Bibliografía Martín Fierro - La Tribuna de Montevideo (23 de marzo de 1873)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
BIBLIOGRAFÍA


El gusto por la lectura está formado y generalizado gratamente en todo el territorio de la República Argentina.

La escuela y la Biblioteca Popular están desparramadas hasta las mismas faldas de los Andees. En la Rioja, el lugar mas apartado y que se consideraba la provincia menos culta de la Confederación Argentina, se siente el movimiento expansivo de la civilización, sacudiendo á todos sus habitantes del marasmo intelectual que los dominaba, comunicándoles por medio del libro nueva vida y presentándoles rientes perspectivas.

El lector de la ciudad, no tiene naturalmente exijencias especiales y privilegiadas por determinados libros. Lee todo lo útil, todo lo bueno y malo que nos envian las prensas europeas, y todo lo que arrojan á la publicidad las casas editoras que tenemos.

Pero, conseguir que el habitante de las campañas lea sin fastidiarse, lea con provecho y queden en su imaginación impresiones nobles y permanentes, es algo mas sério de lo que á primera vista parece. En el espíritu del labriego es menester que el libro ó la anécdota moral dejen huellas; es nesesario que la enseñanza que su rústica inteligencia adquiere, no se pierda ni se extinga, combatidas por las costumbres incultas y las faenas rudas del campesino.

¿Cómo, pues, conseguir pasto intelectual aparente y fructuoso para el gaucho de nuestras llanuras? Ni el señor Sarmiento que estudiaba interesadamente el problema, pudo descubrir la incógnita de di, escurenciéndola mas bien con las reducciones inconvenientes que aconsejaba.

No tiene punto alguno de contacto el saguatter de las selvas norte-americanas, con el semi-salvaje gaucho del desierto. Son dos naturalezas totalmente distintas, sin afinidades que las aproximen, pues las obras de Dickens que recrean al labrador americano, prepararían la siesta de los que viven en el rancho.

En el campamento del ejército que luchaba por la causa hermosa de la civilización cisalpina, tiene origen una escuela literaria que de tarde en tarde hace prosélitos entre nosotros.

Aniceto el Gallo es también un tipo á lo Byron, á lo Quintana, á lo Bello, etc. Es gefe de escuela, autor de una literatura destinada á quitarle al desierto y á la ignorancia, sus mas preciosas preseas.

Coetáneo con el insigne Figueroa, iniciaron en buena hora un género de publicación, que era como la primer semilla arrojada en terrenos feraces y propicios para cosechas compensadoras.

El ejemplo que ellos daban, encontró, como dijimos ya, de cuando en cuando imitadores.

El estilo gaucho poético despertaba en la imaginación precoz de nuestros poetas, deseos loables de seguir la estela de Aniceto, pero no lo conseguían siempre, porque no se penetraban íntimamente de la perfecta originalidad que distingue al gefe, y se iban á estrellar, sin quererlo, en el género que cultivaba Moore ó en las canciones inimitables de Beranger.

Por mucho tiempo pues, el cetro lo ha tenido Ascasubi, aunque Anastasio el Pollo hubiera hecho conatos para arrancárselo.

Hoy se ha retirado Ascasubi de la arena en que se lanzó ardoroso y espléndido; se refugia en el hogar con la misma grandeza y majestad con que se asilaban en los Inválidos, los restos que quedaban de los heróicos tercios del viejo Imperio.

Pero así como á esa generación homérica del valor y el patriotismo francés, le sucedió otra nueva digna de recojer la herencia; así ha encontrado Ascasubi con el autor de Martin Fierro, un sucesor que, hará mas todavía que conservarla intacta, que la enriquecerá, pues tiene dotes privilegiados para conseguirlo.

En todas las librerías de esta ciudad está modestamente hospedado un folleto de bumile apariencia, pero que ejercerá en los palacios de las capitales, en los ranchos de la campaña ó en los toldos del desierto, la influencia bienhechora y solazante que nos producían en otro tiempo los poemas de Aniceto.

D. José Hernandez (su autor) ha pintado con la misma inspiración y destreza que Ruguendas y Monvoisin ese cuadro de la naturaleza americana, de este lado del continente, que exije en el artista potencia de genio y conocimiento acaudalado de detalles.

Martin Fierro es el héroe del poema del Sr, Hernández; Martin Fierro es un gaucho completo, sin rival, sin padres conocidos, sin amigos de infancia, sin nada que lo ligue á la rutina que ha caracterizado á otras creaciones idénticas á la del Sr. Hernandez.

A Montero, cuando concluyó su cuadro Los funerales de Atahualpa, le dijeron en Florencia, y por labios muy autorizados, que no pintara mas. Nosotros sin ser mas que admiradores, diríamos á Hernandez que se perpetúe solo con Martin Fierro.

Al leer las páginas interesantes de Martin Fierro, nos hemos reconciliado con el infeliz gaucho. Francamente, lo queriamos mal. El chiripá, la bota de potro y el inseparable pañuelo al cuello, nos prevenían siempre desfavorablemente; lo creíamos feroz cuando tal vez pudo ofrecemos techo y alimento en el rancho en que pasa su vida.

Uno de esos dramas que se producen alguna vez en las llanuras argentinas, mezcla de sentimientos generosos y costumbres bárbaras, es lo que pinta el Sr. Hernandez. Las boleadoras, la maneja, el redomón, las caronas, etc., todo ese vocabulario originalísimo de la vida gauchesca, campea en Martin Fierro. Es un paseo que se hace á la pampa. Es algo más: leyéndolo, se hace la ilusión de haber vivido cinco, diez, quince años en compañía de Martin: es decir, en pleno desierto, en el mismo aduar. Es imperecedera la impresión que deja en el ánimo; mas poderosa aun para el lector del Rio de la Plata, que la que produce Cooper leyendo su Trampero.

Desconfiamos de habeer escrito con acierto.

Estas líneas las trazamos inmediatamente que concluimos la sabrosa lectura que nos ha proporcionado la inteligencia chispeante y original de Hernandez.

La Biblioteca Popular de las campañas argentina ú oriental, está obligada á tener en sus estantes á Martin Fierro.

Cuando el local de la biblioteca sea visitado por algun gaucho, de esos arrogantes y esbeltos, de pingo arábigo y recado de plata y reviste la publicación de que nos hemos ocupado, exclamará, estamos seguros: ¡Martin Fierro es otro yo!


La Tribuna de Montevideo, editorial de 23 de Marzo de 1873.
Este articulo fué reproducido por La Patria de Lima con algunos fragmentos del libro.



Nota[editar]

Este artículo apareció publicado en algunas ediciones del libro El Gaucho Martín Fierro.