya casa tenia yo costumbre de pasar algunas veces dos ó tres semanas. El brick debia hacerse a la vela á mediados de Junio (Junio de 1827) y quedó convenido que un dia ó dos antes de hacerse á la vela, mi padre recibiria, como de costumbre, un billete de Mr. Ross, rogandole que me enviase á su casa para pasar una quincena con Roberto y Emmet, sus hijos. Augusto se encargó de este billete y de enviarla á su destino. Habiendo fingido, pues, que me iba á New-Bedford debia, reunirme con mi camarada que me preparaba un escondrijo á bordo del Grampus. Segun me aseguró, este escondijo quedaria preparado de un modo bastante cómodo para poder permanecer algunos dias durante los cuales no debia dejarme ver. Cuando el brick hubiera hecho suficiente camino para imposibilitar la vuelta, entraña yo en pleno goce del camarote; y en cuanto á mi padre se reina con gusto de la jugarreta. Por lo demás era seguro que econtraríamos muchos buques por medio de los cuales conseguirla enviar una carta á mis padres para explicarles la aventura.

Llegamos por fin á mediados de Junio y todo estaba ya preparado. El billete fue escrito y enviado, y un lunes por la mañana salí de mi casa, fingiendo que me iba en busca del paquebot de New-Bedford. Yo me fui directamente en busca de Augusto, que me esperaba en una esquina. En nuestro plan primitivo entraba el quedarme yo oculto, hasta, el anochecer, y trasladarme entonces á bordo del brick; pero como nos favorecia una densa niebla, se decidió que me ocultase sin perder Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/33 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/34 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/35 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/36 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/37 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/38 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/39 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/40 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/41 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/42 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/43 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/44 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/45 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/46 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/47 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/48 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/49 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/50 Página:Aventuras de Arturo Gordon Pym (1861).djvu/51 ricias consolarme de todas mis penas y exhortarme á sufrirlas con valor.

Al cabo de algun tiempo lo singular de su conducta me llamó poderosamente la atencion. Despues de lamerme el rostro y las manos por espació de algunos minutos, se detenia de repente y exhalaba un sordo gemido. Cuando le tendia la mano le hallaba invariablemente tendido de espaldas y patas arriba. Esta conducta tan insistente me parecia estraña y no podia esplicármela de ningun modo. Como el pobre perro parecia afligido, inferí que había recibido algun golpe, y cogiéndole las patas las tenté una por una, pero sin hallar ningun síntoma de mal. Entonces supuse que tenia hambre y le di un gran pedazo de jamón que devoró con avidéz, volviendo en seguida á su estraña maniobra. Imaginó entonces que sufría como yo los tormentos de la sed y ya iba á aceptar esta conclusion como la única verdadera, cuando se me ocurrió la idea de que hasta entonces no habia examinado mas que las patas y que podia tener su herida en cualquiera otra parte del cuerpo. Le tenté con cuidado la cabeza, y no hallé nada; pero al pasar la mano á lo largo del lomo, sentí como una pequeña ereccion del pelo que le cruzaba en toda su redondéz, y sondeando el pelo con el dedo descubrí un hilo que le rodeaba el cuerpo. A favor de un examen mas atento encontré una pequeña faja que me causó la sensacion del papel de escribir.

El hilo sujetaba esta faja y lo habían afianzado de modo que quedase fija exactamente debajo del brazo izquierdo del animal.