Más sobre el himno nacional
MAS SOBRE EL HIMNO NACIONAL
Señor doctor don Ignacio Gamio, director de gobierno.
Queridísimo amigo:
Há poco más de quince años que, con el título de «La tradición del Himno Nacional» publiqué, no recuerdo en cuál periódico de Lima, una biografía del maestro Alcedo, fallecido en 1879. La encontrará usted, si se despierta su curiosidad por conocerla, en la página 120 del cuarto tomo de Tradiciones Peruanas. (Edición de Barcelona).
Decía en ese artículo que mejores versos que los de don José de La Torre Ugarte merecía el magistral y solemne himno de Alcedo. Las estrofas, inspiradas en el patrioterismo que por esos días dominaba, son pobres como pensamiento y desdichadas en cuanto á buen gusto y corrección de forma. Hay en una de ellas mucho de fanfarronada, y en las otras poco de la verdadera allivez republicana. Pero, con todos sus defectos, debemos acatar la letra como sagrada reliquia que nos legaron los con su sangre fecundaron la libertad y la república. Sobre todo, cambiar los cuatro versos del coro sería hacernos reos de sacrilega profanación.—Esto escribí, sobre poco más o menos.
Solo los ríos no vuelven atrás, amigo Gamio, y después de corridos quince años, ya no extremo mi opinión contra el cambio de estrofas. Aparte de que siempre he dicho que son malas con M de Manicomio, no incurriremos en pecado gordo sacrificándolas ante la cordialidad del afecto que hoy nos liga con España. Olvidemos el pasado y abramos cuenta nueva, que ojalá perdure por los siglos de los siglos.
Pero no transijo con que se cambien los cuatro decasílabos del coro. Conservémoslos, como inmortal recuerdo de nuestros días épicos. Conservémoslos, porque ese coro lo cantaron los peruanos en el llano de Junín, después de la victoria, y lo cantaron también á la falda del Condorcunca el día en que lució el espléndido sol de Ayacucho. Conservémoslos, porque tres generaciones han sido arrulladas con las palabras de ese coro que todo peruano conserva en la memoria. Conservémoslos, en homenaje respetuoso á los próceres que nos dieron patria.
Las estrofas no se hallan en la misma condición: no son populares. A lo sumo, la menos mala aquella del largo tiempo en silencio gimió—(eso del gemido silencioso echa chispas) la saben algunos, no muchos. Para la generalidad pasará casi inadvertido el cambio de estrofas, y eso no sucederá tratándose del coro.
Un municipio de mi tierra se propuso, hará cuarenta años. que los muchachos aprendiesen geografía en los letreros de las esquinas. Los añejos nombres de las calles, que todos tenían su razón de ser porque conmemoraban un suceso ó el apellido de algún personaje, nombres todos que conservaron por dos ó tres siglos, fueron cambiados por los de departamentos y provincias. ¿Quién, en Lima, y no excluyo á los señores concejales, sabe de corrido y sin consultar el plano cuál es la calle de Quispicanchis, por ejemplo, ó la de Chumbivilcas? Todos nos atenemos á los nombres antiguos.
Cuatro cuartos de lo mismo nos pasaría con un nuevo coro. El pueblo, á guisa de protesta, gritaría en las fiestas del 28 de Julio: ¡el viejo! ¡el viejo! ¡fuera el nuevo! Amigo Gamio, lo que nos entró con el capillo, sólo se irá con el cerquillo.
Habiendo exteriorizado, desde ya larga fecha, mi opinión, convendrá usted conmigo en que me falta la cualidad más esencial en un jurado: la imparcialidad. En este asunto del himno quizá estoy apasionado, lo que me inhabilita para desempeñar la honorífica comisión con que la benevolencia de S. E. el Presidente y el personal afecto del señor ministro me han distinguido.
A los conceptos que en esta carta apunto obedece la renuncia que le acompaño, conceptos que la rigidez del estilo oficial no me consentía expresar en una nota.
Pidiéndole excusa por el tiempo que le he quitado con la lectura de estos renglones, me reitero de usted afectuoso amigo que todo bien le desea.
Señor don Ricardo Palma:
- Mi respetado y muy querido amigo:
Su carta de 21 de este mes y la nota con que vino acompañada llegaron á mis manos al siguiente día; y si hasta hoy no les he dado respuesta ha sido por aguardar el acuerdo supremo que ayer se verificó.
Renuncia usted la presidencia del Jurado que ha de conocer del cambio de la letra de nuestro himno patrio; y S. E. y el señor Ministro no ven, para la resolución de usted, gran fundamento.
Si cree—como me lo dice—que son las estrofas del himno las que deben ser cambiadas, por su pésimo gusto literario, y por ser ya inoportunos los arranques de patrioterismo que contienen, y si desea, como deseo yo y desean muchos, que se conserven los decasílabos del coro, que encierran el primer grito de nuestra ventura al reconquistar la libertad, es una razón más para que forme usted parte del Jurado, á fin de sostener sus opiniones, y vencer de todos modos, aduciendo razones que sus colegas no desoirán.
Pero negar su contingente valiosísimo el literato maestro, cuando se trata de un delicado asunto; no querer que su nombre se mezcle en esa forma impuesta por una necesidad generalmente sentida; y exponer á la autoridad suprema, á que quizás tenga que verse precisada á designar personas muy reputadas por su talento y su vasto saber, pero que no midan los puntos de prestigio y de universal renombre del ilustre Director de nuestra Biblioteca Nacional, para poder dar á la reforma la seriedad conveniente, es algo que no tiene explicación.
Por lo mismo es para mí seguro que, cuando lea estos renglones que le llevan la confidencial noticia de que su renuncia no ha sido aceptada, tendrá usted que variar su propósito, resignarse á la tarea en cuestión. No carece ella de espinas, bien lo sé; pero, á la larga, vendrá á ser dulce para su corazón de peruano, cooperar al fin plausible que ha movido al supremo gobierno.
A la obra, pues, mi noble y muy querido amigo; y que tenga el país que agradecer esta nueva muestra de patriotismo puro, al que, con sus altísimos dotes y su voluntad inquebrantable, le ha consagrado todos sus desvelos. Estrecha á usted la mano á la distancia, el primero de sus admiradores cariñosos, último de sus amigos humildísimos.
Señor don J. Ignacio Gamio:
- Mi muy bondadoso amigo:
De la lectura de su amabilísima carta de hoy deduzco que en el supremo gobierno hay buena voluntad para ampliar las atribuciones del Jurado, que, según el decreto primitivo y el de la designación de jueces, no nos facultaban más que para fallar sobre el mérito de las composiciones. Siéndole, pues, ahora lícito al Jurado resolver sobre la subsistencia ó insubsistencia del coro, no tiene ya razón de ser la renuncia formulada por su amigo afectuosísimo.
Se presentaron al Concurso treinta y siete himnos que fueron desechados por el Jurado. Subsisten, pues, actualmente (1906), con carácter oficial el coro y las cuatro estrofas de La Torre Ugarte.