Blasco, empleado

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Obras Completas de Eusebio Blasco
Tomo I.
Blasco, empleado
de Tomás Luceño


Nota:se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.

BLASCO, EMPLEADO
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Realmente muy poco puede decirse de Eusebio Blasco bajo este aspecto de su vida.

Es cierto que desempeñó varios destinos de la Administración pública, pero jamás cifró en ellos sus ideales ni su manera de vivir. Era incompatible su carácter con el insoportable método y la cansada rutina a que hay que sujetarse para gozar fama de buen empleado, porque en la mayor parte de las oficinas públicas aprecian y distinguen más al funcionario que permanece sin levantarse, en el sillón de su mesa, ocho horas al día, aunque no haga absolutamente nada, que al hombre de talento despejado, y de clarísimo golpe de vista que en un momento se hace cargo de los asuntos y los resuelve en el acto con arreglo a la lógica y al buen sentido.

Esto le ocurría a nuestro inolvidable Eusebio. No fué un empleado machacón y cargante, de esos que estudian y resuelven, ó mejor dicho, revuelven sólo cuantas leyes se han dictado sobre una cuestión, para aplicar luego a la misma la disposición menos pertinente. Todo lo contrario: Blasco asistía a la oficina, aunque no permaneciera en ella tanto tiempo como sus compañeros; pero lo que éstos despachaban en cuatro ó cinco horas, Blasco lo resolvía en media, con más acierto, con más ilustración y con más ventaja para los intereses de la Administración pública. La primera vez que sirvió al Estado fué en el Ministerio de Ultramar el año 1868. El insigne Ayala, Ministro de aquel ramo a la sazón, le nombró Jefe de Negociado de segunda clase, encargándole de la sección de la Prensa. Blasco desempeñó dignamente su cometido, dando noticia exacta y diaria a su jefe de cuanto decían los periódicos nacionales y extranjeros acerca de la gestión de Ayala, y contestando a toda clase de ataques por medio de juiciosos sueltos y razonados artículos.

Cuando D. Nicolás María Rivero fué encargado de la cartera de Gobernación, le llevó de Secretario suyo. Aquel inolvidable patricio, de carácter enérgico y a veces destemplado, pero siempre encerrando en el fondo de su corazón el sentimiento del bien y de la justicia, llegó a inspirar a Blasco un gran respeto, tanto que decía a sus íntimos amigos: «Esto no es Ministro, es un miura.»

—Oiga usted, Blasquito—le dijo una noche D. Nicolás en tono familiar y cariñoso.—Usted anda diciendo por ahí que soy un miura... Pues tenga usted mucho cuidado no vaya yo a voltearle en alguna corrida de abono.

Las relaciones amistosas de aquel hombre con nuestro amigo enfriáronse algo, porque debiendo acompañarle Blasco en el viaje que Rivero había de hacer a Barcelona con motivo de la fiebre amarilla que allí se estaba desarrollando, llegó la hora de partir el tren y Blasco no se presentó en la estación. Las razones que se lo impidieron, muy respetabilísimas ciertamente, fueron después oídas, pero no escuchadas, por D. Nicolás, aunque pasados algunos meses éste quedó plenamente convencido y desagraviado.

Cuando la Restauración se hizo, D. Francisco Romera Robledo entró a desempeñar la cartera de Gobernación, y el que suscribe estas modestísimas líneas presenció en casa de Ayala, Ministro de Ultramar, la discusión, casi la disputa, que sostuvieron D. Adelardo y D. Francisco sobre cuál había de llevarse a su respectivo departamento a Blasco; ambos estaban conformes en su falta de puntualidad a la oficina, pero siempre reconociendo lo útilísimo que sería en las pocas horas que dedicase al trabajo.

Al fin Romero venció y Blasco fué nombrado Jefe de Correos, en cuya Dirección prestó buenos servicios, sabiendo corresponder a la confianza y estimación con que le distinguían sus jefes. Por las tardes, y pasadas ya las horas reglamentarias de oficina, se reunían a hacer versos en el despacho de Eusebio los poetas, de justo renombre, Juan José Herranz, Grilo, Cabiedes y Campo Arana, conocidos en los círculos literarios por el sobrenombre de los canosos, porque eran redactores del periódico ministerial El Cronista, encargados de escribir en una sección del mismo titulada Canas al aire. Blasco, en una de aquellas agradables sesiones, puso en verso todo el número de la Gaceta del día.

No recuerdo en qué ocasión fué nombrado Gobernador de Toledo, é ignoro también si llegó a tomar posesión del cargo.

Si hubiera servido mal los anteriores destinos, indudablemente no le habrían nombrado jamás para un puesto de importancia tan reconocida.

Ultimamente desempeñaba en Hacienda el cargó de Interventor de la Ordenación de Pagos del Ministerio de Gracia y Justicia.

Al ilustre poeta D. Eulogio Florentino Sánz (esto es ya muy sabido, pero lo creo oportuno), siendo Encargado de Negocios de España en Holanda, le preguntó un alto y vanidoso personaje de aquellas tierras:

—Diga usted, D. Eulogio, ¿qué saben ustedes hacer los poetas?

—Lo que hacen todos los hombres, y además versos. Así fué Blasco. Supo servir honrada y fielmente, como el primero, los cargos públicos que se confiaron, y además hacer versos como nadie.

Tomás LUCEÑO.