Bolívar, Monteagudo y Sánchez Carrión
El asesinato que en la noche del 28 de Enero de 1825 se perpetró en la persona del coronel don Bernardo Monteagudo, reviste caracteres de misterioso drama. Unos lo atribuyeron á Bolívar; otros á venganza de los españoles vencidos en Ayacucho; y no pocos vieron en la sangrienta tragedia el fruto de la celotipia de un rival desdeñado por hermosa dama ó de un esposo ofendido.
Ya es tiempo de escudriñar la verdad histórica, apartando la venda que ciega á muchos, y de ofrecer á las generaciones que están por venir un estudio desapasionado. No conocimos á ninguno de los personajes políticos de aquella época, y por lo tanto no puede extraviarnos el afecto ó desafecto.
Si los colores de nuestra paleta son débiles para iluminar el cuadro; si, esquivando apreciaciones, envolvemos nombres y sucesos en cierto aparente claro-obscuro, toca al lector buscar el rayo de luz que ha de hacer, ante sus ojos, transparentes las mismas sombras.
Ni Lafond, ni Stevenson, ni Pruvonena, ni Miller, enemigos de Monteagudo, están de acuerdo sobre el lugar donde naciera nuestro protagonista. Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Mendoza y Chuquisaca se disputan la cuna del gran hombre de Estado, como se disputaron la de Homero siete ciudades de la Grecia.
Don Juan Ramón Muñoz, don Antonio Iñíguez Vicuña, y el general Paz del Castillo, en sus Memorias, lo creen nacido en Córdoba por los años de 1786, en cuya Universidad hizo sus estudios de abogado, pasando á ejercer en Chuquisaca la profesión.[1]
Desde 1809, y á los veintitrés años de edad, empieza Monteagudo á figurar como uno de los prohombres de la revolución americana. En la deposición de García Pizarro, presidente de la Audiencia de Charcas, en las malogradas sublevaciones de Potosí y La Paz, en el primer Congreso argentino al que asiste como diputado por Mendoza, en el pronunciamiento de 1812, y en los sucesos revolucionarios de 1815, se encuentra siempre á Monteagudo figurando en primera línea entre los más comprometidos.
En la persecución que sufrieron los amigos de Alvear, no podía ser olvidado el fogoso redactor del Mártir ó libre, y salió en condición de proscrito para Inglaterra.
En 1817 vuelve á América, acompaña á San Martín en Chile, y después de Cancha-rayada regresa á Mendoza.
En esta época hay un punto nebuloso en la vida de Monteagudo. La parte que como juez le cupo en el fusilamiento de los Carrera y en la matanza de los prisioneros españoles confinados en San Luis—Vicuña Mackenna, García Camba, Torrente y otros lo condenan. El benévolo Juan Ramón Muñoz aguza su ingenio para justificar al que sus adversarios llaman sanguinario terrorista.
Alistándose ya la expedición que debía zarpar de Chile, en auxilio de la Independencia peruana, San Martín llama á Monteagudo, y á principios de 1820, empieza éste, en Santiago, la publicación del Censor de la Revolución.
Un cambio se había operado ya en las convicciones políticas de Monteagudo. El exaltado republicano de 1809 se manifiesta, en 1820, inclinado á defender la monarquía constitucional. El radical intransigente es ahora conservador neto. Así. en el segundo número del Censor, habla contra «los esfuerzos prematuros para establecer una libertad que sería más ventajosa á nuestros enemigos que á nosotros.»
En resumen, la opinión de Monteagudo, expresada más tarde con claridad en muchos de sus escritos, era que los «pueblos de la América española no estaban preparados para ser regidos por instituciones democráticas, y que había peligro en darles á beber sin medida el néctar embriagador de la libertad.»
Una de sus frases familiares, era ésta:—«La república, para que sea buena, ha de ser como la fruta que de madura se cae del árbol. Lo que es, por ahora, en América la veo verde. Para gozar de libertad, y aun para sufrir la esclavitud, es necesario hacer una especie de aprendizaje, antes de adquirir la paciencia habitual del esclavo y la constante moderación que debe animar al que desea ser libre.»
En uno de los números del Censor, hacía el publicista argentino esta bien significativa declaración: «No pretendemos librar nuestra felicidad exclusivamente á una forma determinada de gobierno. Conocemos los males del despotismo y los peligros de la democracia. Ya hemos salido del período en que podíamos soportar el poder absoluto y, bien á costa nuestra, hemos aprendido á temer la tiranía del pueblo cuando llega a infatuarse con los delirios democráticos.»
A fuer de hábil y experimentado, Monteagudo no lanzaba aún todo su pensamiento. Preparaba el terreno para, en su oportunidad, arrojar la semilla. Véase la sutileza con que nos hacía dudar de la gran república creada por Washington...
«Ni podemos ser tan libres como los que nacieron en esa tierra clásica (Inglaterra), que ha presentado el modelo de los gobiernos constitucionales, ni como los americanos de la América septentrional, que educados en la escuela de la libertad, osaron hacer el experimento de una forma de gobierno, cuya excelencia aun no puede probarse satisfactoriamente por la duración de cuarenta y cuatro años.»
El coronel Bernardo Monteagudo, auditor general de guerra en el ejército que, á órdenes de San Martín, desembarcó en Pisco, á fines de 1820, era no sólo una inteligencia poderosa, sino una voluntad incontrastable. Al asumir San Martín el título de Protector, invistió á Monteagudo con el cargo de ministro de Estado.
La contracción y actividad del joven ministro son verdaderamente prodigiosas. En uno de sus primeros documentos formulaba con estas enérgicas palabras su programa administrativo:—«Nada significaría haber hecho la guerra á los españoles, si no la hiciéramos también á los vicios que nos legaron.»
Los principales decretos expedidos por Monteagudo fueron:
Abolición del tributo y de la mita, abusos que constituían á los indígenas en verdaderos siervos del acaudalado patrón y de los corregidores españoles.
Emancipación de los esclavos, lo que importaba la destrucción del inmoral comercio en carne humana.
Abolición de la infamante pena de azotes.
Creación de escuelas bajo el sistema lancasteriano, y fundación de la Biblioteca de Lima.
Un plan provisorio sobre tribunales de justicia, en el que se leen estas admirables máximas:
«Los gobiernos despóticos no existirían sobre la tierra, si pudiesen preservarse del contagio los que administran la justicia; y cuando el pueblo es libre, preciso es que sus magistrados sean justos.»
Desgraciadamente, otros actos políticos de Monteagudo le concitaron general odiosidad. Los principales fueron: la creación de un Banco de emisión (cuya manera de ser dió lugar á que el billete tuviera los mismos caracteres del papel moneda,) sus decretos contra los españoles domiciliados en Lima, á los que llegó á prohibir el uso de la capa; y por fin, la expulsión violenta de más de cuatro mil peninsulares, muchos de los cuales fueron víctimas dela salvaje crueldad del capitán del bergantín Pacífico.
Los arbitrarios fusilamientos del norteamericano Jeremías y del argentino Mendizábal; el destierro, no menos atentatorio, del doctor Urquiaga, sobre quien recaían sospechas de ser autor de un pasquín que contra el omnipotente ministro arrojaron en el teatro; y la obstinada persecución á Tramarría y otros republicanos, eran causas bastantes para que la indignación pública se desbordara contra el gran hombre de Estado.
Monteagudo predicaba ya sin embozo sus doctrinas monárquicas, y el honrado San Martín las prohijaba, aunque cautelosamente. Los republicanos sinceros entraron en alarma y temieron, con razón, que mientras Monteagudo tuviese ingerencia en la cosa pública, la causa de la República estaría en peligro. Monteagudo minaba el terreno, con lentitud, es cierto, pero de una manera segura, y contaba con número crecido de correligionarios. Esta propaganda, ejercida por un hombre de su talento y energía, asustó á los demócratas y a los radicales, que para combatirla, organizaron una Logia, á cuya cabeza se pusieron Sánchez Carrión, Luna Pizarro, Mariátegui, Ferreiros, Pérez Tudela, Méndez Lachica, Arce, Rodríguez de Mendoza y otros patriotas.
Pronto supieron inculcar en la conciencia del pueblo los recelos que les inspiraba Monteagudo, y el 25 de Julio de 1822 se elevaba al Cabildo una acta, firmada por más de quinientas personas notables, exigiendo la inmediata destitución del ministro.
El Cabildo, presidido por Riva-Agüero, apoyó unánimemente el acta. Mariátegui y Cogoy fueron en comisión á palacio, para recabar del mandatario supremo la deposición y enjuiciamiento del ministro. El marqués de Torre Tagle, que por hallarse San Martín en Guayaquil había quedado al frente del gobierno, aceptó la renuncia que le presentó Monteagudo, y una compañía del batallón Numancia recibió orden de custodiarlo, en su casa, para impedir cualquier desbordamiento del populacho.
Alentados los enemigos del estadista argentino, pidieron entonces su arresto: y creciendo de hora en hora la exaltación, el gobierno, para salvar la vida de Monteagudo, lo embarcó, en la madrugada del 30, en la goleta de guerra Limeña, que inmediatamente zarpó para el Norte.
A la vez que el 26 de Julio pedía en Lima el amotinado pueblo la cabeza de Monteagudo, celebrábase en Guayaquil la famosa entrevista entre San Martín y Bolivar.
Al regresar á Lima el Protector, el 19 de Agosto, se indignó mucho contra el débil Torre Tagle, que se había dejado subyugar por un puñado de demagogos. Inmediatamente decretó la reunión de un Congreso, y en el mes próximo entregó al Cuerpo legislativo la insignia del poder supremo.
Dos días después se alejaba para siempre del Perú el abnegado y valeroso San Martín.
Que Monteagudo y San Martín, como Puirredón y O'Higgins, trabajaron por monarquizar la América, es punto históricamente comprobado. No los recriminamos. Tal pensamiento era en ellos fruto de una convicción honrada y ajena á móviles mezquinos ó de lucro personal. Pudieron equivocarse, pero hagámosles la justicia de reconocer en ellos honradez de miras.
O'Higgins dió instrucciones al ministro Irisarri para que buscara en Europa un príncipe á quien entregar el gobierno del reino de Chile.
Puirredón, en Buenos Aires, encargaba á Rivadavia idéntica tarea.
La misión que San Martín y Monteagudo confiaron á García del Rio y Paroissien, no se limitaba sólo á la realización de un empréstito en Londres y reconocimiento de la Indepencia peruana por el gabinete de San James, sino que se extendía a buscar entre los príncipes de la sangre, uno que sin más condición que la de abjurar del protestantismo, aceptara el título de emperador del Perú.
El hugonote Enrique IV dijo, en una situación idéntica:—Bien vale París una misa.—¿Habría un príncipe inglés dicho lo mismo por el Perú, en tiempos en que aun no se explotaban huano y salitre?
En caso de no encontrarse en Inglaterra quien de buen grado se prestara á hacernos el favor de ser nuestro señor, se recurriría á un príncipe ruso, alemán ó austriaco; y si estos hacían ascos al regalo, estábamos llanos á conformarnos con un infante de Francia ó de Portugal.
Hasta el duque de Luca era bueno para amo de la tribu.
Aquello era andar á pesca de rey-He aquí el documento comprobatorio:
Estando reunidos en la sala de sesiones del Consejo de Estado, los Consejeros Iltmo. Honorable señor don Juan García del Rio, Ministro de Estado y Relaciones Exteriores, fundador de la Orden del Sol; Iltmo. y Honorable señor coronel don Bernardo Monteagudo, Ministro de Estado en el departamento de Guerra y Marina, fundador de la Orden del Sol; Iltmo. y Honorable señor doctor D. Hipólito Unánue, Ministro de Estado en el departamento de Hacienda y fundador de la Orden del Sol; el señor doctor don Francisco Javier Moreno y Escandón, Presidente de la Alta Cámara de Justicia; el Ilustrísimo y Honorable señor Gran Mariscal conde del Valle de Oselle, marqués de Montemira y fundador de la Orden del Sol; el señor Dean doctor don Francisco Javier de Echagüe, Gobernador del Arzobispado y asociado a la Orden del Sol; el Honorable señor General de división, marqués de Torre Tagle, inspector de los cuerpos cívicos y fundador de la Orden del Sol; los señores condes de la Vega del Ren y de Torre Velarde, asociados á la Orden del Sol; bajo la presidencia del Excelentísimo Protector del Perú, acordaron extender en el acta que las bases de negociaciones que entablen cerca de los altos poderes de Europa, los enviados, Ilustrísimo y Honorable señor don Juan García del Río, fundador de la Orden del Sol y Consejero de Estado, y Honorable señor coronel don Diego Paroissien, fundador de la Orden del Sol y oficial de la Legión de Mérito de Chile, sean las siguientes:
1.ª Para conservar el orden interior del Perú y a fin de que este Estado adquiera la respetabilidad exterior de que es suceptible, conviene el establecimiento de un gobierno vigoroso, el reconocimiento de la independencia, y la alianza ó protección de una de las potencias de primer orden en Europa. La Gran Bretaña, por su poder marítimo, su crédito y vastos recursos, como por la bondad de sus instituciones. y la Rusia por su importancia política y poderío, se presentan bajo un carácter mas atractivo que las demás: están de consiguiente autorizados los comisionados para explorar como corresponde y aceptar que el Príncipe de Sussex Cobourg, ó en su defecto, uno de los de la dinastía reinante de la Gran Bretaña, pase á coronarse Emperador del Perú. En este último caso darán la preferencia al Duque de Sussex, con la precisa condición que el nuevo jefe de esta monarquía limitada, abrace la religión católica, debiendo aceptar y jurar al tiempo de su recibimiento, la Constitución que le diesen los representantes de la nación; permitiéndosele venir acompañado, a lo sumo, de una guardia que no pase de trescientos hombres. Si lo anterior no tuviese efecto, podrá aceptarse algunas de las ramas colaterales de Alemania, con tal que esta estuviera sostenida por el gobierno británico; ó uno de los Príncipes de la casa de Austria con las mismas condiciones y requisitos.
2.ª En caso de que los comisionados encuentren obstáculos insuperables por parte del Gabinete británico, se dirigirán al Emperador de la Rusia, como el único poder que puede rivalizar con la Inglaterra. Para entonces estén autorizado los enviados para aceptar un Príncipe de aquella dinastía ó algun otro á quien el Emperador asegure su protección.
3.ª En defecto de un Príncipe de la casa Brunswick. Austria ó Rusia aceptaran los enviados alguno de la de Francia y Portugal; y en último recurso podrán admitir de la casa de España al duque de Luca, sujetándose en un todo á las condiciones expresadas, y no podrá de ningun modo venir acompañado de mayor fuerza armada.
4.ª Quedan facultades los enviados para conceder ciertas ventajas al gobierno que más nos proteja, y podrán proceder en grande para asegurar al Perú una fuerte protección y para promover su felicidad.
Y para su constancia lo firmaron en la sala de sesiones del Consejo, á 24 de Diciembre de 1821, en la heroica y esforzada ciudad de los Libres.
José de San Martín,
El Conde del Valle de Oselle,
El Conde de la Vega del Ren,
Francisco Javier Moreno,
Francisco Javier de Echagüe,
El Marqués de Torre Tagle,
Hipólito Unanue,
El Conde de Torre Velarde,
Bernardo Monteagudo.
Mientras se mendigaba en Europa un monarca para el Perú, San Martín y su ministro trabajaban infatigablemente para que el futuro rey encontrase ya bien aclimatado el elemento monárquico. No fué otro el objeto que se tuvo en mira al crear la Orden del Sol, dividida en tres categorías. Ella era el molde en que iba á fundirse una nueva aristocracia, que, en cuanto á la antigua, un decreto había declarado subsistentes los títulos de condes y marqueses, haciendo sólo ligeras alteraciones heráldicas en escudos y blasones.
Como auxiliar poderoso para la propaganda de la idea monárquica, estableció Monteagudo la Sociedad Patriótica de Lima, adornándola con ciertas formas de asociación literaria. El presidente de la Sociedad era Monteagudo, el vice-presidente Unanue, y el secretario Mariátegui. En ella los republicanos estaban en minoría.
El canónigo don José Ignacio Moreno, hizo la apología de los gobiernos monárquicos, en un discurso preparado ad hoc: pero encontró un adversario formidable en otro sacerdote, el doctor don Mariano José de Arce. La sesión fué borrascosa y Monteagudo tuvo que suspenderla.
En las sesiones sucesivas, don Manuel Pérez Tudela, don Pedro La Torre y Sánchez Carrión, en un elocuente discurso el primero, y los otros por medio de escritos que enviaron á la Sociedad, continuaron la defensa de la buena causa. Según afirma Mariátegui, en el curioso folleto histórico que publicó en 1869, Luna Pizarro, comprometido á hablar sobre la materia, renunció á hacer uso de la palabra, cediendo á una amistosa insinuación de Unanue, partidario de la monarquía.
Las actas de la Sociedad Patriótica se conservaban inéditas en el Archivo de la Biblioteca Nacional, y recientemente han sido publicadas por Odriozola en el tomo XI de su colección de Documentos históricos.
Para dar consistencia al plan de monarquizar la América, salieron el general Luzurriaga para Buenos Aires, Cavero y Salazar para Chile, y Morales Ugalde para México; reservándose San Martín el atraer á su proyecto á Bolívar, árbitro de los destinos de Colombia.
Sabido es que en los tres días que duró la entrevista de Guayaquil, si bien estuvieron hasta cierto punto los dos prohombres de acuerdo en la conveniencia de implantar la monarquía como forma definitiva de gobierno para los pueblos americanos, disintieron en cuanto á la persona del monarca. Bolívar, como lo probó más tarde, quería la corona, la dictadura ó la presidencia vitalicia (cuestión de nombre) para el que, con su espada en los campos de batalla y engrandecido por el éxito y la aureola de gloria, conquistase el derecho de ocupar, no el asiento de un hombre, sino el pedestal de un semidiós.
Bolívar tenía mucho de poeta, y San Martín mucho de hombre práctico.
Quizá los planes de monarquía proyectados por el hábil y perseverante Monteagudo, habrían alcanzado á ser una realidad, si Dios no le hubiera opuesto en su camino al doctor don José Sánchez Carrión.
Sánchez Carrión había nacido en Huamachuco en 1787, y era, por consiguiente, casi de la misma edad de Monteagudo. Educado en el ilustre convictorio de San Carlos, donde llegó á ser catedrático, mereció por su liberalismo severas reprensiones, y aun amenazas, de los Virreyes Abascal y Pezuela.
Proclamada la Independencia, fué Sánchez Carrión uno de los más entusiastas patriotas, y el primero que en la Abeja Republicana y el Correo Mercantil, periódicos del año 22, combatió las ideas monárquicas de Monteagudo. Afírmase que las célebres Cartas del solitario de Sayán, fueron hijas de su enérgica pluma.
Los dos adversarios eran dignos el uno del otro. Ambos, en la plenitud de la vida, grandes pensadores, elocuentes, escribiendo con igual vigor y elegancia en defensa de su doctrina.
Los republicanos rodearon á Sánchez Carrión y lo reconocieron tácitamente por su jefe, obligándolo á organizar la resistencia.
Sólo Sánchez Carrión podía salvar la república. Y hombre de la revolución, pues la revolución exige caracteres enérgicos y resueltos, hizo imposible la monarquía en el Perú.
Ya hemos dicho que el destierro de Monteagudo fué obra de la Logia republicana, que supo diestramente servirse de las pasiones populares.
Sánchez Carrión comprendió que Monteagudo podía venir más tarde del destierro y recrudecer la lucha. Era preciso ponerse para siempre á cubierto del peligro. La causa democrática, con un enemigo como Monteagudo, podía ser vencida mañana. Lo urgente era hacer imposible para Monteagudo el Perú.
El Congreso comisionó á Sánchez Carrión y al poeta Olmedo, diputados ambos, para que fueran á Guayaquil en busca de Bolívar. A la sagacidad y talento del representante por Trujillo no se escondió, desde su primera conversación con el héroe de Colombia, que la fe republicana de éste no era inquebrantable, y que mantenía correspondencia con Monteagudo.
En la sesión secreta del 3 de Diciembre, Sánchez Carrión inspirándose en sus sentimientos democráticos, pronunció uno de sus mejores discursos en apoyo de una proposición sobre la que, en sesión siguiente, emitieron favorable dictamen Luna Pizarro, Tudela y Aranívar.
Aquel día, en el número tercero del Tribuno, periódico redactado por Sánchez Carrión, apareció un artículo muy acre, probando la justicia y conveniencia de la ley. Citemos esta frase: Ya todo republicano puede decir:—¡Desde que ha caído Monteagudo, no siento la montaña que me oprimía!
Estudiosamente hemos copiado estas palabras, porque ellas dan la medida de la importancia política, del prestigio del coronel Monteagudo y del miedo que inspiraba á sus contrarios.
En el número 6 del Tribuno es todavía más explícito, si cabe, Sánchez Carrión:—«Con razón, dice, está Monteagudo fuera de la ley, y sin responsabilidad cualquiera que acometa á su persona, cuando una imprudencia hasta hoy desconocida ó su mala ventura, lo conduzca á nuestras costas. Merece honores y premios en vez de suplicio, por haber extirpado al más pestifero de los enemigos de Roma, decía Tulio por Milón, cuando éste mató á Clodio. Nosotros no deseamos tanto mal al que especuló con nuestros destinos como un propietario con sus rebaños. Manténgase distante de nuestro suelo, pero olvídese para siempre del Perú, que lo detesta y detestará mientras viva. Con su separación, hasta la atmósfera tomó otro aspecto; tanto influye la caída de un tirano.»
Por estas líneas se ve que entre Sánchez Carrión y Monteagudo, quedaba declarada una guerra sin cuartel.
Además circularon por entonces unas décimas contra Monteagudo y que se atribuyeron á su adversario, en las cuales se glosaba esta redondilla:
Ya Lima mudó de estilo
cambiando en risa sus quejas;
si antes lloraba á madejas,
ya se ríe de hilo en hilo.
La victoria de Ayacucho hacía á Bolívar señor absoluto del Perú.
Desde el 7 de Diciembre de 1824 se encontraba Bolívar en Lima, acompañado de Monteagudo.
El Libertador, á quien desde el 10 de Febrero de ese año había el Congreso investido de la dictadura, soñó en adueñarse para siempre del poder supremo. Pero, hombre de lucha más que de organización, necesitaba tener á su lado una cabeza que lo ayudase eficazmente en su empresa. Buscó y encontró. Ese aliado no podía ser otro que don Bernardo Monteagudo.
En efecto, el publicista argentino se unió á Bolivar antes del 6 de Agosto de 1824, pues se encontró en la Batalla de Junín entre los que formaban la comitiva del Libertador; y se consagró á preparar las bases de la presidencia vítalicia, resumidas en la Constitución boliviana del año 25.[2]
Unanue, Pando, Larrea y Laredo, Figuerola y Estenós, trabajaban también porque el sueño dorado de Bolívar se convirtiese en realidad.
Sólo Sánchez Carrión, que desde el 24 de Marzo de 1824 desempeñaba un ministerio, combatía en el seno del gobierno, las asechanzas contra la República.
El Congreso mismo, después de Ayacucho, se convirtió en turiferario del vencedor, y con pocas excepciones, era dócil juguete de la ambición de Bolívar.
Los diputados protestantes como Luna Pizarro, Mariátegui, Colmenares, Rodríguez de Mendoza, Méndez Lachica, Ramírez de Arellano, Arce, y dos ó tres más, así como el almirante Guisse, el coronel Brandsen y muchos distinguidos jefes del ejército, reorganizaron la antigua Logia republicana, cuyo presidente era Sánchez Carrión.
Preparándose Bolívar para emprender su paseo triunfal hasta Potosí, delegó el mando político y militar en una Junta de Gobierno compuesta de La Mar, Sánchez Carrión y Unanue:—un demócrata tibio, un republicano ardiente y un monarquista solapado.
Entretanto, la obra de Monteagudo adquiría gran consistencia y su triunfo parecía inevitable. Bolívar era una voluntad resuelta, pero necesitaba de otra inteligencia que se encargara de los detalles ó pormenores del plan, y por lo tanto, aislado, entregado á sí mismo, no era un enemigo temible.
Urgía salvar la República; y para ello era preciso obrar inmediatamente y sin vacilación. Monteagudo era un coloso y había que derribar al coloso, sin detenerse en los medios.
La República estaba perdida si no se ocurría á un expediente extremo.
La Logia resolvió atropellar por todo para salvar la República.
A las siete y media de la noche del 28 de Enero de 1825 dirigíase Monteagudo á visitar á una amiga, [3] en la calle de Belén, cuando al acercarse á un pilancón (que estaba situado entre las dos puertas que hoy forman la entrada á la estación del ferrocarril de Lima al Callao) fué alevosamente herido sobre el corazón, dejándole el asesino clavado el puñal. Nadie oyó un grito ni presenció el crimen. La calle era solitaria, y la luna no había aún disipado la lobreguez.
Los transeúntes que descubrieron el cadáver lo condujeron á la vecina iglesia de San Juan de Dios.
Claro era que tal crimen no se había cometido por robar á la víctima, pues ésta conservaba un prendedor de brillantes valorizado, según dice Heres en las Memoria: de O'Leary, en tres mil quinientos pesos, un magnífico reloj con sellos, seis onzas de oro y algunas monedas de plata en el bolsillo. El prendedor fué entregado á Bolívar por el argentino coronel Dehesa, quien, para impedir su extravío, lo había apartado de encima del cadáver.
La víspera de ser asesinado, estuvo Monteagudo hasta las once de la noche, en casa de su compatriota y amigo íntimo el coronel don Manuel José Soler, acompañándolo en su agonía, pues Soler falleció á esa hora. Al regresar a su domicilio (que era en la calle de Santo Domingo y en la casa que hoy ocupan los señores Dreiffus hermanos) encontró don Bernardo, bajo la puerta, un pasquín, al que no dió importancia, con estas palabras:—Zambo Monteagudo, de ésta no le desquitas.—Venezuela.
Monteagudo era hombre que vestía con esmero y elegancia, cuidando mucho de la compostura de su persona. Sus enemigos lo recriminaban por su propensión al lujo y al sibaritismo, y le atribuían muchas y muy escandalosas aventuras galantes. En realidad, Monteagudo era extremadamente sensual y muy dado al culto de Venus. El hombre era un ejemplar de neurosismo erótico.
La noticia del asesinato esparcióse por la ciudad, produciendo gran agitación. Algunos encontraban lógico que el expulsado del Perú hubiera tenido tan triste fin; pues la disposición del Congreso, que lo colocaba fuera de la ley, no había sido derogada. ¡Fatal olvido![4]
Bolívar llegó á las nueve de la noche á San Juan de Dios, donde es fama que, contemplando el cadáver, exclamó muy conmovido:—¡Monteagudo! ¡Monteagudo! Serás vengado.
Los funerales del ilustre argentino se celebraron con poco boato, y su apoderado don Juan José Sarratea, hizo los gastos del entierro, pues la víctima no dejaba fortuna.
Hoy (1878) gracias al celo de un inspector de Beneficencia, se han exhumado los restos de Monteagudo, y comprobada su identidad, ha dispuesto el gobierno que se depositen en modesto mausoleo.
El mismo Sarratea publicó, algún tiempo después, los borradores incorrectos de una obra que escribía Monteagudo y que dejó inconclusa. Titúlase: Ensayo sobre la Necesidad de una federación continental.
Otra de las producciones de Monteagudo es la Memoria que, en Marzo de 1823, publicó en Quito, en respuesta á la exposición con que el Cabildo de Lima justificaba su destierro. En ese documento, escrito con admirable galanura de estilo y con mucho vigor de argumentación, aboga abiertamente por la monarquía en América. Confiesa que, antes de su viaje á Inglaterra, era republicano ardoroso.—«Ser patriota, dice, sin ser frenético por la democracia, era para mí una contradicción. En 1819 ya estaba sano de esa fiebre de que casi todos hemos padecido; y ¡desgraciado del que con tiempo no se cura de ella!»
Pasemos á examinar el proceso seguido al asesino.
La primera medida de la autoridad fué poner presos al farmacéutico don Santos Peña y al cirujano don Francisco Román, que se hallaba de tertulia en la botica de aquél; porque, habiéndose perpetrado el crimen frente al establecimiento de Peña, era razonable presumir que algo hubieran visto ú oído; pero, pasados ocho días, se dispuso su libertad, pues ambos probaron haber estado ciegos y sordos. Además eran dos hombres honrados y bonachones, incapaces de mezclarse en barullos políticos.
El puñal encontrado sobre el cuerpo de la víctima debía conducir al descubrimiento del criminal. Bolívar se fijó en que era nuevo y recientemente afilado.
Convocados los cuarenta y tres barberos que en la ciudad había, Jenaro Rivera reconoció el puñal, y dijo que el día 26 fué á su tienda, situada en la calle de Plateros de San Agustín un negro, como de veinte años de edad, y le pagó un real porque afilase dicha arma; que ignoraba su nombre, pero que, si le veía, podría señalarlo.
Promulgóse inmediatamente bando convocando á los hombres de color para que, á las doce de la mañana del 30, se presentasen en el patio del palacio, conminando bajo severas penas á los que no concurriesen.
Así fué apresado aquella mañana Candelario Espinoza, negrito claro, de diecinueve años de edad, y que había sido soldado de caballería en el ejército patriota. A esa edad contaba ya otro asesinato y, varios robos.
Pocas horas después, la policía aprehendía á Ramón Morcira, limeño como Espinoza, esclavo, zambo, y de veintidós años.
Este declaró que Espinoza lo había comprometido para practicar un robo en la calle de la Trinidad; que encontraron por San Juan de Dios á un caballero muy bien vestido, y que su compañero le dijo: Ese tiene reloj, vamos á quitárselo: que Espinoza se abalanzó sobre el transeunte, cuchillo en mano; que emprendieron la fuga, y por el camino le dijo:—Hasta el cuchillo se lo ha dejado adentro; vaya por las que ha hecho; y concluyó diciendo que sólo por la voz pública había llegado á saber que el asesinado era el coronel Monteagudo.
Espinoza empezó por negar su crimen. Careado con Moreira, confesó que realmente había dado muerte á un caballero ignorando que fuese el coronel Monteagudo; pero sólo con el propósito de robarlo, pues nadie lo había instigado ni ofrecido recompensa por la acción.
A pesar del empeño y argucias del juez, el reo permaneció encastillado en su primera declaración.
Bolívar comisionó entonces al coronel Espinar, su secretario en otra época, y éste, más sagaz ó afortunado, consiguió que Espinoza conviniera en revelar su secreto; pero al Libertador en persona.
No consta del proceso; pero el coronel Espinar refirió, en 1856, al que esto escribe, que á las once del 31, fué Candelario llevado con esposas y grillos. Lo subieron cargado en hombros de los soldados. El Libertador se hallaba acompañado de los señores Unanue, Pando y general don Tomás Heres. Mandó que dieran á Espinoza una copa de vino, pues desde la hora de su prisión no había tomado alimento. Además, la tortura que le aplicaron en la cárcel lo tenía muy debilitado.
Bolívar se encerró con el reo, y después de empeñarle palabra de que le salvaría la vida, hízole el criminal revelaciones que serán siempre un secreto para la Historia; pero que debieron ser de gran importancia si se atiende á que, más tarde, para cumplir su palabra, tuvo el Libertador que hacer uso de las facultades discrecionales que le acordaba la dictadura.
Todo lo que se supo de la entrevista fué que un guayaquileño, portero del Cabildo, poseía, para asesinar á Bolívar, un puñal idéntico al empleado para dar muerte á Monteagudo. Este guayaquileño llamábase José Pérez. Habia sido alabardero del virrey, y era dueño de una panadería en la calle de las Animitas.
En su nueva declaración, Candelario Espinoza acusa á don Francisco Moreira y Matute, á don Francisco Colmenares y a don José Pérez, el guayaquileño, de haberlo comprometido ofreciéndole tres mil pesos porque asesinara á Monteagudo. Según nos ha referido el coronel don Rafael Grueso, Candelario Espinosa reveló también al Libertador que había existido un complot para asesinar á éste en el baile que dió la Universidad el 20 de Enero, en celebración del triunfo de Ayacucho, crimen cuya ejecución impidieron ciertas casuales circunstancias. Más de un año permanecieron en la cárcel estos señores, sobreabundando en el proceso las pruebas de su inocencia. Al fin, fueron definitivamente absueltos.
También estuvo presa, por pocas horas, una señora de la antigua aristocracia limeña, por haber dicho, refiriéndose al fallecimiento del coronel Soler y al asesinato de Monteagudo:—Dios los perdone; tan pícaro el uno como el otro.
Estando ya la causa para fallarse por la Corte Suprema, dispuso el ministro Unanue, en 26 de Marzo, la creación de un tribunal ad hoc compuesto de López Aldana, Larrea y Loredo y Valdivieso, como vocales, y Galdeano y Tellería, como auditores, por haberse excusado el doctor don Mariano Alvarez quien fundó su excusa en que para cumplir bien con el cargo tenía que empezar por poner en la cárcel á un ministro de Estado. Aludía á Sánchez Carrión.
Fué en esta ocasión cuando el doctor don Manuel Lorenzo Vidaurre, presidente de la Corte Suprema, dijo refiriéndose a Candelario Espinoza:—Es mi dictamen que este negro oculta un gran secreto, y que ninguno de los tres á quienes acusa tiene arte ni parte en el asesinato... [5]
Vidaurre tenía una mirada de águila, era un talento privilegiado, un espíritu observador y sereno. Quizá, entre todos los del círculo político de Bolívar, era el único que veía claro en el drama de Monteagudo.
Todos los tribunales por los que pasó este proceso, estuvieron uniformes en condenar á Espinoza á la pena de muerte, y á su cómplice Ramón Moreira á la de diez años de presidio, absolviendo á los tres señores acusados.
Cada vez que un tribunal fallaba, se daba aviso a Bolívar, ausente á la sazón en el Sur. En nota de 4 de Septiembre, fechada en La Paz y suscrita por su secretario Estenós, y en otro oficio de Oruro, del 25 del mismo mes, hacía hincapié el Libertador en que no debía quedar sin efecto su promesa de perdonar la vida al reo.
Insistiendo los tribunales en no alterar su fallo, Bolívar, con fecha 4 de Marzo de 1826, expidió el siguiente decreto:—«Usando de las facultades extraordinarias de que me hallo investido, vengo en conmutar la pena ordinaria á que ha sido condenado Candelario Espinoza, en diez años de presidio al de Chagres y extrañamiento perpetuo de la República: á Ramón Moreira en seis años de presidio en el mismo sitio, en lugar de los diez á que ha sido condenado: y en lo demás, que se lleve á efecto lo contenido en dicha sentencia.»
Nótese que en toda la vida pública de Bolívar, en el Perú, fué éste el único decreto en que hizo gala del poder dictatorial de que estaba investido.
Entramos en la parte más comprometida del presente estudio histórico. Nos hemos formado una convicción, y ésta es la que sinceramente ofrecemos al juicio público.
Si la causa de la monarquía tuvo en Monteagudo el más inteligente y ardoroso apóstol, el principio republicano halló en Sánchez Carrión, el Cristo que, con el sacrificio de su vida, selló el triunfo del elemento democrático.
Sigamos exponiendo los hechos.
Pocos días después de la entrevista de Bolívar con Candelario Espinoza y de las revelaciones que éste, le hizo, asegúrase que estuvo una mañana el ministro Sánchez Carrión en el pueblecito de la Magdalena, residencia veraniega del Libertador, platicando con éste sobre asuntos del servicio público. Invitólo su Excelencia á almorzar. [6]
Para Bolívar y sus áulicos era una convicción que la muerte de Monteagudo fué obra de la Logia republicana. Quizá Sánchez Carrión fué una víctima inocente; tal vez no conoció siquiera el plan de asesinato tramado por algunos de sus compañeros, asustadizos ó impacientes.
Desde el día del siniestro desayuno, la vigorosa salud de Sánchez Carrión empezó á decaer, y el 25 de Febrero pasó un oficio al gobierno, anunciando que se hallaba gravemente enfermo é imposibilitado para atender al despacho del ministerio. El general don Tomás Heres, por orden del Libertador, le contestó con frases de estricta cortesía.
Preparándose Bolívar para emprender su paseo triunfal al Sur, expidió, con fecha 9 de Abril, el decreto siguiente:
Considerando; que el Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores Dr. D José Sanchez Carrión se halla gravemente enfermo, he venido en decretar y decreto: El Consejo de Gobierno se compondrá, interinamente y mientras dura la ausencia del Gran Mariscal D. José de La Mar, del Dr. D. Hipólito Unanue, quien ejercerá también interinamente la Presidencia del Consejo, siendo Vocales los Ministros, general D. Tomás Heres y Dr. D. José María Pando, hasta que restablecido el Dr. Sanchez Carrión vuelva a encargarse del despacho e su Ministerio.
Desde que Sánchez Carrión cayó enfermo, era voz general que había sido envenenado. ¿Por quién? Nadie se atrevía á decirlo.
Uno de los tres médicos que asistían al doliente, el coronel Moore, cirujano inglés, designó el mismo tratamiento que se emplea para combatir una intoxicación; y sus colegas, lejos de combatir su opinión, se sujetaron á ella.
La ciencia alcanzó, por el momento, á salvar á Sánchez Carrión.
Entrado en el período de convalescencia, los facultativos le aconsejaron que, dando de mano á los asuntos públicos, cambiase el temperamento de Lima por el de Lurín.
Cuando, en los primeros días de Junio, se hizo notoria la muerte de Sánchez Carrión, tomaron mayor incremento los antiguos rumores de que el esclarecido republicano había sucumbido á los estragos de un veneno.
Don Hipólito Unanue, que á la sazón desempeñaba la Presidencia, creyó comprometido el decoro del gobierno, y comisionó al doctor don Cayetano Heredia, director anatómico, para que, encaminándose á Lurín, practicase la autopsia del cadáver.
El informe de Heredia fue un tanto ambiguo y sólo se publicó la parte final de él, en que dice: que una rápida descomposición del hígado, había producido el prematuro fin del ilustre tribuno.
Como Monteagudo, murió Sánchez Carrión á los treinta y nueve años de edad.
A la vez que, en la Gaceta de Gobierno, el clérigo Larriva publicaba un magnífico artículo biográfico sobre Sánchez Carrión, enalteciendo sus servicios á la causa democrática, el monarquista Unanue dictaba un decreto convocando á elecciones, pues con la desaparición del gran repúblico, quedaba expedito el campo para secundar los ambiciosos proyectos de Bolívar.
Fué el 28 de Junio, en el Cuzco, y á los dos días de su entrada triunfal en la ciudad de los Incas, cuando Bolívar recibió la noticia del fallecimiento de su ministro.
—Pierde el Perú un gran carácter y una gran cabeza; pero también se libra de un hombre muy peligroso.
Tal fue el elogio fúnebre que hizo el Libertador del hombre á quien, con justicia, consideraba como el alma de la resistencia para la realización de sus fines antidemocráticos.
Pronto, muy pronto convencióse Bolívar de que los hombres mueren, pero la libertad es inmortal.
La Logia antipersa con Luna-Pizarro, Ferreiros, Mariátegui y demás patriotas, se mantuvo firme en la lucha contra el despotismo, alcanzando á llevar á buen término la obra comenzada por el enérgico Sánchez Carrión.
Bolívar tuvo que renunciar á su político ideal, porque le faltaron colaboradores del temple é ilustración de Monteagudo; y abrumado por las decepciones, fué á morir, víctima de la tisis, en el hospitalario hogar de San Pedro Alejandrino.—De él, mejor que de Napoleón, puede decirse con un poeta:—Después de Luzbel, ni ángel ni hombre han caído desde mayor altura.
Lima, Octubre 20 de 1877.
- ↑ En el importante libro que sobre Monteagudo publicó en Buenos Aires, en 1889, el juicioso escritor don Mariano Pelliza, hay documentos irrefutables que comprueban el nacimiento de Monteagudo en Tucumán. Fué hijo legitimo de un español, capitán de patricios. Otro publicista uruguayo, el señor Freguetro, apoyándose en las Cláusulas testamentarias del padre de Monteagudo, conviene también en que fué Tucumán la cuna de don Bernardo.
- ↑ El periodista español, don Gaspar Rico y Angulo, publicaba entonces en el Callao un periodiquito—El Depositario—del cual existió colección completa en la Biblioteca de Lima.—En el número correspondiente al 3 de Agosto de 1824, dice que Monteagudo desembarcó en Huanchaco, para reunirse á Bolívar, el 17 de Abril de ese año; y que el doctor don Felix Devoti, al verlo en el puerto, montó inmediatamente á caballo y a galope se fue a Trujillo para comunicar la noticia á Sánchez Carrión y Mariátegui, que estaban alojados en una misma casa. El caústico Rico y Angulo hace largo comentario sobre la impresión que en los dos produjo la noticia.—Un escritor uruguayo juzga en los términos siguientes el regreso del proscrito:
«La presencia de Monteagudo en Trujillo fué un acontecimiento de verdadera trascendencia, en su vida, porque es muy posible, que desde ese instante quedará resuelta su desaparición del escenario político. En efecto: allí se encontró con sus más implacables enemigos. (Sánchez Carrrión y Mariátegui,) con los autores de su caída y de su terrible prescripción: allí, al lado de Bolívar, estaba su antagonista, el arrogante Sánchez Carrión desempeñando el ministerio. Los odios nuevamente encendidos tenían que hacer explosión, y ni la espada vencedora de Bolívar, ni la magnitud de los servicios prestados al Perú, serían bastantes á detener la oculta y crispada mano que, movida por el delirio de la pasión, se ensayaba el amparo de las sombras, para asestar traidoramente en el esforzado pecho del gran tribuno el puñal homicida.»
(Fregueiro—Estudios históricos, pag, 383.) - ↑ Doña Juana Salguero, que más tarde casó con el coronel don Joaquín Torrico.
- ↑ Mes y medio antes de realizarse el asesinato de Monteagudo, lo auguraba don Tomás Heres en una carta que, fechada en Chanca y á 8 de diciembre de 1824, dirigió á Bolivar, carta que se encuentra impresa en el tomo V. de las Memorias de O' Leary. Dice Heres en esa carta:—«El pobre Monteagudo está, en el dia, como los apóstoles en el nacimiento del cristianismo; donde no los ahorcaban los perseguían. ¡Ojalá que el apostolado de Monteagudo no lo conduzca algun dia al martirio!»
- ↑ Don Manuel Bilbao publicó en Lima, en 1851, tratadito de Historia del Perú para uso de las escuelas, en el cual dice: que en Lima todos acusaban a Sánchez Carrión del asesinato de Monteagudo. Por entonces, á nadie escandalizaron las palabras de Bilbao. Pero en 1879, con motivo de la polémica casi continental á que dió origen mi opúsculo, escribía Bilbao, en Buenos Aires, en el número 426 de La Libertad, refutando a uno de mis impugnadores:—«Respecto al asesinato de Monteagudo, hace mal en apoyarse en opiniones de otro para contradecir á quien ha visto lo que no ha visto aún el señor Paz Soldán. Es el proceso que se siguió al asesino por el fiscal señor Zeballos: y al cual se depuso para que no llevase adelante las investigaciones. Paz Soldán no ha visto el verdadero proceso que quedó oculto. y se hizo desaparecer del Archivo por influencia de un ministro.» Añadirémos á esta numeración de Bilbao que, posteriormente, se ha encontrado parte del primer proceso, y que esta se halla hoy (1883) entre los manuscritos de la Biblioteca de Lima.
- ↑ No hacemos hincapié en este detalle. El general Mosquera, en la polémica que suscitó este escrito, refiere de distinta manera los pormenores: pero, en lo principal, viene á quedar completamente de acuerdo con nosotros.