Carlo Lanza/El descalabro
La señora Nina tuvo un sério disgusto cuando vió enfermo á su jóven huesped.
En el acto mandó llamar á un médico y lo puso bajo la mas cariñosa asistencia.
Lanza tenia una fiebre terrible, y en el delirio que ella le producia, no hacia sinó hablar de jugadas, de ocho mil pesos y de espantosa miseria.
—Esta fiebre es producida por una gran impresion que ha sufrido el jóven, decia el médico; no tiene mal carácter, pero tardará algo en curar, pues la impresion dura en su espíritu; se vé esto en el delirio.
Y la señora Nina trataba de distraer al jóven cuanto le era posible, aunque el delirio de este la habia puesto en el secreto de muchas cosas que la llenáron de sorpresa.
Lanza deliraba con que el dueño del hotel Washington lo perseguia por todas partes con su equipaje y su cuenta, referia los préstamos de Caraccio y sus jugadas en el Casino de la Bolsa, pidiendo que no fueran á decirle nada á ella, para no perder su pension.
Con un corazon sumamente bondadoso, no quiso decir la menor palabra; se convenció que aquel Lanza á quien tantas consideraciones habia tenido, era un simple pillo, pero resolvió atenderlo hasta que estuviera bueno, reservándose hasta entónces el derecho de tener con él una explicacion terminante.
Lanza fué mejorando poco á poco, hasta que ocho dias despues, si no bueno absolutamente, estaba notablemente mejor.
Cuando supo que durante la fiebre habia delirado, sintió una amargura infinita.
Si habia delirado era imposible que no hubiera hablado de lo que tanto interés tenia en ocultar.
Solo la señora Nina le habia escuchado, y como esta nada le decia, Lanza empezó á experimentar una vaga esperanza que no tardó en desvanecerse.
Cuando estuvo radicalmente bueno, Nina provocó entónces una explicacion, explicacion tanto mas interesante para ella, cuanto que hacia ya mas de tres meses que Lanza estaba alojado allí.
—Es preciso, amigo mio, que usted me aclare ciertos puntos, le dijo bruscamente y ya perdida toda consideracion.
¿Cuándo piensa usted recibir dinero y cuándo piensa saldar la cuenta que tiene en el hotel?
—Señora, respondió Lanza con grande aplomo, de un momento á otro espero recibir cartas, ya hace tres meses que estoy aquí, y mi equipaje, por lo ménos, no puede tardar en llegar.
Allí tengo dinero de sobra para atender mis compromisos.
—Dejémonos de embrollas, que demasiado las hemos hecho.
Su equipaje ha quedado en el hotel Washington de Montevideo, de donde usted ha huido por no poder pagar lo que debia.
Es inútil entónces que usted quiera engañarme mas.
Usted ha tenido dinero, mucho dinero, y en vez de pagarme á mí, que es lo primero que debia haber hecho, ha preferido tirarlo en el juego ó dejárselo comer con los borrachones con quienes se junta.
Si el techo de la pieza se le hubiera caido encima á Lanza, no le habria producido mayor efecto.
Presa del mayor espanto, preguntó á la señora Nina quien le habia contado tal tejido de embrollas y embustes.
—No puedo tenerlos por mejor conducto, contestó ella, puesto que es usted mismo quien en medio de su delirio me lo ha contado todo.
Con la mayor audacia quiso engañar á su patrona, demostrándole que bajo el delirio se hablaba toda clase de barbaridades.
Pero aquella mujer, mas viva de lo que él se imaginaba, le cortó toda embrolla con la siguiente proposicion:
—Está bueno, si estos son sueños del delirio, le dijo, es muy fácil de aclararlo.
Vamos á escribir á Montevideo preguntando al dueño del hotel Washington si lo conoce á usted y si él contesta que nó, quedaré convencida.
Lanza estaba cazado del pico, como se dice.
Una averiguacion de aquel género lo hacia temblar, por las consecuencias que ella podria tener.
Desde que todo se sabia, era mejor hablar claro, que así siempre se encontraria algun remedio, sin necesidad de provocar peligros mucho mayores y que podian complicar su asunto haciendo intervenir en él á la policía.
No hay necesidad de ello, señora, dijo, apresuradamente y lleno de agitacion.
Desde que usted no tiene ya confianza en mí, yo le pagaré lo que le debo y me buscaré otro alojamiento.
—¡Le pagaré lo que le debo! eso se dice fácilmente; pero ¿de dónde sacará usted para pagarme lo que me debe, si usted no cuenta aquí con ningun género de recursos y de Europa no los ha de recibir tampoco?
Esto no es juguete, es preciso que usted me pague y se busque donde estar, porqué no lo quiero mas en casa, si nó yo voy á dar parte á la policía y usted se entenderá con ella.
Al oir hablar de policía, Lanza se echó á temblar, con un julepe de todos los demonios.
El se atrevia á afrontar todos los peligros y todos los sinsabores, pero con la policía no queria saber nada.
Conociendo la rigidez y astucia de la policía europea, se figuraba que la nuestra sería lo mismo, y de aquí su temor.
Ademas, que si se veia envuelto en algun proceso de Policía, calculaba que como negociante quedaria muerto en Buenos Aires.
Así es que en cuanto la señora Nina empezó á hablarle en este sentido, Lanza se aterró y cortándole la palabra se apresuró á decirle:
—Pero, si ni esta es cuestion de policía, ni hay porqué hacerla partícipe de nada.
Yo le pagaré á usted lo que le debo y quedaremos en paz y tan amigos como ántes.
—Yo le pagaré se dice muy fácilmente, pero ¿cuáles son los recursos con que usted cuenta para pagarme? esto es lo que yo quiero saber, porqué ya estoy cansada de promesas y de mentiras.
—Bueno, dijo Lanza, batiéndose ya en sus últimos atrincheramientos; usted sabe, conforme ha sabido lo demás, que ese maldecido de Scotto me debe ocho mil pesos, que es mas de lo que yo le debo á usted.
Yo voy á hacer todo lo posible por cobrárselos, y en cuanto me los pague se los entregaré á usted y quedará chancelada mi deuda.
—Difícil me parece que usted consiga ese pago, pues segun lo que el tal Scotto ha hecho, no es persona en quien se puede confiar.
—De todos modos es preciso que tenga paciencia, pues ya por Scotto, ya por cualquier otra persona, yo conseguiré los medios de pagarle, no se aflija; ¿quien le dice á usted que Scotto, como yo, no haya podido estar enfermo?
—Sí, pero como usted debe tambien cuarenta mil pesos de juego, no será extraño que aquellos á quienes usted debe se hagan entregar aquella suma por Scotto.
—De cualquier manera tenga paciencia, terminó Lanza, que usted será paga hasta el ultimo medio; á mí me ha sucedido todo esto de aturdido y nada mas; bien caro empiezo á pagarlo.
—Esa no es cuenta mia, respondió la señora Nina.
Ahora y para su gobierno, es bueno que yo le haga una prevencion.
Como no quiero que á mí me suceda lo que al dueño del hotel Washington, porqué aunque usted me vea mujer, yo sé gobernar bien mis negocios, le aviso que el primer dia que usted deje de venir á casa á su hora habitual, doy parte á la policia y pido su captura.
No crea que á mí se me vá á ir dejándome clavada.
Y sobre esta morruda prevencion, Nina se retiró á atender sus quehaceres.
Lanza se hallaba en una situacion mas apretada de lo que se habia imaginado, pues tenia que hacer con un enemigo que habia empezado por ganarle todas las salidas.
Lo que es al Casino, en busca de Scotto, no podia ni siquiera pensar en ir, porqué alli le habrian salido sus acreedores, lo que era peor que todo.
-¿Qué hacer en situacion semejante?
¿Confesarlo todo á la señora Nina y pedirle que lo perdonase desde que no le podia pagar?
¿Y si esta daba parte á la policia?
¿Podia huir á la campaña? ¿meterse de marinero en cualquier buque?
Para todo esto necesitaba tiempo y ya aquella le habia notificado que en cuanto faltase al hotel mas tiempo que el habitual, daria parte á la policía.
¡Oh! la policía! esta era la única cosa á la que tenia un miedo positivo, porqué lo podia hacer desbarrancar por completo.
En la esperanza de hallar á Scotto y pedirle el pago de sus ocho mil pesos, Lanza se fué á la Cruz de Malta aquella noche.
Pero allí halló á todos sus amigos menos á Scotto.
Como hacia ya diez dias que no lo veían, fué cordialmente recibido, dándole todos pruebas de gran interés al saber que habia estado enfermo, lo que desde el primer momento se adivinaba en su semblante pálido y enflaquecido por la fiebre.
Pasados los primeros cumplimientos y despues de conversar de cosas alegres, Lanza pidió á sus amigos le indicaran el domicilio de Scotto, á quien tenia necesidad de ver.
Pero ninguno pudo indicárselo.
Nadie sabia donde vivia aquel diablo de Scotto, como le llamaban familiarmente, lo que le hacia perder toda esperanza de dar con él.
No habia mas remedio que ir al Casino de la Bolsa, y esto no era posible dada su deuda; lo habrian puesto en una situacion diez veces mas peluda.
¿Qué hacer en tan apurado trance?
Confesarlo todo lealmente á la señora Nina, y ofrecerle pagar con su trabajo lo que le debia, para que no le diera tanta rabia.
Era la suya una situacion verdaderamente desesperante.
Si dejaba de ir á la casa y huia de ella, Nina daba parte á la policía, y la prision que era su muerte comercial, vendria inmediatamente.
Si se presentaba al Casino de la Bolsa y hablaba á Scotto por casualidad, le saldrian al momento sus acreedores de los cuarenta mil pesos, obligándole á soltar los ocho mil pesos que podia cobrar.
Lanza se retiró temprano, y se acostó á meditar lo que mas le convenia hacer.
Pero no hallaba salida á su situacion desesperante.
Cuanto se le ocurria era malo, ó sumamente peligroso, pues por todas partes le salia al encuentro la señora Nina acompañada de la policía.
Y sin embargo aquello era preciso resolverlo, pues no podia seguirse de tal manera.
Lanza se durmió á la madrugada sin haber resuelto nada en definitiva.
Al otro dia á la hora de almorzar, le cayó de nuevo la señora Nina apurándulo para que le diera una respuesta definitiva.
—Señora de mi alma, yo no me puedo volver dinero, dijo Lanza, y anoche no he podido hallar al hombre que me debe los ocho mil pesos.
Le pido que tenga paciencia siquiera por un dia mas; yo encontraré solucion al problema.
Aquella tarde Lanza se vistió. y se fué á la Cruz de Malta, decidido a encontrar el domicilio de Scotto.
Permanecíó allí un buen rato conversando alegremente, y cuando estuvo reunida la mayor parte de sus amigos, les suplicó que le indicaran donde vivia.
Ninguno de ellos pudo satisfacer su pregunta.
—Es inútil que busques su domicilio, le dijo Caporale alegremente, porqué Scotto nunca lo ha tenido y hasta me atrevo á decir que no lo tendrá jamás.
El duerme donde lo agarra el dia, porqué la noche la pasa en sus a venturas y sus jugadas.
Si no lo encuentras casualmente, pierde la esperanza de verlo.
Lanza contó inocentemente como habia prestado á Scotto ocho mil pesos y como lo buscaba para que se los devolviera, porqué los necesitaba.
Y en la risa de sus amigos comprendió que aquel era dinero positivamente perdido y que no debia contar mas con él.
—Ese es tiro viejo en Scotto, le dijo Caporale.
Si ese diablo fuera á pagar todo el dinero que debe de esa misma manera, no le bastaria una fortuna.
Por eso es que los que le han prestado una vez, no le han vuelto á ver la cara en su vida.
Renuncia á tus ocho mil pesos, Lanza, y renuncia tambien á verle la cara á Scotto en un año mas; es demasiado fino para exponerse á que le cobres.
Ademas, como él duerme de día, solo de noche puede vérsele, y de noche, que averigüe el diablo donde se mete.
Lanza estaba perdido; la falta de aquellos ocho mil pesos iba á ser la causa de su mayor descalabro.
Tentado estuvo de mandarse mudar tomando pasage en uno de los trenes de la madrugada y desafiando la accion de la policia provocada por la misma señora Nina.
Pero de todos modos, ¿dónde podia ir con un capital de cien pesos en el bolsillo?
Perdido por perdido, resolvió entenderse buenamente con su patrona de hotel y hacerle reflexiones de peso.
Finalmente, con hacerlo poner preso nada habia de ganar, puesto que él no tenia de donde sacar un centavo.
Mas conveniente seria para ella cualquier arreglo que pudiera darle por resultado el pago de lo que le debia.
A fuerza de esperarlo, habia concluido por mirar con calma y tranquilidad el descalabro que le iba á venir encima y no le causaba ya tanta impresion como al principio.
¿Que diablo iba á remediar con aflijarse y mortificarse adelantado?
Ya tendria tiempo de aflijirse demasiado cuando le sucediera la desventura que esperaba.
Resuelto así á aguantarlo todo con paciencia y resignacion y sacarle el cuerpo al hecho de ir preso que era lo que mas le imponia, siguió alegremente en conversacion con sus amigos.
Aquella noche fué al Alcázar y anduvo con ellos de alegre calaverada.
Sabe Dios cuando podria volver á pasar momentos como aquellos, y era preciso sacar el jugo á los últimos que se le ofrecían.
Como con aquellos cien pesos que le quedaban nada podia hacer para remediar su desventura, pagó con ellos una botella de champagne que se bebió á la salud del diablo.
A la madrugada y lleno de los alegres recuerdos de aquella noche, última noche de alegre farra, Lanza se retiró al Hotel Marítimo.
Ni siquiera se dignó pensar en lo que podria contestar á la señora Nina cuando esta viniese á interrogarlo.
—Las mejores resoluciones son las que se toman en el momento, pensó, porqué la inteligencia se aguza en los apuros.
Cuando ella me cargue firme, ya veremos el modo de salir del paso.
Antes, no quiero mortificarme por nadie ni por nada.
Resuelto así por el momento el problema de su tranquilidad, se metió en su cuarto.
Tenia sueño, pero no se quiso acostar.
Despues que hable con la señora Nina, pensó, tendré mas sueño y así dormiré el mal rato que ella me cause y me será mas llevadero.
Si Lanza hubiera conocido las leyes del país, como las conoció despues, ¡cuan distinta habria sido su conducta!
Si él hubiera sabido que entre nosotros no existia la prision por deudas; si él hubiera sabido que la señora Nina para cobrarle y echarlo de su casa, hubiese tenido que entablarle una demanda ante un Juzgado de Paz, demanda que un procurador habria hecho durar seis meses; si él hubiera sabido todo esto, se habria reido buenamente de las exigencias de la patrona, y la hubiera echado al diablo cada vez que le hubiese ido á cobrar.
Pero Lanza no conocia todas estas camandulerías, pensaba que aquí las cosas se pasarian como en Europa, y de aquí partia su miedo y su afliccion.
Por confesar su estado de pobreza extrema y sus apuros, no habia querido consultar la cosa con sus amigos mas prácticos en las cosas del país, prefiriendo correr la carabana como Dios se lo diese á entender.
—Si uno se ha de ahogar, pensaba, es inútil andar eligiendo el sitio: lo mismo es el rio que la mar.
La cuestion seria no ahogarse, pero como de todos modos yo he naufragado y no tengo salvavida, me agarraré á la primer tabla que encuentre boyando.
Estaba sentado tranquilamente esperando el momento crítico, cuando se le presentó la señora Nina.
Esta venia de un humor de todos los demonios, y como entónces no la habia visto ni sospechado siquiera.
Aquella mañana se le habia ido el mejor mozo del hotel, un mozo que con su servicio esmerado le atraia clientela, y esto la habia puesto de un humor tremendo.
En vano habia querido retenerlo ofreciéndole mas sueldo y otras ventajas; el mozo no habia querido quedarse.
Habia reunido en el Marítimo un buen capitalito entre sueldo y propinas, y se iba á establecer por su cuenta.
Esto era lo que aquella mañana tenia á la señora Nina de un humor espantable.
Ella que conocia las leyes del país como no las conocia Lanza, sabia que nada podria hacer para que este le pagara lo que le debia, puesto que no tenia mas que un miserable equipage.
Así es que á pesar de su mal humor, iba dispuesta á hacerle todas las concesiones posibles, explotando la ignorancia de aquel.
Y cualquier cosa que le sacase sería para ella una ganancia positiva.
Y como era la impresion que dominaba en su espíritu, refirió á Lanza la salida de su mejor mozo que ponia en sério conflicto á su hotel.
—Ahora, añadió, yo necesito saber que piensa usted hacer para pagarme.
Lo que es yo, desde hoy en adelante no puedo temerlo mas á pension gratuita.
Apénas gano para sostener el negocio y no puedo tener clientes que me causan gastos y perjuicios de toda especie.
Lanza reflexionó un momento.
La salida de aquel mozo, el mejor del hotel, le habia inspirado una idea luminosa.
Despues de reflexionar un momento, se acercó á la señora Nina y le dijo:
—Vamos á hablar un momento, no como cliente y patrona sino como dos negociantes: yo quiero proponerle un negocio para ambos, que salve la situacion sin recurrir á violencias.
Yo por el momento no tengo con que pagarle lo que le debo, ni de donde sacarlo, que es mucho peor.
Si usted me hace poner preso, con esto no logra el pago de su cuenta, que es lo que le interesa.
Si usted me echa á la calle, me pone en una situacion tremenda, sin lograr tampoco por este medio cobrarse lo que yo le debo.
Hé aquí ahora el negocio que yo le propongo y que todo lo allana.
A usted se le ha ido el mejor mozo del hotel, cuyo buen servicio era el crédito de este.
Yo, una vez que me ponga á ello, soy un mozo como usted ni siquiera puede sospechárselo.
Me comprometo á hacer el servicio de tres, adivinando el deseo de sus clientes.
Si usted quiere, yo me quedo á reemplazar el mozo que se ha ido, por el mismo sueldo que este ganaba, con una diferencia sola:
Usted, de ese sueldo se cobra lo que yo le debo, hasta que está saldada nuestra cuenta, que viene á ser lo mismo que si solo le sirviera yo por la casa y la comida.
De este modo usted cobra su cuenta de la única manera que puede hacerlo, y yo tengo como vivir hasta que encuentre otra cosa mejor que hacer.
Puede ser muy bien que me convenga seguirme quedando, y usted habrá ganado un mozo como no ha soñado tenerlo en la vida.
Para la señora Nina aquella era una excelente proposicion, pues no solo ganaba un mozo que debia ser realmente bueno, sinó que se cobraba la deuda de Lanza de la única manera que podia cobrársela: con el trabajo de este.
Si Lanza se apercibia que podía irse del hotel sin que nadie lo retuviera ¿cuándo cobraría su dinero?
La proposicíon de Lanza venia á ser así sumamente ventajosa para ambos.
Para él, porqué mientras Dios le deparaba otra cosa, aseguraba la casa y la comida.
Para ella, porqué el sueldo de Lanza se iba cobrando la deuda de este, y ganaba ademas un buen mozo.
Para que Lanza no se apercibiera de que aquello era una concesion que él hacia, puso ella algunas dificultades para aceptarlo, diciendo al fin:
-No quiero que diga que despues de haberlo atendido como lo he hecho, lo he abandonado en el momento crítico.
No quiero tomar ninguna medida violenta con la justicia ni con la policía y voy á aceptar el temperamento que usted propone, para darle esa facilidad de saldar su cuenta conmigo y de seguir viviendo en mi casa.
De todos modos, aunque yo no necesitase ese dinero y le perdonase lo que usted me debe, ¿dónde iría usted á alojarse?
¿Dónde iria usted á comer y á dormir?
Quiero ser buena con usted hasta el último extremo, para que no tenga de que acusarme; quedamos convenidos en lo siguiente:
Usted se queda de mozo en el hotel y en lugar del que se me ha ido.
El sueldo que usted gane por este servicio, yo lo voy reteniendo para cobrarme lo que me debe, y no tengo mas obligacion que darle casa y comida.
Para sus otras necesidades y vicios, usted tendrá bastante con las propinas que le dén los clientes.
Cuando un mozo sirve bien y al gusto de las personas, tiene propinas por mas valor que su mismo sueldo.
No tiene necesidad de mas dinero que ese, y si lo guarda, verá que pronto reune una buena suma.
Lanza escuchó con un placer infinito lo que le decia la señora Nina, porqué esta le aseguraba la subsistencia gratuita, lo que era para él de un interés vital.
¿Dónde habria ido á buscar pension, una vez echado del Hotel Marítimo?
En ningun hotel se la habrian dado al verlo tan desprovisto de equipaje, y sabe Dios lo que hubiera sido de él.
—El único inconveniente que yo podria tener, dijo, es que los mismos que me han visto como pasagero me vean ahora como mozo.
Pero esto está compensado con las ventajas que obtengo.
Usted tratará de disculparme con ellos de cualquier modo, y yo tendré una fineza mas que agradecerle.
Y como los malos caminos deben andarse pronto, yo quedo ahora mismo hecho cargo de mi nueva posicion y no se hable mas de eso.
—Bueno, traiga sus cosas á la habitacion que tendrá desde hoy y no hablemos mas.
Lanza, sin el menor inconveniente, cargó con sus pocas pilchas, y las llevó al cuarto que iba á habitar como mozo, un cuartujo en el fondo de la casa, y pidió á su patrona le indicase los departamentos que tendria que atender y las mesas que le correspondería servir.
Lo demas del servicio corre de mi cuenta; ya verá como todos, lejos de quejarse del nuevo mozo, no tendrán para él mas que elogios.
—Tanto mejor para usted y tanto mejor para mí, respondió la señora Nina.
Ahora, no tiene mas que entregarse á su servicio, y cumplirlo de la mejor manera posible, pues si los pasageros y clientes se quejan, nuestro convenio queda nulo, porqué yo saldría perjudicada.
La señora Nina vió con asombro que el nuevo mozo era insuperable en su servicio y buena voluntad.
Nunca la mesa de pasageros se vió tan bien y rápidamente servida.
Los pasageros que conocian á Lanza, reian alegremente al verlo entregado á sus funciones de mozo, pareciéndoles que aquello no era sinó una broma.
Lanza las desempeñaba de una manera admirable y como si jamas hubiese hecho otra cosa.
Acudia alegremente al primer llamado y servia con una lijereza asombrosa.
Por la mañana y en cuanto los clientes salian de los aposentos, Lanza se apoderaba de ellos y en un momento los acomodaba perfectamente bien.
Los clientes se reian y le daban propinas, propinas que recibia él sériamente, pues desde que se decidió á ser mozo tomó el cargo con todos sus inconvenientes y todos sus goces.
Se habia arreglado una chaquetilla cortando los faldones á un jacquet y se habia puesto un delantal que le dió la señora Nina.
Esta estaba asombrada de la actividad de Lanza.
El solo era capaz de darse vuelta todo el hotel y acomodar todas las piezas.
A la semana de estar de mozo, todos los que comian y almorzaban allí, querían ser servidos por Lanza solamente, al extremo que Nina comprendió que habia hecho un gran negocio.
Aquel mozo convenia enormemente á sus intereses y si algo sentia era que su deuda no fuese tres veces mayor para tenerlo asegurado una buena temporada.
Lanza estuvo sirviendo en el hotel el primer mes, sin intentar siquiera salir á la calle.
En cuanto concluia su trabajo, se acostaba á dormir y á penas amanecia el dia, ya estaba levantado atendiendo á sus obligaciones.
Al mes, en que Lanza habia juntado ya unos doscientos pesos de propina, quiso salir un domingo á dar una vuelta.
La señora Nina no miró con mucho agrado esta salida.
Lanza podría encontrar quien lo aconsejara, quien se lo echara á perder, y quien lo sonsacase del hotel proporcionándole una colocacion mejor y mas en armonía con su persona.
Pero por el momento las sospechas de la señora Nina eran infundadas.
Lanza era el primero en ocultarse de sus antiguas relaciones, para que no lo vieran en su situacion triste y aporreada.
Y así empezó á buscar y hacer relaciones en la misma esfera que él ocupaba.
Esto le serviria para ir conociendo aquella sociedad vulgar pero utilísima para sus aspiraciones de comercio.
A la otra cuadra del Hotel Marítimo habia una especie de casino, de aquellos atendidos por mujeres, que tanto abundaban entónces en Buenos Aires.
Allí se pasaba abundantemente el rato, y allí iba Lanza todos los domingos á fundir la propina de la semana.
Era un casinito de tercera categoría, frecuentado por gente de trabajo y de pocos medios, entre la cual Lanza venia á ser algo como un señor.
Buen mozo, jóven y chacoton incansable, bien pronto hizo roncha entre las mujeres, destronando á los mas viejos marchantes.
A cierta hora de la noche, el Domingo, se hallaba en el Casinito, á echar la casa por la ventana, y se armaban unos jaleos monumentales.
La dueña de la casa habia tomado un gran cariño á Lanza, al extremo que cuando este fundia su último centavo, ella era la que pagaba sirviendo al jóven cuanto éste pedia y no pedia.
Para disculpar su profesion transitoria de mozo de hotel, Lanza les habia contado una historia romántica de primera fuerza.
Segun les decia, él habia venido de Europa á Rio Janeiro, hacia unos tres años.
Allí se habia establecido con una casa de giros, invirtiendo en ella todo el capital que habia traido.
Y le habia ido tan bien, que en poco tiempo se habia hecho de una posicion desahogada.
Como andaba entre la primera sociedad, habia tenido sus lances amorosos, entre ellos, el que habia motivado su ruina.
La hija de un baron brasilero se habia enamorado de él de una manera apasionada, y queria casarse á todo trance.
Pero por el momento aquel matrimonio no le convenia, y hacia todo lo posible por no dar á entender sus amores.
Se entendia con su amante por medio de cartas y solo la veía en el teatro ó en las grandes reuniones donde concurrian con frencuencia.
La niña seguia cada vez mas apasionada y queria provocar un enlace á toda costa.
Pero él seguia entreteniéndola y diciéndole que necesitaba romper ciertos compromisos que habia dejado en Europa y que ya habia escrito en ese sentido.
Los amores llegáron al extremo que, á ocultas de su familia, la niña venia á visitarlo á su casa de comercio.
Estas imprudencias diéron al diablo con todas sus reservas, y al fin el baron se impuso de lo que pasaba y quiso hacerle contraer matrimonio á la fuerza.
Hombre de gran influencia en el gobierno, si no se casaba, lo iba á hacer secar en un presidio.
¿Qué podia hacer él, extrangero y solo, contra aquel personaje soberbio y pudiente?
No le quedaba mas remedio que huir, y huir de una manera que nadie lo sospechara, pues de otro modo la policía se le echaria encima.
Habia entónces en Rio un capitan de buque de cabotaje que se hacia á la vela para Buenos Aires en aquellos dias, y que le debia muchos buenos servicios.
Lanza le refirió lo amargo de su trance, y concertó con él su fuga.
La noche ántes del dia de su viaje se disfrazaria con el traje de marinero, y se meteria á bordo como uno de los hombres de la tripulacion.
Un sábado era la noche fijada para el enlace y como el buque debia salir el viérnes, fijó su fuga para el juéves á la noche.
En las primeras horas de la noche del jueves, Lanza, que habia realizado todo el dinero que pudo, envió á su novia un regalo de valor.
No era creíble que un hombre que tales gastos hacia, estuviera pensando en su fuga.
A las diez de la noche, disfrazado con un traje de marinero y acompañado del capitan, se embarcó en una ballenera y se trasladó á bordo.
Allí mismo su presencia no podia ser sospechada, porqué el capitan les habia dicho ya que en Rio contrató otro marinero, de modo que cayó entre los del buque como un compañero de tareas.
—Yo no sé lo que pasaria en tierra, añadió Lanza de una manera picaresca; lo que yo sé es que al dia siguiente levábamos anclas y nos hacíamos á la vela libres de todo temor.
Pero la felicidad no habia sido completa.
Al salir de Rio Janeiro, me apercibí que un paquete de libras esterlinas que habia peparado con anticipacion, con el apuro de la fuga lo habia olvidado sobre el escritorio.
Aquello era una verdadera desgracia, pues fuera de seis ú ocho libras esterlinas que en prevision de cualquier evento habia echado en mis bolsillos, no tenia un centavo mas.
Mi reloj y cadena, que bien valian unos quinientos patacones, los regalé al capitan á quien debia mi salvacion y quien no habia querido cobrarme ni un centavo.
Así salí de Rio Janeiro, abandonando mi fortuna y mis cuantiosos negocios.
Llegué pues á Buenos AIres sin un peso en el bolsillo y sin conocer á nadie, que era lo peor.
¿Qué podia hacer en un país desconocido, sin dinero y sin un solo amigo?
Se me proporcionó ese empleo de mozo en el Hotel Marítimo y yo, ¿qué habia de hacer? lo acepté lleno de agradecimiento á la persona que me lo proporcionó.
De esta manera aseguraba siquiera mi subsistencia y mi vida hasta que se me presentase otra cosa mejor que hacer.
Por eso sigo allí, continuó, aseguro casa, comida y un sueldo.
Mi profesion accidental de mozo de hotel, la miro y la ejerzo como una diversion pasajera.
Así me voy haciendo de relaciones y voy conociendo el país hasta que se me presente algo mejor y mas decente que hacer.
Esta historia narrada con un profundo acento de verdad, fué tragada y dijerida por las damas del Casino.
Aquella aventura no tenia nada de extraordinario, era perfectamente verosímil y aceptable.
¿Qué tenia de extraño que la hija de un baron se enamorase de un hombre jóven, rico y tan buen mozo como Lanza?
Las muchachas se quedáron maravilladas de la historia y cada vez mas enamoradas de Lanza.
—¡Lo que es una lástima, decian, es haber tenido que abandonar su dinero y sus negocios!
—¡Qué me importa todo esto! exclamaba Lanza con infinita soberbia; si conservo mi libertad.
Lo que es dinero no puede faltarle nunca á un hombre de mis condiciones.
En cuanto me sople una ráfaga de buen viento, reanudo mis relaciones comerciales y me hago aquí de una posicion tan buena y famosa como la que tenia en Rio Janeiro.
—Por eso mismo es necesario concluir con eso de mozo de hotel, le decia la amorosa dueña del Casino.
Alli tiene que estar sirviendo como un criado á cuanto roñoso llega á comer, sin contar con que todo el mundo lo vá conociendo como mozo de fonda, lo que puede perjudicarlo en el porvenir.
¿Y qué quiere que haga sin relaciones y sin dinero?
Por lo pronto alli no gasto en casa y comida y voy economizando un sueldo.
—¡Una propuesta!—le dijo una noche la dueña del Casino; véngase con nosotros el buen mozo, en las mismas condiciones.
Yo te doy la casa, la comida y el mismo sueldo.
Siempre ganas en la indipendencia del empleo, en el quehacer que es mucho ménos y en la posicion misma, que es mucho ménos servil y ménos aperreada.
Aquello por lo ménos merecia consultarse con la almohada y Lanza prometió meditarlo y contestar.
La cosa le halagaba mucho, no solo por el sueldo sinó por la explotacion á que se prestaba.
Dominando á aquellas mujeres y enamorándolas, sobre todo á la dueña del negocio, Lanza podia concluir con apoderarse de él y declararlo suyo.
Luego, aquel negocio se prestaba á mil especulaciones en que las mujeres no podian haber caido, en la compra á plazos de la bebida que se necesitaba para el despacho.
Un negocio abierto representaba siempre un capital, por pequeño que fuera, y con un capital en efectivo bien podia girarse por diez veces su valor.
Lanza se decidió inmediatamente á abandonar el hotel y probar fortuna por este otro lado, en la seguridad de que debia de irle mejor.
La posicion de mozo de un casino de aquel género, le iba á hacer perder mucho personalmente, pues no era aquel un empleo ni digno ni decente.
Pero Lanza no estaba al cabo de ciertas cosas y no habia pensado sinó en lo que ganaba; no se le habia ocurrido pensar en lo que perdia.
Hacia ya mas de dos meses que estaba de mozo en el Marítimo y poco habia de faltarle para la chancelacion de su deuda.
Carla Lanza decidido á probar fortuna en aquel nuevo camino, preguntó á la señora Nina cómo andaba de cuenta.
—Si yo le digo para qué quiero saberlo, pensó, es capaz de decirme que me falta otro tanto para concluir de pagar con mi trabajo.
Disimulemos, que por las buenas se ha de sacar mejor ventaja.
—Quiero saber como estamos de cuentas, dijo á su patrona, para ver cuando quedo libre y desde cuando puedo disponer de algun dinero.
Así, sabiendo desde cuando empiezo á ganar mi sueldo, me arreglo en mis gastos y puedo mandarme hacer alguna ropa que necesito.
La señora Nina, que estaba contentísima con el servicio de Lanza, le díjo que al fin de aquel mes quedaban chancelados, y que desde entónces empezaria á entregarle su sueldo.
Asi, en cuanto se cumplió su mes, Lanza vino á arreglar su cuenta y se hizo dar el correspondiente recibo por chancelacion de su deuda.
Solamente así se creia libre de la accion policial que creia pudiese ejercer sobre él la señora Nina.
Solo cuando tuvo en su poder el recibo que consideraba salvador, le notificó que se iba de su casa, porqué habia encontrado una colocacion mas provechosa.
La señora Nina sintió profundamente la ida de su aristocrático mozo, como ella lo llamaba, persuadida que no iba á encontrar otro que con él pudiera compararse.
Y le rogó que se quedase en su casa con mayores ventajas, empezando por subirle el sueldo y demostrándole que con lo que ella le pagaba y con las propinas que consiguiese, podia ir reuniendo un buen capitalito.
—¿Qué quiere que haga de mozo de hotel? observaba Lanza con cierta picardia.
Ni es este mi oficio ni para desempeñarlo me he costeado yo á América.
Yo he venido aquí á hacerme una fortuna, y á pesar de todos los contratiempos y dificultades con que he tropezado, he de hacerme una posicion y una fortuna.
Nina insistió en que se quedase, trató de ofrecerle todo género de ventajas, pero fué inútil, como era natural.
Lanza estaba decidido á irse y no hubo forma de hacerlo consentir.
Era preciso ser razonable y al fin la señora Nina cedió y se conformó con la ida de su mozo, ante esta promesa que espontáneamente este le hizo:
—Si en la nueva ocupacion que me ofrecen no encuentro las ventajas que espero hallar, no crea que he de perder tiempo ni he de consentir en que me engañen.
En el acto los mando al diablo y me vuelvo aquí, donde tantas consideraciones y buenos tratos he recibido.
Con esta esperanza, Nina trató de que Lanza se fuera contento y hasta le ofreció algun dinero si lo necesitaba.
—No lo necesito por ahora, contestó Lanza sin soberbia alguna, porqué voy de dependiente á una casa de comercio, donde me dan casa y comida, y cuanto pueda necesitar, ademas de mi sueldo que irá aumentando progresivamente y á medida que lo vaya mereciendo.
Ademas, yo le prometo de la manera mas formal que á la primera condicion que me falten, no me quedo ni un momento mas, volviendo á mi casa donde no saldré en mucho tiempo.
Era preciso de todos modos resignarse á aquella separacion.
Lanza estaba de mozo contra su voluntad y aquello no podia ser eterno.
Demasiado habia durado ya.
Si la señora Nina sintió la ida de Lanza, no la sintiéron ménos sus clientes, que se habian acostumbrado á su excelente servicio.
Y diéron al jóven todo género de buenos consejos.
—Aquí hay algunos explotadores del trabajo ageno, le decian, y no es bueno confiarse mucho.
Exija siempre que le cumplan, para que vean que no es tonto, y en cualquier emergencia recuerde que aqui tiene amigos que lo han de aconsejar.
Lanza ni siquiera quiso dar á entender la clase de empleo que iba á tomar, presintiendo que le iban á aconsejar que no lo hiciera.
Y como él no podia confesar los propósitos que lo llevaban al Casino, era bueno no decir ni una palabra.
Respecto á sus ocho mil pesos, ya los habia olvidado por completo, convencido que no los volveria á ver en su vida.
Y como si pensaba en los ocho mil pesos que le debian, por fuerza tenia que pensar en los cuarenta mil que debia él, concluyó por olvidar una y otra cosa.
—Al fin, decia, yo debo una suma que me han ganado con fraude, no tengo duda, miéntras que lo que Scotto me debe es dinero que le he prestado peso sobre peso y que está obligado á volverme de la misma manera.
¡Quien sabe! puede ser que algun dia lo agarre á tiro y lo obligue á pagarme ese dinero; es cuestion de oportunidad y nada mas.
Lanza acomodó los pocos efectos que constituian su equipage, y abandonando el hotel Marítimo con cierto pesar, puesto que allí no lo habia pasado tan mal, se trasladó al Casino, que llamó cuna de su porvenir.