Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XI
I
En 1823, según los señores Mulhall en su reciente obra «The English in South America», el número de residentes británicos era de 3.500, habiendo, según Love a quien cita, 40 casas de comercio establecidas; calculábase el número total de habitantes de la Provincia en 1824, en 200.000.
Los artículos de exportación eran, por aquellos años, más o menos, los mismos que en el día; cueros vacuno y caballar, cerda de potro y de vaca, sebo, lana, cueros de carnero, de nutria, carne tasajo, plata en barra y sellada. Hoy se exporta, a más, animales vacuno y caballar en pie, maíz y trigo.
He aquí la lista de los buques mercantes entrados al puerto de Buenos Aires, en 1821, 22, 23 y 24:
Ingleses | 128 | 133 | 113 | 110 |
Americanos | 42 | 75 | 80 | 143 |
Franceses | 19 | 21 | 24 | 21 |
Suecos | 7 | 11 | 6 | 14 |
Sardos | 3 | 7 | 6 | 6 |
Daneses | 1 | 1 | 5 | 10 |
Alemanes | 2 | 4 | 6 | 8 |
El aumento de buques americanos que se nota en 1821, fue debido a la introducción al país en gran escala, de harina, que por algún tiempo fue un negocio brillante.
El valor de las manufacturas de Liverpool, Glasgow, etc., ascendía ya, a la suma de 500.000 pesos.
Los ingleses habían establecido una Sala de Comercio en 1811, en la calle 25 de Mayo, en casa de mistres Clarke, apellido que los hijos del país convirtieron en Doña Clara, nombre por el cual, todos la conocían. Era esta señora, viuda del capitán Taylor, quien, según los señores Mulhall, barrió la bandera española de la Fortaleza e izó la argentina.
En 1829, Mr. Love, a quien ya nos hemos referido, redactor del British Packet (creemos que el primer diario inglés publicado en el país), estableció el «Buenos Aires Commercial Rooms» montado sobre una base mucho más liberal, pues eran admitidos los hijos del país, lo que no sucedía en la institución anterior.
Este nuevo establecimiento estuvo, por mucho tiempo, muy joven aún, bajo la asidua e inteligente dirección del señor don Daniel Maxwell, actual contador del Banco Nacional.
Esta Sala de Comercio, que tan importantes servicios ha prestado, estaba muy bien situada; de sus azoteas se dominaba el río. Poseían buenos telescopios, una regular biblioteca y en la sala de lectura, periódicos de varias partes del mundo.
II
La primera escuela inglesa que se conoció en el país, fue establecida en 1823 o 24, y dirigida por la señora Ilyne, esposa de un capitán de buque mercante, retirado. La señora llegó a tener más de 80 niñas. Después de los exámenes daba siempre un té; invitaba a los padres de sus alumnas y en un salón, perfectamente adornado con guirnaldas y ramilletes de flores, bailaban las niñas de la escuela y sus amigas, hasta cierta hora, terminando la fiesta con un baile general.
Más tarde, establecieron escuelas de varones los señores Ramsay, Losh, Bradish y otros.
El que estas líneas escribe, qué discípulo del señor Bradish, como lo fueron en la misma época los hijos del almirante Brown (Guillermo y Eduardo), Carlos Ezcurra y otros varios hijos del país.
El pobre Bradish, después de algún tiempo, empezó a manifestar síntomas de enajenación mental; dejó al fin su escuela y se dedicó a dar lecciones particulares; no tardó en llamar la atención por la excentricidad de su traje y maneras: andaba en todo tiempo, con un paraguas debajo del brazo.
Don Enrique Bradish, hombre culto y bien educado, había sido militar en su país (creemos que teniente), y conservaba algunos de sus hábitos anteriores. Amaba mucho las armas; tenía y cuidaba con esmero, pistolas, rifles, etc., y, por de contado, su espada. Su colegio estaba en una casa muy grande (si mal no recordamos, de Posadas), en la calle Tucumán, cuadra y media antes de llegar al río; tenía la casa una inmensa huerta poblada de hermosísimos naranjos. Empezó a notar que a pesar de tener él la llave, las naranjas desaparecían, y sospechó que entraban de noche a robarlas, y ¿qué hizo? organizó con nosotros, que éramos pupilos, un cuerpo de vigilancia, colocándonos en distintos puntos de la azotea que dominaba la huerta, con escopetas y demás armas de fuego, pero sin cargar, y ciñéndose él la espada, recorría de tiempo en tiempo la línea.
Puede ser que esta no fuese sino una estrategia para vigilarnos en la única hora en que nosotros pudiéramos bajar al huerto, pero también es muy probable que fuesen los primeros síntomas que empezaron a asomar, de trastorno cerebral, pero que entonces, no podíamos comprender en toda su importancia.
¡Pobre Bradish! muchas veces hemos deplorado su desventura, y estamos seguros que Ezcurra, como todo otro discípulo que le haya sobrevivido, recordará su nombre con respeto y cariño.
III
El primer Banco que hubo en Buenos Aires, se estableció en 1822. Su capital, un millón de pesos, en 1.000 acciones de 1.000 pesos. Sus directores fueron 10; seis hijos del país y cuatro extranjeros.
En ese mismo año, el cambio en plata blanca, como se le llamaba, se hizo tan escaso, que era difícil cambiar una onza, sino con cierto premio. A fin de evitar este mal, se hicieron circular papeles de uno, dos y tres pesos; un poco más tarde, llegó de Inglaterra una fuerte remesa de monedas de cobre de diez centavos, cinco y dos. No fue muy bien recibida esta medida, pero pronto se comprendió su conveniencia.
En acuñaciones sucesivas, que se hicieron después de esa época, las monedas eran tan gruesas, que el cobre llegó a ser un artículo de codicia; los almaceneros, pulperos y panaderos los reunían para venderlos a especuladores que los llevaban por barricas a Montevideo, sacando allí de ellos muy buena utilidad. Más tarde, por el año 61, las monedas que se sellaban ya no tenían ni la cuarta parte del espesor de las anteriores.
Recientemente creemos ha sido autorizado el P. E. para la acuñación de 800.000 pesos en monedas de cobre; cantidad generalmente reputada como excesiva. Las monedas de cobre dejan una buena ganancia a los Gobiernos, con la ventaja que no hay tercero damnificado. Hoy tenemos otra ventaja, y es, que no precisa acudir ya al extranjero, pues en el país hay quien haga una acuñación perfecta.
En esa época, venían también de Inglaterra billetes de cinco hasta 1.000 pesos. A más de esos billetes, la moneda en circulación consistía en onzas de oro (17 pesos fuertes) medios pesos o cuatro reales, cuartos de peso o dos reales (pesetas) octavo de peso o un real; medio real, cuartillo o cuarto de real y ochavo u octavo de real.
Antes de la emisión del papel, los dependientes se veían apurados en sus cobranzas; para llevar 100 pesos se necesitaba un changador, y cuando era fuerte la suma, un carro. Agréguese a esto la molestia de cortar y apilar monedas pequeñas, al paso que se tenía que andar con cuidado con la plata falsa.
IV
Los años 21, 22, 23 y 24 fueron de grande movimiento y progreso.
Los anales de aquellos tiempos nos dicen que, después de los sacudimientos producidos por una revolución, se concibió la idea de dar a Buenos Aires una existencia firme y estable. Se entró en el camino de las reformas: se dio principio por el Cuerpo Legislativo, siguió luego la de Ministerios del Ejecutivo. En fin, se efectuó la reforma civil y militar.
La reforma eclesiástica se reputó como una necesidad imprescindible: se citaban abusos y aun corruptelas, que se decía era indispensable remover.
Por recomendable que fuese la medida, se comprende que debía suscitar oposición, como tiene que suceder en toda resolución tomada por la autoridad; unos consideraban que más que reforma, era una verdadera supresión. Otros opositores querían que las faltas sostenidas por siglos, desapareciesen paulatinamente, reconociendo, sin embargo, el bien, pero temerosos de afrontar el cambio rápido.
La supresión de los monasterios en 1822, suscitó acres discusiones, y entre los que aprobaban, existían recelos y parecían dispuestos más bien a dejar que el mal siguiera, antes que provocar un conflicto. El Gobierno debió sentirse fuerte, según lo revelan los escritos de aquellos tiempos, cuando se resolvió a reformar comunidades tan influyentes, teniendo que luchar, por lo menos, contra las preocupaciones de los que habían envejecido en el antiguo estado de cosas.
Entre los frailes había hombres de vastos conocimientos, y aun cuando existía una hostilidad marcada contra la comunidad, no se extendía a ellos individualmente, y sabemos que eran bien recibidos y obsequiados con largueza por las mejores familias.
Santo Domingo tenía en 1822, en la época de la reforma, 48 frailes dominicos; la Merced 45 mercenarios.
Lo que dejamos narrado, demuestra, en parte, lo que acabamos de decir: que los años 21, 22, 23 y 24 eran de grande movimiento y progreso. Como se ve, sólo dejamos señalados los hechos sin entrar en detalles incompatibles con un trabajo como el presente. También repetimos, que en nuestra exposición no hemos de observar un estricto orden cronológico.
V
En 1827, abriose el primer jardín público a imitación de los europeos; más con la idea de dotar al país de una nueva institución, que con la idea de lucro.
Formose un capital de 100.000 pesos, siendo socios varios caballeros ingleses.
Los jardines estaban perfectamente arreglados y cuidados; se importaron muchas plantas y semillas extranjeras, por entonces muy raras aquí. Es preciso confesar que el país, aunque muy adelantado, no estaba aún preparado para esta clase de paseos, en que se mira y no se toca; así es que, a pesar de la vigilancia empleada, los concurrentes, o mejor dicho, las concurrentes, arrancaban a hurtadillas plantas, que sacaban las sirvientas debajo de sus pañuelos o rebozos, creyendo, sin duda, que éste era un pecadillo perdonable, no contentándose con los hermosos ramos de flores que se las permitía llevar, hechos por el jardinero encargado.
El jardín se denominó «Parque Argentino», y por los ingleses «Vauxhall». Ocupaba la manzana comprendida entre las calles Templo, Córdoba, Uruguay y Paraná.
Había en el establecimiento un buen hotel francés, tenido por Porch y Bernard; magníficos salones de baile, circo, con comodidad para 1.500 personas; trabajó allí la compañía ecuestre americana de Smith, la de Chiarini y otras.
Había también un pequeño teatro en el que, durante el verano, dieron varias funciones, por la tarde, los actores del Teatro Argentino; entre ellos, el célebre actor Casacuberta. Hubo, a más, una compañía francesa de aficionados.
Por las tardes tocaba diariamente una buena banda de música; exhibiéronse varios animales, entre ellos, un hermoso tigre, un tapir o anta, etc.
Los edificios eran vastos y ofrecían toda comodidad. Cuando se formó la sociedad, la propiedad pertenecía a don Santiago Wilde, quien comprando más tarde todas las acciones, volvió a ser único dueño de lo que fue, por muchos años, su residencia particular.
El señor Mulhall en su obra, al hablar del Vauxhall, dice: -«Cuando la ascensión de Luis Felipe (año 30), los residentes franceses dieron allí un banquete, y los jardines estuvieron iluminados con lámparas chinescas.»
En el siguiente párrafo comete un error que, aunque de poca monta, en cuanto a detalles, queremos rectificar; dice: -«El venerable deán Funes, el historiador, frecuentaba mucho los jardines, y un día se lo halló muerto en el banco en que acostumbraba sentarse.»
El deán Funes no frecuentaba los jardines, pero visitaba de tiempo en tiempo a don Santiago Wilde con quien tenía, desde muchos años, amistad; una tarde que fue de visita, pasaron de la casa particular de éste al Parque, y parados ambos, en conversación, frente al proscenio del pequeño teatro, repentinamente cayó muerto el deán. Su fallecimiento ocurrió el 1.º de enero de 1829.
El que esto escribe se encontraba en casa de su padre, donde fue conducido el cadáver, mientras se daba aviso a la familia del finado. Aunque muy joven, recordamos perfectamente los detalles.