Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XLII
I
Vamos a dedicar en este capítulo algunas palabras a la memoria de un hombre que prestó eminentes servicios a nuestro país, que ha contraído para con él una deuda de gratitud: nos referimos al denodado almirante Brown.
El año 1814 fue de grande movimiento y excitación, como fueron importantes los sucesos que en él se desenvolvieron. Los hombres que se hallaban al frente de los negocios públicos eran inteligentes y de reconocida capacidad.
Veamos cómo se expresa Robertson, para presentar en la escena a su héroe Guillermo Brown.
«Posadas, el Director, sensato, prudente y reflexivo.
»Herrera, su secretario, perspicaz, activo y elocuente; un verdadero hombre de Estado.
»Rondeau, como jefe del Ejército que sitiaba a Montevideo, era, sin faltarle valor, circunspecto y precavido, mientras que:
»Alvear, que le sucedió en el mando, era vivo, ambicioso de renombre, valiente y resuelto.»
Pero el que aparecía en primera línea, el héroe de la jornada, un segundo Cockrane, o nuevo Napier, como se le ha llamado, era el almirante de la Escuadra Argentina, Guillermo Brown, secundado eficazmente en la empresa de su improvisada creación por Mr. White, ciudadano norteamericano.
El mismo día en que el general Alvear se recibió del mando en jefe del ejército (mayo 17), participó al Gobierno que las escuadras, la de Buenos Aires al mando del almirante Brown, y la de Montevideo a las órdenes de Michelena, después de dos días de calma, a la vista la una de la otra, al levantarse la brisa, habían partido, Brown en seguimiento de la escuadra enemiga, haciéndose cada vez más recio el cañoneo, hasta que disminuía gradualmente cesando por completo a las 3 de la tarde.
Tal era el conocimiento dado por Alvear desde el Miguelete, cerca de Montevideo.
La escuadra enemiga se componía de las corbetas Mercurio, Mercedes, Neptuno y Paloma; los bergantines San José, Hiena, Cisne, una goleta, la chata de Castro, la falúa Fama y la chata San Carlos.
La del Río de la Plata la formaban las corbetas Hércules, Belfast, Agreable, Zephir; el bergantín Nancy, la polacra Nancy y sumaca Santísima Trinidad.
El Hércules,
«Débil barquilla, pero no débil
llevaba la enseña del almirante; en su parte del 19 de mayo da cuenta de un glorioso triunfo sobre una fuerza naval, muy superior a la que mandaba el día 14 del mismo.
Nuestro almirante, después de haber incendiado el bergantín Cisne y la balandra Castro, que se hallaban varados, trayendo escoltados por su flotilla los buques capturados, corbetas Neptuno y Paloma, y una goleta, 500 prisioneros, incluso varios oficiales de alta graduación, muchos pertrechos de guerra, desembarcó el 25 de mayo, aniversario de la gloriosa Revolución.
Fue recibido con indecible entusiasmo por la población entera, en medio de ardorosas felicitaciones. ¡Viva Brown! ¡Viva la patria! se repetía por miles de espectadores. ¡Viva la patria! ¡Palabras mágicas que hoy rara vez, o mejor dicho, nunca se oyen!
El tomo I de la Revista de Buenos Aires, en sus Fastos de la América Española, dice:
«Junio, 11 -1826. -Cuatro buques de la escuadra argentina, al mando del general Brown, anclados en los pozos del Río de la Plata, rechazan a 30 naves portuguesas, entre las que se encontraban algunas corbetas y fragatas. Desde las alturas inmediatas a la ribera, el pueblo, sobrecogido, asistía a aquel desigual combate, en el que una vez más triunfó el almirante Brown. Publicó la proclama de éste el número 63 de El Correo Nacional.»
Esto basta para dejar inscripto en estas páginas destinadas a recordar nuestro pasado el glorioso nombre de Brown, y estimular, especialmente a los jóvenes, para que lean su biografía y escritos, que narran sus heroicas acciones.
Mencionaremos ahora uno que otro incidente, que se relaciona, más bien, con su vida privada.
II
Se dice que, después de muchísimas aventuras en sus primeros años, Brown estableció el primer paquete entre Montevideo y Buenos Aires; por esa época fue que compró el terreno en Barracas, donde construyó la casa-quinta que aun existe, y que todos conocen por del almirante Brown, y en la que vivió, con su familia, por más de 40 años.
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Entre las anécdotas que se refieren del inteligente e intrépido Brown, se recuerda la siguiente:
Visitándolo algún tiempo después de las acciones navales entre nuestra escuadra y la del Brasil, el almirante Norton, su reciente adversario, le dijo: -«Si como usted ha servido a la República, hubiese servido al Imperio, sería usted, a esta hora, Duque, gozando de una buena pensión.» A lo que Brown, modestamente, replicó: -«Yo sé que Buenos Aires no olvidará nunca mis servicios.»
Después de 33 años de esclarecidos servicios, prestados a su patria adoptiva, muere Guillermo Brown, en Buenos Aires, en 1857, a los 80 años de edad.
III
Todos conocen la Aduana Nueva; esta circunstancia, y la de quedarnos ya poco espacio, nos justificará para sólo ocuparnos de la vieja, de la que diremos algunas palabras.
La Aduana es de la época de la fundación de la ciudad, que, como se sabe, lo fue por el general Juan de Garay, en nombre del Adelantado don Juan de Torres de Vera, en 1580.
Es de presumir, por los documentos que se conocen, que en 1581, don Diego de Olabarrieta, funcionario público en esta ciudad, cobró los derechos correspondientes al capitán Alonso de Vera y demás personas, que importaron mercancías en su buque; quedando, incuestionablemente, establecida la Aduana, desde entonces.
El primer Administrador (que después se denominó Colector General) que nombró el Gobierno patrio, fue el señor don Manuel José de Lavalle, quien había desempeñado el cargo de Administrador General de la Real Renta de Tabacos, desde el tiempo colonial, cuyo ramo de monopolio fiscal abolió el nuevo Gobierno.
La Aduana era un edificio de pésimo y ruinoso aspecto, aunque interiormente presentaba la suficiente comodidad para el tráfico y exigencias de aquellos tiempos.
Ya que nos hemos ocupado de este edificio, mencionaremos otro inmediato, que ha desaparecido, el Cuartel de Restauradores.
IV
La manzana circunvalada por las calles Defensa, Balcarce, Méjico y Chile, con excepción de una pequeña fracción ocupada por las dos últimas casas en la calle Defensa hasta la esquina de la de Chile, era el Hospital y Convento de los Religiosos Betlemitas, hospitalarios, fundado en 1748. Suprimido por la ley de la Provincia de 1822, fue ocupado por el piquete de policía que se le llamaba por el pueblo La partida de Alcaraz, que era el apellido de su jefe; la cual se hizo célebre por su celo y habilidad en perseguir a los criminales y los vagos.
Posteriormente, sirvió algunas veces de cuartel de tropa, hasta que, finalmente, y por muchos años, lo ocupó el batallón de infantería, de negros, denominado Restaurador de las leyes, por cuyo nombre lo conocen los modernos; después sirvió de depósito de los carros de limpieza, y en el sitio que ocupaba, acaba de construirse el bello edificio para Casa de Moneda Nacional.
El primer jefe que tuvo el batallón Restauradores, lo fue el general don Félix Alzaga; quien fue separado por Rosas, en 1835, y puesto dicho batallón al mando del coronel don Agustín Ravelo, comandante Narbona, negro, y mayor del cuerpo, Barbarín, negro también.